Christian Laval y Pierre Dardot son, respectivamente, un sociólogo y un filósofo franceses que trabajan en dotar de fundamento racional a la creciente indignación mundial por los abusos de la ideología extrema del neoliberalismo. Su trabajo conjunto más conocido es el reciente texto que en español se titula «Común» (Ensayo sobre la revolución en el siglo XXI).
Este trabajo se inserta en el marco de los trabajos de fundamentales pensadores del siglo XX como la filósofa alemana Hannah Arendt, el recientemente fallecido sociólogo polaco Zigmunt Bauman, el filósofo griego Cornelius Castoriadis, la filósofa francesa Catherine Colliot, el sociólogo francés Alain Supiot y la economista política Elinor Ostrom. Es llamativo el predominio de autores europeos continentales. De algún modo los pensadores anglosajones se encuentran más cómodos en otro tipo de problemas de tipo cognitivo o epistemológico.
Es un trabajo contra la «desolación», forma en la que Hanna Arendt denomina al vacío social y la impotencia de los que el neoliberalismo llamaría «los perdedores», como si no se supiera ya con qué grado de ventajismo, nepotismo y abuso se construyen algunas de las más brillantes biografías de «los ganadores». También podríamos referirnos como antecedente analítico el trabajo «La corrosión del carácter» del sociólogo americano de origen ruso Richard Sennett.
Corren tiempos precisamente de desolación ante la prevalencia de ideas con fuerte carácter imperialista en sus pretensiones de dominio de todo el espacio axiológico. Ideas y estrategias como las de competencia, individualidad, insostenibilidad de servicios sociales, devaluación de sueldos, negación del cambio climático, incertidumbre programada, burbujas económicas programadas o darwinismo económico y social. Una desolación no sólo teórica por falta de alternativas racionales, sino práctica, dolorosamente práctica vivida en el hundimiento de la izquierda tradicional que atraída a la luz del capital, ha quedado achicharrada como un polilla incauta. De nuevo, como en los tiempos de turbulencias la confusión ideológica predomina y los desfavorecidos se convierten en el ejército de los favorecidos a los que apoyan seducidos por sus representantes más deslenguados y procaces en sus promesas premeditadamente falsas. La impotencia de la izquierda provoca su abandono por las clases trabajadoras empujadas por los miedos que se enarbolan a cambios en cuestiones marginales para la justicia económica pero esenciales para millones de personas. Es un grave error que la izquierda todavía persista, en base a las convicciones de sus líderes, en ofender las esperanzas profundas de la sociedad en materia religiosa o estrictamente sociológica. Los dirigentes de izquierdas tienen que dejar para su vida privada la exhibición de comportamientos transgresores desde un punto de vista tradicional pues la mayoría de sus potenciales electores no han traspasado todavía determinados umbrales. No haciéndolo proporcionan un arma poderosísima a quienes proponen y practican la explotación que sólo tienen que enarbolarla cuando cualquier amenaza a sus intereses aparece en el horizonte distrayendo del asunto principal. Todas las acciones deben dirigirse a cambiar profundamente la estructura económica dejándose de «vendimarios», «brumarios» y «frimarios». Hay que estar muy atento a la evolución de las mayorías en estas cuestiones y como, precisamente hacía Napoleón, concentrar el fuego en el corazón del tumulto.
El corazón del tumulto es la escandalosa expansión del neoliberalismo que ha llevado a la sociedad a un estado de fascinación consumidora que para que se generalice en determinadas zonas del planeta tiene que explotar sin misericordia a numerosas personas en otras y al propio planeta Tierra. El neoliberalismo en su carrera hacia el abismo no es parado ni por la amenaza de grandes catástrofes que asimilará cambiando el precio del suelo en el nuevo litoral que resulte de la subida del nivel del mar. Igualmente saliva ante la emergencia de numerosos recursos de las zonas del planeta que han estado cubiertas de hielo durante milenios. Es una ideología destructiva que ha creado los mecanismos para que el símbolo de la riqueza creada que es el dinero se acumule y paralice en determinados lugares protegidos jurídicamente de forma demente mientras reclama una mayor acaparación mediante la desaparición de todo tipo de servicio social que no pueda ser pagado por cada individuo. Tal parece que esta acumulación de riqueza en pocas manos busca lunáticas investigaciones que les proporcione el único bien que su dinero no tiene al alcance: la inmortalidad. Véanse los delirios del millonario y consejero del nuevo presidente de los Estados Unidos Peter Thiel, quien reclama la reducción extrema de impuestos para que la riqueza sobrante quede a su alcance, puesto que ya están creados los mecanismos para tal expropiación de lo común.
