«Es la economía, estúpido! Este fue el grito de guerra del presidente Bill Clinton en su campaña a la presidencia de los Estados Unidos en 1992. Tuvo éxito y gobernó ocho años con aciertos y grandes errores (y no me refiero a su vergonzoso episodio con Monica Lewinsky). Su gran error fue derogar en 1999 la ley Glass-Steagall de 1933 que controlaba el comportamiento de la banca y que había surgido, precisamente, para evitar los comportamientos lunáticos de los bancos que acabaron produciendo la  Gran Depresión de 1929 y acabaron con la Gilded Age, la de la prohibición del alcohol, el charlestón, el ragtime y la juega permanente del Gran Gatsby.

Clinton viene a colación porque, junto con su colega de posición ideológica Tony Blair, pertenecientes ambos, de algún modo a la socialdemocracia anglosajona, perpetraron la demolición de los fundamentos de las posiciones llamadas progresistas provocando el actual desastre de la izquierda europea y los disparatados criterios con los que las clases bajas y medias eligen a sus dirigentes últimamente.

El cero absoluto es un estado de mínima energía. Pero conviene saber que eso rige en nuestro planeta pues la materia que tenga prácticamente paradas su moléculas al alcanzar los -273 ºC, de hecho contempladas desde otros sistema están en movimiento relativo. Viene a cuento de que la estructura de nuestro universo, más que «odiar» el vacío, no es compatible con el reposo, tanto en términos físicos, como, hablando de forma figurada. Es decir cuando en asuntos de conocimiento social hablamos de un punto de apoyo absoluto, sabemos, o deberíamos saber que ese punto de reposo es una parada no menos convencional que las hora, minutos y segundos con los que enmarcamos nuestra actividad. Detrás de toda decisión política hay un trasdós económico. Hoy en día la economía se ha vuelto compleja y dinámica porque se cuenta con las herramientas para hacerlo así. Por eso se globalizado y, por eso, es más vulnerable.

LA SOCIALDEMOCRACIA

Si la socialdemocracia quiere encontrar un punto de apoyo convencionalmente absoluto, debe practicar una cierta antropología renovada que elimine algunas ideas desgastadas por el uso u oxidadas por el abandono. Una antropología moderna incluye:

  • Un ser resultado de la evolución no intencional de la naturaleza
  • Un ser, cuyo órgano rector gobernó, primero, lo instintos, después la emociones y, finalmente, la conciencia y el pensamiento formal.
  • Un ser que, probablemente, guarda en su profundidad los reflejos y hábitos de nuestros antecesores cazadores y recolectores de hace 600.000 años. Téngase en cuenta que el hombre empieza a construir sociedades urbanas hace «solamente» 10.000 años.
  • Un ser cuyo comportamiento diferencial está configurado genéticamente con una probabilidad entre el 10 % y el 75 %.
  • Un ser cuya actividad ha generado instituciones productivas extraordinariamente sofisticadas gracias a un impulso individual, a la recepción mayoritaria y siglos de afinamiento intuitivo por ensayo y error, compitiendo con las pretensiones de planificación organizativa para estabilizar los logros.
  • Un ser que ha creado una extraordinariamente placentera esfera cultural en base a dos objetivos implícitos: aprender y disfrutar contando con un relato de su origen y propósito, además de vivir mil vidas en la ficción de las artes literarias, plásticas y escénicas.
  • Un ser que ha creado un asombroso sistema siempre provisional llamado ciencia, que le ha permitido a una velocidad creciente interrogar a la naturaleza y modificarla mediante la producción artificial de artefactos crecientemente inteligentes.
  • Un ser que ha ido más allá de los relatos míticos y de las aserciones científicas, para generar un modo de reflexionar sobre la existencia crecientemente devastador en las creencias de la primera hora y con una mirada lúcida en su relativa madurez, que trata de encontrar un sentido propio al sin sentido originario.
  • Un ser que, tras los grandes sistemas racionalistas, ha puesto los pies en tierra, al menos en algunas de sus élites intelectuales, para mirar con sospecha a la razón y al entendimiento, sin dejar, obviamente, de utilizarlos para una mirada crítica y e interrogante de la naturaleza, de una forma menos ingenua aceptando sus leyes, no como una pasajera carga de la que liberarse al morir, sino como la fundamental estructura, siempre presente, tanto en su efectos más obvios (gravedad o inercia), como en sus manifestaciones en las creaciones sociales a través de la compleja realidad humana.

Si esto es así, no hay aportación inteligente que descartar sin un examen cuidadoso. Y, puesto que estamos en una época en la que, al contrario de lo que ocurría en tiempos tan próximos como el siglo XVIII, cada uno se guarda sus creencias, por disparatadas que sean, para sí, y sólo se discuten aquellos puntos de vista en las que todos somos afectados: es decir, en la política, como capa interpuesta entre nosotros y la administración de la realidad física y virtual que es la economía.

