The Great Degeneration. Niall Ferguson. Reseña (15)

Este libro es un intento serio para que el mundo fije su atención sobre lo que es relevante frente a lo que es importante, pero menos decisivo, en opinión del autor. Por ejemplo, considera que hoy se habla de globalización, los cambios en la tecnología, de desigualdad, educación y política fiscal. Los conservadores, en su opinión, tienden a subrayar las dos primeras, mientras que los «liberales» (la izquierda europea) prefieren destacar la desigualdad por falta de inversión pública en educación, lo que se explica por la reducción de impuestos que favorece a los ricos. Pero, para el autor, hay otras fuerzas actuantes que suelen pasar inadvertidas en los debates políticos. La desigualdad es creciente desde 1980 entre el 1 % de la población más rica y el resto. Pero las diferencias entre países en el grado de crecimiento y en la forma de distribuir los resultados no se pueden explicar solamente en términos económicos. Al contrario él cree que fenómenos económicos como que el crecimiento sea más alto que los intereses gracias a la tecnología o la inflación son, fundamentalmente fenómenos políticos. Igualmente piensa que la deuda de los países es consecuencias de errores de gestión. Ferguson sospecha que hay mucho de darwinismo en el funcionamiento de la economía, no tanto con las personas, cuanto en los mecanismos de financiación como «seres» de cuya correcta selección depende el futuro, pues las crisis elimina a los dinosaurios financieros y permite el desarrollo de nuevos enfoques. En su opinión, aplicar el «diseño inteligente» a las finanzas puede estar bien en el principio, pero luego hay que dejar que la realidad pula y depure. Por eso es tan complicado prever una crisis. Tanto como una epidemia o un terremoto.

Acusa a la regulación-desregulación de los años 80 el que los bancos se volvieran más osados al inflar sus balances de forma imprudente respecto a los depósitos, pero, como eso ocurrió también en Alemania o España, la culpa no puede ser de Reagan, como si Europa no hubiera demostrado sobradamente su seguidismo respecto de Estados Unidos en tantas cosas, incluidos los usos financieros.

Al principio de su libro, Niall Ferguson cita a Adams Smith en La riqueza de las naciones, cuando se refiere a un estado que no crece:

«Aunque la riqueza de un país pueda ser muy grande, si ha padecido un estado estacionario, no cabe esperar altos salarios entre los trabajadores… Es en una situación de crecimiento, mientra la sociedad está en fase de avance, mejor que cuando ha alcanzado la máxima riqueza potencial, que la situación de los empleados pobres es más feliz y confortable. En la fase estacionaria, la situación es dura y en la recesión es miserable. La mejor situación para todos los estamentos sociales es la de un estado en crecimiento. El estado estacionario es aburrido y la recesión melancólica.»

«En un país también, donde, aunque el rico o el propietario de grandes capitales disfrute de altos niveles de seguridad, el pobre o el propietario de capitales modestos pasa miedo, y bajo pretexto de hacer justicia, pueda ser saqueado en cualquier momento por funcionarios con poder… (Entonces) en las diferentes ramas productivas, la explotación de los pobres puede asegurar el monopolio de los ricos, que asegurándose el control de los negocios sólo para ellos, se aseguran grandes beneficios.»

El llamado estado estacionario es la peor situación imaginable. La tesis de Ferguson es que estamos instalándonos en una fase del capitalismo en Occidente que podríamos considera así.

¿En qué momento perdió Occidente el camino del crecimiento? ¿Cómo se ha llegado a este punto de estancamiento?. Desde luego, Ferguson, no piensa que sea por que falten estímulos.  Niall Ferguson es un historiador de la economía que considera que preocuparse de la desigualdad entre ciudadanos de un mismo país es perder el tiempo, porque lo que realmente interesa es la caída del poderío económico de los Estados Unidos respecto de China y la deuda que la actual generación va a dejar a la siguiente. Y no lo hace tanto porque considere que la desigualdad no es importante, sino porque considera que no es «lo más importante», como piensa Thomas Piketty, el economista francés. Niall es escocés, (algo tendrá que ver en su posición vital). Nació en 1964 y ha tenido un éxito extraordinario como escritor y conferenciante. Sus tesis son duras y, en el libro que se reseña, se explican en su naturaleza y en sus consecuencias. El libro es duro ya desde el título. La gran degeneración se refiere al hecho de que países (generalmente occidentales) con instituciones que ha funcionado bien están degradándose, principalmente, porque sus instituciones lo están haciendo por un fenómeno entrópico que tiene los siguientes factores principales, que el llama cuatro cajas negras:

  • Democracia
  • Capitalismo
  • Estado de Derecho
  • Sociedad civil

El buen funcionamiento de cada uno de estos aspectos de la sociedad humana están involucradas instituciones. En el caso de la democracia, son los partidos políticos y todo aquellos agentes (jueces, Juntas Electorales, Ombudsmen)  que trabajan para que las elecciones sean limpias; por supuesto, el Parlamento como sostén de la legislatura y el Gobierno como ejecutor de las políticas. Considera que el Estado de Bienestar no debe confundirse con la democracia y hace una broma sin gracia sobre su nacimiento: según él, usando la metáfora de un panal de abejas, el estado de bienestar es un invento de los zánganos para que las obreras trabajen para ellos. Zánganos que reclaman servicios que hay que financiar endeudándose y comprometiendo a las generaciones siguientes. Todo el mundo reclama ser demócrata hoy en día. En cuanto al capitalismo, pone en juego la idea de hasta qué punto las regulaciones que los gobiernos y parlamentos disponen lastra el buen funcionamiento del sistema.

En cuanto al Estado de Derecho considera que ni la democracia, ni el capitalismo pueden funcionar sin un sistema efectivo de justicia. donde las leyes puedan ser impuestas si hay infractores; los derechos individuales puedan ser respetados y las disputas resueltas en forma pacífica y racional. Considera que el Estado de Derecho generado en los países angloparlantes ha resultado el más efectivo, pero cree que está en peligro porque está derivando en una especie de sistema gobernado por los abogados antes que por las leyes. En cuanto a la sociedad civil, el mundo del voluntariado que trabaja para fines sociales sin ánimo de lucro, en clubes y organizaciones, cree que es un mundo que declina quitando uno de sus principales pilares a la estructura de una civilización. Se pregunta si las relaciones que se crean a través de las redes sociales son la forma moderna de hacerlo y se responde que no. En definitiva, estos cuatro aspectos de la vida civilizada se encarnan en instituciones y, por tanto, de éstas depende su éxito. Cada individuo pertenece o está involucrado en un gran número de instituciones, ya sea por obligación, ya sea por afición. Algún conjunto de instituciones favorecen la vida libre y creativa y otras son nocivas, como las violentas asociaciones de hooligans.

Son mucho los autores que han llegado a conclusiones parecidas, pero ninguno pone el énfasis donde lo pone Ferguson. Él cree que las instituciones fallan porque existe una especie de entropía de las instituciones buenas que devienen malas porque se quiere destruir el estado de derecho o el libre mercado. Ferguson se pregunta qué se está haciendo mal en Occidente en estos momentos. En su opinión se está actuando sobre los síntomas mientras está instalándose el estado estacionario y paralizante que Adam Smith denunció. Un estado de cosas en el que las élites se corrompen y los pobres sufren extraordinariamente.

Se está produciendo un proceso de traslación de la eficacia de las instituciones de Occidente a Oriente con espectaculares efectos económicos. Empieza su análisis con la decadencia relativa de USA que muestran las siguientes dos imagenes:

(Todas las imágenes provienen de la conferencia de Ferguson en Chile. https://www.youtube.com/watch?v=S_VIF_l4Ulc

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Por eso discute la pretensión de Piketty de que es la desigualdad interna de los países la clave de los problemas actuales. Ferguson cree que ni las diferencias genéticas, ni las diferencias climáticas, ni la distribución en las materias primas, ni siquiera la práctica del imperialismo es el origen del problema. El cree que la mejor explicación de por qué Occidente desarrolló una civilización más rica que Oriente, lo que se llamó «la gran divergencia», está en el funcionamiento de las respectivas instituciones. En un caso, el de Oriente, instituciones basadas en dinastías consumidoras de recursos, bajo crecimiento y, en el de Occidente, una economía de rápido crecimiento, una sociedad civil muy activa organizándose, un gobierno meno interventor y unas relaciones impersonales reguladas por la ley incluyendo los derecho de propiedad, la justicia y, al menos en teoría, la igualdad. De este modo se pasaba de un estado natural de cosas muy frágil a uno más maduro y abierto para las relaciones entre elites. Era un paso intermedio hacia una sociedad completamente abierta como la que disfrutamos ahora, que son resultado de las dos conmociones del siglo XVIII: la revolución americana y la francesa, que abrieron las posibilidades a todos.

Fukuyama establece que las tres condiciones para esta sociedad son: un estado fuerte, la subordinación del Estado a la ley y la responsabilidad del estado con todos los ciudadanos. Acemoglu y Robinson consideran que la clave entre países fallidos y países con éxito reside en contar con derechos políticos activos que permiten el acceso de todos a las oportunidades de económicas, pasando de tener instituciones extractivas (parasitarias) a tener instituciones inclusivas (proactivas). Ferguson cita a Hernando de Soto y a su experimento relatado en el libro The Mystery of the Capital acerca de cuánto tiempo se necesita en Perú para montar un negocio o construir un edificio. Estas dificultades obligan a que los pobres sobrevivan fuera de la ley. Lo que genera propiedades ilegales que se pueden considerar capital muerto, por no entrar en el juego financiero que posibilita la actividad económica. Energía financiera que no es utilizada condenando al país a la pobreza crónica. Ferguson, también utiliza el caso de Tarek Bouazizi, el joven tunecino al que se le expropió su carrito con viandas que era su única forma de vida. Tarek se quemó enfrente de la comisaría y fue el fulminante de la revolución de Túnez que expulsó al presidente Zine Ben Alí y a su régimen. Tarek tampoco podía usar su casa como garantía para emprender un negocio mayor porque no tenía escritura. Si el estancamiento de las instituciones de estos países provoca el estancamiento económico, es razonable pensar que la revolución inglesa de 1688 fuera clave para romper con las restricciones de la actividad económica en Inglaterra que imponían élites ociosas dedicadas a parasitar a la población comerciante y trabajadora. La liberación trajo la mejora de la agricultura, la expansión del imperio y la revolución industrial.

Si todo esto es cierto, Ferguson cree hay que convenir con Adam Smith que el actual estancamiento de Occidente debe tener explicación en una degeneración de sus instituciones. Y que el éxito de Oriente reside en haber copiado con provecho el funcionamiento de las instituciones occidentales. El primer país fue Japón nada más acabada la II Guerra Mundial y, aún, bajo el control político de los Estados Unidos. Así, bromea Ferguson, los países orientales se «han bajado» las siguientes aplicaciones:

  1. Competencia económica
  2. Revolución científica
  3. Los derechos de propiedad
  4. Medicina moderna
  5. Sociedad de consumo
  6. Ética del trabajo

Han añadido una burocracia eficiente y cuentan con una enorme fuerza de trabajo bien formada. Véase la impactante diapositiva que sigue:

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Como se puede ver por el informe PISA, los hijos de la clase trabajadora china tiene mejor puntuación en matemáticas que los hijos de las elites profesionales de Estados Unidos.

Ferguson rechaza el argumento de que la crisis de 2007 se deba a la desregulación que empezó con Ronald Reagan y remató Bill Clinton anulando la Glass-Steagall Act de 1933 (surgida de la Gran Crisis de 1929), dejando las manos libres para que los bancos comerciales se dedicaran a la fantasía financiera provocando y favoreciendo el endeudamiento público y privado al salir al mercado a la aventura gran parte de los depósitos de los contribuyentes. Así se acabó con la era de los bancos aburridos para pasar a la de los bancos temerarios, según afirma Paul Krugman el economista Premio Nobel.

Ferguson, aunque declara no querer lavar la cara de los bancos, considera que esta historia de la desregulación está muy equivocada. El primer argumento es que la caída de los bancos Lehman Brothers y Bear Stearns se habría producido igual con la Ley Glass-Steagall, porque eran bancos financieros. También rechaza que el crecimiento de la productividad en la posguerra se debiera a que los bancos comerciales estaban bien atados. Reconoce que hubo un gran crecimiento, pero que la mayor velocidad se alcanzó tras la llegada al poder de Reagan. En lo que, seguramente, algo tuvo que ver la mejora en la educación y la innovación tecnológica, además de la incipiente globalización. Ferguson rechaza la relación control bancario-crecimiento y la relación descontrol bancario-crisis. Él cree que la desregulación no es mala, pero la mala desregulación sí, especialmente si va acompañada de malas decisiones monetarias y fiscales, como demostró la crisis de los años 70 y la de los años 2000. Ferguson, sorprendentemente piensa que la crisis de 2007 se debe a un exceso de regulación y decisiones perniciosas y da tres razones:

  1. se incentivó con participaciones a los ejecutivos de grandes bancos de propiedad pública para que aumentaran el valor de las acciones de sus instituciones. Naturalmente, el camino que utilizaron fue el de maximizar el tamaño de las actividades de los bancos en relación a su capital.
  2. Se autorizó desde 1996 a fijar los requisitos de sus capitales sobre la base la estimación de sus riesgos internos. Evaluación que se confió a agencias privadas de rating.
  3. Los bancos centrales, liderados por la Reserva Federal, desarrollaron una peculiar doctrina monetaria, según la cual debían intervenir bajando los intereses si los precios de los activos bajaban con rapidez, pero que no debían intervenir si subían bruscamente, siempre que no afectara a la inflación. De este modo los bancos centrales se auto-excluían de un brusco calentamiento de la economía que llevara a una burbuja. Se suponía que sólo había que preocuparse de los precios del consumo, pero, por alguna oscura razón, no de la inflación de los precios de las viviendas.
  4. El Congreso de los Estados Unidos aprobó una legislación para incrementar el porcentaje de ciudadanos de bajos ingresos que eran propietarios de sus viviendas,. Con ello, produjo una distorsión del mercado de las hipotecas con la intervención de las agencias inmobiliarias oficiales (Fannie Mae y Freddie Mac). Un impulso por razones sociales y políticas para que familias de bajos ingresos se comprometieran al pago de créditos a largo plazo.
  5. El gobierno chino que gastó billones de dólares para prevenir la apreciación relativa de su moneda respecto del dólar. Lo que hizo para que los productos chinos fueran altamente competitivos en los mercados occidentales. La consecuencia no prevista fue proporcionar a los Estados Unidos de una línea de crédito enorme que favoreció una burbuja en el mercado inmobiliario.

De todo este proceso solamente es atribuible a la desregulación, según Ferguson, el mercado de derivados como los Swaps, que la agencia de seguros AIG, a través de su oficina de Londres, vendió en enormes cantidades. Pero, Ferguson no considera a esta iniciativa la primera causa de la crisis, porque los bancos son la clave de la crisis y los bancos, según nuestro autor, estaban regulados.

En su opinión, el daño hecho por los derivados no debe llevar a la eliminación de los inventos financieros, del mismo modo que no se debe eliminar a Amazon por las consecuencias que tiene sobre las pequeñas librerías. Ferguson cree que la innovación financiera no debe ser parada por la regulación financiera. Los legisladores y reguladores actuaron con indiferencia provocando consecuencias inesperadas. Tiene razón Ferguson en hacer reproches a los legisladores, porque en las audiencias que se celebraron en el Congreso de los Estados Unidos los ejecutivos involucrados pudieron aguantar el fuego graneado de los comisionados con rostro de cemento con la única frase de «no será ético, pero es legal«. Puede uno imaginarse las risotadas en privado desde cualquier resort caribeño. Pero insiste en que no es una cuestión de regulación financiera, pues ya Adam Smith en 1772 la propuso. Por eso, cree que la cuestión no es si se necesita más regulación, sino «Qué tipo de regulación financiera funcionará mejor«. Citando a Karl Kraus en su irónica definición del psicoanálisis, dice que «la regulación financiera es la enfermedad que pretende ser el remedio«. También cita John Mark, ex-jefe ejecutivo de Morgan Stanley que dijo a los legisladores: «No podemos controlarnos a nosotros mismos. Ustedes deben entrar y tomar el control en Wall Street«.

Esta pasión por la regulación la atribuye Ferguson a los enemigos del Estado de Derecho y uno de ellos es una mala ley y, Ferguson cree, la sobreactuación legislativa después de la crisis es la prueba. Páginas y páginas, reguladores y reguladores en una intrincada trama que no garantiza que se pueda evitar la próxima crisis. Ferguson no entiende cómo se compatibiliza limitar los préstamos que dan los bancos con la recuperación económica.

Si Darwin extrajo su teoría de la selección natural de la lectura de Malthus está por ver, pero, como dijo Bagehot: «La ruda y vulgar estructura del comercio inglés es el secreto de su vida; porque contiene la tendencia a la variación, que, tanto en el reino social como en el reino animal, es el fundamento del progreso«. La innovación es una mutación y no puede ser impedida, si no la vida social se paralizará y pronto acudirán las élites extractivas a vivir en la holgazanería a costa de los demás, como Smith pronosticó. La regulación post-crisis no puede abarcar toda la complejidad del sistema financiero moderno para atarlo de pies y manos. Ni siquiera es deseable. La solución que da Ferguson la basa en las reflexiones de Walter Bagehot en 1873, según las cuales la complejidad del sistema financiero de Londres era tal que iba acompañado de una gran fragilidad, porque se basaba y,  todavía se basa exclusivamente, en la confianza de un ser humano sobre otro. Confianza que cuando desaparece bruscamente por razones desconocidas, un pequeño incidente puede dañar al sistema y uno grande destruirlo. Un sistema que no tenía más paracaídas que el Banco de Inglaterra, una entidad con la mayor cantidad de capital ocioso del país. Hoy en día, ocurre del mismo modo. Todo los actores económicos están comprometidos y su fortuna va y viene. En caso de catástrofe ninguno puede ocuparse del conjunto. Por eso Bagehot propone que, en caso de crisis, el banco central debe poner liquidez a disposición de los actores económicos pero a un alto interés, para que sólo lo tomen los que realmente lo necesitan. Justamente lo contrario que se ha hecho en la crisis del 2007, que se optó por dinero barato casi a cero interés. También se ha despreciado lo que Bagehot dijo acerca de que al frente de los bancos haya gente con gran experiencia en tratar con los mercados de valores. Y en especial al frente del Banco Central, donde debe haber alguien experimentado y «aprehensivo» para que intervenga cuando vea que crece el crédito demasiado o sube en exceso el precio de los valores. También debe contar con suficiente libertad (latitude) para fijar requisitos de las reservas, tasas de interés y flujos de las compras y ventas de valores en un mercado abierto. Todo ello sazonado un buen conocimiento de la historia de las finanzas para prender del pasado. Sin olvidar, añade Ferguson, que quien transgreda las normas debe pagarlo caro. Los que ponen el énfasis en las desregulación como causa de la crisis, deben tener en cuenta, también, el clima de impunidad reinante, que procedía, no de la desregulación, sino de la ausencia de castigo.

Siempre habrá codiciosos alrededor de las actividades bancarias. Pero cometerán fraude si saben que no hay ni vigilancia, ni castigo. El fallo en aplicar la regulación, es decir, la ley, es uno de los aspectos más perturbadores desde 2007. El número de los que han pagado con cárcel sus tropelías es ridículamente bajo. He aquí de nuevo las cuestión de las instituciones que, si funcionan mal, todo va mal. Ferguson cita a Voltaire cuando dijo que «Los británicos ejecutan, de vez en cuando, a un almirante para que los demás tomen nota«. Si los banqueros pueden impunemente transgredir las leyes delante de los ojos de los reguladores, no hay esperanza. Pone el ejemplo de Angelo Mozilo que fue penalizado con 67,5 millones de dólares por fraude en las hipotecas cuando había recibido 522 millones durante su gestión como CEO de su empresa (Countrywide Financial). Y esto no puede consentirse. De modo que ni exceso de regulación, ni impunidad. El mundo financiero funcionará mejor y será menos frágil con reglas sencillas y dureza en su aplicación.

Las pistas de la degradación de las instituciones que denuncia Ferguson son:

  • La ruptura del pacto intergeneracional expresado por la deuda pública y privada de los países. En azul el incremento en impuestos para corregir la situación y en rojo el recorte en gastos necesarios para el mismo fin.

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  • Excesiva complejidad y reglamentación de la actividad, que se traduce en lentitud de la activación de iniciativas.
  • La complicación del entramado legal por la acción de los abogados. Rule of lawyers vs. Rule of law. Adviértase en la figura inferior el incremento en el número de páginas legales en los últimos 100 años.

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  • Declinación de la sociedad civil, en forma de menor interés en el apoyo del voluntariado. Este es un punto muy relevante, pues como dijo Raúl Guerra Garrido, «Hay más trabajo que puestos de trabajo«. Como se ve en la figura inferior hay una caída importante de la contribución del voluntariado en tareas sociales.

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Todos estos parámetros están en su peor momento y, por eso, sufren las instituciones y si sufren, sufre toda la sociedad. En particular discute el reproche de elitista que se hace a la existencia de clubes privados y a la existencia de colegios privados. Está de acuerdo en la existencia y proliferación de colegios públicos, pero considera que ésto tiene un límite, especialmente en sociedades donde la formación general es universal. Pero cree que el monopolio de la educación tiene los mismos problemas de cualquier monopolio: la caída de la calidad debido a la seguridad que proporciona y la ausencia de competencia. No debe costar trabajo, incluso cuando se perjudica a las propias coordenadas ideológicas, reconocer la contribución de instituciones educativas privadas al elevar los niveles de calidad. Ferguson no pone al sistema público frente a la existencia de instituciones privadas. Cree que deben existir ambas.

En la figura inferior hay una medida subjetiva de la percepción de la confianza en las instituciones norteamericanas.

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Ferguson concluye con una matriz interesante, que propuso el, afortunadamente, olvidado Secretario de Estado de George W. Bush Donald Rumsfeld. Ferguson aportó una más. Se trata de formas de información con que se cuenta o se puede contar:

  • Conocimiento que se sabe que se tiene (known knowns)
  • Conocimiento que se sabe que no se tiene (known unknowns)
  • Conocimiento que no se sabe que no se tiene (unknown unknowns)
  • Conocimiento que no se sabe que se tiene (unknown knowns) (aportación de Ferguson)

LO QUE SABEMOS QUE SABEMOS

Somos conscientes de saber, porque no va a cambiar en un futuro razonables:

  • La distribución de la inteligencia de los seres humanos
  • Los sesgos de la mente de las personas
  • El crecimiento de la población
  • Las reservas de metales y tierras raras
  • La difusión de la tecnologías
  • El aumento de la población urbana por la ventaja de su economía de escala

LO QUE SABEMOS QUE NO SABEMOS

Aquí, Ferguson, sitúa las reservas de minerales y recursos en el planeta, así como la nueva tecnología que ha de llegar en el ámbito de lo que sabemos que no sabemos. También sabemos que no podemos conocer el impacto de las crisis sobre los precios de las materias primas en el futuro. Del mismo modo, también sabemos que no sabemos los desastres naturales que pueden llegarnos en cada momento. Sin embargo, sí sabemos que el número de víctimas crece con la concentración urbana.

LO QUE NO SABEMOS QUE SABEMOS

Lo que no sabemos que no sabemos es un ámbito que por su propia naturaleza impide cualquier pronóstico, pero lo no sabemos que sabemos tiene que ver con la ignorancia de los que toman decisiones sobre lo que la historia nos enseña. Por ejemplo, acerca de las burbujas de los precios de los valores, la corrupción política, la desigualdad de ingresos o la indecisión para abordar la inflación para prevenir una crisis económica. En el ámbito político se sabe que la subida de los precios de los alimentos básicos, la existencia de un amplio segmento de jóvenes, la existencia de una clase medias emergente, una ideología destructiva, un régimen antiguo y corrupto y la debilidad del orden internacional producen disturbios como los que se pueden observar en Oriente Medio.

LA DEUDA, LOS VIEJOS Y LOS JÓVENES

La situación actual de falta de perspectiva ha derivado en un aumento de las deudas de los países occidentales, pues piden dinero prestado para gastar lo que no han ganado previamente en capacidad productiva. Parece claro que un problema como el de la desigualdad dentro de un mismo país, salvo que se traduzca en disturbios, pasa a ocupar un lugar secundario en los problemas de nuestra área geoestratégica, en opinión de Ferguson. También cree que ni la austeridad, ni los estímulos monetarios son la solución, pues las razones son más profundas. El enfoque institucional tiene la ventaja de que no deja la solución en la mano invisible del mercado, sino que apela a acciones voluntarias de carácter educativo, axiológico y político que pueden cambiar el signo de la actual decadencia.

Deuda 2016

Ferguson interpreta la deuda dramáticamente como que las actuales generaciones de votantes viven a expensas de aquellos que, son demasiado jóvenes o incluso no han nacido. Él estima que a precios actuales, la diferencia entre las obligaciones actuales y los ingresos del futuro homogeneizados es de 200 billones de dólares (unidades europeas), lo que tendrá dramáticas consecuencias sobre los impuestos y los gastos públicos del futuro. Para corregir la situación se ha estimado que se necesitaría un incremento de los ingresos por impuestos del 64 % o un corte del 40 % de los gastos del estado. Esta idea ya la había anticipado Edmund Burke en su libro Reflections on the Revolution in France de 1790:

«La sociedad es, desde luego, un contrato… no sólo entre aquellos que están vivos, sino entre los vivos, los que han muerto y aquellos que todavía han de nacer»

Ferguson cree que el gran desafío actual de las democracias maduras es cómo restaurar el contrato social entre generaciones. Un contrato, por cierto, que nunca fue explícito cuando la explotación de la población era groseramente insoportable. Es decir cuando los grandes capitales se acumularon en el siglo XIX y principios del XX. Después la productividad generada por la tecnología ha pacificado las tensiones aunque no haya paliado la desigualdad. En su opinión la igualdad económica no es una meta realista. La ambición humana es un motor del que todavía no se puede prescindir. Haciendo una caricatura, si todo el mundo quiere ser funcionario, el estancamiento y retroceso están garantizados.

Los países europeos están padeciendo déficits a largo plazo que no pueden ser eliminados por la oposición de los votantes a los recortes que supondría. Sería muy raro que el crecimiento de los países occidentales no sufra el efecto de deudas públicas por encima del 90 %. ¿Qué salidas hay? Una es de improbable aplicación. Serían los políticos convenciendo a la población de jóvenes y especialmente mayores de una política fiscal más responsable. En opinión de Ferguson se oculta o disimula este tipo de información sobre el pasivo de las naciones, por lo que no se toman las decisiones adecuadas. Propone la publicación del balance de la nación. Una hoja en la que se compruebe el pasivo y el activo del país. De esa forma, nuestro autor cree que quedaría claro cuando un déficit es para la inversión y cuando es para el consumo. Esta transparencia permitiría comprobar el estado de la cuestión intergeneracional. De no pararse la actual situación pronostica que se producirá una espiral en la que se empieza perdiendo la credibilidad, continua con el aumento del costo de los préstamos y se acaba obligados a imponer unos recortes salvajes y altos impuestos en el peor de los momentos, consiguiendo al mismo tiempo entrar en bancarrota con alta inflación. Una tercera opción es el caso de japón que tiene bajo costes de interés para su enorme deuda por el miedo de los acreedores a perderlo todo. Pero esto tiene un precio y es la ausencia de crecimiento en largos períodos. Es el estado estacionario que describió Adam Smith. Ferguson cree que la democracia no puede salvar a Occidente de la decadencia por el egoísmo y la ignorancia financiera de los votantes que culpan a los bancos y exigen más regulaciones sin moderarse ello mismo cuando corre el dinero fácil.

Decir deuda es decir que se deja para el futuro el pago de lo que se ha consumido hoy. Por tanto, Ferguson considera que Occidente está en plena decadencia económica porque está altamente endeudado, lo que para él significa decadencia política y social. Cree que incluso con cortes radicales de gastos de los estados es difícil parar los déficit. En estos momentos la deuda global de los países endeudados es de 50 billones de dólares. lo que equivale al 65 % del PIB mundial. La deuda Externa (tanto pública como privada) de Estados unidos es de 18,6 billones de dólares y la de china de 1,6 billones de dólares. La española es de 2 billones de dólares. Cada americano debe 57.000 dólares; cada chino 1100 y cada español 44.000 mil dólares.

FINAL Y RESUMEN

Ferguson cree que no hay que esperar un milagro de la tecnología y manifiesta su pesimismo por el mal uso que de ella pueden hacer los que son radicales, si no directamente locos. Los imperios retroceden cuando la violencia alcanza un determinado punto y no faltan pronósticos al respecto en el mismo corazón de los Estados Unidos. Pero sobre todo concluye que la decadencia tiene que ver con el estado estacionario de los países como Adam Smith pronosticó. Y ese estancamiento tiene que ver con la degeneración de las leyes e instituciones hasta el punto de que la elites extractivas se imponen a los procesos económicos y políticos. La deuda pública es una expresión de la forma de que los vivos explotan a los que han de vivir y los viejos a los jóvenes. La regulación de la economía es disfuncional. Los abogados se han convertido, de dinamizadores, en parásitos y, finalmente la sociedad civil se ha retraído por los intereses de las grandes corporaciones. Estos son los parámetros de la Gran Degeneración.

Este vídeo es una conferencia de Ferguson en Chile en la que guión es el libro que aquí se glosa.

 

 

 

(VI) Historia crítica de la Arquitectura moderna. Kenneth Frampton. Reseña (7)

… viene de V

Viviendo en tiempos de irresponsable destrucción de la naturaleza es refrescante encontrar en el libro de Frampton al arquitecto Alvar Aalto (1898-1976), como representante de la arquitectura orgánica por antonomasia. Comienza por mencionar el interés de Aalto por la arquitectura amada por el romanticismo, siempre en ruinas, y la evocación del gótico que tantos arquitectos (Viollet- Pugin) han considerado la forma más genuina de sinceridad arquitectónica y la madera desnuda conformando la cabaña prístina predecesora del templo clásico. El romanticismo en Finlandia se inspira en el estilo Shingle (tablillas) del norteamericano Henry Richardson y el clasicismo en el más cercano Schinkel a través de su discípulo Engel.

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Watts Sherman House. H.H Richardson. Newport 1876
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Biblioteca Central de Finlandia. Carl Ludwig Engel. Helsinki 1845

En torno a 1895 surgió en Finlandia uno de esos milagros culturales que se dan de mucho en mucho con la maduración artística del compositor Sibelius, del pintor Akseli Gallén-Kallela y el arquitecto Eliel Saarinen.

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Pintura de Akseli Gallén-Kallela.
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Estación Central de Ferrocarril de Helsinki. Eliel Saarinen 1919

Todos estaban inspirados en la epopeya popular finlandesa Kalevala en una época en la que acababa el periodo romántico de búsqueda de antecedentes épicos en todas las naciones en el marco de una efervescente nacionalismo. Posición espiritual que influyó en la música, en las artes plásticas y, por supuesto en la arquitectura, quizá el arte con más dificultades para expresarse por sus obligaciones funcionales y, por tanto, el arte que más mérito tiene cuando consigue ambas cosas: expresar el espíritu de la época y dar respuesta a un programa. Un mérito que se multiplica cuando los espacios creados son reutilizables para nuevos programas mientras se constituye en testigo del tiempo con sus propuestas formales.

A la búsqueda de un estilo nacional y dada la abundancia de granito en el país, se comisionó a un grupo de expertos a Aberdeen en 1890 para conocer las técnicas escocesas de construcción con este material. Cinco años después se construye el primer edificio con granito en el recién estrenado estilo del Romanticismo Nacional Finlandés. Lo construye Lars Sonck con algunos detalles en su iglesia de Sant Michel en Turku en el año 1895. En 1905 el granito lo cubre todo en el edificio de la compañía telefónica. Este es un edificio en el que la sintaxis de Richardson está presente.

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Telefónica. Lars Sonck. Helsinki 1905

Entre los antecedentes de Aalto no puede faltar Gunnar Asplund (1885-1940). En sus primeros años también puso su interés en distintos caminos para su arquitectura. Lo que se pone de manifiesto en sus cuatro edificios para la feria de Tampere en 1922. Hasta 1927 construye un sorprendente número de iglesias y dos edificios oficiales bajo la influencia de Asplund en los ligeros apuntes dóricos.

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Edificio de Policía. Alvar Aalto. Seinäjoki 1925
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Biblioteca de Viipuri. Alvar Aalto. 1927

En la biblioteca de Viipuri, como en la iglesia de Viinikka, Aalto acepta la influencia de Asplund. Al final de 1927 se traslada a Turku al Sur de finlandia. Tras la asistencia a un congreso sobre hormigón armado en París durante 1928, Aalto cae bajo la influencia del constructivismo, como se puede observar en el sanatorio de Paimio.

Sanatorio Paimio. Alvar Aalto. 1929
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Nordic Building Conference. Alvar Aalto 1925

Fue decisivo para su interés por el diseño de muebles conocer a Harry y Mairea Gullichsen. Se creó en 1935 una compañía (Artek Furniture Company) para la comercialización de los diseños de Aalto.

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Sillón Alvar Aalto

Sus relaciones con la industria de la madera le hace preferir este material sobre el hormigón por su capacidad expresiva. Un interés que le llevó de nuevo a las texturas que formaba parte del Movimiento Romántico Nacional de Saarinen, Gallén-Kallela y Sonck. Su propia casa en Munkkiniemi expresa esta situación.

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La casa de Alvar Aalto en Helsinki. 1936
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Pabellón de Finlandia. Alvar Aalto. París 1937

Esta vivienda es un collage de madera estriada, mampostería enfoscada y ladrillo caravista, que, también utiliza en su victoriosa propuesta para el pabellón de Finlandia en la Exposición Mundial de París en 1937 con el lema «La madera en marcha». Un verdadero despliegue de todos los tipos de ensamblaje y texturas de la madera. Pero su interés arquitectónico reside en que su disposición volumétrica anticipa lo que va a ser el estilo de Aalto en el resto de su carrera. La fórmula es la división de todo edificio en dos volúmenes con un interespacio de aspecto humano. Un buen ejemplo es el ayuntamiento de Säynätsalo.

Aalto expresa su hallazgo como una forma de «incorporar el movimiento orgánico de la gente a la forma del lugar con el objeto de crear una relación íntima del ser humano con la arquitectura». Y aquí aparece la palabra «orgánico». Este enfoque ya lo había explorado en la Biblioteca de Viipuri y en el sanatorio de Paimio. En estos edificios ya implementa el enfoque psicológico de Neutra y se preocupa de que el aire, el flujo de calor, el sonido y la luz estén al servicio de la salud de los pacientes del sanatorio y la función intelectual de la biblioteca. Y todo ello sin perder el control de las formas al servicio de la función. Esta actitud le permite pasar con suavidad de sus trabajos previos a la II Guerra Mundial hacia la producción de su última etapa. No es un método casual pues nos dice explícitamente: «Hacer una arquitectura más humana significa hacer una arquitectura mejor… que proporciona al ser humano la más armoniosa vida.» En 1938 cierra su período pre bélico con una obra maestra: La villa Mairea. La planta en «L» alude a su período de Romanticismo Nacional y la tradición racional-constructivista. En ella Mezcla la fábrica de ladrillo, la madera y la mampostería enfoscada (su paleta de texturas).

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Villa Mairea. Alvar Aalto. Noormarkku 1938
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Villa Mairea. Alvar Aalto. Noormarkku 1938

Tras la guerra Aalto entra en una etapa de madurez donde toda duda desaparece. Una etapa que inaugura con el ayuntamiento de Säinätsalo. Siendo conceptualmente igual a la villa Mairea, el perfilado de volúmenes de ladrillo es potente y sutil, orgánico y funcional. Dos edificios articulado por un espacio de circulación exquisito que evocaba los conjuntos de granjas de la región de Karelia. Aalto juega con los materiales y su simbolismo. Del pavimento profano de ladrillo en escaleras y corredores a la sagrada madera del suelo flotante de la sala de juntas.

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Ayuntamiento de Säinätsalo. Alvar Aalto. 1950
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Ayuntamiento de Säinätsalo. Alvar Aalto. 1950
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Ayuntamiento de Säinätsalo.  Transición de texturas. Alvar Aalto. 1950

Aalto no pierde de vista la escala y necesidades humanas. Da fe de ello su edificio de apartamentos para la exposición Berlinesa de Hansaviertel Interbau de 1955. En contraste con el dúplex de Le Corbusier, tan imitado, Frampton considera que la solución residencial de Aalto es la más lograda desde el final de la II Guerra Mundial. Piensa que consigue armonizar la casa unifamiliar con el escaso espacio de un apartamento.

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Apartamentos Hansaviertel. Alvar Aalto. Berlín 1955

Los hallazgos de Aalto son: la planta en U, la generosa y profunda terraza, el espacio común ligado a ella y los dos espacios privados que lo flanquean. Con su solución, a lo que se añade la luz natural de la escalera, obtiene variedad de forma sencilla evitando la habitual monotonía de apartamentos idénticos en largas filas. De esta forma escapó del ramplón y dogmático funcionalismo de la época. Su preocupación por el ser humano y sus necesidades físicas y psicológicas le ayudaban a encontrar soluciones brillantes. Según Frampton, este organicismo le acercaba a la cadena de cristal de Bruno Taut y sobre todo al trabajo de Hans Scharoun y Hugo Häring, Incorporándose a un grupo de arquitectos preocupados porque los edificios fueran donadores de vida en vez de represivos. Un logro basado en romper la tiranía de la ortogonalidad, rompiendo la trama allí dónde la peculiaridad del sitio o del programa lo hacía necesario. Frampton cita a Leonardo Benévolo para hacer justicia a Alvar Aalto:

«En los primeros edificios modernos la constancia del ángulo recto servía principalmente para generalizar el proceso de establecer compositivamente una relación geométrica a priori entre todos los elementos. Lo cual significaba que todos los conflictos podían ser resueltos con el equilibrio entre líneas, superficies y volúmenes. El uso de la oblicuidad (como en Paimio) señalaba el camino hacia el proceso contrario de hacer las formas más individuales y precisas, favoreciendo que se dieran desequilibrio y tensión que favorecía el equilibrio con los elementos y el entorno físico. Esta arquitectura pierde rigor didáctico, pero gana en calidez, riqueza y cordialidad…»

Aalto 23Una arquitectura, remata Frampton, que funde lo vernáculo con lo clásico, es decir, lo idiosincrático con lo normativo. Finalmente no hay que olvidar que su mujer, Aino Marsio-Aalto, fue una colaboradora muy apreciada, que desgraciadamente murió con 54 años en 1949, dejando a Alvar postrado. Ella se especializó en interiores tan reconocidos como el de la villa Mairea. También en diseños de objetos de cristal que aún se comercializan.

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Aino y Alvar en su estudio.

Sigue en VII…

(V) Historia crítica de la Arquitectura moderna. Kenneth Frampton. Reseña (7)

… viene de IV

Al final del siglo XIX la arquitectura rusa se encuentra dividida entre el gusto clásico del statu quo estético de San Petersburgo y el lento desarrollo del movimiento del Nuevo Romanticismo. Movimiento que comienza en 1838 con Konstantin Thon y su palacio neo bizantino del Kremlin:

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Palacio del Kremlin. Konstantin Thon. Moscú 1838

Ese movimiento favorece a final del siglo la aparición de los arquitectos Neo Rusos como Shekhtel y su modernismo.

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Ryabushinsky Mansion. F.O. Shekhtel. Moscú 1900

El movimiento oscila entre el eclecticismo de Shchusev en la estación Kazán:

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Estación de Kazán. Shchusev. 1913

a la brillantez de la Galería Tretyakov de Víktor Vasnetsov, que Frampton considera comparable con la Casa Ernst Ludwig de Olbrich:

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Galerías Tretyakov. Viktor Vasnetsov. Moscú 1905

Entre tanto, la ingeniería rusa va incorporando las tecnologías del acero y el cristal, como hace el ingeniero Valentín Zhukov con el techo de las Galerías Pomerantsev y la torre de radio ligera de 1926.

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Torre de Radio. Zhukov. Moscú 1926

Al principio de la Gran Guerra en 1914 había dos corrientes estéticas en Rusia: los que postulaban una síntesis no utilitaria transformadora de la vida cotidiana en la utopía milenarista de la poesía de Kruchenykh and Malevich y los que proponían Alexander Bogdanov y su utopía tecnológica que, por cierto, fue el que propuso las transfusiones de sangre para prolongar la vida que tan en boga está ahora entre los nuevos y jóvenes millonarios, lo que le costó la suya por aceptar para sí la sangre de un joven con malaria. Los soviéticos, tras la revolución de octubre de 2017, tratan de encontrar una estética híbrida con estas dos culturas. En 1920 se crean dos instituciones para ordenar los estudios de arquitectura: El Instituto de Cultura Artística y la Escuela de Gran Arte y Estudios Técnicos (Vkhutemas). En el nuevo estado se promocionan los debates artísticos con artistas de la altura de Malevich y Kandinsky. El primero funda la escuela Suprematista.

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Pintura suprematista. Malevich. 1915
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Silla de Tatlin

Entre tanto, se desarrolla un arte gráfico que hace posible la comunicación de la ideología revolucionaria. Es una época altamente propagandista. Frampton sugiere que hay una influencia de los movimientos de la Vkhutemas en la Bauhaus. Y menciona, en especial, el caso de Breuer y su silla Wassily, así como la de tantos arquitectos occidentales que diseñaron sillas en esos años. En efecto, el arquitecto ruso Vladimir Tatlin había desarrollado diseño de sillas con nuevos materiales que tienen el aire de los desarrollos posteriores de Le Corbusier o Mies.

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Maqueta Torre monumental para la III Internacional. Tatlin 1920

El más destacado de los arquitectos de la época es, precisamente, Tatlin que diseña el monumento a la Tercera Internacional como una columna de enrejado de acero en forma de hélice de 400 metros de altura. Esta torre anticipó las dos tendencias de las vanguardias rusas de la arquitectura. Una de ellas surge en el propio Vkhutemas con un profesor (Ladovsky) formalista que postula una nueva sintaxis plástica, basada en las leyes de la percepción humana. La otras es la visión materialista que, en 1925, lidera el arquitecto Moisei Ginzburg.

Una losa gravitaba sobre la capacidad de los artistas rusos en general, de la que no escapaba la arquitectura. Era la necesidad del nuevo régimen de tener una expresión estética acorde con los nuevos valores del país. A tal fin Ladovsky intenta propagar sus puntos de vista creando la Fundación de los nuevos Arquitectos (ASNOVA) con profesionales que ya colaboraban en Vkhutemas. Sus mejores logros se producen cuando se les unen los arquitectos Lissitzky  y Melnikov. Éste último sintetiza las posibilidades de la arquitectura soviética con el pabellón para la Exposición de las Artes Decorativas de París en 1925.

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Un edificio basado en la abstracción, sencillo y sin ornamento para representar a la URSS, que quería presentarse tanto como vanguardia políticas como estética. Grandes ventanales atravesados diagonalmente por una escalera exterior. La cubierta son estructuras entrecruzadas proporcionando movimiento a una estructura estática. Obviamente el edificio era provisional y fue desmontado al término del evento. La capacidad de la arquitectura para expresar la nueva era se extendió a los proyectos de viviendas y la concepción de rascacielos, que siguiendo el ejemplo americano, tuvieran «formas socialistas». Lo que intentó Lissitzky con su Wolkenbügel:

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Recreación. Wolkenbügel. Lissitzky. Moscú 1924

Un proyecto de estética actual que contrasta con los signos mecánicos de los primeros años del siglo XX. Pero la muerte de Lenin en ese mismo año de 1924 trajo con los nuevos dirigentes nuevas interpretaciones de las formas plásticas «realmente socialistas». Para empezar se cuestionó que el monumento funerario de Lenin se concibiera desde los presupuestos constructivistas, que podían representar a la nación en una Feria, pero no en la dramática expresión del dolor por la desaparición del líder. Tampoco se consideraba adecuado un neo-clasicismo por sus connotaciones idealistas. Se usó el constructivismo en sus aspectos más prácticos para un mausoleo provisional de madera, mientras se preparaba el definitivo en piedra siguiendo las formas de una tumba tradicional de la Asia tártara. Pasada la fase mítica con la muerte de Lenin, los problemas prácticos afloraron. En especial, la necesidad de renovar y acrecentar el parque de viviendas. Las nuevas generaciones de arquitectos consideraron su deber prescindir de las preocupaciones formalistas y abordar patrioticamente los problemas de la nación. Así, frente a ASNOVA se creó la OSA (Asociación de Arquitectos Contemporáneos) con el liderazgo de Ginzburg.

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Primera conferencia de la OSA. 1929

La asociación aceptaba la membresía de ingenieros o sociólogos como colaboradores necesarios para acertar en la respuesta a las necesidades. Se buscaba que el arquitecto dejara de ser un formalista y fuera primero un sociólogo, después político y, finalmente, arquitecto. Las ideas de OSA se difundieron a través de la revista Sovremennaya Arkhitektura (Arquitectura Contemporánea) en 1926. En su cuarto número proponían una encuesta internacional sobre la pertinencia de la construcción de bloques con tejado plano. Encuesta que dirigían a Behrens, Le Corbusier y Taut. Empezaron, también, los estudios para elaborar programas para la nueva vivienda socialista. En 1927 lanzaron una nueva encuesta internacional sobre la forma más adecuada para los bloques de viviendas. Recibieron respuestas y las incluyeron en sus reflexiones para diseñar competitivamente viviendas colectivas atendiendo también las ideas de los falansterios de Fourier. El resultado inspiró a Le Corbusier en su Ville Radieuse.

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Maqueta de duplex de viviendas socialistas. Ivanov y Levinsky. 1927

El fracaso de OSA para proporcionar un modelo de ciudad, se vio acentuado por la llegada al poder de Stalin y la consiguiente extensión de una paranoia política que se extendió por todo el país y volvió muy peligrosa la vida de todos. El resultado fue la práctica desaparición de la arquitectura de vanguardia en la URSS, matando todo tipo de creatividad. Finalmente, fue la vuelta al historicismo del que ahora, casi un siglo después, está saliendo Rusia con un vuelco dramático hacia la arquitectura que se ha encontrado al despertar de la pesadilla.

Sigue en VI…

 

 

(IV) Historia crítica de la Arquitectura moderna. Kenneth Frampton. Reseña (7)

… viene de III

Competir en el Parnaso de la arquitectura con Le Corbusier es muy complicado, pero si algún arquitecto ha estado cerca es Ludwig Mies (van der Rohe, el nombre de su madre, fue añadido más tarde) . Si Le Corbusier es, para muchos, el Rey, Mies es el príncipe de la arquitectura. Obviamente, la arquitectura de vanguardia ya no es la que ellos proponían, pero nadie discute, que hunde sus raíces en la formidable revolución que protagonizaron. Una revolución en la que llevaron tan al límite la propuesta anti ornamento, que cualquier desviación es una vuelta a un cierto manierismo.

Mies puso en aprietos a su maestro Peter Behrens preguntándole por la misión de la arquitectura. Él mismo pensaba que, desde luego, no era crear formas. Behrens no tuvo respuesta. Mies asociaba la arquitectura a la verdad, especialmente la definición de Tomás de Aquino, en la que ésta se presenta con la adecuación de lo que se expresa a la cosa o al acontecimiento al que nos referimos. A Mies le parecía que Berlage era un arquitecto que actuaba instalado en la verdad, que usaba los materiales conforme a la época en que fueron empleados.

Mies nace en 1886 en Aachen. No fue formado, como Le Corbusier, en el Ethos del modernismo. Trabajó con catorce años en la marmolería de su padre. Dos años en una escuela de artes y oficios y un período como diseñador de estucos para un constructor local. En 1905 se fue a Berlín donde trabajó para un arquitecto especializado en la construcción con madera. Añadió a su formación un período con el diseñador de muebles Bruno Paul y, durante un período breve trabajó por su cuenta en 1907 construyendo su primera obra con 21 años: la casa Riehl que está influida por el enfoque del arquitecto Hermann Muthesius, un participante de la corriente de la Werkbund.

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Casa Riehl. 1907. Mies van der Rohe.
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Distribución de la Casa Riehl. 1907. Mies van der Rohe

Encuentra cierta estabilidad en el estudio de Peter Behrens en el momento en que está surgiendo el diseño de la factoría eléctrica de la AEG. En estos años, Mies toma contacto con la tradición de la escuela de Schinkel, que, más allá de su adscripción al neoclasicismo, estaba comprometida con la Baukunst, no tanto por la elegancia asociada, como por que dotaba a la arquitectura de un soporte filosófico. Para Mies:

«El intento de renovar la arquitectura a través de las formas ha fracasado. Con ello se ha perdido un trabajo secular que solo ha llevado al vacío. Aquel levantamiento heroico de hombres de gran vocación en el cambio de siglo duro el espacio de tiempo propio de la moda. Evidentemente inventar formas no es la tarea de la Arquitectura. La Arquitectura es algo más y diferente. Aquella magnífica palabra Baukunst ya indica que el contenido esencial de la arquitectura es la construcción y que el arte significa su perfección».

En 1911 después de tres años con Behrens abre su propia oficina con 25 años. La casa Perls es la primera de un serie de cinco viviendas de estilo neo schenkeriano antes del comienzo de la primera Guerra Mundial. Un conflicto en el que participa Mies, saliendo afectado por la terrible experiencia y la derrota de Alemania. Lo que le lleva a plantearse la necesidad de una ruptura con el formalismo neoclásico en el que ve el reflejo del autoritarismo prusiano. Se acerca al movimiento radical Novembergruppe, que toma su nombre del mes en el que, tras la guerra, se produce la revolución que lleva a derrocar la monarquía y a establecer la República de Weimar. Este cambio en el ambiente artístico y arquitectónico le permite tomar contacto con las ideas de Bruno Taut y su apologeta Paul Scheerbart, recientemente (1915) muerto de inanición por sus convicciones pacifistas. Tal parece que Mies experimenta una caída de caballo y salta sin transición a desplegar su poder en otra dimensión. Una buena prueba es su rascacielos de cristal en 1920 y para la esquina de la Friedrichstrasse en Berlín 1921, cuya influencia es atribuida, según Frampton a La Arquitectura de Cristal de Scheerbart.

A la izquierda el boceto de 1920 y a la derecha el de 1921 en la Friedrichstrasse.

Mies 7Los dos se publicaron en la revista Frühlicht (luz emergente) que editaba Taut, mostrando que Mies había abandonado su inicial adscripción a la influencia remanente de schinkel en la arquitectura alemana y se alineaba con el expresionismo. En 1923,  propone para la revista G. en la que muestra algunos de sus proyectos. Tiene especial interés el del edificio de oficinas de siete plantas que publica en el primer número de la revista. En ella declara que «La arquitectura es la voluntad de la época expresada en términos espaciales». Una declaración que lo aleja del formalismo. Para él un edificio de oficinas es «la casa del trabajo… (de la) organización, de la claridad, de la economía… (y) los materiales son hormigón, acero y vidrio. Y a ese programa responde el edificio 7-stories.

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Siete pisos. Edificio de Mies para la revista G. 1023

Mies, según Frampton, lleva consigo tres influencias a las que no renuncia:

  • La de Berlage con la tradición del ladrillo y su propuesta de que «Nada debe ser construído si no está claramente estructurado«.
  • El período anterior a 1923 de Lloyd Wright pasado por la interpretación del modernismo holandés de De Stijl.
  • El suprematismo de Malevich pasado por la interpretación de Lissitzky.

La influencia de Wright se manifesta en la casa de ladrillo rojo de 1923 en la que la influencia de De Stijl es notable al mostrar una horizontalidad tan acusada que es casi bidimensionalidad.

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Casa de campo de ladrillo. Mies van der Rohe. 1923

El ladrillo lo usa profusamente en el monumento a Rosa de Luxemburgo de 1926 (la revolucionaria ejecutada en 1919 por grupos paramilitares)

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Monumento a Rosa de Luxemburgo. Mies van der Rohe. 1926

Armado con esta interesante herencia, no es de extrañar la explosión de frescura y novedad del pabellón de Alemania en la Exposición Universal celebrada en Barcelona en 1929. Todavía hoy, a pesar de que el actual edificio es una reconstrucción, se puede comprobar la provocación que una arquitectura, que pocos años después sería considerada como arte corrupto por el nazismo, tan transformadora suponía en contraste con el resto de pabellones en la rambla de Montjuic y, en especial con el edificio ocupado actualmente por el Museo Nacional de Arte que corona la colina y fue construído en el mismo año.

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Museo Nacional de Arte en Montjuic (i) y pabellón de Alemania (d.). Barcelona. 1929

Por el carácter fundador del estilo más reconocible de Mies ponemos otra imagen de este bellísimo ejemplar de la arquitectura minimalista. Fue desmontado al terminar la exposición. Pero un movimiento entre arquitectos catalanes que comenzó con las gestiones de Oriol Bohigas, cuando aún vivía Mies, consiguió el milagro de reconstruirlo con su aspecto original. El propio Mies en carta a Bohigas, le confirmaba su interés por participar. Finalmente se inauguró la reconstrucción en 1986, gracias a la Fundación Mies van der Rohe de Barcelona.

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Carta de Mies a Bohigas. Cortesía de la colección Arquilectura COAATMU
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Pabellón de la Expo de Barcelona reconstruido.

Estas influencias conviven en Mies con el enfoque expresionista del movimiento Novembergruppe, como muestra la Feria de la Seda en Berlín durante el año 1927, en la que participa con Lilly Reich. Los colores y texturas aparecen más tarde en las tapicerías de los muebles de la casa Tugendhat. Expresionismo que todavía juega un papel en su planteamiento de la Feria Alemana de la vivienda de color blanco en Stuttgart en 1927, la célebre Weissenhofsiedlung en la que participaron los arquitectos: Peter Behrens, Victor Bourgeois, Le Corbusier & Pierre Jeanneret, Richard Döcker, Josef Frank, Walter Gropius, Ludwig Hilberseimer, J.J.P Oud, Hans Poelzig, Adolf Rading, Hans Scharoun, A. G. Schneck, Mart Stam, Bruno Taut, Max Taut y Ferdinand Kramer. Todos ellos proyectan y construyen con el criterio común de que sean volúmenes prismáticos blancos con terrazas planas. El mismo contribuye con un bloque de viviendas que tiene todos los rasgos de la modernidad arquitectónica esquemática y funcional.

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El propio Mies muestra su satisfacción de poder hacer arquitectura que basada en un esqueleto estructural tiene toda la libertad de distribución con la excepción de cocinas y baños, por lo que puede satisfacer todas las necesidades funcionales.

Al tiempo Mies está trabajando en los proyectos de tres obras maestras: el Pabellón de Alemania en la feria de Barcelona de 1929, la casa Tugendhat en Brno (Checoslovaquia) en 1930 y la casa modelo para la feria de la construcción de Berlín de 1931. Del pabellón ya hemos hablado más arriba. La casa Tugendhat es la aplicación de la concepción espacial del pabellón de Barcelona a un uso doméstico. En ella hay influencia de Wright en la separación del espacio de servicio respecto del familiar e influencia de Schinkel en la logia de la clásica villa italiana modulada por columnas cruciformes de cromo y abierta a las vistas de la ciudad a modo de un belvedere. El Onyx es utilizado para las divisiones de la planta baja en la que los espacios fluyen especialmente libres. Por el contrario la planta superior se constituye por espacios cerrados herméticamente. Es curioso que la mesa del comedor la empotró en el suelo para que no pudiera ser removida.  En cuanto a la casa modelo de las exposición de 1931 le sirvió para explorar la aplicación de la planta libre a las zonas de dormitorio.

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Casa Tugendhat. Mies van der Rohe. Brno 1930

Políticamente Mies se muestra con apariencia neutral en tiempos muy complicados, aceptando una especie de fatalismo epocal en el que el individuo debe, según él, tratar de dar una respuesta adecuada en un marco prefijado. Por eso no tiene inconveniente en aceptar la dirección de la Bauhaus en 1930 cuando Alemania esté en una terrible crisis institucional que desemboca en la subida al poder del partido nacionalsocialista en 1933 acabando con la democracia en Alemania. Mies sustituye a Meyer y la Bauhaus se traslada a Berlín para finalmente cerrar por la presión política de los nazis.

En 1933, Mies es reconocido por las capas más conservadoras de Alemania como un arquitecto que puede traer una nueva monumentalidad superando el pasado neoclásico. Presenta su propuesta para el Reichsbank (nada menos que el banco del imperio) y muestra un cambio en su estrategia formal: frente a la asimetría informal una nueva simetría monumental que tiene su continuidad en la época norteamericana con el beneplácito de las élites corporativas. Un cambio que también tiene efecto sobre el modo de tratar el espacio en su obras anteriores. Con este edificio, Mies expresa de nuevo su latente pertenencia a la escuela de Schinkel y es coherente con su opinión de que la arquitectura debe reflejar la época en la que se ejerce y, desde luego, los años treinta en Alemania son años de simetría y uniformidad. El concurso fue ganado por Heinrich Wolff con un edificio de piedra sobre estructura de hormigón con estilo clásico esquemático. Pero lo que Mies consigue es la monumentalización de la técnica que se expresa como forma desde su propia naturaleza.

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Reichsbank. Mies van der Rohe. Perspectiva y planta. Berlín 1933

Mies considera que la técnica hunde sus raíces en el pasado, condiciona el presente y nos lanza hacia el futuro con su propia dinámica. Cree que la tecnología es más que un método y que en las obras de ingeniería se muestra como realmente es, mientras que el campo de la arquitectura es el del significado. Su desembarco en los Estados Unidos se expresa en el proyecto ejecutado para el Institute of Technology en Chicago en 1939. Ya en ese proyecto se plantea el problema que debe resolver para su famosa torre Seagram, que tiene que ver con la relación entre las ventanas, la estructuras y los parteluces para conseguir la unidad y claridad de los prismas acristalados.

El tipo lo prueba en el ámbito doméstico en la casa de la doctora Farnsworth en Plano (Illinois). Se trata de una caja de vidrio entre el forjado y el pedestal a 1,5 m sobre el suelo. Un edificio en el que la asimetría entre el pedestal y la casa proviene del suprematismo y es equilibrada por la simetría de la tradición de Schinkel. Todas la superficies opacas se recubren de travertino. El edificio trasciende su condición y se convierte en un monumento. El acero se pule y se pinta de blanco y las cortinas de seda terminan de encarecer la casa hasta el punto que la dueña presentó un demanda contra Mies en los tribunales, demanda que perdió. Wright se implica en el proceso público contra Mies criticando el estilo internacional y su destrucción de los valores americanos de privacidad y propiedad. Dificultades al margen, nadie puede discutir que la tensión entre belleza y función se disuelve como azucarillo ante este prodigio de la arquitectura mundial de todos los tiempos.

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Casa Farnsworth. Plano (Illinois). Mies van der Rohe. 1946

En el espacio público, Mies materializa sus ideas con especial énfasis en el Crown Hall del Instituto de Tecnología de Illinois. Este edificio es la Escuela de Arquitectura de la que Mies fue el primer director del departamento de Arquitectura con unos objetivos docentes bien definidos sobre los materiales de la época (Hormigón, Acero y Vidrio) y su convicción de fidelidad al espíritu epocal de su arquitectura.Mies 21

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Crown Hall. Mies van der Rohe. IIT (Illinois). 1956

En este edificio, Mies vuelve a la simetría radical de Schinkel y, en especial, a la de su Altes Museum en Berlín que siempre admiró.

Altes Museum (Berlin)
Altes Museum. Schinkel. Berlín 1830

Una fórmula que emplea en estos años también en el edificio Bacardí en México (1963) o en Escuela de Administración de Servicios Sociales en la Universidad de Chicago (1965).

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Edificio Bacardí. Mies van der Rohe. México 1965

No siempre era fácil que programas tan diferentes se adaptaran a un esquema general tan sencillo. En el caso de la Escuela de Administración con más facilidad y, precisamente, en la Escuela de Arquitectura era el programa el que sufría. Es el conflicto, según Colin Rowe, entre espacios centrífugos, propiamente palladianos y espacios centrípetos sin un claro organizador central. En el Crown Hall ambas concepciones convergen y se disputan la primacía espacial. Pero Mies no pierde de vista la monumentalidad que añora, aunque no siempre lo consigue. En la Escuela de Arquitectura se sacrificó el departamento de diseño industrial, que fue relegado al sótano. En todo caso, el ritmo uniforme de sus módulos favorecía la industrialización de la construcción y, por tanto, el coste del edificio. Además los planteamientos de Mies proporcionaban a los clientes una imagen potente y brillante, lo que le proporcionó encargos desde las esferas más poderosas del mundo económico. El encargo definitivo fue la Torre Seagram en Nueva York. Un prisma de superficies de vidrio marrón y montantes de bronce con el que consiguió, gracias también a la concesión que le hizo el cliente de no agotar el espacio y crear una plaza delante que permite disfrutar de la elegantísima torre.

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Torre Seagram. Mies van der Rohe. Nueva York 1958

Con todo este bagaje, Mies dirige la Escuela de Arquitectura para hacer escuela, en el sentido más general del término. Un concepto en el que se armoniza el logro estético con las facilidades para la industria de la construcción (Baukunst). Aunque no consiguió que los predicados de la Schinkel Schule que tanto le ayudaron a él sean aceptados de forma generalizada. Sea como sea estamos hablando del príncipe de la arquitectura.