Hay que elegir entre el mundo de Thiel que, como tantos dementes de la ficción (El Fumanchú de Sax Rohmer, el Joker de Batman o el Lex Luthor de Superman) buscan un futuro de aislamiento de poderosos frente a la masa despreciables de humanos o un mundo en el que la solución de los problemas llegue gracias al talento fomentado en el marco de una sociedad pacífica, enérgica y compasiva. Dado que parece que la herencia biológica tiene una fuerte influencia en nuestros comportamiento en simbiosis inextricable hoy por hoy con el medio social y educativo, hay que poner el énfasis en la creación de instituciones regidas por un régimen jurídico a salvo de la actual competencia entre países para disputarse las inversiones. El núcleo de la cuestión es cómo ha de ser esa red jurídica, qué valores ha de proponer y qué profundidad ha de alcanzar para alcanzar los social y económico sin quedarse en la deliberaciones extrictamente políticas.
Este libro se dedica precisamente a eso a la búsqueda de esas metas sorteando todos los errores que en el pasado han llevado a las luchas por el interés general al estatalismo inmisericorde o la complicidad con la brillantez superficial del neoliberalismo que el ingenuo y peligroso Tony Blair llevó a cabo con su experimento de «la tercera vía» y el consiguiente seguidismo de partidos socialistas de más al Sur. Nuestros políticos se mueven en las más absoluta contradicción sin aparente percepción de tal inconsistencia «… es posible cantar las alabanzas de la competencia por la mañana, llorar ante el paro y la pobreza a mediodía y apelar, por la noche, a la liberalización del mercado laboral».
Muchas de las propuestas y reflexiones que se hacen aquí tienen su eco en las propuestas y sistema de organización de las nuevas corrientes de izquierdas en España, aunque se observan también algunos errores no tradicionales pero que sí son un lastre para sucesivos avances como son las provocaciones gratuitas a aquellos que deben convencer.
Para los autores de este libro es muy importante que quede claro que el concepto de lo común no es un objeto a conseguir, ni una cualidad de un objeto existente. También es importante darse cuenta de que ya no basta con regular, relanzar, reformar o moralizar. Es necesaria en su opinión una auténtica revolución que implique tanto el nivel social y económico como el político. Básicamente se propone la llegada a la política de la gente organizada en «comunas» y «federaciones» creando un estructura integrada y especializada a la vez para participar en las decisiones que les atañe sin delegar en representaciones que se ha mostrado estériles cuando no hostiles. Un cambio que debe llegar la sistema jurídico para crear un derecho ajustado a estos fines. Si el neoliberalismo ha conseguido su contrarrevolución, la oposición ante este desafío no puede ser menos formidable. Si la revolución americana fue política, la que ahora se necesita ha de ser política, social y económica. Naturalmente no habrá apoyo si lo que se ofrece es miseria compartida. Tendrá que ser una revolución en la que la inteligencia sea el arma para que los logros de las ciencias naturales y sociales se dirijan a una vida digna, carente de violencia, estimulante, libre y en ausencia de la monotonía que ha caracterizado a otros acontecimientos de este tipo en el pasado. Castoriadis decía que
«Revolución no significa ni guerra civil ni efusión de sangre. La revolución es un cambio de ciertas instituciones centrales de la sociedad mediante la actividad de la sociedad misma: la autotransformación de la sociedad en un tiempo breve«
De algún modo cuando en la nueva izquierda española se habla de «federación», «deliberación» o «círculos» se está desarrollando empíricamente los puntos de vista de este libro. ¿Hay una revolución en marcha?
Para terminar esta reseña se resumen las nueve propuesta política del libro. Los párrafos en cursiva y negrita son comentarios del autor. Después de cada propuesta figuran párrafos extraídos del texto para su desarrollo.