El argumento del derrame de riqueza desde las capas más ricas de la sociedad hacia la más pobres gracias a la desigualdad necesita ser justificado, filosóficamente o empíricamente. Empíricamente ya hay respuesta: en tiempos de expansión todos se benefician, pero con diferencias obscenas y en tiempos de contracción sólo los pobres se perjudican. Que la competencia genere riqueza, ya sea por obligar a ser capaz de ofrecer mejores productos a precios iguales o iguales productos a precios más bajos, pero que la desigualdad genere prosperidad tiene que ser demostrado porque no es evidente y la experiencia lo niega.

Advertidos por Berlin sobre los defectos del ser humano de 1) imponer a otros la «verdadera» libertad y 2) ser capaz de racionalizar la opresión llamándola libertad; advertidos por Sowell de que, desde la cuna, los seres humanos son llevados o hacia la convicción de que el mundo no tiene remedio, o a la convicción de que cabe la reforma social, hay que aceptar que el camino de la liberación y la justicia social pasa por la persuasión tensa entre estos dos polos, a los que el desarrollo de la historia irá dando la razón alternativamente, pues sus propias acciones u omisiones cambiarán su curso. Alternancia que se dará por pretender alguna de las partes llevar su creencia al extremo donde le espera la demencia. Ese estado de ánimo del que se suele salir usando la violencia porque no se soportará el reproche de la realidad, como nos ocurre cuando somos niños. La opción política que consiga evitar la demencia que habita en el dinero o la demencia que habita en el poder nos dará tiempos de paz social. Pero, ahora, más que nunca para ese propósito se necesita acumular mucha información sobre lo ocurrido, mucho conocimiento para interpretarlo y mucha prudencia para activar políticas correctoras. 

Los desarrollos académicos tienden a encontrar la coherencia y sus aplicaciones la incoherencia. Dado que el planteamiento teórico no está continuamente siendo corregido por la realidad, la aplicación práctica no está continuamente afectada por la teoría, pues está más presente las infinitas combinaciones de circunstancias que la corroen. Si a Karl Marx se le atribuye la desviación hacia el genocidio grosero de cárcel, tortura y deportación o muerte, al neoliberalismo se le puede atribuir la desviación hacia una sacralización de la libertad económica que lleva a desigualdades insoportables en una sociedad justa. En un caso, los pobres lo son a cargo del Estado y en el otro, simplemente, están dejados a su suerte. Si al marxismo se le puede atribuir que el mero concepto de «dictadura del proletariado» ya implica un proceso de reeducación forzada inhumana, al neoliberalismo se le puede atribuir que su convicción teórica de que el mecanismo ciego del mercado no puede ser alterado, implica que la mayoría de la población mundial debe resignarse a una vida de pobreza y marginación.

La humanidad ya viene equipada con un sentido claro de la libertad y la justicia. No es necesario engañarla con la falacia de que la desigualdad es la fuente de riqueza para todo aquel que combata en el mercado, ni reeducarla para que comprenda que, sean cuales sean las formas de generar riqueza, ésta ha de repartirse de forma injusta. Falta una teoría del mérito que incluya otra de la redistribución. Un presidente de una gran compañía o un accionista temerario, que ganan mil veces lo que sus empleados no reúnen el mérito para esta situación, aunque la mecánica de adquisición haga pasar provisionalmente el dinero o la riqueza por sus manos. La actual tendencia al «low cost» en los productos y servicios son uno de los últimos malabarismos del sistema de acumulación de capital. En este caso se utiliza la tecnología para crear igualdad social, basada en el diseño o la virtualidad, que atemperar la injusta distribución de la riqueza. A la sociedad en su conjunto le interesa un sistema de generación de riqueza eficiente, pero en absoluto una mala distribución de la riqueza que provoque la generación de una industria del lujo en vez del impulso a la reinversión y la investigación de los problemas que genera la propia producción sobre el planeta. Quizá, en este punto esté la clave. El reparto del dinero acumulado en pocas manos entre la población mundial es absurdo pues disuelve en poco tiempo todo el esfuerzo colectivo. Ejemplos se dan en la reseña del libro Choose Freedom de Roy Hattersley, pero sirva esta muestra: el último informe Oxfam destaca que 62 personas poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial (3.500 millones de personas). Pues bien, el 1,8 billones de dólares que poseen los 62 billonarios más ricos del mundo, según la lista Forbes, repartidos entre los 3.500 millones suponen una aportación de 500 euros de una sola vez. Parece más razonable utilizar ese dinero para estrategias humanas y humanitarias más eficaces.

Hayek y sus discípulos desconfían de la democracia, porque una mayoría puede arrebatar el botín que los ricos han conseguido en el mercado. Pero, si considera que el mercado es la única forma justa y moral de distribuir la riqueza, es un ingenuo, porque la herencia como sistema de conexión entre generaciones puede perpetuar en un sistema sin impuestos el monopolio de unas cuantas corporaciones de ámbito mundial, que poseerán, además ejércitos privados. No digamos si Peter Thiel y Google consiguen su propósito de inmortalidad. La pulsión de los ricos por ser inmortales va a ser tan fuerte que intentarán que nos gobierne una gerontocracia mercantil.

