Hipérbola

El cartel de Di Caprio mostraba su cara más excitante en la pared de la habitación. Su ojos de gato y sus mofletes eran perfectos para reunir en una sola imagen al niño que todas adolescente desea y al peligroso macho que las rapta hacia el instinto.  En el suelo dos bragas, unas zapatillas deportivas, seis calcetines, una mochila y el papel de aluminio de un bocadillo a medio comer. En la mesa de estudio trataba de mantener el equilibrio un cuaderno con apuntes del instituto y varias fotos esperaban su turno antes de pasarlas al tablero de corcho de la pared. Un sostén colgaba de la lámpara y cuatro pantalones en la misma percha luchaban por ser el más arrugado. En la cama dos toallas mojadas y tres ositos se disputaban el espacio que les dejaba Laura que con un teléfono pegado a su piel hablaba y hablaba con su amiga Carmen del ideal de chico. Su cara se reflejaba en el espejo del armario y mostraba el extraño contraste de la piel morena, el pelo negro y los ojos azul-violeta de la Taylor. La sonrisa que mostraba una y otra vez en su charla relajada iluminaba la habitación produciendo incluso sombras al interferir con los múltiples objetos que simulaban la explosión de toda disciplina. Todo su rostro era un ejemplo de eso que llamamos juventud y que no sabemos exactamente qué es. Suma compleja de tersura de la piel, que hace que todo esté «en su sitio», brillo de las largas pestañas, sombras de las formas para mejor perfilar, humedad de los tejidos que piden acariciar y ser acariciados.

En la calle que dejaba ver la persiana a medio bajar la lluvia limpiaba el basalto de la Plaza del Cardenal Belluga que acumulaba en una de las esquinas restos de los últimos clientes de la heladería. La moda, que da y quita popularidad, había convertido esta esquina en un centro para los aprendices de adultos de la ciudad. La catedral, al fondo se mostraba paciente con la irreverencia y abría la puerta de San Juan en el gesto de displicencia que dan los siglos. En el cristal, el último chicle pegado por fuera dividía el frente de gotas en dos, permitiendo a Laura el juego de adivinar hacía donde iría la siguiente gota mientras le terminaba de perfilar a Carmen los últimos detalles de cómo era el hombre de su vida. Nunca la imaginación ha sido tan útil. Toda la potencia de representación era empleada para dibujar en el aire mental de Laura el hombre que le traería pasión, equilibrio, alegría, seguridad y, claro, amor, es decir, todo.

«Uno ochenta, moreno, inteligente, musculoso pero no un obsesivo body builder. Cariñoso, atento, con sentido del humor y clase, saber estar, ya sabes. Que tenga un carrera que le de un toque cultural, pero sin pedantería. Deportista, ágil, y si es gorrino como mi hermano, ya lo corregiré yo, que seré gruñona», decía Laura con un calcetín en la mano, mientras retorcía sus veintiún espléndidos años en el edredón de su cama y corregía la posición de una foto de París con el pié. Su piel morena destacaba sobre la cama de color de crema. Su ojos azules chispeaban con la descripción de su «imposible mejor». Sus senos descubiertos para placer del espacio se negaban a atender la llamada de la gravedad y señalaban al techo, mientras que el tiempo pasaba sin que su padre, al contrario que la Gran Compañía de Teléfonos, supiera nada de lo que se le venía encima. «Te espero a las seis en Dublín. No, en la Gran Vía ya no está, al lado de Rumbo, enfrente de Singolare. De ahí nos vamos al Refocilón» remató con la cara plena de seguridad de quien brillaba en su carrera de biológicas (hay que salvar el planeta). Lo conseguiría. Antes o después, toda su capacidad de amar encontraría al ser amado. Era cuestión de paciencia y de no dejarse llevar por la comodidad sentimental y quedarse con este amigo de mi hermano o aquel compañero de clase.

«Soy Guillermo, tengo veinticuatro años, he terminado la carrera y no he encontrado a la mujer de mi vida». Hablando solo, un muchacho fuerte se lamentaba delante del espejo mientras se ajustaba el pendiente en el lóbulo de su oreja izquierda. Un discreto brillante que le había regalada su hermana en un ataque de locura. «Esta tarde será, de esta tarde no pasa, lo presiento». «No me conformo con cualquiera». «Tendrá que ser morena, con ojos azules, con miel en vez de pechos, como quería Salomón, estudiante de biológicas, quiero que tenga conciencia ecológica pero con conocimientos científicos. Pasearemos, discutiremos sobre política, nos besaremos, nos amaremos y volveremos a discutir sobre el color que debe tener una puesta de sol». Echó la cabeza hacia atrás en un gesto de repugnancia tras su intento se saber si podría ponerse una camiseta usada. No se atrevió a oler los tenis por si necesitaba respiración asistida.  «Vamos a hacerlo bien, una ducha primero, ropa limpia y a buscar mi Sigrid de Thule». Miró a la pared donde un ligero Jordan se mantenía en el aire de papel con un balón que pedía a gritos ser encestado y pensó que debía ordenar aquella jungla de habitación si quería que ella no lo considerara un adán.

Refocilón era el macro-mega-centro de diversión de Murcia. Allí todo el mundo encontraba lo que buscaba: o la soledad de la cinefilia o la multitud bailante, pasando por la conversación reposada sobre cuántos aros cabían en un ombligo.  Laura entró por la puerta sur y Guillermo por la norte, dos mil cuerpos los separaban y toda una tarde para que dos desconocidos provocaran una explosión de feromonas y transformaran sus vidas. Ella se dirigió hacia la franquicia de cafés Boli junto a los minicines, él hacia los minicines directamente (le habían dicho que «el diario de Bridget Jones» era mejor que la novela). En la puerta de los multicines miró la cartelera y vio que se estrenaba «los otros» de Amenabar, cambió de idea. Ella se tomó un café con Carmen mientras decidían qué película ver. Eligieron «el diario…».

Noventa minutos después, con los dos mil chicos y chicas revoloteando arriba y debajo de un local a otro, con las papeleras llenas de fundas de helados y frutos secos, con la calefacción mitigada para aprovechar el calor emanado de tanta juventud palpitante, Guillermo se dirigió a la librería que había en el segundo piso, junto a la tienda de deportes, buscó entre las novedades y se quedó con el último libro de Eduardo Mendoza, no sin contenerse para comprar los tres tomos de poesía de Borges que Alianza había publicado recientemente. Pidió que le envolvieran el libro con papel de regalo; le gustaba ligar con un libro en las manos. Pensaba que en el peor de los casos pasaba por un chico leído y, en el mejor, si encontraba por fin  a la mujer de sus sueños, le haría el primer regalo el primer día, el primer minuto. Incluso le gustaría darle el primer beso. En ningún caso pensaría que si le daba un beso tan prematuro, en realidad se lo estaba dando a cualquiera. Porque su encuentro sería único, resultado de la acción del destino. «Pronto encontraré a mi morena de ojos azules y la reconoceré entre mil a la primera». El dependiente le envolvió el libro en un papel con elefantes indios sobre fondo marrón. Dos minutos después estaba otra vez en el primer piso tomando un café con Antonio, su colega de la universidad, con el que había preparado el trabajo fin de carrera. Su charla sobre fútbol le aburría esa tarde, respondía de modo mecánico mientras metía bolitas de servilleta en su taza de café. Con la mirada escrutaba a la multitud que en ese momento se dirigía hacia la discoteca. Eran ya las ocho.

Laura y Carmen no paraban de comentar las andanzas de Bridget. ¡qué torpe y encantadora!. «Al final se queda con su hombre predestinado, no podía ser de otro modo», decía Laura. «y mira que el tonto de Hugh se lo pone difícil», «claro como Bridget ya había visto Sentido y Sensibilidad pensaba que se iba a quedar con él, pero no, no era el predestinado». «yo lo sabré a la primera». Se dirigieron a la planta segunda y entraron en la librería. Laura compró el último libro de Eduardo Mendoza y se lo hizo envolver en papel de regalo para su hermana. El papel  era marrón con elefantes indios sobrepuestos. Con el libro entre las manos se dirigió con Carmen a la planta primera, entró en el café y al pasar tropezó en la banqueta de un chico alto que había en la barra con otro compañero, se cogió a él para no caerse, se disculpó, cogió el paquete con el libro que él le recogió del suelo y siguió riéndose con Carmen hacia una mesa vacía.

Guillermo estaba a punto de irse cuando notó un golpe y una mano que se posaba en su hombro. Sujetó a la chica que había tropezado con su taburete admitió su disculpa le recogió el paquete que se le había caído y pidió la cuenta. Se despidió de su amigo en el pasillo caminó hacia la puerta del macro. En vista de que no se había encontrado a la chica de su vida esa tarde decidió volver a casa. Al salir recibió un golpe de viento frío, que tratándose de Murcia, tenía que venir del norte, muy del norte. Se abrigó y paso por el escaparate brillante de luz de la cafetería que acababa de dejar. Distraído en sus pensamientos, que empezaban a orientarse a los próximos y atareados días preparando currículos y buscando trabajo, miró de soslayo a la chica que había tropezado con él un momento antes y se perdió en la oscuridad camino de su casa.

Laura y Carmen hablaron de todos y todas. Se lamentaron de que fuera domingo y de que pocas horas después tuvieran que soportar de nuevo a «la comadreja», su profesora de bioética, esa extraña asignatura de la que no comprendían nada. «a mí lo que me gusta son las matemáticas, tan redondas, tan perfectas, sin ambigüedades». Ese recuerdo les sugirió la conveniencia de volver a casa. Pagaron y al salir comprobó que el libro para su hermana estaba en la barra. Extrañada comprobó que, en realidad lo llevaba en la mano. «Debe ser del chico del tropiezo». Preguntó al camarero si lo conocía y le dijo que no, que era la primera vez que lo veía. Se quedó con el libro para pensar después qué hacer. Juntas abrieron la puerta del macro y salieron al frío.

En su casa, ante el envoltorio de los elefantes abierto, tras concluir que nunca podría devolverlo, comprobó que se trataba del mismo libro que ella había comprado. Se dejó caer sobre la cama y un extraño sentimiento, mezcla de desilusión y enfado por su falta de atención le hizo pensar que, como una rama de hipérbola, se había acercado hasta su gemela, el amor de su vida, sin llegar a poseerlo.

Palabras bellas

Hace unos años mi amigo Antonio Fernández Alba, el único amigo que tengo que figura en los libros de historia de la arquitectura española y el único amigo académico de la lengua (nada menos) me pidió una colaboración relacionada con las palabras del español que tuvieran relación con la arquitectura y edificación. Me puse a ello y el resultado (imperfecto) fue muy interesante. Esto me supuso pasar la vista por todas las palabras del Diccionario de la Real Academia de la Lengua (unas 90.000 palabras  en un año). El resumen estadístico de términos figura en la imagen inferior.