PROPUESTA POLÍTICA 1 Política de lo común
No basta con reclamar soluciones parciales como una renta universal. Lo común no es un concepto natural, sino artificial, una institución necesaria para afrontar los problemas actuales.
Es necesario que lo común y su tratamiento infunda todos los niveles donde las hombres se encuentran, tanto el ámbito social (donde se producen los intercambios culturales o económicos), como el político (donde se toman las decisiones de gobierno). La política de lo común es transversal a los espacios sociales, desde lo local a lo global. Especialmente en lo global para no cometer el error de refugiarse en la identidad y lo pequeño. Es necesario democratizar todos los niveles. Lo común está «en todas partes» donde los seres humanos actúan juntos. No debe esperarse de un gobierno mundial el control de los desmanes neoliberales, pues reproducirá a una escala mayor la debilidad actual de los gobiernos ante las corporaciones. No cabe esperar un hundimiento desde dentro del capitalismo por traspasos al Estado de servicios o abandono de los trabajadores manuales o cognitivos. La estrategia de lo común propone luchar en el corazón del sistema. No hay ineludibles secuencias históricas que inviten a esperar su realización pasivamente. El centro, el corazón del capitalismo es la empresa y ahí hay que llevar a cabo la lucha. El obstáculo es la propiedad. El concepto actual de propiedad. Si la humanidad produce sociedad para vivir (Maurice Godelier) es necesario dar una forma política democrática al producir común. Ni la disolución de la política en la economía ni la estatalización burocrática y tiránica de la economía, sino la institución democrática de la economía. El derecho de uso debe sustituir al de propiedad. Hay que distinguir entre la casa – la sociedad – la política. (oikos, agora, ekklesia) para vincular lo social y económico con lo político. No se pueden tomar decisiones soberanas sin tener en cuenta los intereses sociales y económicos. Es la actividad en común la que determina los bienes comunes. Así se elude el naturalismo dejando libertad a las decisiones sobre el destino común de la sociedad.
Reflexión: cuanto más artificial resulta un concepto mejor armoniza con la tendencia natural. El ser humano al crear sociedad no se aleja de la naturaleza, pero ésto lo descubre después de una construcción abstracta autónoma y depurada. Si opta por tomar el modelo natural ingenuamente puede errar gravemente, además de ser acusada de «naturalista».
PROPUESTA POLÍTICA 2 Derecho de uso vs. derecho de propiedad
El uso es la negación en acto del derecho de propiedad en todas sus formas y es el único modo en que es posible hacerse cargo de lo inapropiable.
¿Cómo cuestionar y sustituir el doble absolutismo del principio de la propiedad y del principio de soberanía? El código civil francés de 1804 define la propiedad como el «derecho de gozar y de disponer de las cosas del modo más absoluto, con tal de que no se haga de ellas un uso prohibido por las leyes o por los reglamentos» en su Artº 544. El derecho de uso es la facultad de beneficiarse de la utilidad de una cosa pero excluye su disposición. El usufructo es el «derecho de gozar de las cosas cuya propiedad ostenta otro, como lo haría el propietario mismo, con la obligación de conservar la sustancia» Es un derecho absoluto de menor rango que el de propiedad. Tanto el usufructuario como el usuario de un recurso natural debe conservar su sustancia. El usuario no es un propietario ni cuasi propietario como el usufructuario. Los usuarios están ligados por las reglas dadas para el uso del bien. El desarrollo del capitalismo moderno hace decaer el concepto de propietario y avanza hacia el de usuario. El uso no es un derecho de propiedad de los comunes y por tanto los preserva.
PROPUESTA POLÍTICA 3 Lo común como principio de emancipación del trabajo.
Hay que volver a situar en el centro de la discusión política la organización del trabajo. Fundamentalmente en la elaboración de las reglas que afectan a los trabajadores.
