Siempre he pensado que cuando nos cruzamos con la gente por la calle a cada uno le pasa, en formato pero no en contenido, lo mismo que a mí: o lleva una nube negra con la pesambre (versión murciana de pesadumbre) del día o una nube blanca con la alegría de la semana (de cada siete nubes una es alegre). Si pudiéramos leer la nube, que a modo de bocadillo de cómic llevamos encima veríamos el discurrir de las vidas y las extrañas preocupaciones o las no menos extrañas euforias que nos embargan o exaltan. No es posible leerlas pero si imaginarlas porque si, al contrario que los psicópatas, contamos con las llamadas neuronas espejo podemos ponernos en el lugar de los demás e imaginar que tal les va. Si a eso añadimos que Joyce convirtió en literatura ese confuso flujo en el que discurren nuestros pensamientos, tenemos todos los mimbres para una reconstrucción verosímil. Añado que ese discurso es fragmentario y muy a menudo caótico en personas normales en función de los estímulos internos o externos. Nunca tiene la limpieza y orden de los reconstruidos pensamientos o recuerdos que vemos en obras de arte como «En busca del tiempo perdido» o en novelucha sin mérito.
Veamos un ejemplo ejemplar de la irrepetible y no repetida novela de James Joyce (al pensamiento Molly):
«… yo no soy así él podía muy bien haber dormido ahí en el sofá en la otra habitación supongo que estaría tan vergonzoso como un niño siendo como es tan joven apenas 20 de mí en la habitación de al lado me habría oído en el orinal pues muy bien y qué más da Dedalus me imagino es como aquellos nombres en Gibraltar Delapaz Delagracia tenían unos nombres la mar de raros allí el padre Vilaplana de Santa María que me dio el rosario Rosales y OReilly en la Calle las Siete Revueltas y Pisimbo y Mrs Depís en Govemor street vaya nombrecito me tiro de cabeza al río si tuviera un nombre como ella O vamos y todas aquellas callejuelas cuesta Paradise y cuesta Bedlam y cuesta Rodgers o y cuesta Crutchetts y las escalinatas de la quebrada del diablo bueno no es culpa mía si tengo cabeza de chorlito sé que la tengo un poco juro por Dios que no me siento ni un solo día más vieja que entonces me pregunto si podría soltarme a hablar ahora en español cómo está usted muy bien gracias…»
No es fácil ni siquiera repetir el propio discurso mental, porque en cuanto lo intentamos algo se activa en nuestra mente y nos impone un orden que no echamos de menos cuando pensamos sin ayuda de papel y lápiz, teclado mecánico o electrónico. Veamos:
«… voy a ver… qué tío Paco de… quién hubiera sabido tocar algo… vamos, vamos, qué gusto en el atardecer… qué sol de poniente.. la gata aplanada… se acabó la música… Youtube proveerá… voy a cambiar…Bacarisse… los violines me ponen alas. ¡Vuelve al propósito!… el flujo del pensamiento ¿cómo inventarlo?… ¿iremos a tomar chocolate a la plaza de la Catedral?… Qué cachondo el Quijote cuando lo lees al atardecer (de la vida)… ¡qué vibración!… pensaré en gente corriente que represente a gente corriente e imaginaré… ¡Lisa aparta!… que estoy pensando… escogeré hombres y mujeres, ricos y pobres, heteros y homos, felices e infelices… la guitarra…»
Se ve que hay un pensamiento tratando de hilarse estorbado por intromisiones sobrevenidas de fuera (la guitarra de Yepes) o de dentro (el chocolate). Ahora escribo en orden porque estoy eliminando lo que estorba al relato. Por esos ayuda tanto escribir. Escribo al dictado de mi pensamiento, pero mi pensamiento se ordena al dictado de la escritura. Es sabido que la introspección es poco de fiar, pero ¡leches! no tenemos otro modo de acceso a nuestra conciencia. Si no, haríamos como los animales que si no están prestando atención al exterior se duermen. Ya lo dijo Brentano: la conciencia es intencional (siempre tiene un objeto, si no se constituye por el objeto). Me gusta tener conciencia. Cuando el cuerpo no te reclama atención nos vamos al lugar que tanto inquietaba a los clásicos y nuestra contemporánea Hannah. Cuando se recibe la noticia de una enfermedad grave lo peor no es pensar que te vas a morir, sino que esa congoja no te va a dejar visitar tu lugar preferido (tu propia mente). Nostalgia de hacer lo más específicamente humano cuando las injusticias con el propio cuerpo o con el de los demás no nos asaltan en forma de mandato ético.
Aquí paro. Vamos figuradamente a la calle. Fingiré que no sé quién es o a qué se dedica aquel al que le robo el pensamiento para traerlo a trozos de su nube a este papel electrónico. Esto es sólo un ensayo. Ya veremos más adelante.