palabras-construccion

En este paseo, además de las palabras buscadas, me encontré con otras bellísimas poco o nada usadas pero con una sonoridad espléndida. Fui apuntándolas y el otro día me acordé al tropezarme en la calle con otro amigo (Pacho Camino) que me había pedido antaño algunas palabras para determinados propósitos (baquía, feérico, axiomático). Pensé que estaría bien publicar la selección para general regocijo. Sólo figuran los vocablos, que son 808. Para el significado es mejor usar el DRAE, cuyo enlace electrónico es el siguiente: Diccionario de la Lengua Española

adir
añagaza
aprisco
apud
aranero
arcano
ardil
areopagita
aristarco
arreciar
arrebol
arrobo
arrogancia
arrufo
arruruz
artera
arúspice
aserto
asilado
asincrónico
asíntota
asonada
asquenazí
astracán
astracanada
astrolabio
astroso
asubiar
asunción
atacir
atalaje
ataraxia
atiplado
atisbar
atoar
atonar
atrabiliario
atrezo
atrito
atroz
atusar
augur
aúlico
aura
avatar
averso
aviar
azacán
azanca
balandro
bálano
baquía
bardaje
barragana
bauprés
bombástico
borceguí
boreal
boreas
borgorigmo
borrajo
bramido
breña
brizna
broa
bruma
brumal
busilis
busto
cábala
cabalino
cabotaje
cabronada
cachaza
cacosmia
caftán
cailinaria
caletre
caligrama
camafeo
camanance
camandulero
camandulero
candor
canon
canonjía
canope
cañícula
caos
caparra
capcioso
capelo
capnomancia
caracalla
caraíta
caramillo
carbonario
cárdeno
cárdigan
carenado
carlancón
carmañola
carminativo
caronchado
caroncharse
caroncho
caronchoso
caroncomia
carquerol
carric
cárstico
cástula
cata
catacresis
catafalco
catafora
catálisis
catalizador
catamiento
cataplexia
cátaro
catarsis
catastasis
catástrofe
categoremático
causal
causticidad
cavatina
céfiro
célico
celota
cenestesia
cenobita
cenotafio
centón
ceroferario
ceromancia
cerrazón
cerril
cerúleo
cesofaúlt
cetina
cetrino
cianosis
cibernética
cibica
cicatero
cícero
ciclán
ciclón
cierzo
cimarrón
cimbel
cíngulo
cipayo
circadiano
circunfuso
circunloquio
circunspección
cis
citerior
clac
clámide
claque
claqué
coa
coacción
coadunar
coalescente
cobijo
cognación
cogomático
cohonestar
coiné
colofón
colosal
coludir
columbrar
coluro
colusión
comblezado
comodoro
compeler
completivo
compresor
compulsivo
comto
conceptualismo
concoide
concubio
confutar
congosto
conmilitón
connivencia
connubio
consternar
consuno
contal
conteste
contrición
convergir
coprolalia
corcovo
cordobán
cordojo
corega
coriáceo
cormorán
cornamusa
cornucopia
corsa
corveta
cospel
costillar
cotín
coturno
coy
craso
crespo
cuatralbo
cueca
cuestor
cuodlibeto
curería
damasquinado
damnar
debelar
decterio
delicuescente
delitante
demiurgo
denodado
deprecar
descasque
desiderata
desideratum
desplego
destez
destín
destral
detentar
deuteragonista
diacrítico
dicasterio
dicterio
didascalia
difidente
digesto
dignación
diplopía
dispsomanía
disquisición
ditirambo
do ut des
dolmán
dómine
drapear
dríade
drogmán
drosómetro
ebúrneo
éforo
efugio
elación
elato
eluctable
emascular
embelesar
embolado
enalbar
endino
éneo
enervar
enjuto
enteco
entelequia
entereza
entreverado
eón
epígono
epigrama
epitafio
erostratismo
escabel
escabroso
escaramuza
escarceo
esclavina
escobina
escolio
escotar
escrúpulo
escrutar
escuálido
escudriñar
escuerzo
escueto
escupido
esenio
esfinge
esotórico
espanto
especioso
esperpento
espetar
espurio
estemar
estereotipado
estevado
estiaje
estirpe
estólido
estrafalario
estragar
estragar
estricto
eternal
exacerbar
execrar
exicial
exigüo
exonerar
exordio
exotérico
exuberancia
fabular
facistol
facundia
fajardo
falible
falsario
falúa
faralá
faraute
fasces
fascinar
fauidad
fautor
feérico
fementido
filis
frey
frugal
frustería
fucilar
fucilazo
fulgente
funesto
fúsil
fútil
gabarra
gabela
galiparla
ganapán
gañir
garzo
gaza
glasé
glauco
glíptica
gnosis
goliardo
gorjear
gregal
gruir
gualdrapas
gules
hacedor
hada
hado
hafiz
halo
harapo
harrumbroso
hartazgo
haute
hazaña
hebdómadas
hecatombe
heder
hender
heresiarca
hermeneuta
hesitación
hetera
heterónimo
heurístico
hierático
hierofante
hipérbole
hirsuto
hontanar
icono
ígnaro
ignasia
ilusivo
imbele
impávido
impertérrito
imperturbable
impetrar
imprecar
ímprobo
impudente
inane
incardinar
incasto
incauto
ínclito
inconsútil
íncubo
indolente
inedia
ineluctable
ínfula
inicuo
iniguidad
inmarcesible
inmoble
insecable
ínsula
introito
inulto
iracundo
irisar
isleo
jábega
jacarandoso
jactancia
jaez
jalea
jarcia
jazmín
jeme
jenízaro
jerigonza
jocundo
jurel
jurisprudencia
káiser
kermés
lábaro
laberinto
lábil
lacerar
lacio
laicismo
lamia
lanceolado
lánguido
lapidario
lapislázuli
lato
latría
laúdano
laude
ledo
legajo
légamo
lémur
lendel
leopoldina
leso
leteo
levógiro
lexema
libelo
libertad
libro
licnobio
lictor
liturgia
livor
llaga
llamarada
llanto
lloredo
lontananza
lúcido
lucubrar
ludibrio
macabro
macareo
macilento
maclado
maderada
mador
magro
malsín
mambla
mamotreto
marbete
margenar
matiz
mayéutica
medrar
melancolía
melifluo
melindre
ménade
mercurial
meteco
milenario
mindango
misterio
mojigato
monodia
monopolio
monopsodio
mordaz
mostrenco
muceta
múleo
muñidor
musa
nadir
naife
napea
náyade
nebulosa
nefando
nena
nereida
nerítico
niel
niste
noema
noesis
noray
numinoso
nuncio
nutricio
óbice
oblato
obstinarse
ocaso
odalisca
oíslo
ominoso
onírico
opado
opíparo
oploteca
orate
ordalía
ordalía
oréade
oropel
ortodromia
ortoepía
ostentar
pábilo
pábulo
pairar
palestra
paliar
palimpsesto
palindromo
palinodia
palio
palpitar
panegírico
panoplia
paralogismo
parangón
parasenga
parataxis
parca
parco
paroxismo
parsimonia
parusía
pasil
pavonado
pelágico
perdulario
pericia
perihelio
perplejidad
perspicuo
piélago
pignorar
píleo
pléyade
plúteo
pólder
poliandría
polisón
pragmática
preconizar
prelación
procinto
proemio
prognosis
pronación
prónuba
propedeútica
proteo
protervia
pudendo
pugnar
quebrada
quedo
querella
quevedos
quijote
quimera
quorum
rabada
rabión
rábula
raglán
ragú
raigambre
ralea
ralo
raque
rasmia
rauco
reaccionario
reato
rebufo
recabdo
recalcitrante
recalvastro
recámara
recatado
recato
recazo
recidiva
refrigerar
refrigerio
refutar
regolfo
regomeyo
reluctante
reminiscencia
renco
renitente
renuente
repeluzno
reptar
requilorio
resoluto
retozar
reverendas
rielar
rigor
risco
rompesquinas
roncero
rosicler
roznar
rubicán
rubicundo
rubro
rufían
runa
saín
salacot
samovar
sáxeo
severo
sevicia
sibila
sicalipsis
sicofante
sideral
sigilo
simún
sinapismo
sinecura
sinestesia
singladura
sirga
sobrio
socarrón
socarrón
sofisticado
solideo
solitud
solsticio
somero
sorna
sosia
stábat
sublime
sucinto
súcubo
suiza
sumidad
superno
supino
súpito
tabardo
tabernáculo
tabí
tabor
tabú
tácet
tácito
taciturno
tafilete
tahalí
taheño
taima
tajado
talasocracia
tambanillo
tangible
tangir
tañer
taque
tarambana
tarascada
tardo
tardo
tártaro
taxativo
taxonomía
teame
tedio
tejuelo
telúrico
tenaz
teogonía
teratología
terete
tergiversar
término
terno
terso
tesón
tetrarca
tétrico
tex
tildar
tintineo
titilar
titileo
tolerancia
tonante
toral
torrotito
torvo
trabucaire
trabucar
tragedia
transar
tránseat
trapa
traparza
traquido
trasunto
trémulo
treno
trocha
trol
trucionrismo
trujamán
trujimán
tundir
tupido
tupir
turbación
turbulencia
turgente
turnio
ulterior
ultranza
umbría
usucapión
vagido
vaharada
vahído
valona
varianza
vehemente
venia
venustidad
vesanía
vicisitud
vidrioso
vindicar
vislumbrar
volaverunt
voltario
vórtice
xenófobo
yerto
yesca
yustaponer
zacateca
zafra
zahón
zahorí
zaino
zalbo
zalema
zamacuco
zanquilargo
zarabanda
zarco
zascandil
zatio
zoilo
zopo
zurear

Humus (borrador 1)

  • La plaza

El ruido en la plaza era ensordecedor. «PSOE, PP la misma mierda es» era lo más fino que salía de las bocas de los jóvenes indignados que gritaban a miles en la plaza más pequeña y desorganizada de todas las plazas que han hecho famosas a sus ciudades. Pero es nuestra plaza pensó Carlos. Un recipiente de yogurt crujió bajo sus piés y no puede dejar de mirar toda la porquería que 24 horas de concentración habían producido la multitud acampada. Porque aquello era un campamento. Aquello era, nunca mejor dicho, una asonada. Sin generales, sin sargentos, sin tanques. Con voces, con manos, con corazones. La sangre corría por sus venas marcando el ritmo de sus sentimientos. ¡Una revolución! y él estaba allí. Toda la desesperación de los cinco meses que llevaba en Madrid se le pasó de inmediato cuando advirtió que Jorge tenía razón al avisarle de que merecería la pena atender aquel SMS que los convocaba en la Plaza del Sol aquel domingo día quince de 2011. Aquello era La Comuna de París. ¿Cuándo quemarían algo? ¿Cuándo llegaría el ejército a masacrarlos? Era la gloria en nombre del pueblo. Su sangre se mezclaría con la de los revoltosos del 2 de mayo. Estaba tan eufórico que cogió la mano de Jorge que se sintió turbado aunque no lo manifestó. Tampoco se hubiera dado cuenta Carlos que estaba en modo revolucionario y no hubiera advertido ni un beso en la boca. Por cierto al lado justo eso era lo que estaba haciendo Marta, besando a un desconocido con pasión jacobina. Qué paradoja la del entusiasmo por una revolución francesa mientras se recordaba una opresión igualmente francesa. Todas las revoluciones traen sus tiranos en el vientre. Cuando se hizo de noche algunos decidieron acampar en la plaza. La policía no hizo ademán de atacar y Mario, Marta y Jorge decidieron quedarse a ver. En la plaza la consignas proliferaban, las pancartas aumentaban con lemas a cual más ingeniosos –qué ingenuos- “No nos representan”; “Juventud sin futuro”; “Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo”; “Lo llaman democracia y no lo es”; ”Nietos en paro, abuelos trabajando”;  “No somos antisistema, el sistema es antinosotros”;” No falta dinero, sobran ladrones”; ”Apaga la tele, enciende la mente”; “¿Dónde está la izquierda, al fondo a la derecha”; “Esto no es una cuestión de izquierdas contra derechas, es una cuestión de los de abajo contra los de arriba”; “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. Con este último estaban muy de acuerdo los vecinos con balcón a la plaza. Otro lema era “La solución es la educación”. Quizá era el más inocente de todos. Parece mentira que trescientos años después de la ilustración y cincuenta después de las masacres del siglo XX aún se piense esto cuando la muy educada Alemania aceptó el más salvaje de los genocidios en el continente, unos dirigidos a minorías concretas y otros a practicar la muerte sin freno alguno.  Añádese que los abuelos de algunos de los chicos de la plaza participaron, perfectamente educados, en las depuraciones de enemigos durante la guerra y después de su final. ¿Estaba educado Laín Entralgo o Pemán? ¿Estaban educados los dirigentes republicanos cuando ordenaron la matanza de Casas Viejas? ¿Faltaba educación en las sangrientas luchas fatricidas de la Barcelona bélica? Estaba educado el padre de Vilallonga cuando pidió que su hijo casi adolescente participara en un pelotón de fusilamiento para endurecerse? La educación no neutraliza el miedo. Ese miedo irracional que sube del estómago y no te deja pensar en otra cosa que en sobrevivir para poder racionalizar durante largos años tu cobardía. Desde las cunetas de este país llega un rumor que en algunos produce escalofrío y en otro provoca la mofa por las motivaciones de los parientes que reclaman la exhumación y traslado a cementerios ordinarios. Los educados componentes de la derecha consideran revanchismo esta reclamación. Los educados componentes de la derecha consideran una estupenda oportunidad política esta vergüenza. Se montaron tiendas de todo tipo, canadienses, iglú, estructurales,  jaimas e improvisadas con cuatro palos y más de cuatro lienzos de tela.

