Sí hay palabras


En el paraíso debía ser difícil expresarse, pero fácil poner nombres, pues nada lo tenía. Adán y Eva no podían discutir. Por eso Bob Dylan, quiero decir Adán, cuenta el Génesis, puso nombre a los animales. «A ti te llamaré León (Lävï en hebreo)», dijo Adán, manteniendo una prudente distancia. Dios se ocupó de nombrar a los ángeles, supongo.

Desde entonces se han sumado miles de palabras. El diccionario del español tiene unos cien mil términos que se han ido acumulando para nombrar hasta lo innombrable. Por eso, cuando decimos que «no hay palabras», en realidad, queremos decir que somos incapaces de expresar verbalmente nuestros sentimientos ante una situación extrema, acuciante. Hay palabras que se han acumulado pacientemente tras siglos de nominar ¾que, hasta 1970, no significaba elegir a un cantante en Operación Triunfo, sino poner nombres a las cosas¾.

Después se tomaba a préstamo de otras lenguas. Por ejemplo, «pájaro» proviene de «passer», el gorrión de los romanos; o piedra del griego «petra». Pero también la labor de nombrar se simplificaba bastante utilizando el potente mecanismo de la similitud entre las características de las cosas. Así, se pasaba de la cerda, «porca», a «porcelana» con la mediación imaginativa del sexo femenino. De «calavera» a «calzoncillo» pasando por el hueso «calcáneo». La ciencia, a veces, disfruta del privilegio de Adán cuando descubre cosas nuevas y tiene que nombrarlas. Como cuando dijo: «te llamaré quark». También, los científicos, narcisos ellos, usan sus propios nombres como «el bosón de Higgs» por Bose y por Higgs. Por cierto, «investigar» viene de «in vestigium», o sea, «estar en la pista» de algo.

Cuando se necesitó nombrar cosas que no se veían, se usó el truco de usar nombres de cosas bien visibles. Por ejemplo, a un tren de energía, que es invisible, se le llamó «onda» que proviene de su analogía con la onda del agua. También se usó «protón» que significa «el primero», por lo que, en pura lógica, al neutrón se le debería haber llamado, ¾ocurrencia mía¾ «sequón», el «segundo», pero se impuso su carácter de neutralidad eléctrica. También se cometieron errores comprensibles en la época de Demócrito, como llamar a los elementos «átomos», que significa «lo que no es divisible», cuando sí lo es ¾pregunten en Álamo Gordo por Oppenheimer¾.

Más difícil es nombrar lo que no se ve, pero se siente. Ocurre con los sentimientos, como el orgullo, la culpa, la nostalgia o los celos. En estos casos también se pide ayuda a los nombres de lo visible. Por ejemplo, a partir del griego «zêlos», que significa «hervir», nombramos los celos humanos, ese sentimiento que nos quema porque dejamos de poseer en exclusiva lo que creemos nuestro. A medio camino entre lo que se ve y lo que no, están las emociones, que se sienten internamente, pero tiene reflejo en nuestro rostro. De hecho, «emoción» significa «moverse hacia fuera». Son ejemplos, el miedo, la ira, el asco, que tienen su propia historia etimológica.

El mayor grado de dificultad proviene de las cosas que ni se pueden ver, porque no son materiales, ni se sienten porque el funcionamiento del cerebro es tan sutil y silencioso que genera espontáneamente la idea de espíritu, cuyo nombre, por cierto, procede de algo tan material como el aire (spiritus = ‘soplo, ‘hálito’). Ejemplos de estas cosas intangibles son la prudencia, la justicia, la templanza, la sabiduría, la certeza o el escepticismo. Para nombrar estos rasgos humanos se acude, con mayor razón, a lo que se ve o siente. Así, la prudencia procede del latín «provideo», que significa «ver de lejos» o la templanza proviene de «temperare» que significa «moderar la temperatura».   

Comprobamos, pues, que de la historia manan con fuerza numerosas y bellas palabras. Podemos, pues, esbozar un Breve Diccionario del Entrevistado por Sorpresa: así, ante un periodista, si hemos sufrido una pérdida material con un culpable humano, hablaremos de furia, cólera, quebranto, venganza o justicia; si el causante ha sido la naturaleza o un accidente, diremos que sentimos desolación, desvalimiento, desamparo. Si tenemos una pérdida de un ser querido, sollozaremos experimentando ansiedad, desasosiego, congoja o desgarro ¾este último, claro préstamo del mundo material¾. Si se producen muchas muertes expresaremos nuestra turbación, espanto o consternación. Si nos toca el Gordo de Navidad gritaremos que sentimos entusiasmo o euforia por la seguridad material adquirida repentinamente. Si en pleno éxtasis nos preguntamos: «¿qué es la existencia?» o si, como Dante estamos ante la divinidad, exclamaremos atónitos que somos presa de admiración, perplejidad o estupefacción. Y si, finalmente, nos inquieren por la política, gritaremos indignados que sentimos vergüenza ajena, turbación, bochorno y… mucha, mucha preocupación.

En definitiva, que sí hay palabras, solo hay que leer un poco, queridos.

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