Sigue en V…

El ascenso del dinero. Niall Ferguson. Reseña (14)

Este libro es un magnífico resumen de los avatares del mundo financiero. Un mundo que llega donde no llega el dinero o, mejor, un mundo que inventa otras formas de dinero. Es el mundo del crédito en el doble sentido de préstamo y reputación. Desde el descubrimiento de américa en el siglo XV, el comercio se multiplicó de tal forma, que no bastaba con el dinero circulante en forma de monedas y se inventó el crédito. Un paso fundamental para el mundo porque así las sucesivas acumulaciones de dinero que el vértigo comercial producía no eran inútiles, sino que permitían prestar el dinero con la esperanza de su devolución. Durante el préstamo el prestatario pagaba un interés y todo el mundo féliz. Pero no sólo los préstamos, sino las seguros, los bonos, las acciones, la opciones, los derivados, las hipotecas fueron sumándose al catálogo de mecanismos, algunos de los cuales ya no eran mecanismos para dinamizar el mundo, sino juegos de azar para enriquecerse en base a la necesidad de los capitalistas de obtener renta que neutralicen el efecto de corrosión de la inflación (subida de precios) y, al tiempo el miedo a perder completamente los capitales invertidos. Es una cuestión muy importante porque este ir y venir del dinero directamente o representado por las distintas imágenes que se han inventado para representarlo, es el modo en que empresas abordan innovaciones o las ideas se materializan. Tampoco falta en este libro una historia de las burbujas y las depresiones que suelen seguirlas, sin dejar en el análisis la más reciente y dolorosa para nuestra época.

Niall Ferguson es un historiador escocés de proyección internacional. Ha escrito numerosos libros sobre el poder político y una biografía de Kissinger, el Secretario de Estado norteamericano que se ocupó de las políticas más siniestras de su país en tiempos de guerra fría en los años setenta. Ferguson es un conferenciante brillante normalmente patrocinado por Think Tank neoliberales. Aunque votó por la permanencia del Reino Unido de la Unión Europea, pronto pasó a decir que se había equivocado y que los correcto era el llamado brexit. Considera que el mundo se ha vuelto muy peligroso y que la políticas liberales no se han extendido tanto como deberían. Quizá piense que queda «mucho socialismo», como herencia del siglo de prevalencia de las políticas sociales. Es un tipo curioso que se ha divorciado de su mujer, la periodista británica Susan Douglas,  con la que tuvo dos hijos, y se ha casado con la conocida abogada y activista somalí Ayaan Hirsi Alí que está amenazada por algunos islamistas radicales por las campañas realizadas en Holanda. De hecho, tras su película contra el Islam fue asesinado el director, Theo Van Gogh, y ella amenazada gravemente, teniendo que dejar el país.

RESEÑA

El libro está bien escrito y adopta una curiosa estructura. Consiste en poner en orden cronológico el comienzo de cada uno de los instrumentos financieros que identifica, pero desarrollando temporalmente la historia hasta la época actual si aún pervive. Es inteligible para profanos y lo recomiendo por su carácter de realidad subyacente a todos los acontecimientos de la vida práctica con una excepción que nos conviene hacer. Es decir, procuremos mantener todavía el invento romántico del siglo XIX y dejemos a los sentimientos al margen del vértigo económico mientras sea posible.

EL DINERO INGENUO

EL DINERO NO ES METAL

Ferguson comienza recordando que el imperio Inca no usaba el dinero aunque apreciaba los metales preciosas. Así el oro era «el sudor del Sol» y la plata «las lágrimas de la Luna». Pero estos metales para los españoles de Pizarro era la materia prima para el dinero en forma de monedas. El dinero fue un gran invento que sustituyó la ineficiente permuta de bienes. Las monedas más antiguas fueron encontradas 600 años a.C. en el Templo de Artemisa en Éfeso (actual Turquía). Los romanos contaban con monedas de oro (aureus), de plata (denarios) y de bronce (sestertius). Todavía en el años 800 d.C. se hablaba de las monedas en los términos de denarios. Pero eran tan escasas que la piel o la tierra eran casi sus sustitutos. Buscando y plata se comercializaba con los árabes en madera y esclavos y, finalmente con la guerra. Las cruzadas no fueron un buen negocio. La carencia de oro llevó al problema de las relaciones entre los tamaños de las monedas por la tendencia dividir las monedas para tener submúltiplos en pagos pequeños. Por eso el Descubrimiento acompañado de la búsqueda de oro y plata pareció acabar con la escasez tradicional. Convoyes de hasta 100 barcos con plata llegaban continuamente a Sevilla. Un quinto era para la Corona, pero el flujo proveyó de monedas a toda Europa. El «peso de ocho» o dólar español fue la primera moneda global. Servía tanto para financiar las guerras españolas en Europa como las transacciones con Asia. La abundancia de monedas hizo bajar su valor y facilitó la decadencia del Imperio Español. La inflación hizo que en Inglaterra se multiplicará por siete la forma media de vida. Los españoles no terminan de comprender que el valor del dinero no era absoluto y que la profusión de monedas no hacía un país más rico, sino las mismas cosas mas caras. De hecho hasta el siglo XX en que las monedas se desvincularon del patrón oro, no acabó esta superstición del valor absoluto de alguna forma. Hoy en la época de los bitcoins se entiende mucho mejor. El dinero vale lo que otros quiera dar a cambio.

DINERO ES CERÁMICA O PAPEL

Cuando los hombres quisieron dejar registro escrito de su asuntos, no fue la filosofía, ni la ciencia lo que daba contenido a las tablillas cerámicas de Mesopotamia (1700 años a.C), sino las deudas que surgían en los negocios. Estas notas no se diferencian notablemente de las notas en los billetes de los bancos emisores modernos. En opinión de Ferguson los que el dinero materializa (hoy en día ni eso) es la relación entre deudores y acreedores. Las tablillas cerámicas son libros de registro de préstamos hechos, incluyendo la fecha de devolución. Servían también como pagos al portador y los prestatarios estaban obligados a pagar intereses. En todo caso era un sistema basado (como ahora mismo) en la confianza de que el prestatario acabará pagando. De hecho, en muchos países el término «crédito» proviene del latín «credo». Y ahí, en el comienzo registrado de los préstamos está ya la clave del dinamismo de la humanidad. El que tiene y presta está dando a otro la oportunidad de crear.

EL DINERO HAY QUE CONTARLO

En un salto que sólo en la fantasía se puede dar, Ferguson pasa al siglo XV en la Italia de los principados en que el Imperio por antonomasia (el romano) se fragmentó, aparece un genio: Leonardo de Pisa, conocido por Fibonacci, quien todavía en el siglo XX «contribuyó» al Modulor de Le Corbusier. Su observación sobre la serie numérica en la que cada número es resultado de la suma de los dos anteriores y su razón un número «mágico» (1,618) que aparece en múltiples formas y relaciones en la naturaleza.  Pero en el mundo práctico Fibonacci acabó con el negocio de los abaquistas que se ganaban la vida haciendo operaciones con números romanos, al introducir los número árabes y el sistema decimal implícito, con los que favoreció todo tipo de cálculos en los intercambios de mercancías y dinero.

LA USURA

La iglesia católica prohibía la usura, por eso Dante crea un infierno literario para los usureros. Se consideraba usura prestar dinero con interés, porque probablemente no se tenía conciencia de limado que el dinero sufre cuando los precios se elevan. El caso es que, como ya se hacía en Mesopotamia, era necesario financiar negocios o consumo y no se aceptaba que una cristiano prestara a otros cristiano, sin embargo en el Deuteronomio del Viejo Testamento, una frase permite prestar a extraños. Por eso Venecia vió en las comunidades de judíos expulsados de España y Portugal una ocasión de para dinamizar su economía y los aceptó a partir de 1516. Asentó a los judíos en una de las islas de Venecia llamada Ghetto (literalmente fundición), porque en ella hubo una antigua fundición. Allí quedaban confinados de noche y en las fiestas cristianas. Eran marcados por una letra amarilla o debían portar un sombrero amarillo. Se les restringieron las actividades a realizar que se redujeron en gran medida a la labor de prestamistas. Dadas las angustias asociadas a la condición de prestatario no es difícil de entender la contribución de estas transacciones al odio al judío (además de la piadosa inquina por la atribución de la muerte de Cristo). Todavía hoy, los prestamistas particulares acuden a suplir la ausencia de dinero en periodos de crisis con altos intereses y fuertes castigos para el moroso.

EL DINERO MADURO

LOS BANCOS

Los Médici fueron el epítome del poder en el Renacimiento y Maquiavelo su biógrafo. Época de guerras con alto grado de ficción encargadas a mercenarios (condotieros) que no siempre tenían ganas de matarse. Pero que había que financiarlas. El origen de su riqueza está en ser prestamistas, que traficaban con dinero literalmente sentados en bancos en las calles detrás de una mesa. De ahí que fueran considerados «banchieris». Tomaban dinero de la gente a cambio de un interés y prestaban dinero, igualmente con el compromiso de pago de un interés (mayor). Crearon sucursales en Roma y Venecia, Londres y Avignon. También generalizaron un vieja herramienta de pago como eran los pagarés, ante las carencias de dinero metálico. Un sistema que podía burlar la prohibición de cobrar intereses por préstamos de dinero «en metálico». La acumulación de dinero les permitió no sin dificultad hacerse con el poder de la república florentina. El resto es otra historia. Pronto se extendió la idea de una entidad que se ocupara de normalizar la complicada situación que las transacciones internacionales provocaban con el flujo de muchos tipos de monedas. Uno de los métodos eran el uso de los cheques para realizar pagos respaldados por los depósitos en el Banco. El primero de ellos se creó en Amsterdam en 1609. En estos experimentos iniciales la relación entre el valor de los depósitos y su reservas de oro y monedas, limitando la circulación de dinero mediante la concesión de créditos. El primer banco sueco rompió esa barrera empezando a prestar parte de sus reservas aunque eso le impidiera atender la reclamación de los depositantes, si estos se presentaban todos a la vez, lo que era, siempre que el banco mantuviese su reputación, muy improbable. El paso de reducir la reservas que respaldan los depósitos permitía a los bancos prestar con más facilidad y hacer que el dinero. Ferguson propone un ejemplo basado en una tasa mínima del 10 % de reservas o dinero en los bancos:

Un banco tiene depósitos por valor de 100 unidades dinerarias (UD). Con la tasa del 10 % puede prestar 90 y así procede. El prestatario coge los 90 y los deposita en otro banco provisionalmente. Este otro banco con la misa tasa de reservas presta hasta el 90 % de 90 UD, es decir 81. Ahora se puede ver el efecto. En vez de una cantidad de 100 UD inmovilizada en el primer banco, tenemos una dinámica dineraria de 100 + 90 + 81 =271 unidades dinerarias. Una situación tan interesante para la dinámica económica como frágil en cuanto alguien pierda la confianza. Si se acude al primer banco a pedir las 100 UD, éste tendrá que pedir las 90 UD a su prestatario que, a su vez, tendrá que pedirselos al segundo banco en una cadena de miedo que arruina la cadena dineraria. 

En el ejemplo la primera fase expansiva genera riqueza y en la segunda depresión. Ferguson piensa que los españoles nunca comprendieron cuando las naves llegaban plenas de oro y plata que el dinero no es el metal, sino a la cadena de crédito que surgió en Florencia, Amsterdam y se perfeccionó en Estocolmo.

LOS BONOS

Después de la invención de los bancos, el siguiente avance financiero fue el nacimiento de los bonos. En españa los conocemos como Letras del Tesoro y Bonos del Tesoro, un documento que proporciona al poseedor un interés anual modesto, pero la garantía del estado. Su aparición se sitúa en el norte de Italia hace unos ochocientos años. Hoy en día suponen globalmente unos 18 billones (europeos) de dólares. Todos estamos relacionados con los bonos de un modo u otro. Así el ciudadano que tiene un plan de pensiones debe saber que la financiera o banco donde lo haya suscrito colocará parte del dinero en bonos de un estado. También porque siendo los países grandes una garantía para los compradores, los capitales puestos a disposición de los países proporciona grandes beneficios a todos sus ciudadanos. Si como dijo Heráclito «La guerra es el padre de todas las cosas», lo es de los bonos. Las ciudades-estado del norte de Italia estaban en continuo conflicto para lo que usaban ejércitos mercenarios que tenían que pagar, por lo que necesitaban financiación. Uno de los más conocidos mercenarios o condotieros fue un inglés llamado John Hawkwood. En Florencia se creó el Monte Común (Monte Commune) en el que obligatoriamente los ciudadanos de Florencia debían colocar dinero para la libre disposición del príncipe de la ciudad. Se pagaba un interés que, para evitar el reproche de la Iglesia, se camuflaba como compensación por los daños en las economías particulares. El resto del capítulo muestra los avatares históricos de los bonos y las guerras que financiaron, destacando la guerra contra Napoleón, que fue financiada por el emergente financiero Nathan Rothschild que con sucursales dirigidas por sus hermanos en las más importantes capitales europeas dominaba la información y, por tanto, las más atrevidas apuestas en el mercado secundario de bonos. Los mercados secundarios son otro invento que multiplicaba la potencia de los bonos. Se activaba cuando el tenedor de bonos los vendía a un tercero, puestos que eran documentos al portador. Una operaciones que permitían grandes ganancias y grandes bancarrotas. No menos interesante es la historia de la financiación de los confederados en la Guerra de Secesión norteamericana y su importancia decisiva en el curso de los acontecimientos. Sudamérica las recién independizadas repúblicas pronto entraron en el mercado de bonos para financiar sus estados, una vez rotas las relaciones con la metrópoli española. Pero pronto aprendieron el escaso coste que en las primeras ocasiones llegaba a tener el declararse insolventes. Lo que obligó a los países de los tenedores de bonos tan importantes como Gran Bretaña, Alemania, Italia a operaciones tan contundentes como bloquear los puertos de Venezuela en 1902. No menos enérgicos se mostraron los norteamericanos con sus cañoneras para defender los intereses de sus inversores los países del Caribe. La segunda parte del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX generalizó la figura del rentista que con grandes fondos en bonos del tesoro cobraban de forma periódica los intereses. Una bonanza que financió la Belle Epoque y se desplomó con la Gran Guerra en 1914.

Según Ferguson lo que ocurrió durante y después de la guerra (además de matarse unos a otros) fue un fenómeno de inflación por exceso de dinero producido por la necesidad de los estados de acudir a los bancos centrales para que le compraran bonos del tesoro, lo que aumentó el capital circulante y el precio de las mercancías. No lo hizo por igual en todos los países, pues en Alemania fue mucho peor, pues no tuvo acceso a los mercados internacionales de bonos para colocar los suyos y en cuanto consumió el dinero de los inversores propios empezó a tener problemas de financiación de las actividades bélicas. Ferguson le discute a Keynes que los problemas financieros de Alemania tuvieran origen en las condiciones impuestas en Versalles y se acoge a la explicación monetaria de Friedman. La inflación es el modo más innoble que tienen los gobiernos de quitarle riqueza a sus ciudadanos. Como es un fenómeno monetario, basta con inundar de dinero el mercado para que las mercancías se encarezcan, el dinero vale menos y pagar las deudas públicas es más barato cuando vencen los plazos de los bonos del tesoro. En Argentina llegó a agotarse el papel para seguir fabricando billetes en 1989.

ACCIONES Y BURBUJAS

El siguiente invento para el progreso del dinero, lo fija Ferguson en la aparición de las empresas que unían a inversores para limitar la responsabilidad. Estas empresas emitían acciones que eran compartidas por los socios, cuya responsabilidad se limitaba al valor de esas participaciones. Los problemas empiezan en el mercado secundario es esas participaciones que son compradas y vendidas todos los días generando expectativas que pueden pasar de la normalidad a la euforia y la manía a la depresión. Es un mercado volátil en el que, de vez en cuando, aparece el fenómeno de las burbujas. Los compradores de un trozo de una compañía están apostando por la expectativa de que la empresa y sus acciones valdrán más en el futuro. Para que se den las burbujas tiene que fluir el dinero de país a país y debe haber crédito fácil, lo que involucra en este fenómeno a los bancos centrales. Las burbujas son el mejor ejemplo de que el ser humano no aprende de sus errores. Burbujas famosas citadas y descritas con todo detalles es la de la Compañía de Indias Holandesa (VOC) en 1598 y la que dirigió hasta su fracaso John Law. La primera tuvo tanto éxito al principio que favoreció la relación entre la tenencia de acciones de la empresa como garantía para realizar préstamos. El siguiente paso fue prestar dinero para comprar acciones creando otro tipo de economía en el que las mercancías y la tecnología asociada pasaba a un segundo plano, pues el tráfico de acciones se convertía en una cuestión de supersticiosas intuiciones e ilegales transmisiones de información privilegiada para las operaciones de compra y venta de valores. Había aparecido una economía que seguía sus propias reglas y lógicas. Entre ellas la guerra como herramienta. Jan Pieterszoon Coen llegó a decir » no podemos hacer la guerra sin negocios ni negocios sin guerra». En 1650 las acciones de VOC valían siete veces el valor original. En 1794 se hundió. Fue una burbuja gradual al contrario que la de los tulipanes en 1636. John Law creó una burbuja perfecta (casi una estafa piramidal) en su afán de enriquecerse y financiar a la corona francesa de Louis XV. De hecho se considera como la primera burbuja basada en expectativas no bien fundadas, sino creadas como ficción desde el principio. Creó la Compañía del Mississippi y la envolvió (en tiempos donde la información no fluía) en un emporio ficticio que llevó a los inversores de todos tipo a pelear por poseer acciones subiendo su precio espectacularmente. El hundimiento fue en 1720 y Law tuvo que huir. Francia cayó en una depresión que creó las condiciones de la Revolución en 1789. Después han habido sucesivas burbujas de la Bolsa que se manifiestan con caídas bruscas cuando nadie las espera, debido a que un día es suficiente para que tirando de un hilo se deshaga todo el pullover. Las dos más recientes fueron el crash de 1929 y la burbuja de las tecnológicas en los años 90. Otras han sido verdaderas estafas localizadas en empresas que son capaces como John Law de hacer creer a los inversores que su ascenso es imparable y eterno. Un caso ejemplar fue el de la compañía Enron en 2001.

MECANISMOS DE ASEGURAMIENTO

SEGUROS

La vida está ofreciendo continuamente circunstancias en las que individuos aislados o colectividades enteras sufren catástrofes que los enferman o arruinan. Si ahorrar para estar preparado para un eventual desastre es prudente, no siempre es posible alcanzar las cantidades que se requieren por sí solo. De ahí la necesidad de mutualizar los costos de una desgracia, pagando mucho y recibiendo sólo los que padecen. Aunque en el siglo XIV ya aparecen en algunos documentos menciones a operaciones de aseguramiento de mercancías, el invento de las pensiones en el sentido moderno fue de dos clérigos escoceses que quisieron que las viudas de los religiosos, que quedaban a su muerte en la miseria más absoluta, contaran con un pensión. Para ello crearon un sistema de pagos periódicos en vida de todos los clérigos acumulando un capital que permitía ocuparse de las familias a la muerte de los padres. En el siglo XVII el incendio de Londres, que destruyó 13000 viviendas puso en la pista a Nicolás Barbon de los seguros contra incendios y en la cafetería de Edward Lloyd se empezó entorno a 1670 a generar un mercado de seguros de navegación. Lloyd alcanzó tal nivel que en filo de la I Guerra Mundial tenía asegurados a la marina mercante de su enemigo. Los seguros de vida existen desde el medievo. Pero el desarrollo del concepto de riesgo y el uso de las probabilidades y la expectativas de vida en los cálculos actuariales pusieron las bases científicas del establecimiento de las primas. La expansión en la segunda mitad del siglo XIX de las ideas filantrópicas y la amenaza que el socialismo suponía para el régimen de imperios y monarquías con fundamento económico liberal, activó en 1880 de la mano del padre de la Alemania unida Bismarck, el primer mecanismo de aseguramiento de riesgos relacionado con la enfermedad y la vejez que alcanzó la escala del llamado Estado de Bienestar en el siglo XX y que hoy se está tratando de minar. Bismarck era coherente con sus ideas pensaba que si en las democracias también votan los pobres, se necesitan estímulos tangibles para obtenerlos. Los británicos siguieron el ejemplo en 1908. El economista socialistas Beveridge preparó el esquema que se aplicó en la posguerra de la II Guerra Mundial. Un sistema que, según, Churchill cubría «de la cuna a la tumba». Los estados se hicieron cargo porque en los períodos de guerr el mundo era demasiado peligroso para que las compañías privadas se hicieran cargo de asegurarlo. Pero el sentido de asegurar todo tipo de riesgos se había extendido tanto que con un equilibrado reparto, estados y compañías privadas cubren hoy en día todo tipo de riesgos. Un concepto que no se discute en sus objetivos, pero sí en los términos del reparto público-privado. Los partidos conservadores creen que lo que empezó como un sistema de aseguramiento a cargo del estado ha degenerado en una apropiación vía impuestos de capitales que le quitan dinamismo a la economía e, incluso, podría llegar a paralizarla. El experimento que a mayor escala ha intentado acabar con el estado de bienestar ocurrió durante la dictadura de Pinochet de la mano de José Piñera y los Chicago Boys educados con Milton Friedman. El cambio fundamental consistió en sustituir el sistema de pensiones, basado en que los trabajadores activos pagan las pensiones de los inactivos, por uno de capitalización en el que cada trabajador suscribe un plan de pensiones privado. El libro cuenta los detalles del experimento y las crónicas actuales el estado de satisfacción de los trabajadores que con el dinero en el bolsillo decidieron auto asegurarse. La economía de Chile se benefició de esa acumulación de capital en manos privadas. Está por ver la calidad de las pensiones  de los que suscribieron aquellos seguros.

DERIVADOS

LOS FONDOS DE COBERTURA (Hedge funds)

No acaba aquí los tipos de coberturas que la imaginación ha activado, más allá de los seguros y el estado del bienestar, para cubrir los golpes que nos esperan en el futuro. El último en llegar a este catálogo son los Fondos de Cobertura (Hedge Funds). Su origen conceptual llega de la agricultura en la que la incertidumbre sobre el trato que el clima puede dar a la cosecha, creó un mecanismo de aseguramiento que consiste en comprometer con un distribuidor, en el momento de la siembra, el precio al que se comprará la cosecha en el futuro cuando esté lista para el mercado. Es el invento del mercado de «futuros». Como este tipo de cobertura está relacionado directamente con un bien tangible, es una forma de derivado.

OPCIONES (Options)

Las opciones funcionan con el mismo concepto que los fondos de cobertura, pero en vez de fijarse de antemano el precio de una mercancía, en este caso lo que se anticipa es el precio de unas acciones. Hay de tres tipos: la call option, la put option y las swap. En la primera, el mecanismo es el siguiente: Al día de hoy, en el que unas acciones tienen un precio de 100 Unidades Monetarias (UD), se paga una cantidad por tener la seguridad de que, en un determinado tiempo, esas acciones puedan ser compradas por 150 UD, en la esperanza de que puedan llegar a tener un valor de, pongamos, 200 UD. El que paga por la opción no está obligado a comprar mañana, pero el que recibe el precio de la opción sí está obligado a vender. En la segunda el que compra la opción tiene el derecho, pero no la obligación de venderle las acciones al precio pactado al que ha cobrado por esa obligación. En el caso de las swap (intercambio) se aseguran las pérdidas por la caída de las tasas de interés de un determinado capital y, en su caso, las pérdidas por las caídas de interés de unos bonos.

BONOS CAT(ástrofes) (cat bonds)

Tradicionalmente las compañías de seguros se han cubierto de las grandes catástrofes mediante el mecanismo del reasegurar o mutualizar el riesgo entre muchas compañías del ramo. Pero una alternativa son los Cat Bonds. Estos bonos son emitidos por las compañías de seguros para evitar indemnizaciones que superen las primas cobradas de los asegurados cuando ocurre una catástrofe en un plazo pactado de antemano. Si la catástrofe ocurre, el comprador de los bonos paga a la compañía de seguros una cantidad fijada de antemano. Y, en compensación, durante el tiempo establecido, la compañía de seguros paga intereses al titular de los bonos sobre la cantidad acordada. De hecho el comprador de los bonos está «vendiendo» un seguro a la compañía de seguros.

LA SEGURIDAD DE UN HOGAR

Los mecanismos para financiar actividades o para asegurar bienes o valores no están siempre a disposición de los ciudadanos corrientes. Por eso es tan atractiva la idea de asegurarse el futuro siendo propietario de una casa, que es un valor en el que, además, se puede vivir mientras no llegan los problemas. Esa aspiración de las familias ha sido aprovechada en distintas épocas para operaciones financieras que no siempre han acabado bien. Ferguson cuenta la historia del juego del Monopoly como trasunto de la vida real, en la que, según el autor, no está claro que ser propietario de una casa sea una inversión segura. Para ello repasa la historia de las políticas para generalizar la propiedad de la vivienda en el Reino Unido y en Estados Unidos. Políticas que, cuando cuentan con la voluntad explícita de los gobiernos, despierta ambiciones de aventureros que aprovechan las facilidades de financiación propiciadas por las autoridades para movilizar a aspirantes que no siempre están en condiciones de hacerse cargo de las obligaciones asociadas a la devolución de los préstamos. En los años 80, el protagonista del desastre fue Danny Faulkner con su Save & Loan y, en los años 2000, Goldman Sach y sus hipotecas subprime. Si la crisis de S&L la pagaron los que la perpetraron con cárcel e indemnizaciones, pero los contribuyentes tuvieron que pagar 124.000 millones de dólares. Fueron encarceladas 326 personas. Unas consecuencias personales muy diferentes de las de la burbuja de los años 2000, que no tuvieron consecuencias personales, pues el desregulamiento previo de este tipo de operaciones, dejó impunes a los que diseñaron y llevaron a cabo el gran desastre. Es muy interesante también la historia que cuenta Ferguson acerca de cómo se aprovecharon algunos comprando a precios tirados las viviendas para futuras conversión en beneficios. En la crisis de los años 2000, la administración Bush impulsó la burbuja reduciendo los trámites para obtener la hipoteca y forzando a las agencias inmobiliarias (Fannie Mae y Freddie Mac) para que contribuyeran a la explosión crediticia para que insolventes compraran. El resto es una historia conocida.

EN RESUMEN

En el tramo final del libro, se hacen interesantes reflexiones sobre las consecuencias no previstas de la crisis de 2007, que casi atascó a la economía mundial por falta de confianza. Ferguson acaba su libro con interesantes detalles sobre las relaciones simbióticas entre China y Estados Unidos, pareja a la que llama irónicamente «Chimerica». Una relación en la que China, por su capacidad de ahorro y su explosión productiva y USA con su capacidad de compra y sus necesidades de financiación para sus aventuras bélicas, han formado un tándem de gigantes en las que parece que USA lleva las de perder.

Pero, además, Ferguson concluye que todos los mecanismos inventados desde la Edad Media para llevar al dinero más allá de su primera percepción como metal precioso y convertirlo en bonos, seguros, futuros o hipotecas, funcionan eficazmente para distribuir recursos. Por eso, el sistema de financiación occidental se ha extendido por el mundo, primero en forma de imperialismo y, después, en forma de globalización. Pero no es un camino de rosas, pues desde 1870 se han registrado 148 crisis de mayor o menor impacto. Crisis que tienen origen, en su opinión, en la mezcla de errores y sesgos de las decisiones de los individuos, a los que se suma la oscuridad que las emociones conllevan cuando la ambición de tener más o el temor de perderlo todo. Entre la euforia y la depresión caben todo tipo de reacciones que hacen tremar los gráficos económicos. Unas reflexiones que culminan en la idea de que la economía muestra rasgos propios de los procesos de la evolución biológica. Así la destrucción sistemática de empresas siguiendo una lógica evolutiva de selección natural elevada a selección con criterios económicos. Pero también analogías más fuertes como el carácter genético de los procesos de conformación de organismos desde la «genética empresarial» y la transmisión del conocimiento y formas corporativas, competición entre individuos, mutaciones, especificación y extinción.

Ferguson concluye que se piensa que la historia de las finanzas es el resultado de mutaciones institucionales y la selección natural. Pero también hay diferencias dignas de destacarse, como la asimilación de unas empresas por otras, o la inutilidad de la analogía sexual y su consecuencia reproductiva. Es decir, el parece potente la analogía, pero sin caer en la ingenuidad de creer en se puede pasar de la analogía a la identidad. Le preocupa la intervención del estado en la economía que, inevitablemente, ha producido la última crisis con sus extraordinaria importancia de los capitales afectados.

 

 

 

 

La Constitución de la libertad. Friedrich Hayek. Reseña (13)

Cuenta la leyenda que Margaret Thatcher, cuando aún era la líder de la oposición, puso con fuerza sobre la mesa de reuniones del Conservative Research Department un libro y dijo con vehemencia: «This is what we believe» (esto es en lo que creemos). Ese libro era The constitution of liberty, un texto publicado por el economista austríaco Friedrich Hayek en 1960. Su contenido influyó decisivamente en las políticas que se desarrollaron en el Reino Unido y en Estados Unidos desde finales de los años setenta y podemos comprobar, hoy en día, hasta qué punto sus ideas están configurando nuestras vidas comprometiendo medio siglo de avances sociales.

La razón por la que he leído sus más de quinientas páginas es porque, como cualquiera puede comprobar, ahí están en hueso todos los argumentos que hoy se utilizan en los círculos políticos liberales y conservadores de todo el mundo. Porque si Hayek se distanció de los conservadores, éstos lo aman. De modo que hablamos de un libro muy influyente allí donde se toman decisiones, aunque, actualmente, no sea conocido por el gran público. Un libro con el que debe batirse conceptualmente todo el que esté interesado, al menos, en comprender el mundo actual.

Hayek como economista pertenece a la llamada Escuela Austríaca que sostenía que:

  • las instituciones sociales más importantes no eran resultado de decisiones premeditadas, sino de una evolución adaptativa lenta que las dotaba de un carácter universal;
  • la importancia de la defensa del libre mercado frente a la presencia predominante de teorías económicas socialistas;
  • el carácter monetario de los ciclos económicos y ponía el énfasis en el individualismo y subjetivismo del ser humano como actor económico, que valora objetos que sin dejar de tener características objetivas, como la cantidad de trabajo necesaria para su producción, son juzgados conforme a las necesidades de cada ser humano.
  • El ser humano es un actor que no tiene todo el conocimiento y produce fenómenos nuevos al interactuar con otros. Fenómenos regulares que no son planificados conscientemente.
  • La Praxeología o ciencia de la conducta del hombre ante el mundo es decisiva en economía.

Con estos antecedentes y el contraste intelectual que supusieron las doctrinas de Maynard Keynes para el afinamiento de sus ideas, Hayek construyó, más allá de sus intereses científicos, una teoría de la libertad como fruto de la actividad económica orientada de determinada manera. Él consideraba que el avance teórico e ideológico del socialismo lo dotaba de un halo de progresismo y utopía que lo hacía imbatible en el corazón de los votantes de las democracias occidentales. Esa es la razón por la que fundó la Mont Pelerin Society que todavía existe. Esta fundación se creó en 1947 y contó como miembros fundadores con el propio Hayek, Karl Popper y un joven Milton Friedman entre los 38 interesados que se reunieron en la villa suiza de Mont Pelerin. Esta vena activista de Hayek lo llevó a escribir dos libros ideológicos que tuvieron gran influencia sobre sus lectores políticos. Estos libros fueron The road of serfdom (1948) y The constitution of liberty (1960) que reseñamos en este artículo.

RESEÑA

El libro es extenso y omniabarcador de lo que puede interesar a un lector que le preocupe el sustrato de los social que es la disciplina económica. Hayek es un autor de amplio espectro cuyas opiniones halagan los oídos conservadores y liberales y rechina en los oídos de los llamados, por él, socialistas. Para que esta reseña sea útil le vamos a dar la palabra al propios Hayek a partir de textos escogidos, en la seguridad de que no necesitan interpretación porque hay que reconocerle la claridad de su forma de transmitir sus ideas. Pero, antes, un resumen de las ideas principales.

1.- LIBERTAD

La libertad está en el corazón del sistema de pensamiento de Hayek. Él es un economista, pero se da cuenta de que con sólo argumentos económicos no puede cambiar las políticas de los gobiernos con su gran influencia sobre el funcionamiento de la economía. Cree que la economía de la planificación gubernamental está soportada ideológicamente por el concepto de igualdad, mientras que la economía del mercado es vista, despectivamente como la opción de la codicia, de que poco se puede esperar para cautivar corazones. En consecuencia decide proporcionar las bases para una economía soportada por el concepto de libertad. Por eso, en este su libro fundamental, construye primero las bases conceptuales de la libertad para, después, buscar meticulosamente, en todos los aspectos de la vida social, cualquier peligro para ella.

Hayek considera que la libertad es la ausencia de coerción para la acción propia por parte de otras personas. Todo otro matiz sobre la definición es visto por Hayek como sospechoso. Por eso discute los conceptos de libertad política, libertad subjetiva y libertad para hacer cosas que aparecen en las discusiones de la época (años 60). Él Considera que se puede ser libre en un clima de opresión política; que se puede ser libre frente a otros, mientras se es esclavo de las propias pasiones y, finalmente, considera que la libertad para hacer, es la confusión de la libertad con el poder y que aquí está el mayor peligro, pues se puede destruir la libertad en nombre de la libertad. Él cree que la libertad conseguida eliminando obstáculos para su ejercicio ha sido usada por el socialismo para reforzar su pretensión de imponer la igualdad extrayendo recursos económicos de la actividad del mercado. Este peligro lo neutraliza afirmando que un vagabundo sin recursos puede ser más libre que un soldado obligado a la disciplina militar. Pero, ¿Qué libertad es esa que Hayek quiere preservar a toda costa? aquella que surge de la ausencia de coerción por parte de otros hombres. Sobre esta sencilla idea construye su castillo. Y, desde él, combate también a los conservadores, pues no concibe una sociedad moderna estacionaria, dado que, en su opinión, el progreso es necesario para que el proceso de creación, producción y distribución no pare. Un dinamismo cuyos motores son la desigualdad (el deseo de tener mejor vida) entre los actores económicos y la competencia entre los que afrontan el protagonismo en el proceso de progreso material.

2.- EL PODER CREATIVO DE UNA CIVILIZACIÓN LIBRE Y DESIGUAL

El ser humano es finito. En consecuencia no puede contener, al menos en la profundidad para ser efectivo, todo el conocimiento que la humanidad acumula. De esta idea se podría derivar una política colectivista al considerar que los logros humanos son el resultado del esfuerzo de todos. Pero Hayek extrae otra conclusión: la razón es resultado de la experiencia en mayor grado que la experiencia el resultado de la aplicación de la razón. Las aparición de las civilizaciones tienen una lógica interna que las conforma en un frote continuo entre los propósitos y los resultados. La idea de que la humanidad ha creado a la civilización es falsa. La razón es constituida por la realidad social y reacciona con nuevas propuestas en función de los retos que se plantean. A menudo el hombre, al desconocer el origen de las fuerzas que han creado a las civilizaciones se plantea su destrucción para empezar en un mundo nuevo, como hace el racionalismo y sus secuelas socialistas y nacionalistas. Así, curiosamente, el gran defensor de la libertad rechaza a los nacionalismos conservadores o revolucionarios como perjudiciales.

Por estas mismas razones, Hayek cree que tampoco el conocimiento científico agota el conocimiento que el ser humano posee, gran parte del cual es implícito y actuante en los artefactos institucionales. Este conocimiento implícito que actúa en un segundo plano, sólo se puede manifestar si dejamos a cada hombre actuar en plena libertad reaccionando con sus impulsos y su razón construída por su experiencia idiosincrásica. Aquí podemos ver cómo Hayek conecta su concepción de la libertad con el progreso social. Su razonamiento es que, dado que cada individuo sólo tiene una visión parcial de los problemas el único modo de progresar es dejar que, a través de la libertad individual, se ensayen todas las posibilidades. Además esta humildad cognitiva está en la base de la tolerancia. Cómo no sabemos quién puede dar con la solución hay que dar libertad a todos, aunque se equivoquen.

Hayek cree con Popper que en el uso de su libertad el ser humano, no sólo da con nuevos métodos, sino que cambia sus fines y valores. El proceso es adaptativo. No en vano, a pesar de que se invirtió después la relación, la teoría de la evolución de Darwin está inspirada en teorías de evolución social. Se suma a Adam Smith para sostener que el bienestar de los más desfavorecidos depende del progreso material de los más osados. Aquí fundamenta su idea más controvertida: la de que es necesario permitir que unos pocos acumulen riqueza y disfruten de los avances antes de que estos se generalicen. Con lo que afirma otros de los ejes de su pensamiento: la desigualdad en la riqueza es una condición necesaria para el progreso: «Los lujos de hoy son las necesidades del mañana». Y añade que para que una sociedad no libre, planificada, tenga el mismo ritmo de crecimiento es necesario un grado de desigualdad similar. La oposición a la desigualdad entorpece el progreso de todos, concluye.

3.- LIBERTAD RAZÓN Y TRADICIÓN

Hayek explora la historia de la libertad y sus enemigos y considera que ha habido fundamentalmente dos tendencias opuestas en los últimos trescientos años: la de origen anglosajón y la de origen francés. La primera, siempre atenta a la experiencia, es espontánea y carece de coacción. La segunda se basa en la coacción para la consecución de un bien anticipado racionalmente para el conjunto social. En palabras de Hayek:

«la una mantiene un desarrollo orgánico lento y semiconsciente; la otra cree en un deliberado doctrinarismo; la una está a favor del método de la prueba y el error y la otra en pro de un patrón obligatorio válido para todos»

La tradición anglosajona es antirracionalista y la francesa de extremadamente racionalista y se basa en la teórica bondad del individuo.

«Nos comprendemos mutuamente, convivimos y somos capaces de actuar con éxito para llevar a cabo nuestros planes, porque la mayor parte del tiempo los miembros de nuestra civilización se conforman con los inconscientes patrones de conducta, muestran una regularidad en sus acciones que no es el resultado de mandatos o coacción y a menudo ni siquiera de una adhesión consciente a reglas conocidas, sino producto de hábitos y tradiciones firmemente establecidas»

Pero Hayek no desprecia a la razón, sino a la pretensión de su omnipotencia. Por eso adopta la postura kantiana de encontrar los límites de la razón y como optimizar su participación en el progreso humano. Básicamente  considera que prudentemente hay que examinar lo heredado antes de su reforma y, desde luego, se debe aceptar, antes de que produzca daño, que se ha cometido errores a tenor de los resultados. En este sentido es descorazonador comprobar cómo los encargados de dirigir las sociedades se mantienen en el error a pesar de las graves consecuencias de las decisiones que su razón les inspiró. Es la constatación de que las emociones, incluida la autoestima y reputación se superponen al interés general. Hayek introduce la libertad en esta discusión afirmando la necesidad de que la libertad de equivocarse sea compensada con la responsabilidad por las consecuencias. La ausencia de libertad conduce a la irresponsabilidad porque sólo hay un camino para las decisiones.

4.- IGUALDAD

Hayek piensa que la igualdad es un valor humano surgido de la envidia. La igualdad de todos los hombres enunciada por la constitución norteamericana le parece obvia desde el punto de vista de los derechos y obligaciones, pero le parece sospechosa y perjudicial extendida a los comportamientos sociales y morales, no digamos en el ámbito de la economía, donde le parece un factor que lastra el progreso. Según Hayek, la desigualdad no había sido un problema hasta la aparición a mediados del siglo XIX del socialismo teórico, primero, y nocivamente práctico, después, que se desprendió de la filosofía de Hegel a manos de Karl Marx. El concepto central del pensamiento de Hayek, la libertad, no tiene nada que ver, en opinión de nuestro autor, con la igualdad, pues, muy al contrario, su desarrollo produce desigualdades. La igualdad ante la ley es imprescindible para la libertad y conduce inevitablemente a la desigualdad material. Hayek no entiende porque se considera menos valiosa las capacidades que son consecuencia de la buena posición económica de la familia de procedencia que las de origen natural. Y extrema su postura cuando afirma que la herencia es necesaria para garantizar la creación de élites poderosas que contribuyan al progreso general en la persecución de sus intereses particulares. Y falazmente considera que si nadie discute la importancia de la familia para transmitir los valores, no debe discutirse la transmisión de la capacidad material que los hace posibles.

No debe ser más reprochable nacer de padres ricos que hacerlo de padres inteligentes. La ventajas de ambas situaciones deben ser alabadas como oportunidades para la humanidad de que estas personas contribuyan con su talento a bien común. Es una postura un tanto ingenua desde luego, visto el uso que de las riquezas heredadas hacen la mayoría de los privilegiados. Uso inadecuado de la acumulación, al que se suma el origen no siempre libre de sospecha del arranque de muchas fortunas. Basta con repasar el catálogo de hombres y mujeres realmente providenciales para la humanidad y su procedencia normalmente de la clase media o incluso baja. Henry Ford fue adoptado, Madame Curie era hija de maestros, Los Einstein tuvieron dificultades económicas, los padres de Fleming eran granjeros, Isaac Newton, Ramón y Cajal… Tal parece que la riqueza inhibe a los que nacen en ella para metas superiores, distraídos como están en su disfrute directo. Pero no se puede negar el diletantismo de los más inteligentes de los ricos.

Otra cuestión que Hayek también discute tiene que ver con la igualdad en la educación, llegando a sostener que los defensores de la igualdad pretenden impedir que haya quien recibe mejor educación que el resto. Una argumentación cuyo origen se desconoce, pero que llevaría, en su opinión, a que el estado se ocupara de que nadie, por ejemplo, tuviera más salud que los demás. Insiste en su lucha contra una igualdad que, ahora en mi opinión, nadie persigue y es la de premiar no por el logro, sino por el esfuerzo. Un mecanismo absurdo que cambiaría en muchas ocasiones a los ocupantes de los podios olímpicos. En resumen, Hayek ve como enemigos de la libertad y del progreso humano a un concepto de igualdad basado en el enrasamiento por los niveles más bajos de las capacidades de los individuos.

5.- DEMOCRACIA

Armado de la libertad, Hayek no teme, incluso desacralizar la democracia, entendida como el poder de las mayorías. Cree que la tradición liberal ha luchado para limitar el poder del gobernante, sea monárquico o democrático. Para entender su punto de vista atendamos a estos dos pares opuestos:

«A la democracia se opone el gobierno autoritario; al liberalismo se opone el totalitarismo.»

La diferenciación es significativa porque, en su planteamiento, eso permite que un gobierno pueda ser liberal y autoritario o demócrata y totalitario puesto que estas nuevas parejas no son contradictorias. Se entiende que el gobierno totalitario bloquea toda libertad, mientras que no lo hace el autoritario, que se limita a despreciar el voto popular como mecanismo de toma de decisiones. La segunda fórmula sería aquella en la que el cierre a toda libertad se produce por votación. La otra combinación no contradictoria sería un gobierno democrático y liberal o un gobierno autoritario y totalitario. En el primer caso, la democracia daría respaldo a las libertades sin restricción alguna y en el segundo el déspota, además, cerraría el paso a todo tipo de libertad. De esta discusión preliminar se puede escapar el hecho de que, como dejó claro más arriba, Hayek no entiende por libertad nada más que la ausencia de coerciones a la acción de individuo. Pero él piensa, que de todas las libertades la principal es la económica, por eso un dictador no totalitario es compatible con la libertad de empresa y el mercado libre, porque a él sólo le interesa mantener el control sobre los aspectos políticos (es decir la reclamación de democracia) por parte de los ciudadanos. Casos así se han dado y se están dando en la actualidad. Y puesto que es esa libertad la que más le preocupa dedica sus argumentos a minar la legitimidad de la democracia en determinados supuestos. Y aclara que:

Una democracia puede muy bien esgrimir poderes totalitarios, y es concebible que un gobierno autoritario actúe sobre la base de principios liberales. El liberalismo es una doctrina sobre lo que debiera ser la ley; la democracia, una doctrina sobre la manera de determinar lo que será la ley.

Hayek por tanto respalda situaciones tan peculiares como la que se dió en el Chile de Pinochet, como en la China del partido comunista. Por supuesto que también aplaude un régimen político en el que además de la libertad de comercio, existan los que entendemos hoy en día por derechos políticas, pero no se lamenta en exceso de los contrario. Es una posición contradictoria con su biografía de refugiado que huye de los regímenes totalitarios del nazismo y del comunismo. Ahora queda más claro que lo hace no por los derechos políticos, sino porque cercenan la libertad esencial, que es la de comercio. Lo que le preocupa a Hayek, no es tanto que la democracia pueda ser utilizada para conseguir derechos políticos, sino que pueda emplearse para que una mayoría imponga sus criterios económicos a la minoría.

«No existe justificación para que ninguna mayoría conceda a sus miembros privilegios mediante el establecimiento de reglas discriminatorias a su favor»

Por eso piensa que:

«Puede muy bien ser cierto, como se ha mantenido a menudo, que en cualquier aspecto de la vida pública la intervención de una élite educada resulte más eficiente y quizá incluso más justa que la de otro gobierno elegido por el voto de la mayoría»

6.- ASALARIADOS Y EMPRENDEDORES

Sus posiciones respecto de la democracia son coherentes con el temor que se desprende de la combinación del mecanismo democrático y el hecho sociológico de que es mucho más numeroso el conjunto de ciudadanos que trabajan por cuenta ajena que el de los propietarios de empresas y las élites de rentistas. Hayek pensaba que:

«… debe haber tolerancia para la existencia de un grupo de ricos ociosos, ociosos no en el sentido de que no realizan nada útil, sino en el de que sus miras no se hallan enteramente dirigidas por consideraciones de beneficio material»

Esta extraña opinión enturbia los aciertos de Hayek en otras cuestiones. Pero pronto cambia de opinión:

«Es innegable que dicho grupo ocioso producirá una proporción mucho mayor de individuos a quienes les guste vivir bien que de eruditos y empleados públicos, y que asimismo su evidente derroche de dinero ofenderá la conciencia pública. Ahora bien, tal derroche, en todas partes, constituye el precio de la libertad.» 

7.- COERCIÓN

Este concepto es la clave de la ausencia de libertad:

«La coacción tiene lugar cuando las acciones de un hombre están encaminadas a servir la voluntad de otro»

Se anticipa al reproche de que una empresa es una organización jerárquica diciendo que con la excepción de las situaciones con altas tasas de paro, el empleado de una empresa no padece coerción porque puede cambiar de empresa. Enfatiza que se evita la coerción creando una esfera privada que incluya la propiedad privada, como condición primera de su creación. Es un asunto es tan resbaladizo que a Hayek se le escapa lo siguiente:

«Uno de los logros de la sociedad moderna estriba en que la libertad puede disfrutarla una persona que no posea prácticamente ninguna propiedad salvo los efectos personales, tales como la ropa —y aun estos pueden ser alquilados»

Una frase extraña de nuevo, porque no se comprende que logros de la sociedad moderna son esos que hacen libres a las personas sin poseer nada. Es cierto que es coherente con su definición de libertad, pero siempre que no se considere una coerción la pretensión de algunos de acumular riqueza. Y eso es lo que Hayek hace, en efecto. Para él cuando alguien acumula riqueza utilizando los mecanismos del mercado no le está quitando nada a nadie, sino haciendo uso de su propia libertad. En fin, como se puede comprobar, la libertad es un bien deseado por el ser humano que no puede ser estorbado sean cuales sean las consecuencias. Veremos más tarde que Hayek modera esta visión con sus puntos de vista sobre la Seguridad Social.

8.- ESTADO DE DERECHO

Definida la libertad, reconocida la tradición, las limitaciones de la razón del individuo y el impulso inconsciente de la realidad; rechazadas la coerción y la igualdad y puesta bajo sospecha la democracia, Hayek necesita un marco legal para la acción y la reacción y lo encuentra en el Estado de Derecho (Rule Of Law). A partir de aquí comienza la defensa de la red de normas que una lenta evolución ha creado para regular la vida social y económica. Puesto que ya ha desacreditado a la democracia como mecanismo de generación de legalidad, ahora necesita colocar a las leyes fuera del alcance de los caprichos de las masas. Apoyado en la idea de evolución antirracional, considera que todo marco legal necesita de una ley de leyes que evite los cambios bruscos. El ejemplo norteamericano le parece el que mejor construyó una salida para el complicado siglo XIX que resultó del sangriento siglo XVIII. Hayek cuenta con habilidad divulgadora la historia de la lucha de los intereses de las clases más activas contra el carácter depredador económicamente de las monarquías que sostenían lo sueño de gloria que habían ocultado en el pasado el inevitable cimiento económico de toda aventura humana. Afirma el carácter abstracto de las leyes alejándolas de su gestación particularista. Las leyes debe obligar tanto a los ciudadanos como a las que las promulgan. Esta preocupación le ayuda a una definición legal de la libertad:

«La libertad no significa, ni puede presuponer, que lo que yo realizo no depende de la aprobación de ninguna persona o autoridad, ni que no se halle sometido precisamente a las mismas reglas abstractas que han de afectar de manera igual a todo el mundo»

Es decir, como la libertad depende de las leyes, hay que asegurarse de que las leyes cuidan de la libertad, lo que implica proteger a las leyes de las mayorías y de los jueces con la constitución. Cita al presidente de la Corte Suprema John Marshall, que dice así: «El poder judicial como oposición al imperio de las leyes no existe. Los tribunales son meros instrumentos de la ley y no pueden imponer su autoridad en nada». Y concluye:

«Pocas creencias han destruido más el respeto por las normas del derecho y la moral que la idea de que la ley obliga solamente si se reconocen efectos beneficiosos al observarla en el caso particular de que se trate… allí donde existen criaturas capaces de ajustar su conducta a normas legales, la ausencia de leyes implica carencia de libertad. Porque la libertad presupone el poder actuar sin someterse a limitaciones y violencias que provienen de otros; y nadie puede eludirlas donde se carece de leyes.

9.- ESTADO DE BIENESTAR

Si Hayek defiende la desigualdad debe tener algo que decir a los logros de las ideas que crearon el estado de bienestar. Empezamos por sus propias palabras:

«Desde el momento en que los poderes públicos asumen la misión de prestar servicios que de otra forma no existirían —en razón, casi siempre, a que no sería posible que las ventajas que tales servicios comportan las disfrutaran tan sólo quienes se hallan en condiciones de abonar su importe—, la cuestión se reduce a determinar si los beneficios compensan el costo»

Pero ve malas consecuencias de un estado protector:

«Sobre la especie humana se alza un inmenso y tutelar poder que asume la carga de asegurar las necesidades de la gente y cuidar de su destino y desenvolvimiento. El poder en cuestión es absoluto, minucioso, ordenado, previsor y bondadoso. Equivaldría al amor paterno si su misión fuera educar a los hombres en tanto alcanzan la edad adulta; pero, contrariamente, lo que pretende es mantenerlos en una infancia perpetua; es partidario de que el pueblo viva placenteramente a condición de que sólo piense en regocijarse»

Es estado de bienestar tiene origen en las ideas socialistas. Para Hayek el siglo del socialismo empieza en 1848 (publicación del Manifiesto Comunista) y 1948, cuando se produce el descubrimiento de los horrores del estalinismo. Pero su herencia es difícil de demoler en occidente a pesar de que la muerte de Keynes y Roosevelt se lleva a los más conspicuos defensores de la intervención del estado en la economía. Hayek no está en contra de la seguridad antes los avatares de las personas, pero siempre que sea limitada y no ponga en peligros los equilibrios económicos. Veinte años después el neoliberalismo alemán y las acciones decididas de Margaret Thatcher y Ronald Reagan empiezan a minar el estado de bienestar con la ayuda de dirigentes de cariz socialista que, deslumbrados por el brillo de la capacidad productiva de las siguientes décadas, contribuyeron a la demolición de lo que quedaba del sistema. Hayek ya veía en el compromiso social de protección un peligro:

«Si todas las personas que sufren de falta de trabajo, enfermedad o previsión inadecuada para su vejez hubieran de ser liberadas inmediatamente de su tribulación, ni siquiera un sistema obligatorio total sería suficiente»

Pero reconoce que:

«En una sociedad industrializada resulta obvia la necesidad de una organización asistencial, en interés incluso de aquellas personas que han de ser protegidas contra los actos de desesperación de quienes carecen de lo indispensable»

Para conciliar ambos preceptos de la realidad propone contener a los estados providenciales en sus pretensiones de convertir a los mecanismos de seguridad en sistemas de redistribución de renta. Rentas que para Hayek están mejor siendo utilizadas para financiar el futuro. Hayek aborda en este libro la seguridad establecidas ante la enfermedad, la vejez y el paro. Respecto de las pensiones avisa de que cuidado con la rebelión de los jóvenes ante el hecho de que los ancianos disfruten de más renta que ellos, con una conclusión que espero sea extravagante:

«Finalmente, no será la moral, sino el hecho de que los jóvenes nutren los cuadros de la policía y el ejército, lo que decida la solución: campos de concentración para los ancianos incapaces de mantenerse por sí mismos. Tal pudiera ser la suerte de una generación vieja cuyas rentas dependen de que las mismas, coactivamente, se obtengan de la juventud»

Leído esto, no sé qué pensaría Hayek de los esfuerzos de la ciudades por facilitar la accesibilidad universal de discapacitados. ¿Dinero tirado?

Respecto a la enfermedad le parece bien que se restaure la capacidad de volver al trabajo, porque piensa que es un gasto que se autofinancia, pero advierte con la pretensión de usar los avances médicos para prolongar la vida, pues puede ser un pozo sin fondo y juega con ideas dudosas:

«Es posible que la medida parezca incluso cruel, pero beneficiaría al conjunto del género humano si, dentro del sistema de gratuidad, los seres de mayor capacidad productiva fueran atendidos con preferencia, dejándose de lado a los ancianos incurables»

Respecto del paro, sus ideas suenan modernas medio siglo después, porque los economistas siguen intentando lograr lo que aquí propone:

«La razonable solución de tales cuestiones en una sociedad libre consiste en que el Estado provea solamente un mínimo uniforme a todos los incapaces de mantenerse por sí mismos; se esfuerce por reducir el paro cíclico tanto como le sea posible, mediante una apropiada política monetaria, y deje a los esfuerzos voluntarios competitivos la misión de articular cualesquiera otras medidas de previsión tendentes a mantener los habituales niveles de vida»

10.- IMPUESTOS Y REDISTRIBUCIÓN

Una vez analizados los peligros que devienen del estado de bienestar, a cuya demolición tanto han contribuido sus escritos, Hayek se ocupa de los impuestos que es, precisamente el instrumento que lo hizo posible. No es necesario extenderse mucho para exponer las ideas principales de Hayek al respecto que son dos: una negativa y otra positiva. La primera consiste en rechazar los impuestos progresivo y, la segunda, es proponer los impuestos proporcionales. Veamos:

«Comencemos por aclarar que el sistema progresivo que vamos a examinar, y que estimamos, a la larga, incompatible con una sociedad libre, es aquel que impone carácter progresivo a la carga fiscal en su conjunto, es decir, aquel que grava con tipos impositivos superiores a las mayores rentas»

Es decir, Hayek piensa que si dos profesionales hacen un mismo servicio a un cliente cobrándole lo mismo, pero uno gana más que el otro al final del año, cobrará menos que su colega, una vez que haya descontado los impuestos. Por eso propone un método de impuestos progresivos, según el cual la tasa de impuestos sea la misma para todos, ganen los que ganen. También opina que la progresividad no traslada el peso de la fiscalidad sobre los ricos, pues en términos absolutos las mayoría del dinero recaudado por la hacienda proviene de las rentas medias y bajas porque ahí están la mayoría de los contribuyentes. En nuestro país las rentas altas (más de 150.000 euros) aportaron 8.000 millones de euros en 2014, mientras las rentas inferiores aportaron 65.000 millones. Añádase  a eso el sistema proporcional de los impuestos indirectos con unos 50.000 millones cuyo 98 % es soportado por las rentas medias y bajas. Si a esto se añade que las rentas más altas usan mecanismos puestos a su disposición para transformar economías familiares en sociedades que pagan menos impuestos, queda claro, que al margen de la discusión de Hayek sobre la violación de la libertad que, según él, se perpetra con los impuestos progresivos, hay un sesgo de injusticia en la distribución de la carga tributaria. Pero para Hayek lo fundamental es no coartar la libertad y esto implica no cobrar más al que más gana. También le parece muy peligroso que la fiscalidad se utilice para limitar por arriba las ganancias de la gente. Una idea que cree que proviene del hecho de que la mayoría de la gente es asalariada y no concibe que ganancias personales se puedan dedicar a objetivos distintos de pasar el mes más o menos bien. Por tanto la mayoría de la gente considera que los ricos tienen dinero de más, desde el punto de vista de una familia corriente. Un prejuicio que no considera que el dinero de más es dedicado a la creación o mantenimiento de empresas que constituyen el tejido económico. Naturalmente sería absurdo repartir el dinero de los ricos porque diluiría un capital que puede tener un uso mucho más interesante para todos, pero eso es compatible, a pesar de la benevolencia de Hayek, con que esté limitada las cantidades que pueden detraerse de los negocios para el uso personal, so pena de sufrir una fiscalidad cercana suficientemente alta. Pero como nuestro autor confía en que los ricos lo hacen bien cuando invierten y cuando derrochan cree que:

«Si se desea implantar un régimen fiscal razonable, es obligado respetar la norma siguiente: la propia mayoría que fijó el importe total de las cargas fiscales ha de soportar, a su vez, el porcentaje máximo impositivo»

11.- LA CUESTIÓN MONETARIA

A Hayek no le gusta la burbuja crediticia que envuelve al flujo del dinero. Desde luego estos juegos en el gran casino financiero con bonos, acciones, colaterales y derivados complejos, son la fuente de casi todas las grandes crisis económicas, que las acaban sufriendo aquellos que cada día van a trabajar sin tener noticia de lo que algunos están urdiendo. Una vez consumado el desastre lo que no solemos encontrar es que el dinero ha cambiado de manos vaciando las arcas de instituciones fundamentales que deben ser socorridas por el dinero público a base de bajadas de salarios y de servicios del estado. Dado que se ha generalizado el crédito como sustituto del dinero, es necesario crear organismos centrales que regulen el flujo con el peligro de la inflación cuando el estado se considera responsable de mantener el Estado de Bienestar. Hayek ve un peligro enorme en en la combinación de la fuerza del estado democrático que depende de los votos de las mayorías y el poder de fabricar dinero de los bancos centrales. Pues el resultado es la inflación que mina el valor del dinero que cada uno ha ahorrado. Pero, dado que hay un peligro aún mayor, que es la deflación, las políticas monetarias se mueven en esa vertiginosa oscilación. A ese binomio se añadió en los años setenta la estanflación, un estado de cosas en el que los precios suben sin que la economía se expanda. Por todo ello Hayek advierte del riesgo de tener como objetivo máximo el pleno empleo a base de manipulaciones monetarias. Pero para Hayek de las alegrías inflacionarias se deriva la destrucción de las sociedades libres.

12.- EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA

Las ideas de Hayek sobre el problema de la vivienda son extravagantes y para muestra la cita que aporta al principio de este capítulo de su libro:

«Si los poderes públicos abolieran los subsidios tendentes a disminuir el costo de los alquileres y, al mismo tiempo, redujeran, en cuantía exactamente igual, las exacciones fiscales que pesan sobre los sectores laborales, no sufrirían estos el menor perjuicio económico; ahora bien, es indudable que las masas trabajadoras preferirían aplicar sus retribuciones no a disponer de viviendas adecuadas, sino a cometidos distintos, con lo que se hacinarían en locales infectos, toda vez que muchos ni siquiera conocen las ventajas de ocupar habitaciones más confortables y el resto valoran en menos la vivienda que otras comodidades. Esta es la razón, y la única razón válida, que justifica los subsidios, y la expongo con tanta crudeza porque el tema es analizado a menudo sin enfrentarse con la auténtica realidad, por los escritores de tendencias izquierdistas«. W. A. Lewis.

13.- RECURSOS NATURALES

Tampoco aquí Hayek es especialmente sabio:

«Quizá la mejor manera de concretar el punto de vista principal sea afirmar que todos los esfuerzos en pro de la conservación de recursos significan una inversión y, por lo tanto, deben ser ponderados precisamente con criterio igual a las demás inversiones. No hay nada mejor, para preservar los recursos naturales, que convertirlos en el más deseable objeto de inversión para el equipo y la capacidad de creación de la mente humana; por ello, siempre que la sociedad prevea el agotamiento de determinados recursos y canalice sus inversiones de tal manera que los ingresos totales se hallen en consonancia con los fondos disponibles para inversión, no hay razones económicas para el mantenimiento de la especie que sea de recursos»

14.- EDUCACIÓN E INVESTIGACIÓN

En esta materia Hayek adopta posturas que los conservadores persiguen todavía hoy:

«En realidad, cuanto más valoremos la influencia que la instrucción ejerce sobre la mente humana, más deberíamos percatamos de los graves riesgos que implica entregar estas materias al cuidado exclusivo del gobernante.»