Unas pocas hora después el campamento rebelde estaba montado y al ministro del interior le dolía el estómago. Pidió Winton de 200 mg –con el protector de estómago no tenía bastante ese día- Atendió la llamada de la Delegada del Gobierno y de la Presidente de la Comunidad Autónoma. Soportó la presión de llevar a cabo una carga para despejar la plaza. Un error le dijo la desenvuelta presidenta, si hoy hay cuarenta, mañana habrá cuatro mil. Se cayó. Poco días los medios del a derecha ya hablaban de que la protesta estaba alentada por el gobierno socialista. Qué el propósito era compensar la entrega cobarde del presidente del gobierno al gran capital del año anterior. Pero el ministro no cedió. Sabía que si resolvía aquello violentamente sería su final político y él tenía sus ambiciones a pesar de saber que todo el mundo lo consideraba un eficacísimo segundón. El modo en que se frotaba las manos no le gustaba ni a él. Pero no podía evitarlo, siempre las tenía frías. Pero sabía que le daba aspecto de conspirador sin causa. Conspirar por conspirar. ¿Dónde estaba aquella noche en que el presidente debía haber dimitido? ¿Dónde aquél septiembre en que se cambió la constitución subrepticiamente? Con qué claridad veía Mario la situación muchos años después. Cuando comprendió que ya no hay revoluciones, sino motines. La ciencia oscura al servicio del poder individualista, la sociología, demoscopia, psicología de masas, politología, el conocimiento al fin reclamado por la ingenuidad revoltosa propone modular, ceder, apretar, seducir o, si es necesario corromper a la juventud para que someta su voluntad al ciclo eterno que va de la fe en la sociedad justa e igualitaria a la aceptación de la injusticia y la desigualdad como parte estructural común a todas las fórmulas sociales ensayadas hasta ahora. Un ciclo que sólo se explica por la evolución de los propios amotinados que sobrevivían en cada época hacia posiciones conservadoras o resignadas. Nuestra época en especial tiene la habilidad de convertir en Hit musicales las canciones revolucionarias y en Reality Shows las escenas de los revoltosos en plena reivindicación. Cámaras y micrófonos, opiniones y contra opiniones, encuestas y contra encuestas constituyen un espectáculo contemplado desde el confort de café barata, el traje barato, el coche barato, la vida barata con displicencia paralizante.

  • Pedro

Desde una ventana del edificio de la Comunidad Autónoma Pedro miraba con desdén al gentío. ¡Estúpidos rojos! pero si algunos han ido conmigo al Pilar y han comulgado conmigo. Los he visto al llegar. Son hijos de su santo padre, ¡cómo coño están ahí mezclados con los perroflautas? A su lado estaba su jefe en la juventudes del PP. Sonrieron y comentaron que cuatro manguerazos acabaría con aquella salida de tono. Aunque sospechaban de la connivencia de Rubalcaba y la blandura de Zapatero. Espero que mañana esté esto limpio comentó. Se sintió orgulloso de haber podido superar la educación de su padre. Un pobre hombre, en opinión de su hijo, sugestionado por los socialistas cincuenta años antes.

  • Mario

Mario decidió irse a casa sobre las tres de la mañana. Jorge y Marta se quedaron. Al llegar a la calle Malasaña un grupo de jóvenes con las cabezas rapadas aparecieron frente a él y empezaron a llamarle maricón. ¿Es que lo habrían visto cogerle la mano a Carlos? Imposible, se dijo mientras empezaba a recular. Su andar de cangrejo duró lo que tardó en notar que su espalda tropezaba con otro joven que les gritó a sus colegas ¡ya lo tengo!. Carlos pensó –esa voz la conozco- Era la de Alfredo su compañero del Pilar. Pero en ese momento consideró más urgente gritar que tenía novia y los otros se reían gritando ¿dónde tiene el coño, maricón? Estaba claro que lo habían confundido. Su cabeza buscaba racionalizar la situación pensando que al menos no era negro o árabe. Pero eso no evitó que los golpes empezaran a caer de todas partes. No dolían mucho hasta que cayó al suelo y le llegó la primera patada a la cabeza. Dos minutos después mientras paladeaba su sangre escuchó a los agresores irse cantando la marcha de su equipo de futbol. Después empezó a confundirse y recordó que su abuela siempre le decía que no sacara el brazo por la ventanilla. Se despertó en el Hospital de la Caridad con un enorme dolor de cabeza. Estaba sólo. Enseguida comprendió por qué. Se había dejado el carnet en casa y no lo habían identificado aún. A través de la cortina de Box en el que estaba vio la espalda de un policía. ¡Qué detalle pensó! Será para mi protección. No entendió por qué no estaba en una habitación. No podía moverse sin ver la constelación Cangrejo. Siempre le habían aburrido los hospitales por lo que trató de evadirse pensando en lo que había visto aquella tarde. Una explosión de activismo juvenil para que las cosas cambiaran. Pero Mario estaba en la fase más dulce de su ingenuidad recordando en la cama del hospital que había oído la voz de Adolfo en el atacante que lo había sujetado para que los demás empezaran a pegarle. ¿Adolfo? No era mala persona, al contario, era buena persona. Muy estudioso. ¿Qué hacía con aquellos descerebrados fascistas? Un enigma. Una hora después no había llegado ningún amigo ni sus padres. Trató de decir algo, pero le pudo la somnolencia y se durmió. Ya no se despertó hasta que los trasladaron a la habitación rodeado de goteros. En el espejo del ascensor pudo ver entre vapores del poprofol que llevaba la cabeza vendada. En la habitación, ahora, sí estaba su familia con los rostros muy serios. Su madre llorando y mi padre con cara más de indignación que de pena. A la media hora se presentó el médico, que resultó ser un neurocirujano porque me habían hecho un intervención en el cráneo para reducir un coágulo en el cerebro. Escuchó decir que el golpe de la caída desde la barandilla le había producido una pérdida de sangre que presionaba el cerebro produciendo no se qué disfunciones neurológicas – me quedo tonto, pensó- Quiso decir que él no se había caído de ninguna barandilla, pero no pudo. Cuando el médico se fue mi padre dio rienda suelta a su indignación:

  • Eres idiota, mira que hacer equilibrios en la barandilla de un primer piso.

¡La indignación era conmigo! ¿De qué barandilla hablaba?. Vistas sus dificultades para explicarse decidió dejarlo para el día siguiente. Cerró lo ojos y confió en que algún amigo lo supiera y se acercará a aliviar su desconcierto. Empezó a dolerle la cabeza. Cerró los ojos y lamentó no poder enrollarse sobre sí mismo, su postura favorita para dormir como hacía Leo, su gato. También le gustaría poder poner la misma cara que Leo, de paz absoluta.

  • Adolfo

Adolfo no estaba orgulloso de haber agredido a Mario. Pero estaba convencido que había hecho lo correcto. Cuando le comentó a sus compañeros que conocía al joven que había cogido la mano de otro tío en la plaza en al que estaban infiltrados no esperaba que lo convirtieran en objeto de persecución. Pero se quedó paralizado cuando empezaron a machacarlo a pesar de que el jefe le pedía que la patada final fuera la suya. No pudo,  era su compañero de colegio, pero su vacilación lo avergonzó ante el resto de la manada. Afortunadamente –pensó- había sido muy bravo en la ceremonia de iniciación en el grupo en la que le clavó su puñal al subnormal aquel en el metro. Qué subidón experimentó al notar en su mano la vibración de la hoja al penetrar en su vientre tras una ligera resistencia, apenas perceptible, de la piel.  Como su gato cuando le tenía que poner inyecciones en el cuello. También fue divertido el proceso judicial. Èl sabía que tendría ayuda. Muy sutil pero ayuda. Para empezar el abogado no me costó nada y se dedicó a fondo. Dos de los dos jueces eran comprensivos y entendieron que hubiera provocación de parte del rojo. Recuerdaba perfectamente que mostró desagrado con la esvástica que llevaba en la chaqueta. Los cuatro meses en prisión fueron una escuela que lo hicieron más duro y nunca olvidará el recibimiento de los camaradas el día que lo excarcelaron. Él sabía que no haber acabado los estudios le obligaba a ofrecer otros valores a su entorno social. Creía ser más listo que el resto de camaradas y así resulto. Pues pocos meses después del ataque a Mario era el líder y cunado desde arriba necesitaban algún tipo de intervención a la naranja era su teléfono móvil el que sonaba. Le habían dado empleo con muy buena paga en el Ministerio estaba pensando en casarse con un española con la que formar una familia como Dios manda.

  • Alfredo

Alfredo (por whitehead) estudió filosofía en la Universidad de Murcia y tiene dificultades para encontrar empleo a la altura de sus estudios con sus treinta y seis ya cumplidos. No pudo quedarse de becario en la universidad para empezar una carrera completa como docente. Perdió ante el sobrino de un catedrático. Trabaja en un bar y da clases de filosofía a un Ingeniero Industrial que ha descubierto su vocación tardíamente. Se ven los miércoles por la tarde en casa del ingeniero (Alfredo vive con sus padres). No se ha arrepentido de estudiar filosofía pues no puede evitar su hambre faústica. Necesita encontrar una posición intelectual desde la que comprender. Necesita comprender. Su vida es un desastre práctico. En el bar medita. En el autobús medita, en la cama medita. Cuando reúne unos euros va a Diego Marín y compra libros, aunque últimamente se ha aficionado a Amazon porque le regalaron un Kindle. Él pensaba que no tendría alumnos, una vez que se han reducido las horas de filosofía en el bachiller. Pero llegó Paco, el ingeniero. Es mejor porque a sus 45 años sus planteamientos son maduros y sus preguntas provienen de una necesidad profunda, de una herida abierta por la incultura política que pone el énfasis en los conocimientos teóricamente prácticos, como si conocer y comprender la existencia fuera una frivolidad. Lo primero que hizo Alfredo fue preguntarle si tenía creencias que pudieran colisionar con las propuestas de pensamiento que iba a realizar. Ya había tenido la experiencia con un tío político que con 80 años se quejó de que sus comentarios comprometían sus creencias y que ya no estaba para «cambiar de bando». En este punto se sentaron delante de un café sobre las cinco de la tarde. Era una de esas luminosas tardes otoñales de Murcia. El sol cerca del equinoccio de invierno lanzaba sus rayos con un ángulo de incidencia muy bajo reflejándose directamente a los ojos y prolongando mucho las sobras. Tanto que se ofrecían hermosas fotos para Instagram a cada paso.

  • ¿Por dónde empezamos? dijo expectante. Para Paco aquello era una aventura como echarse al mar para cruzar el Pacífico.
  • Te advierte, Paco, que «mi filosofía» es naturalista, no hay un ápice de concesión a abstracciones que no tengan fundamento por muy atractivas y sugerentes que sean.
  • ¿Naturalista? ¿qué quieres decir?
  • Que no hay cabida para lo que deseamos, sino sólo para lo que conocemos. Y lo que conocemos es la naturaleza incluyendo a la especie humana. No entra en mi planteamiento ni Dios ni los dioses. Tampoco los superhombres.
  • ¿Superhombres, a qué te refieres?
  • Bueno, hubo un filósofo en el siglo XIX que se llamaba Nietzsche que pronunció las conmovedoras palabras de «Dios ha muerto». Era una conmoción tremenda porque las civilizaciones siempre han tenido dioses y la nuestras un solo Dios creador desde Moisés. Pues bien, Nietzsche ante el vacío que dejaba en las almas sus declaración propuso una actitud para el hombre recién declarado huérfano rayana en la demencia psicológica. Esa actitud era la de ponerse de pié tras siglos de sometimiento a una idea falsa, creada para que el débil se defendiera del fuerte interponiendo un sistema moral que los protegiera al menos mediante el reproche de impiedad. Este nuevo hombre sería un superhombre que arrostraría la nada, el desafío de estar solo, de ser el único responsable de su destino. Desde entonces lo que ha ocurrido es que del superhombre sólo hemos tenido versiones patológicas o criminales y la soledad se ha paliado con distracciones crecientemente sofisticadas.
  • Con versiones criminales te referirás a gente como Hitler supongo.
  • Sí, claro. Los nazis hicieron una lectura interesada de Nietzsche para darle un fundamento a sus delirios destructores. Pero bueno, no quiero que estas clases tengan solamente una orientación ética. Naturalmente no porque no me interese la cuestión que, muy al contrario la ética es el eje de la filosofía moderna. Pero es necesario que nos situemos en un punto de vista más general para entender porqué la ética y otros aspectos. Poco a poco.
  • ¿Entonces, de qué vamos a hablar?
  • Pues de filosofía pasada por el filtro de tu profesor que soy yo. Le dijo Alfredo. Empezaremos por la naturaleza que nos rodea y de cuya existencia no dudamos por la experiencia intersubjetiva y las pruebas de la ciencia moderna. Los primeros filósofos que dejaron escritas sus ideas de forma más o menos fragmentario estaban interesados por la naturaleza. Pero nosotros no vamos a interesarnos por sus balbucientes propuestas basadas en las intuiciones físicas y la coherencia lógica a la que tenían a su disposición en ese momento histórico en torno al siglo V antes de Cristo. Nosotros nos remontamos a la naturaleza permanentemente activa de la tenemos una versión actualizada gracias a la ciencia. Partimos de lo que conocemos de la naturaleza común de todos los seres para luego pasar al ser humano y sus características para tratar de entender las cuestiones que nos interesan para no cometer el crimen imputable a cualquier humano que se limite a vivir y morir lamentándose de no haber entendido ninguna de las dos cosas. Establecido el marco trataremos las cuestiones particulares orientados por ese marco general. Este proceder deductivo no tiene otra explicación que mi propia forma de entender las cosas. Otro profesor trataría el asunto a la inversa o no seguiría otro método que tratar de mostrarte casos sucedidos, fragmentarios, para discutir sobre distintos aspectos filosóficos que iluminaran la situación. De modo que conmigo tienes que aceptar mi proceder.
  • Paco se encogió de hombros y dijo: Bueno, no tengo criterio para discutir.