La socialdemocracia ya nació en tierra de nadie ideológica entre el marxismo y el capitalismo. Todavía en los años noventa pensaba ser una «tercera vía», pero ya no como opción ideológica, sino como opción pragmática dispuesta a redistribuir los beneficios del capital, pero que dejaba intacto al sistema. Hoy en día, cuando la última crisis ha golpeado, no ha sido capaz de sacar réditos del desplome moral del capitalismo financiero y ya no es mirada con confianza por los electores de forma masiva como antaño. Entre tanto está siendo minada por el movimientos de los comunes que tratan de encontrar un vía de administración de los beneficios alcanzando el poder y distribuyéndolo a una ciudadanía supuestamente más inteligente, formada y responsable. No sé si siquiera un líder carismático podría salvarla momentáneamente, pero, para el largo plazo, se ha quedado sin combustible ideológico, pues ni moviliza, ni promete algo distinto de lo que ya hemos tenido en los últimos treinta años. Al contrario, puede ser tachada de conservadora por los neoliberales que llegan cargados con una promesa antigua que, por haber permanecido oculta debajo de la supuesta primacía moral de la izquierda, sabe a nueva: «sólo si les va bien a los ricos, le irá bien a los pobres«. Nunca la sociedad europea ha sido más próspera de forma generalizada como entre los años ochenta y dos mil. Un período comprendido entre el euroentusiasmo y el euroescepticismo. El primero fue gestionado por la socialdemocracia y el segundo por el neoliberalismo.

LA INTANGIBILIDAD DEL MERCADO

Tiene sentido que la humanidad acepte la leyes naturales con sus correlatos de respeto al medioambiente, pero no tiene ningún sentido someterse a supuestas leyes telúricas, como las del mercado, cuando son resultado de decisiones interesadas. Sí tiene sentido reconocer que la imposibilidad de controlar todas las variables en juego (de momento) entreguen al mercado la fijación de precios, pero, en ningún caso, prescindir de la corrección ponderada de sus efectos negativos. Hay que tener en cuenta que se entrega al mercado en competencia la fijación de precios porque la capacidad formal de establecer los costos de un producto, más un determinado beneficio para el resto de costos de la empresa y estímulo de sus accionistas, no puede tener en cuenta la multiplicidad de variables relacionadas con los deseos de los seres humanos (de momento).

Un grupo de hombres se ponen a producir. Cuando acaban ¿qué ley moral o lógica les va imponer un reparto desigual? Puede ser inteligente reconocer que el ser humano se estimula por el reconocimiento de sus méritos diferenciales, pero es completamente absurdo que una especie se niegue a sí misma el derecho a disfrutar de una condiciones de vida dignas como resultado de su trabajo e inteligencia y que, dejando un margen para estimular la acción, destine todos los esfuerzos diferenciales a los graves problemas que lo acucian a nivel planetario.

Es un extraño resultado del mercado ampliado al pago de salarios que los que mayor beneficio saquen de los resultados sean los gestores, dejando de lado a la inteligencia de los científicos, la entrega de profesores, fuerzas de seguridad, servicios de extinción de incendios, doctores, enfermeras, etc. ¿Cómo ha sido posible que durante un tiempo se haya considerado una ley natural la acumulación sin límite del tremendo poder que da el dinero en una oligarquía de decadentes aventureros. Nada habría que objetar a esa distribución si los afortunados cresos dedicaran esas fortunas a resolver los graves problemas de la humanidad, en vez de al lujo crecientemente caro y a la evasión fiscal.

La justicia social es una intuición sin concepto tan básica como no dañar o matar. Tradicionalmente ha habido tensiones entre dueños y servidores que han sido neutralizadas con pequeñas o grandes represiones facilitadas por el hecho elemental de que siempre es posible garantizar a una parte de la población un cierto privilegio a cambio de situarlos como capa intermedia de protección de la acumulación. Pero el que vive en malas condiciones no necesita elaborados argumentos para su reivindicación, aunque raramente ha pasado del motín a la revolución y, no digamos, del desahogo de la revolución a la estabilidad de un régimen capaz de mantener un ojo en la vida digna y otro en las necesidades de investigación de los problemas estratégicos y conservación del planeta . Por eso es tan complicado el problema de cómo estabilizar una situación de desorden social mediante un Estado, pues cada cambio social ha traído su propio sistema de explotación desde el feudalismo al comunismo. Del capitalismo habría que decir, hoy por hoy, parafraseando la conocida definición de democracia que es el peor sistema «si se quitan todos los demás». Pero reconocida su eficacia de producción, es necesario corregir su defectos de distribución de los resultados del esfuerzo conjunto.