Delante mía va un joven cuya vestimenta no me da pistas, aunque parece llevar la camiseta con la que ha dormido. Pantalones bermudas, zapatillas de deporte caras con calcetines cortos. Un tubo en la mano. Me esfuerzo en leer su nube, porque la veo al revés (las nubes se leen bien cuando te cruzas de frente, pero tiene menos tiempo). Empeñado en saber lo que pone (lo que piensa) lo sigo aunque me desvía de mi camino. Leo en su cerebro:
«llego tarde, ¡mierda! por un rato más, Celia te quiero… menudo palo me va a dar el profe… el examen… el viernes… ¡me he dejado el bono en casa! (veo que se palpa)… ¡está aquí!… le tengo que devolver a Chema el que me prestó… ¡Mi padre! Me he traído las llaves del coche!… ¡Me mata!… (se mete la mano al bolsillo y saca y teléfono y la nube se apaga mientras habla ¡no! se enciende otra vez)… qué rollo le cuento… (se apaga, se gira bruscamente hacia mí para volver a su casa y al pasar le leo)… era mi última oportunidad de aprobar materiales… ¿por qué cogí el coche ayer?… Celia te quiero…»
Liberado de mi primera obligación telepática, fijo mi atención en un hombre con aspecto de tener una gran autoestima. El mentón firme, el rostro muy bien afeitado. Hace fresco pero no lleva gabán, le basta con su traje impecable y su brillante corbata. Viene hacia mí. Leo directamente en su nube:
«… cuatro años lamiéndole el culo a Miranda, hoy me nombra director… ¡qué buena está Marisa!… si no me nombra, lo rajo… paro en Coffe y la veo… no voy a ir a la boda del imbécil de Jorge… por mucho que se empeñe… ¡cuídado! (elude a un pordiosero)… qué buena está Marisa… 6000 euros al mes…»
Nos cruzamos y ya no puedo leer su nube de perfil, por lo que sigo al pordiosero, aunque no leo su nube bien (no tiene dinero para repararla):
«… ¡Me ha echado a patadas» Miranda se llama el hijo puta… y me he dejado los cartones… toda la noche con la luz encendida… ¡mi Don Simón a medias!… desgraciado… Mario el cura… no vuelvo… Ni Jesús Abandonado… ni… ¡mis cartones!… ¡me cago!… ¡qué hambre tengo… Mi Don Simón…»
De repente se apagó su nube y se cayó al suelo… Llamo al 112… es miércoles santo… un nazareno pasa indiferente… Se enciende la nube, leo atento:
«… ¡me cago!» No era una maldición.
Cuando se lo llevan en ambulancia había un corro de mirones. Les miré de abajo a arriba desde el suelo y había otras tantas nubes, pero se mezclaban unas con otras y no era fácil leerlas. Pude ver algún fragmento:
«… ambulancia, enfermeros… y todo esto lo pago yo con mis… ¡pobre hombre…! llego tarde… (uno de atrás que no veía tenía su nube por encima por no sé qué extraño fenómeno astral y leo en ella)… ¡Si Franco viviera!…»
Un rato después estaba en la Gran Vía y veía nubes por todas partes. Traté de concentrarme en la de un señor que se bajó de un coche lujoso y continuó su camino:
«… la mañana entera en la notaría… usaré lo guantes para contar dinero… ¡estos payos ponys!… pringados… bueno, vivo de ellos… ¡como Juan no apruebe la oposición se queda sin Jaguar!… no se merece su novia… ¡qué buena está!… ¡cuidado! a ver si se te escapa algo delante de Ginesa… Mi abuelo… qué beso le dio a Juanita en los morros, ¡que guarro!… este notario me tiene hasta los cojones…»
Entró en un portal, un hombre bajo con su mujer entró detrás de él. Como su nube se leía contra la penumbra del portal invirtió los colores y la puede leer con la letras en blanco:
«… Jonny ¿cómo carajo vas a pagar esto? Germania se ha empeñado… (la miró)… No me fio del banco… mañana alcachofas, pasado tomates… ¡uf qué calor en el campo!»
No pude leer más y seguí a fijar la mirada en la nube de un joven con barba bien afeitada y traje, en la que leí:
«… lo conseguí… voy a ser presidente… y mi padre que pensaba que era tonto… ¡La virgen!… Orenes… tú presidente… Estos de Queremos asustan tanto… ¡comunistas!… Mi hijo me verá en los papeles… este traje no me sirve… ¿llevaré banda? ¡Jódete Rafael!… Si Pablo cree que me voy a quitar después… tengo que hablar con el juez… este verano velero… ja, ja ¿me imputarán por quitarle el bocadillo a juanito?… la memoria histórica ¡me parto!…
Estaba intrigado con el chico cuando se le apagó la nube al entrar saludado por los guardias en San Sebastián. Me empezó a rondar una idea que no vi en mi cerebro en letras sino en imágenes: Si yo veía las nubes de los demás ¿estaría alguien de los demás viendo la mía? Si así fuera, sabrían que me estaba enterando de todo el pensamiento de este joven. No me dió tiempo, me derribaron y esposaron. Un señor que pasaba leyó en mi nube:
«…la cagaste Burt Lancaster, sí que las leen»