El resto de la tarde discurrió con una especie de encuesta de Alfredo a Paco sobre cuestiones que Paco recordaba vagamente. Por ejemplo qué es la materia, la energía, qué es la fuerza, cuál tiene prioridad, qué es el tiempo, qué es el espacio, la velocidad o la aceleración. Paco vacilaba en sus respuestas y no comprendía el sentido de la catarata de preguntas y, menos, la relación con la filosofía. Alfredo lo vio cansado y le propuso dejarlo para el próximo día. La tarde había decaído y la penumbra contribuyó al cansancio intelectual de Paco, que se despidió de su profesor con algunas dudas sobre su solvencia. Su mujer llegó poco después diciendo «te mato» con una cara que le hizo preguntarse qué crimen habría cometido él. Se miró las manos por si tenía sangre, pero se tranquilizó enseguida: sólo se le había olvidado echar la primitiva. En ese momento comprendió por qué en los protocolos contra la violencia de género las amenazas de muerte sólo tenían importancia si venían del varón. La mujeres te matan muy a menudo, tanto como a los hijos por tirar medio bocadillo a la basura. Algo así como que la mujer mata en vano. La amaba e ironizaba sobre su ser femenino, contradictorio y excitado, genético o cultural. Le daba igual. El caso es que la amaba y la respetaba. Su arma más poderosa era el silencio, cuando pensaba que ella se había pasado de la raya en algún reproche. Lo que más le ofendía era el desprecio. Dada la promesa de Alfredo de contar con un marco explicativo, ya le preguntaría cómo interpretar lo profundamente que le ofendía su desprecio, su falta de reconocimiento a sus méritos como persona, profesional o marido. Él sabía que era un desprecio estratégico heredado de su tía la gruñona, pero no podía evitar sentirse herido. Al fin y al cabo en el teatro palabras impostadas producen efectos devastadores una vez que uno acepta el juego del “como sí”.

Alfredo entendió la confusión de Paco, pero no hizo tema de ella y centró su atención en su vida. Siempre pensó que, a pesar de su pulsión intelectual, la vida no necesita justificación si el cuerpo te manda señales de salud y la mañana es luminosa y te acaricia la cara con todos sus recursos, ya una brisa fresca, ya la luz brillantes del sol.  Se decía esto para superar una cierta pesadumbre que estaba camino de convertirse en crónica.

El miércoles siguiente Alfredo acudió a casa de Paco y continuó con sus clases. Primero le preguntó si había meditado sobre sus cuestiones de carácter elemental sobre física y éste le presentó un cuaderno lleno de fórmulas. Alfredo sonrió y le dijo:

  • Bueno, vamos a ver su traducción a pensamiento abstracto. ¿Qué relación hay entre espacio, tiempo, fuerza y energía?
  • La energía cinética por unidad de tiempo (potencia) es igual a la fuerza por el espacio recorrido.
  • Eso sigue siendo una presentación científica. Lo importante para nosotros es que la capacidad de acción que es la energía no se da si no hay una fuerza actuando en un espacio. Conceptualmente, no temporalmente, la fuerza es “antes que la energía”. Es habitual escuchar que la energía tiene un carácter primigenio fundacional del mundo. Pero no. En el principio fue la fuerza y, hoy por hoy, hay que decir las fuerzas, pues las cuatro identificadas (gravedad, electromagnética, atómicas fuerte y débil) no han podido ser unificadas en una de “mayor rango”. Un ejemplo inocente. Solamente tiene sentido hablar de energía potencial de un objeto si está actuante una fuerza. Por ejemplo, la de la gravedad. Es decir los objetos se atraen y si impedimos que se acerquen se “cargan” de energía potencial. Si los liberamos se mueven hacia sí transformando la energía potencial en cinética. Estas elementales cuestiones, que tiene 333 años de antigüedad si nos atenemos a la publicación de las Principia Mathematica de Newton en 1687 están presentes durante todo el proceso de evolución biológica que constituyó al hombre y por tanto algún tipo de eco tendrán en nuestro comportamiento. De hecho el carácter social del ser humano es consecuencia de una fuerza de atracción más allá de sus ventajas prácticas que legitima la prevalencia de la unión sobre propuestas de radical y antinatural individualismo como única forma de superar las consecuencias de la propia existencia del ser humano sobre su entorno material. Algunas manifestaciones de nuestra estructura natural son realmente simpáticas. Con toda la prudencia te hago notar que en cualquier espacio destinado al transporte, la audición de algo o, incluso, en los urinarios de varones se la circunstancia de que la ocupación se hace dejando espacios libres entre cada uno de los que llegan para luego saturar, como eco de la multiplicidad del rellenado de orbitales en el átomo. No debe extrañarnos que nuestro propio comportamiento evoque nuestra naturaleza. Si puede que te perturbe una relación tan directa entre la materia inerte y nosotros  pero es que no hay materia inerte en un sentido estricto. Todo, todo lo que existe en cualquier de los niveles que escojas (mineral, vegetal, animal o humano) es de un grado de complejidad tal que las diferencias entre ellos se reducen. No hay material inerte, hay procesos, eventos. La más elemental de piedras es un continuo bullir cuya alteración es relativamente fácil si consideras que alcanzar 4000 ºC es fácil. Al fin y al cabo en el sol la temperatura es de 16 millones de grados. Si la materia te evoca simplicidad y grosería frente al alma humana piensa que esta misma conversación sólo es posible si tu tronco encefálico puede mantenerte despierte produciendo las imágenes de los mapas de tu cuerpo de forma tal que te sientas vivo aunque no prestes atención al proceso. Toda nuestra actividad intelectual es posible porque los mismos elementos que constituyen, pongamos el basalto o la madera están activos, bien que organizados en una nueva y fascinante manera en nuestro cerebro. Cualquier pretensión de somos resultado de mágicas prácticas de delirantes demiurgos es una evasión del hecho de que hemos de apañarnos con el esquema que nuestro propio cerebro vaya construyendo de la realidad que nos circunda y nos constituye. Es muy importante hacer filosofía desde esa posición. Lo que permite no distraerse con lo que ha distraído a la humanidad durante miles de años y todavía distrae de lo esencial a miles millones de personas. La humanidad, te adelanto, es un forma surgida de la naturaleza que se llena de contenido con nuevos componentes materiales cada siete años y, radicalmente, cuando morimos. Toda la naturaleza cree tener el derecho a disfrutar de la vida consciente y para eso hay que dejar sitio. Bueno recuerda que nosotros como un trozo de granito somos un acontecimientos permanente dependiente de las fuerzas y la energía resultante en cada instante. Esta condición de acontecimiento hace posible el perdón o la rehabilitación como ciertas doctrinas políticas defiendes con justicia. Otra cosa es la facilidad o no de expender el perdón o de certificar la rehabilitación de un criminal sin incurrir en la ingenuidad de hacer posible la repetición de las atrocidades cometidas. Este es el principio general podemos ser mejores porque somos un acontecimiento no un objeto inerte. La inercia juega otro papel en la realidad muy distinto al que la expresión “materia inerte” sugiere. Bueno, basta por hoy. El próximo día hablaremos del tiempo y su existencia espectral.

Paco estaba callado y pálido. Alfredo le preguntó qué le pasaba y tuvo que escuchar lo siguiente:

  • Entonces, ¿Dios no existe?
  • Vas muy rápido. Pero esa es una cuestión a la que sólo puedo responder diciéndote que yo creo que no existe. Pero todo lo que yo vaya a decir en estas clases es compatible con que tu te reserves un espacio para un creencia de ese tipo. Podrá ser incoherente con tu pensamiento filosófico pero los seres humanos somos expertos en la incoherencia vital.

En ese momento entró la mujer de Paco y dijo turbada.

  • Paco este chico te va a perjudicar. Nosotros somos religiosos y por lo que he podido escuchar durante el último rato te va a llevar al ateísmo. Tu tío es el presidente de la Universidad Católica de Sagrado Corazón, ¿cómo vas a explicarle esto?.

Paco estaba muy serio, pero dijo:

  • No tengo porque explicarle nada. Pero estoy también preocupado. Déjame un tiempo y luego veré qué hacer. Se dirigió a Alfredo
  • Gracias por tu sinceridad pero no podía imaginar que mi interés tardío por la filosofía podía crearme este tipo de conflicto. Gracias por tu sinceridad. Te llamaré en unos días.

Alfredo se despidió y salió rápidamente a la calle muy preocupado. “Qué pena” pensó. El ser humano no puede madurar y afrontar su carácter naufrago.  Siempre estará el Corte Inglés. Bueno, siempre no. Había oído que las pérdidas le había obligado a buscar inversores extranjeros ante el ataque sin misericordia de Amazon. “¡vaya!” pensó este es un buen ejemplo del carácter dinámico de la realidad. “Creo que he perdido mi único cliente”. El otoño murciano a veces da sorpresas y la bajada de la temperatura lo sorprendió sin abrigo suficiente. Se apresuró en su marcha hacia el barrio del Carmen. La llamada llegó el domingo (¿al salir de misa?) Paco hablaba bajo y me proponía que tuviéramos las clase los lunes a las 12 en un bar en la calle Secretario. El tío de su mujer le había presionado para dejar las clases – ¡por el amor de Dios, Paco!, ¿Cómo te has dejado tentar por el diablo?-, pero él no quería dejarlo, su cerebelo le decía que aquella emoción que experimentaba al entrar en aquel territorio desconocido tenía algo de genuino y que las exclamaciones de su pariente eran falsas impostadas, representando un pensamiento ya muerto. En definitiva le proponía pasar a la clandestinidad. Aquello si que era emocionante.

La filosofía tendría una nueva oportunidad en el boca a boca, ahora que la oficialidad la estaba mutilando en los institutos y estaba desaparecida de la universidad fuera del reducto de las facultades específicas donde se refugiaban los últimos defensores del pensamiento crítico. Allí se hacía todos los años una encuesta con becarios para pulsar el Índice de Espíritu Crítico (IEC) que medía el interés de la sociedad por estar dotado de los recursos intelectuales para no ser engañados por el poder político o económico. Dos poderes en convergencia como demostraron las cuatro últimas elecciones. Su afiliación al Partido de Unión Filosófica (PUF) era una acción testimonial. Los militantes pagaban una cuota para el alquiler del local donde se reunían en la calle San Antón. En realidad era un tratamiento para curar la depresión por la situación política de Europa donde la izquierda había sido barrida por partidos que, al mismo tiempo legislaban para mantener una población constante de desafectos sufriendo la globalización y prometía sacarlos de su situación cuando necesitaban sus votos porque algún partido radical parecía tener algún éxito electoral. Era un mecanismo casi perfecto. Remataban la operación falseando las encuestas dándolo al partido radical una supuestas opciones de éxito para así tener el argumento del miedo que básicamente era la destrucción de la economía debido a su tendencia al subsidio en vez de a una vida productiva en la que cada uno se ganara su fortuna.

