Esta mañana en una noticia se han reunidos dos comportamientos dignos de reflexión. La compañía Ikea ha lanzado un catálogo especial de sus productos para el hogar destinado a judíos ortodoxos. En él no aparecen mujeres, ni niñas. Sólo hombres y niños. La razón ha sido que la comunidad ortodoxa estaba escandalizada con los catálogos estándar mostrando familias con padre, madre e hijos. El primer comportamiento a analizar es el de esta gran compañía internacional que se adapta tan bien a las necesidades de sus cliente. Lo que no nos sorprende viendo como otras grandes corporaciones aceptan la censura en China o ceden datos a los gobiernos. ¿Que quieren un catálogo ortodoxo? ahí está. ¿Qué eso refuerza la posición de sumisión de las mujeres en ese morboso mundo de la ortodoxia judía? pues, ¿y qué? ¿Quiénes somos nosotros para interferir en la cultura de una comunidad?. De hecho la declaración de la compañía fue: «permitir también al público religioso y ortodoxo disfrutar de los productos y soluciones de acuerdo a sus costumbres y estilo de vida«. Como se puede ver un respeto indigno de respeto. Este concepto de cultura basada en el número de los que practican la conducta es etnográfico, de museo. La falta de compromiso de las grandes corporaciones con determinados valores trascendentales es una calamidad para la humanidad. En una escena de El Padrino un actor justo antes de disparar a la cabeza de un contrincante le dice «no es nada personal» aunque quizá en la versión original la frase fuera «it’s business». Sea como sea, aunque los relativistas rechacen el concepto mismo de valor o de ética, es fácil convencerlos de que hay un puñado de valores fundamentalmente humanos que aprecian hasta ellos y, desde luego, respetar a la mujer está entre ellos. Como lo está el rechazo a la ablación o la tortura. El ser humano individual debe ser respetado más allá de cualquier consideración en su integridad física y psíquica. Ninguna «cultura» que viole esta elemental ley de la humanidad puede reclamar respeto para sus especiales formas de entender el mundo. Y esconder a las mujeres es una violación imperdonable y muy poco ortodoxa hoy en día. No es Ikea la única, pues nuestra españolísima Zara ha pedido perdón a la comunidad ortodoxa por mezclar en su prendas algodón y lino, lo que entraría dentro de las excentricidades culturales que se pueden aceptar, pero que es el comienzo de la pendiente que lleva, como dijo Thomas De Quincey en versión libre «del asesinato a la impuntualidad».
Pero si la empresa no ha encontrado la forma de rechazar, incluso como clientes, a esta extraña cultura en la que la mujer no existe nada más que para el goce clandestino de los varones, qué decir de los propios judíos ortodoxos que la viven y alientan. Que nadie pierda el tiempo buscando antisemitismo aquí, pero es realmente descorazonador que de las catacumbas de los tiempos del patriarcado bíblico perviva una postura tan primitiva e inhumana. Los judíos ortodoxos representan el 10 % de la población israelí pero su presencia política se hace sentir en la gobernanza del país dada la fragmentación del Knéset (parlamento israelí). Los hasidis proceden de la diáspora de la Europa Oriental y son un lastre para cualquier acuerdo con el mundo árabe que traiga la paz a quienes como los judíos y árabes tanto han sufrido y tanto tienen en común. Una pena cuando el mundo tanto tiene que agradecer a la inteligencia judía representada por tan extraordinarios, científicos como Albert Einstein, intelectuales como George Steiner o músicos como Leonard Bernstein.