Hayek postula una optimización de recurso en inteligencia que requeriría alguna matización al respecto en una sociedad tan distinta como la que hoy está conformada por los avances tecnológicos, pero que podemos compartir siempre que al resto se le garantice una formación de base para la ciudadanía responsable y para su aportación profesional correspondiente a la sociedad:

La cuestión más importante, en realidad, se centra en descubrir el método idóneo para seleccionar entre la masa escolar aquellos muchachos que merezcan ver prolongados sus estudios más allá del límite fijado para la generalidad. También parece lógico que una sociedad que desea obtener de las cantidades que puede destinar a la enseñanza el máximo rendimiento habrá de asignar sumas mayores a aquella élite, comparativamente pequeña, dedicada a altos estudios, y tal supuesto hoy equivaldría precisamente no a prolongar el período educativo de la mayoría, sino a ampliar el núcleo de la población dedicado a los estudios superiores»

«En interés de la propia colectividad, convendría, sin duda, que algunos individuos que han demostrado poseer una capacidad excepcional para los estudios o la pura investigación dispusieran de medios para seguir su vocación con independencia de la posición económica de su núcleo familiar»

PORQUE NO SOY CONSERVADOR

Este es un texto que Hayek escribe para marcar ciertas distancias respecto a quienes tienen como meta mantener privilegios y tradiciones de forma que resultan incompatibles con sus ideales de libertad. En resumen:

  • Cree que se piensa de sus ideas que son conservadoras
  • Esta colusión confunde, por lo que cree necesario aclarar las diferencias
  • El conservador se caracteriza por rechazar todo cambio drástico. Un sentimiento nacido en la Revolución Francesa
  • Hasta la llegada del socialismo, la postura contraria al conservadurismo fue el liberalismo fisiócrata
  • En Estados Unidos, al contrario que en Europa, el conservadurismo se basó en el liberalismo europeo.
  • Pero fueron los socialistas americanos los que se apropiaron del término liberal.
  • A Hayek no le gusta el término «liberal», por la confusión americana y la participación que los liberales europeos en el éxito del socialismo.
  • El conservadurismo es útil para parar procesos «perjudiciales» en determinados momentos y un estorbo cuando de progreso se trata.
  • Bajo un gobierno realmente liberal, pocas instituciones públicas actuales existirían.
  • Considera que, a pesar de las diferencias, los liberales aprenderían mucho de los autores conservadores como Coleridge, Bonald, De Maistre, Justus Möser o Donoso Cortés (toda la reacción intelectual) por su visión de la espontaneidad de las instituciones.
  • Los consevadores al contrario que los liberales, no reciben con alegría los cambios.
  • El conservador necesita un ser superior que lo supervise todo y garantiza el orden. El conservador es autoritario y no comprende las fuerzas que actúan en el mercado.
  • El conservador no es demócrata, se siente mejor con un hombre supuestamente honrado que gobierne.
  • Reconoce que comparte las políticas de vivienda, seguridad social y educación con los conservadores, pero no encuentra razones para oponerse a los puntos de vista progresistas.
  • El liberal es tolerante y el conservador no, por eso el socialista desengañado se hace conservador y no liberal.
  • El conservador cree que hay personas especiales en la sociedad que deben ser protegidas y hechas responsables de los asuntos públicos. Los liberales no somos igualitarios, pero no creen que haya criterios objetivos para elegir líderes distintos de los logros observables.
  • Hayek comparte con el conservador la sospecha por la democracia, pero no le atribuye, como éste todos los males modernos excepto la acumulación de poder de las mayorías.
  • El conservador no tiene ideas por lo que teme la confrontación teórica, pero el liberal cree en las posibilidades del futuro y las ideas que puedan traerlas.
  • El corservador es patriotero por su horror al futuro.
  • El liberal no es conservador por la tendencia al misticismo de este y no es socialistas por su torpe racionalismo.
  • El liberal no es conservador porque acepta las limitaciones del ser humano y su razón, rechaza la autoridad sin argumentos y explicaciones de orden sobrenatural, aunque sin pleitos con las religiones.
  • Hayek rechaza el nombre de liberal por ambigüo, el de libertario por poco reconocido, por lo que le gustaría (con un sabor conservador) el de Whig.
  • A pesar de todo, considera que un liberal tiene que apoyarse en los movimientos conservadores para combatir a los socialistas.

Finalmente, escuchemos a Hayek, que cree que los conservadores ceden ante los socialistas por razones electorales:

Se suele suponer que, sobre una hipotética línea, los socialistas ocupan la extrema izquierda y los conservadores la opuesta derecha, mientras los liberales quedan ubicados más o menos en el centro; pero tal representación encierra una grave equivocación. A este respecto, sería más exacto hablar de un triángulo, uno de cuyos vértices estaría ocupado por los conservadores, mientras socialistas y liberales, respectivamente, ocuparían los otros dos. Así situados, y comoquiera que, durante las últimas décadas, los socialistas han mantenido un mayor protagonismo que los liberales, los conservadores se han ido aproximando paulatinamente a los primeros, mientras se apartaban de los segundos; los conservadores han ido asimilando una tras otra casi todas las ideas socialistas a medida que la propaganda las iba haciendo atractivas.

TEXTOS ESCOGIDOS COMENTADOS

1.- LIBERTAD

En la época en que se escribe este libro, se entendía por socialismo a la doctrina política que aspiraba a que el estado fuera el propietario de los medios de producción, en ortodoxa doctrina marxista. Él está convencido de que las prácticas económica del socialismos lleva a la desaparición de la libertad, tal y como él la entiende. Hayek más tarde tuvo que reconocer que, al menos en los países nórdicos, la socialdemocracia no devino en un régimen antiliberal. También en esa época destacan los estudios de Isaiah Berlin, profesor de Oxford que también se opone frontalmente a las concepciones socialistas de libertad, publica un artículo llamado Dos conceptos de la libertad que transcribe la conferencia inaugural del curso en 1958 ante sus colegas en Oxford. En este caso, Belin define dos tipos de libertad: la negativa que garantiza que un individuo puede ir tan lejos en sus propósitos como le permitan otros; y la positiva que, partiendo de la autonomía personal para ser libre de reprimir las propias tendencias, se acaba aceptando propuestas externas como propias a pesar de su potencial tendencia sectaria. A Hayek este segundo aspecto no le preocupa tanto, como aceptar que haya «libertades». Así trata de desacreditar la pretensión de otras libertades, frente a la única libertad admisible, la que elimina cualquier coacción arbitraria de unos hombres sobre otros, la que prefigura una esfera privada en la que nadie puede interferir. Así:

  • Libertad política
  • Libertad de interior o subjetiva
  • Libertad para hacer cosas

LIBERTAD POLÍTICA

El primer sentido de la palabra libertad con el que contrastar la definición de Hayek es la de «libertad política» como la participación de un hombre en la elección de sus gobernantes, en un marco legal y administrativo. Hayek piensa que es una libertad para grupos más que para individuos. Países que se independizan, etc. En contraste considera que un individuo sin derecho a voto por su edad no es menos libre en su vida personal.

«Es absurdo pensar que un joven que llega a la edad de votar es libre porque ha dado su consentimiento la orden social en el que ha nacido, porque ese orden se lo encuentra y no lo elige.  Pero que no haya dada explícitamente ese consentimiento no quiere decir que no pueda ser libre como individuo. Se puede identificar libertad con capacidad de participación política, pero hay que tener en cuenta que se puede seguir siendo libre por no ser coaccionado mientras se disfruta o no de la libertad política porque son cosas diferentes.» 

Hayek ve en la confusión la explicación de que los liberales y los nacionalistas se hayan aliado en el siglo XIX. Pero quiere dejar claro que la libertad de un pueblo no garantiza la libertad de los individuos. Lo que puede llevar a

«preferir al déspota de la propia raza que al demócrata de otra, llevando a coaccionar a los propios en aras de la consecución de la «libertad naciona

LIBERTAD INTERIOR O SUBJETIVA

En ese tipo de libertad estaría el comienzo del desarrollo interno que llevaría según Berlin a someterse a los criterios de la propia naturaleza o los sectarios del nacionalismo o una religión. Pero una persona puede ser esclavo de sus pasiones y ser libre frente a coacciones de otros, por lo que no deben confundirse las dos libertades. La libertad no es hacer lo que debemos moralmente o de acuerdo a nuestras convicciones. Liberarnos de nuestras pasiones no nos hace libres en el sentido de Hayek.

LIBERTAD PARA HACER

Consiste en confundir el sentido de la libertad en Hayek con el de poder hacer físicamente lo que se quiera (por ejemplo, volar como en los sueños). Este sentido ha sido inocente hasta que los socialistas la han incorporado a sus argumento. Pues aceptada la asociación de libertad y poder, puede ser utilizada, precisamente por el atractivo de la palabra libertad, para destruir la libertad individual. Pero, lo realmente peligroso, según Hayek es definir la libertad como la ausencia de obstáculos, distintos de la voluntad de los hombres, para cumplir nuestros deseos. Es decir, por ejemplo, remover obstáculos económicos para ejercer la libertad.

Para Hayek, la confusión de la libertad con el poder conduce a la confusión de la libertad con riqueza (para poder ejercerla). Así el prestigio de la palabra libertad se utilizará para el reparto de la riqueza. Pero para Hayek,

el cortesano rico sometido a su rey es menos libre que el pobre villano que dispone de su vida. Ser rico no es ser libre. Ser poderoso no es ser libre, pues «la voluntad de otro» se puede imponer al sujeto.

Es indudable que ser libre puede significar libertad para morir de hambre, libertad para incurrir en costosas equivocaciones o libertad para correr en busca de riesgos mortales. En el sentido que usamos el término, el vagabundo que carece de dinero y que vive precariamente gracias a una constante improvisación, es ciertamente más libre que el soldado que cumple el servicio militar forzoso, dotado de seguridad y relativo bienestar.

La libertad, como la paz o la seguridad son conceptos negativos. Entendiendo por tal la ausencia de coerción por parte de otros seres humanos.

Hayek trata de defender su concepto de libertad de todas las adherencia que frenarían su visión cósmica de la acción humana sin interferencias.  Por eso, piensa que todo aquello que permite hacer cosas específicas no es libertad, a pesar de designarlo como «una libertad»;

«La diferencia entre libertad y libertades es la que existe entre una condición en virtud de la cual se permite todo lo que no está prohibido por las reglas generales y otra en la que se prohíbe todo lo que no está explícitamente permitido.«

«Los decretos de manumisión en la antigua Grecia, normalmente, concedían al antiguo esclavo, en primer lugar, «estado legal como miembro, protegido de la comunidad»; en segundo lugar, «inmunidad frente a un arresto arbitrario»; en tercer lugar, el «derecho a trabajar en lo que él deseara», y en cuarto lugar, «el derecho de trasladarse de un punto a otro del territorio de acuerdo con su propia elección» (Pág. 70) No se menciona el derecho de propiedad porque los esclavos ya lo tenían. Y no se mencionan las otras «libertades» inventadas en los últimos siglos.  Ni el derecho a votar, ni la libertad interior hace libre a un esclavo.»

«Nuestra definición de libertad depende del significado del término coacción y no será precisa hasta que hayamos definido esta última… Por «coacción» queremos significar presión autoritaria que una persona ejerce en el medio ambiente o circunstancia de otra. La coacción es precisamente un mal, porque elimina al individuo como ser pensante que tiene un valor intrínseco y hace de él un mero instrumento en la consecución de los fines de otro»

A partir de aquí usaremos las propias palabra de Hayek, comentadas en negrita por el autor de la reseña.

2.- EL PODER CREATIVO DE UNA CIVILIZACIÓN LIBRE

La mayoría de las ventajas de la vida social, especialmente en las formas más avanzadas que denominamos «civilización», descansa en el hecho de que el individuo se beneficia de más conocimientos de los que posee.

Los problemas están dominados por la «dificultad práctica» de que, de hecho, nuestro conocimiento se halla muy lejos de la perfección. Quizá sea natural que los científicos tiendan a cargar el acento en lo que conocemos; sin embargo, en el campo de lo social, donde lo que no conocemos es a menudo tanto más importante, las consecuencias de dicha tendencia puede llevamos al extravío. Muchas de las construcciones utópicas carecen de valor, porque siguen la dirección de los teorizantes que dan por descontada la posesión de un conocimiento perfecto.

Hayek cree que las grandes construcciones de la civilización son el resultado un proceso de ensayo y error y cuya demolición es una irresponsabilidad de los utópicos.  

Dicha afirmación estaría justificada únicamente si el hombre hubiese creado la civilización deliberadamente, con completo conocimiento de lo que estaba haciendo, o si tal hombre, por lo menos, conociese claramente la manera de mantenerla… La idea de que el hombre está dotado de una mente capaz de concebir y crear civilización es fundamentalmente falsa.

Lo que subyace aquí es que las instituciones son el resultado de miles de operaciones de ensayo y error, muy pragmáticas, aunque cuenten con arranques teóricos cargados de racionalidad y la pasión que suele acompañar estos actos creativos. En realidad es un espejismo en el que se confunde la claridad con la que comprendemos la actual estructura de la sociedad con la capacidad de modificarlas decisivamente. Cuando en España creamos las estructuras democráticas no era un acto creativo, sino imitativo de las instituciones de nuestros vecinos y, por eso, el cambio ha podido ser más rápido.

En primer lugar, tenemos el hecho de que la mente humana es en sí misma un producto de la civilización dentro de la cual el hombre ha crecido y que desconoce mucho de la experiencia que la ha formado, experiencia que la auxilia encarnada en los hábitos, convenciones, lenguajes y creencias morales que entran en su composición. En segundo lugar, el conocimiento que cualquier mente individual manipula conscientemente es sólo una pequeña parte del conocimiento que en cualquier momento contribuye al éxito de sus acciones. El conocimiento existe únicamente como conocimiento individual. Hablar del conocimiento de la sociedad como un todo no es otra cosa que una metáfora.

Nuestra actitud cuando descubrimos nuestro limitado conocimiento de lo que nos hace cooperar es, en conjunto, una actitud de resentimiento más que de admiración o de curiosidad. Mucho de nuestro impetuoso y ocasional deseo de destrozar la total e intrincada maquinaria de la civilización se debe a esa incapacidad del hombre para comprender lo que está haciendo.

Para entender más tarde nuestra argumentación es importante recordar que, contrariamente a una opinión de moda, el conocimiento científico no agota en absoluto todo el conocimiento explícito y consciente de que la sociedad hace constante uso.

Hay una corriente subterránea de experiencia no explícita que es el contacto con la realidad que el conocimiento explícito no contiene. Esta forma de pensar enlaza con la metafísica del Ser en Heidegger, una corriente 

Todas nuestras costumbres, conocimientos prácticos, actitudes emocionales, instrumentos e instituciones son, en este sentido, adaptaciones a experiencias pasadas que se han desarrollado por eliminación selectiva de las conductas menos convenientes y que constituyen con mucho la indispensable base del éxito en la acción, de la misma forma que lo es nuestro conocimiento consciente.

Hayek nos advierte de que los:

intoxicados con el progreso del conocimiento se conviertan tan a menudo en enemigos de la libertad, (pues) cuanto mayor es el conocimiento que los hombres poseen, menor es la parte del mismo que la mente humana puede absorber.

Es esencial que a cada individuo se le permita actuar de acuerdo con su especial conocimiento —siempre único, al menos en cuanto se refiere a alguna especial circunstancia— y al propio tiempo usar sus oportunidades y habilidades individuales dentro de los límites por él conocidos y para su propio e individual interés.

Para Hayek, esta condición de finitud del ser humano es el fundamento de la libertad. Si lo supiéramos todo, llevaríamos a cabo nuestras acciones de forma mecánica sin más alternativa que el error premeditado:

Si fuéramos conscientes, si pudiéramos conocer no sólo todo lo que afecta a la consecución de nuestros deseos presentes, sino también lo concerniente a nuestras necesidades y deseos futuros, existirían pocos argumentos en favor de la libertad. Y viceversa, la libertad del individuo hace imposible la completa presciencia. La libertad es esencial para dar cabida a lo imprevisible e impronosticable: la necesitamos, porque hemos aprendido a esperar de ella la oportunidad de llevar a cabo muchos de nuestros objetivos. Puesto que cada individuo conoce tan poco y, en particular, dado que rara vez sabemos quién de nosotros conoce lo mejor, confiamos en los esfuerzos independientes y competitivos de muchos para hacer frente a las necesidades que nos salen al paso.

Todas las teorías políticas dan por sentado que la mayoría de los individuos son muy ignorantes. Aquellos que propugnan la libertad difieren del resto en que se incluyen a sí mismos entre los ignorantes e incluyen también a los más sabios. El clásico argumento en favor de la tolerancia formulado por John Milton y John Locke y expuesto de nuevo por John Stuart Mill y Walter Bagehot se apoya, desde luego, en el reconocimiento de nuestra ignorancia.

No conceder más libertad que la que pueda ejercitarse sería equivocar su función por completo… Precisamente la libertad es tan importante, porque no sabemos cómo la utilizarán los individuos.

Lo que importa no es la libertad que yo personalmente desearía ejercitar, sino la libertad que puede necesitar una persona con vistas a hacer cosas beneficiosas para la sociedad. Solamente podemos asegurar esta libertad a las personas desconocidas dándosela a todos.

Este punto es quizá el más débil de Hayek a este respecto, puesto que si todos merecen la libertad porque de todos se espera el milagro de un avance para la humanidad, ¿cómo quiere que eso ocurra en medios culturalmente deprimidos por falta de recursos económicos? ¿Por qué dejar que la acumulación de riqueza se traduzca en industria del lujo, en vez de crear las condiciones para que ningún talento se pierda?

En el siguiente párrafo, Hayek inicia su defensa a ultranza de la aristocracia intelectual y económica. Un defensa que extiende a mucho otros aspectos de la vida humana, como veremos más adelante:

… todavía sigue siendo mejor para todos que algunos sean libres en vez de que no lo sea ninguno, como también que muchos disfruten de total libertad en vez de que todos tengan una libertad restringida.

En todo caso, la defensa que hace Hayek de la necesidad de permitir la continua presión sobre la realidad para encontrar nuevas formas de resolver los problemas es muy interesante. La sociedad libre no presupone las solución, siempre provisional, de los problemas, sino que permite a todos explorar reservándose el filtrado según las consecuencias. La economía sería, para Hayek, la forma en que… 

… reconciliamos y ajustamos nuestros diferentes propósitos, ninguno de los cuales, en última instancia, es económico (exceptuando los relativos a la miseria o al hombre para el que hacer dinero ha llegado a ser un fin en sí mismo).

La libertad para escoger los medios de acción, cree Hayek que son aplicación a los propios fines que el ser humano persigue:

Una de las características de la sociedad libre es que los fines del hombre sean abiertos [Karl Popper] , que puedan surgir nuevos fines, producto de esfuerzos conscientes, debidos al principio a unos pocos individuos y que con el tiempo llegarán a ser los fines de la mayoría. Debemos reconocer que incluso lo que consideramos bueno o bello cambia, si no de alguna manera reconocible que justifique la adopción de una postura relativista, por lo menos en el sentido de que en muchos aspectos no sabemos lo que aparecerá como bueno o bello a otra generación. Tampoco sabemos por qué consideramos esto o aquello como bueno o quién tiene la razón cuando las gentes difieren en si algo es bueno o no.

La competencia es la clave cuando no hay posibilidad de una selección racional infalible, postura de la que Hayek se aleja sin vacilaciones. 

Todos los inventos de la civilización se ponen a prueba en la persecución de los objetivos humanos del momento: los inventos inefectivos serán rechazados y los efectivos mantenidos.

Hayek no cree que competencia y cooperación sean incompatibles pues:

El empeño para alcanzar ciertos resultados mediante la cooperación y la organización constituye una parte integrante de la competencia igual que lo son los esfuerzos individuales. El argumento en favor de la libertad no es un argumento contra la organización, uno de los más poderosos medios que la razón humana puede utilizar, sino contra todas las organizaciones exclusivas, privilegiadas y monopolísticas, contra el uso de la coacción para impedir a otros que traten de hacerlo mejor.

Sin embargo, no se puede confundir la aplicación de la racionalidad en la organización de las herramientas para conseguir determinados fines con la pretensión de que todo el comportamiento social esté bajo control secando las fuentes de la creatividad.

Si fueran prohibidos todos los intentos que parecieran desdeñables a la luz del conocimiento generalmente aceptado y solamente se plantearan interrogantes o se hicieran experimentos que parecieran importantes a la luz de la opinión reinante… entonces podríamos concebir que una civilización se estancara no porque las posibilidades de un mayor crecimiento hubiesen sido agotadas, sino porque el hombre habría conseguido subordinar completamente todas sus acciones y el medio que le rodea al estado existente de conocimiento, y por lo tanto faltaría la ocasión de que apareciesen nuevos conocimientos.

En definitiva…

El uso de la razón apunta al control y a la predicción. Sin embargo, los procesos del progreso de la razón descansan en la libertad y en la imposibilidad de prever las acciones humanas.

Por eso cree, de forma pesimista que:

No estamos lejos del momento en que las fuerzas deliberadamente organizadas de la sociedad destruyan aquellas fuerzas espontáneas que hicieron posible el progreso.

En este sentido la acumulación de datos, casi a escala individual, sobre los gustos y deseos sociales que las redes sociales puede favorecer los que Hayek se tema. Es muy interesante su posición de que la razón humana está en formación en una interesante interrelación con el resultado de sus esfuerzos. Por eso piensa que:

Sería más correcto pensar en el progreso como un proceso de formación y modificación del intelecto humano; un proceso de adaptación y aprendizaje en el cual no sólo las posibilidades conocidas por nosotros, sino también nuestros valores y deseos, cambian continuamente. Como el progreso consiste en el descubrimiento de lo que todavía no es conocido, sus consecuencias deben ser impredecibles. Siempre conduce hacia lo desconocido, y lo más que podemos esperar es lograr una comprensión de la clase de fuerzas que lo traen. La razón humana no puede predecir ni dar forma a su propio futuro. Sus progresos consisten en encontrar dónde estaba el error. El progreso, por su propia naturaleza, no admite planificación.

Esto lo lleva a pensar que, en ese ritmo acelerado de exploración prudente del futuro que es creado por nuestra propia mezcla de capacidad e ignorancia, es necesario dejar libres las iniciativas individuales porque ellas van a traer general prosperidad, como indica Adam Smith:

Para que la gran mayoría pueda participar individualmente en el progreso es necesario que avance a una velocidad considerable. Existen, por tanto, pocas dudas de que Adam Smith tenía razón cuando dijo: «En un estado progresivo, mientras la sociedad avanza tras mayores adquisiciones, más bien que cuando ha adquirido su total complemento de riqueza, la condición del trabajador pobre, integrante del gran cuerpo del pueblo, parece ser más feliz y de más confortable vida». Tal condición es dura en los estados estacionarios y miserable en los decadentes. El estado progresivo es realmente el alegre y cordial estado para todos los diferentes órdenes de la sociedad. El estacionario es aburrido; el decadente, melancólico»

Aquí está tocando Hayek el corazón de uno de los núcleos claves de su postura ante los problemas sociales. El cree que la libertad del osado en el ámbito científico o económico es intocable porque toda la sociedad se beneficiará de los progresos que provoquen. Antes de ocuparse de cómo tratar el problema de la desigualdad económica cuando presenta niveles insoportables, Hayek insiste en la necesidad de no preocuparse por el beneficio que los individuos más atrevidos pueda extraer de su actividad, pues antes o después el beneficio se extenderá a todos.

Los nuevos conocimientos y sus beneficios pueden extenderse sólo gradualmente, aun cuando los deseos de la gran mayoría tengan por objeto lo que todavía es sólo accesible a unos pocos… los mayores descubrimientos abren tan sólo nuevas perspectivas y se necesitan largos esfuerzos para que tales conocimientos sean de uso general. Tienen que pasar a través de un dilatado proceso de adaptación, selección, combinación y mejoramiento antes de que se puedan utilizar por completo. Esto significa que siempre existirán gentes que se beneficien de las nuevas conquistas con antelación al resto de los mortales.

Pero cuando se ocupa hace una pirueta intelectual que le lleva considerar que la desigualdad es deseable, pues es el motor de los avances:

El rápido progreso económico con que contamos parece ser en gran medida el resultado de la aludida desigualdad y resultaría imposible sin ella.

En cualquier etapa de este proceso siempre existirán muchas cosas cuyo método de obtención conocemos, si bien todavía resultan caras de producir excepto para unos pocos. En una primera etapa tales bienes pueden lograrse sólo mediante un despliegue de recursos igual a muchas veces la parte de renta total que con una distribución aproximadamente igual iría a los pocos que podrían beneficiarse de ella. En principio, un nuevo bien o nueva mercancía, antes de llegar a ser una necesidad pública y formar parte de las necesidades de la vida, «constituye generalmente el capricho de unos pocos escogidos». «Los lujos de hoy son las necesidades del mañana»

Su argumento es que, sin capitales acumulados en pocas manos, no habría capacidad de financiar las novedades. Es una posición interesante, porque basta con dividir las grandes fortunas por el número de habitantes del país respectivo para ver qué poco resulta y sospechar en qué pequeñas cosas se emplearía. Todo los grandes proyectos requieren alta concentración de capital. La cuestión es quién toma las decisiones de aplicación de estos capitales. Dice Hayek:

Importante porción de los gastos de los ricos, aunque en su esencia no pretenda tal fin, sirve para sufragar los costos de experimentación con las nuevas cosas que más tarde y como resultado de lo anterior se pondrán a disposición de los pobres. Lo que hoy puede parecer extravagancia o incluso dispendio, porque se disfruta por los menos y ni siquiera encuentra apetencia entre las masas, es el precio de la experimentación de un estilo de vida que eventualmente podrá obtenerse por muchos.

La benevolencia de Hayek con el lujo que disfrutan los ricos es poco edificante. Una cosa es el empleo de capitales en financiar grandes proyectos en grandes corporaciones o en pequeñas ideas que fundan cambios casi civilizatorios, como ha resultado ser la revolución digital y otra, muy diferente, pretender que la industria del lujo con Jets, Yates, residencias es lícita. 

Para fundar su posición acude al concepto de riqueza relativa.

En la actualidad, incluso los más pobres deben su relativo bienestar material a los resultados de las desigualdades pasadas. En una sociedad progresiva, tal y como la conocemos hoy, los comparativamente ricos se hallan a la cabeza del resto en lo tocante a las ventajas materiales de que disfrutan; viven ya dentro de una fase de evolución que los otros no han alcanzado todavía. En consecuencia, la pobreza ha llegado a constituir un concepto relativo más bien que un concepto absoluto.

Aquí, en mi opinión, la posición de Hayek es débil, pues de sobra sabe que las reivindicaciones contra la desigualdad, no es resultado de la envidia por el que tiene más, sino la preocupación de que, en sociedades modernas se consientan formas de vida inaceptables. Hay pobreza absoluta cuando la sociedad tiene que arbitrar bancos de alimentos para dar de comer a quien no tiene como. 

La afirmación de que en cualquier fase del progreso los ricos, mediante la experimentación de nuevos estilos de vida todavía inaccesibles para los pobres, realizan un servicio necesario sin el cual el progreso de estos últimos sería mucho más lento, se les antojará a algunos un argumento de cínica apologética traído por los pelos.

Pues sí, Sr. Hayek. 

… para que una sociedad planificada lograse el mismo índice de progreso que una sociedad libre, el grado de desigualdad prevalente no sería muy distinto.

En la sociedades totalitarias es cierto que las élites viven vidas mucho mejores, incluso igual de escandalosamente mejores, que el resto de los ciudadanos, pero su capacidad de, por ejemplo, equilibrar la potencia nuclear de Estados Unidos, es debida a la concentración de capitales en manos del gobierno, no debido a la desigualdad, que es resultado de la tendencia de todo dirigente a creer que merece más que los dirigidos. Si se trata de empresas libres, el que las dirige cree, igualmente que merece más. El razonamiento es más claro si se plantea en los siguientes términos:

  • Todos los ciudadanos contribuyen al progreso, unos con las ideas, otros con la osadía y otros con el trabajo cotidiano. Si alguno no lo hace, salvo casos excepcionales de irresponsabilidad, es porque el sistema productivo no tiene sitio para él, lo impide culparlo. Piénsese que la robótica trae situaciones donde habrá que desplegar mucha creatividad para tener trabajo para todos.
  • La mayoría de las iniciativas que merecen la pena requieren grandes inversiones, por lo que se acude al dinero ajeno para emprender. Dinero que tiene origen en el ahorro de todos.
  • ¿Con qué legitimidad, pues, se ha de permitir que la mayoría de los beneficios del éxito de las iniciativas se concentre en las manos de los promotores?
  • Pero, al tiempo, ¿Con qué racionalidad se ha de disipar esos capitales distribuyéndolos entre todos?

En definitiva, coincido con que es necesario una cierta desigualdad relativa para que el que pone un plus de esfuerzo se vea premiado, pero, para que los capitales necesarios se acumulen para inversiones necesarias sin dispendio en lujos escandalosos, se debe limitar las rentas por arriba y por abajo para que el dinero vaya a inversiones públicas y privadas y para que ninguna persona padezca carencias inaceptables socialmente.

Hay cierto sectarismo incomprensible en un profesor universitario a sueldo en estas palabras de Hayek:

En relación con lo anterior, merece la pena recordar que las clases económicamente más avanzadas son las que hacen factible que un país tome la delantera en el progreso mundial.  

Relacionar riqueza personal y progreso del país es muy dudoso. Pero Hayek insiste:

El liderazgo de Gran Bretaña se ha ido con la desaparición de las clases cuyo estilo de vida imitaron las restantes. No ha de transcurrir mucho tiempo sin que los trabajadores británicos descubran hasta qué grado les benefició el ser miembros de una comunidad que comprendía muchas personas más ricas que ellos y que su magisterio sobre los trabajadores de otros países era en parte consecuencia de una similar dirección de sus propios ricos sobre los ricos de otros países.  

Es evidente que este argumento deja fuera a los científicos y profesionales que son los que, con sueldos normales, hacen posible el progreso y no esas clases ociosas que llenan la filmografía decadente de la aristocracia (antigua y moderna) de cualquier sociedad avanzada. No digamos los privilegios de las monarquías residuales. De todas formas Hayek insiste

De hecho, los miembros de una comunidad que comprende muchos ricos disfrutan de una gran ventaja que les falta a quienes, por vivir en un país pobre, no se aprovechan del capital y la experiencia suministrada por los ricos.  

En este párrafo la opinión de Hayek es más moderada, aunque algo despectiva.

La resistencia opuesta a la mejora de algunos constituye a la larga un obstáculo para la prosperidad de todos y no daña menos al verdadero interés de la masa, por mucho que satisfaga las momentáneas pasiones de esta. La mayoría de las ganancias de los pocos, sin embargo, con el transcurso del tiempo, llegan a estar disponibles para el resto. Ciertamente, todas nuestras esperanzas en la reducción de la miseria y pobreza actuales descansan sobre dicha expectativa.

Siempre proyectando la solución al futuro incierto… como hacen también los revolucionarios que, una vez que comprueban que no puede haber para todos, se lo apuntan los «conductores del pueblo».

Las aspiraciones de la gran masa de población del mundo sólo pueden satisfacerse mediante un rápido progreso material. En el presente estado de ánimo, la frustración de las esperanzas de las masas conduciría a graves fricciones internacionales e incluso a la guerra. La paz del mundo, y con ella la misma civilización, depende de un progreso continuo a un ritmo rápido. De ahí que no sólo seamos criaturas del progreso, sino también sus cautivos.

Esta reflexión choca, en la actualidad, con las formas de producir que son incompatibles con el mantenimiento de los equilibrios medioambientales. Una situación que progresivamente llevará a plantearse si el «rápido progreso material» no pone en peligro a la propia civilización. Aunque a Hayek no se les escapa las consecuencias del crecimiento de la población. 

Pero hoy, cuando la mayor parte de la humanidad se halla ante la posibilidad de abolir la muerte por hambre y enfermedad; cuando siente la onda expansiva de la moderna tecnología, después de milenios de relativa estabilidad, y, como primera reacción, ha comenzado a multiplicarse a un índice de escalofrío, incluso un pequeño declinar en nuestro índice de progreso podría ser fatal.

3.- LIBERTAD RAZÓN Y TRADICIÓN

Hayek quiere recuperar una tradición liberal que, en su opinión, se desvió durante la ilustración hacia posiciones de prevalencia de la razón sobre la tradición:

… se inició en dos países, uno de los cuales conocía la libertad y el otro no: Inglaterra y Francia. Como resultado de ello, se han producido dos tradiciones diferentes de la teoría de la libertad [2] : una, empírica y carente de sistema; la otra especulativa y racionalista.La primera, basada en una interpretación de la tradición y las instituciones que habían crecido de modo espontáneo y que sólo imperfectamente eran comprendidas. La segunda, tendiendo a la construcción de una utopía que ha sido ensayada en numerosas ocasiones, pero sin conseguir jamás el éxito… la fundamental diferencia que en años más recientes ha reaparecido como conflicto entre democracia liberal y «democracia social» o totalitaria.

TRADICIÓN ANGLICANA: Hume, Adam Smith y Adam Ferguson, secundados por sus contemporáneos ingleses Josiah Tucker, Edmund Burke y William Paley, y extraída largamente de una tradición enraizada en la jurisprudencia de la common law.

TRADICIÓN GALICANA: … los enciclopedistas y Rousseau y los fisiócratas y Condorcet. Franceses como Montesquieu y más tarde Benjamin Constant y, sobre todo, Alexis de Tocqueville están, probablemente, más cerca de lo que hemos denominado «tradición británica» Thomas Hobbes, Inglaterra aporta, por lo menos, uno de los fundadores de la tradición racionalista, para no hablar de la completa generación de entusiastas de la Revolución francesa, como Godwin, Priestley, Price y Paine, quienes —lo mismo que Jefferson después de su estancia en Francia—[10] pertenecen completamente a ella.

Hayek escoge claramente la tradición británica frente a la francesa:

«la una (tradición anglicana) encuentra la esencia de la libertad en la espontaneidad y en la ausencia de coacción; la otra (tradición galicana), sólo en la persecución y consecución de un propósito colectivo absoluto» (Talmon, Origins of Totalitarian Democracy)

«la una mantiene un desarrollo orgánico lento y semiconsciente; la otra cree en un deliberado doctrinarismo; la una está a favor del método de la prueba y el error y la otra en pro de un patrón obligatorio válido para todos»

Los filósofos ingleses nos han dado una interpretación del desarrollo de la civilización que constituye todavía el basamento indispensable de toda defensa de la libertad. Tales filósofos no encontraron el origen de las instituciones en planificación o invenciones, sino en la sobrevivencia de lo que tiene éxito.

Esta «actitud antirracionalista en lo que respecta al acontecer histórico, que Adam Smith comparte con Hume, Ferguson y otros» [15] , les facilitó entender por vez primera la evolución de las instituciones, la moral, el lenguaje y la ley de acuerdo con un proceso de crecimiento acumulativo.

La argumentación se dirige en toda línea contra la concepción cartesiana de una razón humana independiente y anteriormente existente que ha inventado esas instituciones y contra la idea de que la sociedad civil ha sido formada por algún primitivo y sabio legislador o un primitivo «contrato social»

Este es un aspecto central de la concepción que Hayek tiene de la evolución social. Los fenómenos sociales deben ser observados e, incluso, sufridos, antes que alterados frívolamente. La acumulación de experiencia vale más para él que razonamiento que la desprecie. Dado ese carácter básico de su pensamiento, dejamos varios párrafos completos:

Por primera vez se demostró la existencia de un orden evidente que no era resultado del plan de la inteligencia humana ni se adscribía a la invención de ninguna mente sobrenatural y eminente, sino que provenía de una tercera posibilidad: la evolución adaptable.

Pocas dudas existen de que las teorías de Darwin y sus contemporáneos se inspiraron en las teorías de la evolución social. Por desgracia, posteriormente, las ciencias sociales, en vez de construir en su propio sector sobre los mencionados cimientos, reimportaron algunas de dichas ideas de la biología y con ellas derivaron a conceptos tales como «selección natural», «lucha por la vida» y «superviviencia de los mejor dotados», que no son apropiados en su campo

Ni Locke ni Hume ni Smith ni Burke podrían haber argumentado jamás, como Bentham lo hizo, que «toda ley es mala, puesto que constituye una infracción de la libertad». Sus razonamientos no entrañaron un completo laissez faire, que, como las mismas palabras muestran, constituye parte de la tradición racionalista francesa y en su sentido literal jamás fue defendido por ninguno de los economistas clásicos ingleses.

Las teorías racionalistas de la planificación se basaron necesariamente en presumir la existencia de una cierta propensión del individuo para la acción racional, así como en la natural inteligencia y bondad de dicho individuo. La teoría evolucionista, por el contrario, demostró cómo ciertos arreglos institucionales inducirían al hombre a usar su inteligencia encaminándola hacia las mejores consecuencias y cómo las instituciones podrían concebirse de tal forma que los individuos nocivos hicieran el menor daño posible.

El homo oeconomicus fue explícitamente introducido por el joven Mill, juntamente con muchas otras ideas que pertenecen más bien al racionalismo que a la tradición evolucionista.

Estos párrafos que siguen ponen de manifiesto las relaciones entre las tesis de Hayek con las políticas conservadoras en un cierto sentido que él mismo aclara en el capítulo final del libro: 

Lejos de presumir que los creadores de las instituciones eran más sabios que nosotros, el punto de vista evolucionista se basa en percibir que el resultado de los ensayos de muchas generaciones puede encarnar más experiencias que la poseída por cualquier hombre.

Nos comprendemos mutuamente, convivimos y somos capaces de actuar con éxito para llevar a cabo nuestros planes, porque la mayor parte del tiempo los miembros de nuestra civilización se conforman con los inconscientes patrones de conducta, muestran una regularidad en sus acciones que no es el resultado de mandatos o coacción y a menudo ni siquiera de una adhesión consciente a reglas conocidas, sino producto de hábitos y tradiciones firmemente establecidas.

la libertad no ha funcionado nunca sin la existencia de hondas creencias morales, y la coacción sólo puede reducirse a un mínimo cuando se espera que los individuos, en general, se ajusten voluntariamente a ciertos principios.

Este sometimiento a las convenciones y reglas involuntarias, cuya significación e importancia no entendemos del todo; esta reverencia por lo tradicional, indispensable para el funcionamiento de una sociedad libre, es lo que el tipo de mente racionalista considera inaceptable. 

Siempre hemos de trabajar dentro de un cuadro de valores e instituciones que no fue hecho por nosotros. En especial, nunca podemos construir sintéticamente un nuevo cuerpo de normas morales o hacer que la obediencia a las conocidas dependa de nuestra comprensión o de las implicaciones de dicha obediencia en un momento dado.

Este sometimiento a la tradición tiene el eco de las filosofía de Heidegger y su énfasis en la prevalencia antihumanista del Ser. El ser humano debe, en este contexto, prestar oído a la realidad que también se expresa en el comportamiento empírico que él mismo lleva a cabo. Pero, Hayek no quiere pasar por irracional, por lo que explica la función que cree que tiene, una vez aceptado el predominio de la corriente empírica:

Probablemente, a estas alturas, el lector se preguntará qué función le queda a la razón en la ordenación de los negocios si la política de libertad exige tanta abstención del control deliberado, tanta aceptación del desarrollo no planificado y espontáneo.

La razón, indudablemente, es la más preciosa posesión del hombre. Nuestros argumentos tratan de mostrar meramente que no es todopoderosa y que la creencia de que es posible dominarla y controlar su desarrollo puede incluso destruirla.

La postura antirracionalista aquí adoptada no debe confundirse con el irracionalismo o cualquier invocación al misticismo. Lo que aquí se propugna no es una abdicación de la razón, sino un examen racional del campo donde la razón se controla apropiadamente.

Esto significa que antes de tratar de remoldear inteligentemente la sociedad debemos adquirir conciencia de su funcionamiento. Tenemos que admitir la posibilidad de equivocamos incluso cuando creemos entenderla; hemos de aprender que la civilización humana tiene una vida propia, que todos los esfuerzos para mejorar las cosas deben operar dentro de un cuadro total que no es posible controlar enteramente, cuyas fuerzas activas podemos facilitar y ayudar únicamente en la medida en que las entendamos.

Hayek no pierde de vista que libertad y responsabilidad van de la mano:

La libertad no sólo significa que el individuo tiene la oportunidad y responsabilidad de la elección, sino también que debe soportar las consecuencias de sus acciones y recibir alabanzas o censuras por ellas. 

La responsabilidad ha llegado a ser un concepto impopular, una palabra que evitan los oradores o escritores de experiencia, debido al evidente fastidio o animosidad con que se la recibe por una generación que no gusta en absoluto que la moralicen.

Es indudable que mucha gente está temerosa de la libertad, porque la oportunidad para hacer la propia vida significa también una incesante tarea, una disciplina que el hombre debe imponerse a sí mismo para lograr sus fines.

El determinismo arguye que, puesto que las acciones de los hombres están determinadas completamente por causas naturales, no puede haber justificación para hacerles responsables y alabarles o censurarles por las mismas. Los voluntaristas, por otra parte, mantienen que, puesto que existe en el hombre algún agente que queda fuera de la cadena de causa y efecto, dicho agente es quien debe soportar la responsabilidad y ser el legítimo objeto de alabanza o censura.

La relación causa-efecto hace dudar al pensamiento en relación con el concepto de  libertad. Cuando se toma una decisión hay una cadena de causa y efecto, pero el sujeto que toma la decisión es libre porque una misma causa (un deseo) puede producir muchos efectos que se presentan ante el sujeto como alternativas. Es decir, no se rompe la cadena causal y se preserva la libertad.

Como se ha demostrado a menudo, el concepto de responsabilidad, de hecho, descansa en un punto de vista determinista. Únicamente la construcción de un «yo» metafísico que permaneciese fuera de la total cadena de causa y efecto y, por lo tanto, pudiera tratarse como algo no influido por la alabanza o la censura, podría justificar la ausencia de responsabilidad del hombre.

Esta personalidad (con sus circunstancias) opera como una especie de filtro a través del cual los sucesos externos originan conductas que sólo en circunstancias excepcionales pueden predecirse con certeza.

La voluntad es libre porque puede elegir y es impredecible porque tiene mucho donde elegir e incluso puede elegir contra sus intereses objetivos. Cada uno somos portadores de un paquete cambiante de deseos cuya jerarquía desconocemos.

 

Un conflicto que a Hayek le preocupa es la clave de su enfrentamiento con las opciones racionalistas, y es el conflicto entre libertad e igualdad. Un conflicto central de las disputas políticas en la actualidad. Un conflicto que se encuadra en el planteamiento más general que Isaiah Berlin hace en relación con los valores en general y la necesidad de encontrar los equilibrios que hagan posible la función social. 

4.- LA IGUALDAD

«No tengo ningún respeto por la pasión de la igualdad, que se me antoja mera idealización de la envidia.» OLIVER WENDEL HOLMES, JR.

Como esta cita escogida por Hayek muestra, entre los dos grandes bloques que se forman por el modo en que la naturaleza reparte actitudes existen mutuos reproches. En lo que respecta a este libro, la cuestión se plantea, por unos, que consideran envidiosos a los que reclaman igualdad y, por otros, que consideran codiciosos a los que reclaman libertad. Hayek declara que: 

Ha constituido el gran objetivo de la lucha por la libertad conseguir la implantación de la igualdad de todos los seres humanos ante la ley.

Pero matiza que:

La extensión del principio de igualdad a las reglas de conducta social y moral es la principal expresión de lo que comúnmente denominamos espíritu democrático, y, probablemente, este espíritu es lo que hace más inofensivas las desigualdades que ineludiblemente provoca la libertad.

Pero el concepto de igualdad que Hayek admite se refiere a:

La igualdad de los preceptos legales generales y de las normas de conducta social (que) es la única clase de igualdad que conduce a la libertad y que cabe implantar sin destruir la propia libertad.

Y finalmente reconoce que:

La libertad no solamente nada tiene que ver con cualquier clase de igualdad, sino que incluso produce desigualdades en muchos respectos. Se trata de un resultado necesario que forma parte de la justificación de la libertad individual. Si el resultado de la libertad individual no demostrase que ciertas formas de vivir tienen más éxito que otras, muchas de las razones en favor de tal libertad se desvanecerían.

La discusión de complica si, al hablar de igualdad, se está haciendo referencia a las cualidades de los individuos o a la igualdad de oportunidades. Roy Hattersley sostiene que la única igualdad que merece la pena defender es la de resultados. Es decir que, para que todo individuo pueda competir en condiciones justas en su contribución y premio en la sociedad, debe contar desde la cuna con iguales condiciones físicas e intelectuales que los demás, pertenezcan o no a familias acomodadas o ricas.  Sin embargo, Hayek admite exclusivamente la igualdad ante la ley, siempre que esa ley, a su vez, defienda radicalmente la libertad de acción, como muestra las siguientes citas:

Quienes modernamente abogan por una igualdad material de más largo alcance, rechazan constantemente que su pretensión se fundamenta en el supuesto de que todos los mortales, de hecho, sean iguales. Certeramente se ha dicho que la «biología», cuya piedra angular es la variabilidad, confiere a cada ser humano un conjunto único de atributos que le otorgan una dignidad que de otra forma no podría poseer.

En sus vaivenes argumentales, Hayek enfatiza la dignidad del ser humano individual y la importancia de la educación:

Como resultado de la naturaleza y de la educación, el recién nacido puede llegar a ser uno de los más grandes hombres o mujeres que hayan vivido. La importancia de las diferencias individuales difícilmente sería menor si todos los hombres fueran criados y educados en ambientes muy similares. Como declaración de hecho, no es cierto «que todos los hombres han nacido iguales».

Pero inmediatamente se teme que cualquier intento de materializar esas posibilidades es un atentado a la libertad, que considera un valor superior del que depende el progreso.

La igualdad ante la ley, que la libertad requiere, conduce a la desigualdad material. Con arreglo a tal criterio, si bien el Estado ha de tratar a todos igualmente, no debe emplearse la coacción en una sociedad libre con vistas a igualar más la condición de los gobernados. El Estado debe utilizarla coacción para otros fines.

Pare el fin de despejar el camino a todas la iniciativas particulares. Pero todavía hay un nuevo bandazo:

El objetar contra el uso de la coacción para imponer una distribución más igual o más justa no quiere decir que uno no la considere deseable. Ahora bien, si se desea mantener la sociedad libre es esencial que reconozcamos que la deseabilidad de un fin particular no es suficiente justificación para el uso de coacción. Uno puede muy bien sentirse atraído por una comunidad en la que no haya contrastes extremos entre los más ricos y los pobres y dar la bienvenida al hecho de que el incremento general de riqueza parece reducir gradualmente esas diferencias.

Dondequiera que exista una legítima necesidad de acción gubernamental y haya que escoger entre diferentes métodos de satisfacer tal necesidad, aquellos que incidentalmente reduzcan la desigualdad pueden, sin duda; ser preferidos.

Y concluye:

afirmamos que la desigualdad económica no es uno de los males que justifique el recurrir como remedio a la coacción o al privilegio discriminatorio.

Hayek, profundiza combatiendo la importancia relativa de la influencia de la naturaleza y de la educación.

Los partidarios de la igualdad, generalmente, consideran de manera distinta las diferencias en la capacidad individual debidas al nacimiento y aquellas que son consecuencias de la influencia del medio que rodea al ser humano, o, por así decirlo, las que son resultado de la «naturaleza» y las que se derivan de la «educación»

Aunque pueden afectar grandemente a la estimación que un individuo tenga por sus semejantes, al ser humano no le pertenece más crédito por haber nacido con cualidades deseables que por haber crecido bajo circunstancias favorables.

El problema importante es si hay razones para modificar nuestras instituciones hasta eliminar tanto como sea posible las ventajas debidas al medio que nos rodea.

Por eso se pregunta retóricamente:

¿Estamos de acuerdo en que «todas las desigualdades que se apoyan en el nacimiento o en la herencia deberían abolirse y respetar únicamente lo que fuese consecuencia del talento o industria superior»?

Y se responde retóricamente:

Parece que está ampliamente divulgada la creencia de que mientras las cualidades útiles que una persona adquiere a causa de los dones activos y bajo condiciones iguales para todos son socialmente beneficiosas, idénticas cualidades se convierten hasta cierto punto en indeseables si derivan de ventajas del medio circundante que no están a disposición de otros, Incluso resulta difícil entender por qué razón la misma útil cualidad que es bien recibida cuando resulta de las dotes naturales de una persona se convierte en menos valiosa cuando deriva de circunstancias tales como padres inteligentes o el pertenecer a una familia de buena posición.

Y concluye que las élites son necesarias y, para anticiparse a la propuesta de eliminación de la herencia, argumenta, sin pruebas, que:

… sería irracional negar que la sociedad probablemente obtendrá una élite mejor si la ascensión no se limita a una generación, si los individuos no son deliberadamente obligados a partir del mismo nivel y si los niños no son privados de la posibilidad de beneficiarse de la mejor educación y ambiente material que sus padres sean capaces de suministrarles.

Es decir, después de afirmar la dignidad de cada individuo, no duda en considerar que esa dignidad debe ser el resultado de la lucha social, sabiendo como sabe, que del mismo modo que se perpetúan los privilegios, se perpetúa la miseria.

Muchos que están de acuerdo en que la familia es deseable como instrumento para la transmisión de la moral, la educación, los gustos y el conocimiento siguen poniendo en tela de juicio la conveniencia de la transmisión del patrimonio. Sin embargo, poca duda puede caber de que para posibilitar la primera es esencial cierta continuidad en los patrones de las formas externas de vida y que esto se obtiene no sólo con la transmisión de las ventajas inmateriales, sino también con la de las materiales.

Desde luego, no implica ningún gran mérito, ni ninguna gran injusticia, tal circunstancia de que algunos nazcan de padres ricos, como tampoco el que otros nazcan de padres inteligentes o virtuosos. Tan ventajoso es para la comunidad que al menos algunos niños puedan iniciar su carrera en la vida con las ventajas que sólo las casas ricas pueden ofrecer, en determinados momentos, como que otras criaturas hereden gran inteligencia o reciban mejor educación en sus hogares.

En medio de esta discusión anticipa otra posterior de carácter económico en relación con la herencia: es el caso de la necesaria acumulación de capital para abordar los grandes problemas, tanto los diagnosticados, como lo que no se avizoran.

No vamos a invocar ahora el principal argumento en favor de la herencia, o sea afirmar que tal transmisión de bienes constituye un medio básico para mantener el capital e inducir a su acumulación. Más bien cargamos el acento en si el hecho de conferir beneficios inmerecidos a favor de algunos es un argumento válido contra la mecánica hereditaria.

Una argumentación débil, pues los herederos de las grandes fortunas, suelen estar al margen de la gestión de los capitales acumulados, dedicándose al placer y a las intrigas familiares para mantener sus rentas. De nuevo se pregunta:

El problema, en lo que a nosotros respecta, consiste tan sólo en si los individuos deben ser libres para hacer llegar a sus descendientes o a otras personas los indicados bienes de carácter material, causa básica de la desigualdad.

Para concluir vacilante:

La función familiar de transmitir patrones y tradiciones está íntimamente ligada a la posibilidad de transmitir bienes materiales. Resulta difícil comprender de qué forma serviría al verdadero interés de la sociedad la limitación de las ganancias materiales de una generación. Hay también otra consideración que pudiera parecer en cierta manera cínica: si queremos hacer el máximo uso de la natural parcialidad de los padres por sus hijos, no debemos impedir la transmisión de la propiedad.

En estos pasajes de su libro, Hayek está simplemente en un círculo vicioso, que parte de su deseo de que todo siga igual y acaba en que todo debe seguir siendo igual. No aclara si se refiere a la transmisión de una vivienda o de las grandes fortunas. Cuestión que no es baladí, pues hasta ciertos límites la herencia facilita la armonía social, pero más allá, perpetúa el derroche por dejar en manos incompetentes la gestión de grandes acumulaciones de capital. Pero Hayek no ceja y argumenta de forma extraña que:

De no existir dicho expediente, los hombres buscarían otras maneras de proveer a sus hijos, tales como colocados en una situación que les proporcionara la renta y el prestigio que una fortuna les hubiera dado, originando con ello un despilfarro de recursos y una injusticia mucho más tangible que la que causa la transmisión del patrimonio familiar.

Esas pretensiones de los padres, que Hayek no precisa, se resuelven de forma natural prohibiendo el nepotismo y por los propios mecanismos de selección de directivos de las grandes corporaciones que suelen estar controladas por sus accionistas mayoritarios.

Hayek trata de desacreditar a los defensores de la igualdad mostrando que su resentimiento llega al extremo de impedir la alta educación para igualar en la ignorancia. 

En la actualidad la agitación igualitaria tiende a concentrarse en las desigualdades que originan las diferencias de educación. Existe una creciente tendencia a expresar el deseo de asegurar la igualdad de condición mediante la pretensión de que la mejor instrucción que se suministre a algunos sea obtenible gratuitamente por todos; y que si ello es imposible, se prohíba que cualquiera goce de enseñanza más completa que el resto, meramente porque los padres estén en condiciones de pagarla, salvo que, tras pasar una prueba uniforme de capacidad, se le admita como beneficiario de los limitados recursos de la instrucción más elevada.

Muy al contrario, lo que se observa es que los que se pueden pagar educaciones selectas, acuden al estado para subvenciones estas instituciones. Prohibir colegios o universidades de élite es absurdo y nadie lo pide, entre otras cosas, porque muchos de estos bien educados muchachos escalan una buena posición social, no tanto por sus méritos, cuanto por el nepotismo de su padres. Pero la tendencia de Hayek a no combatir la desigualdad en cuestión tan importante como la educación lo lleva a una extraña resignación:

Hagamos lo que hagamos, no hay manera de impedir que sólo algunos gocen de aquellas ventajas. Hasta puede afirmarse que las diferencias educacionales son deseables debido a la existencia de personas que ni individualmente merecen las ventajas ni harán tan buen uso de ellas como quizá harían otras personas.

Hayek incurre en la falacia del «Hombre de Paja» al decir que:

La concepción de que a cada individuo se le debe permitir probar sus facultades ha sido ampliamente reemplazada por otra, totalmente distinta, según la cual hay que asegurar a todos el mismo punto de partida e idénticas perspectivas. Esto casi equivale a decir que el gobernante, en vez de proporcionar los mismos medios a todos, debiera tender a controlar las condiciones relevantes para las posibilidades especiales del individuo y ajustarlas a la inteligencia individual hasta asegurar a cada uno la mismas perspectivas que a cualquier otro.  

Pues tratar de que no se pierda ningún talento, no implica garantizar el resultado exitoso para todos. Tampoco la sociedad necesita que todo el mundo alcance puestos de dirección o de éxito social, pues alguien tiene que ser dirigido para los fines sociales y nadie dejará de admirar a los artistas de talento porque él no lo posea. Pero, el sistema educativo debe asegurarse de que ningún talento es desperdiciado y de que todos los jóvenes tienen un conocimiento cabal de su esfera histórica y social para actuar como un ciudadano responsable de sí mismo y de su entorno. Pero, Hayek deplora la adaptación a la individualidad cuya dignidad reclama y pone el énfasis en el resentimiento:

Tal adaptación deliberada de oportunidades a fines y capacidades individuales sería, desde luego, opuesta a la libertad y no podría justificarse como medio de hacer el mejor uso de todos los conocimientos disponibles, salvo bajo la presunción de que el gobernante conoce mejor que nadie la manera de utilizar las inteligencias individuales. Cuando inquirimos la justificación de dichas pretensiones, encontramos que se apoyan en el descontento que el éxito de algunos hombres produce en los menos afortunados, o, para expresarlo lisa y llanamente, en la envidia. 

Y llega al esperpento:

Recientemente se hizo un intento de apoyar dicha pretensión en el argumento de que la meta de toda actuación política debería consistir en eliminar todas las fuentes de descontento. Esto significaría, desde luego, que el gobernante habría de asumir la responsabilidad de que nadie gozara de mayor salud, ni dispusiera de un temperamento más alegre, ni conviviera con esposa más amable, ni engendrara hijos mejor dotados que ningún otro ser humano.  

Es, sin duda, la peor parte de libro. Pues insiste en minar el concepto de igualdad acudiendo ahora a otro espantajo: el que tenga el mismo premio el que se esfuerza que el consigue el logro. Esto no sería sólo absurdo para un individuo esforzado en sus tareas por cuenta ajena, sino también a un voluntarioso financiero que arruinara a todos sus tenedores de bonos o acciones y reclamara su impunidad en base a las noches sin dormir que ha tenido.

La sociedad libre tiene como característica esencial el que la posición individual no dependa necesariamente de los puntos de vista que los semejantes mantengan acerca del mérito que dicho individuo ha adquirido. El mérito no se deduce del objetivo, sino del esfuerzo subjetivo que no puede juzgarse por los resultados. Si nos consta que un hombre ha hecho todo lo que ha podido, a menudo deseamos verle recompensado, con independencia de los resultados; mientras que le concederemos poco crédito si sabemos que el más valioso de los logros se debe casi por entero a circunstancias afortunadas.

Afirmado el absurdo, se combate:

No podemos pensar en atraer a los hombres más cualificados a las tareas comprendidas bajo el término de investigación y exploración o a las actividades económicas que solemos calificar de especulación, a menos que concedamos a los que logren el éxito todo el crédito o ganancia, por mucho que otros se hayan esforzado tan meritoriamente. De nada servirá a nuestro propósito que permitiésemos compartir el premio a todos los que realmente se han esforzado en la búsqueda del éxito.

Una vez que Hayek ha encontrado la aparente eficacia de la falacia, la convierte en una herramienta habitual. 

Cada intento de controlar deliberadamente algunas de las remuneraciones estaría abocado a crear posteriores exigencias de nuevas intervenciones, de forma que, una vez introducido el principio de la justicia distributiva, no se cumpliría hasta que la sociedad se organizase de acuerdo con el mismo. Esto originaría una clase de sociedad que en todos sus rasgos básicos sería opuesta a la sociedad libre; una sociedad en la cual la autoridad decidiría lo que el individuo ha de hacer y cómo ha de hacerlo.

En este caso, se pone la venda antes de sufrir la herida, pues se adelanta a las limitaciones de ganancia de algunas profesiones. Como la última gran desgracia inducida ha demostrado, los bonus de los directivos de algunos de los más grandes bancos de inversión eran totalmente inmerecidos pues, para su único beneficio, crearon grandes estructuras especulativas basadas en activos que se sabía estaban viciados en antemano. 

En todo caso, hay que reconocerle a Hayek, que en su esfuerzo, sincero, por despejar de trabas a la acción de los más osados e inteligentes para beneficio de la sociedad, no le hace olvidar que en esa lucha hay perdedores que no pueden ser tratados como residuos prescindibles. 

Hay buenas razones para esforzarnos en utilizar la organización política para adoptar medidas de previsión a favor de los débiles, los aquejados por graves dolencias o las víctimas de desastres imprevisibles.

Pero, no por ello, pierde de vista los riesgos de amotinamiento que puedan presentarse estimulado por sus palabras y da un aviso a navegantes:

Cuestión enteramente diferente es sugerir que los pobres, sólo por el hecho de radicar en la propia comunidad individuos más ricos, tienen derecho a participar en su riqueza; o que el haber nacido dentro de un grupo que ha alcanzado un nivel especial de civilización y bienestar confiere justo título para disfrutar de sus ventajas.

Hayek, avisa: no molestemos a los ricos pues:

Los grupos nacionales llegarán a hacerse más y más herméticos a medida que gane adeptos el punto de vista con el que acabamos de enfrentarnos. En vez de admitir a los semejantes para que disfruten de las ventajas existentes, se preferirá rechazarlos, pues a medida que se instalaran exigirían el derecho a una especial participación en la riqueza.

Con lo que se anticipa a los movimientos migratorios de carácter económico que se están produciendo en el siglo XXI.

Una vez que se reconoce dentro de la escala nacional el derecho de la mayoría a los beneficios de que disfrutan las minorías, no hay razón para que tal derecho se detenga en las fronteras de los estados hoy existentes. 

5.- LA DEMOCRACIA

A partir de aquí, Hayek entra en la discusión de fondo más relevante y comprometedora a la hora de diferenciarse de los conservadores, como hace con tanto énfasis en el último capítulo del libro. En efecto aborda la legitimidad de la democracia moviéndose por el borde corriendo el riesgo de recibir el reproche de antidemócrata. Si a eso se añaden los ejemplos que el mundo actual nos proporciona en países como Chile o China la discusión se hace necesaria y muy relevante. Empieza con lo que parece un reproche al «demócrata dogmático». 

El liberalismo (en el sentido que tuvo la palabra en la Europa del siglo XIX, al que nos adherimos en este capítulo) se preocupa principalmente de la limitación del poder coactivo de todos los gobiernos, sean democráticos o no, mientras el demócrata dogmático sólo reconoce un límite al gobierno: la opinión mayoritaria.

Hayek, como todos los que abordar de forma directa y con la claridad de la tradición anglosajona los grandes problemas, se encuentra con el conflicto entre valores. Ya lo hizo más arriba con la libertad y la igualdad y ahora lo hace con la democracia y la eficacia. Empieza con una distinción.

A la democracia se opone el gobierno autoritario; al liberalismo se opone el totalitarismo.