En el PUF se trataba de entender lo que estaba sucediendo y se publicaba una revista donde los socios hacían análisis filosóficos buscando explicaciones y terapias. La filosofía anglosajona se había rendido a los hechos construidos y sólo se trabajaba para afianzar metafísicamente la situación. Solamente se admitía el cambio en los niveles tecnológicos. Se consideraba que los intentos de cambios en la situación social habían sido una ilusión que tuvo su inicio en el romanticismo, su cima en el comunismo y su decadencia en la socialdemocracia. Finalmente el capitalismo avanzado de los primeros años del siglo, nacido con algunas crisis de ajuste se constituyó en el referente de organización social basado en la supervivencia individual y la creación de sofisticados mecanismos de depuración de los perdedores para que su costo fuera el imprescindible para comprar la buena conciencia residual. Era ejemplar la suavidad con la que se impuso esta situación mostrando la fría inteligencia que se aplicó con las mejores técnicas de análisis estadístico, manejo de la falacia en el discurso y creación de mecanismo de entretenimiento altamente sofisticados pero muy baratos. Entre ellos la realidad virtual fue fundamental. La creación de riqueza se regulaba en función de los intereses de las élites que eso sí eran permeables con el aval del talento. Todo el mundo podía acceder a las élites si proporcionaba algún tipo de valor añadido en los ámbitos científicos, artísticos o deportivos. El único arte censurado era aquel que afectara a la reputación del statu quo. Se había llegado a un consenso social según el cual gobernaba una nueva aristocracia no basada en la sangres sino en el talento. El fallo estaba en que mantenía el valor de la herencia incluso a descendientes incapaces y que ese porción de la riqueza se sustraía de las atenciones a las capas más desfavorecidas. Esta fisura era su talón de Aquiles. El ultra liberalismo se paró en la puerta del hogar.

El lunes siguiente llegó el primero y se sentó pidiendo una cerveza y unas aceitunas partidas de Cieza. Cuando las acabó limpió la mesa para evitar que los libros que traía y las notas de Paco se mojaran. San Antón es un barrio discreto por cuyas calles no pasaría ningún conocido de Paco que pudiera denunciarlo a su mujer o su tío. A esa hora los parroquianos eran jubilados del barrio. Alfredo dejó que su máquina de meditar se activara mirándolos. ¿Qué hacer con los jubilados?. Eso se preguntó un ministro japonés hace tres años y respondió «que se den prisa en morir». La pregunta parece antigua, pero es eterna (hoy en día tres años son el pasado, o al menos, eso nos quieren hacer creer lo que tienen juicios pendientes). La respuesta del ministro es el epítome de la mentalidad liberal grosera.No me extraña que sea en Japón donde se plantee con esta crudeza la cuestión pues es la cuna de la Balada de Narayama, la película de Imamura de 1983. Una cinta multipremiada en la que se cuenta una historia de supervivencia de una sociedad agrícola al límite de sus recursos. Una metáfora de nuestro actual mundo con una diferencia notable: la carencia de recursos de nuestra sociedad actual no se debe al carácter primitivo de la tecnología del pueblo que en la película nos representa a todos, sino al mal planteamiento del reparto de la riqueza en una pirueta irreflexiva de las élites actuales.La cuestión de fondo es que el jubilado recibe ahora lo que dió antes. Por tanto, la pensión no es caridad. El pensionista salvo algún polizón son, en general, trabajadores manuales que dejaron las entrañas en duros trabajos alienantes; profesores encargados, nada menos que de la paideia nacional; jueces encargados de mantener un cierto sentido de justicia que evite revueltas, doctores que han llevado la esperanza de vida de los españoles a los 85 años (¿serán ellos los culpables?).Los jubilados deberían estar dispuestos a considerar la cuestión de la carga que la imprevisión e incapacidad de nuestros gestores ha creado, solamente si la distribución de la riqueza nacional se pone de forma transparente sobre la mesa a disposición de cualquier ciudadano de forma rápida y el presupuesto del Estado se acomoda a la situación de las personas debidamente y no a los intereses espúreos de turno. ¡Qué aburrimiento de codiciosos! Se puede vivir perfectamente con un sueldo entre 1000 y 5000 euros hoy en día según méritos contrastados. Ninguna persona individual merece ganar más de 100.000 euros al año. Hay muchos científicos que ganan bastante menos. Si alguien no quiere ser jugador del Real Madrid, el Barcelona o directivo de una gran compañía él sabrá. Siempre he pensado que el problema para una estrella de un deporte no es cuánto gana él, sino cuánto gana su rival. Si las grandes fortunas nacidas en general de la depredación, excepto los ganadores del cuponazo desaparecieran no se resentiría la investigación sin la industria del lujo. En definitiva, no nos vengan con cuentos aquellos que están deseando que llegue el viernes para disfrutar de lo extraído de la mina del esfuerzo de todos. Ya no nos valen cuentos de tipo «si apretamos, se van«. La industria del lujo es un escándalo mundial. Viendo la página web www.billionaireshop.com  se explica perfectamente porque algunos necesitan tantos dinero. En concreto, nuestro popular B. no tiene ni para empezar con su cuenta de Suiza.

Por el estado actual de la inversión estatal en investigación queda claro que no se cree en el talento de nuestros científicos y se prefiere acogerse al trueno de Unamuno: «Inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones». Obviamente pagando royalties. Si este el caso, ¿Cómo se quiere crear riqueza para una vida digna de la población incluidos los jubilados? Pues está claro: empobreciendo a la mayoría para que unos pocos se enriquezcan con la exportación. Un sistema que no necesita de consumo interior, como ahora se está viendo. Una depreciación de la moneda humana.Los jubilados somos unos 9 millones (¡cuidado con el voto!). Desconozco cuántos están en condiciones de seguir aportando a la sociedad algún tipo de servicio que evite nuestra ejecución (al atardecer, por favor) por no estar afectado por enfermedades inhabilitantes. Si fuera un 25 %, el contingente estaría próximo al número de funcionarios de todas las administraciones (unos dos millones). Una verdadera fuerza de trabajo. Pero no tiene sentido que los jubilados ocupen puestos de trabajo ya existentes, pues se los quitarían a los jóvenes. Por ahí no procede hacer nada, al menos mientras no haya más puestos de trabajo que gente, cuestión que, por otra parte, resuelve la inmigración trayendo savia nueva al país. De modo que antes de acogernos a la fórmula del ministro japonés (que los dioses confundan), pensemos en un país con autoestima que se gana la vida en el conjunto internacional a base de inteligencia y esfuerzo. Para ello, los jubilados podríamos aportar nuestra experiencia en la gestión de la inteligencia y el esfuerzo, precisamente. El objetivo no es aportar energía mecánica, sino mental. Basta darse un paseo por el corazón del sistema actual pleno de jóvenes formados a medias en sus tareas; la falta de organización eficaz o la carencia de pedagogía del sentido de la vida para estar seguro de que nuestra vida mejoraría con un aportación organizada de parte del tiempo de aquellos jubilados que estén dispuesto a hacerlo en una estructura generosa dirigida al bien común. Necesitamos que nuestros jóvenes sepan la razón de sus afanes y porqué merece la pena trabajar y dar sentido a la propia vida al servicio de uno y de la sociedad. Ahí los jubilados tenemos mucho que decir. Yo he empezado con este blog.

Paco llegó media hora tarde farfullando una excusa sobre su trabajo.  Después de tirar un café y pedir otro le explicó que en su casa se oponía a que siguiera tomando clases con él y que no había encontrado mejor modo de seguir que este vergonzoso procedimiento. Bueno, dijo, probablemente resulte inmadura mi posición, pero voy a arriesgarme. ¡Anda, Alfredo empieza que se me pase el sofoco!. Eso hizo Alfredo que se encontraba transportado por la situación a imaginarios escenarios de persecución a la inteligencia.

  • Bien habíamos quedado que, todavía en el ámbito de lo fundamentos naturales, hablaríamos del tiempo. A mí me gusta provocar diciendo que el tiempo no existe. ¿tú que opinas, Paco?
  • Que es una tontería para, como dices, pillarme. Si el tiempo no existiera no sucedería nada porque, si todo es acontecimiento, ¿cómo iba a haber algo sin el tiempo?
  • Vale, entonces, explícame qué es el tiempo. Pues la cuarta dimensión. Las cosas están en el espacio, que tiene tres dimensiones y cambian de posición o estado en el tiempo.
  • Pero si eso es así podrá medir el tiempo al margen de los sucesos, porque, según dices es una dimensión al margen de las cosas. ¿cómo lo mides?
  • Pues con un reloj.
  • Pero, ¿qué es un reloj? Y no me digas que el aparato con el que se mide el tiempo.
  • Pues un dispositivo cuyo cambio en la posición de una aguja o en el cambio de un pulso electrónico.
  • Pero entonces, lo que estás midiendo en cambio cíclico de las agujas no el tiempo. ¿Cómo medirías el tiempo sin relojes?
  • No podría
  • Y cómo demuestras la existencia de algo al margen de las cosas? ¿cómo puede existir aquello que no deja rastro ni cualitativo ni cuantitativo?.
  • ¿Entonces?. Dijo desconcertado.
  • Entonces el tiempo no existe.
  • Existe la fuerza que genera energía que limitada en el espacio genera materia cuyo cambio relativo llamamos tiempo. Es decir escogemos un cambio regular, ya sean agujas o pulso atómico y decimos esa es la unidad de cambio y ahora medimos todos los cambios con esta unidad. A la división del cambio de un suceso por el cambio unidad lo llamamos duración.
  • Bueno, lo meditaré, pero, por los menos existe el espacio.
  • No existe el espacio al margen de las cosas, como le ocurre a lo que llamamos tiempo.
  • No hay ni un eje temporal, ni un ámbito espacial al margen de la cosas. No existe universo dónde no haya energía o materia.
  • Entonces ¿qué es espacio?
  • Bajos niveles relativos de energía.
  • Dijo Paco desesperado, cuando me muevo en una habitación ¿cómo llamo al ámbito entre las paredes?
  • Pues, espacio, pero que sepas que no existe al margen de las paredes. Las paredes crean el espacio, como un arquitecto sabe muy bien.
  • Y el movimiento ¿qué es?
  • Un cambio de nivel energético

Paco se tomó un respiro y pidió un Martini rojo. Se tomó dos tragos concentrado en su perplejidad y dijo

  • ¿Esto lo saben los físicos?
  • ¡Claro!
  • Entonces ¿qué interés filosófico tiene?
  • Es un marco conceptual para entender la relatividad en general y hasta que punto nuestro cuerpo y mente tienen una existencia comprometida pues son generadores de tiempo y espacio, en el sentido físico y metafórico. Estamos preñados de tiempo, es decir, de cambio. Somos puro acontecimiento como hemos comentado ya. Somos náufragos y mar al mismo tiempo. Visto de un cierto punto de vista, somos cómicos porque estamos en pelea continua en una balsa esférica en un viaje eterno cuyo destino está en nuestro propio interior.
  • Entonces, si no hay tiempo, ¿cuándo empezó el mundo?
  • Yo creo que el mundo no empezó ni acabará. La realidad hay que concebirla como un ser que cambia fundamentalmente en el eje de la complejidad.
  • ¿Y el Big Bang?
  • Es una teoría resultado de regresar hacia atrás en los cambios, lo que sugiere un momento de alta concentración de energía en un punto, pero sin negarla podría tratarse de un suceso cíclico. Explosión e implosión y entre ambas la aventura de la vida inteligente.
  • ¡Qué locura!
  • Bueno, no te preocupes, esto es una novela. El autor sabrá.
  • ¿Qué disparate queda?
  • Bueno, no sé si te queda fuerza para asimilar que el reposo no existe.
  • ¡Vaya! ¿No estamos en reposo ahora?
  • De sobra sabes que el planeta gira en el ecuador sobre sí mismo a 0,5 Km por segundo y la Tierra alrededor del Sol a 30 Km por segundo y no se nos mueve un pelo.
  • Claro, porque nos movemos a las misma velocidad que la Tierra y por eso…
  • — y por eso no estamos en reposo, pero lo parece por que no nos movemos respecto del planeta. Es decir, el reposo es movimiento compartido con el entorno. Una ilusión. Ahora podemos añadir que el movimiento de algo es relativo a otro algo. Damos un paso más atendemos a la enseñanza de Albert Einstein que se apoya en la independencia de la velocidad de la luz respecto de la velocidad de la fuente y tenemos otro nivel de relatividad. En efecto, esta característica de la luz impide que nuestra experiencia en nuestro entorno cambie cuando aumente nuestra velocidad uniforme respecto de otro entorno. Con lo que no podemos saber qué entorno se mueve. Añadimos que el hecho de que la luz es afectada por la gravedad tiene como consecuencia que no podemos saber si nuestro movimiento acelerado se debe a un campo gravitatorio o a una fuerza aplicada, ¿no podríamos decir que vivimos en un mundo fuertemente afectado por la relatividad?
  • Puedo aprovechar la situación para rematarte preguntándote ¿Y si cualquier reposo anímico o social responde al mismo principio general de relatividad? Quédate con esto y vemos el próximo día las implicaciones de la relatividad que nos rodea y constituye. Pero te adelanto que hay salida para la falsa cuestión de que ¡todo vale! Como dijo Ivan Karamazov ante la posibilidad de que Dios no existiera. Incluye en tus meditaciones que la existencia de la relatividad y la no existencia potencial de Dios viene a ser lo mismo, pues Dios resolvía el problema de la relatividad ofreciéndose como el Absoluto. Es decir, como la referencia de todo.
  • El colegio