El capital parece haber sometido a los trabajadores y las subjetividades de los asalariados hasta tal punto, que no parece posible ningún combate en este terreno. La caída de los sindicatos y la precariedad son las armas coordinadas que se utilizado. La lucha individual no tiene sentido práctico alguno. ¿Cómo recuperarse de esa decadencia en la acción colectiva en un marco de desconfianza entre la ciudadanía y los partidos políticos?. Se necesita acción colectiva y trabajo crítico para que surja una nueva conciencia. Es necesaria una resistencia de los trabajadores a la lógica de la acumulación y el rechazo a las formas de dominación que tal lógica impone. Es ilusa la creación de una inteligencia colectiva a través de los dispositivos digitales. El trabajo para el capitalismo es un medio de acumulación del capital. Pero, en la situación concreta, se puede aprovechar que el trabajo es la ocasión de múltiples vínculos entre trabajadores y, en los servicios, entre trabajadores, clientes y usuarios. El asalariado no deja en la puerta de su lugar de trabajo, sus valores morales, su sentido de la justicia, su relación con los demás, sus pertenencias sociales más diversas. Las consideraciones éticas y políticas no tienen ningún lugar reconocido en la vida económica que se presenta desvinculada de las relaciones sociales. La nueva forma de gestión individualiza aísla de forma premeditada y debilita mediante mecanismos de rivalidad movilizando a los trabajadores para un relamido patriotismo de empresa. El discurso de la eficacia de la empresa frente a la ineficacia de lo público es una constante. Pero hay que aprovechar que se trabaja siempre con los demás (las cosas marchas en una empresa por la cooperación entre trabajadores) y para los demás (componente moral del trabajo, de utilidad social). En el trabajador hay recursos morales no bien estudiados, dado que el capitalismo enfatiza los aspectos utilitaristas. El trabajador busca en el trabajo pertenencia y autoestima, si no se le desvía hacia posiciones cínicas. La antigua explotación tayloriana se ha sustituído por los mecanismos financieros de interés y deuda.
Reflexión: los supuestos dispendios por falta de eficacia en la gestión de lo público se puede medir por la diferencia entre los costos globales y los costos en la gestión por una empresa privada. En la práctica no hay diferencia pero si desvío del costo de la ineficacia hacía los beneficios de los socios. A la sociedad le cuesta lo mismo, pero pierde los derechos. Y cuando se trata de subcontratas además se perjudica gravemente a los trabajadores y al propio servicio.
PROPUESTA POLÍTICA 4 La empresa común
Hay que dar prioridad a la empresa sobre la sociedad como forma de acción económica. En la propiedad deben estar representados los accionistas y los trabajadores.
Liberar el trabajo de las garras del capital sólo es posible si la empresa se convierte e n una institución de la sociedad democrática y no sigue siendo un islote de autocracia patronal. «Hay que hacer que la república baje al taller». En 1830 el socialismo era la extensión de la democracia a la vida económica. «No se puede tener una república en la sociedad mientras tengamos a la monarquía en la empresa». Para el capitalismo la empresa es el dogma central de su institución. La soberanía del propietario sigue siendo el principio dominante del contrato de trabajo. Sin embargo, en puridad, la empresa no existe en derecho. Éste sólo reconoce a la sociedad. El propietario no posee la empresa, sino a la sociedad (los medios puestos a disposición de la explotación económica). La cooperación y la inteligencia colectiva no tiene ninguna existencia jurídica, sólo tienen una traducción financiera indirecta que beneficia esencialmente a los propietarios y a los gestores a sueldo de aquellos. Es una cuestión decisiva instituir de un modo distinto el órgano social que es la empresa común. La única forma de propiedad colectiva hasta ahora ha sido el Estado, que resulta ineficaz, si no despótico. Hay que colocar al trabajo en el puesto de mando pues el capital es un instrumento. La sociedades cooperativas responden a esta idea, pero son pocas hasta ahora. Tropiezan con la desconfianza de los bancos y una voluntad política hostil. El gran ejemplo es la Mondragón del País Vasco. En el capitalismos moderno las empresas son despreciadas, troceadas, vendidas o compradas por criterios exclusivamente capitalistas. Son necesarias empresas bicamerales: accionistas y trabajadores. Hay quien propone que sean tricamerales; de accionistas, trabajadores y sociedad.
PROPUESTA POLÍTICA 5 La asociación en la economía con preparación de la sociedad de los común.
Para una sociedad poscapitalista se necesita una vida más simple, más autónoma y basada en la convivencia, con comunidades locales más pequeñas que las metrópolis.