La diferenciación es significativa porque, en su planteamiento, eso permite que un gobierno pueda ser liberal y autoritario o demócrata y totalitario puesto que estas nuevas parejas no son contradictorias. Se entiende que el gobierno totalitario bloquea toda libertad, mientras que no lo hace el autoritario, que se limita a despreciar el voto popular como mecanismo de toma de decisiones. La segunda fórmula sería aquella en la que el cierre a toda libertad se produce por votación. La otra combinación no contradictoria sería un gobierno democrático y liberal o un gobierno autoritario y totalitario. En el primer caso, la democracia daría respaldo a las libertades sin restricción alguna y en el segundo el déspota, además, cerraría el paso a todo tipo de libertad. De esta discusión preliminar se puede escapar el hecho de que, como dejó claro más arriba, Hayek no entiende por libertad nada más que la ausencia de coerciones a la acción de individuo. Pero él piensa, que de todas las libertades la principal es la económica, por eso un dictador no totalitario es compatible con la libertad de empresa y el mercado libre, porque a él sólo le interesa mantener el control sobre los aspectos políticos (es decir la reclamación de democracia) por parte de los ciudadanos. Casos así se han dado y se están dando en la actualidad. Y puesto que es esa libertad la que más le preocupa dedica sus argumentos a minar la legitimidad de la democracia en determinados supuestos. Y aclara que:

Una democracia puede muy bien esgrimir poderes totalitarios, y es concebible que un gobierno autoritario actúe sobre la base de principios liberales. El liberalismo es una doctrina sobre lo que debiera ser la ley; la democracia, una doctrina sobre la manera de determinar lo que será la ley.

(El liberalismo) Acepta la regla de la mayoría como un método de decisión, pero no como una autoridad en orden a lo que la decisión debiera ser. Para el demócrata doctrinario, el hecho de que la mayoría quiera algo es razón suficiente para considerarlo bueno, pues, en su opinión, la voluntad de la mayoría determina no sólo lo que es ley, sino lo que es buena ley.

El liberalismo constituye una de las doctrinas referentes al análisis de cuáles sean los objetivos y esfera de acción de los gobernantes, fines y ámbitos entre lo que elegirá la democracia; en cambio, esta última, por ser un método, no indica nada acerca de los objetivos de quienes encarnan el poder público. Aun cuando en la actualidad se utiliza muy a menudo el término «democrático» para describir pretensiones políticas específicas que circunstancialmente son populares y en especial ciertas apetencias igualitarias, no existe necesariamente relación entre democracia y la forma de utilizar los poderes de la mayoría-

El uso corriente e indiscriminado de la palabra «democrático» como término general de alabanza no carece de peligro. Sugiere que, puesto que la democracia es una cosa buena, su propagación significa una ganancia para la comunidad. Esto pudiera parecer absolutamente cierto, pero no lo es.

Existen por lo menos dos capítulos en los que casi siempre es posible extender la democracia: el núcleo de personas que tienen derecho a votar y el alcance de las posibles cuestiones a decidir por procedimientos democráticos. En ninguno de los dos casos puede mantenerse seriamente que cada grado de expansión implica ganancia o que el principio democrático exija que la extensión se prolongue de modo indefinido.

Su posición intelectual le permite decir que:

Difícilmente se puede sostener que la igualdad ante la ley requiera necesariamente que los adultos tengan voto.

Parece mentira que su experiencia como ciudadano de un paí que sufrió un régimen dictatorial y totalitario, no advierta que donde no haya democracia, no habrá justicia, pues la libertad económica o la privada no garantiza son sólo componentes de la libertad que el propone que dejan al margen elementos de control social tan relevantes como la expresión libre y pública o la capacidad de asociación y manifestación de la ciudadanía. Pero a Hayek su experiencia vital no le impide decir que :

Aunque el sufragio de los adultos parezca ser la mejor solución para el mundo occidental, ello no prueba que exista un principio básico que exija tal sistema.

Para discutir estas decisivas cuestiones, de nuevo crea un espantajo: el «demócrata dogmático». 

Nuestras observaciones se encaminan únicamente a demostrar que ni siquiera el demócrata más dogmático puede pretender que cada extensión de la democracia sea para bien. Las tradiciones liberal y democrática están, por tanto, de acuerdo en que cuantas veces se requiere acción estatal, y particularmente siempre que hayan de establecerse reglas coactivas, la decisión debería tomarse por la mayoría. Difieren, sin embargo, en el alcance de la acción estatal que ha de ser guiada por decisiones democráticas. Los demócratas dogmáticos, en particular, creen que cualquier mayoría corriente debería tener derecho a determinar cuáles son sus poderes y cómo ejercitarlos, mientras que los liberales consideran muy importante que los poderes de cualquier mayoría temporal se hallen limitados por principios.

De este modo, algo que el demócrata sin apellidos no discute jamás, que es el imperio de la ley, lo convierte en un atributo de los liberales que puede ser establecido paradójicamente, tanto en un régimen democrático como dictatorial.

Para el liberal, la decisión de la mayoría deriva su autoridad de un acuerdo más amplio sobre principios comunes y no de un mero acto de voluntad de la circunstancial mayoría.

La soberanía popular es la concepción básica de los demócratas doctrinarios. Significa, según ellos, que el gobierno de la mayoría es ilimitado e ilimitable. El ideal democrático, originariamente pensado para impedir cualquier abuso de poder, se convierte así en la justificación de un nuevo poder arbitrario.

El caso español con la crisis de segregación de algún territorio es un ejemplo claro de cómo la democracia está tanto en la apertura de la libertades como en la limitación para evitar el descarrilamiento. La naturaleza de la democracia, que tiene origen en las pulsiones de justicia (que no se olvide que su origen etimológico es lo justo y equitativo emparentando con la igualdad), la lleva a procurar legislación para la libre acción del individuo y, al tiempo limitadora de los abusos que se deriven. La democracia hace a la ley justa y la ley hace a la democracia racional. Así se evita la toma de decisiones precipitadas y arbitrarias en el tumulto, pero también que las leyes obsoletas se perpetúen. Por eso, Hayek, acepta que:

Sin embargo, la autoridad de la decisión democrática deriva de la circunstancia de haber sido adoptada por la mayoría de la colectividad que se mantiene compacta en virtud de ciertas creencias comunes a los más de sus miembros; siendo, por otra parte, indispensable que dicha mayoría se someta a los principios comunes incluso cuando su inmediato interés consista en violarlos.

Pero no puede resistirse y de nuevo crea un espantajo. En este caso el uso de la democracia para favorecer exclusivamente a las mayorías. Si esto es así, la democracia queda desacreditada y facilita el motín de esas minorías. Pero Hayek no está pensando en cuestiones religiosas o raciales, sino en que la democracia limite la libertad económica que a él le parece el origen de todos los bienes sociales. 

No existe justificación para que ninguna mayoría conceda a sus miembros privilegios mediante el establecimiento de reglas discriminatorias a su favor. La democracia no es, por su propia naturaleza, un sistema de gobierno ilimitado. No se halla menos obligada que cualquier otro a instaurar medidas protectoras de la libertad individual.

La discusión sería más racional si se aceptara que no sólo la democracia, sino cualquier resultado de la evolución cultural, como la libertad, la justicia o la igualdad, deben ser conceptuadas como valores centrados que deben huir de la demencia de la operación de llevar ingenua o cínicamente sus características  a los extremos potenciales. De modo que no es útil atacar a unos u a otros, sino encontrarles el punto en el que mejor encajan con los demás valores. Así, en el caso de la democracia es inútil reprocharle un uso demente, como lo es hacerlo con la libertad o el resto de valores. Al contrario, la tarea consiste en articularlos entre sí. Pero Hayek insiste en colocar a la democracia en un lugar secundario porque quiere prevenir las limitaciones que pueda suponer a su concepto de libertad.

Si la democracia es un medio antes que un fin, sus límites deben determinarse a la luz de los propósitos a que queremos que sirva.

Pero, la fuerza del concepto de democracia es demasiada y concede que:

La democracia es el único método de cambio pacífico descubierto hasta ahora por el hombre. la democracia constituye importante salvaguardia de la libertad individual.

Aunque…

la democracia no es todavía la libertad; aduce tan sólo que la democracia probablemente engendra más libertad que otras formas de gobierno.

Nada menos. Es decir en estas palabras se trasluce esa necesidad de acuerdo entre valores que reclamamos.

Aunque en una democracia las perspectivas de libertad individual son mejores que bajo otras formas de gobierno, no significa que resulten ciertas. Las posibilidades de libertad dependen de que la mayoría la considere o no como su objetivo deliberado. La libertad tiene pocas probabilidades de sobrevivir si su mantenimiento descansa en la mera existencia de la democracia.

A Hayek sólo le interesa la libertad, no transige con limitaciones a este valor. Así incurre en la contradicción de afirmar que la democracia es un valioso, pacífico y libertario instrumento de gobierno, pero, cuidado no vaya a interesarse por la igualdad, como si la igualdad, a su vez, no tuviera que limitarse para armonizarse con la justicia y la libertad. Y de nuevo incurre en extravagancia. En este caso se decanta por la aristocracia: 

Puede muy bien ser cierto, como se ha mantenido a menudo [12] , que en cualquier aspecto de la vida pública la intervención de una élite educada resulte más eficiente y quizá incluso más justa que la de otro gobierno elegido por el voto de la mayoría.

El progreso consiste en que pocos convenzan a muchos. Deben aparecer por doquier puntos de vista nuevos antes de que lleguen a ser puntos de vista de la mayoría.

Este es un buen criterio. Pero en todos los órganos que articulan la democracia es, justamente, eso lo que ocurre, que unos pocos, que no son siempre los mismo, convencen a la mayoría y de ahí se derivan las normas que todos hemos de seguir. Pero como, ni siquiera esos pocos pueden tener toda la razón, la democracia se constituye en un proceso que, tal y como el propio Hayek propone, modela la ley para que sea justa y liberal. Pero no puede pretender que mayorías perjudicadas económicamente no reacciones buscando una mejor distribución de recursos. Una buena educación económica, por ejemplo, permitiría comprender cómo funciona la renta y sus implicaciones con la financiación de grandes proyectos para que las decisiones sean racionales. Por eso verdades como las que siguen no son incompatibles con la democracia.

La opinión no progresaría de no existir ciertos seres que saben más que el resto y se hallan en mejor posición para convencer.

Todo esto no colisiona con que cada uno de los valores en juego (la democracia, como la libertad o la justicia) tiene sombras que sólo desaparecen en contraste los demás. De no seguir esas pauta resulta que:

Las resoluciones mayoritarias son producto de una meditación menos cuidadosa y generalmente representan un compromiso que no satisface totalmente a nadie. Las decisiones mayoritarias, por lo demás, cuando no responden a normas comúnmente aceptadas, se hallan singularmente predestinadas a provocar consecuencias que nadie desea. La creencia de que la acción colectiva puede hacer caso omiso de los principios es una gran ilusión.

En este contexto, Hayek hace una crítica cierta a la política:

El político de éxito debe su poder a la circunstancia de moverse dentro de un marco de pensamiento aceptado, como también a que piensa y habla convencionalmente.

Y convenimos con él en que:

Las nuevas ideas surgen de unos pocos y se extienden gradualmente hasta llegar a ser patrimonio de una mayoría que apenas si conoce su origen. Tanto el hombre ordinario como el dirigente político obtienen de tales profesionales las concepciones fundamentales que constituyen el encuadre de su pensamiento y guían su acción. La creencia de que al fin y al cabo son las ideas, y por tanto los hombres que ponen en circulación las ideas, quienes gobiernan la evolución social, así como la creencia de que en tal proceso los pasos de los individuos deben estar gobernados por un conjunto de conceptos coherentes, ha constituido por mucho tiempo parte fundamental del credo liberal.

Lo que es compatible con una igualdad de resultados, en la que los logros y beneficios de estas ideas son justamente repartidas, pues nadie puede hacer nada sin la colaboración de los demás. Y convenimos en que:

«la lección dada a la humanidad por cada época, y siempre menospreciada, de que la filosofía especulativa, que para los espíritus superficiales parece cosa tan alejada de los negocios de la vida y de los intereses visibles de la gente, es en realidad la que en este mundo ejerce máxima influencia sobre los humanos y la que tarde o temprano subyuga cualquier influencia, salvo las que ella misma debe obedecer» (John Stuart Mill)

Una cuestión, la del carácter radicalmente individual de las reflexiones profundas sobre los problemas, que no sólo se refiere a las decisiones inmediatas de la gestión política, sino a la tarea del filósofo que analiza la coherencia de la ideas a la luz de la razón y de la experiencia.

Los hombres raramente saben o les importa saber si las ideas generales de la época en que viven proceden de Aristóteles o de Locke, de Rousseau o de Marx o de algún profesor cuyas opiniones estuvieron de moda entre los intelectuales veinte años atrás. A medida que las ideas se filtran hacia abajo, también modifican su carácter. Aquellos que en un momento dado se encuentran a un alto nivel de generalización competirán únicamente con otros de similar carácter y sólo en ayuda de la gente interesada con concepciones generales. El hombre práctico, preocupado por el problema inmediato de cada día, no tiene interés ni tiempo para examinar las interrelaciones de las diferentes partes del complejo orden de la sociedad. Meramente escoge entre los posibles órdenes que se le ofrecen y finalmente acepta una doctrina política o una serie de principios elaborados y presentados por otros. El filósofo político no cumple su tarea si se limita a cuestiones de hecho y se muestra temeroso de decidir entre valores en conflicto.

Y compartimos con él que:

A menudo, dentro de su tarea, el filósofo político sirve mejor a la democracia oponiéndose a la voluntad de la mayoría.

Siempre que el filósofo tenga buenas razones que someter a esa voluntad. Pero el filósofo también debe reflexionar sobre las pretensiones de los liberales a los que les gusta la democracia sólo si sus decisiones coinciden con sus intereses.

El liberal cree que los límites que la democracia debe imponerse son también los límites dentro de los cuales puede, de manera efectiva, funcionar y el marco donde asimismo la mayoría puede dirigir y controlar verdaderamente las acciones del gobierno. Habiéndose acordado que la mayoría debe prescribir las reglas que hemos de obedecer para la persecución de nuestros fines individuales, nos encontramos sujetos más y más a las órdenes y la arbitraria voluntad de sus agentes. Si la experiencia moderna ha demostrado algo en esta materia es que, una vez otorgados amplios poderes a los organismos estatales para propósitos determinados, no pueden controlarse efectivamente por las asambleas democráticas.

Una buena prueba de cómo el pensamiento de Hayek oscila atraído y rechazado simultáneamente por los polos extremos de los valores sobre los que reflexiones es el siguiente párrafo:

Aunque probablemente la democracia es la mejor forma de gobierno limitado, degenera en absurdo al transformarse en gobierno ilimitado.

Y añade sintiéndose un «Whig» que:

… el viejo liberal es mucho más amigo de la democracia que el demócrata dogmático, puesto que se preocupa de preservar las condiciones que permiten el funcionamiento de la democracia. No es «antidemocrático» tratar de persuadir a la mayoría de la existencia de límites más allá de los cuales su acción deja de ser benéfica y de la observancia de principios que no son de su propia y deliberada institución.

Pero no debe olvidar que también los demócratas rechazan a ese esperpento del «demócrata dogmático». Pero que, lo que él pide al demócrata, debe aceptarlo para el liberal: la limitación de las consecuencias de la libertad.

Quienes se esfuerzan en persuadir a las mayorías para que reconozcan límites convenientes a su justo poder son tan necesarios para el proceso democrático como los que constantemente señalan nuevos objetivos a la acción democrática.

Un aspecto de las reflexiones de Hayek sobre la democracia es la proporción entre trabajadores por cuenta ajena y autónomos (en el sentido amplio de la palabra). Su tesis es que, al ser mayoría los empleados, imponen sus criterios a las minorías emprendedoras. 

Los ideales y principios que hemos vuelto a formular en los capítulos precedentes alcanzaron su desarrollo dentro de una sociedad que difería de la nuestra en importantes extremos. Se trataba de una sociedad en la que una mayoría relativamente grande y la mayor parte de quienes elaboraban la opinión disfrutaban de independencia en lo que respecta a las actividades que les proporcionaban la subsistencia . ¿Hasta qué punto son válidos hoy en día los principios que funcionaron en dicha sociedad, cuando la mayoría de nosotros trabajamos como empleados de vastas organizaciones, utilizamos recursos que no poseemos y actuamos en gran parte en virtud de instrucciones dadas por otros?

Hayek alude a la independencia de una sociedad inmadura y que descuidaba los intereses de los que no eran propietarios. Una época en la que la propiedad se podía conseguir por conquista violenta con posterior reparto entre cómplices.

El problema consiste en que numerosas libertades carecen de interés para los asalariados, resultando difícil frecuentemente hacerles comprender que el mantenimiento de su nivel de vida depende de que otros puedan adoptar decisiones sin relación aparente alguna con los primeros.

6.- ASALARIADOS Y EMPRENDEDORES

Esta es una peligrosa cuestión. Los asalariados tienen una visión limitada y deben aceptar preceptos legales que les perjudican a corto plazo, pero que según Hayek, permite mantener el nivel de riqueza que les paga el sueldo. El siguiente párrafo es meridiano en su claridad:

Así ocurre que hoy la libertad se halla gravemente amenazada por el afán de la mayoría, compuesta por gente asalariada, de imponer sus criterios a los demás.

Pudiera resultar que Ia tarea más difícil fuera realmente la de persuadir a las masas que viven de un empleo de que en interés general de la sociedad, y, por tanto, a largo plazo, en el suyo propio, deben conservar las condiciones que permiten que unos pocos logren posiciones que a ellos les parecen fuera de su alcance o indignas de esfuerzo y riesgo.

Esta tarea está teniendo éxito si se comprueba el nivel de éxito político de la derecha económica e ideológica en Europa. Curiosamente esto ocurre por una suerte de impaciencia de los electores con aquellos que prometen soluciones que nunca llegan. Y todo ello ocurre en un mundo exponencialmente mejor, desde el punto de vista material, que otras épocas. Tal parece que la libido humana desea, se satura y vuelve a desear sin cesar. Para Hayek es incomprensible que unos empleados que pueden eludir la arbitrariedad de sus patronos cambiando de empresa, salvo que:

El hecho esencial es que en una sociedad montada sobre la base de la competencia, el que trabaja no se halla bajo el arbitrio de un patrono determinado, salvo en caso de abundancia de paro. Es inevitable que los intereses y valores de quienes trabajan por cuenta ajena sean algo distintos de los intereses y valores del que acepta el riesgo y la responsabilidad de organizar la utilización de los recursos.

Pero, con el socialismo-espantajo de Hayek sería peor:

La aplicación consecuente de los principios socialistas —por mucho que se disfrace bajo capa de delegación de la facultad de empleo a compañías públicas nominalmente independientes o entidades similares— conduciría necesariamente a la existencia de un solo patrono.

Hayek, no entiende la necesidad de que ambas partes se consideren socios para los proyectos. 

Estas personas apenas si conocen las responsabilidades que pesan sobre quienes controlan los recursos y han de preocuparse constantemente de adoptar nuevas providencias y combinaciones; hallándose poco familiarizados con las actitudes y formas de vida que engendra la necesidad de tomar decisiones referentes al empleo que haya de darse a los bienes y a las rentas.

Por eso:

… el principio de remunerar a las gentes de acuerdo con lo que un tercero cree que merecen (empleados por cuenta ajena) no puede aplicarse a quienes actúan por propia iniciativa.

Es notorio que el trabajo por cuenta ajena ha llegado a ser no sólo la ocupación dominante, sino la preferida por la mayoría de la población, que descubre que el empleo colma sus fundamentales aspiraciones: un ingreso fijo y seguro del que se puede disponer para el gasto inmediato, ascensos más o menos automáticos y previsión para la vejez. De este modo los que así optan se ven relevados de algunas de las responsabilidades de la vida, y de una manera enteramente natural creen que la desgracia económica, cuando acaece como resultado de faltas o fracasos de la organización que los empleó, es culpa evidente de otros, pero de la que ellos se hallan exentos. En consecuencia, no ha de sorprender que tales personas deseen ver entronizado un superior poder tutelar que vigile aquella actividad directiva cuya naturaleza no llegan a entender pero de la que depende su propio subsistir.

Desde su punto de vista la filantropía demuestra la necesidad de individuos con grandes riquezas:

La trascendencia de que existan particulares propietarios de bienes cuantiosos no estriba tan sólo en que sin ellos resulta impensable el mantenimiento del sistema del orden competitivo. La figura del hombre que cuenta con medios independientes todavía cobra más importancia en la sociedad libre cuando no dedica su capital a la persecución de ganancias y, en cambio, lo aplica a la consecución de objetivos no lucrativos. Tal persona, en cualquier sociedad civilizada, cobra singular valor antes realizando empresas que el mercado difícilmente ejecutaría que manteniendo el funcionamiento del mismo.

Hayek considera que el progreso en todas las dimensiones depende en gran medida de estos seres especiales en los que el poder económico converge en personas con ideales.

La dirección de individuos o de grupos que son capaces de respaldar financieramente sus ideales es esencial, especialmente en el campo de la cultura, en las bellas artes, en educación e investigación, en la conservación de la belleza natural y de los tesoros artísticos y, sobre todo, en la propagación de nuevas ideas políticas, morales y religiosas.

Si tal clase de personas no pudiera surgir por otros cauces mejores, cabría incluso recomendar su creación mediante la selección de un individuo de cada cien o de cada mil y dotarlo de bienes de fortuna suficientes para que pudiera perseguir aquellos objetivos que mejor estimara.

Por eso su razonamiento culmina en un canto a la aristocracia del dinero y la herencia como mecanismo de traspaso de tan honorables propósitos.

La selección mediante la mecánica hereditaria, que en nuestra sociedad produce de hecho tal situación, ofrece al menos la ventaja —aun sin considerar que también pueden heredarse los dones intelectuales— de que aquellos a quienes se les da la excepcional oportunidad han sido, por lo general, convenientemente educados y han crecido en un medio donde el bienestar que la riqueza comporta se considera cosa natural y, por tanto, deja de provocar específico placer. Las groseras diversiones a que se entregan a menudo los nuevos ricos no ofrecen, por lo común, atractivo alguno para quienes heredaron cuantioso patrimonio.

Cuán escasa es la capacidad de mando que tienen las mayorías colectivas se infiere del escaso apoyo que estas dan a las bellas artes cuando han pretendido reemplazar al mecenas individual.

Una falacia esta de la falta de apoyo a las artes que desmiente el más próximo museo nacional. Pero, Hayek, no desmaya en su reconocimiento de la realidad injusta y no sólo renuncia a combatirla, sino que comete la ingenuidad de considerar necesaria la existencia de la ociosidad poderosa:

… debe haber tolerancia para la existencia de un grupo de ricos ociosos, ociosos no en el sentido de que no realizan nada útil, sino en el de que sus miras no se hallan enteramente dirigidas por consideraciones de beneficio material. El hecho de que la mayoría de los hombres deban obtener un ingreso no obsta para la conveniencia de que algunos no tengan que hacerlo así y para que unos cuantos sean capaces de perseguir objetivos que el resto no aprecia.

Ahora viene un vaivén argumental y contradiciendose afirma que el genio creativo no habita entre los ricos y que, éstos son generalmente empresarios con escasa sensibilidad.

Hay algo que falta seriamente en una sociedad en la que todos los dirigentes intelectuales, morales y artísticos pertenecen a la clase que trabaja en régimen de empleo, especialmente si su mayoría es integrada por funcionarios públicos.

La desaparición casi completa de dicha clase —y su inexistencia en la mayor parte de los Estados Unidos— ha provocado una situación que se caracteriza por que el sector adinerado, integrado hoy exclusivamente por un grupo de empresarios, no asume la dirección intelectual e incluso carece de una filosofía de la vida coherente y defendible. La clase acaudalada, que en parte es una clase ociosa, ha de entremezclarse con la correspondiente proporción de eruditos y estadistas, de figuras literarias y de artistas.

esta falta de élite cultural dentro de la clase opulenta también aparece hoy en Europa, donde los efectos combinados de la inflación y de los impuestos han destruido en su mayor parte los antiguos grupos ociosos y han evitado que surjan otros nuevos.

Pero, donde Hayek toca suelo es en esta opinión sobre la ociosidad:

Es innegable que dicho grupo ocioso producirá una proporción mucho mayor de individuos a quienes les guste vivir bien que de eruditos y empleados públicos, y que asimismo su evidente derroche de dinero ofenderá la conciencia pública. Ahora bien, tal derroche, en todas partes, constituye el precio de la libertad.  

El despilfarro que implican las diversiones de los ricos es realmente insignificante comparado con los despilfarres que suponen las diversiones semejantes e igualmente «innecesarias» de las masas, que, por otra parte, difieren bastante más de los fines que pudieran parecer importantes de acuerdo con cierto nivel ético.

No es sorprendente que el vivir en un nuevo nivel de posibilidades conduzca al principio a un exhibicionismo sin objeto. Sin embargo, no me cabe ninguna duda —aun cuando indudablemente mi afirmación provocará la mofa— de que hasta el empleo afortunado de la ociosidad necesita de precursores; que muchas de las formas de vida hoy corrientes las debemos a individuos que dedicaron su tiempo al arte de vivir y que bastantes de los artículos y mecanismos deportivos que más tarde se convirtieron en instrumentos de recreo para las masas los inventaron muchachos divertidos de la alta sociedad.  

7.- LA COERCIÓN

Sobrepasado este bache, Hayel remonta a cotas más elevadas la discusión y aborda el antídoto de la libertad que es la coacción. Y lo hace partiendo de la concepción de libertad positiva de Berlin. 

La coacción tiene lugar cuando las acciones de un hombre están encaminadas a servir la voluntad de otro; Sin embargo, la coacción implica que yo poseo la facultad de elegir, pero que mi mente se ha convertido en la herramienta de otra persona hasta el extremo de que las alternativas que se presentan a mi voluntad han sido manipuladas de tal suerte que la conducta que mi tirano quiere que yo elija se convierte para mí en la menos penosa.

Una persona que estorba mi camino en la calle obligándome a apartarme; quien ha pedido prestado en la biblioteca pública el libro que yo pretendía obtener, e incluso aquel a quien rehúyo a causa de los ruidos desagradables que produce, no puede decirse que ejerzan coacción sobre mí. La coacción implica tanto la amenaza de producir daño como la intención de provocar de ese modo en otros una cierta conducta.

Por lo tanto, la coacción es mala porque se opone a que la persona use de un modo completo su capacidad mental, impidiéndole, por tanto, hacer a la comunidad la plena aportación de la que es capaz. El poder en sí, es decir, la capacidad de obtener lo que uno quiera, no es malo; lo malo es el poder de usar la coacción; el forzar a otros hombres a servir la voluntad propia mediante la amenaza de hacerles daño.

Pero, de nuevo Hayek, en su afán de justificar el status quo no dice que:

El empresario o patrono no puede ordinariamente ejercer coacción, por las mismas razones por las que tampoco la ejerce quien suministra un determinado bien o servicio. Siempre que haya muchos medios de ganarse la vida y el tal patrono sólo pueda cerrar la puerta a uno de ellos, siempre que las posibilidades de dicho patrono se limiten a dejar de pagar a ciertas personas que no pueden ganar al servicio de otros patronos tanto como ganaban con él, no ejerce coacción aunque sí haya daño.

Sin embargo:

En períodos de mucho paro, la amenaza de despido puede utilizarse para ejercer coacción y conseguir una conducta distinta del mero cumplimiento de las obligaciones contractuales, una conducta mucho más onerosa o desagradable que la estipulada por las cláusulas del contrato entre patrono y obrero.

Es curioso que el defensor del imperio de la ley que es Hayek, incluya al mismo nivel la coacción de un gobierno con la acción de chantajistas:

Una verdadera coacción tiene lugar cuando bandas armadas de conquistadores obligan al pueblo sojuzgado a trabajar para ellas; cuando cuadrillas de pistoleros cobran dinero a cambio de «protección»; cuando el conocedor de un secreto sucio hace chantaje a su víctima; y, por supuesto, cuando el Estado amenaza con castigar y emplear la fuerza física para lograr la obediencia a sus mandatos.

Puesto que la coacción consiste en el control, por parte de otro, de los principios esenciales que fundamentan la acción, tan sólo se puede evitar permitiendo a los individuos que se reserven cierta esfera privada en la que no les alcance la aludida injerencia. La existencia de una segura esfera de actividad libre se nos antoja condición tan normal a la vida, que nos sentimos tentados a definir la coacción mediante el uso de términos tales como «la interferencia en nuestros intereses legítimos» o la «violación de nuestro derecho» o la «injerencia arbitraria»

Hayek considera que la propiedad privada es el primer factor característico de la libertad. Considera que la propiedad privada es civilizatorio. Es una afirmación que comparto siempre que sea compatible con evitar que el esfuerzo de muchos acabe en las manos de pocos, pues podría hablar de propiedad privada ilegítima. 

El reconocimiento de la propiedad privada constituye, pues, una condición esencial para impedir la coacción, aunque de ninguna manera sea la única. El reconocimiento de la propiedad constituye evidentemente el primer paso en la delimitación de la esfera privada que nos protege contra la coacción.

Pero, no puede evitar el disparate, porque no quiere dejar argumento de un potencial adversario sin transitar: 

Uno de los logros de la sociedad moderna estriba en que la libertad puede disfrutarla una persona que no posea prácticamente ninguna propiedad salvo los efectos personales, tales como la ropa —y aun estos pueden ser alquilados.

De esta forma trata de parar la pretensión de quienes sostienen que el estado debe suministrar servicios gratuitos de educación o sanidad para que el pobre sea «verdaderamente libre». Es decir trata de disuadirnos de que haya alguna relación entre libertad y posesión de recursos para ejercerla. Sin embargo, justo después de afirmar que el pobre puede ser libre, nos dice lo siguiente:

Lo importante es que la propiedad esté lo suficientemente repartida para que el individuo no dependa de personas determinadas y evitar que únicamente tales personas le proporcionen lo que necesita o que sólo ellas le puedan dar ocupación. La competencia, hecha posible por la difusión de la propiedad, priva de todos los poderes coactivos a los propietarios individuales de cosas determinadas.

Hayek rechaza la coacción, pero tiene que admitir que no es posible que el estado ejerza sus obligaciones sin ejercerla.

… en las condiciones modernas, no parece practicable que el Estado proporcione servicios tales como el cuidado de los incapaces o de los inválidos, la construcción de carreteras o el suministro de información, sin acudir a su poder coactivo para financiarlos.

Pero, nos avisa de las consecuencias de las buenas intenciones que llega a considerar más peligrosas que las acciones de los malvados:

Es probable que los hombres que se decidieron a utilizar la coacción con la vehemente intención de evitar un mal moral hayan causado más daño y más desdicha que los que intentaban hacer el mal.

8.- EL ESTADO DE DERECHO

A partir de aquí, Hayek vuelve a su posición más firme, aquella de admiración a los logros civilizatorios en su devenir empírico y no racionalista a priori. Algo así como una devota percepción de la débil señal de la acción del ser-naturaleza enmascarado por el ruído de la razón.

Nuestra familiaridad con las instituciones jurídicas nos impide ver cuán sutil y compleja es la idea de delimitar las esferas individuales mediante reglas abstractas. Si esta idea hubiese sido fruto deliberado de la mente humana, merecería alinearse entre las más grandes invenciones de los hombres. Ahora bien, el proceso en cuestión es, sin duda alguna, resultado tan poco atribuible a cualquier mente humana como la invención del lenguaje, del dinero o de la mayoría de las prácticas y convenciones en que descansa la vida social. Incluso en el mundo animal existe una cierta delimitación de las esferas individuales mediante reglas. Un cierto grado de orden que impide las riñas demasiado frecuentes o la interferencia en la búsqueda de alimentos, etc., surge a menudo del hecho de que el ser en cuestión, a medida que se aleja de su cubil, tiene menos tendencia a luchar.

El que tales reglas abstractas sean observadas regularmente en la acción no significa que los individuos las conozcan en el sentido de que puedan ser comunicadas. La abstracción tiene lugar siempre que un individuo responde de la misma manera a circunstancias que tienen solamente algunos rasgos en común. Los hombres, generalmente, actúan de acuerdo con normas abstractas en el sentido expuesto, mucho antes de que puedan formularlas.

El concepto de libertad bajo el imperio de la ley, principal preocupación de esta obra, descansa en el argumento de que, cuando obedecemos leyes en el sentido de normas generales abstractas establecidas con independencia de su aplicación a nosotros, no estamos sujetos a la voluntad de otro hombre y, por lo tanto, somos libres. 

El criterio de la buena ley reside en la desvinculación de su formulación y los casos particulares a los que pueda aplicarse. 

La ley no es arbitraria porque se establece con ignorancia del caso particular y ninguna voluntad decide la coacción utilizada para hacerla cumplir. Esto último, sin embargo, es verdad tan sólo si por ley significamos las normas generales y abstractas que se aplican igualmente a todos.

No puede negarse que incluso las normas generales y abstractas, igualmente aplicables a todos, pueden constituir, posiblemente, severas restricciones de la libertad. Pero si bien nos fijamos, son escasas las probabilidades de que así ocurra. La principal salvaguarda proviene de que tales reglas deben aplicarse tanto a quienes las promulgan como a quienes se ven compelidos a cumplirlas, es decir, igual a los gobernantes que a los gobernados, y de que nadie tiene poder para otorgar excepción alguna.

Esta posición le permite una mejor aproximación a la definición de libertad.

La libertad no significa, ni puede presuponer, que lo que yo realizo no depende de la aprobación de ninguna persona o autoridad, ni que no se halle sometido precisamente a las mismas reglas abstractas que han de afectar de manera igual a todo el mundo.

Inmediatamente llama la atención sobre el riesgo de arbitrariedad: 

Una «ley» que contenga mandatos específicos, una orden denominada «ley» meramente porque emana de la autoridad legislativa, es el principal instrumento de opresión.

Pero aprecia una dificultad en el desarrollo de la labor judicial, que puede competir con la ley y su espíritu y cita a John Marshall en su ayuda:

El punto de vista clásico viene expresado por la famosa declaración del presidente de la Corte Suprema John Marshall, que dice así: «El poder judicial como oposición al imperio de las leyes no existe. Los tribunales son meros instrumentos de la ley y no pueden imponer su autoridad en nada». Tal afirmación contrasta con el aserto, muchas veces invocado, de un jurista moderno y que ha merecido el entusiasta beneplácito de los denominados «progresistas».

Las normas bajo las cuales actúan los ciudadanos constituyen, en definitiva, una adaptación de toda la sociedad al medio en que aquellos se desenvuelven y a las características generales de los miembros que integran tal sociedad. Las leyes sirven o deberían servir para ayudar a los individuos a formar planes de acción cuya ejecución tenga probabilidades de éxito.

Pocas creencias han destruido más el respeto por las normas del derecho y la moral que la idea de que la ley obliga solamente si se reconocen efectos beneficiosos al observarla en el caso particular de que se trate.

Hayek afirma la importancia de la ley general como marco en el que la espontaneidad de los individuos se despliega.

Mucha de la oposición al sistema de libertad bajo leyes generales surge de la incapacidad para concebir una coordinación efectiva de las actividades humanas sin una deliberada organización resultado de una inteligencia que manda. Uno de los logros de la economía teórica ha sido explicar de qué manera se consigue en el mercado el mutuo ajuste de las actividades espontáneas de los individuos con tal de que se conozca la delimitación de la esfera de control de cada uno. El entendimiento de ese mecanismo de mutuo ajuste individual constituye la parte más importante de conocimiento que debería considerarse a la hora de confeccionar reglas generales, limitando la acción de los individuos.

Tal orden, que envuelve la adecuación a circunstancias cuyo conocimiento está disperso entre muchos individuos, no puede establecerse mediante una dirección central. Solamente puede surgir del mutuo ajuste de los elementos y su respuesta a los sucesos que actúan inmediatamente sobre ellos. Es lo que M. Polanyi ha denominado la formación espontánea de un «orden policéntrico». «Cuando se logra el orden entre los seres humanos permitiéndoles actuar entre ellos de acuerdo con su propia iniciativa — sujetos solamente a leyes que uniformemente se aplican a todos—, nos encontramos ante un sistema de orden espontáneo en la sociedad.

Es interesante el resumen histórico sobre el nacimiento del estado de derecho, aunque debe advertirse que es la historia de las libertades de propiedad y comercio, que nunca dieron lugar a ningún tipo de preocupación por la gente común. Por eso, el gran reto actual es cómo conciliar libertad y justicia social, sin perder de vista la conciliación con la democracia, otro concepto con el que se faja Hayek. Eludo el término igualdad porque ya está discutido en Hattersley :

La finalidad perseguida por las leyes no se cifra en abolir o limitar la libertad, sino, por el contrario, en preservarla y aumentarla. En su consecuencia, allí donde existen criaturas capaces de ajustar su conducta a normas legales, la ausencia de leyes implica carencia de libertad. Porque la libertad presupone el poder actuar sin someterse a limitaciones y violencias que provienen de otros; y nadie puede eludirlas donde se carece de leyes. Tampoco la libertad consiste —como se ha dicho— en que cada uno haga lo que le plazca. La libertad consiste en disponer y ordenar al antojo de uno su persona, sus acciones, su patrimonio y cuanto le pertenece, dentro de los límites de las leyes bajo las que el individuo está, y, por lo tanto, no en permanecer sujeto a la voluntad arbitraria de otro, sino libre para seguir la propia (John Locke)

Después de la implantación de la democracia, el término continuó usándose por algún tiempo, primero como justificación de aquella y más tarde para disfrazar de manera creciente el carácter que asumió, ya que el gobierno democrático pronto llegó a olvidar la propia igualdad ante la ley, de la que derivara su razón de ser.

Tucídides habló sin ninguna duda sobre la «isonomía oligárquica», y Platón incluso usó el término isonomía más bien en deliberado contraste con democracia que para justificarla. Al final del siglo IV antes de Cristo se hizo necesario subrayar que «en la democracia las leyes deben imperar»

Aristóteles condena la clase de gobierno en que «el pueblo impera y no la ley», así como aquel en que «todo viene determinado por el voto de la mayoría y no por la ley»

Un gobierno que «centra todo su poder en los votos del pueblo no puede, hablando con propiedad, llamarse democracia, pues sus decretos no pueden ser generales en cuanto a su extensión.Más allá del siglo XVII inglés es difícil encontrar antecedentes de la libertad individual en los tiempos modernos. La libertad individual surgió inicialmente —y así es probable que ocurra siempre— como consecuencia de la lucha por el poder, más bien que como el fruto de un deliberado plan.

… es cierto que Inglaterra fue capaz de iniciar el moderno desarrollo de la libertad porque retuvo más que otros países la idea común medieval de la supremacía de la ley destruida en todas partes por el auge del absolutismo.

En Inglaterra, el Parlamento evolucionó y, de ser principalmente cuerpo descubridor de leyes, pasó a cuerpo creador de las mismas. Generalmente, en la disputa acerca de la autoridad para legislar, en el curso de la cual las partes contendientes se reprochaban mutuamente el actuar de modo arbitrario, es decir, en desacuerdo con las leyes generales reconocidas, los argumentos de la libertad individual, inadvertidamente, encontraron su desarrollo.

«la libertad que disfrutamos en nuestro gobierno se extiende también a la vida ordinaria, donde, lejos de ejercer celosa vigilancia sobre todos y cada uno, no sentimos cólera porque nuestro vecino haga lo que desee» (Pericles)

¿Cuáles fueron las principales características de esa libertad de la «más libre de las naciones libres», como Micias llamó a Atenas en la mencionada ocasión, vistas tanto por los propios griegos como por los ingleses de la última época de los Tudor o de los Estuardo? La respuesta viene sugerida por una palabra que los isabelinos tomaron prestada de los griegos, pero que desde entonces ha estado fuera de uso. La palabra isonomía fue importada en Inglaterra, procedente de Italia, al final del siglo XVI, con el

Comparto la idea de que tan mala es la arbitrariedad del tirano como la del pueblo. Añado la democracia que mejor defiende al pueblo es aquella dotada de leyes y jueces que las aplican. De esta forma la vida se regula con normas meditadas y no con emociones desbordadas. Democracia sin ley es el gobierno de la arbitrariedad del demagogo (el que conduce al pueblo). Pero esto requiere la virtud de la paciencia para que la ley no sea un linchamiento.

Hayek considera que la ley para libertad tiene que tener tres atributos:

1.- En primer lugar, subrayaremos que, puesto que el Estado de Derecho significa que el gobierno no debe ejercer nunca coacción sobre el individuo excepto para hacer cumplir una ley conocida, ello constituye una limitación de los poderes de todos los gobiernos, sin excluir los de las asambleas legislativas.

Lo que distingue a una sociedad libre de otra carente de libertad es que en la primera el individuo tiene una esfera de acción privada claramente reconocida y diferente de la esfera pública; que asimismo, no puede recibir cualesquiera clase de órdenes, y que solamente puede esperarse de él que obedezca las reglas que son igualmente aplicables a todos los ciudadano

2.- El segundo atributo principal requerido por las verdaderas leyes es que sean conocidas y ciertas

Nada altera el que la completa certeza de la ley sea un ideal al que tratemos de acercarnos aunque nunca lo logremos perfectamente. Está de moda conceder escasa importancia al alcance logrado de hecho por tal certeza y hay razones comprensibles por las que los jurisperitos, preocupados principalmente por la materia procesal, se muestran poco propicios a aceptar tal atributo.

Normalmente, tales profesionales se ocupan de casos cuyos resultados son inciertos. Ahora bien, el grado de certeza de la ley debe ser enjuiciado tomando en consideración las disputas que no acaban en litigios, puesto que los resultados son prácticamente ciertos tan pronto como se examina la postura legal.

3.- El tercer requisito de la ley verdadera es la igualdad

A menudo no se reconoce que las leyes generales e iguales proporcionan la más efectiva protección contra la infracción de la libertad individual, y ello se debe principalmente al hábito de conceder tácita excepción al Estado y sus agentes y a la presunción de que el gobierno tiene poder para concederla asimismo a los individuos. El Estado de Derecho requiere no solamente que el gobernante haga cumplir la ley a los otros y que tal función constituya auténtico monopolio, sino que actúe de acuerdo con la misma ley y, por lo tanto, esté limitado de la misma manera que una persona privada.

la doctrina de la separación de poderes debe ser considerada como integrante del Estado de Derecho. Las leyes no pueden elaborarse teniendo en el pensamiento casos concretos; tampoco los casos particulares pueden decidirse a la luz de nada que no sea una norma general, aún cuando no haya sido explícitamente formulada y, en su consecuencia, necesite ser descubierta. Ello exige jueces independientes y ajenos a los transitorios objetivos de la acción del poder público.

Desde luego hay casos en que la administración debe ser libre para actuar como estime conveniente. Bajo el Estado de Derecho, sin embargo, tal circunstancia no concurre cuando se trata de ejercitar las funciones coactivas en relación con los ciudadanos.

Bajo el reinado de la libertad, la libre esfera individual incluye todas las acciones que no han sido explícitamente prohibidas por una ley general. En conjunto, sin embargo, la experiencia parece confirmar que, a pesar de sus lagunas, las declaraciones de derechos suministran una protección importante a ciertos derechos que fácilmente pueden ser puestos en peligro. Hoy en día tenemos que estar especialmente enterados de que, como resultado de los cambios tecnológicos que crean constantemente nuevas amenazas potenciales a la libertad individual, no puede considerarse como exhaustiva ninguna lista de derechos protegidos. En la era de la radio y la televisión, el problema del libre acceso a la información ya no es un problema de libertad de prensa; en la era en que las drogas o las técnicas psicológicas pueden utilizarse para controlar las acciones de una persona, el problema de la libertad personal ya no es cuestión contra restricciones de tipo físico. El problema de la libertad de movimiento logra un nuevo significado cuando el viaje al extranjero se ha hecho imposible para aquellos a quienes las autoridades de su propio país no estén dispuestas a conceder pasaporte.

Ahora bien, incluso los principios más fundamentales de la sociedad libre pueden sacrificarse temporalmente cuando se trata de preservar a la larga la libertad, como ocurre con ocasión de los conflictos bélicos.

Llegamos al punto crucial cuando de la política económica se trata. 

El clásico argumento en favor de que la libertad señoree la vida mercantil descansa sobre el tácito supuesto de que el imperio de la ley ha de regir aquella y cualesquiera otras actividades. Difícilmente nos percataremos del auténtico significado de la oposición que hicieron al «intervencionismo estatal» hombres como Adam Smith o John Stuart Mill si no la examinamos desde el indicado ángulo.

La libertad en el ámbito mercantil ha significado libertad amparada por la ley, pero no que los poderes públicos se abstengan de actuar. La «interferencia» o «intervención» estatales —que por razones de principios aquellos tratadistas condenaban— tan sólo significaban transgredir la esfera de la acción privada, actividad que precisamente la soberanía de la ley intentaba proteger.

Los escritores en cuestión no pretendieron que los poderes públicos hubieran de desentenderse totalmente de los asuntos económicos; afirmaron que existen actuaciones estatales que por principio han de prohibirse, no pudiendo ser justificadas por razones de conveniencia.

…excluyeron, como inadmisible en toda sociedad libre, el método de las órdenes y las prohibiciones específicas. Sólo indirectamente —desposeyendo al gobierno de ciertos medios a cuyo amparo puede alcanzar determinados objetivos— es posible impedir a los políticos la realización de tales actividades.

… una buena parte de las medidas que propugna el poder público en este campo son de hecho ineficientes, bien porque se traducen en un fracaso o porque su coste sobrepasa a los beneficios logrados.

La economía de mercado presupone la adopción de ciertas medidas por el poder público; tal actuación entraña en ciertos aspectos facilitar el funcionamiento de dicho sistema; se puede igualmente tolerar ciertas actividades estatales en tanto no sean incompatibles con el funcionamiento del mercado.

Desde el momento en que los poderes públicos asumen la misión de prestar servicios que de otra forma no existirían —en razón, casi siempre, a que no sería posible que las ventajas que tales servicios comportan las disfrutaran tan sólo quienes se hallan en condiciones de abonar su importe—, la cuestión se reduce a determinar si los beneficios compensan el costo.

La más importante función, dentro de tal orden de actividades, es el mantenimiento de un sistema monetario eficiente y seguro. Otras funciones de una significación escasamente menor son el establecimiento de pesas y medidas, el suministro de información en materia catastral, los registros de la propiedad, las estadísticas, etc., y la financiación y también la organización de cierto grado de instrucción pública.

Si en lo que respecta a la mayoría de los campos no concurren sólidas razones para que actúe así, existen otras esferas donde la deseabilidad de la acción gubernamental sería difícilmente discutible. A esta última clase pertenecen aquellos servicios francamente apetecibles que las empresas privadas no proporcionarían por resultar difícil o imposible obtener el correspondiente precio de los usuarios. De esta condición son la mayor parte de los servicios de sanidad e higiene; frecuentemente, la construcción y conservación de carreteras y muchas de las facilidades proporcionadas por los municipios a los habitantes de las ciudades. También se puede incluir las actividades que Adam Smith describió como «trabajos públicos que, aunque resulten ventajosos hasta el máximo grado en una gran sociedad, son, sin embargo, de tal naturaleza que ningún individuo o pequeño grupo de individuos lograría que los gastos fueran compensados por los ingresos»

Existen muchas otras actividades que el Estado puede legítimamente emprender con vistas quizá a mantener el secreto de sus preparativos militares o a alimentar el progreso del saber humano en ciertos sectores [7] . Ahora bien, aunque los poderes públicos se hallen inicialmente mejor cualificados para tomar la delantera en tales esferas, ello no implica que sea así siempre ni que deba asumir la responsabilidad exclusiva. En la mayoría de los casos, por lo demás, es completamente innecesario que los gobernantes se arroguen la efectiva administración de tales actividades. Dichos servicios, por lo general, quedarán mejor atendidos si los poderes públicos se limitan a soportar total o parcialmente su costo encomendando su gestión a entidades privadas que hasta cierto punto compitan entre sí.

Afortunadamente, aparecen en numerosos países claros indicios de haberse iniciado una franca reacción contra el pensamiento elaborado por las dos últimas generaciones.

«Si bien la democracia tiene indudable valor, el Rechtsstaat es como el pan de cada día, el agua que bebemos y el aire que respiramos; y el mayor mérito de la democracia estriba en que sólo ella permite mantener el Rechtsstaat»

En Gran Bretaña no han faltado tampoco voces similares que anunciaran aquellos peligros, y una primera consecuencia de la creciente inquietud ha sido volver a propugnar —lo que ya ha consagrado la legislación— que sean los tribunales ordinarios los que digan la última palabra en las discrepancias que se susciten en el ámbito de la administración. 

9.- ESTADO DEL BIENESTAR

A Hayel no se le puede negar que mira de frente también a los argumentos que mejor pueden socavar su postura:

Sobre la especie humana se alza un inmenso y tutelar poder que asume la carga de asegurar las necesidades de la gente y cuidar de su destino y desenvolvimiento. El poder en cuestión es absoluto, minucioso, ordenado, previsor y bondadoso. Equivaldría al amor paterno si su misión fuera educar a los hombres en tanto alcanzan la edad adulta; pero, contrariamente, lo que pretende es mantenerlos en una infancia perpetua; es partidario de que el pueblo viva placenteramente a condición de que sólo piense en regocijarse. Convertido en el árbitro y origen de la felicidad de los humanos, el gobernante, con la mejor disposición, actúa y se preocupa de que nada les falte; satisface sus necesidades, facilita sus placeres, cuida de sus preocupaciones más importantes, dirige sus actividades mercantiles, regula el incremento de su patrimonio e interviene en su transmisión hereditaria. ¿Qué resta a las gentes por hacer cuando se les ha ahorrado las inquietudes de pensar y las tribulaciones que la vida comporta? A. DE TOCQUEVILLE

Hay que aclarar que cuando Hayek dice socialismo se refiere a una economía planificada con todos los medios de producción en poder del estado. Es decir, el comunismo. Pero reconocido esto, inmediatamente empezamos a inquietarnos con sus comentarios o sus citas:

La experiencia debería enseñamos la oportunidad de extremar las medidas que protegen la libertad, precisamente cuando los gobiernos abrigan propósitos benefactores. El auténtico partidario de la libertad se halla, naturalmente, en guardia para rechazar los ataques a la libertad procedentes de gobernantes perversos. Pero la amenaza preñada de mayores peligros anida en el insidioso actuar de hombres bienintencionados y de probado celo, pero de inteligencia obtusa. L. BRANDEIS

El socialismo, en el curso de ese centenar de años, había sometido a su hechizo a gran parte de los líderes intelectuales, y muchos le consideraron la meta definitiva a que fatalmente se dirigía la sociedad. El proceso alcanzó su momento culminante cuando, terminada la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña puso en marcha el experimento socialista.

Los futuros historiadores considerarán, probablemente, el período comprendido entre la revolución de 1848 y el año 1948 como el siglo del socialismo europeo. Durante este período el socialismo ofreció un significado bastante preciso y un programa definido. El objetivo común de todos los movimientos socialistas consistía en nacionalizar los «medios de producción, distribución y cambio», de tal suerte, que la actividad económica, como un todo y con sujeción a un plan general, se proyectara alcanzar un cierto ideal de justicia social.

El trascendental hecho registrado durante la última década se centra en que el socialismo, como método peculiar para alcanzar la justicia social, ha fracasado. No es sólo que se haya desvanecido su atractivo intelectual, sino el ostensible abandono de las masas, que ha obligado a los partidos socialistas de todas las latitudes a buscar con ansiedad nuevos programas que les aseguren el concurso activo de sus afiliados

En el mundo occidental puede decirse que lo sucedido en Rusia ha herido de muerte al marxismo. Ello no obstante, durante un tiempo comparativamente largo, fueron bien escasos los intelectuales que se percataron de que lo acontecido en la URSS era la inevitable y lógica consecuencia de la aplicación sistemática del programa tradicional del socialismo.

Quizá el factor más importante de la desilusión de los intelectuales socialistas haya sido la creciente constatación de que el socialismo significa la desaparición de la libertad individual. Aunque el argumento de que el socialismo y la libertad individual se excluyen mutuamente fue rechazado con indignación por aquellos intelectuales cuando lo esgrimieron sus oponentes

El socialismo, en tanto aspiraba a la completa reestructuración de la sociedad sobre bases nuevas, forzosamente había de considerar los pilares del sistema existente como meros estorbos que debían ser destruidos. Ahora bien, al carecer hoy de principios propios, es incapaz de explicar cuáles son los medios más idóneos para alcanzar sus nuevos objetivos.

Constatado que el comunismo es ya un espantajo, pasa a ocuparse de la versión light llamada Estado del Bienestar. 

A diferencia del socialismo, el concepto de Estado benefactor carece de significado preciso. La frase se utiliza a veces para describir un Estado que «se interese» de cualquier manera por problemas distintos de los referentes al mantenimiento de la ley y el orden.

Ahora bien, aunque son escasos los teóricos que pretenden reducir la acción de los poderes públicos al mantenimiento de la ley y el orden, tal postura no puede ampararse en el principio de la libertad. Tan sólo el poder coactivo del Estado ha de ser objeto de rigurosa limitación. Como antes se dijo (cap. XV), existe un innegable y amplio campo reservado a las actividades no coactivas del gobernante, y cuya financiación exige, indudablemente, acudir a la exacción fiscal.

Todos los gobiernos modernos han adoptado medidas protectoras de los indigentes, los desafortunados y los imposibilitados, y han prestado atención a las cuestiones sanitarias y a los problemas de la enseñanza. No hay razones para suponer que con el incremento de la riqueza no aumenten también tales actividades de puro servicio. Existen necesidades comunes que sólo pueden satisfacerse mediante la acción colectiva y que, por lo tanto, han de ser atendidas en dicha forma, sin que ello implique restringir la libertad individual.

No se puede negar que, a medida que la riqueza aumenta, ha de incrementarse de modo gradual aquel mínimo —que puede ser suministrado fuera del mercado— y que la comunidad ha facilitado siempre a los que no son capaces de proveer a su propio sustento, o bien que el Estado contribuirá a tales cometidos, asumiendo incluso su dirección, sin producir ningún daño. Poco puede oponerse a que el poder público intervenga e incluso tome la iniciativa en áreas tales como la seguridad social y la educación o a que subvencione temporalmente determinadas experiencias. El problema no lo suscitan tanto los fines perseguidos como los métodos empleados por la autoridad.

Aquí percibimos una grieta:

Es fácil demostrar que algunos de los objetivos del Estado-providencia pueden lograrse sin detrimento de la libertad individual, aunque para ello no se utilicen necesariamente los métodos que parecen más obvios y son, por lo tanto, más populares. Otros pueden conseguirse de manera similar, pero sólo hasta un cierto grado y a precio muy superior al que la gente imagina y se halla dispuesta a pagar; precio que únicamente tal vez podría soportar a medida que fuera aumentando la riqueza general. Finalmente, algunos —especial y entrañablemente estimados por los socialistas— no pueden ser alcanzados en una sociedad que desee salvaguardar la libertad del individuo.

Existen numerosos servicios públicos que a todos benefician y que sólo mediante el esfuerzo común pueden conseguirse; tal ocurre con parques, museos, teatros, campos de deporte, etc. Abundan las razones a favor de que dichas prestaciones se realicen por las autoridades locales más bien que por las nacionales. A continuación viene el importante aspecto de la seguridad, de la protección contra riesgos comunes a todos nosotros. La actitud del gobierno puede consistir tanto en reducir tales riesgos como en ayudar al pueblo para que se defienda contra los mismos. De cualquier manera, se impone la distinción entre dos conceptos de seguridad: la seguridad limitada, que puede lograrse para todos y que, por lo tanto, no constituye privilegio, y la seguridad absoluta. Esta última, dentro de una sociedad libre, no puede nunca existir para todos. La primera es la seguridad contra las privaciones físicas severas, la seguridad de un mínimo determinado de sustento para todos.

La segunda es la seguridad de un determinado nivel de vida, fijado mediante la comparación de los niveles de que disfruta una persona con los que disfrutan otras. La distinción, por tanto, se establece entre la seguridad de un mínimo de renta igual para todos y la seguridad de la renta particular que se estima que merece una persona [16] . La seguridad absoluta está íntimamente relacionada con la tercera y principal ambición que inspira al Estadoprovidencia: el deseo de usar los poderes del gobierno para asegurar una más igualo más justa distribución de la riqueza.

Aquí se ve la incomodidad de Hayek con la cuestión social:

Si todas las personas que sufren de falta de trabajo, enfermedad o previsión inadecuada para su vejez hubieran de ser liberadas inmediatamente de su tribulación, ni siquiera un sistema obligatorio total sería suficiente. Siempre que, en nuestra impaciencia por resolver tales problemas, concedamos al gobierno poderes exclusivos y monopolísticos, descubriremos que no veíamos más allá de nuestras narices.

Si el Estado no pretende tan sólo facilitar que un determinado sector de la población alcance cierto nivel de vida, sino que aspira a que todos lo consigan, únicamente verá convertido en realidad su deseo si priva a los interesados de las posibilidades de elección. De esta manera, el Estado benefactor se convierte en un Estado-hogareño, donde un poder paternalista gobierna la mayoría de los ingresos de la comunidad y los distribuye en la forma y cantidades que, según el criterio de la autoridad, los individuos necesitan o merecen.

Otra cita escogida por Hayek. No se da cuenta el columnista de The Economist que un servicio de salud que esté tecnológicamente al día necesita de unas inversiones de tal calibre, que ni la iniciativa privada puede abordar, si no es a costa de dejar fuera a los que no puedan financiar.

SEGURIDAD SOCIAL

La doctrina que propugna la instalación de una red de seguridad que permita recoger a quienes caen ha sido sustituida por el dogma de que es obligado facilitar una justa participación a todos, incluso a los que son plenamente capaces de permanecer en pie. THE ECONOMIST

Pero Hayek no es mala persona:

Siempre, en el mundo occidental, ha constituido un deber de la comunidad el arbitrar medidas de seguridad a favor de quienes —como consecuencia de eventos que escapan de su control— se ven amenazados por el hambre o la extrema indigencia.

En una sociedad industrializada resulta obvia la necesidad de una organización asistencial, en interés incluso de aquellas personas que han de ser protegidas contra los actos de desesperación de quienes carecen de lo indispensable.

Si de modo general se proclama el derecho a quedar protegidos contra las extremas adversidades —vejez, paro, enfermedad, etcétera—, prescindiendo de si los interesados podían y debían haber adoptado las medidas previsoras oportunas, y, sobre todo, si la asistencia adquiere tales proporciones que reduce al mínimo el esfuerzo individual, parece obvio que todo el mundo ha de venir obligado a asegurarse —o bien a adoptar las previsoras medidas de la clase que convenga— contra los habituales azares que comporta la vida.

Finalmente, es indudable que si el Estado exige que todo el mundo adopte determinadas medidas de previsión — de las que tan sólo antes algunos se cuidaba—, parece lógico que ese mismo Estado coadyuve a la creación de instituciones apropiadas al caso. En razón a que la acción estatal ha impulsado un proceso que sin su intervención se hubiera producido más lentamente, el costo de los estudios y el desarrollo de las nuevas instituciones idóneas resultan incumbencia de la colectividad, de igual manera que acontece con la investigación científica y la enseñanza y también con otras materias de interés público.

No rebasando estas limitaciones, el montaje de un completo mecanismo de «seguridad social» puede parecer justificado incluso a los más conspicuos partidarios de la libertad.

Pero si sobrepasamos el mínimo, empiezan los problemas según Hayek

Tan sólo cuando los partidarios de la «seguridad social» avanzan un paso más, surge el problema crucial. Incluso al iniciarse la política de «los seguros sociales» en Alemania, alrededor de 1880, no se invitó meramente a la gente a que hiciera previsiones frente a aquellos riesgos que, quisiéranlo o no, el Estado cubriría, sino que fue obligada a obtener tal protección a través de una organización centralizada y gobernada por los poderes públicos.

«Seguridad social», en consecuencia, desde su inicio, no sólo significó seguridad obligatoria, sino afiliación obligatoria en una organización única controlada por el Estado. La principal justificación del sistema —impugnado en su día desde todos los ángulos, aunque hoy se acepte, por lo general, como incontrovertible— radica en el supuesto de su mayor eficacia y de resultar, en el orden burocrático, más económico.

Pero a Hayek le preocupa la redistribución de riqueza por la puerta falsa de la seguridad social.

Aunque la redistribución de la renta no fue nunca el propósito inicial confesado del aparato de seguridad social, en la actualidad constituye el objetivo real admitido en todas partes. Ningún sistema de seguro obligatorio monopolístico ha dejado de transformarse en algo completamente distinto; siempre se ha convertido en un mecanismo destinado a la obligatoria redistribución de la renta.

La práctica de atender con cargo al erario público a quienes se hallan en extrema necesidad, imponiendo a la gente al propio tiempo la obligación de precaverse contra cualquier riesgo al objeto de no llegar a ser una carga para los demás, ha producido en la mayoría de los países un tercer sistema, a cuyo amparo el individuo, en ciertos casos — tales como la enfermedad y la vejez—, es atendido independientemente de que lo necesite y de que efectivamente se haya asegurado.

Bajo tal sistema, todos quedan a salvo y en condiciones de disfrutar aquel grado de bienestar que se piensa deben gozar, prescindiendo de que necesiten tal ayuda, así como de las efectivas aportaciones que hayan realizado o que aún pudieran en el futuro realizar.