LIBERTAD E IGUALDAD

Si la socialdemocracia quiere tener opciones debe rescatar a la doncella de la libertad de las garras del neoliberalismo. La justicia social no tiene por objeto dar cobijo y alimentar a la gente sin que tenga oportunidad de escoger acciones y pensamientos. Por eso hay que armonizar la tarea de aumentar la igualdad a la de su valor en conflicto: la libertad. Para armonizar la libertad y la igualdad el programa tiene que ser crear las condiciones para que la libertad pueda ser ejercida, ya sea eliminando restricciones o aportando recursos. Es decir, para que, estando todos los miembros de la sociedad protegidos de las eventualidades de la vida ajenas a sus capacidades individuales, sea posible que cada uno despliegue sus deseos y capacidades idiosincráticas sin más límites que el daño a terceros recibiendo una recompensa diferencial que, premiando su mayor contribución, permita destinar el resto a la financiación de las empresas o a la mejora de los problemas generales de las instituciones. Y, más allá, probablemente sea necesario un grito de «austeridad para todos» si se quiere conservar el planeta hasta que se encuentre la posibilidad de hacer compatible determinados juegos consumistas con la racionalidad ecológica.

Hayek rechaza la existencia de libertades (en plural) y lo hace con el argumento de que sólo hay una libertad y que el resto de propuestas son, en todo caso, derechos. La libertad de hacer cosas no es, para él, una libertad por extraño que parezca. La diferencia entre la libertad negativa (natural) y positiva (artificial) propuesta por Isaiah Berlin, no es otra que, en el caso de la primera, se requiere una base física, emocional y cognitiva, mientras para la segunda se precisan, además, medios materiales. La primera hace posible ejercer los derechos civiles, políticos y económicos, mientras que la segunda hace posible a la primera, pues ninguno de estos fines puede llevarse a cabo sin medios materiales que permita su adquisición. La primera explica la acción de las sociedad civil y la segunda la acción del estado. La libertad positiva expande la libertad negativa. Ambas tienen su cara benigna y maligna.

Si intervenir fijando precios máximos para un arrendamiento es una interferencia no legítima en la competencia del mercado, ¿por qué los defensores de tal libertad tienen la extraña tendencia a tolerar el monopolio y el cartel? ¿Por qué el estado no puede intervenir en el primer caso y lo hace arrastrando lo pies en el segundo, poniendo multas que producen la carcajada de los sancionados?

Los defensores de la libertad negativa sin restricciones en el plano académico saben que es una sustancia conceptual aislada «químicamente» que, al no estar mezclada con otras acentúan sus efectos más corrosivos, como la acumulación de riqueza y poder con su correlato la pobreza y la paradójica sumisión . Del mismo modo que el concepto de igualdad aplicado en su forma «químicamente pura» corroe la motivación y dificulta la expansión del talento. La libertad negativa sin moduladores lleva a la servidumbre económica y política y la libertad positiva sin contrapesos lleva a la servidumbre política y económica. En un caso, el poder económico concentrado genera la corrupción del estado, primero, y la tiranía corporativa después. En el segundo caso, llega primero la tiranía por el empeño del gobernante en imponer por la fuerza su utopía igualitaria y, después, la sumisión económica por el enervamiento de una sociedad que no reconoce ni premia las diferencias individuales de talento y trabajo.

Hayek propone una única libertad, pero trata de deslegitimar cualquier pretensión de hacer traspasos de recursos de los que acumulan, usando o abusando de las reglas del mercado, a los que son despojados. Berlin acepta este tipo de libertad, a la que llama negativa, pero denuncia la corrupción del concepto de libertad que supone pensarse libre cuando se aceptan las ideas de un grupo sectario que las impone de forma más o menos sutil, considerando al individuo como un menor de edad que no sabe lo que le conviene. Este tipo de tiranía basada en una supuesta autonomía preocupa tanto a Berlin (era la época de las grandes tiranías modernas) que se le escapa la libertad potencial que reside en las amplias capas de la sociedad que no tiene recursos por los «defectos» de los mecanismos de mercado. De ahí la propuesta de tres tipos de libertad que hacemos a continuación:

  • La libertad negativa es elegir sin restricción externa entre medios y fines posibilitada por los propias dotes o recursos materiales y económicos a disposición de cada individuo. Se nutre de las capacidades naturales y la explotación de los mecanismos del mercado. Es posible en ausencia (-) de restricciones premeditadas de otros. En su versión más débil se limita a la acción física o la participación política y en la más extrema llega a la acción omnipotente y frívola que conduce a la explotación de otros y el escándalo del lujo. Los derechos civiles y la eliminación de los obstáculos relacionados con el género, sexo o raza, han expandido la libertades negativas al eliminar las restricciones a las minorías afectadas.

 

  • La libertad positiva es elegir entre medios y fines posibilitada por los recursos económicos directos (prestaciones económicas) o indirectos (prestaciones de servicios sociales) puestos a disposición por las políticas de igualdad económica del estado. Es posible en presencia (+) de recursos materiales públicos. En su versión más débil se limita al disfrute de servicios sociales y en su versión más extrema llega al abuso de los recursos públicos y a la creación de aparatos estatales abrumadores y tiránicos. Todas las políticas de dotaciones económicas o de recursos a disposición de todos para posibilitar la acción individual o las fiscales para recortar el uso irracional de grandes fortunas, permite ampliar la libertad positiva.

