Estos días se celebra el décimo aniversario de la crisis conocida oficialmente como la de 2008. Sin embargo, para mí empezó un año antes, pues en el funeral de la madre de una persona muy conocida de Murcia, tuve una conversación con un alto directivo de una caja de ahorros, que ya no existe, que me explicó lo que venía a partir del timo que se había montado en Estados Unidos con las hipotecas subprime concedidas a deudores, que ya se sabía que serían insolventes. Aquella crisis fue consecuencia de la imaginación puesta al servicio de la codicia y de la confianza puesta al servicio de la complicidad. Los imaginativos eran los financieros que diseñaron los productos complejos modelo «Tartufo» que escondían en la brillantez de su envoltura algorítmica un oscuro agujero lleno de nada. Los cómplices fueron todos aquellos que al frente de entidades de garantía (las agencias de rating) o al frente de bancos centrales y de comisiones de control de mercados convirtieron la confianza depositada en ellos en criminal colusión con los estafadores. A los políticos los dejo al margen pues no tienen ni idea. Así, entre los nuestros, mientras uno decía: «el milagro soy yo», refiriéndose a la burbuja, otro aceptaba su ignorancia, tanto en temas económicos como educativos: «Esto te lo enseño yo en cuatro tardes».

De aquella crisis se salió con la aceptación «humilde» de los ultra liberales de ingentes cantidades de dinero público. «Viva el comunismo» debieron pensar, pues, cuando la cosa va bien no pagamos impuestos y cuando va mal nos dan el dinero de los impuestos de nuestros empleados para que podamos escapar a las Bahamas con el botín. Una generosidad pública que llega a la inmolación pues los países que no tenían dinero, se endeudaron para poder hacer frente al agujero que habían dejado lo brillantes CEOs del mundo (CEO es un acrónimo aceptado por el papanatismo linguístico que significa Chief Executive Officer. Algo así como «el jefe»). Ahora hay en España CEOS por todas partes. El CEO de verdad, el de una gran compañía, es un jeta que puede cobrar millones de euros al año y que se retira con muchos más millones cuando la lía, porque su contrato ya incluye una cláusula de indemnización con la que premiar su fracaso.

Pero, cuando diez años después, se dice que ya se ha acabado la crisis, es una buena oportunidad para hacer balance: 1) Los estados que sanearon bancos con dinero público están más endeudados que entonces; 2) los creadores de la crisis dan conferencias con sus ganancias a buen recaudo, después de decir ante el Congreso de los Estados Unidos que lo que hicieron fue inmoral, pero legal. Algo así como «se siente, pero sois unos pardillos». Lo que es de aplicación a las agencia de rating que repartían avales triple A sin mirar los papeles y 3) los ciudadanos de occidente han visto como el modelo de sueldos se ha vuelto asiático con la excusa del ahorro, como preparación para un mundo en el que la robótica va a hacer innecesaria a millones de personas para el gran tejido industrial, lo que generará nuevas formas de economía humilde para sobrevivir en las capas bajas de la sociedad.

Y no se ha aprendido nada, pues de la refundación del capitalismo, que dijo solemnemente Sarkozy, hemos pasado a una nueva juerga en la que el dinero es absorbido por mecanismos nuevos y sutiles y repartidos entre los CEOs de nuevo cuño sin que los estados sean capaces de resistir la presión de los lobbies financieros. Dinero que alcanza ya cifras desestabilizadoras (la mitad de la riqueza mundial y buena parte de la renta generada cada año) y que, en vez de volver al circuito productivo, se estanca en paraísos fiscales o se consume en la industria del lujo. Y a todo esto añádase que las fuerzas que pugnan por extraer rentas de la gente siguen exprimiendo el limón aprovechando las oportunidades de forma diabólica: así A) el low cost que ha producido 5 millones más de millonarios explotando los bajos salarios que la salida de la crisis pareció justificar y B) los nuevos mecanismos de seducción de la codicia del pobre que se ofrecen de forma obscena en las televisiones y radios de todo el mundo. Así, aprovechando la telematización universal, ya se puede apostar o comprar productos financieros en el baño de tu casa (alquilada). Como consecuencia, millones de pobres concentran el poco dinero que tienen individualmente en las manos de los pocos creadores de estos productos, que eluden los mecanismos locales de control (incluso aunque fueran diligentes). Por supuesto que tendremos noticias del 0,1 % de agraciados para que sigamos traspasando los ahorros esperanzados en salir, al menos nosotros, del agujero. Agujero que, hay que reconocerlo, cada vez es más entretenido gracias a las pantallitas de colores. ¡Ah!, mientras tanto, la política en vez de aclarar las cosas se dedica a confundirlas explotando la frustración de la gente en forma de populismos nacionalistas y xenófobos, mientras el contrato leonino de las eléctricas sigue vigente. Lo hacen para que los CEOS les den empleo cuando un vendaval electoral los mande a casa. Obviamente, la solución a todo esto es la virtualidad creciente, el nuevo opio del pueblo, que diría Groucho.

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