Claro está que convertir en derechos una transferencia de renta no altera la circunstancia de que la única justificación de dichos seguros es la existencia de un verdadero estado de necesidad, de tal suerte que dichas entregas son siempre de índole caritativo.

Aquí está el núcleo de la argumentación liberal. La SS se financia con el dinero del trabajador «aunque no quiera». A Hayek «le preocupa» que los países pobres cuiden a sus enfermos en vez de aumentar el PIB. Por eso le «desvela» al trabajador la naturaleza recaudatoria de la SS. Con lo bien que está el dinero en el bolsillo de cada uno. 

Aunque, en sentido formal, el sistema de seguridad social hoy existente ha sido creado por decisiones democráticas, cabe poner en duda si la mayoría de los beneficiarios lo aprobarían si conocieran todo lo que implica. La carga que los afiliados aceptan al permitir la detracción de una parte de sus ingresos, para ser destinada a fines y objetivos que el Estado decide por sí mismo, resulta especialmente gravosa en los países relativamente pobres, donde lo que más urge y se precisa es un incremento en la producción de bienes. ¿Puede nadie razonablemente pensar que el obrero medio italiano, relativamente especializado, disfrute de alguna ventaja cuando, de la total remuneración que por su trabajo le abona el empresario, el 44 por 100 es entregado al Estado.

Si el trabajador se percatase en verdad de lo que ocurre y pudiera elegir entre la seguridad social o doblar sus ingresos para disponer de ellos a su antojo, ¿escogería la seguridad? En Francia, las cifras para todos los asegurados suponen alrededor del tercio del costo total del trabajo, y cabe preguntar: Dicha suma ¿no es más de lo que los trabajadores pagarían de buen grado por los servicios que el Estado les ofrece a cambio?

En este lugar tan sólo podemos considerar específicamente las principales ramas de la previsión social, es decir: los seguros contra la vejez; la incapacidad permanente para el trabajo debida a causa distinta de la edad; la muerte del cabeza de familia que proporcionaba el sustento; la enfermedad, y el paro.

PENSIONES

Pero es en las pensiones donde más recursos se acumulan:

La previsión para la vejez y las consecuencias que se derivan de la misma constituye el sector donde la mayoría de los países han contraído responsabilidades más importantes y el que probablemente ha de crear los más serios problemas. (Quizá pueda hacerse la salvedad de Gran Bretaña, donde el establecimiento de un servicio nacional de sanidad gratuito ha originado problemas de magnitud similar).

Los gobernantes de la mayoría de los países del mundo occidental son en la actualidad culpables de que los trabajadores ancianos se vean privados de los medios de ayuda que se habían esforzado en procurarse. Al perder la fe en una moneda estable y al abandonar el deber de mantener el signo monetario nacional, los poderes públicos han creado una situación en que a la generación que alcanzó la edad del retiro en los últimos años le han robado una gran parte de lo que habían reservado para los días de su jubilación.

El problema surge en forma grave tan pronto como el gobierno acomete la tarea de garantizar no sólo el mínimo, sino la previsión «adecuada» para todos los ancianos, prescindiendo de las necesidades individuales o de las aportaciones llevadas a cabo por los beneficiarios. Hay dos pasos críticos que se dan tan pronto como el Estado asume el monopolio de dicha previsión: el primero consiste en que la protección se conceda no sólo a quienes mediante sus aportaciones se la han ganado, sino también a otros que aún no la merecen; y el segundo estriba en que las pensiones no proceden de un fondo a tal fin acumulado, es decir, de la supletoria renta debida al esfuerzo capitalizador de los beneficiarios, sino de haberse detraído a quienes a la sazón trabajan una parte de lo producido por ellos.

Esto es igualmente cierto tanto si el Estado crea nominalmente un fondo y lo «invierte» en valores públicos (es decir, que se lo presta a sí mismo para gastarlo, por lo general, en mero consumo), como si atiende sus obligaciones acudiendo a las exacciones tributarias [22] , (La posible alternativa — nunca, sin embargo, aplicada— de invertir tales fondos en negocios productivos, daría pronto al Estado el absoluto control de la vida mercantil).

La imposibilidad de tasar una demanda que presiona a favor de tales alzas aparece con la máxima claridad en una reciente declaración del partido laborista británico, presuponiendo que una pensión realmente adecuada «significa el derecho a continuar viviendo en la misma vecindad, a disfrutar de los mismos pasatiempos y diversiones y a relacionarse con el mismo círculo de amigos» [26]

Probablemente, no ha de transcurrir demasiado tiempo sin que se arguya que, puesto que los retirados disponen de mayor ocio para gastar dinero, deben percibir más que quienes todavía trabajan. Con la era de redistribución que se aproxima, no hay razón para que la mayoría de las personas por encima de los cuarenta no intente que los más jóvenes trabajen para ellos. Llegados a este extremo, pudiera ocurrir que los físicamente más fuertes se rebelen y priven a los viejos tanto de sus derechos políticos como de sus pretensiones legales a recibir manutención.

Finalmente, no será la moral, sino el hecho de que los jóvenes nutren los cuadros de la policía y el ejército, lo que decida la solución: campos de concentración para los ancianos incapaces de mantenerse por sí mismos. Tal pudiera ser la suerte de una generación vieja cuyas rentas dependen de que las mismas, coactivamente, se obtengan de la juventud.

SEGURO MÉDICO

La dialéctica a favor del servicio médico gratuito contiene normalmente dos graves y fundamentales errores. En primer término, se basa en el supuesto de que la necesidad de la asistencia médica puede contratarse de modo objetivo y que puede y debe ser atendida en cada caso prescindiendo de toda consideración económica; y en segundo lugar, que dicha cobertura es, en el aspecto financiero, posible, habida cuenta que un completo servicio médico se traduce normalmente en una restauración de la eficacia laboral o capacidad productiva de los trabajadores beneficiarios, por lo que es indudable que se autofinancia 

Esta doble consideración, en realidad, altera la naturaleza misma del problema referente al mantenimiento de la salud y la vida. No hay baremo objetivo para juzgar el cuidado y esfuerzo requerido en cada caso particular. Asimismo, a medida que la medicina progresa se pone de manifiesto, más y más, que no existen límites para la cifra que pudiera resultar provechoso gastar con vistas a hacer cuanto objetivamente sea posible [29] . Tampoco es verdad que en nuestra valoración individual todo lo que pueda hacerse para asegurar la salud y la vida tenga prioridad absoluta sobre otras necesidades-

Ni el hombre más rico, normalmente, atiende cuantas exigencias el saber médico señala en favor de la salud, pues otros cometidos absorben su tiempo y energías. Alguien debe decidir siempre si merece la pena un esfuerzo adicional, un despliegue supletorio de recursos.

El problema que plantea el servicio médico gratuito se complica todavía más cuando se advierte que el objetivo que persigue la medicina en su progresiva evolución no es sólo restaurar la capacidad de trabajo, sino también el alivio de los sufrimientos y la prolongación de la vida; como es lógico, no se puede justificar este progreso alegando razones de tipo económico, sino consideraciones humanitarias. Sin embargo, mientras la tarea de combatir las enfermedades graves que sobrevienen e incapacitan a algunos en la edad viril se mueve en una esfera relativamente limitada, la de retardar los procesos crónicos que conducen al ser humano a la muerte no conoce límites. Esta última labor entraña un problema que bajo ningún concepto puede suponerse que la inagotable provisión de facilidades médicas resuelva.

Ocurrencias más que discutible, como él mismo advierte:

Es posible que la medida parezca incluso cruel, pero beneficiaría al conjunto del género humano si, dentro del sistema de gratuidad, los seres de mayor capacidad productiva fueran atendidos con preferencia, dejándose de lado a los ancianos incurables. En el sistema estatificado suele suceder que quienes pronto podrían reintegrarse a sus actividades se vean imposibilitados por tener que esperar largo tiempo a causa de hallarse abarrotadas las instalaciones médicas por personas que ya nunca podrán trabajar 

EL PARO

También tiene algo que decir del paro

A efectos dialécticos, admitimos la posibilidad de encontrar un sistema que asegure una cierta asistencia mínima en todo caso de verdadera necesidad, lográndose así que nadie carezca de alimentación y abrigo. Pero el seguro de paro nos presenta el problema de determinar qué supletoria asistencia debe otorgarse al trabajador con cargo a sus ingresos y especialmente si ello exige proceder a una redistribución de rentas con arreglo a específicas normas de justicia.

Conviene al interés general que la oferta de trabajo en estos sectores sea tasada de tal forma, que la correspondiente retribución estacional permita al trabajador atender a sus necesidades durante el año, o bien que la afluencia de mano de obra fluya y refluya periódicamente de una actividad a otra. También existe el paro provocado por resultar excesivas las retribuciones en determinada rama industrial, bien por haber sido estas artificiosamente elevadas mediante la presión sindical, bien a causa del declinar de la industria afectada. En ambos casos, para suprimir el desempleo es forzoso instaurar una determinada flexibilidad salarial y no dificultar la movilidad de los trabajadores: sin embargo, esta doble posibilidad se esteriliza si se concede a todo parado un cierto porcentaje de los salarios anteriormente percibidos.

Cuando una actividad industrial, a causa de su peculiar inestabilidad, presuponga la existencia de parados durante largos períodos, es de desear que, mediante la aparición de los oportunos salarios de cuantía elevada, se induzca a un número suficiente de trabajadores a aceptar el riesgo en cuestión.

La razonable solución de tales cuestiones en una sociedad libre consiste en que el Estado provea solamente un mínimo uniforme a todos los incapaces de mantenerse por sí mismos; se esfuerce por reducir el paro cíclico tanto como le sea posible, mediante una apropiada política monetaria, y deje a los esfuerzos voluntarios competitivos la misión de articular cualesquiera otras medidas de previsión tendentes a mantener los habituales niveles de vida. En este sentido, los sindicatos, una vez privados de su poder coactivo, es posible que aporten interesantes contribuciones. No debe olvidarse que desempeñaban perfectamente la misión de paliar las consecuencias del desempleo, cuando el Estado vino a relevarles en gran parte de la tarea ***

La circunstancia de que un sistema como el de la previsión social, dedicado a aliviar la pobreza, haya sido transformado en un mecanismo cuyo objetivo se centra en la redistribución de las rentas —redistribución que se supone basada en principios de justicia social que en realidad no concurren y que obedecen a decisiones puramente arbitrarias— ha dado origen al cúmulo de dificultades que por doquier avasallan al mismo sistema y a que se mantenga en primer plano la discusión en torno a la llamada «crisis de los seguros sociales».

Ahora bien, existe notable diferencia entre la provisión de dicho mínimo a favor de los que no ganan lo suficiente en un mercado que funciona normalmente y una redistribución con miras a la «justa» remuneración de cualquier actividad laboral, es decir, entre una redistribución donde la inmensa mayoría que gana su vida conviene en facilitar a quienes son incapaces de subvenir a sus necesidades y aquel otro tipo distributivo en el que los más deciden tomar de una minoría una parte de su riqueza sencillamente por ser superior a la suya.

10.- IMPUESTOS Y REDISTRIBUCIÓN

Con este aparado Hayek considera que desafía el sentido común, pues rechaza los impuestos progresivos y propone los proporcionales. Con los primeros considera que los mismos servicios públicos tendrán precios distintos en función del nivel de renta. Por esta misma razón, probablemente, no habla de los impuestos indirectos, pues tienen la propiedad que el desea:

Por muchas razones desearía poder omitir este capítulo. La dialéctica empleada contradice criterios tan extendidos, que por fuerza tiene que ofender a muchos. Incluso quienes me han seguido hasta aquí considerando razonable el conjunto de mi postura, probablemente pensarán que mis puntos de vista sobre el sistema tributario son claramente radicales, además de no ser posible llevarlos a la práctica.

Acudir a un sistema fiscal de tipo progresivo como el método más idóneo para conseguir la redistribución de la riqueza es conceptuado por la inmensa mayoría de la gente tan justo, que eludir el estudio analítico de este tema constituiría una hipocresía.

Comencemos por aclarar que el sistema progresivo que vamos a examinar, y que estimamos, a la larga, incompatible con una sociedad libre, es aquel que impone carácter progresivo a la carga fiscal en su conjunto, es decir, aquel que grava con tipos impositivos superiores a las mayores rentas. Determinadas contribuciones, y singularmente la de la renta, podrían hacerse progresivas sobre la base de que así se compensa la tendencia de muchos impuestos indirectos a gravar más onerosamente a quienes perciben menores ingresos. Este es el único argumento válido a favor de la progresión.

Como ha ocurrido también con otras muchas medidas análogas, el mecanismo tributario de tipo progresivo ha asumido la categoría que hoy tiene por haber sido introducido de modo fraudulento invocando falsos pretextos. Cuando en la época de la Revolución francesa, y posteriormente durante la agitación socialista que precedió a las revoluciones de 1848, fue propugnado por vez primera como medio de redistribución de rentas, la medida fue rechazada de modo absoluto. 

El sentir general, sin embargo, quedó perfectamente reflejado en la afirmación de A. Thiers: «La proporcionalidad es un principio; la progresividad, en cambio, resulta odiosa arbitrariedad». John Stuart Mill, por su parte, definía a esta última como «solapado hurto».

Fue en Alemania, entonces a la cabeza de la «reforma social», donde los partidarios de los sistemas tributarios a base de escalas progresivas vencieron por primera vez la resistencia que se les oponía, iniciándose la moderna evolución de tal régimen impositivo.

Los ingresos que provienen de las elevadas tarifas aplicadas a las grandes rentas, no sólo resultan de escasa cuantía en comparación con la recaudación total, sin suponer alivio perceptible a la carga que soportan el resto de los contribuyentes, sino que, durante mucho tiempo después de haber sido introducida la progresión impositiva, no resultaron beneficiados los más pobres; el beneficio recayó sobre las clases trabajadoras mejor dotadas y los bajos estratos de las clases medias, que suministraban el mayor número de votantes.

En cambio, es más probable que la principal razón de que los impuestos se hayan incrementado tan rápidamente haya sido la ilusión de que la fiscalidad progresiva desplazaría la carga tributaria sobre la espalda de los ricos, y, bajo la influencia de esta ilusión, las masas han aceptado, a su vez, soportar una presión fiscal mucho mayor de lo que habría ocurrido de producirse las cosas distintamente. En realidad, el único resultado tangible de esta política fiscal radica en la drástica limitación impuesta a los beneficios que pueden retirar quienes triunfan en la vida mercantil, lo cual satisface la envidia de los menos afortunados.

Lo que más se precisa es una regla que, dejando abierta la posibilidad de que la mayoría se imponga tributos a sí misma para ayudar a la minoría, no permita en cambio que la mayoría cargue sobre la minoría cualquier gravamen que estime conveniente. El que la mayoría, por el simple hecho de serlo, se considere facultada para imponer a la minoría sacrificios que ella rechaza supone violar un principio de mayor trascendencia que el propio principio democrático, pues implica ir contra la justificación misma de la democracia.

Por eso, Hayek propone el sistema proporcional:

En pro de la proporcionalidad militan argumentos de peso, con independencia de aquel al que acabamos de aludir, es decir, el de brindar una regla fija que resulta aceptable tanto para los que pagan más como para los que pagan menos. 

No aludimos ahora a la respectiva importancia de las diferentes rentas individuales, sino a la relación entre las percepciones por servicios específicos, siendo tal aspecto de la cuestión de trascendencia económica.

 

(Con la imposición progresiva) Por un mismo asunto dos abogados obtienen diferentes honorarios líquidos, según sea la cuantía del resto de sus ingresos; es decir, que los profesionales en cuestión obtendrán ganancias dispares por un esfuerzo similar… Resulta, por ello, que, cuanto más valoran los consumidores las actuaciones de cierta persona, menos interés tiene esta en ampliar sus actividades.

Es harto probable que, cuándo con razón lamentamos «que se están agotando las oportunidades para acometer nuevas inversiones, ello se deba, en gran parte, a la política fiscal que elimina numerosas actividades que el capital privado pudiera emprender provechosamente»  

En este párrafo aborda una cuestión crucial: la del mérito que justifica determinadas ganancias. Si Hayek parte del principio de la limitación de conocimientos del individuo y enfatiza el carácter social y progresivo de los avances ¿Por qué justifica que un individuo habilidoso en el uso de las finanzas pueda llegar a ganar cantidades desorbitadas. 

Refleja bien tal manera de pensar aquel argumento alegado en favor de la fiscalidad progresiva, según el cual «nadie vale 10.000 libras esterlinas anuales, y, en nuestro actual estado de pobreza, cuando la mayoría de la gente no llega a ganar seis libras a la semana, sólo un puñado de personas realmente excepcionales merecen unos ingresos anuales superiores a las 2000 libras esterlinas»

Usa el argumento de que se tiene el derecho a la ganancia porque se arriesga el capital propio:

El sistema resulta inaplicable cuando de lo que se trata es de retribuir a quienes manejan recursos propios por su cuenta y riesgo, aspirando fundamentalmente a incrementar dichas riquezas a través de sus propias ganancias. Para tales personas la acumulación de bienes productivos es la base que les permite ejercitar su vocación, de la misma forma que la adquisición de cierta técnica y habilidad o determinados conocimientos constituye análogo presupuesto para el ejercicio de las profesiones.

Hay que decir que las personas con grandes capitales no lo arriesgan y buscan financiación ajena para emprender grandes inversiones procurando que su patrimonio no se vea afectado por eventuales fracasos. Sin embargo, Hayek piensa que:

El creer que los ingresos personales se destinan al consumo ordinario —si bien es lo natural para el asalariado— resulta totalmente ajeno a quien pretenda crear una empresa. Incluso el concepto de ganancia en tales casos no es frecuentemente más que una mera abstracción estructurada a efectos puramente fiscales. Es harto dudoso que una sociedad que no admite retribuciones superiores a aquellas que la mayoría considera justas y que vilipendia la adquisición de fortunas en un corto lapso de tiempo pueda, a la larga, mantener el sistema de empresa privada.

la creación de nuevas entidades es y, sin duda, siempre será tarea que sólo podrán realizar individuos con importantes capitales propios…

Además cree que los impuestos limitan el despliegue de la inventiva de los ricos:

«las cargas fiscales absorben la mayor parte de los beneficios excesivos obtenidos por el nuevo empresario, la presión tributaria le impide acumular capital y desarrollar convenientemente sus negocios; jamás podrá convertirse en un gran comerciante o industrial y luchar denodadamente contra la rutina y los viejos hábitos. Los antiguos empresarios no tienen que temer su competencia; la mecánica fiscal les cubre con su manto protector. Pueden, así, abandonarse a la rutina, fosilizarse en su conservadurismo, desafiar impunemente los deseos de los consumidores.

Y cree que es una conspiración de los ricos establecidos que no quieren la competencia de los advenedizos.

Cierto que la presión tributaria les impide también acumular nuevos capitales. Pero lo importante para los hombres de negocios ya situados es que se impida al peligroso recién llegado disponer de mayores recursos. En realidad, el mecanismo tributario les emplaza en posición privilegiada. De esta suerte, la imposición progresiva obstaculiza el progreso económico, fomentando la rigidez y el inmovilismo»   

A Hayek le preocupa la limitación por arriba de los ingresos. Preocupación que tiene origen en la congelación del uso de capitales para el progreso. No considera que es perfectamente posible establecer que tales límites con el condicionado que el resto no vaya a impuestos, sino a inversiones de interés por parte de las mismas empresas productivas o de investigación. El hecho de que el beneficio extra no vaya a las manos del propietario no implica que éste no pueda tomar decisiones sobre su destino, una vez descontados los impuestos. 

En aquellos países en los que el régimen impositivo sobre los ingresos ha introducido tipos más elevados, el afán igualitario toma cuerpo impidiendo que nadie pueda tener ingresos superiores a un cierto límite. (En Gran Bretaña, durante la última guerra, la renta neta máxima, detraída la carga fiscal, se fijó en 5000 libras esterlinas aproximadamente. 

En su búsqueda de argumento incurre en algún desvarío. Pues en los países pobres las élites (normalmente militares) absorben todo el capital sin ninguna preocupación por el progreso general:

¿Puede nadie dudar que los países pobres, impidiendo la aparición de gentes ricas, no hacen sino retrasar y dificultar la elevación del nivel general de vida?

 

Y su propuesta es que las clases medias y bajas cargen con el costo del estado:

Si se desea implantar un régimen fiscal razonable, es obligado respetar la norma siguiente: la propia mayoría que fijó el importe total de las cargas fiscales ha de soportar, a su vez, el porcentaje máximo impositivo.

La mejor norma sería aquella que fijara un porcentaje máximo (marginal) de impuestos directos igual al porcentaje de la renta nacional que el Estado absorbe con sus gastos. Es decir, que si la fiscalidad detrae el 25 por 100 de la renta nacional, los impuestos directos no deben superar el 25 por 100 de la renta individual.

Con la siguiente corrección:

Tal porcentaje nos daría el tipo general de la contribución sobre las rentas, tipo que para los de menores ingresos sería reducido proporcionalmente a los impuestos indirectos por ellos abonados.

11.- LA CUESTIÓN MONETARIA

«Ningún medio más seguro y artero para trastocar la base de una sociedad que el de envilecer su signo monetario. Entran en juego, al servicio de la destrucción, todas las leyes económicas, y, lo que es más, ni una sola persona de cada millón tiene capacidad bastante para diagnosticar el mal.» J. M. KEYNES

Hayek no se siente cómodo con la sustitución del dinero por bonos, pagarés y demás métodos de crédito y su manejo en mercados secundarios porque favorece la intervención del estado en las cuestiones monetarias con la creación de organismos centrales como la Reserva Federal o los Bancos Centrales. 

Si no se hubiera impuesto ampliamente el uso de los instrumentos de crédito y demás sustitutos monetarios, tal vez cabría confiar en la autorregulación del mercado monetario. Hoy, sin embargo, nada de ello es posible. No podemos ya prescindir del dinero crediticio, base en la que se asienta en gran parte la moderna vida mercantil.

Concurren además otros factores que no desaparecerían por la mera modificación del sistema monetario, factores que, hoy por hoy, obligan a que los poderes públicos intervengan en esta materia. Tal situación se debe fundamentalmente a tres causas de trascendencia y vigencia desiguales. La primera de ellas influye sobre todo sistema monetario en todo tiempo.

Si, por tal razón, resulta tan perturbadora la variación de las disponibilidades monetarias, viene aún a agravar las cosas el hecho de que, como es sabido, puede ser manipulada de modo pernicioso la cuantía de aquellas. Lo que importa es que la velocidad de circulación de la moneda no cambie desordenadamente. Pero ello exigiría que cuando la gente desea variar su tenencia de efectivo (o, como dicen los economistas, cuando buscan ampliar o reducir su liquidez), las disponibilidades monetarias variaran en consonancia.

En cualquier economía en que el crédito se emplea como sustituto del dinero —y difícil es impedirlo— la oferta de tales sustitutos monetarios tiende a ser «nocivamente elástica». Ello es natural, pues las mismas consideraciones que inducen a la gente a incrementar la tenencia de numerario impelen a quienes mediante el crédito crean tales sustitutivos a restringir su concesión y viceversa.

Incluso países como Estados Unidos, que durante largo tiempo se resistieron a admitir tales instituciones, al fin comprendieron que, para evitar pánicos periódicos, todo sistema en el que se haga amplio uso del crédito bancario tiene que apoyarse en tal organismo central, con capacidad para, en todo momento, producir el efecto necesario; gracias a esta función monetaria viene dicha institución, en definitiva, a controlar las facilidades crediticias totales.

Y para Hayek esto tiene un riesgo enorme: la inflación por exceso de dinero circulante. En efecto sin crédito sólo el dinero puede producir inflación.

Así las cosas, álzase ante nosotros la inflación como la más terrible de las amenazas. Siempre y por doquier ha sido el Estado el responsable máximo de la depreciación monetaria.

Al estudiar las actividades del Estado-providencia advertíamos cómo todas ellas abogan por la inflación. La continua elevación de los salarios, que los sindicatos propugnan, unida a la política de empleo total, hoy imperante, veíamos tenía forzosamente que desembocar en medidas inflacionarias, militando en el mismo sentido el deseo de aligerar, mediante la reducción del valor de la moneda, la tremenda carga que los seguros sociales suponen al erario.

Conviene agregar, aunque tal vez la afirmación no guarde relación directa con el tema, que los poderes públicos, al parecer, recurren invariablemente a la inflación cuando sus gastos superan el 25 por 100 de la renta nacional, buscando así una reducción arbitraria de los compromisos adquiridos.

Son muchos quienes quisieran minimizar la trascendencia del largo período de inflación mundial al que nos referimos, afirmando que las cosas han sido siempre así y que la historia del mundo, en definitiva, no es más que la historia de la inflación.

La actual filosofía inflacionista se ampara fundamentalmente en la extendida creencia de que la deflación —o sea, lo opuesto a la inflación— es aún más nociva que esta; de tal suerte que, para estar del lado de lo seguro, mejor es pecar de inflacionista que de deflacionista.

La diferencia entre inflación y deflación estriba tan sólo en que, con la primera, la grata sorpresa antecede a la desagradable reacción que inexorablemente se produce. En caso de deflación, por el contrario, de inmediato hace su aparición la depresión mercantil y sólo después viene la reacción.

Nuestros conocimientos actuales parecen indicar que se habrían evitado las grandes depresiones históricas si se hubieran impedido las inflaciones que invariablemente las precedieron; en cambio, nada sabemos hoy acerca de cómo curar una depresión ya aparecida.

La inflación es la inseparable compañera de una filosofía política que aconseja manipular las disponibilidades monetarias al objeto de disimular en lo posible los daños provocados por las múltiples injerencias estatales. Tal política, a la larga, convierte al gobernante en esclavo de sus anteriores decisiones, obligándole a adoptar medidas cuyo carácter pernicioso bien le consta.

Todo el problema monetario gira hoy en torno al dilema de si debe mantenerse cierto nivel de empleo o, por el contrario, conviene más estabilizar los precios. La realidad es que ambos objetivos no son entre sí contradictorios, siempre que sean interpretados razonablemente —con aquella indispensable elasticidad que permita pequeñas fluctuaciones en torno a un cierto nivel— y siempre también que se haga al final prevalecer la estabilidad monetaria, exigencia a la que habrá de acomodarse toda la restante política económica.

Pero este conflicto resulta insoluble cuando el «pleno empleo» se convierte en objetivo principal y se desea alcanzar en todo momento aquel máximo de ocupación que puede imponerse a corto plazo mediante manipulaciones monetarias. Tal camino conduce inexorablemente a la inflación galopante.

Hay dos circunstancias sobre las que no nos cansaremos de insistir. En primer término, sólo suprimiendo la inflación se puede pensar en poner coto efectivo a esa progresiva estatificación del mundo económico que hoy se observa por todas partes. En segundo lugar, conviene advertir la peligrosidad de toda alza inflacionaria de los precios, pues, provocada, ya sólo cabe una de estas dos soluciones: o proseguir por el camino inflacionario a ritmo cada vez más acelerado o purgar con crisis y depresión los anteriores pecados monetarios.

Los defensores de la libertad, son deslumbrados por los momentáneos beneficios que produce la inflación, hasta el extremo de propugnar la implantación de medidas expansionistas que acaban siempre por destruir las sociedades libres.

12.- EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA

«Si los poderes públicos abolieran los subsidios tendentes a disminuir el costo de los alquileres y, al mismo tiempo, redujeran, en cuantía exactamente igual, las exacciones fiscales que pesan sobre los sectores laborales, no sufrirían estos el menor perjuicio económico; ahora bien, es indudable que las masas trabajadoras preferirían aplicar sus retribuciones no a disponer de viviendas adecuadas, sino a cometidos distintos, con lo que se hacinarían en locales infectos, toda vez que muchos ni siquiera conocen las ventajas de ocupar habitaciones más confortables y el resto valoran en menos la vivienda que otras comodidades. Esta es la razón, y la única razón válida, que justifica los subsidios, y la expongo con tanta crudeza porque el tema es analizado a menudo sin enfrentarse con la auténtica realidad, por los escritores de tendencias izquierdistas«. W. A. Lewis.

Nada ha contribuido en mayor grado a minar el respeto de la gente hacia la propiedad, la ley y los tribunales, como la circunstancia de que constantemente se acuda a la autoridad con la pretensión de que decida cuál, en el conflicto de dos apetencias contrapuestas, deba prevalecer, tanto si se trata de distribuir el beneficio de servicios públicos esenciales, como de disponer de la que nominalmente se considera propiedad privada con arreglo al juicio que al jerarca merezca la urgencia de contrarias necesidades individuales. Por ejemplo, cuando se somete a la autoridad gubernativa la tarea de dilucidar quién sufrirá mayores daños, «el arrendador —padre de tres niños de corta edad, cuya esposa se encuentra inválida— al que se deniega la pretensión de ocupar una vivienda de su propiedad» o «el inquilino de aquella vivienda —con un niño tan sólo a su cargo y la madre política físicamente impedida— al que se forzará a desalojar la habitación en virtud de demanda promovida por el arrendador»

No se olvide, por último, que en términos generales, sólo se puede canalizar la actividad pública a la construcción de viviendas con destino a las familias más necesitadas si se parte del obligado supuesto de que los nuevos alojamientos no han de ser más cómodos ni de alquileres más módicos que los utilizados antes por tales núcleos de población, puesto que si se diera el caso de que los individuos así protegidos gozaran de mayores ventajas que los situados inmediatamente sobre ellos en cuanto a medios económicos, la presión que realizarían para obtener análogo beneficio sería tan irresistible que desencadenaría un proceso constantemente renovado y que progresivamente incrementaría el número de solicitantes.

La gente, si se decide a vivir hacinada en destartalados inmuebles, es tan sólo porque de tal suerte se le proporciona la ansiada oportunidad de beneficiarse de las altas remuneraciones que la actividad ciudadana proporciona. Ahora bien, cuando se pretende que tan sórdidas viviendas desaparezcan hay que elegir de dos cosas una: o bien se impide que los individuos en cuestión aprovechen lo que constituye una parte de sus ingresos ordenando el derribo de sus míseros alojamientos, pero de módicos alquileres —donde radicaba su ventajosa situación— y se les obliga a abandonar la ciudad hasta tanto no se disponga para todos de locales con condiciones mínimas de habitabilidad [8] , o, en otro caso, se les facilita viviendas decorosas a menor precio de su costo, lo que equivale a otorgarles un subsidio que les permita continuar residiendo en la urbe, causa a su vez de que nuevas gentes que se hallan en análoga situación inicien su éxodo hacia la ciudad.

Cuando se les facilita alojamiento más confortable y económico, el éxodo hacia las poblaciones alcanza un ritmo mucho más intenso. Sólo existen dos maneras de resolver el problema: o bien se permite que los factores económicos disuasivos operen, o bien se implanta un rígido control que imponga orden y canalice la afluencia de nuevas gentes; los partidarios de la libertad consideran la primera solución como mal menor.

13.- RECURSOS NATURALES

Aquí entra, Hayek a discutir las pretensiones de los conservacionistas o ecologistas. Es interesante por la extraña lógica que, en definitiva, lleva a autorizar la destrucción del planeta.

La dialéctica que de modo más espectacular ha persuadido a la gente de que es necesario acudir a una dirección centralizada cuando se trata de la conservación de los recursos naturales, parte del supuesto de que la sociedad supera al individuo en interés y conocimiento de lo que en el porvenir acontecerá, y que la conservación de ciertos bienes de la naturaleza plantea cuestiones distintas de las que suscitan la adopción de las medidas relativas a los fenómenos que en el futuro han de registrarse.

Además, se presupone que la sociedad dedicaría, en términos generales, mayor proporción de recursos a constituir reservas para el futuro de los que las decisiones individuales por separado conseguirían. O, como a menudo se afirma: la comunidad valora en más las necesidades futuras (o las descuenta a un tipo de interés más bajo) que los individuos. Si el argumento fuera válido, la planificación centralizada de la mayoría de las actividades económicas quedaría justificada. Pero es incuestionable que en apoyo de esta tesis nada puede aducirse, salvo el propio juicio arbitrario de quienes la defienden.

La mayor parte de los argumentos que se esgrimen en defensa de la conservación de los recursos descansan sencillamente en prejuicios carentes de lógica. Sus partidarios dan por supuesto que existe algo particularmente deseable respecto al flujo de servicios que un determinado producto puede proporcionar en cierto momento y que tal nivel de rendimiento debe ser mantenido en forma permanente. Aun cuando reconocen que esa política es imposible de realizar cuando se trata de los «recursos agotables», consideran calamitoso que el índice de aprovechamiento de los «recursos renovables» disminuya por debajo del nivel físico que es posible mantener. Tal es la posición que con frecuencia se adopta por lo que se refiere a la fertilidad de la tierra en general y a las disponibilidades de pesca, caza, etc.

Quizá la mejor manera de concretar el punto de vista principal sea afirmar que todos los esfuerzos en pro de la conservación de recursos significan una inversión y, por lo tanto, deben ser ponderados precisamente con criterio igual a las demás inversiones. No hay nada mejor, para preservar los recursos naturales, que convertirlos en el más deseable objeto de inversión para el equipo y la capacidad de creación de la mente humana; por ello, siempre que la sociedad prevea el agotamiento de determinados recursos y canalice sus inversiones de tal manera que los ingresos totales se hallen en consonancia con los fondos disponibles para inversión, no hay razones económicas para el mantenimiento de la especie que sea de recursos.

Estas palabras son proféticas, en relación con la extraña lógica de los depredadores de recursos naturales. 

Se ha dicho con acierto que cuando «el partidario de la conservación de los recursos nos apremia a realizar una mayor provisión para el futuro, de hecho nos impulsa a reducir las reservas de que dispondrá la posteridad».

El caso de los parques nacionales, el de los patrimonios convertidos en las denominadas reservas naturales, etc., equivale al de los esparcimientos y comodidades de esta clase que las municipalidades proporcionan en menor escala. Mucho cabría decir con respecto a la posibilidad de que organizaciones de tipo voluntario colaboren en estas tareas, como ocurre con el National Trust en Gran Bretaña, evitando la intervención coactiva de la autoridad. Ahora bien, nada puede objetarse a que los poderes públicos faciliten tales ventajas y comodidades destinando al efecto bienes del patrimonio estatal o adquiridos mediante fondos procedentes de las exacciones fiscales e incluso acudiendo a la expropiación forzosa; pero en todos estos casos la colectividad ha de otorgar su consentimiento conociendo el costo real que impliquen, sin ignorar que al adoptar su decisión ha prescindido de otras soluciones posibles y, en fin, que no se trataba de un único objetivo apetecible, sino que también se podían atender otras necesidades. Si, en efecto, los contribuyentes tienen exacto conocimiento de los gastos que todo ello provoca y en definitiva son quienes deciden, no es preciso, en términos generales, insistir más sobre estos temas. 

14.- EDUCACIÓN E INVESTIGACIÓN

Tampoco la educación ha quedado fuera del foco del interés de Hayek.

«Confiar la instrucción pública al Estado es una maquinación aviesa tendente a moldear la mente humana de tal manera que no exista la menor diferencia de un individuo a otro; el molde utilizado a tal efecto es el más grato al régimen político imperante, ya se trate de una monarquía, una teocracia, una aristocracia, o bien a la opinión pública del momento; en la medida en que tal cometido se realiza con acierto y eficacia, queda entronizado un despotismo sobre la inteligencia de los humanos que más tarde, por natural evolución, somete a su imperio el cuerpo mismo de la gente» J. S. MILL [

La ignorancia constituye, en muchas ocasiones, el principal obstáculo para canalizar el esfuerzo de cada individuo de tal suerte que proporcione a los demás los máximos beneficios; y, por otra parte, no cabe duda que poderosas razones aconsejan —en interés de la propia sociedad— se facilite instrucción incluso a los que se muestran poco inclinados a aprender o a realizar a tal efecto algún sacrificio.

En el caso de la población infantil, resulta obligado advertir que, como es lógico, no ha de operar un sistema de libertad ilimitada, ya que no son seres plenamente responsables de sus actos. Aun cuando, en términos generales, el interés de los mismos niños exige que el cuidado de su bienestar, tanto corporal como mental, corresponda a sus padres o tutores, tal circunstancia en modo alguno significa que gocen de omnímodo poder para tratarles a su antojo. El resto de los miembros de la sociedad tienen también indudable interés en el bienestar de la población infantil. Los motivos para exigir de padres o tutores que faciliten a cuantos se hallan sometidos a su potestad un mínimo de educación, aparecen perfectamente claros.

Es necesario que ciertos módulos valorativos sean aceptados por los más; y si bien insistir excesivamente sobre tal conveniencia puede provocar repercusiones hostiles a la filosofía liberal, es indudable que la coexistencia pacífica se convertiría en una entelequia sin la coincidencia en tales principios. En los países consolidados, en los que predomina la población indígena, el problema reviste menor trascendencia; pero existen casos —como el de los Estados Unidos en la época de las grandes inmigraciones— en que pueden agudizarse en extremo. No puede negarse que, si los Estados Unidos no hubieran implantado, utilizando su sistema de escuelas públicas, una deliberada política de «americanismo», se habrían visto obligados a afrontar problemas harto complejos y no hubieran llegado a ser el «crisol de pueblos» por antonomasia.

En este orden de cosas, es forzoso admitir que la mayoría de los liberales decimonónicos, de modo harto ingenuo, pusieron excesiva confianza en los logros que podrían derivarse de la mera extensión del nivel de cultura. Partiendo de su liberalismo racionalista, defendieron, en distintas ocasiones, la conveniencia de implantar la enseñanza obligatoria, dando por supuesto que bastaría con difundir el saber para que se solucionaran automáticamente los más importantes problemas, y como si fuera suficiente inculcar a las masas aquel mínimo de conocimientos que el hombre instruido posee para que comenzara una nueva etapa en la «batalla contra la ignorancia»

 

En realidad, cuanto más valoremos la influencia que la instrucción ejerce sobre la mente humana, más deberíamos percatamos de los graves riesgos que implica entregar estas materias al cuidado exclusivo del gobernante.

Hayek es coherente y desconfía de la gestión pública de la educación 

Como ha demostrado el profesor Milton Friedman, sería posible en nuestra época sufragar el coste de la instrucción con cargo a los ingresos públicos sin mantener escuelas estatales, con sólo facilitar a los padres bonos que, cubriendo el importe de los gastos que implicara la educación de cada adolescente, pudieran ser entregados en los establecimientos escolares de su elección.

La cuestión más importante, en realidad, se centra en descubrir el método idóneo para seleccionar entre la masa escolar aquellos muchachos que merezcan ver prolongados sus estudios más allá del límite fijado para la generalidad. También parece lógico que una sociedad que desea obtener de las cantidades que puede destinar a la enseñanza el máximo rendimiento habrá de asignar sumas mayores a aquella élite, comparativamente pequeña, dedicada a altos estudios, y tal supuesto hoy equivaldría precisamente no a prolongar el período educativo de la mayoría, sino a ampliar el núcleo de la población dedicado a los estudios superiores.

La situación es diferente cuando el costo de la instrucción superior no supone, en la mayoría de los casos, que los individuos que obtuvieron una preparación más completa hayan de recibir mayores emolumentos por los servicios profesionales que prestan al público (como ocurre con médicos, abogados, ingenieros, etc.), puesto que el objetivo, a la larga, es una mayor divulgación y aumento del saber, que repercute sobre toda la comunidad. El beneficio que a la colectividad le proporcionan científicos y estudiosos no guarda relación con los emolumentos percibidos por los servicios que particularmente proporcionan, pues muchos de sus logros repercutirán gratuitamente sobre todas las gentes. En consecuencia, existen poderosos motivos que inducen a facilitar ayuda a algunos de los que parecen mejor dotados y que desean proseguir con verdadera ansiedad cultivando determinadas disciplinas.

Hayek advierte lo que ya dijo un siglo antes el mariscal Bismarck:

La circunstancia de que el interés general aconseje facilitar a los más capaces la posibilidad de alcanzar la máxima formación profesional no quiere decir, en modo alguno, que todos los así dotados hayan de sacar necesariamente el mejor partido, ni que tal tipo de preparación haya de quedar circunscrito a los más inteligentes, llegando a convertirlo en el cauce normal o exclusivo para escalar las más altas posiciones. De suceder así las cosas, como hace poco alguien ha señalado, se acentuaría la división de las clases sociales, y los menos dotados quedarían en situación penosa si los más inteligentes aparecieran como triunfadores y pasaran de manera automática y deliberada a formar parte de las clases pudientes, convirtiéndose en una realidad aquella general creencia de que los seres relativamente más pobres son también los menos inteligentes. Tampoco ha de olvidarse que en algunos países europeos se registra un nuevo hecho que ha adquirido enormes proporciones: la existencia de más intelectuales de los que pueden ganar su vida dignamente. No cabe mayor peligro para la estabilidad política de un país que la existencia de un auténtico proletariado intelectual sin oportunidades para emplear el acervo de sus conocimientos. Eso ya lo vió Bismark. 

El texto que de modo más explícito y categórico arguye en pro de esas tendencias se encuentra en Equality, de R. H. Tawney. El autor de este opúsculo, que tanta influencia ha ejercido, afirma que sería injusto «invertir menos en la instrucción de los torpes que en la de los inteligentes». Ahora bien, en cierta medida, las dos aspiraciones en conflicto, la de conceder idéntica oportunidad a todos y la de dar mayores facilidades a los más capaces (lo que, como sabemos, tiene poco que ver con el mérito en sentido moral) han llegado a confundirse en todas las latitudes.

Si hemos de decidir con arreglo a justicia, es conveniente dejar sentado con toda precisión que quienes «merecen», en interés de la colectividad, disfrutar de un más alto nivel de conocimientos no son precisamente los que mayor mérito tienen contraído con arreglo a su esfuerzo y sacrificio personal. Las dotes naturales y la mayor capacidad intelectual constituyen «ventajas tan injustas» como pueden serio las circunstancias que nos rodean o el medio en que se nace; pero, en cambio, limitar los beneficios que obtienen aquellos cuyas aptitudes nos parecen firme garantía de que aprovecharán mejor la ampliación de sus estudios, más bien aumenta que disminuye la discordancia existente entre la posición económica de los individuos y sus méritos personales.

Hayek no cree en la igualdad de oportunidades, que, en su opinión, perjudica a los menos favorecidos.

Por dignos de los que sean quienes, impulsados por móviles de justicia, ansían que todos inicien su vida en igualdad de oportunidades, se trata de un ideal totalmente inalcanzable. Y, lo que es todavía más grave, la pretensión de que se ha convertido en realidad, o bien que nos hallamos muy cerca de la meta, implica tan sólo que la situación empeorará para los menos afortunados.

Aspirar a que el punto de partida sea el mismo para todos los que residen en un determinado país es, para el progreso de la civilización, como si sostuviéramos que análoga igualdad debería haberse garantizado a quienes iniciaron su vida en épocas distintas o en diferentes lugares. En interés de la propia colectividad, convendría, sin duda, que algunos individuos que han demostrado poseer una capacidad excepcional para los estudios o la pura investigación dispusieran de medios para seguir su vocación con independencia de la posición económica de su núcleo familiar.

La pretensión de que tan sólo han de recibir instrucción quienes evidenciaron, mediante pruebas, tener la capacidad requerida comporta que las personas sean clasificadas con arreglo a un baremo objetivo y que determinada opinión ha de prevalecer por doquier respecto a las personas que han de recibir los beneficios de la educación superior. Ello quiere decir que la población queda jerarquizada de tal suerte, que ocupa siempre el primer lugar el que ostenta el certificado de genio, y el último, el calificado de retrasado mental; un orden jerárquico que todavía es peor al dar por supuesta la existencia del «mérito» y al determinar el acceso a situaciones en las que el valor de cada uno puede ser puesto de manifiesto.

Curiosamente, ve peligro en la generalización de la educación perjudique a la investigación puntera.

Y así como en el sector de las ciencias experimentales los centros de investigación donde los jóvenes científicos hacen su aprendizaje satisfacen en cierta medida tales necesidades, se corre el riesgo de que, en otras ramas del saber, la extensión democrática de la instrucción se realice a expensas de aquel original quehacer que mantiene vivo el conocimiento.

La razón de que todavía instituciones como las tradicionales universidades, dedicadas a la investigación ya la enseñanza en las fronteras del saber, continúen siendo las fuentes más importantes de las nuevas aportaciones culturales radica en que permiten, en un ambiente de libertad, elegir los temas dignos de estudio y establecer contactos con representantes de las distintas disciplinas, capaces de crear las mejores condiciones para la concepción y persecución de nuevas ideas.

El problema de facilitar del modo más eficaz el progreso del saber se halla, por tanto, íntimamente relacionado con el principio de «libertad de cátedra». El contenido de este concepto se desarrolló en los países del continente europeo donde las universidades eran generalmente instituciones estatales, que quedaban al margen —en virtud del mismo— de interferencias políticas en sus tareas.

Al final del libro, Hayek, cree oportuno marcar las diferencias con la posición de los conservadores, que, en su opinión, son confundidos, a menudo, con las posiciones liberales. Dado que es una cuestión todavía vigente, reproduzco el texto completo:

POR QUÉ NO SOY CONSERVADOR

1. El conservador carece de objetivo propio Cuando, en épocas como la nuestra, la mayoría de quienes se consideran progresistas no hacen más que abogar por continuas menguas de la libertad individual [2] , aquellos que en verdad la aman suelen tener que malgastar sus energías en la oposición, viéndose asimilados a los grupos que habitualmente se oponen a todo cambio y evolución. Hoy por hoy, en efecto, los defensores de la libertad no tienen prácticamente más alternativa, en el terreno político, que apoyar a los llamados partidos conservadores. La postura que he defendido a lo largo de esta obra suele calificarse de conservadora, y, sin embargo, es bien distinta de aquella a la que tradicionalmente corresponde tal denominación.

Conviene, pues, trazar una clara separación entre la filosofía que propugno y la que tradicionalmente defienden los conservadores. El conservadurismo implica una legítima, seguramente necesaria y, desde luego, bien difundida actitud de oposición a todo cambio súbito y drástico. Nacido tal movimiento como reacción frente a la Revolución francesa, ha desempeñado, durante siglo y medio, un importante papel político en Europa. Lo contrario del conservadurismo, hasta el auge del socialismo, fue el liberalismo.

No existe en la historia de los Estados Unidos nada que se asemeje a esta oposición, pues lo que en Europa se llamó liberalismo constituyó la base sobre la que se edificó la vida política americana; por eso, los defensores de la tradición americana han sido siempre liberales en el sentido europeo de la palabra [3] . La confusión que crea esa disparidad entre ambos continentes ha sido últimamente incrementada al pretenderse trasplantar a América el conservadurismo europeo, que, por ser ajeno a la tradición americana, adquiere en los Estados Unidos un tinte hasta cierto punto exótico.

Aun antes de que lo anterior ocurriera, los radicales y los socialistas americanos comenzaron a atribuirse el apelativo de liberales. Pese a ello, yo continúo calificando de liberal mi postura, que estimo difiere tanto del conservadurismo como del socialismo.

Mi recelo ante el término liberal brota no sólo de que su empleo, en los Estados Unidos, es causa de constante confusión, sino también del hecho de que el liberalismo europeo de tipo racionalista, lejos de propagar la filosofía realmente liberal, desde hace tiempo viene allanando los caminos al socialismo y facilitando su implantación.

Permítaseme ahora pasar a referirme al mayor inconveniente que veo en el auténtico conservadurismo. Es el siguiente: la filosofía consevadora, por su propia condición, jamás nos ofrece alternativa ni nos brinda novedad alguna. Tal mentalidad, interesante cuando se trata de impedir el desarrollo de procesos perjudiciales, de nada nos sirve si lo que pretendemos es modificar y mejorar la situación presente.

Tal vez sea preciso «aplicar el freno al vehículo del progreso» [4] ; pero yo, personalmente, no concibo dedicar con exclusividad la vida a tal función. Al liberal no le preocupa cuán lejos ni a qué velocidad vamos; lo único que le importa es aclarar si marchamos en la buena dirección.

Se suele suponer que, sobre una hipotética línea, los socialistas ocupan la extrema izquierda y los conservadores la opuesta derecha, mientras los liberales quedan ubicados más o menos en el centro; pero tal representación encierra una grave equivocación. A este respecto, sería más exacto hablar de un triángulo, uno de cuyos vértices estaría ocupado por los conservadores, mientras socialistas y liberales, respectivamente, ocuparían los otros dos. Así situados, y comoquiera que, durante las últimas décadas, los socialistas han mantenido un mayor protagonismo que los liberales, los conservadores se han ido aproximando paulatinamente a los primeros, mientras se apartaban de los segundos; los conservadores han ido asimilando una tras otra casi todas las ideas socialistas a medida que la propaganda las iba haciendo atractivas.

Han transigido siempre con los socialistas, para acabar robando a estos su caja de truenos. Esclavos de la vía intermedia [5] , sin objetivos propios, los conservadores fueron siempre víctimas de aquella superstición según la cual la verdad tiene que hallarse por fuerza en algún punto intermedio entre dos extremos; por eso, casi sin darse cuenta, han sido atraídos alternativamente hacia el más radical y extremista de los otros dos partidos.

El que otrora la filosofía liberal tuviera más partidarios y algunos de sus ideales casi se consiguieran da lugar a que haya quienes crean que los liberales sólo saben mirar hacia el pasado. Aquellos objetivos a los que los liberales aspiran jamás en la historia fueron enteramente conseguidos. De ahí que el liberalismo siempre mirará hacia adelante, deseando continuamente purgar de imperfecciones las instituciones sociales. El liberalismo nunca se ha opuesto a la evolución y al progreso. Es más: allí donde el desarrollo libre y espontáneo se haya paralizado por el intervencionismo, lo que el liberal desea es introducir drásticas y revolucionarias innovaciones.

Muy escasas actividades públicas de nuestro mundo actual perdurarían bajo un auténtico régimen liberal. En su opinión, lo que hoy con mayor urgencia precisa el mundo es suprimir, sin respetar nada ni a nadie, esos innumerables obstáculos con que se impide el libre desarrollo.

Tales instituciones, para el liberal, no resultan valiosas por ser antiguas o americanas, sino porque convienen y apuntan hacia aquellos objetivos que él desea conseguir. Conservadurismo y liberalismo Antes de pasar a ocupamos de los puntos en que más difieren las posiciones liberal y conservadora, me parece oportuno resaltar cuánto podían haber aprendido los liberales en las obras de algunos pensadores netamente conservadores. Los profundos y certeros estudios (ajenos por completo a los temas económicos) que tales pensadores nos legaron, evidenciando la utilidad que encierran las instituciones natural y espontáneamente surgidas, vienen a subrayar realidades de enorme trascendencia para la mejor comprensión de lo que realmente es una sociedad libre. Por reaccionarias que fueran en política figuras como Coleridge, Bonald, De Maistre, Justus Möser o Donoso Cortés, lo cierto es que advirtieron claramente la trascendencia que encierran instituciones formadas espontáneamente tales como el lenguaje, el derecho, la moral y diversos pactos y contratos, anticipándose a tantos modernos descubrimientos, de tal suerte que habría sido de gran utilidad para los liberales estudiar cuidadosamente sus escritos.

Por lo general, los conservadores reservan para la evolución del pasado la admiración y el respeto que los liberales sienten por la libre evolución de las cosas. Carecen del valor necesario para dar la alegre bienvenida a esos mismos cambios engendradores de riqueza y progreso cuando son coetáneos. He aquí la primera gran diferencia que separa liberales y conservadores. Lo típico del conservador, según una y otra vez se ha hecho notar, es el temor a la mutación, el miedo a lo nuevo simplemente por ser nuevo [6] ; la postura liberal, por el contrario, es abierta y confiada, atrayéndole, en principio, todo lo que sea libre cambio y evolución, aun constándole que, a veces, se procede un poco a ciegas.

Pero los conservadores, cuando gobiernan, tienden a paralizar la evolución o, en todo caso, a limitarla a aquello que hasta el más tímido aprobaría. Jamás, cuando avizoran el futuro, piensan que puede haber fuerzas desconocidas que espontáneamente arreglen las cosas; mentalidad esta en abierta contraposición con la filosofía de los liberales, quienes, sin complejos ni recelos, aceptan la libre evolución, aun ignorando a veces hasta dónde puede llevarles el proceso.

La incapacidad de la gente para percibir por qué tiene que ajustarse la oferta a la demanda, por qué han de coincidir las exportaciones con las importaciones y otras realidades parecidas, tal vez sea la razón fundamental que les hace oponerse al libre desenvolvimiento del mercado. Los conservadores sólo se sienten tranquilos si piensan que hay una mente superior que todo lo vigila y supervisa; ha de haber siempre alguna «autoridad» que vele por que los cambios y las mutaciones se lleven a cabo «ordenadamente». Ese temor a que operen unas fuerzas sociales aparentemente incontroladas explica otras dos características del conservador: su afición al autoritarismo y su incapacidad para comprender el mecanismo de las fuerzas que regulan el mercado.

Para el conservador el orden es, en todo caso, fruto de la permanente atención y vigilancia ejercida por las autoridades; estas, a tal fin, deben disponer de los más amplios poderes discrecionales, actuando en cada circunstancia según estimen mejor, sin tener que sujetarse a reglamentos rígidos. Han tenido que recurrir a los escritos de autores que siempre se consideraron a sí mismos liberales. Macaulay, Tocqueville, Lord Acton y Locke, indudablemente, eran liberales de los más puros. El propio Edmund Burke fue siempre un «viejo whig» y, al igual que cualquiera de los personajes antes citados, se hubiera horrorizado ante la posibilidad de que alguien le tomara por tory.

El conservador, por lo general, no se opone a la coacción ni a la arbitrariedad estatal cuando los gobernantes persiguen aquellos objetivos que él considera acertados. No se debe coartar —piensa — con normas rígidas y prefijadas la acción de quienes están en el poder, si son gentes honradas y rectas. El conservador, esencialmente oportunista y carente de principios generales, se limita, al final, a recomendar que se encomiende la jefatura del país a un gobernante sabio y bueno, cuyo imperio no proviene de esas sus excepcionales cualidades —que todos desearíamos adornaran a la superioridad—, sino de los autoritarios poderes que ejerce [8] .

Al conservador, como al socialista, lo que le preocupa es quién gobierna, desentendiéndose del problema relativo a la limitación de las facultades atribuidas al gobernante; y, como el marxista, considera natural imponer a los demás sus valoraciones personales.

Los objetivos de los conservadores, en términos generales, me agradan mucho más que los de los socialistas; para un liberal, sin embargo, por mucho que valore determinados fines, jamás es lícito obligar a quienes aprecien de otro modo las cosas a esforzarse por la consecución de las metas apetecidas. Estoy seguro de que algunos de mis amigos conservadores se sobresaltarán por las «concesiones» que al parecer hago a las tendencias modernas en la parte tercera de esta obra.

Tales tendencias (Seguridad social, educación pública, vivienda), a mí, personalmente, en gran parte, me gustan tan poco como a ellos, y, llegado el caso, incluso votaría en contra de las mismas; pero no puedo invocar argumento alguno de tipo general para demostrar a quienes mantienen un punto de vista distinto al mío que las correspondientes medidas son incompatibles con aquella sociedad que tanto ellos como yo deseamos.

El convivir y el colaborar fructífera mente en sociedad exige tanto respeto para aquellos objetivos que pueden diferir de los nuestros personales; presupone permitir a quienes valoren de modo distinto al nuestro tener aspiraciones diferentes a las que nosotros abrigamos, por mucho que estimemos los propios ideales. Por tales razones, el liberal, en abierta contraposición a conservadores y socialistas, en ningún caso admite que alguien tenga que ser coaccionado por razones de moral o religión.

Pienso con frecuencia que la nota que tipifica al liberal, distinguiéndole tanto del conservador como del socialista, es precisamente esa su postura de total inhibición ante las conductas que los demás adopten siguiendo sus creencias, siempre y cuando no invadan ajenas esferas de actuación legalmente amparadas. Tal vez ello explique por qué el socialista desengañado, con mucha mayor facilidad y frecuencia, tranquiliza sus inquietudes haciéndose conservador en vez de liberal.

La mentalidad conservadora, en definitiva, entiende que dentro de cada sociedad existen personas patentemente superiores, cuyas valoraciones, posiciones y categorías deben protegerse, correspondiendo a tales excepcionales sujetos un mayor peso en la gestión de los negocios públicos. Los liberales, naturalmente, no niegan que hay personas de superioridad indudable; en modo alguno son igualitaristas. Pero no creen que haya nadie que por sí y ante sí se halle facultado para decidir subjetivamente quiénes, entre los ciudadanos, deban ocupar esos puestos privilegiados. Mientras el conservador tiende a mantener cierta predeterminada jerarquía y desea ejercer la autoridad para defender el status de aquellos a quienes él personalmente valora, el liberal entiende que ninguna posición otrora conquistada debe ser protegida contra los embates del mercado mediante privilegios, autorizaciones monopolísticas ni intervenciones coactivas del Estado.

El liberal no desconoce el decisivo papel que ciertas élites desempeñan en el progreso cultural e intelectual de nuestra civilización; pero estima que quienes pretenden ocupar en la sociedad una posición preponderante deben demostrar esa pretendida superioridad acatando las mismas normas que se aplican a los demás.

La actitud que el conservador suele adoptar ante la democracia está íntimamente relacionada con lo anterior. Ya antes hice constar que no considero el gobierno mayoritario como un fin en sí, sino sólo como un medio, o incluso quizá como el mal menor entre los sistemas políticos entre los que tenemos que elegir. Sin embargo, se equivocan, en mi opinión, los conservadores cuando atribuyen los males de nuestro tiempo a la existencia de regímenes democráticos. Lo malo es el poder político ilimitado.

En este sentido, la democracia guarda íntima relación con la expansión de las facultades gubernamentales. Lo recusable, sin embargo, no es la democracia en sí, sino el poder ilimitado del que dirige la cosa pública, sea quien fuere. ¿Por qué no se limita el poder de la mayoría, como se intentó siempre hacer con el de cualquier otro gobernante? Dejando a un lado tales circunstancias, las ventajas que la democracia encierra, al permitir el cambio pacífico de régimen y al educar a las masas en materia política, se me antojan tan grandes, en comparación con los demás sistemas posibles, que no puedo compartir las tendencias antidemocráticas del conservadurismo.

Lo que en esta materia importa no es tanto quién gobierna, sino qué poderes ha de ostentar el gobernante. La esfera económica nos sirve para constatar cómo la oposición conservadora al exceso de poder estatal no obedece a consideraciones de principio, sino que es pura reacción contra determinados objetivos que ciertos gobiernos pueden perseguir. Los conservadores rechazan, por lo general, las medidas socializantes y dirigistas cuando del terreno industrial se trata, postura esta a la que se suma el liberal. Ello no impide que al propio tiempo suelan ser proteccionistas en los sectores agrarios. Si bien la mayor parte del dirigismo que hoy domina en la industria y el comercio es fruto del esfuerzo socialista, no menos cierto es que las medidas restrictivas en el mercado agrario fueron, por lo general, obra de conservadores que las implantaron aun antes de imponerse las primeras.

Conviene, no obstante, volver sobre el tema, pues la postura conservadora en tal materia no sólo supone grave quiebra para el conservadurismo como partido, sino que, además, puede perjudicar gravemente a cualquier otro grupo que con él se asocie. Intuyen los conservadores que son sobre todo nuevos idearios los agentes que provocan las mutaciones sociales. Y teme el conservador a las nuevas ideas precisamente porque sabe que carece de pensamiento propio que oponerles. Su repugnancia a la teoría abstracta, y la escasez de su imaginación para representarse cuanto en la práctica no ha sido ya experimentado, le dejan por completo inerme en la dura batalla de las ideas. El liberal no comete el error de creer que toda evolución implica mejoría; pero estima que la ampliación del conocimiento constituye uno de los más nobles esfuerzos del hombre y piensa que sólo de este modo es posible resolver aquellos problemas que tienen humana solución.

Siempre me han irritado quienes se oponen, por ejemplo, a la teoría de la evolución o a las denominadas explicaciones «mecánicas» del fenómeno de la vida, simplemente por las consecuencias morales que, en principio, parecen deducirse de tales doctrinas, así como quienes estiman impío o irreverente el mero hecho de plantear determinadas cuestiones. Los conservadores, al no querer enfrentarse con la realidad, sólo consiguen debilitar su posición. Si llegamos a la conclusión de que alguna de nuestras creencias se apoyaba en presupuestos falsos, estimo que sería incluso inmoral seguir defendiéndola pese a contradecir abiertamente la verdad. Esa repugnancia que el conservador siente por todo lo nuevo y desusado parece guardar cierta relación con su hostilidad hacia lo internacional y su tendencia al nacionalismo patriotero.

Una teoría torpe y errada no deja de serIo por haberla concebido un compatriota. Aunque mucho más podría decir sobre el conservadurismo y el nacionalismo, creo que es mejor abandonar el asunto, pues algunos tal vez pensarán que es mi personal situación la que me induce a criticar todo tipo de nacionalismo. Sólo agregaré que esa predisposición nacionalista que nos ocupa es con frecuencia lo que induce al conservador a emprender la vía colectivista. Después de calificar como «nuestra» tal industria o tal riqueza, sólo falta un paso para demandar que dichos recursos sean puestos al servicio de los «intereses nacionales».