Surgen dificultades en la actualidad, pues las cooperativas querían cambiar el mercado, pero es el mercado el que ha cambiado a las cooperativas porque el consumidor está educado por las empresas capitalistas. Son consideradas empresas parásitas y subvencionadas. La democracia cooperativa no interesa a los trabajadores que formalizan la participación y dejan en manos de oligarquías dirigentes las prácticas gerenciales. La pretensión de entrar en el sistema por sus intersticios ha resultado vana. Se necesita probar que democracia y eficacia son compatibles.
PROPUESTA POLÍTICA 6 Lo común debe fundar la democracia social
La lógica de lo común que debe prevalecer en el campo social es la de la participación política directa en la decisión y la gestión de lo que es puesto en común.
El restablecimiento del Estado Social minado por las políticas neoliberales es inútil. El Estado Social pretende conciliar la propiedad privada con la solidaridad necesaria para contener los efectos más trágicos sobre los individuos más desprovistos. El problema se plantea en términos de cómo conciliar la eficacia del sistema capitalista y la cuestión social, es decir ciudadanía y propiedad. La burguesía reacciona con la socialización del riesgo y la igualdad de oportunidades. Se justifica la propiedad abriéndose a todos. A los menesterosos se les protege mediante el seguro. Así la propiedad puede disfrutarse sin problemas. Los flujos financieros que circulan entre los contribuyentes y los beneficiarios no son de nadie en particular, del mismo modo que no están a cargo del empleador: en realidad, son usos de la producción decididos colectivamente y atribuidos individualmente. Debería empezarse permitiendo la introducción de relaciones democráticas en el gobierno de los organismos sociales, se trata de transformar las Administraciones del Estado social en instituciones de los común. Según Thomas Humphrey la ciudadanía social es el conjunto de los derechos sociales relacionados con la protección social , la educación, la salud y el trabajo. Derechos que se añaden a las dos primeras capas sedimentarias de derechos: 1) los de la libertad civil (pensamiento, expresión, propiedad, contratación y recurrir a los tribunales) y 2) los de organización y sufragio. El hundimiento de la izquierda procede de la renuncia a prolongar la democracia al ámbito de la empresa. Se consideró que era bastante con la redistribución de la renta en forma de asistencia social. Se armonizaron la eficacia de la gestión con el estado del bienestar. O lo que es lo mismo, la empresa produce riqueza y el estado la distribuye. Opresión en el trabajo a cambio de protección burocrática de la existencia.
PROPUESTA POLÍTICA 7 Los servicios públicos deben convertirse en instituciones de lo común.
Hay que equilibrar la presencia de expertos y cargos electos con representantes de los trabajadores del servicio que se trate, usuarios y asociaciones civiles.
¿Los servicios públicos son instituciones de la sociedad o instrumentos del poder público? La forma estatal no agota la significación histórica de los servicios públicos, de modo que hay que considerarlos no únicamente como instrumentos de dominación política, sino como servicios comunes de la sociedad que sólo han podido encontrar históricamente los medios para su crecimiento en el poder administrativo encargado del orden público y de la administración general de la población. El neoliberalismo tiene prisa por desmontar el Estado. Un estorbo es la arrogancia del servidor público ante el ciudadano. Habría que conseguir que Estado debe dejar de ser un gigantesca administración centralizada, para ser el garante último de los derechos fundamentales de los ciudadanos respecto a la satisfacción de las necesidades colectivamente consideradas esenciales, lo que se conseguiría con administraciones con representantes del Estado, de los trabajadores y los usuarios – ciudadanos. Según Duguit el Estado cumple la misión de coordinar y dar unidad a la acción diferenciada de la espontaneidad social. Es un punto de vista opuesto al del Estado como soberano que ejerce mediante la delegación de la voluntad común. El liberalismo quiere limitar la acción del Estado a las funciones soberanas de ejército, policía y justicia. Los servicios públicos son una obligación de los gobernantes no una manifestación de su poder. Los gobernantes ya no son los órganos de una persona colectiva que da órdenes, sino los gerentes de asuntos de la colectividad.