 

  • La libertad tóxica es elegir, como ejercicio de la voluntad propia, aquello que una secta, una ideología o religión considera que deben hacer sus correligionarios a base de técnicas de persuasión psicológica ad hoc con individuos intelectualmente predispuestos. Tiene su origen en la desconfianza en que el individuo sepa lo que le conviene. En su versión más débil se limita a la militancia política o ideológica y en su versión extrema a la total sumisión del yo a las consignas emitidas en el grupo sectario. Ejemplos de marcos tóxicos son las posiciones extremas de cualquier ideología como el considerar que sólo es legítima la libertad negativa, incluida la económica, sin moderación alguna de sus consecuencias o considerar que toda la actividad debe ser sostenida por fondos públicos. Obviamente, también lo son cuerpos ideológicos cerrados y excluyentes, especialmente los que implican para su implantación el uso de la violencia física o psicológica.

La libertad tóxica es una excrecencia de las libertades negativa y positiva. En los dos casos su hipertrofia produce monopolio del pensamiento por la vía económica, política o religiosa. «¡que me quiten todos los obstáculos a mi dominio!» y «¡que se admita mis libertad de ser esclavo!» son los dos gritos extremos de ambas libertades.

Como se puede comprobar he utilizado el carácter positivo de la libertad para introducir la fuente de libertad que es la igualdad, creando un tercer tipo, el llamado tóxico, para cubrir, la tantas veces observada, libertad de escoger la tiranía.

El tratamiento abstracto del concepto de libertad permite fundirlas en una sóla si se admite que no tener recursos económicos es una restricción que debe ser eliminada por la acción del estado con la condición de no utilizar su posición de fuerza para establecer un pensamiento unitario de carácter político, económico o religioso. En ese caso la propuesta de definición unitaria de libertad sería:

La libertad es elegir sin restricción externa entre medios y fines posibilitada por los propias dotes y los recursos económicos a disposición de cada individuo. Se nutre de las capacidades naturales, la explotación de los mecanismos del mercado o la acción correctora del Estado. Es posible ejercerla en ausencia de restricciones físicas, intelectuales o legales y es legítima siempre que no elimine la libertad de otros. La libertad permite comerciar, educarse, curarse y vivir la propia vida conforme a los propios deseos.

Hay que combatir los fundamentos de la argumentación de Hayek sobre la existencia de un único concepto de libertad (la irrestricta). Hayek rechaza todo lo que estorbe a la libertad individual, como si una acción del estado para garantizar la educación de los hijos de los pobres no redundara en la libertad de estos jóvenes. Libertad ésta sobrevenida tan genuina como la de un heredero que, sin mérito adicional, puede ir a la universidad sin ayudas externas. La libertad individual sólo se puede ejercer si uno tiene las condiciones naturales (motoras e intelectuales) y artificiales (recursos). Sí la sociedad de partida es desigual, sólo una parte muy reducida de la población podrá ejercer la libertad. No es de extrañar que esta anomalía produzca revueltas políticas o delincuenciales, de aquellas partes de la sociedad que, sintiéndose marginadas, es decir, restringidas, se niegan a aceptar las leyes que impiden su incorporación a un marco legal. Naturalmente con su reacción restringen gravemente la libertad de otros y por eso la solución hay que buscarla en la evolución pactada.

Si todos viviésemos de la renta ¿quién iba a trabajar? Si las posibilidades de ser rico (juegos de azar, dotes artísticas, trabajo empresarial) están restringidas a unos pocos, la desigualdad es inevitable y, según algunos, una condición necesaria para el funcionamiento del sistema. Si es así, habría que encontrar un punto de equilibrio entre la necesaria desigualdad y la depauperación de la mayoría. Generalmente se ha resuelto el asunto haciendo posible una clase media que reduce a muy pocos los desafectos. Pero corren tiempos en los que irresponsablemente se está empobreciendo a la clase media para crear dos polos potencialmente explosivos. Es una ley natural y, creo, que psicológica que la acción se genera en la diferencia. Por eso sospechamos que una sociedad matemáticamente igualitaria no podría funcionar bien. Pero tenemos la constancia histórica que el modelo de la desigualdad sin trabas trae sufrimiento y bloquea la expresión del talento potencial que reside en todas las clases sociales. Se impone, pues, el equilibrio pues entre estas dos formas de resolver los problemas vitales.

Una parte de la sociedad se encuentra más realizada trabajando por cuenta ajena, cumpliendo con sus obligaciones, pero esperando contar con las cobertura social que le permita mantener la salud propia y la de su familia, poder educar a sus hijos y contar con una pensión proporcionada a su esfuerzo laboral continuado. Las minorías que han poseído y poseen la riqueza nacional y, en muchos casos, viven de las rentas de capitales acumulados por sí mismos o por sus predecesores, están formadas por individuos con gran mérito porque, en general, han aportado capacidad de gestión, ambición y acierto en aquellas partes del proceso de creación de riqueza donde se dirime la propiedad de tal riqueza. Pero también, y en la mayoría de los casos, por parásitos colgados de los méritos de sus parientes o del talento de los detentadores del talento científico o artístico.