Sin embargo, es justo reconocer que aquellos liberales europeos que se consideran hijos y continuadores de la Revolución francesa poco se diferencian en esto de los conservadores. Creo innecesario decir que el nacionalismo nada tiene que ver con el patriotismo, así como que se puede repudiar el nacionalismo sin por ello dejar de sentir veneración por las tradiciones patrias.

El que me agrade mi país, sus usos y costumbres, en modo alguno implica que deba odiar cuanto sea extranjero y diferente. Sólo a primera vista puede parecernos paradójico que la repugnancia que el conservador siente por lo internacional vaya frecuentemente asociada a un agudo imperialismo. El repugnar lo foráneo y el hallarse convencido de la propia superioridad inducen al individuo a considerar como misión suya «civilizar» a los demás [11] y, sobre todo, «civilizarlos» no mediante el intercambio libre y deseado por ambas partes que el liberal propugna, sino imponiéndoles «las bendiciones de un gobierno eficiente».

¿Por qué no soy conservador? En un solo aspecto puede decirse con justicia que el liberal se sitúa en una posición intermedia entre socialistas y conservadores. En efecto, rechaza tanto el torpe racionalismo del socialista, que quisiera rehacer todas las instituciones sociales a tenor de ciertas normas dictadas por sus personales juicios, como del misticismo en que con tanta facilidad cae el conservador. El liberal se aproxima al conservador en cuanto desconfía de la razón, pues reconoce que existen incógnitas aún sin desentrañar; incluso duda a veces que sea rigurosamente cierto y exacto todo aquello que se suele estimar definitivamente resuelto, y, desde luego, le consta que jamás el hombre llegará a la omnisciencia. El liberal, por otra parte, no deja de recurrir a instituciones o usos útiles y convenientes porque no hayan sido objeto de organización consciente. Difiere del conservador precisamente en este su modo franco y objetivo de enfrentarse con la humana ignorancia y reconocer lo poco que sabemos, rechazando todo argumento de autoridad y toda explicación de índole sobrenatural, cuando la razón se muestra incapaz de resolver determinada cuestión. A veces puede parecernos demasiado escéptico [13] , pero la verdad es que se requiere un cierto grado de escepticismo para mantener incólume ese espíritu tolerante típicamente liberal que permite a cada uno buscar su propia felicidad por los cauces que estima más fecundos.

De cuanto antecede en modo alguno se sigue que el liberal haya de ser ateo. Antes al contrario, y a diferencia del racionalismo de la Revolución francesa, el verdadero liberalismo no tiene pleito con la religión, siendo muy de lamentar la postura furibundamente antirreligiosa adoptada en la Europa decimonónica por quienes se denominaban liberales. Que tal actitud es esencialmente antiliberal lo demuestra el que los fundadores de la doctrina, los viejos whigs ingleses, fueron en su mayoría gente muy devota. Lo espiritual y lo temporal constituyen para él esferas claramente separadas que nunca deben confundirse.

¿Qué nombre daríamos al partido de la libertad? Lo hasta aquí expuesto basta para evidenciar por qué no me considero conservador. Muchos, sin embargo, estimarán dificultoso el calificar de liberal mi postura, dado el significado que hoy se atribuye generalmente al término; parece, pues, oportuno abordar la cuestión de si tal denominación puede ser, en la actualidad, aplicada al partido de la libertad. Con independencia de que yo, durante toda mi vida, me he calificado de liberal, vengo utilizando tal adjetivo, desde hace algún tiempo, con creciente desconfianza, no sólo porque en los Estados Unidos el vocablo da lugar a continuas confusiones, sino además porque cada vez voy viendo con mayor claridad el insoslayable valladar que me separa de ese liberalismo racionalista típico de la Europa continental y aun del de los utilitaristas británicos.

Si por liberalismo entendemos lo que entendía aquel historiador inglés que en 1827 definía la revolución de 1688 como «el triunfo de esos principios hoy en día denominados liberales o constitucionales» [14] ; si se atreviera uno, con Lord Acton, a saludar a Burke, Macaulay o Gladstone como los tres grandes apóstoles del liberalismo, o, con Harold Laski, a decir que Tocqueville y Lord Acton fueron «los auténticos liberales del siglo XIX» [15] , constituiría para mí motivo del máximo orgullo el adjudicarme tan esclarecido apelativo.

Me siento inclinado a llamar verdadero liberalismo a las doctrinas que los citados autores defendieron. La verdad, sin embargo, es que quienes en el continente europeo se denominaron liberales propugnaron en su mayoría teorías a las que estos autores habrían mostrado su más airada oposición, impulsados más por el deseo de imponer al mundo un cierto patrón político preconcebido que por el de permitir el libre desenvolvimiento de los individuos.

Casi otro tanto cabe predicar del sedicente liberalismo inglés, al menos desde la época de Lloyd George. En consecuencia, debemos reconocer que actualmente ninguno de los movimientos y partidos políticos calificados de liberales puede considerarse liberal en el sentido en que yo he venido empleando el vocablo. Asimismo, las asociaciones mentales que, por razones históricas, hoy en día suscita el término seguramente dificultarán el éxito de quienes lo adopten.

Por resultar imposible, de hecho, en los Estados Unidos, servirse del vocablo en el sentido en que yo lo empleo, últimamente se está recurriendo al uso del término «libertario». Tal vez sea esa una solución; a mí, de todas suertes, me resulta palabra muy poco atractiva. Me parece demasiado artificiosa y rebuscada. Por mi parte, también he pretendido hallar una expresión que reflejara la afición del liberal por lo vivo y lo natural, su amor a todo lo que sea desarrollo libre y espontáneo. Pero en verdad que he fracasado. Apelación a los «old whigs» Lo más curioso de la situación es que esa filosofía que propugnamos, cuando apareció en Occidente, tenía un nombre, y el partido que la defendía también poseía un apelativo por todos admitido. Los ideales de los whigs ingleses cristalizaron en aquel movimiento que, más tarde, toda Europa denominó liberal [16] , movimiento en el que se inspiraron los fundadores de los actuales Estados Unidos para luchar por su independencia y al redactar su carta constitucional [17] . Whigs se denominaron, entre los anglosajones, los partidarios de la libertad, hasta que el impulso demagógico, totalitario y socializante que nace con la Revolución francesa viniera a trasmutar su primitiva filosofía.

El vocablo desapareció en su país de origen, en parte, debido a que el pensamiento que había representado durante cierta época dejó de ser patrimonio exclusivo de un determinado partido político y, en parte, porque quienes se agrupaban tras esa denominación traicionaron sus originarios ideales. Su facción revolucionaria acabó desacreditando, a lo largo del siglo pasado, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos, a los partidos whig.

Si tenemos en cuenta que el movimiento deja de denominarse whig, para adoptar el calificativo de liberal, precisamente cuando queda infectado del racionalismo rudo y dictatorial de la Revolución francesa — correspondiendo a nosotros la tarea de destruir ese racionalismo nacionalista y socializante que tanto daño ha hecho al partido—, creo que la palabra whig es la que mejor refleja tal conjunto de ideas.

Es cierto que la postura que más tarde adoptaron algunos de sus representantes ha hecho dudar a algunos historiadores de que, efectivamente, el partido whig profesara la filosofía que le atribuimos; pero, como acertadamente escribe Lord Acton, aunque es indudable «la torpeza de algunos de los patriarcas de la doctrina, la idea de una ley suprema, que se halla por encima de nuestros ordenamientos y códigos — idea de la que parte toda la filosofía whig—, es la gran obra que el pensamiento británico legó a la nación» [18]… y al mundo entero, agregamos nosotros.

No coincidían con el ideario en cuestión ni el radicalismo de un Jefferson ni el conservadurismo de un Hamilton o incluso de un John Adams. Sólo un James Madison, el «padre de la Constitución», sabría brindamos la correspondiente formulación americana [19] .

No sé realmente si vale la pena infundir nueva vida al viejo vocablo whig. El que en la actualidad, tanto en los países anglosajones como fuera de ellos, la gente sea incapaz de dar al vocablo un contenido preciso, más que un inconveniente, me parece una ventaja. Harto elocuente es el malestar y la desazón que al conservador, y aún más al socialista arrepentido, convertido a los ideales conservadores, produce todo lo auténticamente whig. Demuestran con ello un agudo instinto político, pues fue la filosofía whig el único conjunto de ideas que opuso un racional y firme valladar a la opresión y a la arbitrariedad política.

Pero ¿acaso tiene tanta trascendencia la cuestión del nombre? Allí donde, como acontece en los Estados Unidos, las instituciones son aún sustancialmente libres y la defensa de la libertad, por tanto, las más de las veces, coincide con la defensa del orden imperante, no parece que haya de encerrar grave peligro el denominar conservadores a los partidarios de la libertad, aun cuando, en más de una ocasión, a estos últimos ha de resultar embarazosa tan plena identificación con quienes sienten tan intensa aversión al cambio.

No es lo mismo defender una determinada institución por el mero hecho de existir que propugnarla por estimarla fecunda e interesante. El hecho de que el liberal coincida con otros grupos en su oposición al colectivismo no debe hacer olvidar que mira siempre hacia adelante, hacia el futuro; ni siente románticas, nostalgias, ni desea idealmente revivir el pasado. Es, pues, imprescindible trazar una clara separación entre estos dos modos de pensar, sobre todo cuando, como ocurre en muchas partes de Europa, los conservadores han aceptado ya gran parte del credo colectivista. En efecto, las ideas socialistas han dominado la escena política europea durante tanto tiempo, que muchas instituciones de indudable signo colectivista son ya por todos aceptadas, constituyendo incluso motivo de orgullo para aquellos partidos «conservadores» que las implantaron [20] .

En estas circunstancias, el partidario de la libertad no puede menos de sentirse radicalmente opuesto al conservadurismo, viéndose obligado a adoptar una actitud de franca rebeldía ante los prejuicios populares, los intereses creados y los privilegios legalmente reconocidos.

Los errores y los abusos no resultan menos dañinos por el hecho de ser antiguos y tradicionales. Tal vez sea sabio el político que se atiene a la máxima del quieta non movere; pero dicha postura repugna en principio al estudioso. Reconoce este, desde luego, que en política conviene proceder con cautela, no debiendo el estadista actuar en tanto la opinión pública no esté debidamente preparada y dispuesta a seguirle; ahora bien, lo que aquel jamás hará es aceptar determinada situación simplemente porque la opinión pública la respalde.

En este nuestro mundo actual, donde, de nuevo, como en los albores del siglo XIX, la gran tarea estriba en suprimir todos esos obstáculos e impedimentos, arbitrados por la insensatez humana, que coartan y frenan el espontáneo desarrollo, es preciso buscar el apoyo de las mentes «progresistas»; es decir, de aquellos que, aun cuando posiblemente estén hoy moviéndose en una dirección equivocada, desean no obstante enjuiciar de modo objetivo lo existente, en orden a modificar todo lo que sea necesario.

Dejo en manos de ese «hábil y sinuoso animal, vulgarmente denominado estadista o político, que sabe siempre acomodar sus actos a la situación del momento» [21] , el problema de cómo incorporar a un programa que resulte atractivo a las masas el ideario que en el presente libro he querido exponer hilvanando retazos de una tradición ya casi perdida.

El estudioso en materia política debe aconsejar e ilustrar a la gente; pero no le compete organizarla y dirigirla hacia la consecución de objetivos específicos. El teórico sólo desempeñará eficazmente aquella función si prescinde de que sus recomendaciones sean o no, por razones políticas, plasmables en la práctica. Debe atender sólo a los «principios generales que jamás varían» [22] . Dudo mucho, por ello, que ningún auténtico investigador político pueda jamás ser de verdad conservador. La filosofía conservadora puede ser útil en la práctica; pero no nos brinda ninguna norma que nos indique hacia dónde, a la larga, debemos orientar nuestras acciones.

A partir de aquí Hayek proporciona un relato interesante sobre la aparición del Estado de Derecho que reproducimos completa:

Thomas Hobbes creía que fue «pura y simplemente otro error de la Política de Aristóteles el que, en una comunidad bien ordenada, no los hombres sino las leyes debieran gobernar», a lo que James Harrington replicó que «el arte en cuya virtud una sociedad civil se instituye y preserva sobre la base de derechos e intereses comunes… (consiste en) seguir a Aristóteles y a Tito Livio en materia de imperio de las leyes y no de los hombres»
A lo largo del siglo XVII la influencia de los escritores latinos reemplazó grandemente la directa influencia de los griegos, por lo que es inexcusable examinar brevemente la tradición derivada de la República romana. Las famosas leyes de las XII Tablas, inspiradas en una consciente imitación de las leyes de Solón, constituyen el fundamento de su concepción de la libertad. La primera de aquellas estipula que «ningún privilegio o status será establecido en favor de personas privadas, en detrimento de otras, contrario a la ley común de todos los ciudadanos, que todos los individuos, sin distinción de rango, tienen derecho a invocar»
Tácito y, sobre todo, Cicerón llegaron a ser los principales autores a través de los cuales se difundió la tradición clásica. Para el moderno liberalismo, Cicerón se convirtió en la principal autoridad y a él debemos muchas de las formulaciones más efectivas de la libertad bajo la ley. A él pertenece el concepto de las reglas generales, de las leges legum que gobiernan la legislación; el de la obediencia a las leyes si queremos ser libres y el de que el juez haya de ser tan sólo la boca a través de la cual habla la ley.
Durante el siglo II después de Cristo, sin embargo, el socialismo de Estado avanzó rápidamente, y, con su desarrollo, la libertad que había creado la igualdad ante la ley fue progresivamente destruida al propio tiempo que se iniciaban las exigencias de otra clase de igualdad. Durante el Bajo Imperio los estrictos preceptos legales fueron debilitándose y cediendo ante una nueva política social en que el Estado incrementó su intervención en la vida mercantil. Las consecuencias de esta evolución, que había de culminar bajo la égida de Constantino, condujo, en palabras de un distinguido estudioso del Derecho romano, a que «el imperio absoluto proclamara, juntamente con el principio de equidad, la autoridad de la voluntad imperial libre de las barreras de la ley. Justiniano, con sus doctos profesores, llevó tal proceso a la cima de sus conclusiones»
A partir de este momento, quedó relegada al olvido durante mil años la idea de que la legislación debe servir para proteger la libertad del individuo. Más tarde, cuando el arte de legislar fue redescubierto, el Código de Justiniano, con sus ideas de un príncipe que está por encima de las leyes, sirvió de modelo en el continente.
En Inglaterra, sin embargo, la amplia influencia que ejercieron los autores clásicos durante el reinado de Isabel ayudó a preparar el camino para un proceso distinto. A poco de la muerte de la reina comenzó la gran lucha entre el Rey y el Parlamento, de la que derivó la libertad del individuo. Es significativo que las disputas, muy similares a aquellas con las que nos enfrentamos hoy en día, comenzaran muy principalmente en materia de política económica.
Al historiador del siglo XIX las medidas de Jacobo I y Carlos I, provocadoras del conflicto, pudieron parecerle cuestiones anticuadas sin ningún interés temático. Para nosotros los problemas suscitados por los intentos reales de crear monopolios industriales tienen un marchamo familiar. Carlos I incluso intentó nacionalizar la industria del carbón, y pudo ser disuadido de ello únicamente cuando se le informó de que dicha nacionalización podía ser origen de una rebelión.
Desde que un tribunal sentenció, en el famoso Pleito de los Monopolios, que la concesión del privilegio exclusivo para la producción de un artículo iba «contra el derecho común y la libertad del ciudadano», la exigencia de leyes iguales para todos los individuos se convirtió en el arma principal del Parlamento frente a los deseos reales. Los ingleses aprendieron entonces, mejor de lo que lo han hecho hoy, que el control de la producción significa siempre la creación de privilegios.
Existió, no obstante, otra clase de regulación económica, que ocasionó la primera gran declaración del principio básico: el Memorial de Agravios de 1610 provocado por las nuevas reglamentaciones sobre edificación en Londres y la prohibición de fabricar almidón de trigo. La célebre réplica de la Cámara de los Comunes declaraba que entre todos los tradicionales derechos de los ciudadanos británicos «no existe otro más querido y preciado que el de guiarse y gobernarse por ciertas normas legales que otorgan a la cabeza y a los miembros lo que en derecho les pertenece, sin quedar abandonados a la incertidumbre y a la arbitrariedad como sistema de gobierno… De esta raíz ha crecido el indudable derecho del pueblo de este reino a no hallarse sujeto a ningún castigo que afecte a sus vidas, tierras, cuerpos o bienes, distinto de los contenidos en el derecho común de este país o en los estatutos elaborados con el consenso del Parlamento»
Sin embargo, en la discusión a que dio lugar el Estatuto de los Monopolios de 1624, Sir Edward Coke, el gran fundador de los principios whigs, desarrolló finalmente su interpretación de la Carta Magna, segunda parte de sus Instituciones de las Leyes de Inglaterra (Institutes of the Laws of England), que muy pronto serían impresas por orden de la Cámara de los Comunes, refiriéndose al pleito de los monopolios, no sólo arguyó que «si se concede a un hombre el derecho de fabricar naipes en exclusiva o de llevar a cabo cualquier otro comercio, tal concesión es contraria a la libertad del ciudadano que antes hizo tal mercancía o pudo haber utilizado tal derecho de comercio… y, en consecuencia, contraria a la Gran Carta», sino que incluso fue más allá de la oposición a la prerrogativa real advirtiendo al Parlamento «que dejase que todas las causas fueran medidas por la vara dorada y absoluta de las leyes y no por la incierta y torcida cuerda de lo discrecional»
De la intensa y continuada controversia acerca de estos temas durante la guerra civil emergieron gradualmente todos los ideales que desde entonces han presidido la evolución política inglesa.
Podemos enumerar tan sólo las principales ideas que aparecieron con mayor frecuencia, hasta que en tiempos de la Restauración llegaron a formar parte de una tradición establecida, integrándose, tras la Gloriosa Revolución de 1868, en el cuerpo doctrinal del partido victorioso. El gran acontecimiento que para las últimas generaciones constituyó el símbolo de las permanentes conquistas de la guerra civil fue la abolición, en 1648, de los tribunales privilegiados, y especialmente de la Cámara de la Estrella, tribunal secreto y arbitrario que había llegado a ser, según palabras de F. W. Maitland, a menudo citadas, «un tribunal de jueces que administra la ley». Casi al mismo tiempo se hizo el primer esfuerzo para asegurar la independencia de los jueces [50] . En las controversias de los veinte años siguientes, el motivo central lo constituyó la forma de imposibilitar la acción arbitraria del gobierno. Aunque los dos significados de «arbitrariedad» fueron durante mucho tiempo confusos, cuando el Parlamento comenzó a actuar tan arbitrariamente como el rey
Los puntos más frecuentemente subrayados fueron que no puede existir castigo sin una ley previa que lo establezca, que las leyes carecen de efectos retroactivos y que la discreción de los magistrados debe venir estrictamente circunscrita por la ley. En todo caso, la idea rectora fue que la ley debía reinar, o, como expresaba uno de los folletos polémicas del período, lex rex.
Gradualmente surgieron dos concepciones cruciales sobre la manera de salvaguardar los ideales básicos: la idea de una constitución escrita y el principio de la separación de poderes. Cuando en enero de 1660, poco antes de la Restauración, en la «Declaración del Parlamento reunido en Westminster» (Declaration of Parliament Assembled at Westminster) se hizo un último intento de formular mediante documento formal los principios esenciales de la Constitución, se incluyó este impresionante pasaje: «No hay nada más esencial para la libertad de un Estado que la gobernación del pueblo por leyes y que la justicia sea administrada solamente por aquellos a quienes se les puede exigir cuentas por su proceder. Formalmente se declara que de ahora en adelante todas las actuaciones referentes a la vida, libertades y bienes de cuantos integran el pueblo libre de esta comunidad deben ser acordes con las leyes de la nación, y que el Parlamento no se entrometerá en la administración ordinaria o parte ejecutiva de la ley, siendo misión principal del actual Parlamento, como lo ha sido de todos los anteriores, proveer a la libertad del pueblo contra la arbitrariedad del gobierno» [58] . Si, conforme a tal declaración, el principio de separación de poderes quizá no era totalmente «aceptado por el derecho constitucional», al menos quedó como parte de las doctrinas políticas imperantes.
el Second Treatise on Civil Government, de John Locke, destacó tanto sus duraderos efectos, que recaba nuestra atención. La obra de Locke ha llegado a ser conocida principalmente como amplia justificación filosófica de la Gloriosa Revolución, y su contribución original consiste principalmente en sus exhaustivas especulaciones acerca del basamento filosófico del gobierno.
Asimismo las fuerzas coactivas de que dispone la comunidad, dentro de sus fronteras, tan sólo se utilizarán para asegurar el recto cumplimiento de tales leyes». La propia asamblea legislativa no es «absoluta y arbitraria», «no puede asumir el poder de dictar normas mediante decretos arbitrarios y extemporáneos, sino que está obligada a dispensar justicia y a decidir los derechos de los súbditos en virtud de leyes promulgadas y permanentes y jueces autorizados y conocidos»
Existe un largo camino entre la aceptación de un ideal por la opinión pública y su completa realización en el ámbito de la política, y es probable que el ideal del imperio de la ley todavía no había sido completamente llevado a la práctica cuando el sistema fue derogado, doscientos años más tarde.
Podemos mencionar brevemente algunos acontecimientos significativos del periodo, como, por ejemplo, la ocasión en que un miembro de la Cámara de los Comunes —en los tiempos en que el Dr. Johnson informaba acerca de los debates— volvió a formular la doctrina básica de nulla poena sine lege, contra la que incluso hoy en día se alega a veces que no forma parte del Derecho inglés. «Que donde no haya ley no existe transgresión es una máxima no sólo establecida por el consentimiento universal, sino evidente e innegable por sí misma. Y no es menos cierto, Señor, que donde no hay transgresión no puede haber castigo» [78] . Otra ocasión se presentó cuando Lord Camden, en el caso Wilkes, aclaró que los jueces deben ceñirse a las reglas generales y no a los objetivos particulares de gobierno, o, en otras palabras, que no se puede invocar razones políticas ante los tribunales de justicia.
En algún respecto, sin embargo, la evolución se alejó del ideal más bien que se acercó. En particular, el principio de separación de poderes, aunque considerado a lo largo del siglo como el hecho más característico de la constitución británica, se convirtió en una realidad con progresiva menor entidad a medida que se desarrollaba el gobierno de gabinete. Y el Parlamento, con sus demandas de poder ilimitado, se halló pronto en la vía conducente a la liquidación de otro de los principios.
El más influyente entre ellos fue David Hume, quien en sus trabajos subrayó constantemente los puntos cruciales y de quien justamente se ha dicho que en su opinión el significado real de la historia de Inglaterra estribó en la evolución que va «del gobierno bajo el signo de la arbitrariedad al gobierno bajo el imperio de la ley»
Muchas de las más conocidas expresiones de esos ideales se encuentran, desde luego, en los pasajes familiares de Edmund Burke. Sin embargo, probablemente, la más completa declaración de la doctrina del imperio de la ley se halla en la obra de William Paley, el «gran codificador del pensamiento en una era de codificación». Tal declaración merece una larga cita: «La primera máxima del Estado libre —escribe Paley— es que las leyes se elaboren por quienes no han de administrarlas. En otras palabras: que los poderes legislativo y judicial se mantengan separados. Cuando tales oficios están unificados en las mismas personas o asambleas, las leyes son especiales y se hacen para casos concretos, que surgen a menudo de motivos parciales y se dirigen a fines privados. Por el contrario, cuando tales oficios se mantienen separados, las leyes son generales, se elaboran por un cuerpo de individuos sin que se prevea a quién pueden afectar, y, una vez promulgadas, deben ser aplicadas por otro cuerpo de hombres a los que se les permite afectarlas…
Con los finales del siglo XVIII terminan las mayores contribuciones británicas al desarrollo de los principios de la libertad. Aunque Macaulay hizo en el siglo XIX más de lo que Hume había hecho en el XVIII, y los intelectuales whigs de la Edinburgh Review y los economistas seguidores de la tradición de Adam Smith, como J. R. MacCulloch y N. W. Senior, continuaron discurriendo sobre la libertad de acuerdo con los cánones clásicos, hubo poco desarrollo posterior
El nuevo liberalismo que gradualmente desplazó a las tendencias whigs se presentó, cada vez más, bajo la influencia de las tendencias racionalistas de los filósofos radicales y de la tradición francesa. Bentham y sus utilitaristas, con su menosprecio de la mayor parte de los que hasta entonces se consideraban los rasgos más admirados de la constitución británica, contribuyeron poderosamente a la tarea de destruir las creencias que desde los tiempos medievales Inglaterra había conservado en parte. Este grupo introdujo en Gran Bretaña algo que hasta entonces no existía: el deseo de rehacer la totalidad de los derechos e instituciones sobre la base de principios racionales.
La falta de comprensión de los principios tradicionales de la libertad inglesa por parte de los hombres guiados por los ideales de la Revolución francesa viene claramente ilustrada por uno de los primeros apóstoles en Inglaterra de dicha revolución: el doctor Richard Price. Ya en 1778 argüía que «la libertad está demasiado imperfectamente definida cuando se habla de gobierno de la ley en vez de gobierno de los hombres. Si las leyes están hechas por un hombre o un grupo de hombres dentro de un Estado y no por el consentimiento común, tal gobierno no difiere de la esclavitud»
Ocho años más tarde fue capaz de exhibir una carta laudatoria de Turgot: «¿A qué se debe que sea usted casi el primero de los autores de su país que ha dado una idea justa de la libertad y mostrado la falsedad de la idea, tan frecuentemente repetida por casi todos los escritores republicanos, de que la libertad consiste en estar sujeto sólo a las leyes?»
A partir de este momento y en lo sucesivo, el concepto esencialmente francés de la libertad política comenzó a desplazar progresivamente el ideal inglés de libertad individual, hasta que pudo decirse que «en Gran Bretaña, que hace poco más de un siglo repudiaba las ideas en que se basaba la revolución francesa y dirigía la resistencia contra Napoleón, tales ideales han triunfado». Aunque en Gran Bretaña la mayoría de los logros del siglo XVII fueron conservados más allá del siglo XIX, es forzoso dirigir la vista hacia otros países para descubrir el desarrollo posterior de los ideales soporte de aquellas realizaciones.
Cuando en 1767 el modernizado Parlamento inglés —obligado desde dicha fecha por los principios de soberanía parlamentaria ilimitada e ilimitable— declaró que la mayoría podía aprobar cualquier ley que estimara conveniente, tal declaración fue saludada por los habitantes de las colonias con exclamaciones de horror.
Edmund Burke y otros ingleses simpatizantes no fueron los únicos que hablaron de los colonos como de gentes «entusiastas no solamente de la libertad, sino de la libertad según los ideales ingleses y basada en principios ingleses». Los mismos colonos habían mantenido desde mucho tiempo antes tales puntos de vista. Sentían que defendían los principios de la Revolución whig de 1688 y cuando «los estadistas whigs elogiaron al general Washington congratulándose de que América hubiese resistido e insistido en el reconocimiento de la independencia», también los colonos loaron a William Pitt y a los estadistas whigs que habían estado a su lado.
En Inglaterra, después de la completa victoria del Parlamento, fue cayendo en el olvido la idea de que ningún poder debe ser arbitrario y de que todos los poderes tienen que estar limitados por una ley superior. Sin embargo, los colonos habían importado tales ideas con ellos y, por tanto, se revolvieron contra el Parlamento, objetando no sólo que no estaban representados en dicho Parlamento, sino más aún: que este no reconocía límite a sus poderes.
Solamente cuando descubrieron que la Constitución británica, en cuyos principios habían creído firmemente, poseía poca entidad y no podía invocarse con éxito contra las pretensiones del Parlamento, llegaron a la conclusión de que tenían que edificar los cimientos que faltaban y consideraron como doctrina fundamental que «la constitución permanente» era esencial para el gobierno libre y que significaba gobierno limitado.
Desde el comienzo de su historia habían llegado a familiarizarse con documentos escritos, tales como los del Mayflower y los estatutos coloniales, que definían y circunscribían los poderes del gobierno. La experiencia les había enseñado asimismo cómo una constitución que define y separa los diferentes poderes limita necesariamente los poderes de cualquier autoridad. Una constitución podía ceñirse a materias de procedimiento y a determinar tan sólo las fuentes de toda autoridad; sin embargo, difícilmente podía denominarse constitución un documento que sólo afirmara que es ley todo lo que tales y tales cuerpos administrativos o personas así lo decretasen.
La fórmula de que todo el poder deriva del pueblo se refería no tanto a la periódica elección de representantes como al hecho de que el pueblo organizado en asamblea constituyente tiene el derecho exclusivo de determinar los poderes de la legislatura representativa. La constitución fue concebida tanto como una protección del pueblo contra la acción arbitraria del legislativo como contra la de otras ramas del gobierno.
La idea de una ley superior que gobierna la legislación ordinaria es muy vieja. En el siglo XVII solía concebirse como ley divina o ley natural o ley de la razón. Sin embargo, la idea de hacer a esta ley superior explícita y obligatoria, mediante su transcripción a un documento, aunque no enteramente nueva, fue puesta en práctica por vez primera por los colonos revolucionarios. Las colonias individuales tuvieron de hecho su primera experiencia en materia de codificación de dicha ley superior, partiendo de una base popular más amplia que la de la legislación ordinaria. Ahora bien, el modelo que había de influir profundamente al resto del mundo fue la Constitución federal.
Debido a la restringida capacidad de nuestra inteligencia, los objetivos inmediatos aparecen siempre muy importantes y tendemos a sacrificar a ellos las ventajas a largo plazo. Tanto en la conducta social como en la individual, tan sólo podemos acercarnos a una medida de racionalidad o consistencia al tomar decisiones particulares, sometiéndolas a principios generales independientes de las necesidades momentáneas.
La legislatura, al igual que el individuo, se mostrará más refractaria a adoptar ciertas medidas a favor de un objetivo importante, inmediato, si ello requiere el rechazo explícito de principios formales enunciados. Incumplir una obligación particular o quebrantar una promesa es asunto distinto de declarar explícitamente que los contratos o las promesas pueden ser rotos o incumplidos siempre que ocurran tales y tales condiciones generales.
La expresión «un llamamiento del pueblo embriagado al pueblo sobrio», que a menudo se usa a este respecto, subraya sólo un aspecto de un problema mucho más amplio. La ligereza de la frase probablemente ha oscurecido más el meollo del importante tema que ha contribuido a clasificarlo. El problema no consiste tan sólo en dar tiempo para que las pasiones se serenen, aunque a veces esto resulte muy importante, sino en tener en cuenta la general inhabilidad humana para considerar explícitamente todos los probables efectos de una determinada medida y su dependencia de generalizaciones o principios, siempre que se quiera que las decisiones individuales encajen dentro de un todo coherente.
No es necesario señalar que el sistema constitucional no entraña la limitación absoluta de la voluntad del pueblo, sino la mera subordinación de los objetivos inmediatos a los que se logran a largo plazo.
ninguna persona o grupo de personas tiene completa libertad para imponer a los demás las leyes que deseen. El punto de vista contrario, que subraya el concepto de soberanía de Hobbes — y el positivismo legal que se deriva de ella—, surge de un falso racionalismo que concibe una razón autónoma y autodeterminante y desprecia el hecho de que todos los pensamientos racionales se mueven dentro de un marco de creencias e instituciones no racionales.
En última instancia, el constitucionalismo descansa en el entendimiento de que el poder no es un hecho físico, sino un estado de opinión que hace que las gentes obedezcan.
Los miembros de una comunidad que se encuentran en mayoría, sólo absteniéndose de tomar medidas que no desearían que se les aplicaran a ellos pueden prevenir la adopción de las mismas cuando se encuentren en minoría. La sujeción a principios a largo plazo, de hecho, da al pueblo más control sobre la naturaleza general del orden político del que poseería si tal naturaleza fuese determinada sólo por decisiones sucesivas de casos particulares.
La Constitución que la nueva nación americana se dio a sí misma significó definitivamente no sólo la regulación del origen del poder, sino el fundamento de la libertad; la protección del individuo contra la coacción arbitraria.
Mucho se deduce del hecho de que la Constitución americana sea producto deliberado de la mente y de que por vez primera en la historia moderna un pueblo organice con pleno conocimiento la clase de gobierno bajo el cual desea vivir. Los mismos americanos tuvieron plena conciencia de la singular naturaleza de su empresa y en cierto sentido fueron guiados por un espíritu de racionalismo, por un deseo de construir deliberadamente y de establecer procedimientos pragmáticos que están más cerca de la que hemos denominado tradición francesa que de la tradición inglesa.
Es de destacar cuán diferente de cualquier otra estructura deliberadamente pensada es el marco de gobierno que en definitiva emergió y cuánto de dicho resultado se debió a accidentes históricos o a la aplicación de principios heredados a una nueva situación; qué nuevos descubrimientos contenidos por la Constitución federal fueron resultado de la adscripción de principios tradicionales a problemas particulares y cuáles surgieron como consecuencia de ideas generales oscuramente percibidas.
Parece ser que se debe a Madison «la idea de que salvaguardar adecuadamente los derechos privados y que a la vez el gobierno nacional poseyera poderes adecuados constituía, en definitiva, idéntico problema, habida cuenta de que un gobierno nacional fortalecido podría ser elemento que equilibrara las crecidas prerrogativas de las legislaturas de los estados». De esta manera surgió el gran descubrimiento de lo que Lord Acton más tarde caracterizó así: «El federalismo ha sido la más eficaz y la más congénita de todas las regulaciones de la democracia… El sistema federal limita y restringe el poder soberano mediante su división y mediante la asignación al gobierno de ciertos derechos definidos. Es el único método para moderar no sólo a la mayoría, sino también el poder de todo el pueblo, y proporciona la fuerza base de una segunda cámara que ha entrañado seguridad esencial para la libertad en todas las genuinas democracias»
El argumento en contra de la inclusión fue expuesto explícitamente por Alexander Hamilton en el Federalist: «Las declaraciones de derechos son no sólo innecesarias en la Constitución propuesta, sino incluso peligrosas. Tienen que contener varias excepciones a poderes no otorgados y, por lo tanto, suministrarían un lógico pretexto para pretender más de lo que se concedió. ¿A qué conduce declarar que no se harán tales cosas si no hay poder para hacerlas? Por ejemplo, ¿por qué debería decirse que la libertad de prensa no puede ser restringida si no se conceden poderes para que tales restricciones se impongan? No discutiré que tal previsión confiriese un poder regulador, pero es evidente que suministraría a los hombres dispuestos a la usurpación una pretensión plausible para reclamar la aludida facultad. Tales hombres podrían argüir con apariencia de razón que la Constitución no debiera estar obligada al absurdo de contener previsiones contra el abuso de una autoridad ilegítima y que las disposiciones contra la restricción de libertad de prensa implican, sin duda, que la autoridad deseaba investirse de la facultad de dictar regulaciones convenientes con respecto a ella. Lo anterior evidencia que el celo poco juicioso que se pone en la defensa de los derechos humanos lleva consigo concesiones que fortalecen la dialéctica a favor de la doctrina de los poderes constructivos»
«Una declaración de derechos —se dijo más tarde— es importante y a menudo puede ser indispensable siempre que opere como una cualificación de los poderes realmente concedidos por el pueblo al gobierno. Esta es la base real de todas las declaraciones de derechos en la madre patria, en la constitución y leyes coloniales y en las constituciones de los estados». «La declaración de derechos es una protección importante contra la conducta opresiva e injusta por parte del pueblo mismo»
«la enumeración de ciertos derechos en esta Constitución no se interpretará como la negación o menosprecio de otros que conserva el pueblo»; previsión cuyo significado se olvidó por completo más tarde»
La prohibición de que «ningún estado promulgará y obligará a cumplir ninguna ley que derogue los privilegios o inmunidades de los ciudadanos de los Estados Unidos» estuvo reducida durante cincuenta años a «nulidad práctica», por decisión del Tribunal Supremo. Sin embargo, el mantenimiento del mismo precepto que dice: «ningún estado despojará a nadie de la vida, la libertad o la propiedad sin que medie el debido proceso, ni negará a nadie, dentro de su jurisdicción, idéntica protección de las leyes», iba a adquirir para siempre una importancia no prevista.
El conflicto de 1937, a la vez que indujo al Tribunal Supremo a ceder en su extrema posición, también condujo a una reafirmación de los principios fundamentales de la tradición americana, realidad de perdurable significación. Cuando estaba en su apogeo la más grave depresión económica de los tiempos modernos, la presidencia de los Estados Unidos fue ocupada por una de esas extraordinarias figuras que Walter Bagehot tiene presente cuando escribe: «Cierto hombre dotado de fuerza creadora, voz atractiva y limitada inteligencia, que perora e insiste no sólo en que el progreso específico es una cosa buena por sí misma, sino la mejor de todas las cosas y la raíz de las restantes cosas buenas»
Era inevitable que una actitud que consideraba legítimos casi todos los medios si los fines eran deseables, tenía que conducir pronto a un choque frontal con el Tribunal Supremo, que durante medio siglo había juzgado habitualmente la «racionalidad» de la legislación.
Seguramente es verdad que el Tribunal Supremo, con su más espectacular decisión, cuando unánimemente rechazó la National Recovery Administration Act, no sólo salvó al país de una medida mal concebida, sino que actuó dentro de sus derechos constitucionales. A partir de este momento, la pequeña mayoría conservadora del Tribunal Supremo procedió a anular, una tras otra, diversas medidas del presidente en campos más discutibles, hasta que este último se convenció de que la única probabilidad de sacar adelante tales disposiciones consistía en restringir los poderes del Tribunal Supremo o en alterar su composición. La lucha llegó a su punto decisivo cuando se entabló en torno a lo que se conoce como Court Paking Bill. Ahora bien, la reelección presidencial en 1936, que por una mayoría sin precedentes reforzó suficientemente la posición de Roosevelt con vistas a intentar lo que se proponía, parece que también persuadió al Tribunal Supremo de que el programa presidencial contaba con amplio apoyo. Cuando, en consecuencia, el Tribunal Supremo cedió en su intransigencia y no sólo invirtió la postura que mantenía en algunos de los puntos centrales, sino que efectivamente abandonó el uso de la cláusula del debido proceso como límite sustantivo a la legislación, el presidente se vio despojado de sus más fuertes argumentos.
La declaración de principios parte de la presunción de que la conservación del sistema constitucional americano «es inconmensurablemente más importante… que la inmediata adopción de no importa qué legislación, por mucho que la misma sea beneficiosa». Se pronuncia «por la continuación y perpetuación del gobierno y del imperio de la ley en contraposición al imperio de los hombres, y en ello no hacemos otra cosa que declarar de nuevo los principios básicos de la Constitución de los Estados Unidos».
Si la coacción se ha de utilizar únicamente de la forma prevista por las reglas generales, resulta imposible para el gobierno emprender ciertas tareas. Así se hace verdad que, «despojado de lo que podríamos denominar su vaina, el liberalismo es constitucionalismo; es “el gobierno de las leyes y no de los hombres”» siempre que por «liberalismo» entendamos lo que significó todavía en los Estados Unidos durante la lucha del Tribunal Supremo, en 1937, cuando el «liberalismo» de los defensores del Tribunal Supremo fue atacado bajo la acusación de ser defendido por una minoría de pensadores.
En la mayoría de los países del continente europeo, hacia mediados del siglo XVIII, doscientos años de gobierno absoluto habían destruido las tradiciones de libertad. Si bien es cierto que las más tempranas concepciones fueron manejadas y desarrolladas por los teóricos del derecho natural, la fuerza principal que puso en marcha el renacimiento provino del otro lado del canal. Ahora bien, a medida que el nuevo movimiento tomaba impulso se enfrentaba con una situación diferente de la que existía en América en la misma época o de la que se había dado en Inglaterra cien años antes.
El nuevo factor lo constituía la poderosa y centralizada maquinaria administrativa creada por el absolutismo; el cuerpo de administradores generales convertidos en principales rectores del pueblo. Tal burocracia se preocupó mucho más del bienestar y las necesidades del pueblo de lo que podía o se esperaba que hiciera el gobierno limitado del mundo anglosajón.
El objetivo del movimiento contra el poder arbitrario consistió, desde un principio, en implantar el Estado de Derecho. No solamente aquellos intérpretes de las instituciones inglesas, y principalmente Montesquieu, simbolizaron el gobierno o imperio de la ley como la esencia de la libertad, sino que incluso Rousseau, que llegó a ser la fuente principal de una tradición diferente y opuesta, intuyó que «el gran problema político —que comparó con la cuadratura del círculo en geometría— es encontrar una forma de gobierno que sitúa la ley por encima de los hombres»
La Revolución de 1789 fue, por tanto, universalmente saludada, para citar la frase memorable del historiador Michelet, como l’advenement de la loi. A. V. Dicey escribió más tarde: «La Bastilla fue el signo exterior visible del poder de lo ilegal. Su derrumbamiento fue tenido, verdaderamente, en el resto de Europa, como el anuncio de ese imperio de la ley que ya existía en Inglaterra». La celebrada Déclaration des droits de l’homme et du citoyen, con su garantía de derechos individuales y la afirmación del principio de la separación de poderes que simbolizó como parte esencial de cualquier constitución, apuntaban al establecimiento del reino estricto de la ley.
El hecho de que el ideal de soberanía popular ganase la victoria al mismo tiempo que el ideal del imperio de la ley hizo que este último cediera pronto posiciones a la par que rápidamente surgían otras aspiraciones difíciles de conciliar con tales ideales. 
El factor decisivo que hizo tan infecundos los esfuerzos de la Revolución en pro del acrecentamiento de la libertad individual fue la creencia de que, como en fin de cuentas el poder pertenecía al pueblo, las medidas de cautela contra el abuso de tal poder resultaban innecesarias. Se pensaba que la instauración de la democracia impediría automáticamente el uso arbitrario de tal poder. No obstante, los representantes elegidos por el pueblo demostraron pronto estar más ansiosos de que el ejecutivo sirviera totalmente a sus particulares fines que de proteger a los individuos contra tal poder ejecutivo. Aunque en muchos aspectos la Revolución francesa se inspiró en la americana, nunca logró lo que había sido principal resultado de esta: una constitución que limitaba el poder de la Asamblea legislativa.
… los principios básicos de igualdad ante la ley se vieron amenazados por las nuevas exigencias de los precursores del moderno socialismo, que pidieron una égalité de fait en lugar de la égalite de droit.
La única cosa que la Revolución no tocó y que, según ha demostrado tan perfectamente Tocqueville, sobrevivió a todas las vicisitudes de las décadas subsiguientes, fue el poder de las autoridades administrativas.
El régimen napoleónico que siguió a la Revolución se preocupó más seriamente de incrementar la eficiencia y el poder de la máquina administrativa que de asegurar la libertad de los individuos.
… la situación que prevaleció en Francia durante la mayor parte del siglo XIX dio grandemente a los «preceptos administrativos» la mala reputación que durante tanto tiempo han tenido en el mundo anglosajón.
Dada la reputación que Prusia adquirió en el siglo XIX, el lector podría sorprenderse al saber que los orígenes del movimiento germánico en favor del Estado de Derecho se encuentran en dicho reino. Pero es lo cierto que, en algunos aspectos, el gobierno del despotismo ilustrado del siglo XVIII había actuado de manera sorprendentemente moderna e incluso podría decirse que con visos casi liberales, sobre todo en lo que se refiere a los principios legales y administrativos.
Los escritores germanos suelen citar las teorías de Kant al iniciar sus descripciones del movimiento conducente al Rechtsstaat (Estado de Derecho). Aunque tal postura probablemente exagera la originalidad de la filosofía legal de Kant, este, indudablemente, le dio la forma en que alcanzó la máxima influencia en Alemania. La principal contribución de Kant es ciertamente una teoría general de la moral que hizo aparecer el principio del Estado de Derecho como una especial aplicación de un principio más general. Su famoso «imperativo categórico», la regla de que el hombre debe siempre «actuar sólo de acuerdo con esa máxima en virtud de la cual no puede querer más que lo que debe ser ley universal», constituye de hecho una extensión al campo general de la ética de la idea básica que entraña el imperio de la ley.
Dos de los desarrollos legales de la Prusia del siglo XVIII adquirieron después tal importancia, que es obligado analizarlos más detenidamente. El primero hace referencia a la iniciación por parte de Federico II —mediante su Código de 1751— de ese movimiento a favor de la codificación legal, que se expandió rápidamente, concretándose en los códigos napoleónicos promulgados entre 1800 y 1810 sus logros mayores.
al menos prima facie, parece existir un conflicto entre el ideal del gobierno de la ley y el sistema de la casuística legal. La medida en que un juez, bajo el sistema de la casuística legal, crea de hecho la ley, puede no sobrepasar a la que se da dentro de un sistema de derecho codificado. Ahora bien, el reconocimiento explícito de que la jurisdicción tanto como la legislación son las fuentes del derecho, aunque esté de acuerdo con la teoría evolucionista que encarna la tradición británica, tiende a oscurecer la distinción entre creación y aplicación de la ley-
El suceso más importante de esta clase fue el reconocimiento formal del principio nullum crimen, nulla poena sine lege, que primeramente fue incorporado al Código penal austríaco de 1787 y, después de su inclusión en la Declaración francesa de los Derechos del Hombre, apareció en la mayoría de los códigos continentales europeos.
La aportación más característica del siglo XVIII prusiano a la instauración del Estado de Derecho se encuentra, sin embargo, en la esfera del control de la Administración Pública.
Mientras en Francia la aplicación literal de la separación de poderes había conducido a que la acción administrativa estuviese exenta del control judicial, el proceso evolutivo prusiano se produjo en una dirección opuesta. El ideal rector que afectó profundamente al movimiento liberal del siglo XIX consistió en que todo ejercicio de poderes administrativos sobre la persona o propiedad del ciudadano debía estar sujeto a revisión judicial.
Tanto si ello fue debido principalmente a que en la época de iniciación del movimiento alemán los precedentes americanos se conocían y entendían mejor de lo que lo habían sido en la época de la Revolución francesa, como porque el desarrollo germánico tuvo lugar dentro del marco de una monarquía constitucional y no en el de una república —quedando, por tanto, menos influido por el espejismo de que los problemas se resolverían automáticamente mediante el advenimiento de la democracia—, el hecho es que el movimiento liberal convirtió en objetivo básico la limitación del gobierno por la constitución, y especialmente la de todas las actividades administrativas mediante leyes cuyo complimiento incumbía a los tribunales.
Cuando en 1848 el Parlamento de Frankfort intentó redactar una constitución para toda Alemania, insertó en el texto la cláusula de que la «justicia administrativa» tal y como entonces se entendía debía cesar y las violaciones de derechos privados debían quedar sometidas a la competencia de los tribunales de justicia.
Sin embargo, la esperanza de que el perfeccionamiento de la monarquía constitucional llevada a cabo por los distintos estados germánicos conduciría efectivamente al ideal del imperio de la ley acabó convirtiéndose en un desengaño. Las nuevas constituciones hicieron poco en dicho sentido, y, en breve, descubrió se que, aunque «las constituciones habían sido promulgadas y el Rechtsstaat proclamado, el Estado policía continuó actuando.
No otra cosa ocurrió en Alemania por los años 1860 y 1870, cuando se intentó poner en práctica el ideal, largamente acariciado, del Rechtsstaat. El razonamiento que en definitiva desbarató la dialéctica durante largo tiempo esgrimida en favor del «justicialismo» se redujo a afirmar que sería inoperante dejar a los jueces ordinarios, sin preparación adecuada, la misión de resolver las intrincadas cuestiones que originan los actos administrativos.
Los defensores del sistema creían que, si el aparato administrativo había de continuar funcionando, era menester concederle durante cierto tiempo una amplia discreción, hasta tanto se estableciese un cuerpo definitivo de normas de acción.
De la forma antedicha, aunque desde un punto de vista organicista, el establecimiento de tribunales administrativos independientes parecía ser la etapa final de un desarrollo institucional ideado para asegurar el Estado de Derecho.
Los alemanes fueron el último pueblo alcanzado por la marea liberal antes de que esta comenzara a descender; ahora bien, también fueron los que más sistemáticamente exploraron y asimilaron las experiencias de Occidente, aplicando deliberadamente sus lecciones a los problemas del Estado administrativo moderno.
Dado que hoy el poder del administrador profesional es la principal amenaza a la libertad individual, las instituciones desarrolladas en Alemania con el propósito de controlar a dicho administrador merecen un examen más cuidadoso.
… el progreso hacia un Estado benefactor, que comenzó en el continente mucho antes que en Inglaterra o en los Estados Unidos, revistió pronto nuevos caracteres que difícilmente podían reconciliarse con el ideal de gobierno bajo la ley.
En los tiempos que precedieron inmediatamente a la primera guerra mundial, cuando la estructura política de los países continentales y anglosajones había llegado a ser más similar, un inglés o un americano que observara la práctica diaria en Francia o en Alemania hubiese sentido que todavía la situación estaba muy lejos de reflejar el Estado de Derecho.
Dicey, en su deseo de reivindicar el imperio de la ley tal y como él lo entendía, bloqueó efectivamente el desarrollo que pudo haber ofrecido la mejor probabilidad de preservado. No pudo detener, en el mundo anglosajón, el crecimiento de un aparato administrativo similar al que existía en el continente, pero contribuyó mucho a impedir o retrasar el desarrollo de instituciones que hubieran sujetado la nueva maquinaria burocrática a un control efectivo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(III) Historia crítica de la Arquitectura moderna. Kenneth Frampton. Reseña (7)

… viene de II

CHARLES-ÉDOUARD JEANNERET  (Le Corbusier)

Este arquitecto, nacido en Suiza en 1887 y nacionalizado francés en 1930, murió biológicamente en Roquebrune-Cap-Martin en 1965. Lo hizo poéticamente adentrándose en el mar Mediterráneo para no regresar vivo. Lo hizo bajo su original vivienda (Le Cabanon) conectada a un restaurante costero y su tumba está sobre ella con buenas vistas al horizonte.

Profuso escritor dejó dicho en su libro Vers une Architecture:

«Mediante el uso de materiales inertes y bajo condiciones más o menos utilitarias, se establecen ciertas relaciones que me conmueven. Esto es Arquitectura» 

Le Corbusier Roquebrune
Vivienda de veraneo de Le Corbusier (Le Cabanon). Roquebrune-Cap-Martin. 1952

Frampton es consciente de la importancia de este arquitecto y le dedica varias secciones de su libro. En esta reseña se respeta esta poliédrica visión del arquitecto, pero, al contrario que en el libro de referencia, se comentan todas juntas para facilitar la visión completa con las limitaciones del carácter sumario de este artículo.

Le Corbusier (el cuervo) adoptó este seudónimo de un antepasado que tenía este apellido. Por él es conocido y por la calvicie y gafas redondas que caracterizan su figura. Una conjunto físiomático que casi representan a la arquitectura, como el triángulo a Dios. No son pocos los jóvenes arquitectos que, al menos durante una época de su vida, han imitado este aspecto. Obviamente esta admiración señala al mito que fue en vida y más allá este arquitecto. A su muerte, los remitentes de condolencias, tenían el nivel de grandes artistas y Jefes de Estado.

Le Corbusier Primera CasaSu primera obra la realizó con dieciocho años en su pueblo natal La Chaux-De-Fonds en el cantón francófono de Neûchatel. Fue la Villa Fallet construida en 1905 en el estilo Juger Stijl (versión alemana del modernismo)  bajo la influencia de su maestro L’Eplattenier, que, a su vez, se basaba en el libro The Grammar of Ornament (1856) de Owen Jones. Una teoría que su maestro proponía adaptar al medio concreto de la región del Jura. Un mandato que el joven arquitecto cumple a la perfección en su primera obra, al tomar como referencia las granjas de las zona con sus motivos ornamentales tomados de la naturaleza circundante.

Al ser Charles-Édouard su mejor alumno lo envió a Viena a continuar su formación con Josef Hoffmann. Una influencia (modernismo clasicista) que apenas se observa en los diseños que hizo para casas suizas durante su estancia en Viena.

Su familia, de tradición Albigense, probablemente le transmitió un sentido maniqueo de la existencia, que se traducía en sus oposiciones entre luz y oscuridad; entre sólido y vacío; entre Apolo y Medusa. Una nítida polaridad que constituía su forma de pensar y escribir. 1907 fue un año crucial para Charles-Édouard pues conoció al arquitecto Tony Garnier, que le hizo ver la importancia del planeamiento urbanístico y su potencial importancia para el desarrollo de ideas socialistas que, tanto su maestro como Garnier, le transmitieron. Unas simpatías que se acentuaron con su experiencia en el monasterio a la Cartuja de Ema en Toscana. La vida en común y la disposición de sus estancias tuvo una influencia decisiva en sus proyectos posteriores y su concepción socialista de la vida. En la cartuja era posible disfrutar de silencio, soledad y, al tiempo, contacto diario con otros hombres.

En 1908 trabaja en el estudio del arquitecto Claude Perret. Los catorce meses que pasó allí le pusieron en la pista del hormigón armado, del que Perret era un experto. Una técnica que Charles-Édouard transformó en todo un programa para la arquitectura del futuro. Su entusiasmo con el hormigón armado provocó el disgusto de su maestro L’Eplattenier. Esta estancia fue, también, una oportunidad extraordinaria de conocer a fondo la cultura francesa por la extraordinaria concentración de testimonios en los museos y bibliotecas de París. En 1909 vuelve a su ciudad natal y realiza un proyecto de Escuela de Arte en el que se funden ya algunos de sus presupuestos reinterpretando la Cartuja de Ema. En 1910 va a Alemania con el objeto de mejorar sus conocimientos del hormigón armado, pero, también, recibe el encargo de la Escuela de Arte de su ciudad de informar sobre el progreso de las artes decorativas. Este encargo le permite tomar contacto con las más importantes figuras de la Werkbund y, especialmente, Peter Behrens, lo que tiene influencia en sus dos últimos trabajos en su ciudad: la Villa Jeanneret y el Scala Cinema:

La estancia en Alemania le proporciona una visión de los logros de la ingeniería en las formas funcionales de barcos y aviones. Sus reflexiones las vierte en su polémico capítulo «Les yeux qui ne voient pas», de su libro ya citado, en el que dice:

  • La arquitectura se ahoga con las costumbres
  • Los estilos son una mentira
  • Nuestra época fija cada día su estilo
  • Nuestros ojos, desgraciadamente, no saben discernirlo aún.

Hace un canto a la inspiración que debe suponer para el arquitecto las formas que los ingenieros extraen de sus propósitos funcionales. Una sensibilidad ante las formas que no puede dejar de impresionar por lo que emerge del progreso tecnológico. Pasa cinco meses en el estudio de Behrens, donde probablemente coincidió con Mies van der Rohe. Al terminar este periodo, vuelve a su ciudad como profesor de la Escuela de Arte llamado por su maestro. No sin antes hacer un viaje a Turquía y los Balcanes. Finalmente, rompe intelectualmente con su maestro y, simultáneamente, rechaza a Frank Lloyd Wright, cuyo trabajo conocía, y abre una oficina profesional en la que ofrece su especialización en hormigón armado. Junto a su amigo de juventud, el ingeniero Max du Bois, reinterpreta  a Hennebique y su marco estructural, definiendo la Maison Dom-Ino, como la referencia de sus futuras viviendas, así como la viviendas sobre pilotes. Ya ha concebido su «máquina de habitar» con los productos industriales en mente. En 1916 lleva a cabo su última obra en La Chaux-de-Fonds con la Villa Schwob como síntesis de todo lo aprendido hasta ese momento. Aprovecha las ventajas de la estructura de hormigón, incorpora elementos estilísticos inspirados en Hoffmann, Perret o Tessenow y le da un aire palaciego de villa palladiana, destacando su tratamiento conjunto de formas rectangulares y circulares.

Le Corbusier Schwob
Villa Schwob. La Chaux-de-Fonds. 2016

En esta obra, Charles-Édouard pasa a ser Le Corbusier, pues abandona su ciudad natal para lanzarse a la más asombrosa aventura que un arquitecto haya experimentado jamás. En esta villa ya mantiene el control dimensional usando la proporción áurea en las dimensiones y distribución de las ventanas. Un control formal que se atreverá a utilizar en dos escalas: la villa aislada y los edificios de viviendas colectivas, que concibe como palacio barroco en incluso en sus escarceos urbanísticos.

Al llegar a París en este año de 1916, Perret le presenta al pintor Amédée Ozenfant con el que va a desarrollar una teoría cultural (el Purismo) basada en la filosofía Neoplatónica que cubra todas las formas de expresión plástica, desde una pintura de salón a la arquitectura, pasando por el diseño de objetos. Es una teoría total civilizatoria que trasciende el cubismo. Le Corbusier la expresa en un artículo titulado «El Purismo» que se publica en la revista L’Esprit Nouveau usando ya su seudónimo Le Corbusier. En él ya quedan establecidos los dos polos de su arquitectura futura: la necesidad de satisfacer unas necesidades y el impulso de usar formas abstractas para afectar a los sentidos y nutrir el intelecto.

Los primeros cinco años en París se dedica a pintar y a escribir, ganándose la vida como gerente de una fábrica de ladrillos y un almacén de materiales de construcción. Pero es sólo un paréntesis. En 1922 funde en la Maison Citrohan la concreción de sus ideas Dom-ino y Villa Pilote anticipándose a sus cinco punto de una nueva arquitectura. 

Ideas que prolonga a bloques multivivienda (130) en Liège and Passac en 1926 para el fabricante de azúcar Frugés. Pero, a Le Corbusier no le bastaba con expandir sus ideas compositivas y modulares a la multiplicación de viviendas relacionadas entre sí y da el salto a la ciudad con su Ville Contemporaine, en la que se cita a los edificios en altura de los Estados Unidos y la imagen de la City Crown de Bruno Taut.

Taut City Crown
City Crown. Bruno Taut. 1919
Le Corbusier Ville Contemporaine
La Ville Contemporaine. Le Corbusier. 1925

Es imaginable la emoción de contemplar esta maqueta en 1925 como máxima expresión de las propias ideas: luz, espacios verdes y rapidez de circulación: «Una ciudad rápida es una ciudad de éxito». Se atendía también la especialización del territorio conforme a las ideas de Garnier, pues se trata de edificios para oficinas. Le Corbusier adapta para los edificios en altura sus ideas de doble piso (duplex) en el salón y terrazas ajardinadas encontrando un punto intermedio entre la villa burguesa y las viviendas colectivas de los obreros. En 1926 presenta sus cinco puntos para una arquitectura nueva:

  1. Pilotes (pilares) soportando el conjunto de la vivienda y elevándola del suelo
  2. La planta libre por el uso de pilares y muros que subdividen el espacio
  3. La fachada libre como consecuencia de la planta libre
  4. La ventana alargada, horizontal y corredera
  5. La cubierta plana y ajardinada

Armado de estos principios, Le Corbusier aborda los problemas de la arquitectura moderna sin perder de vista las soluciones rítmicas palladianas tipo ABABA (A=crujía ancha; B=crujía 1/2A). En su mente está presente su última villa en su ciudad natal (la villa Schwob. Aborda el problema que plantea la comodidad interior con la composición de la fachada, que Loos no solucionó por no contar con el marco de hormigón armado y la posibilidad del voladizo a gusto del diseño.

Colin Rowe encuentra en la villa  Garches de 1926 una reorganización del ritmo paladiano y, al tiempo, un abandono del carácter centrípeto de Paladio en la Villa Malcontenta.

Rowe va más allá y compara la Villa Savoye de Le Corbusier con la Villa Rotonda de Palladio en sus ritmos compositivos. y lo hace sustituyendo de forma acusada el efecto centrípeto ya mencionado. Veamos:

Le Corbusier Savoye 1
Villa Savoye. Le Corbusier. 1931

Le Corbusier Savoye 2

Le Corbusier PinturaEn 1927, junto con su primo Pierre Jeanneret, compiten para el edificio de la Sede de la Sociedad de Naciones. Es su primer diseño de un gran edificio público. Utilizan el tipo «palacio» para abordar su concepción. Es un momento crucial en su carrera. Utiliza la tradición elementarista que le llega a través de Garnier y Perret para componer varias opciones del conjunto. Coincide con el final de su período purista y empieza a introducir objetos en su pintura. También su fama es ya universal y tiene tanto seguidores como detractores. Uno de ellos incluso fue ambas cosas. Es el caso del checo Karel Teige que, de admirador, se convirtió en feroz crítico de su propuesta para Ginebra como Ciudad Mundial. La crítica se hizo desde una ideología socialista igualitaria. Le Corbusier se defendió desde su presupuesto básico: el de asimilar el diseño de un artefacto ingenieril a los objetos arquitectónicos, buscando la armonía entre la función y la forma en el seno de una arquitectura imperialista que llegaba al diseño de un buque, el de una casa o de un objeto manual. Por eso, dada su radical funcionalismo, no entendía la crítica que le llegaba de la izquierda de ser frívolo en las formas resultantes y, en concreto, el Museo Mundial en forma de Zigurat.

Le Corbusier Zigurat

Frampton concluye del análisis de las propuestas de Le Corbusier que hay una lógica de fondo con la que estructura sus propuesta a cualquier escala, ya sea para la fachada de la villa Garches que para la Ciudad Mundial. Es decir, que en el corazón del arquitecto que fundó el Movimiento Moderno late el clasicismo paladiano, a pesar de la estética maquinista del purismo.