El bofetón le llegó por sorpresa, por eso a Pedro le dolió más. Mario lo abrazó y lo consoló, lo que le costó que le tiraran de las patillas. Don Marcelo era un torturador a cierta escala. También era un sodomita como decía el padre de Pedro –ten cuidado con quedarte a solas con él- prefiero que te pegue a que te acaricie. Pedro no entendía pero hacía caso a su padre. Al fin y al cabo por el colegio corrían bromas respecto de lo que ocurría con los internos. A Pedro le gustaba ser amigo de Mario, también de Jorge. Eran buenos compañeros. Su padre había había sido toda su vida un obrero, pero la lotería no distingue y le tocó suficiente dinero para cumplir su deseo de que su hijo tuviera una educación que le permitiera ser alguien en la vida. Y logró su deseo, pero él no pudo pulirse a pesar de que le gustaba leer, especialmente los libros clandestinos de Ruedo Ibérico. Antes de casarse lo pillaron en la frontera con dos libros sobre Franco, pero el sargento de la Guardia Civil se limite a un molesto registro de todos los equipajes del autobús y recomendarle que no leyera aquella porquería. La verdad es que siempre consideró su aportación a la caída del régimen su respuesta: -Sargento hay que leer de todo. Venía de Berlín donde intentó trabajar. Pero el frío y el idioma le hicieron cambiar de idea, a pesar del buen recibimiento de los españoles que conoció. Un frío que no lo dejaba ni pensar. Le dolía la cabeza. También la eterna grisura del cielo y la suciedad del Domo. El muro le hizo pensar que su visión del comunismo debía revisarla. Estaba seguro de que entre el fascismo español y aquella opresora forma de tratar a los ciudadanos que adivinaba tras el muro debía haber un término medio. Se volvió a Madrid pero con dos libros clandestinos que, por suerte, le fueron encontrados en un régimen en clara decadencia formal por un sargento que tendría sus pliegues políticos. Lo que le hizo sentir pena por aquel muchacho tembloroso y desafiante. Para Pedro era un incordio que su padre al fin se afiliaría al partido comunista convencido por la tolerancia de Carrillo con la democracia y azuzado por la indignación de los crímenes de Atocha. Unos abogados idealistas que se dedicaban a ayudar a la gente asesinados de esa forma. Tenía que hacer algo. El eurocomunismo parecía la fórmula y se afilió. No le gustaba hablar de aquello con nadie. De hecho mentía sobre su padre, al que convirtió en el propietario de una tienda de sello en la Plaza Mayor – tampoco quería pasarse, aunque él sabía que muchos de sus compañeros eran hijos del régimen y serían ministros de mayores. Por eso su amistad con Mario y Jorge no le impedía frecuentar a José María y a Cristóbal porque ya intuía que si los seguía en la universidad podría tener con ellos alguna oportunidad. Por eso, cuando supo que estudiarían derecho, le dijo a su padre que quería ser abogado. Le hizo creen que sería un abogado social y que ayudaría al padre Ángel en su tareas humanitarias. Le costó pero lo sacó. Allí conoció al algunos de sus compañero de andanzas emocionantes. Más tarde pudo comprobar que patriotas hay en todas las capas sociales.

  • Los crímenes

La actividad de Jorge empezaba a ser molesta. Pensó Juan María  No podría entender cómo se había enterado de su asunto. Después supo que cortejaba a una de las secretaría del Ministerio de Justicia que tenía acceso a los archivos de la policía y le sonsacó su expediente. El riesgo excesivo. Su carrera no podía proseguir si aquello se sabía y España lo necesitaba. Iba en un coche alquilado para La Coruña (A Coruña decía un cartel) – A Coruña, gruñía él, 512 km. Hacia uno de esos días castellanos con un cielo azul – ese será el color de mi partido, pensó rodeado de canchos y tolmos, agujas y domos de granito entre los que sobresalían los riscos enfrente. Dureza que lo inspiraba a pesar de que la jara, el acebo, la retama, el romero y el tomillo mitigaban su imponente fuerza. A la derecha el Escorial y a la izquierda la cruz de Los Caídos. Símbolos de lo que España debía ser, a pesar de la disolución impuesta por la democracia. Ya les daría él democracia. Si hacía falta él mismo pasaría por demócrata hasta que tuviera ocasión ocasión. El quería una España, más allá, una Europa cristiana. Por eso le resultó tan difícil cuando tuvo que enviar a Lisita a que le hicieran un aborto a Londres. Aún recordaba la profunda irritación que sentía. Le hubiera pegado hasta dejarla derribada en el suelo. Dejándose llevar por esa violencia que surge del uso de la violencia. Un ciclo que puede tener su motor en la vergüenza que produce maltratar. Vergüenza que ahogas transfiriéndola al otro y aumentando, por tanto, la justificación de la violencia. Pero consiguió reponerse espiritualmente. Su confesor, Don Anselmo. le ayudó mucho diciendo que Dios le tenía reservado un destino y que, probablemente, este sobresalto era parte de la prueba que tenía que pasar para merecerlo. Un argumento no ya endeble, sino completamente falso. Pero a Pedro le sirvió. Halló consuelo en él. Ya veríamos cómo gestionaría lo que estaba a punto de hacer, pero era necesario. No podía permitir que Jorge, que había echado a perder su vida con sus ideales perniciosos para la civilización, pusiera en peligro su misión. Cogió el sobre naranja y lo dejó encima de la mesa 22 de la cafetería de Ríos Rosas donde le habían indicado que dejara sin ningún dato que lo comprometiera quién era el destinatario del servicio y el dinero acordado. Se tomó un café y se levantó. No se volvió y caminó hacia su coche mirando la estatua de Franco frente al Ministerio de Trabajo. Comprobó que llevaba la pala y las zapatillas y arrancó dirigiéndose hacia las instalaciones deportivas de Vallehermoso. Una partida de pádel le permitiría librarse de la incómoda necesidad de hacer ese tipo de cosas que no perteneces al núcleo de tus deseos, sino de tus deberes.

Adolfo, estaba en la mesa vecina con una chica simulando ser una pareja ligando. En cuanto Pedro se fue cogió el sobre y lo guardó en la carpeta que tenía encima de la mesa. – ¿Irás a la capea el domingo? Habrá gente muy importante a la que hay que conocer para no dejar de ascender por la escalera. – Si tú vas, sí. Respondió ella mientras le tocaba la bragueta con el pie descalzo. – Vámonos a casa, Magda. Te quiero hablar de un plan tras el cigarrillo que nos vamos a fumar. Hicieron el amor del derecho y del revés para estar seguro de por dónde se conciben los niños. Querían quedarse preñados a toda costa pues al menos él quería una familia numerosa. Adolfo hacía tiempo que había cerrado la herida del ataque a Mario y ya practicaba la violencia en horas de oficina. De nueve a cinco para acudir a tiempo a su hogar. A veces invertía el horario y era de cinco a nueve porque así lo requería el trabajo. Se temía que el sobre naranja contuviese uno de esos trabajos. Se levantó miró el contenido y, efectivamente, era eso. Había cien mil euros dentro y un folio con una foto impresa, una dirección y un intervalo de fechas en las que debía hacer el trabajo. Le dijo a Magda que volvería en una hora y salió. Había llovido y Alberto Aguilera tenía un aspecto melancólico. Se dirigió hacía Blasco de Garay y torció hacia Hilarión Eslava, cuando pasó por el nº 49 sintió un estremecimiento. Pensó que era el frío o quizá el recuerdo de la veneración que su hermano Rafael tenía al habitante más conocido del edificio. Aceleró cruzándose con gente embozada. Al llegar a su destino llamó por el móvil y espero en la cafetería Savage. Unos minutos después sus dos lugartenientes de confianza llegaron con cara de excitación por la inminencia de la acción. Ya no eran aquellos jovenzuelos de las escaramuzas en la universidad o el 15 M. Se habían casado, tenían puestos de confianza en la seguridad de algunos ministerios. Esos niveles de complejidad en los que los ministros prefieren no saber que ocurre por abajo. Pues por abajo, al menos con este gobierno, pululaban almas descarriadas con estimulantes recuerdos del daño infligido a otros. En sus hogares salvo alguna bofetada, cada vez menos, permitía que sus egos mantuviesen el predominio sobre sus esposas e hijos. Nada grave. Se estrecharon las manos como viejos camaradas y escucharon al boss atentamente. Adolfo era leal con ellos y les dio a cada uno 25.000 euros. Hicieron el esquema de acción. El lunes empezarían la vigilancia para conocer las rutinas del objeto de interés y de Juan María.

 

No podemos dejar pasar esto, hay que hacer algo pensó Jorge. Cogió el sobre con el expediente de Juan María y lo puso encima de la mesa en la que estaba con sus compañeros de fatigas revolucionarias. Estaban en un piso de la calle Cava Baja. Desde la ventana se veía un trampantojo pintado en la medianera del edificio que había enfrente. Era muy ingenioso.  Sabía que no era posible llevárselo a la policía, de modo que tendría que ser un periodista. Iván esta enfrente de él y no entendía la blandura de Jorge. Aquello se resolvía con dos tiros a Juan María. Él podía hablar con Josechu y quizá en seis meses la joven promesa del partido conservador pasaría al olvido. La reunión acabó en nada. Porque se neutralizaron los blandos y los duros, como siempre le ocurre a la izquierda. En la segunda década del siglo XXI se hablaba de Errejonistas y Pablistas en alusión a los líderes del partido emergido del fundacional 15 M. En términos simple Pablo Iglesias quería dar miedo e Iñigo Errejón no. Pues esa tarde Iván proponía eliminar físicamente a Juan María y Jorge proponía filtra el expediente sobre su papel en los acontecimientos de la calle Atocha, lo que lo hacía incompatible con el ejercicio legal del poder, cuando no lo llevaría ante un tribunal penal. Jorge no lo sabía pero aquella noche él perdió. Pues Iván con sus argumentos primarios había concitado más voluntades que Jorge. Los duros pensaron que la filtración del expediente ampliaría el espectro de los potenciales enemigos de Juan María y así sería más difícil que los señalaran a ellos. Cuando Jorge se fue decidieron formar un grupo de coordinación del asesinato con Iván al frente. Iván tenía ya 45 años y mantenía el odio primitivo que le había inculcado su padre con sus palizas intacto para aplicarlo en la tribu a la que el destino lo llevara. Miró su teléfono y llamo a Jaume. Cataluña se había radicalizado diez años atrás y habían resurgido los grupos violentos que habían sido reprimidos en los años ochenta del siglo XX. Allí había gente dispuesta a todo que les ayudarían por su mayor experiencia en la acción. Hizo una llamada con prefijo 93.