Se habla también del profesional como portador de un conocimiento especializado y una ética del servicio público. Como tales son un fuerza política amenazadora para la ideología de los businessmen. También han sido identificadas luchas entre funcionarios de abajo con la «nobleza estatal». Según Bourdieu, esta nobleza trata siempre de acabar con el sentido de servicio público con el pretexto de querer gestionar los servicios públicos como empresas. La nobleza funcionarial se ha convertido al credo neoliberal. Para ello, no sólo se procede a la reducción de la autonomía de los cuerpos profesionales animados por «valores arcaicos» que debe ser erradicados, sino también mediante el control social de la población que es reducida a una masa de pobres divididos, atomizados y cada vez más vigilados. Por tanto más que limitarse a seguir la línea de defensa de los servicios públicos, se trataría de transformar los servicios públicos mediante la creación de órganos democráticos que dé a los profesionales y a los ciudadanos destinatarios de los servicios un derecho de intervención, de deliberación y de decisión dentro del respeto a las leyes generales y del sentido propio de los servicios. Democratizar la democracia. Los avances han sido escasos (consejos de barrio). Los ciudadanos mal representados sólo cuentan con la protesta molesta para otros ciudadanos (corte de vías públicas, transportes…). Los intentos de privatizar comunes como el agua o la cultura obligan a elegir entre ir hacia una sociedad de la autoexclusión de los ciudadanos fuera del espacio público o bien hacia una sociedad de plena participación activa en el gobierno de los bienes comunes. Conviene pasar de la denuncia y la indignación a la acción concreta y romper con la posición de espera que ha prevalecido hasta ahora. El referéndum de 2011 en Nápoles sobre la privatización del agua es un buen ejemplo. Es muy importante evitar los localismos pues se presentan débiles ante la acción concertada de los businessmen. El peligro de un sistema político basado en corrupción, prevaricación y depredación es tan alto como el de las corporaciones que los corrompen.
PROPUESTA POLÍTICA 8 Hay que instituir los comunes mundiales
Hay que eludir el centralismo y proponer una disminución de atribuciones a medida que se asciende en los escalones de la organización federal a partir de «comunas».
¿Cómo hacer de lo común el principio político de la reorganización de toda la sociedad en la condiciones de pluralidad irreductible desde los comunes locales hasta los comunes mundiales? ¿Cómo coordinar el autogobierno de cada uno de ellos en una acción común? En el ámbito neoliberal esto se hace mediante organizaciones como el FMI o OMC, cuya acción debe ser contrarrestada a su mismo nivel. Justicia global o justicia ambiental son algunos de los conceptos explorados. Muy a menudo los buenos sentimientos y la grandilocuencia ocupa el vacío de verdaderas políticas. Se postula la idea de un «derecho común mundial». Es difícil pensar que un gobierno mundial pueda desde arriba imponer un derecho de este tipo. El derecho internacional es un campo de batalla entre estados aliados con las grandes corporaciones que reclaman el derecho al acceso a los comunes más evidentes (agua, tierra, aire…). Delmas-Marty propone la afirmación de los «derechos de la humanidad». Un nuevo orden jurídico mundial en el que la humanidad sería un sujeto jurídico. Así cobraría más sentido expresiones como «Crímenes contra la humanidad» o «Patrimonio de la humanidad». Con la creación de un derecho común mundial la humanidad se convertiría en un sujeto de derecho que haría posible una acción política consecuente. Pero en opinión de los autores de este libro esto es un error. La humanidad en ese supuesto sustituye a Dios. La Sociedad de Naciones ya lo intentó tras la II Guerra Mundial proponiendo una paz duradera sobre la base de la justicia social y la consideración de que el trabajo no es una mercancía. Pero esta declaración como la de los derechos del hombre no tuvieron nunca fuerza jurídica. Los estados paralizan el desarrollo de un verdadero derecho mundial. En el Consejo de Seguridad de la ONU se ve palmariamente como el derecho de Estado se opone al derecho de humanidad. Así, se han librado guerra injustas o se controlan las comunicaciones entre individuos. Además del obstáculo de los estados están las políticas neoliberales que organizan el comercio en base a normas de guerra y competitividad extrema. Esta política se dedica metódicamente a la destrucción de todos los avances sociales que llegaron de la mano de la conmoción de la II Guerra Mundial. Es el darwinismo normativo que busca la competencia entre sistemas jurídicos para seleccionar al más apto