02 Sep 2007
En una emisora de radio hablaban de New York. Veinte minutos después la impresión es que esta ciudad paradójica y monstruosa es el lugar del in, cool, chic o lo divertido a secas, cuya expresión más lograda es Annie Hall y sus graves problemas. Nada de una concepción obscena del urbanismo, de una policía brutal para preservar a Tiffany´s y todas las grandes cadenas de lo artificioso del asalto de la rabia del otro New York. Por supuesto que la riqueza es hermosa, pero New York, en tanto que ciudad calidoscopio es algo más que la belleza de su piel, vista en el ferry o de desde un bar bajo los estribos del puente de Brooklyn. Hay otra ciudad que nuestros cronistas radiofónicos no han visto o no han querido ver porque para miseria la autóctona. Y en onda paradójica, ¿por qué los neoyorquinos no han elevado el grito veneciano de «¡comera e dovera!» con las torres gemelas? y ¿por qué van a permitir que lo que tantas lágrimas les ha costado sea otra oportunidad para la explotación demencial del espacio y la exhibición del despiste formal con un edificio gemológico? New York es una ciudad epítome (como diría Hermida) de todo lo mejor y lo peor que el hombre moderno puede hacer consigo mismo o, mejor, lo que algunos hombres modernos le pueden hacer a otros, no menos modernos. New York es, en definitiva, algo más que tiendas y glamour.