Jorge se fue pensando que era ya muy duro seguir siendo un revolucionario. Cada vez más le gustaban sus tardes noche con Carlos oyendo jazz, sorbiendo un whisky lentamente y ocupándose de la clase del día siguiente. Tenía la sensación de que el mundo no se deja cambar con facilidad y que mucho de lo que ellos hacían henchido de un cada vez más mustio entusiasmo era inútil. Camino por Alberto Aguilera hacia el metro de Argüelles. Pasó por la acera de la cafetería Savage. Miró hacia dentro y le pareció ver a Pedro su compañero de colegio que hizo posible aquella agresión a Mario. Reprimió un primer impulso al ver que no estaba solo. Dos tipos grandes le acompañaban, lo que le hizo pensar que no había dejado del todo su gusto por lo siniestro. Entró en el metro, se paró un instante escuchando a un wynton marsalis que tocaba la trompeta en un cruce de los laberintos de las líneas y cogió el circular hacia ciudad lineal. Cuando se abrieron las puertas del metro en Tirso de Molina y lo vi entrar con su amplificador sobre un carrito de la compra, pensé en los de siempre: un mendigo cantando una canción desafinada para pedir unas monedas o uno de esos que te avisa de que está allí «porque no quiere robar» con una mirada que lo desmiente. Pero no, era otra cosa. Tenía unos cuarenta años, recio (con el mismo ancho de hombros que de caderas), no muy alto. Puso la música y empezó al ritmo de cumbia a pedir alegría. ¡Alegría! en los tiempos que corren. Empezó a cantar de forma entonada, pero no se conformó con eso. Empezó a bailar y pidió que la gente de metro bailáramos con él. Las caras de los presentes eran un poema de miradas perdidas, incluida la mía. Pero su cara transmitía alegría y timidez al tiempo. Daba la sensación de estar venciendo un frenillo emocional en cada semifusa. Pero no dejaba de bailar con cierta gracia y, sobre todo, con convicción. Cuando levantaba los brazos al ritmo del cumbé se le veían los rotos y las manchas de sudor en el sobaco de su jersey. Llevaba tres piezas de lana, una encima de otra, porque no le llegaba para abrigo. Y seguía bailando y, de repente, el milagro. En Antón Martín, una chica se lanzó y después su novio. Al fondo un cuerpo empezó a moverse. Y como la ola en los estadios, el coche (los que íbamos dentro) empezó a bailar a su ritmo. Su cara brillaba, los zurcidos de sus pantalones reían, las manchas de su jersey lloraban de alegría, sus caderas estaban ya imparables. Feo como él solo, con rasgos andinos, con dientes negros pero con un brillo poderoso en sus ojos, el bailón entonó el últimos compás con los brazos arriba en señal de triunfo y empezó a recoger el fruto de su esfuerzo. Esa noche cenaría bien. Un aplauso cerró el acontecimiento y yo me bajé en Atocha-Renfe. Hay esperanza si el pobre se niega a ser muerto a manos de la tristeza fría de los perpetradores de su desgracia.

Mientras caminaba hacia su bloque pensó en lo hermoso que sería que el mundo se invirtiera y pudiera pasar lo que había leído en el blog de un desconocido que imaginaba la siguiente escena propia casi  del guión de una película de Kent Loach: El capitán dio la orden y el escuadrón de anti-disturbios en grupo compacto se puso en marcha y empezó a golpear de forma indiscriminada. El Consejero Delegado recibió un golpe en las corvas y se dobló. Un policía cogió de los pelos a una miembro del Consejo de Administración y la arrastró por toda la sala de juntas. Sin ningún miramiento los papeles cayeron sobre el suelo. Dos socios hicieron frente armados con cócteles de martini. Los vasos explotaban. Una tableta informática voló y le dio en la cabeza a un policía que cayó gritando ¡malditos perro-ricos!. Esa noche cinco miembros del consejo de administración durmieron en el calabozo y el juez los encarceló sin fianza bajo los cargos de «llevárselo crudo» y de «manos en la masa». Un policía que se incorporaba al turno preguntó ¿por qué están estos desgraciados aquí? tienen pinta de ser inofensivos. «Algo habrán hecho» dijo otro. Los financieros. deprimidos por la situación gritaban desesperados ¡nos tratan como mineros! ¡qué vergüenza! Jorge se partía el culo subiendo en el ascensor imaginando vívidamente la escena imposible. Qué extraña fascinación produce en los pobres los ricos. Sólo les faltan al respeto los que quieren sustituirlos. La elección del presidente de Estados Unidos en 2016 era la prueba de tres cosas; siempre habrá resentidos sociales, la izquierda no ofrece salida aglutinante y la derecha miente lo que haga falta para confundir al elector resentido y quitárselo a la izquierda. En la España de principio de siglo, una vez consumida la energía reformista de la llamada Transición Democrática, la izquierda fue desplazada y sólo pudo volver al poder episódicamente por la mala gestión por parte del Gobierno de un terrible atentado yijadista en 2004. Una vez pasado el efecto, ni siquiera la terrible crisis económico produjo efectos estimulantes sobre la izquierda que se dedicó al cainismo entre duros y blandos como sucedáneo de la victoria electoral que no llegaba por la excelente gestión del resentimiento social que hacían los consejeros aúlicos del partido en el gobierno. Hacía tiempo que había dejado de ser un enigma porque electoralmente decisivas capas sociales resentidas votaban a la derecha más delirante. La vecindad de la pobreza, la emigración la violencia de la supervivencia, el recuero de lo que fueron se convertía en llama justiciera al ver las vidas confortables de los que decían venir a resolverles sus problemas con proclamas contra la desigualdad. Preferían a los que no disimulaban y proclamaban la injusticia universal pero les aseguraban odiar como ellos a su vecinos emigrantes o les prometían con el aroma de seguridad que la derecha expele cuando de asuntos económicos se trata, las reformas del tejido productivo que les beneficiaría. Tal parece que se conformaban con ser pobres, pero uniformemente pobres. Sólo querían a su lado pobres como ellos, de la misma religión y costumbres. Y esto la izquierda complaciente en sus ideales y su comodidad no se los podía ni siquiera prometer para no cumplir.

Ser de izquierda o derecha es casi una marca de nacimiento. No son pocos los casos de radicales de izquierda nacidos en familias económicamente muy potentes o al revés. Ante el presidente Obama algunos sienten una simpatía y admiración irrefrenable y otros experimentan un auténtico asco ante sus proclamas bienintencionado. Hasta qué punto los segundos se ven molestamente interpelados por su elocuencia izquierdista y rechazan el reproche implícito. También se da el caso contrario con presidentes como José María Aznar en España. Sus desplantes machistas, recuerden el bolígrafo en es seno de aquella periodista o su prepotencia supuestamente intelectual cuando señalaba a sus seguidores el camino a seguir desde su fundación. Todo a despecho de la formación previa. Ingenieros, arquitectos, abogados o filólogos, filósofos, cantantes y poetas se reparten individualmente entre ambas opciones a lo largo de la historia, aunque colectivamente suelen aparecer como más alineados con la izquierda los que practican algún tipo de arte. Es algo más profundo que la enseñanza en la universidad o el ejemplo de tus padres. Esta cerca del genoma. 

  • Final

El whisky le supo a magdalena por los recuerdos que se le presentaron sin permiso en la penumbra rota por la lámpara halógena. Su paladar era capaz de una fina ironía, pues tenía precisamente delante del confortable sillón toda la colección de En busca del Tiempo Perdido que había editado Alianza. La tenía ya casi olvidada con la excepción del detalle de la visita de Swann a la fiesta París-Murcia para recoger fondos con objeto de reparar los daños de la inundación de Santa Teresa en octubre del año 1879 (200 años antes). Este hecho fue un prodigio. Carlos está seguro de que por Murcia, una ciudad situada en una esquina de España, no pasaba ya casi nadie premeditadamente. Tuvo cuatro héroes fundamentalmente: el cardenal Belluga, Saavedra y Fajardo, Antonete Gálvez y Paco Rabal. Pero en la actualidad no exporta talento. Tiene la desgracia de que su versión de la lengua española no da bien en la radio por lo que no tiene opinadores de influencia que recuerden al resto del país su existencia. Gallegos, castellanos, vascos, andaluces o catalanes aportan la mayoría de las voces que cada mañana nos dan las buenas o malas noticias. Tampoco tiene literatos inmortales si excluimos a Pérez Reverte que describe mundos muy alejados de la realidad murciana. Su mano acarició a Leo mientras observaba las arrugas de su propia piel que simulaba ser un paisaje desértico barrido por el viento. No sintió pena. Desde los sesenta estaba trabajando su mente para reconciliarse con la muerte. Pero hasta esa edad su entusiasmo por la vida le granjeó más de un disgusto. Se adormiló y el libro que estaba leyendo, unos ensayos de Coetzee sobre colegas escritores, se cayó al suelo. Se despertó al sentir una caricia de Jorge y le sonrió.

 

El texto cifrado (y 8)

Viene de (7)

Las astillas saltaron y cruzaron el umbral casi estorbándose. Cayó desmadejada en los confortables brazos de su compañero mientras la regla caía al suelo y se quedaba vibrando unos segundos como lo hace una moneda. El policía se desvió hacía el guardia jurado para atenderlo. En la calle uno de los coches de la policía estaba abollado por el cuerpo de Evil que reposaba ya relajado sobre el vehículo. Las aspas de un helicóptero sonaron rítmicamente sobre el patio. El agente más próximo a Ricardo se sorprendió porque no  tenía noticia de que se hubiera hecho una gestión de este tipo, pero el oficial de paisano no estaba sorprendido. Pierre se despidió mentalmente de Beatriz mientras el helicóptero se elevaba y él sujetaba una gasa en su herida. SHADOW había actuado con rapidez para recoger a su agente. Estaba dolido por la herida y por no haber sido capaz de descubrir el sistema de cifrado del texto de Beatriz. Aunque los servicios centrales tampoco lo habían descifrado, no estaba seguro de que pudiera ya hacer una carrera en la organización. Dos hora más tarde, en el sofá del estudio de Ricardo, Beatriz sonreía por la potencia que había mostrado su inocente sistema de cifrado. Desde pequeña se había acostumbrado a escribir en el teclado QWERTY corriendo los dedos una tecla. Así, una palabra como “ciencia” se convertía en “virnvis”.  De este modo, logró proteger su  descubrimiento para que fuera calificado como un avance esencial para la ciencia y la democracia. Su propuesta permitía asumir el reto de formar con rapidez técnicos, científicos y ciudadanos de forma significativa y no doctrinaria. Se consideró el mayor logro intelectual desde la Ilustración. Entre tanto, SHADOW se lamía las heridas y preparaba una nueva intriga para sus eternamente innobles propósitos.

La doctora Beatriz Milá recibió el premio Nobel en el año 2016. Fue la primera mujer rectora de su universidad. En Los Barreros se erigió una estatua en su honor y desde entonces el antiguo paseo Alfonso XIII pasó a llamarse Rectora Milá. De este modo, la puerta de Europa, que representaba el desembarco de la autopista en la ciudad, entroncaba con naturalidad con la avenida que la honraba. Qwerty.

Fin.                     

El texto cifrado (7)

Viene de (6)

No logró verlo y pensó que estaría haciendo una ronda por el edificio. Esperó un cuarto de hora y se extrañó de no verlo aparecer. Pegó la cara al cristal que estaba empañado y la impresión le hizo retirarse asustado de la puerta. Volvió a mirar y la realidad tozuda le mostró al guardia caído y perdiendo sangre por una herida profunda en su cabeza.. Ricardo era un pacífico académico y aquella escena lo sobrepasaba, pero inmediatamente pensó en Beatriz y su seguridad. Ahora, su ausencia y la falta de respuesta al teléfono le produjeron una insoportable angustia. Eran las 11:30 de la noche. Beatriz vio la hora en el gran reloj de la pared que le había regalado Ricardo. Una esfera redonda llamativa como una luna llena. Pierre se acercó con la jeringuilla creyéndola desvanecida. Por eso no vio llegar la regla de acero que Beatriz balanceó con la fuerza que sólo una mujer pacífica puede mostrar cuando es sorprendida su confianza. La regla era un transformador de unidades tradicionales de longitud. Se la había regalado el profesor Cal cuando acabó el máster de restauración que la universidad había organizado con los colegios profesionales de arquitectos e ingenieros de edificación. Pierre recibió en su sien la regla aproximadamente a la altura de la décima de vara con una energía cinética suficiente para que perdiera el conocimiento instantáneamente. Cayó hacia la derecha ruidosamente llamando la atención de Evil que estaba enfrascado en el ordenador. Al ver a Beatriz armada con la regla de acero manchada de sangre y el rostro tan resuelto pensó que era el momento de volver a su universidad de origen, lo que no le quedó más remedio que intentar por la ventana de la buhardilla. Como no conocía la geometría del tejado perdió pié en las húmedas tejas y cayó pesadamente al vacío y a la noche. Curiosamente lo hizo en silencio. Era un hombre discreto. Beatriz salió al pasillo, bajó las escaleras y se encontró en la logia del tercer piso. El patio de poniente estaba iluminado por la luna y resultaba mágico. Su parte poética le pedía quedarse contemplando la escena y su parte práctica que huyera rápidamente por si había más extraños en el edificio. Se desorientó y tropezó en la puerta del paraninfo. Se recuperó y bajó precipitadamente las escaleras centrales hacia el hall. Se sorprendió al ver los reflejos azules de los coches de la policía y se tranquilizó al ver la figura de Ricardo junto al agente que estaba golpeando el cristal de la puerta con un mazo.

