09 Sep 2007
Daniel Innerarity escribió el El País de ayer (07/09/2007) un interesante artículo sobre lo que él considera despiste de la izquierda europea para promover una política genuina que aproveche los avances en tecnología y su correlato principal: la globalización. En ese escrito, que tituló «Salir del pesimismo», le reprocha no saber abandonar una actitud reactiva ante el optimismo de la derecha al mostrarse sin complejos entusiasmada con los avances y los destrozos del desarrollo. El ejemplo de este optimismo sería, para él, Sarkozy Por eso es oportuno recordar que, en la misma línea, un asesor (de izquierdas) del presidente francés le ha presentado un informe en el que, entre otras cosas, fundamenta, para más confusión, la actitud de la ciudadanía francesa (vgr. el «no» a la constitución europea o su resistencia a la globalización) en la doctrina católica (versión de bolsillo del modelo Weber). Estos dos textos presentan un mismo argumento que se puede resumir en tres pares opuestos: eficacia – compasión; innovación – paralización; riqueza – injusticia. Según parece el discurso de la izquierda es que hay que paralizar el progreso tecnológico por compasión y justicia.
Y el discurso de la derecha sería que es necesaria la innovación para que aumente la riqueza aunque resulte de una eficacia que hiele el corazón. En una lectura de estos pares la izquierda sería reaccionaria al poner el énfasis en el miedo a la innovación, mientras que la derecha sería inmisericorde al poner el énfasis en la eficacia sin medir sus efectos. Es decir la una sería reaccionario y la otra progresista, invirtiendo los polos del habitual maniqueísmo. Naturalmente hay un juego perverso de palabras pues se trata de progreso material y no de progreso humano del que se habla. Veamos las cosas que no se pueden negar en el lado diestro: la innovación es buena y más aún a nivel planetario; y en lado siniestro: la justicia y la compasión son el fundamente de un mundo mejor. Este planteamiento en el que se cruzan las posiciones provoca algunas preguntas y afirmaciones de lo que de valioso o rechazable hay en cada postura: ¿Cómo afrontar la paradoja de que la innovación trae salud y bienestar potencial y al tiempo el crecimiento de la población favorece el empobrecimiento de áreas completas del planeta por la incapacidad de aplicar la innovación tecnológica en la distribución de alimentos?. ¿Cómo negar la insoportable necedad de fabricar continuamente artefactos banales crecientemente sofisticados y afectados por la moda mientras no se puede beber agua saludable por parte de millones de personas? ¿Es sostenible la actitud de nuevos luditas que rechaza la capacidad del hombre para crear factores de mejora material que se atribuye a la izquierda?, ¿Hay que resignarse a la actitud de los nuevos maquiavelos que rechazan la justicia y la compasión como estorbos que genera una antigualla denominada ética?.
Por un camino iríamos a la catástrofe tipo I (de izquierda) por incapacidad tecnológica para alimentar, vestir y sanar y, por el otro, a la catástrofe tipo D (de derechas) por explosión de ira o emergencia abrumadora de masas de los agujeros profundos a la luminosa superficie del derroche. En un caso, la catástrofe se produciría en medio de una orgía de compasión inútil o simplemente formal (impuesta por la doctrina) y, en el otro, en medio de una eficacia frígida que deshumaniza tanto a los despistados ciudadanos consumidores como a los avispados gestores. ¿Se puede pedir que pare la máquina tecnológica? o ¿cómo se puede utilizar esta máquina para la más absurda producción de armas?; ¿Cómo se puede impedir o desear que el planeta se cubra de una red de comunicaciones casi instantáneas? o ¿cómo se puede considerar estimulante que haya sueldos anuales de directivos de 200 millones de dólares o fortunas que coinciden con la riqueza de algunos países?; ¿Qué alternativa hay al conocimiento y su aplicación inteligente? o ¿Qué mérito puede justificar que la indemnización de despido de un directivo español sea de 100 millones de euros?; Estas dudas retóricas se explican por la compasión para la actitud de la izquierda y, en el caso de la derecha, la explicación la proporciona la sacrosanta naturaleza del mercado. Y las dos posturas se producen cuando sabemos que el mundo es una red causal en el que no hay milagros basados en los deseos, pero que el mercado actual no es más que una versión histórica (casi histérica según las declaraciones de algunos) de las muchas posibles. Hay que comprender que la izquierda está seducida por los fines y la derecha por los medios. Lo que es correlativo con la curiosa circunstancia que en la derecha, donde abundan los creyentes, actúe como si hubiera que disfrutar vorazmente un mundo que se acaba, mientras que la izquierda, donde abundan los descreídos, actúa mirando a horizontes más lejanos que su propia trayectoria vital.
Tal parece que se tratan de compulsivas posiciones parciales que sea necesario conciliar en una hercúlea acción de futura persuasión. Se trataría de conseguir que los medios se pongan al servicio de los fines. Para eso es necesario que los partidarios perezosos de los fines reconozcan la necesidad de la racionalidad de los medios para evitar las pesadillas bien intencionadas y que los partidarios codiciosos de los medios reconozcan la necesidad de servir al ser humano y no a lo que le inspira sus momentos más dementes.Ante la propuesta de salir del pesimismo no se puede ofrecer una «salida del optimismo», pues eliminar las referencias para la acción es irracional. Quizá, entre el progreso (se lo atribuya la izquierda o la derecha) y la reacción o regreso (que se imputan una y otra mutuamente) la actitud prudente sería la de «agreso». Este término es un neologismo que se postula para nombrar una actitud de expectativa tensa ante la paradoja que produce comprobar que el «progreso» basado exclusivamente en lo material hace daño a seres concretos en nombre de un futuro desconocido (argumento de todos los totalitarismos) y el progreso basado exclusivamente en el logro inmediato de la justicia cierra las puertas a cualquier posibilidad de afrontar los retos de la complejidad actual (argumento de todos los milenarismos). Debemos ser capaces de no sentirnos necesariamente progresistas de lo tecnológico o de los moral, sino responsables de nuestro mundo ahora e, incluso, para cuando hagamos honor a nuestra condición de seres humanos incorporándonos al humus enteros o pasados por la pira. Esta actitud reclama a la derecha que haga del poder tecnológico una herramienta para la salud y paz planetaria. No para el embrutecimiento sofisticado de lo virtual mientras se acuartela en sus provocadoras urbanizaciones a la espera de otra vida en la que también habitarán las nubes más extensas y lujosas gracias a sus sicóticas gestiones espirituales. Igualmente, la actitud de agreso, reclama a la izquierda que su renuncia a una inmortalidad transmundana le dé la energía para afrontar el reto de diseñar y aplicar una política en la que el conocimiento humano, tanto científico y tecnológico como filosófico, se aplique eficazmente conforme a sus compromisos de justicia, pero sin acomodarse en la poltrona moral emitiendo tibios quejidos mientras disfruta de los logros materiales de la derecha.