para proporcionar al capital las mejores condiciones de acumulación. Así se eliminan todas las barreras que estorban para la realización de los máximos beneficios. El mercado es el principio de legitimidad del derecho internacional favoreciendo el dumping social. Según Supiot se camina hacia una refeudalización. La mundialización permite a los litigantes elegir dónde poner sus demandas en función del derecho local más beneficioso. La lex mercatoria que defiende al capital es más avanzada que el derecho que defiende a las personas. Libre cambio y derecho de propiedad articulan el mundo. Los contratos empiezan a prevalecer sobre la justicia ordinaria. El derecho está organizando su propia derrota con el uso de los tratos, los acuerdos que eviten su aplicación. Estas prácticas están consagrando el cosmocapitalismo. En 1992 el informe Brundtland (1987) introduce el concepto de «desarrollo sostenible» y de los «bienes públicos mundiales» de los que nadie puede ser excluido, pero son bienes que ningún Estado nacional está interesado en producir por sí mismo. La polución y los paraísos fiscales, el desarrollo sostenible y el terrorismo internacional crearon las condiciones para esta discusión. Los economistas proponen distinguir tres clases de bienes comunes:
- Bienes de lo indiviso mundial natural (capa de ozono…)
- Patrimonio fabricado por el hombre (conocimiento científico, Internet…)
- Resultado de políticas mundiales integradas (paz, salud, estabilidad financiera…)
Joseph Stiglitz ha identificado cinco bienes mundiales:
- Estabilidad económica mundial
- Seguridad internacional
- Medioambiente internacional
- Ayuda humanitaria internacional
- Conocimiento.
El mismo autor considera a la economía como un bien público mundial que debería ser objeto de una gobernanza democrática que tenga en cuenta todas las externalidades (efectos sobre terceros).
¿Pero será necesario un Gobierno Mundial para preservar estos bienes.? La respuesta de los autores es no. Una alternativa según algunos sería la privatización de la gobernanza con compromisos mínimos de los estados regulados por organismos como el FMI, la OMC o el BM. Para la élite económica (Davos) las empresas siguen siendo los mejores agentes del bien común. Bastará con la responsabilidad social de las empresas y el desarrollo sostenible. El capitalismo se ofrece como sistema social y natural. Las empresas quieren seguir al mando aprovechando las externalidades (recursos no producidos por ellas) proporcionadas por los estados: infraestructuras, sistemas educativos eficientes, ONGs. Todo ello mientras eluden la presión fiscal local.
Si los bienes comunes son relativos a derechos fundamentales su defensa puede ir asociada a las luchas políticas por la defensa de éstos. Así se explicaría la lógica neoliberal que intenta asociar los bienes comunes exclusivamente al marco económico para limitar su extensión. Hay que enfatizar que bienes comunes y derechos fundamentales se debe definir recíprocamente. Así, el agua, la salud, la educación son bienes comunes, no porque lo sean por naturaleza, sino porque corresponden a derechos fundamentales que se pueden oponer a la doble lógica de los mercados y de los Estados. De esta forma se compone un derecho común superior a las soberanías públicas y a los derechos de propiedad. Estos conflictos se ven con claridad en los acuerdos sobre la propiedad intelectual de 1994 que van claramente contra el derecho a la salud, lo que provocó tales protestas en países como la India que se la autorizó a fabricar genéricos para un número muy limitado de enfermedades, aunque con fuertes restricciones a su exportación.
Reflexión: siempre habrá un aspecto de la cadena de acontecimientos que hacen realidad un derecho fundamental que permitirá la colocación de una «válvula» económica que permita desviar los beneficios hacia el capital.
Los Estados neoliberales se han convertido en máquinas al servicio de una empresa activa de «desdemocratización» que afecta, más allá de los derechos, a las libertades civiles y a los derechos políticos. El altermundialismo intenta evitar el obstáculos de estos Estados entregados enfatizando la unión indisoluble que debe haber entre Estado y defensa de los derechos. Esta es una estrategia débil como la fue la del Estado Social que se basaría en en conceptos como «redistribución», «solidaridad» propios de un capitalismo «civilizado». No es posible hoy concebir al Estado, actualmente completamente dominado por la lógica neoliberal, como soportes del «bien común» y dispensadores de los «bienes comunes» por la gracia de una repentina conversión. Por eso el altermundialismo deberá dar el salto decisivo y comprometerse en una superación del dispositivo estatal internacional.