Le Corbusier Cudad Mundial
La Ciudad Moderna. Le Corbusier.

LA VILLE RADIEUSE 

Frampton encuentra en Le Corbusier una lucha (un cisma dice él) entre la monumentalidad de la Ciudad Moderna y la delicadas piezas tubulares de acero en muebles que diseña al mismo tiempo con Charlotte Perriand.

Le Corbusier sostenía que cuanto más cerca estaba el objeto del cuerpo más debía adaptarse ergonómicamente al sujeto en el marco de la estética del ingeniero y que, en el otro extremo, cuanto más lejos mayor abstracción en la forma de lo objetos en el marco de la estética arquitectónica. En cuanto a la vivienda utiliza dos criterios. En la Villa unifamiliar el salón de doble altura, la terraza ajardinada y la constancia de la dimensión eran los rasgos de un tratamiento cualitativo. En la Ville Radieuse, la vivienda se desarrolla en una sola planta y su extensión es variable por criterios económicos. Son los rasgos de un tratamiento cuantitativo. Hasta el punto de que el espesor de los tabiques rozaba la falta de aislamiento acústico. Frampton encuentra el origen de este afinamiento de la vivienda popular en el desafío que le planteaban jóvenes arquitectos alemanes y checos del ala izquierda de la CIAM (Congreso Internacional de Arquitectura Moderna) en los años 1928 y 1929.  Busca la vivienda mínima formando alineamientos ilimitados para constituir la ciudades organizadas por zonas a partir de bandas paralelas y rascacielos cruciformes. Las zonas principales eran las de negocios, la cultural y la residencial. Un combinación de sus rascacielos cruciformes y las viviendas en hileras con todo elevado sobre pilotes para hacer permeable las zonas.

Le Corbusier Ville radieuse
La Ville Radieuse. Le Corbusier. 1931

Aunque la Cité Radieuse no llegó nunca a realizarse los desarrollos urbanos de la posguerra fueron influidos por las ideas de Le Corbusier, que ya había abandonado la idea de una ciudad finita con una forma significativa.

Le Corbusier Fernand Léger
The Four Ciclist. Fernand Léger

Tanto a Le Corbusier como a su fiel colaborador y primo Pierre Jeanneret, siempre les pareció, al principio de su carrera con la arquitectura doméstica de los años veinte, que había una fuerte conexión entre la vivienda y su entorno natural, pero nunca habían pensado a la extraordinaria escala que podían llegar en esta relación con la naturaleza. Buena parte de esta transformación fue el abandono del purismo, en sus expresiones geométricas con superficies blancas, para prestar atención a la mampostería rústica de la construcción vernácula. Una conversión acelerada por su decepción con el maquinismo, del que ya no sólo esperaba beneficios para la humanidad. Desarrolló entonces un estilo inspirado en el brutalismo del pintor Fernand Léger. Pero una mente compleja como la de Le Corbusier era capaz de emprender nuevos camino sin abandonar del todo los ya recorridos. Así en la realización en los años treinta de edificios con muro cortina o en la faceta surrealistas puesta de manifiesto en el ático de Beistegui; en la adopción de lo vernáculo en la capilla de Ronchamp de 1950, evocando el carácter monástico de su iniciatoria experiencia en Ema y en la casa de Les Mathes de 1935 con sus muros rústicos.

Le Corbusier Ático
Ático De Beistegui. Le Corbusier
Le Corbusier Mathes
Casa Mathes. Le Corbusier. 1935
Le Corbusier Capilla
Capilla Ronchamp. Le Corbusier. 1950

Este cambio lleva a Le Corbusier a enfatizar los materiales y su textura, usándolos como protagonistas de su expresividad en forma de collage. Abandona así el envoltorio clásico de las viviendas de los años veinte con sus tersas superficies y la claridad formal de cubos y prismas. En la vivienda Jaoul (1956) no quedan rastros del purismo mítico. La obra usa ladrillo cara-vista, madera y hormigón. Irracionalidad controlada de un arquitecto libre de sus propios dogmas, que reinterpreta la arquitectura vernácula mediterránea en una versión solemne e introspectiva.

Le Corbusier Jaoul
Casa Jaoul. Le Corbusier. 1956

Al realizar en Marsella el edificio de viviendas Unité d’habitation en 1952 vuelve a un maquinismo transformado ahora por el brutalismo de su etapa de posguerra. La superestructura de hormigón del primer nivel exhibe una textura premeditadamente rugosa e hipertrofiada. Va más allá de la Cité Radieuse creando una estructura celular con el uso de balcones con parasoles (brise soleil) y marquesinas de hormigón que sobresalían del cuerpo principal. La modulación del edificio inaugura un nuevo orden «clásico». La dotación de servicios emulaba el falansterio de Fourier por su tamaño y aislamiento del entorno. La idea es democrática: se trata de alojar al hombre corriente en un recinto principesco, dignificando, al tiempo, a la propia arquitectura.

Le Corbusier Unité
Unité D’habitation. Le Corbusier. 1952

La capilla de Ronchamp expresaba un interés por el carácter escultórico de los objetos arquitectónicos. Un interés que se consolida en los monumentos de Chandigarh, la nueva capital administrativa de la región india del Punjab. En esta oportunidad, Le Corbusier retomó el orden urbanístico de su Ciudad Mundial. El arquitecto consigue la unidad simbólica a partir del concepto tradicional del parasol de Fatehpur Sikri y la aplica de forma original en los distintos edificios y de forma ejemplar en la Asamblea.

Le Corbusier Chandigarth
Asamblea de Chandigarh. Le Corbusier. 1965

Frampton reconoce que el carácter abstracto de esta ciudad abstracta, puede que cumpliera con las ambiciones del Primer Ministro Nehru de mostrar, tras la independencia de la India en 1945, una India moderna y mecanizada. Pero, en palabras de Frampton «la naciente crisis de la ilustración europea, su incapacidad para alimentar una cultura existente o incluso para mantener la significación de sus propias formas clásicas, y la falta de cualquier objetivo más allá de la constante innovación técnica y el óptimo crecimiento económico: todo parece estar resumido en la tragedia de Chandigarh, una ciudad diseñada para los automóviles en un país en el que muchos aún carecían de bicicleta»

Este breve repaso de la obra del arquitecto más célebre de la era moderna, en un resumen de los sutiles artículos de Frampton, ha puesto de manifiesto la compleja personalidad profesional y el total compromiso de Le Corbusier con los retos que su tiempo le planteó. Los encaró con su personalidad completa, en su faceta racional e irracional, como, probablemente hizo con su muerte cuando entró en el mar mediterráneo para no volver.

Sigue en IV…

 

(II) Historia crítica de la Arquitectura moderna. Kenneth Frampton. Reseña (7)

… viene de I

Hasta que Le Corbusier monopoliza el discurso arquitectónico y crea la ilusión de unidad, la Viena fin de siglo y la ruptura formal en mil pedazos de la interpretación de la mirada que cubistas, expresionistas, dadaístas y demás seres del universo vanguardista generan en las artes plásticas y la literatura de la primera mitad del siglo XX es decisiva. Incluso, la política se ve influenciada: ¿habrá un régimen más surrealista que el fascismo italiano?. Generado en el subconsciente, donde reside la voluntad de poder, y expresado en trazos compulsivos se prepara para conmocionar el mundo con su irracional propósito. En ese caldo, en el que el maquinismo ha superado su fase de curiosidad, que daba lugar a escenas anacrónicas de autos y caballos, y los vapores de las máquinas ferroviarias ya no atraen la mirada de Manet, en ese ambiente, los futuristas cantan poseídos por el atractivo de los avances tecnológicos. Toda novedad pasa en nuestra alma por fases que van del asombro al hastío. Como nos ocurre ahora con los juguetes electrónicos, mientras no llegue una convincente realidad virtual.

La arquitectura está en el mundo y, por tanto expresa a través del arquitecto ese mundo. Y el mundo previo a la Segunda Guerra Mundial es Europa, o por lo menos, eso creía Europa, hasta que supo de Frank Lloyd Wright. Es época de convulsiones políticas en las que cae un imperio (el Austro- Húngaro) y, ya desde su comienzo, empieza a caer el que pretendía ser su sucesor (el III Reich). Pero es también una época de convulsiones en filosofía: en 1927 publica Heidegger su «Ser y Tiempo» y los proto analistas de Oxford empiezan a pelearse con el lenguaje, mientras en Francia los estructuralistas dan el toque necesario para lanzar otro punto de vista completamente original sobre el mundo: la lengua, los mitos y los signos y su cabalístico mundo constituyen una tesoro que atrae la mirada intelectual del arquitecto que sabe que su misión es dar, también, cobijo a las ideas para que se encuentre «como en casa«. Así la «máquina de habitar» responde al maquinismo y su poesía, pero la casa familiar a la nueva fenomenología y su excitación espiritual. El arte se vuelve abstracto con Kandinsky y la arquitectura busca la abstracción en la blancura y la lisura de paredes que parecen disiparse en el aire. Su evolución es rápida, tan rápida que madura en poco años y deja la semilla de la mirada bizca que hoy produce contemplar como «moderno» un edificio de los años treinta o sufrir un calambre al ver surgir edificios ahora que «fueron pensados» hace 100 años. Quizá por eso, la arquitectura moderna, huyendo de la lisura y la blancura obsoletas, ha abierto, con la complicidad de la tecnología (como siempre) la puerta al universo de lo informe con la mala conciencia de que ese camino ya lo recorrió Miró. Tras el manierismo de la llamada postmodernidad, el manierismo de la contemplada exhibición de músculo tecnológico en altura, anchura y profundidad. Estamos en una época olímpica, es decir del «altius, fortius, citius» = «más alto, más fuerte, más rápido«.

HAY QUE DESPEJAR EL PANORAMA

Frampton empieza siempre sus capítulos con un texto que considera una introducción atractiva para lo que sigue. En este caso empieza con un texto de Adolf Loos del que extraemos este párrafo:

«Llamo cultura a ese equilibrio entre el interior y el exterior del hombre, que solo puede garantizar un pensamiento y acción razonables»

Adolf Loos (1870-1933) es hijo de un cantero que recibe formación tecnológica en el Royal and Imperial State Technical College y, posteriormente, en el Dresden College of Technology. Ya con 23 años viaja a Estados Unidos y, aunque no encuentra trabajo, se familiariza con la arquitectura de chicago y los escritos de Sullivan (1856-1924), especialmente Ornamento en la Arquitectura, que tiene, en opinión de Frampton, influencia sobre su célebre texto Ornamento y delito, escrito dieciséis años después. Extraemos un párrafo de este texto:

«Ornamento es fuerza de trabajo desperdiciada y, por ello, salud desperdiciada. Así fue siempre. Hoy significa, además, material desperdiciado, y ambas cosas significan capital desperdiciado. Como el ornamento ya no pertenece a nuestra civilización desde el punto de vista orgánico, tampoco es ya expresión de ella. El ornamento que se crea en el presente ya no tiene ninguna relación con nosotros ni con nada humano; es decir, no tiene relación alguna con la actual ordenación del mundo. No es capaz de evolucionar»

Cualquiera puede entender la perplejidad del ojo contemporáneo al ver brazos tatuados en los jóvenes actuales. Es la misma que experimentó Loos por su condición pionera. Por eso, fue capaz de experimentar en su sensibilidad el cambio que los tiempos estaban experimentando. Naturalmente, sus contemporáneos reaccionaron con ironía, si no burla a su propuesta como muestran las viñetas de enero de 1911.

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Un ciudadano descubre la «inspiración» de Adolf Loos para su edificio de la MichaelerPlatz

La ruptura de Loos se produjo, para más provocación, enfrente del Palacio Real, donde todavía residía el emperador Francisco José I (el marido de la célebre y desgraciada Sissi). El heredero del imperio, Franz Ferdinand (aquel que fue asesinado en Sarajevo en 1914, dando un pretexto a Alemania para comenzar la Gran Guerra de 1914) solía salir de palacio por la puerta de la Michael Platz (donde está el edificio de Loos). Se dice que abandonó esta costumbre por no ver el edificio encargado por la firma de sastres Goldman & Salatsch.

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La casa de Loos frente al Palacio Real

El propio Loos se había mofado del movimiento de la Secesión liderado por Klimt con un texto (Historia de un pobre hombre rico) en el que un arquitecto «total», que había incluído, el diseño de muebles y la ropa de la familia, montó en cólera cuando en una visita a su cliente observó sus pantuflas. El dueño de la casa, aliviado, le dijo ¡Pero son las que usted diseñó!. «Sí, le contestó el arquitecto, fuera de sí, «¡pero para el dormitorio!, ¡usted está estropeando todo el ambiente con esas dos horribles manchas de color!»

Aunque el inspirador de este cuento fue el artista belga Henry van de Velde, Loos dirigía sus dardos contra Olbrich. Sobre el que se preguntaba retóricamente «dónde trabaría Olbrich en diez años«.

En todo caso, la revolución de Loos es tan anticipatoria, que todavía hoy experimentamos una extrañeza simétrica, la que el buen arte produce, cuando contemplamos una obra de Loos como la Casa Müller de Praga con un coche de época en la puerta. Naturalmente, para sus contemporáneos el coche era familiar y la casa un horror en su simplicidad. Un sentimiento que puede ser aún medido entre la ciudadanía que aprecia los edificios «que les dicen algo«. Con este edificio, Loos, expresaba al final de su carrera, su plan para los volúmenes.

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Casa Müller en Praga

Él mismo se quejaba de que sus contemporáneos, poco cultivado para los nuevos tiempos, consideraban que la auténtica grandeza residía en un libro cerrado. Loos consideraba, además, que el ornamento era un sistema de esclavitud de los artesanos y una pérdida de tiempo y dinero social. Ya en 1989 ironizaba con los edificios concebidos usando el Renacimiento italiano y todas sus combinaciones de elementos posibles que flanqueaban el Ring de Viena (el trazado de la antigua muralla de la ciudad). En su obra Arquitectura, Loos argumenta que en lo edificios modernos hay más construcción que arquitectura como arte, pues ésta reside fundamentalmente en los cenotafios y monumentos, quedando el resto, aquello que tiene una utilidad, alejado del arte. La arquitectura moderna ha tomado de Loos sus propuestas de diseño, pero no sus ideas meta arquitectónicas, pues ha incorporado a la construcción y a las más desornamentadas superficies a su seno. (Flaneur)

Su posición teórica se inspira en los años que pasó en Estados Unidos, un país en el que el sentido práctico es una seña de identidad. Pero su simplicidad exterior se transforma en elegantes interiores eclécticos basados en su convicción de que no hay visionarios rupturistas sino diseñadores capaces de enlazar con el pasado armónicamente. Por eso usaba frisos y superficies pulidas sin temor a contradicción. Pensaba que las paredes y las piezas fijas (por ejemplo un mostrador) «pertenecían al arquitecto» y que los muebles debían ser al gusto de los propietarios. En el caso de edificios públicos escogía muebles estándar.

Para Frampton, Loos fue el primero en plantear el problema de cómo combinar los sólidos platónicos con las necesidades de volúmenes irregulares para dar satisfacción a las necesidades. Este problema lo expresó en sus villas para el Lido veneciano en 1923. Volúmenes que sirvieron a Le Corbusier para su más pura villa: la de Garches de 1927.

Adolf Loos 5 Lido
Adolf Loos. Viviendas para el Lido (1923)
Le Corbusier Garches
Villa Stein-de-Monzie en Garches. Le Corbusier (1927)

RESTOS DEL NAUFRAGIO

Henry van de Velde (1863-1957) o cuando la arquitectura se ocupaba de los muebles seriamente. Loos consideraba un agravante para un condena aceptar tener muebles Velde en la celda. Sin embargo, fue un arquitectos consecuente con su idea de arte total desde su incorporación al grupo Les XX en Bélgica. Tuvo fuertes influencias del Art&Craft británico de Morris y los prerrafaelitas. Aunque rechazó la pretensión de medievalizar la arquitectura. También fue un convencido socialista que compartió ideas con Emile Vandervelde la cliente de Horta para la Casa del Pueblo. Estaba convencido de la influencia del entorno físico sobre la conducta social y política, partiendo de la casa familiar. Distinguía sutilmente entre ornamentación y ornamento. La primera no tenía relación con el objeto que decoraba, pero la segunda sí, por ser funcional, estructural, integrando al objeto en ella. Se suma al desmontaje de la fantasía de la Secesión vienesa. Fue profesor en la Escuela de Arte del Gran Ducado de Saxe-Weimar, lo que le dió responsabilidad sobre la Academia de Bellas Artes que fue el antecedente de lo que sería más tarde la Bauhaus. Tuvo una trascendente reformulación de su postura teórica al considerar que no tenía derecho a imponer sus formas al mundo. Pensaba que no había relación entre sus ideales y la realidad. Se interesó por la escenografía en la medida que encontraba una unión ejemplar entre el desempeño de los actores y los espectadores como punto culminante de la vida social. Concibió varios teatros a partir de esas ideas, tales como el Dumond en Weimar, el Teatro de los Campos Elíseos en París y en el Werkbund Exhibition Theatre en Colonia (1914). El teatro de París fue concebido en hormigón armado y Van de Velde encargó la ejecución a los hermanos de Auguste Perret con la consecuencia de que perdió su influencia sobre la obra, siendo relegado a la condición de arquitecto consultor para Auguste Perret.

Van de Velde TCE
Teatro de los Campos Elíseos. 1913

Auguste Perret (1874-1954) todavía prolonga el Racionalismo Clásico desde el inicio de su carrera. Así, el Casino de Saint Malo en 1899 y el edificio de apartamentos en la avenida Wagram de París en 1902 con su llamativa bay-window en su racionalista eje de simetría. El ornamento floral evoca el estilo de la Belle Epoque.

Perret Avenida Wagram
Edificio de la Avenida Wagram París. 1902
Perret NDR
Notre Dame du Raincy. 1924

Fue pionero en el uso del hormigón armado tras la lectura de Hennebique El hormigón armado y sus aplicaciones de 1902 y lo utilizó en sus edificios. También fue influido por Auguste Choisy (1841-1909) un ingeniero convencido de que los estilos arquitectónicos no eran consecuencia de la fantasía de la moda, sino de los avances tecnológicos. Para Perret el hormigón armada permitía actualizar la virtuosa y sincera arquitectura de lo edificios góticos. Compitió con energía con Van de Velde para acabar quedándose con la dirección final del Teatro de los Campos Elíseos, respetando la idea general de aquel, pero mostrando su maestría en los detalles. En 1903 repitió la forma de la avenida Wagram en el edificio de la Rue Franklin de París. Con su pragmático ajuste a las normas urbanísticas mantuvo su intención de evocar su admiradas formas góticas al forzar la estilización de la fachada partiéndola en volúmenes cuya esbeltez es manifiesta. Junto con Choisy consideró al marco estructural la quintaesencia de la forma del edificio. El encargo de una iglesia en 1922, le permitió mostrar su dominio en el diseño servido por estructuras de hormigón armado. Para la Exposición de las Artes Decorativas de 1925, llevó a cabo una rehabilitación en la que una ligera simulaba ser una estructura pesada. Esta falta de «racionalismo» la excusó Perret por el carácter temporal del edificio. En contraste, solo falta un año para que Le Corbusier publique su «Les 5 points d’une architecture nouvelle. 

Pasado el tiempo, se puede disfrutar de la mutación de la arquitectura de esta época, aún anclada en ideas y formas al pasado, que puede representar Perret, que incluso al novedoso hormigón armada lo pone al servicio de formas inspiradas en el gótico o el clasicismo, y la arquitectura moderna del siglo XX y aún del XXI que representa Loos e intelectualiza Le Corbusier.

ROMPIENDO CON EL PASADO

Agotadas las posibilidades de los antiguos órdenes e, incluso, declinando el uso de nuevas técnicas al servicios de viejas ideas, empiezan a mostrarse en Europa las posibilidades que estaban enunciando los pioneros. Entre ellos y a pesar del dominio de los británicos en la industria, destacan los alemanes que supieron ver la importancia de renovar la arquitectura industrial. Quien mejor vió las posibilidades fue el arquitecto Gottfried Semper (1803-1879) con su libro Ciencia, Industria y Arte de 1852. Un libro con el que hizo mirar a su tiempo hacia un nuevo arte, contradiciendo la pretensión de los prerrafaelitas de volver la mirada hacia el pasado. Su tesis general sobre la influencia socio-política sobre el estilo fue malinterpretada hasta que llegó al intensa expansión industrial en Alemania durante el último cuarto del siglo XIX. En esa época, la industria alemana era considerada barata y «antipática». Lo que era resultado del impulso político de Bismarck a una rápida expansión de la industria tras la unificación del país. Una de las consecuencias fue la creación de la Sociedad Alemana de Electricidad (AEG) que en siete años tuvo un crecimiento extraordinario con clientes en todo el mundo.

Tras la muerte de Bismarck en 1890, se vió la necesidad de pasar de una industria rudimentaria en sus formas a otra en la que el diseño y la calidad tuvieran una importancia decisiva. Había, pues, que formar a una generación de artistas que estuvieran orientados hacia la industria. El enfoque tomó escala nacional, si no nacionalista, y se envió en 1896 al arquitecto Hermann Muthesius (1861-1927) con el encargo de estudiar la arquitectura y diseño inglés. A su vuelta en 1904, recibió el encargo de renovar la formación alemana en materia de artes aplicadas. Resumió su experiencia inglesa en el libro Das Englische Haus, impreso en 1904. El impulso llevó a Peter Behrens (1868-1940) a la dirección de la Escuela de Arte de Dusseldorf.  Muthesius, Neumann y Schmidt se aliaron para fundar la Deutsche Werkbund (Federacion Industrial Alemana) a la que se adhirió desde el primer momento Peter Behrens. De este modo trataban de neutralizar la resistencia de los artesanos tradicionales. Para Behrens el contacto con AEG y la industria en toda su potencia práctica, le supuso el abandono de su ideas juveniles relacionadas con la «voluntad de forma» de Nietzsche, concluyendo que la industria era el destino de Alemania en el marco del «espíritu del pueblo» al que él debía servir como artista. Así cristalizó su concepción de la industria como espíritu de los tiempos en la Factoría de Turbinas.

Beherens Turbinas
Factoría de Turbinas (AEG). 1909

Para Frampton es una obra de arte premeditada, «un templo del poder de la industria». Pero Behrens que lleva mal el predominio de la industria evoca en la factoría a la granja que resuelve la nostalgia de la todavía reciente prevalencia del campo. Behrens que es un conservador, aclara su posición en el texto ¿Qué es el arte monumental?, pregunta a la que responde que es la expresión del poder dominante en cada época. También aprovecha para polemizar con Semper y su teoría de la influencia de la tecnología y los límites de los materiales sobre la arquitectura. En su opinión, es la voluntad de forma que reside en unas élites con el talento suficiente para no ser esclavos de la tectónica. Una postura que traslada a los productos de la AEG. Plantea así un conflicto entre Norma y Forma y entre tipo (genérico) e individualidad, que influye en la Werkbund que redacta en su asamblea de Colonia de 1914 un manifiesto sobre cómo abordar la relación del diseño y la producción industrial. Walter Gropius (1883-1969) trabajaba en la oficina de Behrens desde 1910. En marzo, cuando tenía veintiséis años envió a AEG un memorándum para racionalizar las casas de los trabajadores. El documento es magnífico y todavía conserva valor como muestra de un trabajo exhaustivo sobre cómo prefabricar. En estos años, tanto él como Adolf Meyer trabajan para la industria con el diseño de la carrocería e interiores de locomotoras y coches-cama. Releen la sintaxis de Behrens y sus esquinas ya no son de mampostería como en la factoría AEG, sino de cristal. El logro armoniza el clasicismo marca de Behrens de las columnas colosales de ladrillo con el friso horizontal del mismo ladrillo y la novedad industrial de paneles de cristal de toda la altura del edificio produciendo la ilusión de que cuelgan milagrosamente de la parte superior.

Gropius Fagus
Fagus Factory. Gropius y Meyer. 1911

Behrens FrankfurtLa historia se echa encima de los arquitectos alemanes de la Werkbund y reciben el encargo de diseñar las tumbas destinadas a los caídos en la Gran Guerra. Tras la guerra, Behrens es otro hombre. Abandona el clasicismo y el misticismo asociado del poder industrial. Ahora investiga buscando un arte edificatorio que exprese la verdad del espíritu del pueblo alemán y la encuentra en un neomedievalismo. Una síntesis que pone a prueba en el encargo de Frankfurt-Höchst en 1920. Finalmente Behrens se aproxima al Art Deco en sus últimas obras, mientras la Werkbund pasa el testigo a la «nueva objetividad».

TRANSPARENCIA

Paul Scheerbart (1863-1915) era un hombre apasionado. Y si lo fue en la vida para la promoción poética del vidrio en la construcción, no lo fue menos para su muerte, que se provocó por inanición, dada su condición de pacifista durante la Gran Guerra. Su utopía del cristal se expresa bien en esta frase de su libro Arquitectura de Cristal:

«La faz de la Tierra experimentaría un profundo cambio a partir del momento en el que la Arquitectura del cristal suplantase por completo a la Arquitectura del ladrillo. Sería como si a la Tierra se la engalanase con joyas de esmaltes y brillantes. La maravilla de un espectáculo semejante es del todo inimaginable»

Todo ello se piensa y se dice en una atmósfera de expresionismo artístico que las artes plásticas lideran y la arquitectura anhela y persigue en oposición a la cultura oficial. La Werkbund cumple un papel de cohesión en esta búsqueda. La tensiones se perciben en le contrate entre el neo-clasicismo de Behrens y el organicismo de Henry van de Velde (1863-1957) o entre las formas de tratar el vidrio en la factoría de Gropius y Meyer frente a la fantasía del pabellón de Bruno Taut (1880-1932). La «voluntad de forma» de Behrens convive con el aforismo «La luz reclama al cristal» de Scheerbart. En 1914 las Werkbund muestra el pabellón de cristal de Taut, que como un nuevo Tempietto despierta pasiones que certifican la muerte del ladrillo (Qué diría el Moneo del museo de Mérida). Desde luego el vidrio y el hormigón ha formado una pareja imbatible en los últimos años con su contraste textural y sus distintas propiedades física y térmicas. Aún todavía se está aprendiendo a usar el cristal para evitar los inconvenientes de un uso ingenuo de sus cualidades, provocando falta de confort en los usuarios. En 1918, con el eco del Gran Berta aún en los oídos, Taut y Behne se dedican a promover el arte en cooperación con la gente. En 1919 su manifiesto dice:

«El arte y la gente deben ser una única entidad. El Arte no será mucho tiempo más un lujo para una minoría, pues debe ser disfrutado y experimentado por las masas»

Suena aquí el eco de la pretensión de las vanguardias de un Arte para la vida. El movimiento del Comité por el Arte (Arbeitsrat für Kunst) reúne a unos cincuenta artista, arquitectos y clientes de los alrededores de Berlín. Se incorporaron artista del movimiento Die Brücke (el puente) como Nolde o Marcks.

En 1919 llevan a cabo una exposición bajo el título de «Arquitectura desconocida» y en cuya introducción Walter  Gropius (1883-1969) lleva a cabo lo que se podría considerar las proto ideas para su Bauhaus en Weimar. Es un momento muy brillante en el que la arquitectura es flanqueada por el arte, como en el medievo, para dar un salto cualitativo. Una postura que es rechazada por quienes ven ella el eco de la cultura de la temida Unión Soviética. El final de la revolución espartaquista de Rosa de Luxemburgo, pone, también fin a la actividad de Arbeitsrat für Kunst, o como sus miembros gustaban decir a la «cadena de cristal«. Ha llegado la corta época de la nueva Objetividad (Neue Sachlichkeit) que involucra a Gropius, Meyer y pretende salir de la paralización del ideal previo dándole salida por una apuesta por el realismo de inspiración socialista llegada del suprematismo soviético, encontrando en la arquitectura una forma de expresarse poderosa para atender necesidades masivas de habitación resueltas con ingeniosos empotramientos de elementos funcionales. Quien más se acercó a la utopía del cristal no fue Taut, sino Poelzig (1869-1936) con su teatro para Max Reinhardt en 1919.

Poelzig
Teatro. Poelzig. 1919

Y quien mejor expresó la nueva objetividad en su trabajo fue Gropius con su Teatro Total de Berlín. Un teatro proletario concebido para Piscator (un director artístico amigo de Beltor Brecht) un edificio versátil por su movilidad que permitía ser proscenio, zona de orquesta o pista según necesidades.

Erich Mendelsohn (1887-1953) materializa la utopía de la época con la orgánica Torre Einstein de 1921 inspirado por Van Velde y el pabellón de Taut. En su pretensión de encontrar una arquitectura que responda a sus preocupaciones de que la arquitectura de puro funcional derive en mera construcción se aparta de sus experiencias holandesas y trata de encontrar su propio camino que bordea el organicismo mientras trata de optimizar los nuevos materiales. Sus almacenes Petersdorff en Breslaw construidos en 1927 es una magnífica síntesis que ha inspirado a muchas obras posteriores.

Hay que destacar también los esfuerzos de Stefan Häring para que el Movimiento Moderno tuviera trazas de organicismo, lo que no pudo conseguir debido a la oposición de Le Corbusier en el acto fundacional del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, celebrado La Sarraz (Suiza). Häring compartió despacho con Mies y cuenta Frampton que se influyeron mutuamente. Eran tiempos complicados en la que, en algún lugar de Alemania un joven arquitecto de veintiséis años se apunta al partido nazi que barrerá toda la efervescencia artística de la época por «degenerada» para atender la demencia de su jefe.

ASPIRANDO AL TODO. La Bauhaus.

Gropius, como Wagner, quería reunir en torno a la arquitectura a los artistas y a una nueva artesanía que posibilitaran la obra material y artística total. Su Beyruth fue la Bauhaus de Weimar, probablemente el esfuerzo colectivo más ambicioso que la arquitectura podía disfrutar, estando en el centro de un vertiginoso vórtice de talento. Que en un mismo edificio, pudieran estar Paul Klee, Van der Rohe, Gropius, Vassily Kandinsky, Gerhard Marcks, etc. es una prueba de la potencia e inteligencia de una parte de la sociedad alemana. Gropius quería una institución en la que cayera la «arrogante barrera» que existía entre artesanos y artistas. La Bauhaus, un nombre elegido por Gropius, fue la prolongación de un programa de formación artística generado a partir de la conciencia del carácter «nasty» de los productos industriales alemanes. Primero la Deutsche Werkstätten con Poelzig y Behrens y, después con la Escuela de Arte y Artesanía del Gran Ducado en Weimar bajo la dirección del arquitecto belga Henry van de Velde, que no tardó en ser despedido por su condición de extranjero. No fue tarea fácil para Gropius hacer valer su criterio de crear una institución así, pues había quien solicitaba una escuela de Bellas Artes separada. Gropius venció, pero la fisura ideológica persistió durante toda la vida de la Bauhaus (1919-1932). El programa coincidía con las ideas de Bruno Taut para la Arbeitsrat für Kunst: la suma compleja, sin límites entre las especialidades, de escultura, pintura y artesanía era igual a la Arquitectura. La palabra Bauhaus evocaba la Bauhütte o logía de los constructores medievales y su programa era crear la catedral del socialismo con la cooperación de todos los que aportan a su «construcción».

IttenLos primeros tres años, la personalidad más influyente fue la del pintor y profesor Johannes Itten (1888-1967) que trató de crear un método pedagógico para la formación de los alumnos basado en la realización de collages para estimular el aprendizaje por la acción. Estaba inspirado pedagógicamente por Froebel (que tanto influyó en Wright), Montessori y John Dewey. Itten era un místico antiautoritario influido por la sensación de decadencia que la obra de Spengler y la desgracia de la Gran Guerra le produjo. Las divisiones entre Itten y Gropius, en torno a una enseñanza mística o racional, se acentuaron cuando se incorporaron a la escuela Theo van Doesburg y Kandinsky. Pero la personalidad de Doesburg influyó en Gropius hasta el punto de que los muebles de su oficina y el proyecto con Meyer para el concurso del Chicago Tribune tenían muchos de los rasgos de sus propuestas.

Gropius Chicago Tribune

Un artículo de Gropius proponiendo de nuevo la reconciliación de la industria y el diseño artesanal provocó la dimisión de Itten, al que Gropius reprochaba su místico rechazo del mundo. De forma rápida se le sustituyó con el artista constructivista húngaro László Moholy-Nagy (1895-1946). Su diligente uso del teléfono para, por primera vez, transmitir información artística a un fabricante impresionó a Gropius.

Su pintura «del teléfono» bien podría ser el diseño inspirador del primer iphone de Apple.

 

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El círculo amarillo. László Moholy-Nagy

La conjunción de la Stijl en la persona de Theo van Doesburg y de Maholy-Nagy tuvo una rápida influencia sobre la arquitectura de Gropius y Meyer, influencia de la que el edificio de la Bauhaus en Dessau en 1926 es una buena muestra. Dos modelos de casas entraron en contraste la casa Sommerfeld, concebida  y la que se construyó para la exposición de la Bauhaus de 1923. La primera se presentó con una intención conservadora con un interior con productos de la propia bauhaus que incluía madera tallada y vidrio coloreado. La segunda fue concebida como una «máquina de habitar» con las instalaciones de calefacción vistas, ventanas de acero y muebles sencillos. El traslado a Dessau reforzó las ideas básicas de derivar la forma de los métodos productivos y atender las limitaciones impuestas por las características de los materiales y las necesidades programáticas. También aumentó la generación de nuevos diseños de muebles en madera y acero con la dirección del arquitecto Marcel Breuer (1902-1981). En 1928 Gropius dimite con naturalidad y nombra a Hannes Meyer (1889-1954) como nuevo director. Lo siguieron Moholy-Nagy y Breuer al comprobar que bajo la dirección de Meyer la Bauhaus enfatizaba el diseño metódicamente riguroso. Meyer, en efecto, impuso un programa de contrachapados, desmontables, sencillos y baratos, aunque fueran criterios de diseño antes que ideológicos los que primaron. Meyer fue víctima de las presiones de la izquierda política alemana para cesarlo, pero, además, los partidos de derecha propusieron el cierre de la institución. El alcalde de Dessau intentó por todos los medios que la Bauhaus permaneciera allí bajo la dirección de Mies van der Rohe (1886-1969), pero fue trasladada a Berlín en 1932 y nueve meses después fue cerrada.

LO UNO Y LO UNIVERSAL

Antes de que el mundo europeo se desplomara en la segunda Guerra Mundial trasladando, de alguna forma, la inteligencia artística a los Estados Unidos empujada por la estulticia nazi y fascista,  el continente era un burbujeante lugar lleno de iniciativas. Viena, Weimar, Amsterdam y París fueron verdaderos faros de luz creativa que le dió forma y expresión al mundo moderno. Los nuevos bárbaros artísticos, fauvistas, cubistas, expresionistas, dadaistas, surrealistas buscaban y rebuscaban movidos por el vértigo del maquinismo y el rechazo de las convenciones nuevas formas de expresar el mundo a través de su sensibilidad. Una explosión de talento de la que todavía vivimos.

Las permeables fronteras europeas permitían que los arquitectos holandeses, belgas y alemanes verdaderamente comprometidos con el progreso que parecía pedir los tiempos, se influían mutuamente. En Holanda este bullicio tomó el nombre de De Stijl (El Estilo) y fue obra de tres hombres: Piet Mondrian (1872-1944), Theo van Doesburg y Guerrit Rietvelt (1888-1964). Su manifiesto declaraba la guerra al individualismo, una guerra que a la altura de 2017 está completamente perdida, pues ha reverdecido con potencia con el fuel neoliberal. Este movimiento duró unos 14 años. Fueron influidos por el pensamiento neo plástico del matemático Mathieu Schoenmaekers (1875-1944). El nombre ya había sido manejado por Semper en su estudio crítico Stil in den technischen und tektonischen Künsten oder partische Ästhetik de 1860. Quizá de ahí lo tomó Berlage para proporcionarlo involuntariamente al grupo. La influencia del matemático tuvo que ver con la elección de los colores básicos (amarillo, rojo y azul) para la pintura de Mondrian. Mondrian frecuenta a Schoenmaekers mientras sienta las bases de su posición teórica sobre un Neo Plasticismo que publica en 1917. Junto al pintor Bart van der Leck (1876-1958) concluyen que han llegado a un nuevo y puro orden plástico. Las líneas horizontales simbolizan el movimiento de la Tierra alrededor del Sol y las líneas verticales al rayo que proviene del sol. Obras significativas son The Cow de Doesburg e Interrelation of Masses de Vantongerloo.

El principio de De Stijl no incluye obra arquitectónica. Entre los primeros figura el arquitectos, Gerrit Rietveld (1888-1964), el creador de la silla Roja/Azul, quizá la primera incursión del movimiento en las tres dimensiones desplegando las formas de Van der Leck. Un modesto mueble que hizo visible las posibilidades del desarrollo estético del movimiento.

En coherencia con el movimiento Doesburg y Van Eesteren diseñan en 1923 una casa a partir de sus investigaciones con la influencia de Rietveld y a espaldas de la influencia de Wright:

El propio Rietveld proyecta en 1924 la Schröder-Schäder House fuertemente influido por los preceptos estéticos de Van Doesburg.

El grupo vino a romperse por las amargas discusiones relativas a la introducción de la diagonal en sus composiciones, los aspectos sociales y la tecnología. Unos enfatizaban la unión del arte y la vida, considerando que la pintura, si no se prolongaba en la arquitectura, no tenía sentido de existencia. Con el tiempo los principales protagonistas del movimiento abandonaron el Neo-plasticismo y fueron influidos por la «Nueva objetividad» con ecos sociales del socialismo internacional. El arte vuelve a su reducto de creación de un lenguaje universal y renuncia a sus aplicaciones prácticas compulsivas en muebles o edificios. Sólo Mondrian parece permanecer fiel a los principios del movimiento. En 1937 escribió en su Plastic and Pure Plastic Art que

«El Arte es sólo un sustituto mientras la belleza de la vida no se ha completado. El Arte desaparecerá en la misma proporción que la vida gane en equilibrio«.

Adolf Loos, La Bauhaus y De Stijl constituyen los tres focos simultáneos de misticismo y realidad que forjaron la arquitectura moderna. Por eso, una vez reseñados, dejamos para la tercera parte de esta reseña a los grandes arquitectos que en el siglo XX sacaron fruto de esa mezcla de pensamiento y acción que Frampton sintetizó magistralmente.  Así pasarán por esa tercera parte Le Corbusier, Mies, Wright, Aalto y Khan.

Sigue en III…

Choose freedom. Roy Hattersley. Reseña (12)

Este es un libro que ha llegado a mis manos como consecuencia de la red de enlaces que hace que se llegue de un libro a otro con cierto criterio. No lo he conseguido nuevo, sino a través del mercado de segunda mano. Fue escrito en 1987 por Roy Hattersley, el vice líder del partido laborista británico, siendo Neil Kinnock el líder, en una época de derrota electoral que no se corrigió hasta la victoria de Tony Blair en 1994. Esta situación lo llevó a interesarse por los aspectos teóricos de la acción socialista, al comprobar el avance de los puntos de vista liberales. Él consideraba que la ideología y práctica gubernamental liderada por Margaret Thatcher debían ser neutralizadas por una reflexión genuina desde el bando socialista. Especialmente se revela contra la consideración de que la libertad es patrimonio de los conservadores y que el socialismo sólo apuesta por la igualdad. En combate intelectual con Hayek y Berlin reclama para el socialismo la aplicación de un libertad basada en la igualdad. Por eso, quizá, con el advenimiento de Tony Blair al liderazgo del partido y posterior victoria en las elecciones generales, con sus propuestas de centrar al partido laborista, si no colocarlo en el centro derecha, no se encontró cómodo y dijo aquello de que «Blair’s Labour Party is not the Labour Party I joined» = «El partido laborista de Tony Blair no es el Partido Laborista al que yo me uní».

Dado el momento de desconcierto en la filas socialistas españolas sobre su posición teórica que le lleva a colocar en el centro de sus preocupaciones la estructura política del Estado español, antes que los problemas materiales de la gente, lo que probablemente esté en el origen de su caída electoral, parece oportuno traer las reflexiones de este socialista inglés en tiempos parecidos de derrota electoral y pérdida de posición intelectual.

La historia enseña que ni siquiera intentos tan enérgicos y trágicos como la Revolución Francesa trajeron la justicia social. Muy al contrario, casi inmediatamente, dio lugar a la emergencia de un poder centralizado que imponía sus criterios y, desde luego, restableció los privilegios a nuevos aristócratas. Esa misma historia muestra que las mayorías han mejorado su situación realmente cuando la ciencia y la tecnología ha aumentado exponencialmente la eficacia del trabajo. Un éxito que que sólo ha quedado mitigado por la paradójica circunstancia de que, ese propio conocimiento científico y tecnológico, han favorecido el crecimiento de la población en una carrera dramática entre conocimiento y demografía. Lo que parece claro es que, en todas las etapas de esa carrera, unos pocos se han llevado una parte desproporcionada de la riqueza por su habilidad para manejar las reglas del juego económico, incluida su elusión siempre que pueden.

RESEÑA

Para esta reseña vamos a seguir la estructura del libro con algunas citas relevantes del propio autor y los comentarios que parezca oportuno hacer.

El elogio de la ideología

Hattersley arranca con esta declaración:

«El verdadero objetivo del socialismo es la creación de una sociedad genuinamente libre, en la que la protección y extensión de la libertad individual es el primer deber del estado» (pág. xv)

Para quien pueda resultarle sorprendente esta declaración hay que señalar que en el término «genuinamente» está la clave. En efecto, a lo largo del libro muy a menudo se refiere a la «verdadera libertad» como veremos. Muy cerca de esta primera declaración encontramos esta otra:

«(la libertad)… debe ser acompañada por suficiente poder económico para dar un significado práctico a su teórica existencia» (pág. xv)

Esta es la base del libro. Hattersley proclama el deber de buscar la libertad, entendiendo por ésta, a la capacidad de elección de los individuos en un contexto de igualdad económica. Sin esta condición le parece que la libertad es una burla. De él mismo declara que no podría haber estudiado sin haber sido becado por la administración y el gobierno socialista. Estudios que le permitieron hacer una larga carrera política conforme a sus deseos. Igualmente declara, en el momento de escribir este libro tiene 55 años, que es un usuario de los cuidados del Servicio Nacional de Salud británico. Este convencimiento le lleva a considerar que:

«… considero la idea de la libertad negativa (libertad como ausencia de coerción) como una broma cruel» (pág. xvi)

Por tanto, le exige al socialismo que debe ejercer y promover una «efectiva» libertad. Una posición que polemiza directamente con la posición expuesta por Isaiah Berlin en Oxford durante una conferencia en 1958. En esta ocasión Berlin propuso la expresión «libertad positiva» para aquella pretensión de dotarse, un gobernante, del enorme poder que requiere dotar de medios económicos o de otro tipo a los individuos a fin de que cuenten con el poder y los recursos para ejercer la libertad. Berlin considera que perseguir un ideal que dará la «verdadera» libertad a los individuos, sea éste la igualdad o la justicia, concentra el poder y da instrumentos para la tiranía. Esta definición de la libertad positiva es muy general y en la aplicación a la economía el peligro reside en el enorme poder que se requiere para vencer las fuerzas que se oponen a la igualdad de ingresos por parte de los más favorecidos por el juego mercantil. Igualdad que, para los socialistas, no sólo es la base de la justicia social, sino de la libertad, al proporcionar los medios económicos para la elección libre que propugna la libertad negativa definida por John Stuart Mill. Esta visión amplia de Berlin según la cual cualquier ideal monolítico corre el riesgo de acabar vertiendo sangre si alcanza el poder, tropieza con el hecho evidente de que la mayoría de los hombres rechazan la pobreza con la misma energía que unos pocos reclaman la libertad de ser ricos.

NOTA 1.- Parece claro que si la parte de la renta que llega a los más ricos se reparte entre toda la población el aumento no es significativo para éstos. En España, en 2016 la renta de las personas físicas declaradas son, en números gordos, de 400.000 millones de euros después de impuestos. Este dinero se reparte entre 18 millones de trabajadores y 9 millones de pensionistas y, puesto que hay 36 millones de adultos, los desocupados por todas las razones son 9 millones.  Las 5.000 personas que declararon rentas mayores de 600.000 euros anuales ganaron 3.000 millones de euros que, si los reducimos a la mitad y le sumamos los 40.000 millones de las rentas del capital, suponen entre los más necesitados (8 millones con ingresos por debajo de 12.000 euros anuales y 9 millones sin trabajo), unos 200 euros al mes a cada uno y divididos entre los 36 millones adultos unos  100 euros al mes,  recursos que así distribuidos no sirven para mucho, pero concentrados pueden resultar decisivos. La cuestión es la distribución. De modo que, parece sensato pensar que reducir las ganancias de los ricos no debe ser para un general reparto, sino para dirigir recursos a cuestiones estratégicas de interés general, como la inversión en empresas, los servicios sociales y la búsqueda incesante de conocimiento para la solución de los problemas prácticos de salud, alimento, medioambientales, etc. Por otra parte, se estima que hay 150.000 millones de euros que se ocultan en paraísos fiscales por parte de contribuyentes nacionales. Si ese dinero pagara impuestos pondría a disposición, al menos, 75.000 millones (con un tipo del 50 %) que repartido por una sola vez entre los 36 millones de adultos resultaría en una alegría momentánea de 2.000 euros, que acabaría en el consumo sin implicaciones estratégicas para los intereses generales. Por otra parte otras cifras globales conocidas por el último informe Oxfam nos dice que 62 millonarios poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial (3.500 millones de personas). Estos millonarios poseen según la lista Forbes 1,8 billones de dólares. Pues bien, si dividimos este dinero entre la mitad de la población mundial resultan 500 euros de una sóla vez. Está claro que no tiene sentido tal reparto, sino concentrar ese dinero en abordar las infraestructuras que eliminen las hambrunas, en mejorar los servicios sociales que garanticen la asistencia sanitaria, la educación, las pensiones y la investigación que aumente las probabilidades de abordar los grandes problemas y, al tiempo, se reduce la escandalosa industria del lujo que se exhibe en Internet generando ambiciones y corrupción. Cuestiones que pueden ser perfectamente legisladas mediante medidas fiscales duras (en los años setenta en E.E.U.U. los impuestos llegaban a tener un tipo superior al 80 %) y obligando a las empresas a repartir meno beneficios y a invertir en proyectos innovadores. Un enfoque de muy complicada aplicación sin que se comprendiese la importancia de estas transformaciones por extensas capas de población. Dificultades que tienen gran arraigo, pues todas las grandes transformaciones políticas que se han llevado a cabo con estas pretensiones han acabado generando nuevas élites que se las han arreglado para mantener las diferencias a la fuerza en regímenes tiránicos y mediante la persuasión de que «es lo que conviene» en los regímenes democráticos. Vistas estas cifras los conceptos claves van a ser concentración de capital para:

  • Inversión en empresas
  • Inversión en conocimiento
  • Gasto en Seguridad Social

Lo que requiere:

  • Democracia.
  • Fuerte presión fiscal para redistribuir la renta e impedir que los recursos vayan a la industria del lujo.
  • Alto grado de transparencia pública y privada para el control de las inversiones públicas y privadas.
  • Alto grado de rendición de cuentas.
  • Castigo rápido de la corrupción.

Consiguiendo:

  • Niveles razonables de libertad negativa para mantener el estímulo por el trabajo manteniendo una tasa de Gini por debajo de 0,25 como en Noruega.
  • Niveles suficientes de libertad positiva que permita un alto grado de asistencia social en salud, educación y pensiones para una vejez activa sin alimentar una burocracia estatal indeseable.

A este régimen se le podría llamar… Democracia Socio-Liberal

Este enfoque según Hattersley tropieza con el atractivo de los puntos de vista de los economistas austríacos von Mises y Hayek:

«Las teorías de von Mises y Hayek poseen, para los privilegiados, la irresistible atracción de legitimar el egoísmo y la codicia» (pág. xvi)

Y considera que ha pasado el tiempo para que los socialistas se muestren agnósticos ideológicamente hablando, pues la igualdad no es un fin en sí mismo, sino que tiene la vocación de aumentar la libertad del conjunto de la población, al dotarla de recursos para ejercerla. Hattersley cita al también político socialistas Anthony Crosland que dijo:

«Socialismo es perseguir la igualdad y la protección de la libertad, en el buen entendido que hasta que no seamos verdaderamente iguales, no seremos verdaderamente libres» (pág. xix)

Cuando Hattersley escribe el ambiente político está impregnado de la ideología liberal como muestra que, poco después el liderazgo de Blair, lleva al partido a la victoria electoral mediante su corrimiento a la derecha. Por eso, no aborda sus propuestas de renovación socialista ignorando los desafíos intelectuales que planteaba el éxito creciente de las posiciones de Hayek, Friedman y otros entre los gestores económicos del mundo occidental. También se da cuenta de que los laboristas no pueden atraer a los electores que necesitan para desarrollar sus políticas, al menos desde las posiciones mantenidas hasta ese momento. Por eso reclama una reflexión que lleve a postulados que neutralicen a los adversarios ideológicos, que, con Thatcher a la cabeza, parecían traer frescura a la política británica eliminado lo viejo que representaban los sindicatos y los socialistas con sus reminiscencias marxistas. Hattersley reclama para su partido una clarificación ideológica porque, en su opinión la impopularidad cosechada es resultado del miedo a que el partido esté más por la regulación radical de la economía, antes que por la emancipación de los ciudadanos o, en el peor de los casos, por nada en absoluto, habiendo derivado en un partido de profesionales de la política sin más objetivo que mantener sus puestos.

Por eso arranca su combate declarando que:

«El propósito fundamental del socialismo, el de la búsqueda de la igualdad, es la ampliación de la política. El socialismo puede, a corto plazo, estar preocupado por los problemas de la propiedad, riqueza, ingresos y la organización económica, pero ésta es una preocupación instrumental mediante la cual conseguir un propósito más fundamental (la libertad)» (pág. 22)

El cree que:

«El socialismo es la promesa de que la generalidad de los seres humanos obtendrán de la economía la fuerza que les permitirán hacer las elecciones que dan significado a una sociedad libre. Es el compromiso de organizar la sociedad de tal modo que se asegure el aumento de la libertad» (pág. 22)

Precisamente considera que las ideologías liberal-conservadoras lo que pretenden es reducir la libertad efectiva de grandes capas de población que, al no contar con recursos económicos, no pueden elegir. Por esos Hattersley considera que:

«Una sociedad socialista ve la libertad, no como una posesión a ser defendida, sino como una meta a conseguir… La libertad es el propósito. La igualdad es el camino en el que puede verdaderamente ser conseguida» (pág. 22)

¿Está la igualdad obsoleta?

La propuesta de Hattersley de lograr la libertad a través de la igualdad es contestada por los neoliberales de forma brusca diciendo que la igualdad es el enemigo de la libertad y que se requiere un alto grado de desigualdad para el éxito de la económico y para un alto grado de consumo por parte de todas las clases sociales. Que la igualdad es imposible por la naturaleza diversa de los seres humanos, y que la igualdad es un ideal que, cualquiera que sea sus valores éticos en años de pobreza extrema, es completamente inapropiada cuando habitamos un sociedad en la que se poseen coches, se es propietario de casas con todos los electrodomésticos, etc. Es usual, también decir que reclamar igualdad en la sociedad actual (la de 1984) es consecuencia de una mentalidad antigua.

Richard Tawney, un historiador de la economía y teórico de la educación social advierte, citado por Hattersley que:

«…(el Partido Laborista) olvida su misión cuando busca un orden social del mismo tipo, en el que el dinero y el poder serán distribuidos de forma diferente, en vez de un nuevo orden» (pág 26)

Este nuevo orden tiene como referente la igualdad como fundamento de la libertad. Hattersley denuncia la intención de confundir «igualdad» con «igualdad de oportunidades«, pues, en su opinión:

«Cuando se hacen sinónimos estos términos su defensores, tanto si lo saben como si no, apuestan por una forma esencialmente competitiva de la sociedad, una organización de las cosas basada en la competencia de los fuerte por naturaleza contra los débiles por naturaleza para el reparto de los escasos recursos» (pág. 32)

De ahí el interés de los neoliberales por combatir la pretendida obsolescencia del concepto de igualdad. Por esa misma razón se opone a su confusión con la «igualdad de oportunidades«, un concepto que ya se defendía en 1860 en el Congreso de los Sindicatos:

«Nuestro sistema educativo debe ser completamente reformado sobre la base de asegurar el objetivo democrático de la igualdad de oportunidades» (pág. 34)

Enfrente estaban aquello que defendían que:

«Dentro de poco la educación deberá ser organizada en base al principio de que sólo un pequeña minoría está preparada para ser educada. Es decir la educación es para unos pocos» (pág. 34)

Así, el partido conservador británico basa sus política en el progreso:

«El progreso general depende del progreso y desempeño de una élite» (pág. 35)

Este es un principio que los partidos conservadores piensan, pero no aplican. Más bien, en la práctica aplican el principio de igualdad de oportunidades al financiar cuando gobiernan una educación secundaria para todos. Pero la igualdad, en opinión de Hattersley, tiene que ir más allá, pues el joven que llega desde un barrio deprimido con familias desestructuradas a una educación igualitaria tiene muy pocas probabilidades de progresar en sus estudios. Esto lo saben bien los profesores de barrios conflictivos. Su labor se vuelve inútil ante unos jóvenes que llegan ya con tan fuertes desviaciones sobre la convivencia y el aprovechamiento del conocimiento puesto a su disposición. Esto es puesto por manifiesto por el informe del National Childen’s Bureau denominado «Born to fail» = «nacidos para fracasar»:

«Los niños que proceden de hogares pobres experimentan un progreso espectacular cuando han sido adoptados por familias, cuyo nivel de vida es mucho mejor» (pág. 39)

Hattersley se revela contra la pretensión de los neoliberales como Hayek y Friedman de que las discrepancias en los premios, estima, salud y mortalidad es el resultado natural de fuerzas azarosas, sin intención y que, por tanto, no procede discutir si esto es razonable o llevar a cabo juicios morales. Rechazada, pues, esta opinión de abandono al azar de las diferencias naturales, educativas y sociales, Hattersley combate la pretensión de resolver el problema con la «igualdad de oportunidades» reclamando la «igualdad de resultados«.

Muy a menudo se compara la gestión de una nación con la tarea de los padres en una familia para explicar determinadas decisiones, como por ejemplo el recorte de gastos, cuando aumenta la deuda. En este caso, Hattersley la usa, igualmente, para explicar porqué es necesaria la igualdad:

«Qué se pensaría de un padre que privilegie en el reparto de los ingresos familiares a su hijo más saludable o la madre que concentre sus cuidados en su hija más inteligente?» (pág. 41)

Termina el capítulo reprochando a sus correligionarios que:

«… hayan sido reticentes en centrarse en la teoría de la igualdad hasta el punto de permitir que sus oponentes propagaran sin oposición la peligrosa tontería, según la cual la distribución de la riqueza se ha de producir en una sociedad competitiva y desigual» (pág. 44)

¿Necesitan los pobres a los ricos?

Dice Hattersley que la igualdad es más fácil de promover en tiempos de crecimiento, pero considera que es precisamente en tiempos de estancamiento o depresión, cuando la igualdad es más necesaria. Por eso se queja del impulso que Margaret Thatcher le dió a los puntos de vista de Friedrich Hayek, que habían sido considerados absurdos en el Reino Unido veinte años antes. En su opinión las pretensiones de las teoría de Hayek se basan en tres puntos atractivos para mucha gente:

«Primero: da respuesta pretendidamente completa y consistente a cualquier cuestión política; Segundo: la mascarada de la defensa de la libertad y, por tanto, el disfrute de la apariencia de ser una doctrina que emancipa y libera. Tercero: justifica grandes disparidades en el poder y la riqueza (unas características que siempre son atractivas, precisamente para los poderosos y los ricos)» (pág. 46)

Identifica el campo de la salud como el que los conservadores más radicales consideran más generador de gasto inútil. Si el pobre no puede pagarse los cuidados médicos, pues que muera. Esta postura tan radical, mantenida por la que ya era «nueva derecha» cuando Hattersley escribió su libro, tiene su fundamento en la cristalización de las teorías de Hayek y Friedman que con el paso del tiempo, en manos de sus seguidores, han perdido los matices (por ejemplo Hayek no descarta la existencia de un sistema de sanidad público). Sin embargo los neoliberales consideran que:

«La tradición de defensa de la libertad de mercado nunca ha sido tan necesaria y nunca ha sido más descuidada» (pág 48)

Hattersley se escandaliza de que Hayek considere que es necesario que una minoría gaste en lo que en determinada época se considera un lujo, para que, con el paso del tiempo, esas comodidades se generalicen.  Hirsch usa la metáfora un grupo ordenado de personas que avanza en formación en la que los de la cabeza alcanzan el disfrute de determinados bienes antes que los de la cola, pero que siempre acaban llegando a las antiguas posiciones pisadas por la cabeza. También es usual utilizar la metáfora de la pirámide de copas de champán en la que vertiendo el líquido en la cúspide, éste se derrama hacia abajo, hacia la base, a medida que se llenan las copas superiores.

La nueva derecha considera que las reglas y las consecuencias de la economía de mercado deben respetarse siempre, con la excepción de los tiempos de guerra o epidemia. Sin embargo no mencionan los períodos de hambruna porque afectan solamente a los pobres. Pero, llama la atención a los socialistas, sobre que no cabe, tampoco, decir que las reglas del mercado siempre están equivocadas, pues en algunos casos son esenciales y, en otros, inaceptables.

Este argumento de la prosperidad extendida a partir de su disfrute por las élites se debilita enormemente cuando llegan los tiempos difíciles en que los ricos encuentras excusas para poner a salvo sus riquezas cortando el flujo hacia abajo y dejando que los más pobres soporten el peso de la crisis. Muy al contrario, tanto Hayek como Friedman, consideran que el estado del bienestar es:

«… siempre y automáticamente un detrimento para la sociedad en su conjunto desde el momento en que disminuye la libertad y daña la eficiencia de la distribución de bienes» (pág. 51)

Hattersley le recuerda a los socialistas que la búsqueda de la igualdad es esencial para el logro de la libertad (para todos) que ellos persiguen. Que hasta que no haya igualdad, no habrá libertad. Los socialistas que crean en la libertad tanto como en la igualdad, no deben apoyar una imposición de la igualdad que la dañe y les advierte que los neoliberales sospechan de la democracia, pues consideran que no se puede dejar en manos de la gente los gastos que una nación debe tener. Esto les lleva a creer, paradójicamente, en gobiernos autoritarios como los más adecuados para que la única libertad que les interesa, la económica, pueda prevalecer. Paradoja ésta de las teorías liberales que ya fueron denunciadas en el pasado, cuando el mercado libre fue compatible con dictaduras fascistas como la de Franco en España o Pinochet en Chile.

El hecho de que la democracia tienda a promover el igualitarismo es objeto de preocupación por los neoliberales. En estos días, se han dado casos de ensayos tecnócratas como el de Italia con el economista Mario Monti nombrado sin elecciones, pero «dando tranquilidad a los mercados«, lo que no deja de ser una tautología, pues los mercados pedían, precisamente, un tecnócrata en el gobierno para estar tranquilos.

Hattersley sospecha que la teoría del «derrame hacia abajo» sólo proporciona un pretexto para eludir la redistribución de recursos, corrigiendo la tendencia del mercado a redistribuirlos injustamente, pues no premia, como pretende Margaret Thatcher, a los que lo merecen. Punto de vista contrario al de su maestro Hayek que considera que el mercado es impredecible y que hay que estar preparado para que premie a los que no lo merecen y castigue a los lo merecen. Para Hayek el mercado es como la gravedad física.

NOTA 2.- Si en un juego hay reglas y ha de jugarse con esas reglas o se incurre en infracción, en el caso del mercado, los neoliberales pretenden que sea un juego con la única regla de la libre competencia. Si esto se acepta, cabe un metajuego en el que se corrigen los resultados del juego al final, dado que tal corrección no se produce al principio, sino que produce la desgracia de los que, contribuyendo al juego, no ven el modo de ganar nunca.

Por tanto, Hattersley responde a su propia pregunta sobre si los pobres necesitan a los ricos, que no, en el sentido de que la sociedad no necesita que haya ricos, sino una verdadera igualdad en términos de posesión de los bienes esenciales que le den sentido a la llamada «igualdad de oportunidades«. En este sentido, considera un error de los socialistas haber permitido que los liberales de la extrema derecha hayan monopolizado la defensa de la libertad.

La organización de la libertad

Hayek considera inmoral la igualdad e incompatible con la libertad (el concepto de libertad que él sostiene). Desde este punto de vista cuanto menos gobierno haya, mejor, pues se eliminan los obstáculos a la libertad (de comercio).