El único modo de preservar este estado de cosas es insistir en la libertad negativa, la herencia y el derecho de propiedad y herencia. En el pasado este estado de cosas provocaba diferencias sociales monstruosas. En el estado actual de la tecnología la percepción de contar con una vida buena es mayor, porque se ha puesto a disposición de la mayoría de la gente mercancías y servicios a unos precios que eran inalcanzables para ellos en el pasado. El low cost ha aumentado la percepción de bienestar, acercándo la situación al ideal de Irving Kristol expresado en su artículo de 1997 Income Inequality Without Class Conflict publicado en el Wall Street Journal. Pero, en realidad, esta situación, en la que un rico se puede encontrar con su secretaria en su restaurante favorito, ofende a los poderosos que han llegado a la convicción que grandes capitales se sustraen a los negocios al utilizarse en el bienestar social. Por otra parte, el consumo universal produce un impacto notable en los equilibrios micro y macro ecológicos. Naturalmente los empresarios que vieron en la producción barata facilitada por los avances tecnológicos (Turismo, cultura, ropa, comida) una oportunidad de negocio, lo han explotado al máximo. Así compañías de vuelo (Easy Jet), prestadoras de servicios (Amazon), suministradoras de alimentos (Mercadona) o vestidos (Inditex) etc, han puesto a disposición de millones de personas lo que antes estaba solamente a disposición de unos pocos. Lo ocurrido es que se ha conseguido una bajada simultánea de ingresos y precios en el comercio mundial y, al tiempo, una concentración enorme de la gestión para acumular grandes fortunas a partir de pocos beneficios relativos en cantidad inmensas de mercancías. Estos nuevos millonarios,  desplazaran a los que se empeñen en negocios periclitados a cierto plazo como el de los combustibles fósiles. Es de suponer que lentamente los grandes capitales se desplazarán a los negocios compatibles con el mantenimiento de la sensación de bienestar a bajo precio y el respeto al medio ambiente. Naturalmente los bajos ingresos no pueden descender por debajo de la capacidad de vivir dignamente, pagar impuestos y asegurarse asistencia social y una pensión. Paralelamente, en el otro extremo de la escala social, los impuestos deben evitar que las grandes fortunas eluden sus responsabilidades fiscales, que la inversión innovadora sea esquilmada convirtiéndose en beneficios particulares y el desarrollo de una escandalosa industria del lujo.

Otra cuestión será el impacto de la robótica sobre los puestos de trabajo y cómo conseguir que millones de personas tengan ocupación que justifique la necesaria capacidad de consumo. La tecnologías establecerá la forma en que compatibilizar el bienestar social con la salud del planeta. Mientras esto no llega, la receta tiene que ser «austeridad para todos», manteniendo bajo control fiscal unas diferencias de ingresos suficientes para mantener la sensación de que se premia la iniciativa.

Los libertarios dicen que la libertad positiva lleva a la tiranía. Es un claro ejemplo de pendiente deslizante sin mecanismos de freno. Del mismo modo, se puede asegurar por lo socialistas que la libertad negativa lleva a total exclusión social de la mayoría. ¿Cuál es el freno para evitar la tiranía? que los individuos se negarán a perder su libertad negativa. ¿Cuál es el freno para evitar la total exclusión? que se necesita a la mayoría para que consuma los productos por lo que habrá que dotarla de ingresos y respaldo en las necesidades básicas.

GRANDES REFERENCIAS

Adam Smith (1723-1790) fue un economista escocés (es reconocido como el primero en el sentido moderno del término) que en su famoso libro, El origen de la riqueza, teorizó sobre economía y su funcionamiento a partir de la libertad de mercado. Su metáfora sobre la «mano invisible» hizo fortuna. Expresa la idea de que los individuos, en la consecución de sus fines particulares, contribuyen a la creación de riqueza para todos. Sus puntos de vista están en la base del pensamiento de Hayek sobre lo impertinente de intervenir en un proceso cuya complejidad supera las capacidades humanas. La consecuencias favorables o desfavorables de una economía libre deben disfrutarse o sufrirse, pero, en ningún caso, modificarse.

John Maynard Keynes (1893-1946) murió joven, pero dejó una huella que todavía perdura entre sus seguidores y sus adversarios. Cuando tenía 26 años recibió el impacto de las torpeza de las potencias vencedoras de la Gran Guerra que impusieron un régimen económico de reparación tan absolutamente insoportable que colocó a Alemania y a Austria en una situación dulce para la aparición de profetas de la patria, tal y como ocurrió, permitiendo la aparición de la que, sin duda es la más peligrosa ideología jamás concebida. Ni siquiera el stalinismo que partía de una propuesta ideológica y política totalitaria para resolver problemas reales que favoreció que un homicida como Stalin tuviera una gran nación a su merced. Nadie añora el estalinismo, pero demasiados jóvenes añoran el nazismo. Keynes y sus colegas de Cambridge generaron un teoría económica que partía del propósito de reducir las tasas de desempleo en la crisis económicas. La Gran Depresión provocada por un sistema financiero descontrolado en la práctica del más salvaje Laissez-Faire, fue la gran oportunidad de Keynes que realizó la propuesta, totalmente novedosa, de crear empleo con inversiones públicas para sacar de la atonía del sector privado. Aunque murió joven, aún tuvo influencia en la mítica conferencia de Bretton Wood, donde se crearon las organizaciones de ámbito mundial que aún perviven (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial). Su influencia aún está presente en cada fracaso de las políticas exclusivamente monetaristas.

