Mis desencuentros con un premio nobel


11 Sep 2011

Hoy conmemoramos un hecho tremendo: el 11 de septiembre de 2011. Día conmovedor por ser el décimo de uno de esos “september eleven” de nuestros pecados (La Diada, el asalto a La Moneda y el padre lógico de todos ello, el ataque al WTC). No fui contemporáneo de la entrada de las tropas de Felipe V en Barcelona aquel día once de septiembre de 1714, pero sí de los otros dos. También hoy, un reportaje sobre los acontecimientos incidía en el problema de la tendencia a la procrastinación de todos los dirigentes para luego imponernos, al calor de los hechos, “Pratriot Act” o guerras de Iraq con las que echar un nuevo lazo a la soga de nuestro cuello. Es la dulce decadencia que rechaza a todos los aguafiestas que avisan de la necesidad de anticiparse a los hechos cuando se gestan.

Por eso, me sorprende que el siempre sensible e inteligente Mario Vargas Llosa, tan admirado por tantas razones, de nuevo patine ideológicamente. Dice nuestro hombre: “No hay que engañarse: no hay otra solución. El mal está hecho y ahora sólo cabe corregirlo, atacando la raíz”. Eso sí, a la raíz, duro con ella, a las causas y los causantes no, dulzura con ellos. Porque, como dice Mario, “Lo peor es que la situación actual es propicia para que germine la demagogia y la sinrazón del eslogan, el lugar común y el estribillo prevalezca sobre las ideas y el análisis realista» e insiste: “No hay que rendirse a los mercados” es una frase acomodaticia que circula últimamente por doquier”. Es decir, ahora toca realismo. Conozco la palabra, quiere decir “hay que rendirse a los mercados”. Parece mentira que el fabulador recete realismo. Obviamente el realismo es muy necesario, pero no cuando el desastre llega, sino mucho antes, cuando se gesta. Hay que rastrearlo en los actos inocentes, como en los chistes racistas que anticipan el racismo puro. Recomendación que nunca olvidaré me hizo (lo leí en un periódico) el propio Vargas Llosa. Pero no acaba aquí la cosa, encima ironiza y dice: “Tampoco hay que rendirse a la ley de gravedad, por supuesto, y rebelarse contra ella ha dado algunos excelentes poemas. Volver la espalda a los mercados, me temo, no producirá buena literatura, pero sí, es seguro, empeorará la crisis y acabará por destruir todo el progreso económico alcanzado por los países europeos en los últimos años”.

No se trata de volver la espalda a los mercados, sino ponerlos en su sitio y eliminar alguno que otro. Porque si se acepta que el dinero es un medio y no un fin, debería considerarse patológico un mercado como el de derivados en el que se está tan lejos de los factores productores de vida digna para las personas. ¿No se abolió la trata de esclavos? Seguramente muchos predecesores practicantes del realismo les parecía una barbaridad hacerlo. Algo así como no rendirse a la ley de la maldad. Con franqueza me gustaría verle en otra tesitura, no la de negar la realidad, sino la de cambiar aquello que no es ley natural, sino ley de los hombres para ayudar a una vida mejor. Ya sé que para un escritor es un problemas que no haya tragedias, como para los trasplantes son un problema que desciendas los accidentes de carretera. Pero no se preocupe, el ser humano es tozudo y seguirá produciendo materia para la ficción. Incluso para la buena ficción como es la suya, admirado Mario.

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