En esta frase, citada en el libro, Hayek expone su punto de vista:

«Naturalmente ha de admitirse que el modo en el que los beneficios y las cargas proporcionados por los mecanismo del mercado podría, en muchos casos, considerarse injustos si fueran el resultado de una distribución deliberada a determinada gente. Pero éste no es el caso. Este reparto es el resultado de un proceso, cuyo efecto sobre determinada gente no es ni premeditado ni previsible. Reclamar justicia de tal tipo de proceso es claramente absurdo y singularizar la responsabilidad sobre algunas personas es evidentemente injusto» (pág. 70)

NOTA 3.- Es decir, no hay injusticia ni inmoralidad allí donde rige la naturaleza, lo que es un error categorial, pues si hay algo artificial (y beneficioso en ocasiones) es el mercado. Pero confundir la correcta creación y adaptación del mercado a las transacciones entre humanos con la aspiración de todos los participantes a repartir el beneficio es grave. Al fin y al cabo aceptar que la competencia ayuda a fijar los precios, no es aceptar que el beneficio de esta estrategia de intercambio tenga que acabar en la únicas manos de la dirección de la empresa considerando a los trabajadores «materia prima» o «recurso humano«, como lo es una máquina o un local cuyo precio también fija el mercado. Y sea dicho todo esto sin olvidar que la naturaleza humana exige estímulos diferenciales, cuestión ésta perfectamente compatible con que al final todos tengan acceso a los recursos que les permiten ejercer la libertad: cobijo, educación, atención sanitaria, pensiones.  Es, la de Hayek, una curiosa propuesta de  rendición de la especie humana y sus aspiraciones a leyes supuestamente naturales y, por tanto, imposibles de cambiar o modular, una acción ésta que los científicos están llevando a cabo continuamente: conocer la leyes de la naturaleza para el beneficio de la especie. El problema se puede plantear en términos civilizados considerando que si determinados mercados funcionan mejor dejados a la libre competencia, sus resultados deben ser redistribuidos, puesto que todos los participantes son imprescindibles. O se puede plantear en términos de confrontación, pues frente a la pretensión de naturalidad de la codicia de unos pocos, se puede colocar el, igualmente natural, deseo irrefrenable de las mayorías a compartir los beneficios de sus esfuerzos.

Hattersley pone bajo sospecha a los defensores de la libertad en que se han convertido los neoliberales al resultar, al final, que sólo les interesa la libertad económica y sus resultados en forma de propiedad injusta, pero inviolable, de la riqueza. Y ello es más evidente hoy, porque en los países occidentales las libertades políticas, en un sentido centrado, no requieren conquista alguna.

Las propuestas de Hattersley de fundamentar la libertad generalizada en la igualdad de acceso a los bienes de la sociedad, choca frontalmente con el concepto de libertad positiva de Isaiah Berlin que lastró las intenciones socialistas con la sospecha de que toda redistribución premeditada de la riqueza implica un poder estatal que conduce a la tiranía. Un peligro que no ve en la libertad negativa, a pesar de que su expresión máxima en la libertad económica produce grandes monopolios en los que, por cierto si se aplican, de momento, acciones de clara libertad positiva cuando el Estado limita su crecimiento y obliga a vender activos. Aquí no protestan los empresarios no afectados pues eliminan la inconveniencias del cártel. Coacciones al pleno desarrollo de la libertad individual que tiene su imagen especular en las coacciones que las constituciones en occidente ponen al desarrollo hipertrófico de los Estados mediante el concepto de Derechos Fundamentales.

Hattersley introduce el concepto de «agenciamiento (agency)» = «poder y derecho de actuar» para reforzar su concepto de igualdad como fundamento de la libertad.

Libertad y Estado

Para un clásico como Hobbes (1588-1679), un hombre libre era aquel que «… que no le es impedido hacer lo que deseara» y para Helvetius (1715-1771) «… un hombre libre es aquel que no está enjaulado, no está prisionero y no es aterrorizado como esclavo» y para Hayek la libertad  sólo puede ser impedida mediante coerción llevada a cabo por otros. Helvetius aclara su concepto de libertad diciendo que no se deja de ser libre por no volar como un águila o nadar como una ballena. Isaiah Berlin dice que es una excentricidad decir que no se es libre si, por estar ciego, no se ve. Ejemplos todos dirigidos a neutralizar el deseo de los pobres que contribuyen a la riqueza general (pero no tiene alas) para tener derecho al bienestar (el vuelo).

En 1876 se prohibió en Gran Bretaña la costumbre de usar niños desde los 4 años para limpiar chimeneas por dentro. Una práctica activada desde el gran incendio de Londres de 1666, que llevaba a los niños esclavos a la muerte por cáncer de escroto y otros males asociado a las condiciones inhumanas en las que practicaban su oficio. Pues bien, los limpiadores adultos (que usaban a los niños) consideraron esta prohibición un «atentado a su libertad«. ¿Es la intervención del Parlamento Británico una coerción a la libertad en el sentido en que la define Hayek?. ¿Qué diferencia hay con el uso que hacen las grandes corporaciones de ropa y calzado o la petroquímicas de los niños y mujeres en Asia? ¿Qué decir de la empresaria australiana Gina Rinehart (una heredera) que propone un salario máximo de 2 dólares al día como salario y que los que ganen poco deben ser esterilizados porque pobreza y estupidez van asociados?

Hattersley dice que los neoliberales, expresión que, por cierto, no le gusta a Hayek, dice por boca de éste que cualquier sistema distinto del que resulta de las fuerzas del mercado es imponer la justicia social sobre la sociedad (pág. 91). Hattersley considera que el error consiste en:

«… fingir que aceptar la distribución (de riqueza) del mercado no supone una elección de un sistema (igualmente arbitrario)» (pág. 91)

A los liberales hay que recordarles que, si Hayek defiende al mercado como el sistema «natural», los ordoliberales rechazaban, nada menos, que el laissez faire de los fisiócratas como «naturalista«, prefiriendo la artificial y bien ajustada «competencia«.

Hattersley aspira a que, además de la igualdad en el reparto de la riqueza, haya equidad en el reparto de la libertad, que no puede quedar acumulada en unas pocas manos. Quien mejor puede contribuir a la libertad para todos es el Estado, que es el enemigo número 1 de los neoliberales (Hayek llega a proponer que sean las empresas las que emitan papel moneda, una cuestión que ahora se plantea con los bitcoins).

La intervención del Estado no tiene porque ser mediante la propiedad de grandes empresas de servicios distintas, en principio, de la sanidad, educación y pensiones. Es suficiente que legisle para dirigir los extras de riqueza a inversiones inteligentes por parte de los generadores de tales riquezas.

A Hattersley le preocupa tanto como a Hayek el estatismo opresor, del que Europa estaba a punto de librarse cuando él escribió su libro con la caída del sistema soviético en 1989. Por eso propone una «igualdad de resultados» en vez de una «igualdad de oportunidades«. Para los neoliberales el proceso de intervención del Estado no debe empezar nunca, porque, una vez en marcha, no parará nunca hasta la tiranía. Sin embargo, no habrá verdadera justicia «libertaria» sin expansión de la justicia social. Justicia social que debe surgir de las condiciones legales establecidas, pero no de la peor cara de la libertad positiva, que es la del paternalismo, según el cual es el Estado quien sabe lo que es bueno para el ciudadano y se lo impone. Es decir la política estatal del socialismo que propone Hattersley es aumentar la libertad de todos poniendo los recursos a disposición y dejar que cada uno haga uso de esos recursos según considere.

Hattersley considera que:

«La línea entre las dos condiciones (aumentar la igualdad o el estatismo paternalista) no puede ser fijada con exactitud. La fuerza política y la debilidad intelectual de los neoliberales es contar con leyes de hierro que creen que pueden aplicar a cualquier situación humana… (y que los liberales creen que) distribuir cualquier producto o servicio mediante un mecanismo distinto del libre mercado es automáticamente negar la justicia del disfrute de los beneficios que el mercado habría proporcionado» (pág. 97)

Hattersley se pregunta ¿Por qué debe haber leyes para restringir el robo de la propiedad privada, pero no leyes para que, mediante impuestos, se reduzca la pobreza? Obviamente se responde que ambas son legítimas. Considera los puntos de vistas de los neoliberales unas simplezas que no contemplan el mundo en toda su complejidad. Por eso se apoya en el filósofo John Rawls para decir:

«… la desigualdad sólo se justifica si la diferencia de expectativas (de una mayor riqueza) es para el beneficio del hombre medio entre los más pobres» (pág. 98)

Él lo resume así:

«Cuando no haya certeza en que la reducción en las libertades (negativas) de un grupo resulta en el aumento de las libertades de otros, tal que se produzca un aumento neto de la suma de libertades, no debemos imponer la nueva legislación» (pág. 98)

Hattersley se escandaliza con la pretensión de los comerciantes estadounidenses de órganos, sangre y tejidos que defienden su comercio de este modo en palabras del gerente de Pioneer Blood Services Inc.:

«Si la competencia por la sangre fuera eliminada sería el principio de la destrucción completa de nuestra estructura anti monopolio» (pág. 99)

Añade que los partidarios de este tráfico declaran que impedirlo es un «ataque a la libertad«. Es claro que el único modo de preservar a los pobres de poner en el mercado su sangre, órganos y tejidos es que no necesiten el dinero y puedan libremente aportar partes o, en su caso, la totalidad de su cuerpo de forma altruista como sucede hasta ahora.

Lo contrario sería convertir a los más desfavorecidos en un banco (curiosa metáfora) biológico a mayor y mejor vida de los pocos favorecidos que pudieran pagar.

Para Hattersley el tráfico del cuerpo humano no puede ser aceptado por una sociedad civilizada y denuncia que :

«Los escritos de Hayek sobre libertad, y la acción de los políticos que son guiados por él, demuestran que la noble aspiración de la libertad ha sido interpretada, en los tiempos actuales, en el lenguaje de los intereses de clase» (pág 104)

Cuando todos son alguien

Para hattersley es un misterio que:

«El miedo de una mayor igualdad, que beneficiaría sin duda a la mayoría, ha infectado a millones de personas y han aceptado la, patentemente falsa, premisa de que un sistema que no favorezca a las élites es contrario a los intereses de la comunidad en su conjunto» (pág. 106)

Denuncia que se crea que, si las élites no están satisfechas (y nunca lo están), la sociedad en su conjunto se perjudica porque sin estímulos los más esforzados e inteligentes abandonaran a la sociedad a su suerte.

Una objeción inmediata surge a este pesimismo de las mayorías: los más inteligentes y beneficiosos entre los miembros de la sociedad son los científicos y en el mejor de los casos son premiados con el honor y unos ingresos de clase media. A la élite que se estimula con grandes beneficios es a la compuesta por los «businessmen«, cuyas habilidades son fundamentalmente la gestión de los recursos, sin que aporten novedad alguna al conocimiento humano (véase la lista Forbes). Es el propietario por esfuerzo propio o heredado, el que realmente absorbe las rentas. Una curiosa élite que, más allá de algunos trucos, como los complejos Collateral Debt Obligation (CDO), un verdadero ejercicio de prestidigitación financiera que se convirtió en una estafa mundial en 2007, ponen todo su talento en blindar con obscenas indemnizaciones su segura salida cuando sus burbujas estallan.

Hattersley propone que los socialistas no se preocupen de la distribución de productos y servicios, pero sí de la distribución de los resultados en forma de ingresos. Algo así como esperar al sistema a la salida para una redistribución justa.

Este libro tiene dos partes. Hemos resumido la primera, la más teórica, la segunda es esclava de su tiempo y puede ser leída con el interés de los detalles sobre los problemas del Labour Party británico y las propuestas concretas de Hattersley para salir del pozo político que le tocó vivir en plena era Thatcheriana hasta el advenimiento del brillante Tony Blair de la «tercera vía» y el oscuro Tony Blair de la Guerra de Irak.

© Antonio Garrido Hernández. 2017. Todos los derechos reservados.

El nacimiento de la biopolítica. Michael Foucault. Reseña (11)

Del repaso que da Michael Foucault a la historia del liberalismo económico y su pretensión de ser algo más que una teoría económica, se deduce que este planteamiento tiene una larga historia en el pensamiento europeo y norteamericano que lo ha llevado al éxito ideológico. Aunque algunos de sus principales teóricos rechazan ser confundidos con los conservadores, son éstos los que más han influido en su aplicación al estilo de gobierno cuando han estado en el poder. El tradicional complejo de la derecha de que la izquierda tenía el monopolio de la utopía está siendo equilibrado por la exaltación de la libertad por parte de los neoliberales, frente a la exaltación de la igualdad por parte de la izquierda socialista. En las democracias modernas la pobreza relativa es el factor principal de insatisfacción del electorado. Cuando estos indicadores subjetivos están neutralizados por una generalizada sensación de bienestar, los electores abandonan a la izquierda hasta que el ciclo económico lleva a la sensación de empobrecimiento. La novedad actual es que tras años de gobiernos alternativos, la población está vacunada acerca de las posibilidades de la izquierda y la derecha para mantener los niveles de satisfacción estándar de la época. Por lo que buscan nuevas y desafiantes formas de salir de su depresión sin atender al carácter lunático de las propuestas. En estos momentos la izquierda considera que se ha ido demasiado lejos en la desregulación de la economía, alejándose de su utopía igualitaria, y la derecha considera que las fuerzas sociales, adversarias de la privatización radical, todavía hacen complicado el avance hacia la utopía liberal.

Michael Foucault forma parte del grupo de filósofos franceses etiquetados como «postestructuralistas». Es decir, aquellos que vinieron detrás de la generación estructuralista sacando consecuencias, sobre todo, de la debilidad del sujeto una vez que se había puesto el énfasis en el carácter estructural de todo lo que lo constituye: lenguaje, mitos, complejos y, pongamos, grandes relatos nacionales. Se rebelaron contra la continuidad en la historia social, la prevalencia de la lengua frente al texto escrito o la ingenuidad de creer en los mitos propuestos interesadamente para el control social. Foucault destacó en su deconstrucción de instituciones como los sanatorios mentales, las prisiones o los hospicios. Desveló el carácter de constructo de estas instituciones y de qué modo servían al poder. También desveló las discontinuidades entre los períodos históricos identificando las llamadas «epistemes» de cada época. Categorías centrales del proceder social y cultural.

De alguna forma, todo lo que suena a minar el poder, suena a progresista entre los progresistas y eficaz entre los reaccionarios. Todo gobierno, del signo que sea procura mantener su reputación aún mintiendo y no reconociendo lo evidente y, como correlato de esta pasión por su imagen, procura aumentar el uso de su poder, paranoicamente, contra los enemigos que ven por todas partes. Es una prueba del carácter de Mago de Hoz de cualquier gobernante, fingiendo seguridad en sí mismo dentro del apabullante gigantismo estatal.

Pues bien, Foucault, progresista para los progresistas, produjo un gran sobresalto cuando en 1979, cinco años antes de su muerte, dictó en el Colegio de Francia, donde los mejores de cada especialidad intelectual presentan sus últimos progresos, un curso sobre el neoliberalismo denominado «El Nacimiento de la Biopolítica«. En él se acerca tanto al neoliberalismo que inquietó a ciertos sectores. Foucault estaba atraído por el carácter disolvente del neoliberalismo y estaba interesado en conocer a fondo su fundamento, a pesar de que era consciente de sus sombras. Para quién también esté interesado en la cuestión, este curso es de gran ayuda, pues la honradez intelectual de Foucault se manifiesta en una contienda limpia, sin armas secretas. Foucault encuentra en el liberalismo esa actitud de sometimiento a una realidad social, el comercio, cuya complejidad de implicaciones no pretende controlar. Es una actitud, siempre presente en las intuiciones remotas, pero ocultada por la necesidad del ser humano de crear artefactos benevolentes que le hagan soportable los desaires de la vida.

La eficacia del capitalismo es para todos. Pero, al tiempo es rechazable la pretensión de que las ley de oferta y demanda lo invada todo poniendo precio al comportamiento humano. La cultura tiene un espacio en el que el mercado deberá jugar un papel en la trastienda, como hasta ahora. Por otra parte, los avances en la acumulación y tratamiento de datos parecen minar la razonable, en su momento, desconfianza del liberalismo en la acción racional, frente a la emoción de procesos invisibles. ¿No hace posible los avances de la tecnología de la información una planificación más certera acabando con la incapacidad del Estado para establecer estrategias? ¿El Big Data no hace posible conocer de antemano los gustos de los consumidores previniendo stocks? ¿La publicidad no hace posible la orientación de los gustos de los consumidores, para bien o para mal, a partir de los avances de la neurociencia ? ¿No es posible una neo planificación? Sin embargo, la reorganización del capitalismo propuesta por neoliberalismo deja un esquema funcional muy claro: Reglas, empresas y jueces que vengan a resolver los conflictos entre empresas en su libre juego a la búsqueda del beneficio. Este planteamiento no permite descartar la limitación de la ganancia individual, pues no deja de ser una regla del juego económico que evita la acumulación de poder en muy pocas manos acercándose ciertos capitalistas a los riesgos de un Estado Totalitario, pero de carácter privado. En estos momentos esa es la tendencia, pues los tratados internacionales de libre comercio implementan estos puntos de vista ordoliberales y establecen tribunales de arbitraje distintos de los sistemas judiciales tradicionales dando ventaja a las empresas frente a los estados. En fin todo un horizontes de posibilidades al que hay que llegar bien armado de argumentos.

NOTA.- El carácter sincopado de los textos que siguen es resultado del intento de que ninguna buena idea se pierda en el largo texto (casi 400 páginas) que resulta de la transcripción del curso realizado por sus alumnos. Veamos:

LA CAÍDA DEL PRINCIPE

Foucault empieza estudiando la evolución de la gobernanza desde el par legitimidad/ilegitimidad al par éxito/fracaso tomando como referencia la naturaleza económica de la acción política. Se considera que el «príncipe» es más ignorante que cruel. La aparición de La economía política en el siglos XVII y XVIII trae un escenario nuevo al mundo de Maquiavelo: uno en el que leyes de naturaleza económica se hacen evidentes minando la Razón de Estado, Los consejeros del príncipe son sustituidos por los asesores económicos que advierten de las consecuencias de las decisiones. El gobierno pierde confianza en sí mismo: no sabe cuando acierta o no. Todo estaba claro cuando bastaba con los aranceles, impuestos, reglamentos de fabricación… la gobernanza era racional y comprensible. Llegan los utilitaristas (Argenson, Adam Smith, Bentham). El comerciante Le Gendre responde a la pregunta de Colbert (ministro de Luis XIV) ¿Qué puedo hacer por vosotros? y responden los comerciantes: «¡Dejadnos hacer!». Ha llegado el liberalismo. Previamente el gobierno conectaba con la verdad y a partir de ahora deberá hacerlo con la eficacia.

Foucault cree que para entender lo que es la biopolítica es necesario saber lo que es el liberalismo. Cuando Foucault habla el liberalismo está pensando en las políticas que está aplicando el «socialdemócrata» Helmut Schmidt en Alemania justo cuando Foucault está realizando el curso.

Los problemas políticos Monarquía, democracia… son sustituidos por la frugalidad (austeridad) del Estado a partir de todo el siglo XIX. El mercado es quien trae la verdad del precio natural. Esta irrupción del mercado en la política dotándola de «verdad» es lo que Foucault quiere estudiar. Para ello utiliza la técnica seguida en sus estudios sobre la prisión, el manicomio o la sexualidad para aplicarlo al mercado. En todos los casos le parece que hay un proceso de veracidad: Historia de la verdad en el ámbito estudiado en su relación con el derecho. Historia de la verdad que es historia crítica al exceso de racionalidad de la Ilustración. El liberalismo como filosofía vive de la anti ilustración, actitud que nace en Alemania en forma de romanticismo pesimista e irónico. Actitud que encuentra en el empirismo británico su aliado.

¿Qué pasa con el derecho si hay un ámbito al que hay que dejar en su autonomía, como es el mercado y por razones de hecho, es decir de verdad? Es históricamente un hecho que los primeros economistas eran estudiosos del derecho público. Los estudios económicos se impartían en Francia en las facultades de derecho, porque la limitación del poder debe regularse. Sin embargo, el radicalismo inglés no parte de los derechos originarios de la persona, sino de la utilidad o no de la acción de gobierno. La libertad ya no se concebirá como un derecho a ejercer, sino como una limitación del gobierno a intervenir en la acción de los gobernados.

Desde principios del siglo XIX entramos en una época de prevalencia de la utilidad sobre el derecho. El mercado lugar de intercambio, la utilidad como criterio, la intervención del Estado donde sea imprescindible. A partir de ahora, el Estado sólo se interesa en los intereses. Por eso se plantea ya en esta época la utilidad de un gobierno en un régimen en el que el mercado (el intercambio) determina el valor de las cosas.

Los Mercantilistas del siglo XVI no son el antecedente, pues explican la riqueza por la acumulación de oro arrebatado a otros; la balanza comercial positiva; el proteccionismo; el Estado fuerte y el Control total. Colbert es un ejemplo de gobierno basado en estas premisas de juego de suma cero: si uno gana el otro pierde riqueza

Los Fisiócratas (gobierno de la naturaleza) sí son el antecedente del liberalismo primero: no necesitan al estado para la esfera económica; propone el laissez faire. Ninguna traba al comercio. Al contrario de los mercantilistas todos ganan con el precio natural del producto. Un ejemplo de ámbito regido por leyes de libre competencia es el derecho del mar, necesario para un mercado mundial.

Para Kant las garantías de la paz perpetua no residen en las decisiones de los hombres, sus leyes y convenios. Es el respeto a la naturaleza y sus imposiciones ineludibles, al igual que el fisiócrata confía en la naturaleza para la creación del libre mercado. La naturaleza para Kant ha creado al hombre, le permite vivir en cualquier circunstancia… proporciona alimento y crea las condiciones para el intercambio. La naturaleza, aunque luego sea ratificada por las leyes. Los hombres intercambian basados en la propiedad generando el Derecho Civil y la separación creada justifica la existencia de los Estados que mantienen relaciones entre sí, creando el Derecho Internacional y relaciones comerciales que hacen porosas las fronteras haciendo nacer el Derecho Cosmopolita. Derechos que expresan los designios de la naturaleza. La Paz Perpetua está garantizada por el comercio internacional. Estas consideraciones unidas a la idea fisiócrata de que comerciar es ganancia para ambas partes configura la Europa del siglo XIX.

EL ARTE LIBERAL DE GOBERNAR

Napoleón es moderno en su forma de gobierno interno y arcaico en su política exterior, al querer imponer una forma de gobierno que el resto de países rechaza al pretender restaurar el imperio carolingio. El congreso de Viena, tras la derrota de Napoleón ofrece dos salidas: la austríaca que quiere mantener su propio imperio con un estado policíaco y administrativo y la solución Inglesa que pretende el comercio internacional mediatizado por ellos (como hoy en día con la City).

A partir del siglo XVIII aparece paulatinamente un naturalismo gubernamental al que habría que llamar liberal, que proclama que hay mecanismos naturales en los intercambios comerciales que los gobiernos deben respetar. Un respeto que no nace del respeto a la libertad de los individuos, sino del reconocimiento de la existencia de los mecanismos propios de los intercambios comerciales. Esta forma liberal de gobernar es consumidora y creadora de libertades para su funcionamiento: Libertad del mercado, libertad del comprador y vendedor, libertad para disponer de las propiedades, libertad de discusión y expresión…

Las libertades, al tiempo que se generan se limitan para evitar los abusos. También evitar los monopolios. La hegemonía comercial de un país obliga a los aranceles para proteger los mercados interiores. Libertad de trabajo y represión para evitar que el trabajador destruya la empresa, libertad de contratación y regulación para evitar que la empresa destruya al trabajador. Y, como gran contrapartida, la seguridad para evitar que los distintos mecanismo de libertad pongan en peligro la seguridad de todos. El problema básico de la seguridad es que los intereses del individuo ponga en peligro el interés común. así como proteger el interés del individuo del interés colectivo.

Con la invención del panóptico universal, Bentham pretende que el Estado liberal sólo vigile. El control no es sólo un contrapeso a la libertad, sino su motor. Los liberales del siglo XX vieron pronto un peligro en la política económica de Roosevelt que generaba libertades de consumo donde no las había, pero, al tiempo, intervenía de manera peligrosa en las otras libertades camino de un nuevo despotismo en su opinión.

FOBIA AL ESTADO

El siglo XVIII está lleno de fobia al estado. La Ilustración es una reacción a eso. Una crisis de gubernamentalidad. Tiene su historia, pero es en el siglo XX cuando se organiza modernamente. En la Alemania de Weimar y la USA de posguerra contra Keynes y Roosevelt. Revuelta que empieza en la escuela de Viena. que introducen las matemáticas en la economía.

El neoliberalismo alemán de la posguerra europea es la génesis del actual neoliberalismo. Un comité científico alemán exige la liberación de los precios y librar a la economía de las restricciones estatales. El informe lo firma Ludwig Erhard que pide impedir un Estado termita y exige libertad y responsabilidad, pues, en su opinión, el estado intervencionista viola derechos de los ciudadanos. Un estado tal pierde su derecho de representación aunque no de soberanía. Los nuevos dirigentes alemanes, escarmentados por el nazismo, piden en la Alemania destruída un experimento de libertad económica sin la intervención del Estado, pero para fundarlo en su nueva misión.

Esto explica la posición del Estado Alemán actual. Enlaza con el calvinismo alemán previo (siglo XVI) en lo relativo a que la riqueza era señal de haber sido bendecido por Dios, a lo que reacciona el metodismo que quiere la salvación para todos. Alemania quiere salir liberal de la destrucción del nazismo. Se quejan los ingleses que están en pleno keynesianismo laborista. En 1959 en Bad Godesberg la socialdemocracia renuncia a la nacionalización de los medios de producción, es decir, al marxismo operativo. Finalmente se rompe con cualquier tipo de planificación. Y Willy Brand gobierna en esas condiciones.

Por su parte, los ingleses no se dieron una teoría del Estado después de Hobbes, sino con Locke, una teoría del gobierno, mientras que el socialismo propone una racionalidad histórica como garante de sus políticas, pero no tienen una teoría de gubernamentalidad. Por eso, el socialismo ha funcionado bien en la gubernamentalidad liberal y en gubernamentalidad administrativamente muy centralizadas. Por eso podía gobernar en la Alemania occidental y, desde luego, lo hacía en la oriental. Al liberalismo nadie le pregunta si es verdadero o falso porque sólo aspira a ser eficaz. Al socialismo sí. La gubernamentalidad del socialismo hay que inventarla.

Está claro que Foucault se ve tentado por el neoliberalismo debido a su actitud crítica frente al Estado, uno de sus objetivos centrales. Piensa que la capacidad o tendencia expansiva del Estado, de una parte, y su aire de familia con los estados fascistas crean la atmósfera en la que se desarrolla la fobia al estado. Véase:

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Hayek en la posguerra avisaba del peligro de instaurar en el Reino Unido sistema de planificación con el plan Beveridge. Para los Ordo, el modo de gobierno del kaiser altamente planificador y centralista favoreció el nazismo. El propio Foucault descarta la similitud del Estado de Bienestar con los estados fascistas. El estado fascista es un sometimiento del estado a una ideología de partido. El Estado sufre, es puesto al servicio, del partido totalitario en los casos de totalitarismo. Considera que hay un buen campo de experimento en el hecho de que el Estado Alemán es un Estado Liberal ordiano.

LA LIBERTAD ECONÓMICA REINVENTA EL ESTADO

La experiencia de la Alemania de la posguerra que quiere ser liberal como contraste al nazismo, se organiza en la Escuela de Friburgo, donde volvió en 1962 Hayek, el gran ideólogo del neoliberalismo anglosajón. Se partía de la sospecha de que el liberalismo era la estrategia inglesa de dominio del mundo. Por tanto, algunos economistas pensaban que Alemania necesitaba una economía proteccionista. También el keynesianismo llega a Alemania a partir de 1930 con sus propuestas de control de las crisis con inversión pública a lo que se suma la tradición de la administración centralizada de Bismark. Todos ellos obstáculos para las teorías liberales y todos ellos utilizados por el nazismo. Los economistas alemanes estudiaron las cuatro formas de planificación y advirtieron a otros países que por esa vía renacía el nazismo en cualquier país: «están ustedes combatiendo el nazismo en la guerra pero siguen sus pautas económicas». De esta forma llegaron a la conclusión fuerte de que la diferencia no era entre capitalismo y comunismo, sino entre economías liberales o no liberales. Esta es conclusión de los ordoliberales (economistas que escribían en la revista Ordo, que significa en latín «orden») . Aprendieron de su análisis del nazismo que era una hipertrofia del Estado que decía hablar en nombre del pueblo, lo que daba valor a la prevalencia del partido sobre el Estado mediante lealtad y obediencia. Pero a la postre el nuevo Estado crece opresivamente, pues una vez eliminados los obstáculos, el Estado nazi se presenta como una herramienta útil para el ejercicio omnímodo del poder. El nazismo hace suya la crítica del capitalismo de Sombart: sociedad de masas, hombre unidimensional, sociedad de autoridad, del consumo y espectáculo. Los nazis usan retóricamente la crítica y, a continuación, llevan a cabo los actos criticados con sus manejos de masas uniformadas y espectaculares, con el crecimiento del Estado y la racionalidad asociada administrativa y opresiva.

Los ordoliberales exigen que la racionalidad mercantil lo invada todo, pues no basta con reservar un ámbito para el desarrollo de la libertad económica. Puesto que están demostrados los terribles efectos a que puede llevar la hipertrofia del Estado y nada demuestras los defectos del mercado, pidamos a esta lógica, no que limite la acción del Estado a «lo político o moral y administrativo», sino que se rija por la lógica económica en toda su acción, que sea su norma de regulación interna. Se trata de ir más allá del liberalismo clásico que limitaba la acción del Estado e invadir toda la acción del Estado con la lógica mercantil. (como se verá más adelante el anarcoliberalismo estadounidense con Gary Becker lo lleva más lejos aún al definir al ser humano como homo economicus). Así pues, un estado vigilado por la economía como se puede comprobar hoy en día.

NEOLIBERALISMO

El liberalismo del siglo XIX reclamaba, como los fisiócratas, un espacio para el libre comercio, sin intervención del Estado. El neoliberalismo exige que la propia gobernabilidad se someta al escrutinio de la economía. Para el liberalismo lo esencial es el intercambio en el mercado y que el Estado sin intervenir haga respetar tal intercambio y la consiguiente propiedad privada generada. Para el neoliberal, lo esencial del mercado no está en el intercambio, sino en la competencia. Ya no preocupa la equivalencia entre los contratantes, sino la desigualdad. Por eso lo preocupa ahora es la relación competencia/monopolio. La competencia genera los precios que regulan la decisiones y permiten medir las magnitudes económicas.  La misión del Estado ahora es impedir los obstáculos a la competencia. Para los liberales de los siglos XVIII y XIX el elemento central el intercambio llevaba al laissez faire. Una postura que los ordoliberales rechazan porque consideran que es una actitud naturalista que obliga a respetar los intercambios naturales tal y como son. El neoliberalismo rechaza esta posición por ingenua. Considera que la competencia no surge de los apetitos humanos, de la naturalez. La competencia es una esencia, un eidós (Husserl) y como tal actúa con eficacia, tiene un lógica interna y su eficacia sólo se manifiesta si se respeta. La competencia es un juego formal entre desigualdades, no un juego natural entre individuos. No hay una competencia natural que se da con naturalidad, es el resultado de un prolongado esfuerzo y conseguirla en su pureza esencia es un desideratum nunca cumplido pero dinamizador.

Foucault quiere captar qué es el neoliberalismo. Destaca las diferencias con el liberalismo económico clásico:

  • Cambiar laissez faire por competencia
  • Pasividad frente a activismo liberal para mantener las condiciones favorables. Las crisis no se resuelven, se soportan.
  • Cambio de la naturaleza de las intervenciones del Estado (que pueden ser más que en el caso de una economía planificada, pero son distintas). Se trata del estilo gubernamental.
  • El Estado debe intervenir para:
    • Salvar a la competencia de sus efectos negativos (los monopolios). Se está pensando en los monopolios a partir de concesiones estatales (no acumulativos). Son consecuencia de la fragmentación de la economía mundial debido a los estado nacionales. Von Mises concluye que el monopolio no puede alterar los precios porque, en ese caso, provoca el surgimiento de la competencia. De este modo se descarga el neoliberalismo de la necesidad de eliminarlos.
    • Establecer acciones reguladores para llevar a su plenitud las posibilidades de la competencia (reducción de costos, tendencia a la reducción de ganancias de empresas y al aumento puntual de la ganancia. Todo esto persigue el control de la inflación. El pleno empleo no está en la esencia de la competencia, ni la balanza de pagos, ni el poder adquisitivo. Y los instrumentos serán: Reducción de la deuda exterior, menor presión fiscal, precio del dinero. No se quiere influir sobre el ahorro o la inversión. Rechazo de inversión pública, protección de sectores, fijación de precios. No se debe actuar sobre el desempleo, pues lo esencial es la inflación. Un cierto desempleo es bueno para la economía. Para Ropke, el parado no es una víctima social, es «un trabajador en tránsito». Suena moderno, pero se planteó hace 80 años.
    • Establecer acciones ordenadoras que intervienen sobre el funcionamiento del mercado, por ejemplo: migraciones del campo a la ciudad cuando los tecnología lo exige. Poner a disposición las tecnologías, formar a los trabajadores en su uso. Modificación de las leyes de herencia del suelo e intervenir sobre el clima. Estos aspectos no son estrictamente económicos, pero es el marco para el funcionamiento de la competencia.  El Estado debe ser discreto en la intervención en la economía y explícito en el ordenamiento de las condiciones marco (tecnología, formación, régimen jurídico…)
    • Contar con una política social que, desde el keynesianismo, se define como el reparto equitativo del acceso a los bienes. El ordoliberalismo cree que una política social no puede ser presentada como la compensación de lo efectos negativos de la actividad económica. En particular la igualación no puede ser un objetivo, puesto que los precios se establecen en base a las diferencias.  Es necesario que haya quien trabaje y quien no trabajen, que haya sueldos grandes y pequeños y que los precios suban y bajen. La igualación es antieconómica. Todo el mundo debe someterse al juego de la desigualdad. Si hay transferencia entre individuos (¿caridad?) es dinero que se sustrae de la inversión y se destina al consumo. Lo único que se puede hacer es tomar «un poco» de los ingresos mayores (la parte destinada, en todo caso al consumo lujoso) y transferirla a los de menos ingresos. Unas transferencia destinadas, no a mantener el poder adquisitivo, sino a cubrir la subsistencia de los que estructuralmente no pueden. De un máximo a un mínimo sin pretender establecer una media generalizada. El resto de los sistemas de protección (salud, jubilación, muerte) debe ser consecuencia de decisiones privadas y servidas por empresas privadas. Política social individual y no socializada. Como eso requiere que los individuos cuenten con un margen para el aseguramiento y la propiedad privada, por lo que la única política social es el crecimiento económico relativo. Es lo que Muller – Armack llamó «Economía social de mercado«. Pero la política social no debería ser más generosa cuando el crecimiento es mayor. Es éste el que debe aumentar los ingresos de la gente por sí mismo para permitirles asegurar su vejez y sus enfermedades.

En Alemania los ordoliberales no pudieron implementar sus estrategia, pues el keynesianismo, la tradición del socialismo de estado de Bismarck y los planes Beveridge en el Reino Unido lo hicieron difícil.

 

EL ESTADO DE DERECHO

Los ordoliberales proponen, más allá de la competencia, un estado de derecho económico consciente (Eucken). En la Alemania post bélica se trabaja sobre el concepto de «Estado de Derecho» o «Rule of law». Se define como lo opuesto al despotismo y al estado policía.

Los neoliberales tratan de introducir los principios del Estado de Derecho en la legislación económica para preservarse de la intervenciones del Estado en el ámbito económico como estaba sucediendo con el New Deal en Estados Unidos y en el Reino Unido. De esta forma se cierra la intervención, salvo que se violen principios formales. Hayek considera que una legislación formal es lo contrario de un plan. De este modo piensa que neutraliza la planificación centralizada de la economía. Un ejemplo de plan es luchar contra la desigualdad. Con el estado de derecho alcanzando a cubrir a la economía se puede impedir este tipo de intervenciones, creen los liberales. En el plan se puede cambiar la estrategia y el Estado puede intervenir como último decisor económico sustituyendo a los individuos. Se cierra el paso así a cualquier pretensión de que exista un sujeto omnímodo que dirija la economía. El Estado debe ser ciego a los procesos económicos. La economía es un juego con reglas. Nadie puede interferir a medio partido y el partido se está jugando siempre. Los jugadores son los individuos y las empresas. Habrá pues reglas de juego económicas, pero no control de la economía. Nadie sabe el resultado del juego de antemano, como pretende el planificador. El neoliberalismo quiere sacar la planificación de la ley. Röpke cree que las nuevas instancias judiciales han de sustituir a las administrativas en el arbitraje de los conflictos económicos.

El ordoliberalismo propone una nueva forma de gobernar, que nace contra su experiencia del nazismo. Creen que las contradicción fundamental identificada por Marx que haría inviable al capitalismo no existen (se trata de la contradicción entre el capital y su acumulación que acaba con la competencia). Schumpeter cree que esto es así en el orden económico pero no en el social. Es decir hay una tendencia social a la concentración y aproximación a un centro oficiales de decisión que favorecen el monopolio intoxicando la actividad económica. Esta es la condena del capitalismo, no como contradicción, sino como fatalidad histórica. Para Schumpeter el capitalismo no puede evitar una deriva hacia el socialismo por sus efectos sociales. Si esto es así, el trabajo consiste en evitar el totalitarismo. Los ordoliberales consideran que no tiene gracia esta deriva y que el precio es la pérdida de libertad, porque la planificación siempre cometerá errores que obligarán a nuevas planificaciones. Rechazan el pesimismo de Schumpeter y creen que con la Rule of Law es suficiente para mantener a la sociedad disciplinada.

 

NEOLIBERALISMO EN FRANCIA

La difusión en Francia se hace sobre un Estado muy centralista y se aprovechan las crisis, con la curiosidad de que son los propios agentes de la administración los encargados de llevar a cabo el cambio. En Estados Unidos ya había una tradición. La novedad está en que el New Deal se había interpuesto en la tradición liberal. Aunque habría que estudiar la influencia de los emigrados economistas alemanes. También se da una crisis política con la llegada de Reagan, además de que la difusión en Estados Unidos se produce en un marco político más difuso por su carácter federal.

A partir de 1930, los estados tenían una agenda común:

  1. Estabilidad de precios
  2. Equilibrio de la Balanza de Pagos (transacciones monetarias con otros países)
  3. Crecimiento del PIB
  4. Pleno empleo
  5. Distribución de la riqueza
  6. Prestaciones sociales

Para los ordoliberales sólo son primordiales los dos primeros. El resto son consecuencias de ellos. De ahí que consideraran un error dar prioridad a los tres últimos. En la década de los setenta en Francia se cambia el orden de prioridades con Giscard. La crisis del petróleo le dio una oportunidad al neoliberalismo pues llegó la estanflación (depresión económica e inflación simultáneas) provocada por el aumento desmesurado del precio del petróleo. Y no se trató de una de tantas oscilaciones francesas entre el dirigismo y el liberalismo, sino a la pretensión consciente de instaurar un estado liberal.

En Francia, Larroque explica que la Seguridad Social no tiene impacto económico porque es pagada por los propios trabajadores a los que se les descuenta del sueldo una cantidad reglada. Treinta años después un informe dice que la Seguridad Social hace el empleo más caro y el desempleo más probable. También influye sobre la competencia internacional al hacer los productos franceses más caros. También afectaba a la distribución de los sueldos, debidos a determinados topes en los tipos de aplicación. Cuando la Seguridad Social debería ser económicamente neutra según los liberales.

Giscard en 1972 se plantea la pregunta sobre las funciones económicas de un gobierno moderno y su respuesta es clásica:

  • Redistribución relativa de los ingresos
  • Subsidio en la forma de producir bienes colectivos
  • Una regulación económica que garantice el crecimiento y el pleno empleo

Él cree que hay que distinguir con claridad en la política económica el dinero destinado a la inversión del destinado a la solidaridad. Debería establecerse dos sistemas impermeables entre sí con impuestos diferenciados: el económico y el social. Es la idea edulcorada del ordoliberalismo: la autonomía de la economía. ¿Cómo llevarlo a cabo? con la idea de los ordoliberales de que la economía es un juego con reglas con una cláusula de resguardo que no permitiría que nadie se quede fuera del juego (¿ley de segunda oportunidad?). Regla que es el punto de contacto entre lo económico y lo social.

Otro mecanismo del liberalismo francés  para conectar lo económico y los social sin perturbar al primero es el impuestos negativo: Según los promotores de los servicios comunes se benefician los ricos sin que su contribución sea proporcional. Por ello es preferible que los servicios sean privados y que los que estén por debajo de un umbral económico determinado reciban un subsidio complementario dinerario. Se propone un sistema sofisticado porque se teme que algunos tomen el subsidio como una forma de ganarse la vida sin buscar trabajoHay dudas sobre si se debe investigar (pero no para eliminar) las causas de la pobreza antes de dar el subsidio. Con esta propuesta se evitan las transferencias de dinero entre particulares y el Estado se libra de gestionar y absorber recursos económicos. Así, también, se evita que una política socialista tenga mecanismos a su alcance para redistribuir los ingresos una vez que el mercado los ha distribuído. Este mecanismo no cuenta con la pobreza relativa, sino con la pobreza absoluta, la que amenaza la supervivencia. Pobreza absoluta que es, a su vez, relativa cuando de países distintos se habla. Por encima de este umbral, cada uno tiene que ser una empresa para sí y para su familia. El resto marginal y parados son el ejército de reserva que antes proporcionaba la agricultura y ahora ha sido necesario crearla. No tiene que haber pleno empleo. Es deseable que no lo haya.

EL NEOLIBERALISMO NORTEAMERICANO

Se desarrolla expresamente a partir de un triple adversario:

  • El keynesianismo heredado del New Deal
  • Los pactos sociales de guerra (vayan a matarse y nosotros le garantizamos de por vida su seguridad social)
  • El crecimiento del Estado desde Truman a Johnson

Las diferencias respecto al liberalismo europeo son:

  • Hay un instinto liberal de origen porque se luchó para independizarse de Inglaterra como los ordoliberales del nazismo.
  • No hay una Razón de Estado anterior a la que sustituir.
  • El liberalismo fue fundador del Estado
  • El intervencionismo fue visto siempre como una amenaza
  • El espíritu liberal se manifestó en la derecha contra la intervención del Estado y en la izquierda contra la evolución imperial del ejército.
  • El liberalismo en USA es una forma de ser y pensar.

El liberalismo no es una técnica aplicada por los gobernantes, sino un modo de relacionarse gobernantes y gobernados. Hayek dice que el liberalismo dejó al socialismo la creación de utopías que les dió predicamento y prestigio social. Es hora de que el liberalismo se convierta en pensamiento vivo. Precisamente él se dedicó a proporcionar las bases de es utopía con sus libros Camino de Servidumbre Fundamentos de la Libertad

El anarcocapitalismo americano se relanza desde esta resistencia a la política social neoliberal. Los liberales dijeron siempre que la economía con sus propuestas no reduciría la intervención del Estado pero éstas estarían dirigidas a objetivos distintos. Pero el gobierno liberal no tiene que corregir los efectos destructivos del mercado sobre la sociedad. Sólo debe intervenir para que los mecanismo de competencia ejerzan su función reguladora. Es sobre la sociedad sobre la que se aplican políticas de adaptación a la economía. Hay que disciplinar a la sociedad para que sea posible la utopía liberal del mercado universal.

Hay que crear el hombre económico, que no es un consumidor, sino un hombre de empresa. Toca saber qué es la empresa tras Weber, Sombart y Schumpeter. Se intenta llegar a una ética social de la empresa. Ropke resume la política neoliberal para Alemania (Este texto y los que siguen en este formato han sido tomados de Internet):

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La propiedad privada ya convierte al individuo en una empresa. De eso se trata. (recuérdese la formación financiera en los colegios). La propuesta neoliberal no es ya de crear masas para el consumo y el espectáculo, es la multiplicación y diferenciación de todo tipo de empresas. Sociedad de empresas, con la política dedicada a dejarlas actuar. Así habrá más competencia más fricciones y más arbitraje judicial.

Para la afirmación de estas ideas tuvo gran importancia el llamado coloquio Walter Lippmann en el que participaron los ordoliberales como Röpke y Röstow junto con Von Mises y Hayek como intermediario hacia el anarcocapitalismo de Nozick en norteamérica. El coloquio está dirigido por Louis Rougier, quien define así al neoliberalismo y su relación con el orden jurídico (tratados de comercio internacional:

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EL HOMO ECONOMICUS

Cree Foucault que de los tres elementos clásicos de la economía: tierra, capital y trabajo, nunca se ha desarrollado suficiente el estudio sobre el tercero. La economía clásica nunca salió del reduccionismo de Ricardo que sustituyó personas por tiempo (horas disponibles para el capital). Para el keynesianismo no era más que un factor de producción. DeL asunto se ocuparon a partir de 1950, Theodore Schultz, Gary Becker y Mincer. Obviamente quien sí habló en extenso del trabajo fue Marx. Pero lo economistas consideran a éste un advenedizo. Marx dice que el capitalismo convierte el trabajo concreto en abstracto y lo reduce a tiempo. Los liberales dicen que esa abstracción procede de las teorías sobre el capitalismo y no de los procesos reales.

Según los ordoliberales el mercado es un mecanismo de regulación de precios. En ese marco ¿cuál era la tarea del gobierno? favorecer el ejercicio de la competencia. Pero para generalizarlo hay que extender el modelo empresa a todos los rincones de la sociedad. Dice Foucault:

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La forma empresa se convierte así en una función aplicable al trabajo, el ocio, su entorno, su futuro, la familia… lo que sirve a los ordoliberales para afrontar los valores morales que llaman «calientes» frente a la frialdad de la competencia. Pues consideran que su condición de «empresario» personal evita que sea alienado respecto del trabajo y su entorno personal (pues el mismo trabajador se queda con la plusvalía). Röpke decía que la competencia no permite fundar el edificio social completo. Moralmente, la competencia es más disolvente que integradora. Para corregir este aspecto reclama al Estado a crear un marco político y social que integre a los ciudadanos.

Esta preocupación por la parte social no se da en el neoliberalismo americano. Sino que se acepta directamente el imperialismo de la forma empresa, que funciona como mecanismo de inteligibilidad que permite descifrar las relaciones sociales. Por eso en ámbitos no económicos se emplean ya categorías económicas (observación del autor del artículo: estoy de nuevo en el mercado, dice un divorciado o considerar los cuidado de una madre como inversión de capital que producirá una renta que llamaremos salario para el hijo y satisfacción para la madre. Véase el caso de las hermanas tenistas William).

Igualmente, tratan con categorías económicas la paradoja de que «cuanto más renta se consigue, menos hijos se tienen». Lo explican en término de transmisión a los hijos de capital humano mediante cuidado, formación, entrenamiento, etc… inversiones que no son posibles si se tienen muchos hijos. Han aplicado el esquema al matrimonio que sería una joint-venture con input, inversiones y rentasPrecisamente fue en el pasado cuando las relaciones sentimentales tenían un carácter absolutamente comercial. El siglo XX había conseguido eliminar este carácter dejando fluir los sentimientos. Es ejemplar la descripción del matrimonio de los padres de Pierre Rivière. Una relación en la que no se daba un paso sin una compensación tangible entre los cónyuges.

Con esta generalización se arman para juzgar cualquier estrategia del Estado de carácter social. Por eso en estados unidos no hay problemas en enfrentarse al gobierno en términos económicos en asuntos tan propiamente sociales como la seguridad para la enfermedad. También hay estudios liberales sobre la criminalidad (Gary Becker) que normalizan al criminal y se centra en el crimen como decisión entre costo y beneficio al cometerlo. Tanto el homo legalis, el homo penalis y el homo criminalis se funden en el homo economicus.

Lionel Robbins definió la economía como «la ciencia del comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tiene usos que se excluyen mutuamente«. La economía ya no sería un proceso, sino una actividad de análisis de la toma de decisiones. El análisis del trabajo consiste en saber por qué se toman determinadas decisiones. Hay que ponerse en el punto de vista del que trabaja. ¿Por qué trabaja el trabajador?

Gary Becker se pregunta ¿por qué trabaja la gente?: por el salario; ¿qué es un salario?: un ingreso y no el precio de venta de su fuerza de trabajo. Pero ¿qué es un ingreso?: el rendimiento de un capital (Irving Fisher). ¿Qué es un capital? aquello que puede producir un ingreso. ¿Qué capital proporciona una salario? el conjunto de características del trabajador que lo convierten en capital. Es decir igual que una máquina que con el tiempo se vuelve vieja. El trabajo ya no es fuerza, sino capital (Schultz). El trabajador es una unidad-empresa.

El neoliberalismo recupera, en opinión de Foucault, al homo economicus, que en la versión clásica es el hombre del intercambio y en la versión neoliberal es un empresario, que es su propio capital, la fuente de sus ingresos. Para Gary Becker el trabajador no es un consumidor es un productor que produce su propia satisfacción. El capital del trabajador se compone de elementos congénitos y adquiridos. Los neoliberales Schultz y Becker consideran que a la economía le interesa el trabajador en la medida que es un capital que se constituye a partir de recursos escasos para un fin dado.

A partir de aquí, Foucault, entra en un terreno tan delicado como el de la biología humana. Constata la gran importancia que la ciencia da a la herencia genética y el grado de dominio sobre el individuo que este conocimiento proporciona en términos de enfermedades con probabilidad conocida, por ejemplo. Así empezará a tener valor económico aquellas constituciones con bajo riesgo genético de sufrir enfermedades o dar bajas prestaciones. Es decir, habrá individuos con poco o ningún capital humano y otros muy apreciadosAsí, los individuos con buena carga genética procurarán contar con una posición que le permita engendrar con otros de similar valor «económico», dejando los sentimientos al margen. Antiguamente ya ocurría de forma más grosera cuando se seleccionaba al cónyuge en base al patrimonio de la familiaFoucault cree que este tipo de pensamiento está en gestación, en estado de emulsión dice él. Advierte de los riesgos de reintroducción del racismo en las preocupaciones sociales.

Por los que respecta a los elementos adquiridos del capital humano, se suscita la cuestión de la educación. Para los neoliberales constituir una máquina humana idónea hace necesario algo más que la formación convencional. Así hay que tener en cuenta:

  • El tiempo dedicado por lo padres en la primera infancia
  • El nivel de cultura de los padres
  • Estímulos culturales

Así, hasta llegar a un completo análisis ambiental de la vida del niño para poder valorar económicamente al sujeto. Se añade el propio historial de cuidados preventivos del sujeto para no degradarse como capital, así como la bondad de la higiene y sanidad pública. También la movilidad del individuo y su impacto físico y psicológico al cambiar de ambiente. Migrar es una inversión.

El empirismo británico ya identificaba al hombre como sujeto de interés y sostenía que los intereses deben ser perseguidos libremente hasta el final. No deben ser restringidos. El sujeto de interés toma decisiones irreductibles e intransmisibles. El sujeto de derecho, al contrario del de interés, puede ceder ante la ley.  El homo economicus acepta la realidad, luego es gobernable. Es objeto de análisis económico toda conducta excepto la que tiene un carácter de aleatoriedad no causal con la realidad y tanto la conducta racional como la irracional. Según Condorcet el interés individual en el marco de una sociedad depende de muchas variables que no conoce ni controla y, sin embargo, en la persecución de su interés beneficia al conjunto. No controla lo que le sucede ni el efecto de lo que produce. La mano invisible de Adam Smith, fundamento del laissez faire es el Dios del filósofo racionalista Malebranche, que anuda los hilos de todos los intereses individuales. Demos gracias al cielo por el egoísmo de los comerciantes, pues genera una mecánica natural en la que nadie debe intervenir):

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Por el contrario si se interviene dice Adam Ferguson en la Historia de la Sociedad Civil:

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Las colonias francesas en américa fracasaron por estar condicionadas a planes racionales, las inglesas se consolidaron por estar basadas en el beneficio de cada uno. El mundo económico es opaco e incognoscible. La economía es una disciplina atea. El liberalismo se funda en la multiplicidad ingobernable y es incompatible con la totalidad jurídica del soberano (aunque sea una democracia). El homo economicus le dice al soberano detentador de los derechos cedidos de la ciudadanía:

  • «NO debes porque NO puedes» y
  • «NO puedes porque NO sabes» y
  • «NO sabes porque NO puedes saber»

Son asertos kantianos pues establecen los límites del conocimiento de la razón gubernamental. El soberano económico no es posible. Si no hay soberano económico, no habrá tampoco soberano político. Los fisiócratas, que proponían la total libertad de los agentes económicos, por otra parte llegaron, con el cuadro económico de Quesnay, a creer que el soberano (con lo que justificaban su existencia) podía conocer todo el proceso económico. Optimismo que duró hasta Adam Smith y su mano invisible. Así que la ciencia económica, desde el principio, se presentó como la ciencia que acababa con el despotismo, tanto en el sentido fisiocrático, como en cualquier otro. La política no puede gobernar a la economía y tendrá que buscar su justificación y utilidad social en otro lugar.

Por tanto el sujeto de interés y el de derecho no pueden superponerse. El sujeto de derecho se incorpora a su medio mediante renuncia, transferencia, sustracción de parte de ellos para un gobierno general. El homo economicus se incorpora al medio que le es propio mediante una dialéctica de la multiplicación espontánea de sus esfuerzos individuales. El sujeto de derecho puede criticar o limitar al soberano, pero el sujeto de interés lo hace caducar por su incapacidad integral para el universo económico. La opción fisiócrata es mantener la extensión del poder del soberano al territorio económico, pero cambiando su intensión. Sólo será un observador privilegiado. No hay propuesta teórica sobre cómo gobernar al homo economicus.

EL PODER

Observación del autor del artículo: ninguna región de la realidad es gobernable. En esto la economía no es una privilegiada. Por tanto el ser humano tiene que decidir si quiere renunciar a toda moderación de los efectos de la actividad natural o construida o quiere ser una agente activo de, al menos, el retraso del desorden generalizado de la naturaleza y de su propia actividad.

¿Dónde ubicar el objeto de la soberanía? Foucault dice que en la sociedad civil. Aquella que se organiza a partir de sentimientos de unidad, compasión, generosida, altruismo. Los lazos económicos, los del interés, deshacen la sociedad civil. La sociedad civil tiene dentro de sí en el homo economicus un disolvente que aísla a los individuos, unos de otros en el matrimonio, la amistad, la familia…

El poder surge espontáneamente en la sociedad civil. Hay una subordinación natural. Unos tienen ascendiente y otros se deja influir. Antes de que el poder se delegue ya existe. El poder precede al derecho. No se puede concebir a un hombre sin sociedad, lenguaje y comunicación con los demás. Y en esa sociedad también aparece con naturalidad el homo economicus para tensar los hilos de la cooperación.

Observación del autor del artículo: Quizá el origen del homo economicus esté en la cara material del deseo de justicia, que lleva a la igualdad de trato y, por tanto, en oposición, al odio al que intenta quedarse con tu esfuerzo. 

Las tribus americanas funcionan con orden sin que haya un detentador claro del magisterio y el poder. Subordinación natural. Pero el hombre arrogante, egoísta, quiere apoderarse de lo ajeno. La sociedad salvaje es la de la caza que no tiene propiedad. La aparición del egoísmo lleva a la sociedad bárbara a partir de la domesticación de animales y la posesión de tierras para el pastoreo lleva al concepto de propiedad privada. Ya hay casos, pero no leyes. La historia de la humanidad es la forma lógica y descifrable originada en iniciativa ciegas, intereses egoístas y cálculos referidos a cada individuo, que multiplicados a lo largo de la historia se convierten en beneficio global para la humanidad dirá la economía. Adam Ferguson dirá que son transformaciones de la sociedad civil. Los mecanismos que constituyen la sociedad civil y los que engendran su historia son los mismos. La historia no viene a prolongar un contrato jurídico originario, sino que se constituye en un continuo resolver lo cotidiano que genera nuevas estructuras económicas y sociales que generan nuevos tipos de gobierno a medida que se aplica a posteriori el juego de la inteligencia y la experiencia del poder con sus desigualdades y sufrimientos.

Los siglos XVII y XVIII querían encontrar en el origen la justificación del estado de cosas en relación a la legitimidad del poder. De entonces a nuestros días el problema es la articulación de la relación de la sociedad civil con el el Estado. Dos formas ya dadas, sea cual sea su origen, que tenemos la obligación de conocer en su esencia y transformación.

Alemania trata de dilucidar cómo la sociedad civil debe soportar al Estado. En inglaterra no tienen problemas con el Estado, sino con las formas de gobierno. Paine plantea la cuestión de si una sociedad civil dada necesita un Estado. Para Paine, «la sociedad es resultado de nuestras necesidades, pero el gobierno lo es de nuestras debilidades. La sociedad alienta la relación y el gobierno las diferencias. La sociedad protege, el gobierno castiga. La sociedad es una bendición, el gobierno, en el mejor de los casos, un mal necesario«.

Hubo un tiempo en que la solución se buscó por el lado del Gobierno, que debía comportarse según el orden de las cosas, la revelación divina, la sabiduría o el ajuste a la verdad. A partir de los siglos XVII y XVIII se introduce el cálculo de la riqueza, los factores de poder. Ahora se trata del ajuste a la racionalidad, la Razón de Estado. En la actualidad, vencida la verdad y la racionalidad gubernamental, se explora la racionalidad del gobernado que debe fundar la del gobierno. El debate entre las formas de gobernar y su fundamento, con formas nuevas en combate con formas arcaicas constituye la política moderna.

 

RESUMEN

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Para Foucault el liberalismo no es una teoría, ni una ideología, ni una representación de la sociedad. Es una forma de racionalización económica del actuar en el gobierno (entendido éste, no como institución, sino como acción de gobernar). Frente a la racionalización política, se postula la racionalización económica. Racionalización quiere decir el máximo logro con mínimo gasto (en sentido general). Para el liberalismo el gobernar no es un fin en sí mismo, por tanto, su racionalización, no puede ser un principio regulador. En ese sentido rompe con la razón de estado que desde el siglo XVI quería imponerse.

El liberalismo se rige por el principio de que «siempre se gobierna demasiado». No basta con juzgar al Estado con una prueba de su optimización política. La reflexión liberal no parte del gobierno y su optimización como forma, sino de la sociedad y su relación con el gobierno: ¿Por qué y para qué tiene que gobernarse?

El liberalismo puede ser visto como una forma de crítica a la gobernanza que discute sus límites. En este sentido es una utopía realizada y permanente. El pensamiento inglés en los siglos XVII y XVIII fueron formas de liberalismo, incluido Bentham y sus seguidores. El mercado es para el liberalismo un laboratorio donde experimentar la influencia de la gobernanza para limitarla.

Ya sea con el cuadro fisiócrata o la mano invisible de Smith, en un intento de hacer visible la formación de valor y la distribución de la riqueza. En un análisis que trata de mostrar cómo el egoísmo puede ser beneficioso para el conjunto, se pone de manifiesto una incompatibilidad entre la optimización de los procesos económicos y la optimización de las formas de gobierno. Por eso los economistas del siglo XVIII sacaron la discusión de la influencia del gobierno para poder constituirse en un método de evaluación del «exceso de gobierno».

El liberalismo surge más de una reflexión económica que jurídica. No parte de una sociedad comprometida con un pacto contractual. Los fisiócratas encontraron en el soberano absoluto la forma de gobierno, pero, sus herederos los liberales la encontraron en las formas jurídicas, rechazando la sabiduría de un individuo y con ello la forma parlamentaria para conducir la voluntad concreta hacia la racionalidad económica, al menos durante el siglo XIXEl Estado de Derecho (Rule of law) es la forma más flexible de control gubernamental. Sin embargo, la experiencia hasta ahora muestra que ni esa forma de gobierno fue siempre liberal, ni el liberalismo siempre democrático, pero nunca pierde de vista su papel crítico al exceso de gobierno.

Tanto en la experiencia alemana 1948-1962, como en la de la Escuela de Chicago, se da una práctica conducente a un menor gobierno. La vuelta a un gobierno frugal. En alemania el exceso fue el nazismo (desde luego), pero también las formas de planificación de la posguerra que llevaban, según ellos, a un socialismo de Estado. Eran los liberales de Friburgo y la revista Ordo con la influencia de Husserl, Kant y Weber, junto con los economista vieneses Röpke, Böhm… los que atacaron al nazismo al comunismo y a la planificación de Keynes. Se trataba de reconocer la imposibilidad de gobernar los mecanismos del mercado, pero también de  regular para que su dinámica no tuviera obstáculos, regulación que sería la misión fundamental de la gobernanza.

Este enfoque guió la política alemana de la posguerra a partir de Adenauer y Ludwig Erhard para influir en Francia, Reino Unido y Estados Unidos. La Escuela de Chicago también reacciona al exceso de gobierno al que llevaba el New Deal. Exceso de gasto, de administración, sustracción de capitales al mercado.

La diferencia entre el ordoliberalismo (economía social de mercado) y la Escuela de Chicago reside en que los primeros limitan el condicionamiento de la sociedad a los parámetros económicos y conciben un liberalismo social mediante el control de los precios mediante, ayudas a desempleados, política de vivienda, cobertura de sanidad… la Escuela de Chicago piensa que la racionalidad mercantil hay que llevarla hasta la familia, la natalidad, la política penitenciaria, etc.