En primer lugar hay que entender que el derecho participa enormemente en la formación de la subjetividad moderna. ¿Qué puede llegar del sujeto moderno, como sujeto de derechos, cuando la Estado pierde irresponsablemente el monopolio de la garantía del derecho? Se esperaría que el ciudadano sea consciente de sus derechos y no sólo consumidores de servicios. El orden mundial por venir es incierto. Pero si la situación no se invierte ya se esbozan algunas tendencias: la refeudalización de la sociedad como anuncia Alain Supiot. Si se espera, se facilita el movimiento reactivo, nacionalista y xenófobo que emerge en todas partes.
PROPUESTA POLÍTICA 9 Hay que instituir una federación de los comunes
Hay que desarrollar ejes de democratización profunda de la sociedad (ágora) y la toma de decisiones (ekklesia). Se precisa una nueva ciudadanía para la gestión de este sistema complejo. No está surgiendo ninguna comunidad transnacional del proceso de disolución de la nacionalidad y es necesario crearla.No cabe esperar una expansión por abajo de los comunes que acabe sacavando los fundamentos del capitalismo. Es más razonable la federación de los comunes.
Kant establece tres principios para la paz perpetua:
- La constitución cívica de cada Estado debe ser republicana
- El derecho de gentes debe basarse en un federalismo de Estados libres
- El derecho cosmopolita debe restringirse a las condiciones de la hospitalidad universal
Es un federalismo defensivo que busca la paz, pero no la justicia. También Kant considera el «derecho de visita» de extranjeros limitado a cuando no perturben la paz y no sea permanente (justamente lo que los europeos no hicieron en América y África).
Hay otra clase de federalismo relativa a la estructura interna del Estado y no a las relaciones externas entre ellos. Montesquieu propone la «sociedad de sociedades». Una fórmula experimentada en la práctica (Suiza, Holanda, USA). En el caso norteamericano el federalismo está controlado por un tribunal en vez de como en Suiza por los referéndum populares, violando el principio de la división de poderes. Además se trata de jueces vitalicios, lo que complica el problema. Castoriadis dice que el olvido de lo social en la construcción de la federación americana creó una élite política e introdujo entre la política y el elector el mecanismo ajeno de la publicidad, lo que convierte a la relación en un símil de la que hay entre vendedor y cliente. Europa también ha introducido en su Unión el factor competencia y la austeridad, lo que complica la situación. En el tratado de Lisboa se distingue entre ciudadano y estados como si representaran voluntades e intereses distintos. La propia organización funcional, en la que prevalece la Comisión frente al Parlamento, es una buena prueba de la deriva. La cuestión es fijar el alcance del principio federativo para que no se detenga en el ámbito de lo social y llegue al ágora y la ekklesia. En definitiva continuidad de los social en lo político. Se trata de seguir el «federalismo» desde la familia, primera célula asociativa propiamente humana que trasciende el último nivel de asociación alcanzado en la evolución biológica. Se descarta esta opción por el corporativismo asociado a las formas de asociación más antiguas.
Reflexión final: todas las propuestas de este libro resultan con un fuerte aroma colectivista con la excepción del rechazo a la estatalización. La fuerte conciencia individual primitiva alentada por el neoliberalismo será siempre un talón de Aquiles para un cambio radical en la gobernanza de Estados y empresas. Una debilidad que será utilizada por sus adversarios políticos aludiendo a la colmena, la pérdida de los logros personales, la pérdida de la herencia, etc a pesar de que nada de eso está en el corazón de las propuestas. Hay mucho trabajo teórico y práctico para desarrollar una conciencia de lo común activa en el ámbito laboral y político que sea compatible con el espacio que cada persona reclama para sí. La alternativa es un neofeudalismo, pero en el seno de la orgía consumista no es tan evidente esta deriva, lo que quita fuerza a la necesaria revolución pacífica.