Friedrich Hayek (1899-1992) perteneció a una generación que, como la rusa Ayn Rand (1905-1982) y el británico de origen letón Isaiah Berlin (1909-1997) vivieron de lleno en su edad más productiva los horrores de los regímenes comunistas staliniano y del nacionalsocialismo hitleriano. Una experiencia que los vacunó de cualquier propuesta más o menos mitigada de colectivismo. Es probablemente el más influyente intelectual del neoliberalismo, más incluso que el hiperactivo Milton Friedman. Hayek con los antecedentes de la Escuela de Viena, con su maestro Von Mises al frente, y la ayuda impagable de Lionel Robbins en la London School of Economic combatió las propuestas de Keynes con fiereza intelectual. La gran novedad de su propuesta no está tanto en el ámbito económico, en un sentido estricto, sino en el fundamento antropológico de las doctrinas económicas que defendía contra toda clase de intervención colectiva, aunque viniera de la mano de un Estado democrático. En su versión más radical, Hayek ve las orejas del socialismo en cualquier intromisión del Estado en el proceso económico. Sostiene que las crisis no se gobiernan, se sufren. En su honor hay que decir que es coherente, hasta el extremo de que considera que hay que limitar el poder económico monopolístico, por la importancia que da a la competencia, y que hay que establecer mecanismos de seguridad social y sueldos de subsitencia para aquellos rechazados por el sistema. Su influencia ha llegado hasta nuestros días tanto a manos de los genuinos economistas neoliberales, como de los espúreos conservadores que utilizan sus puntos de vista para fines menos intelectualmente honrados. Por eso trató de distinguirse de ello con firmeza empezando por recordar, que, antes de que apareciera el socialismo, el adversario político de los conservadores eran los liberales. La frontera la sitúa con claridad en base al miedo de los conservadores al progreso de las ideas y su consecuencias. En su interés por marcar distancias propone cambiar el nombre de liberal, que en Estados Unidos ha quedado asociado al partido Demócrata con sus adherencias socialdemócratas, por el de Whig, en honor de los patriotas americanos que fundaron la nación. También rechaza el nombre de «libertario» porque lo considera muy artificial. Un nombre que hoy se ha generalizado entre los que de forma más radical son sus seguidores en uno de sus principios más firmes: la apertura al progreso intelectual sin ningún tipo de traba y la aplicación la desarrollo de estas ideas sin mirar atrás. Curiosamente, estos mismos libertarios, rechazan, al contrario que Hayek, cualquier limitación a su riqueza y ni se plantean la generalización de los avances. Es llamativo que Hayek no considerara el nombre de «progresistas» para sus ideas. Hoy lo rechazaría de plano, pues los que se llaman así, son los herederos del racionalismo de izquierdas de los que sospechas su dogmatismo.

Isaiah Berlin (1909-1997), nacido en Riga se formó en Londres. Sus padres tuvieron que emigrar huyendo del comunismo y del antisemitismo. Si a esta experiencia directa se suma haber vivido la primera guerra como oficial y la segunda como espía, se puede entender que se sumara a aquellos que odiaban todo tipo de totalitarismo y que, como intelectual en Oxford, se centrara en el concepto de libertad. Sus coordenadas intelectuales son el pluralismo frente al monismo, con sus consecuencias en la interdependencia de valores (justicia, libertad, igualdad) y el rechazo al determinismo y la filosofía perennis. En materia de libertad distinguió entre la libertad de acción sin más límite que la acción de los demás, que llamó negativa; y la libertad mixtificada que supone considerarse libre bajo el control por ideas ajenas, a la que llamó positiva. En mi opinión queda por completar el espacio definitorio del ejercicio de la libertad contando o no con los medios materiales para ejercerla. De este modo habría una libertad negativa (hago voluntariamente lo que deseo), otra positiva (hago voluntariamente lo que puedo) y otra tóxica (hago voluntariamente lo que me mandan). El rechazó ésta última con el argumento de que no contar con los recursos no elimina teóricamente la capacidad de acceso a un bien, pero esa libertad teórica tiene el carácter de la negativa (puedo llegar hasta el mostrador de un hotel caro y allí me encuentro con la oposición del recepcionista cuando compruebe que no puede pagar). Lo sustantivo es la libertad positiva, real, de acceso al bien que requiere, obviamente, el desarrollo de valores como la igualdad de oportunidades en un sociedad avanzada. Leyendo a Berlin es inevitable entrar en combate intelectual. Creo que se equivocaba en negar el carácter triédrico de la libertad. La libertad negativa es la fuente de creatividad, pues ninguna acción ni idea deben ser rechazadas o reprimida hasta comprobar argumentalmente o experimentalmente su valor. La libertad positiva es fuente de la lucha por la justicia social, pues todos deben tener igualdad de oportunidades contando con los recursos para su desarrollo y, finalmente la libertad tóxica es la fuente de la lucha contra la alienación de las conciencias por doctrinas socialmente rechazables. A esta última la llama Berli positiva, tratando de cerrar el camino a la acción correctoras de las injusticias sociales sin un propósito claro. Creo que se debió a que él quería dos cosas: la simetría de dos libertades y poner el énfasis en los riesgos de la aceptación sin lucha del adoctrinamiento. Pero, al mismo tiempo, estaba cerrando el camino a la legítima contienda contra la libertad del laissez-faire que tanto daño sigue haciendo a la humanidad.