(continuará)

El texto cifrado (6)

Viene de (5)

Sorprendidos y desanimados echaron una hostil mirada a su prisionera que simulaba seguir inconsciente en el suelo. La conversación le indicaba a Beatriz que tenían dificultades para entender y no le extrañó. Esperó y poco después escuchó como Pierre le comunicaba a Davaliú sus dificultades. Las instrucciones que recibió hicieron palidecer a Pierre, incapaz de evitar que el rostro de Beatriz en la penumbra le evocara las tardes vienesas y su propia dignidad  perdida de científico fracasado. Una dignidad recuperada falsamente en las conversaciones de la terraza de la habitación del hotel junto a la casa LOOS. Beatriz le hizo creer, con su bondad agradecida tras haberla recuperado para el amor físico, que él era quien ya no podría ser jamás. Se mordió el alma y contestó afirmativamente a las indicaciones que recibía por el satélite. Abrió el pequeño maletín de cuero, preparó los electrodos y enchufó el transformador a la red, extrajo la jeringuilla de algostide  de 250 mg, le puso la fina aguja y se dirigió hacia Beatriz. Entre tanto, Evil enviaba el fichero a los servicios centrales en Europa.

Ricardo echó de menos a Beatriz cuando ésta no acudió a la cita diaria para cenar en su casa. No se extrañó porque su excitación había ido creciendo en la última semana debido a los progresos que sabía estaba haciendo en su atrevida teoría cognitiva. Se relajó escuchando La Pasión según San Mateo, esa obra de la que se decía que reflejaba el comportamiento del cerebro en sus notas ordenadas y que transportaba el alma al éxtasis profano si adoptabas la actitud adecuada. Y eso es lo que hizo. Se recostó y se dejo mecer por los vaivenes de la música. Se adormeció y una hora después la ausencia de Beatriz ya le pareció inquietante, de modo que se abrigó y salió de su estudio en el barrio universitario. Esa intervención urbanística que tan clara había dejado la relación entre la colina militar y la plaza lacustre. Subió por la rambla, pasó delante del edificio Arqueo, dejó la plaza de toros a su derecha, bajó hacia la muralla, rodeó el edificio principal; pasó debajo de ficus y se paró. Miró hacía la buhardilla del despacho de Beatriz y se tranquilizó al ver el ligero resplandor de su lámpara de trabajo. Se imaginó la escena con la luz cruda iluminando su cara como en un cuadro de Wright. La llamó  con el móvil y no tuvo respuesta. Pensó en entrar y se dirigió a la puerta con la esperanza de que el guardia jurado lo viese y le permitiera abrir.

(continuará)

El texto cifrado (5)

Viene de (4)

Pero su seducción fue inútil, Beatriz no había llegado al final de su búsqueda. En consecuencia fue necesario seguir pacientemente su progreso y para eso era necesaria la presencia de alguien de su confianza y tan cercano que resultara natural la confidencia. Pero tampoco eso había resultado y toda la habilidad de Evil había resultado inútil. De modo que, cuándo le llamaron desde la universidad esa mañana anunciándole que todo apuntaba a que la doctora Milá había encontrado la solución al problema que tantos quebraderos de cabeza le había producido con sus superiores, no tuvo paciencia y decidió actuar con una grosería que le honraba poco. No en vano Davaliú había estado detrás de los mejores y más sutiles golpes de mano de las cloacas gubernamentales. Todos recuerdan en su discreto mundo de la inteligencia cuando dirigió las operaciones de desestabilización del MIT, al comprobar que Chomsky como director había llegado demasiado lejos en su influencia intelectual sobre su orientación científica. No se podía consentir que la ciencia no sometiera sus juicios y conclusiones a la voluntad política. Y menos cuando, en los últimos años, el objeto se había desvanecido ante la mirada ingenua del hombre y la avisada del científico. El peligro llegaba, ahora, de la doctora Milá que habían reconstruido la confianza en las posibilidades de una ciencia capaz de ir más allá de sí misma para encontrar una nueva perspectiva desde la que contribuir a paliar los efectos de la estupidez humana.

Beatriz reconoció al despertar su propio despacho atormentada por las dificultades para recordar lo que le había pasado. Era de noche Intentó levantarse y experimentó una extraña náusea. Se dejó caer de nuevo suavemente y entonces reconoció sobresaltada –otro traidor a su confianza- la voz de Evil que estaba con Pierre escrutando su ordenador. Sus rostros mostraban una infinita curiosidad por entender lo que la pantalla les mostraba. Trató de no dejarse arrastrar por la desesperación que le producía que el mal se apoderase de su trabajo.

Al abrir el fichero <para Science> del programa MOT 15, la pareja de traidores quedó perpleja, pues en el primer párrafo encontraron la siguiente frase:

 “Rdyr styóviñp `tp`tvopms rbofrmvosd fr wir ñs ,rmyr ji,sms rd vs`sx fr sñvsmxst rñ dir´p fr frñ SÑR`J p ñs YPTÇS ypfsd ñsd `sñsntsd s di sñvsmvr ,rfosmyr imsd rmvoññsd yçrvmovsd fr s`trmfoxskr u rñ si,rmyp rm ñs forys fr ñs vsmyofsf fr…”

(continuará)

El texto cifrado (4)

Viene de (3)

Sorpresa que se convirtió en incomprensión y amargura cuando recibió el primer golpe mientras esbozaba una sonrisa de bienvenida. El segundo golpe la derribó sobre las losas de piedra, frías y húmedas, del pavimento del túnel. Mientras se desvanecía recordó confusamente sus confidencias incautas. Beatriz estaba en peligro porque había confirmado su hipótesis sobre la última frontera de conocimiento: la mente humana. Hipótesis que resolvía todas las dificultades de carácter cognitivo y neurológico sobre el aprendizaje que la humanidad había arrastrado desde que un barbado maestro le mostrara unas pistas de animal a un aprendiz de cazador. Pero, ahora la violencia de nuevo trataba de imponerse a la inteligencia mostrando su cara oscura en aquel túnel. Un pasadizo corto que no tenía más pretensión que dejar testimonio de que la elegancia de la forma era capaz de llevar la luz más allá de los arquitrabes de los templos griegos. Beatriz, como símbolo de lo mejor, fue conducida al coche aparcado bajo las ventanas del departamento de mecánica por Pierre, el símbolo de lo peor.

Jorge Wenceslao Busho (Jorge Davaliú para sus camaradas del espionaje globalizado) llevaba años buscando el modo de hacer realidad el propósito de la llamada Era de la Información. Nada menos que el de optimizar el conocimiento de los empleados de las grandes corporaciones para alcanzar la perfección organizativa (la racionalidad absoluta pronosticada por Max Weber). La jaula de hierro corporativa del siglo XXI. Lo hacía al servicio de SHADOW (la organización secreta formada por delegados de gobiernos y corporaciones). Sus agentes rastreaban todas las publicaciones periódicas o episódicas, todos los congresos y jornadas que trataban sobre el aprendizaje. En los últimos dos años había recibido informe continuados sobre una doctora española cuyos avances eran tan prometedores que le organizó una celada muy especial y cuidadosa. Viena, desde el El tercer hombre era un lugar apropiado, aunque el Prater ya no era el lugar inquietante de la película de Wells. Los informes de los investigadores mostraban que era una mujer al alcance de un seductor en ese momento de su vida. Pierre nunca le había fallado en estas tareas desde que su ambición le empujó a dejar su carrera de química, a pesar de su inteligencia natural para la ciencia.

(continuará)

El texto cifrado (3)

… Viene de (2)

Miró hacía el edificio de Arqueo con orgullo por la transformación de un oscuro cuartel en una luminosa biblioteca (seguía llamándola biblioteca premeditadamente). Pasó bajo la pasarela de Fernández De Alba, que unía elegantemente la muralla con la estación de autobuses de Carballal. Dos arquitectos unidos a la universidad de forma muy diferente. El uno por su condición de doctor sobrevenido e inspirador del espléndido y originario campus del norte y, el otro, por haber unido la universidad con toda la región con su faro tierra adentro. Siempre le gustó ese edificio estacionario y su situación tan próxima. Había conocido a Carballal y sabía de su gusto por la pintura abstracta. Por eso disfrutaba con su ironía figurativa en aquel edificio para autobuses que parecía anticipar el cambio climático al tentar con su costado a un mar que brillaba treinta metros más abajo. Su piel estaba tan sensible que no estaba segura quien acariciaba a quién, si la brisa a ella o ella a la brisa. Su vocación científica no le había hecho olvidar su feminidad y procuraba que sus ojos verdes todavía conservaran el entorno de la piel nacarada de las pelirrojas. Estaba excitada con la idea de afianzar su autoría mediante un artículo a Science en el que se extendería en agradecimientos a todos aquellos compañeros que la había ayudado sin saberlo para que compartieran su gloria. Desde el departamento de matemáticas en el que un estadístico, cuyo nombre ya evocaba su destino, al de física con Matías, ese sabio humilde con poca suerte o, incluso, al profesor Evil que, desde que llegó con la beca ARISTOS se había ganado su confianza con sus inteligentes preguntas. Y, por supuesto, al profesor Cal que la inició en el uso de los mapas conceptuales de Novak, en cuyos meandros encontró la solución mientras luchaba por la coherencia conceptual. Tan feliz se encontraba que no advirtió el peligro. Se cruzó con dos becarias del servicio de gestión de la calidad que volvían de hacer encuestas e iban comentando algo de un profesor que no había querido dejar el aula. Reían divertidas por la anécdota. Cruzó hacía el edifico principal a través del túnel y aquel hombre le pareció un empleado de alguna empresa contratada de la unidad técnica, pues llevaba un mono gris. Su sorpresa fue grande cuando, a pesar de las dificultades que todos experimentamos para identificar los rostros fuera de su marco familiar, reconoció en el hombre del mono a su amante francés en la Viena congresual.

Sigue en (4)…

El texto cifrado (2)

… Viene de (1)

El tren veloz la comunicó y la aisló con el mundo en un mismo acto. La muerte de Andrés la apartó de la actividad científica durante dos años al provocarle una depresión que le hizo creer que se volvería intelectualmente estéril. Fue como una araña negra que le mató los automatismos salvadores y le obligó a hacerse cargo conscientemente, cada día, del peso insoportable de afrontar la vida sin esperanza alguna.  Pero el tiempo, esa dimensión de la realidad a medio camino entre el ser de la memoria y los sueños y la nada del instante, la sacó de su letargo y le ofreció otra vida, en la que ya, prácticamente, toda su energía la dedicó a la a ciencia. Entrega que no impidió la aventura cuya voluptuosidad dejó que le embargara en este momento de gloria epistémica. Quizá fue una locura, pero tras cinco años de renuncia, aquella noche en el hotel de Viena, cuando los congresistas visitaban el palacio de Belvedere, fue inolvidable. Reconocía que su curiosidad cultural la empujaba a contemplar los poderosos atlantes del palacio, que tantas veces había visto en fotografías de sus libros de arte. También se perdió El Beso de Klimt, un tapiz de sensualidad que se exhibe sobre los musculosos semidioses. Pero ella lo tuvo todo: músculos, semidioses y besos, abundantes y apasionados besos con aquel jovenzuelo francés que sabía la suficiente química para haberse quedado fascinado por ella y la suficiente física amatoria para compensarla de la sequedad de aquellos años. Hacía seis meses y aún lo recordaba. Aunque se había impuesto reprimir el recuerdo por la relación serena y esperaba que duradera que había iniciado con Ricardo Astiz, director de la Facultad y catedrático de economía dinámica. Pero hoy era fiesta y todo lo placentero, recuerdos pasados o las percepciones más inmediatas, debían contribuir a envolver su éxtasis intelectual. Decidió salir y buscar en su entorno el eco de su hallazgo. Estaba segura que su rostro transfigurado la delataría. Bajó alegre las escaleras de hormigón sin quitarse la bata. Se cruzó con el profesor Núñez y una decena de alumnos, atravesó la galería del patio oeste del edificio y casi cae a los pies del recientemente inaugurado panel de doctores honoris causa de la universidad. Arrebolada salió en frente de la poterna de la muralla y corrió hacia su borde para que la brisa benigna le agradeciera su aportación al mundo. Luego caminó hacia la pradera de levante donde los estudiantes, como la naturaleza, habían despreciado los caminos preestablecidos y habían abierto un surco en la yerba que era todo un mensaje de disconformidad. Le gustaba su universidad.

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