Michael Foucault (1926-1984) impartió un curso en 1979 en el Colegio de Francia que llevó al pensamiento moderno a un cruce de caminos con una gran osadía. No es casualidad, pues su mirada lúcida ya había caído sobre la mixtificaciones de los regímenes carcelarios, mentales e, incluso, sobre la todavía incómodo tema de la sexualidad fuera de la cama. Una mirada desveladora de las capas de ideología puestas sobre realidades tan penosas en la forma en que eran gestionadas. Esa lucidez seguramente encontró atractiva algunas de las premisas del neoliberalismo, dando una lección de valentía intelectual entrando en combate con un cuerpo de pensamiento siempre sospechoso para la tribu intelectual a la que, probablemente sin preguntarle a él, le habían asociado.

Robert Nozick (1938-2002) fue un filósofo norteamericano que pretendió fundar una filosofía liberal en su libro Anarquía, Estado y Utopía. Piensa que el estado debe limitarse a evitar los robos y garantizar el cumplimiento de los contratos. Lo contrario supone violar los derechos de los individuos, que deben ser tratados como adultos que asumen las consecuencias de sus actos. De esta forma no hay que corregir las desigualdades que emerjan de la aplicación de las reglas del mercado, por extraordinarias que sean, siempre que hay un inicio en igualdad. Combate a Rawl y su teoría de la justicia. Lleva al extremo sus propuestas cuando considera que debe admitirse una relación de esclavitud, siempre que se establezca sin coacciones (?).

John Rawls (1921-2002) fue un filósofo norteamericano que consideró que el conflicto entre libertad e igualdad era ficticio. Una reseña completa de su obra se redactará más adelante.

Roy Hattersley (1932) fue vicepresidente del Partido Laborista Británico. Escribió un libro sobre el conflicto entre libertad e igualdad que está injustamente olvidado. En él expresa su opinión de que ni el libre mercado, ni la igualdad de oportunidades resuelve el conflicto planteado. Ésto último debido a que, en su opinión, las becas educativas, por ejemplo, palían las carencias intelectuales y materiales de un hogar pobre. Combate con Hayek y Berlin y sus conceptos de libertad para concluir que la libertad no es posible sin la igualdad y que el estado debe intervenir para hacer la libertad posible para todos. Unas ideas que el considera programáticas para el socialismo moderno. Poco después pudo comprobar hasta qué punto el éxito del laborismo de Tony Blair se alejaba de sus propuestas. Coherentemente abandonó sus cargos en el partido.

Joseph Stiglitz (1943) es un economista norteamericano que ha trabajado teóricamente en el problema de la desigualdad en su país. Destaca que en otros países con economías de mercado, especialmente europeas, el reparto de las rentas deja espacio para una seguridad social aceptable, mientras que en su país, el estado ha renunciado, en base a teorías falazmente liberales, a cualquier tipo de soporte de los ciudadanos de menor renta. Considera que el mercado no puede ser dejado a su suerte en los resultados y que las regulaciones gubernamentales pueden corregir la situación. Cree que la labor de «convencimiento» del 1 por ciento más rico del país ha tenido éxito sobre el 99 por ciento restante, que acepta la falacia de que corregir el mercado perjudica a todos. Stiglitz cree que es posible en términos de ciencia económica una sociedad más eficiente y más justa.

Paul Krugman (1953) es un economista norteamericano que considera que la estabilidad de un país depende de que se mantenga su clase media, que el ala radical de los conservadores republicanos la está destruyendo junto a las instituciones que crearon en su momento la red de seguridad de la sociedad, poniendo en peligro la democracia y el Estado de Derecho (rule of law). Considera que los conservadores están en una peligros deriva hacia el autoritarismo. Al denominar liberal al Partido Demócrata, Krugman da la razón a Hayek que consideraba que el nombre de «liberal» había sido utilizado para políticas y actitudes cercanas al socialismo o al menos al racionalismo, por lo que tenía que repudiarlo. Krugman define su liberalismo como la creencia en una sociedad relativamente igualitaria (que limita tanto la riqueza como la pobreza), demócrata y defensora de los derechos civiles, así como respetuosa con el Estado de Derecho. Hace una interesante distinción entre igualdad económica e igualdad social basada en las ideas de Irving Kristol . La segunda hace referencia al espejismo de igualdad que produce el que en la mayoría de los aspectos de la vida, el rico y el que no lo es pueden estar sentados el uno junto al otro (restaurantes, medios colectivos de viaje, etc.) Es la igualdad que ha traído el low cost y la clase media.

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