Un año

Hoy, uno de octubre de 2017, se cumple un año de mi jubilación. La casualidad hizo que coincidiera el comienzo de mi nueva vida con el tormentoso comité federal del PSOE y, además, me pilló en Madrid, porque este día es el cumpleaños de mi hijo Carlos (por supuesto, antes del referéndum y los líos de los socialistas). Al estar allí, tuve la oportunidad de «cubrir» el acontecimiento (milagros de las redes sociales). Pero, además, como si fuerzas telúricas se hubieran activado, también hoy, con mi aniversario jubilar viene un acontecimientos de trascendencia nacional muy relevantes en Cataluña, sobre el que no es necesario que me extienda aquí, pues ya me he pronunciado repetidamente hablando de la leche derramada, el nuevo medievo y la tensa espera. Hay días en los que los acontecimientos dignos de ser recordados se acumulan. Y para mi biografía, se reúnen hoy un acontecimiento con connotaciones universales con uno personal. Como consecuencia escribo con un sólo ojo en el ordenador, pues el otro está en una pequeña pantalla en la que sigo el evento.

Superada la fase de desorientación provocada por la caída brusca de responsabilidades profesionales, un precipicio abismal se abre ante el jubilado novato. Ahora veo que pude mitigar el vértigo con mi estrategia de seis meses de «sólo profesor», dejando con antelación y de forma ordenada la dirección de la escuela después de cuatro años. Así, pasé de una obsesión porque todo estuviera en orden a otra por dejar al «sucesor» las cosas lo mejor posible (y siempre hay flecos) para, finalmente, cruzar el umbral a una nueva vida en la que vivir en un proceso de desplazamiento de los antiguo por lo nuevo.

Lo primero que hice fue dedicar unos días a agradecer a todos los compañeros de la universidad, un conjunto de profesoras y profesores, alumnas y alumnos, las despedidas llenas de afecto que me habían ofrecido a lo largo del mes de septiembre.  Lo segundo fue dar un ritmo a mi vida que completara las labores más específicas de un jubilado varón de mi generación: hacer con alegría y diligencia los recados domésticos en formato 7/24. Todo ello al margen de lo excepcional que, de repente, podía convertirse en habitual. Por ejemplo, viajar en cualquier momento a cualquier lugar. Una libertad de la que he hecho un uso moderado este primer año. El ritmo debía tener un contenido que colmara los huecos que las obligaciones y vocaciones profesionales habían dejado en el goce espiritual al que tan proclive soy. Así, sin dogmatismos, por la mañana escribir y música clásica; por la tarde siesta y deporte; por la noche leer y música de jazz.

… bip, bip, bip… disonancias argumentales en la tele. Parón en la celebración de la jubilación. Un contertulio habla ya que lo mejor es «… tener un buen follón de una vez, pidiéndole a los mossos que defiendan al pueblo catalán». ¿Estamos locos? … ya hay quien está dejando de cubrir sus emociones con argumentos y la expone a la luz sin matices… 

¿Pero escribir de qué? Cuando tenía 27 años me encontré una revista manoseada en el edificio del antiguo hospital de San Carlos de Murcia, mientras velaba a un enfermo. En ella había un artículo sobre Teilhard de Chardin, un jesuita y antropólogo francés que tenía unas originales ideas sobre cómo conciliar la teoría de la evolución, que era una evidencia para él como científico, y la doctrina de la Iglesia Católica. Tuvo graves problemas al respecto, pero dejó una obra escrita muy sugerente. Me compré todos su libros y, tras leerlos decidí estudiar filosofía. Fue muy complicado porque vivía en Cartagena y la facultad estaba en Murcia, pero pude acabar el primer ciclo, para, años más tarde, acabarla y doctorarme.  Y sobre esa piedra construí un modesto edificio intelectual desde el que contemplar un mundo finito, pero inabarcable, de creencias cuya comprensión requiere llevar a cabo operaciones de interpretación y abstracción poderosas.

Miles de libros por leer es un problema cuando sólo podré leer unos 300, si los ojos me son leales hasta el final. Un mundo infinito de conjeturas, si el cerebro me es, también, fiel hasta el final. Una misión autoimpuesta de seguir construyendo todavía, cuando al mirar hacia arriba no se ve la meta. Una pulsión por entender el barro humano mientras las noticias que te llegan anuncian un época negra de la que, por supuesto, los jóvenes saldrán rompiendo las cadenas de lo digital y transformándolo en nuevas formas de vida en las que, también será necesario mantener la lucha contra los que lastran por conservadores y los que acumulan por liberales.

… bip, bip, bip… las conclusiones de la jornada dicen que las va a dar Soraya Sáenz de Santamaría desde Moncloa… ¿dónde está el presidente?

El mundo es apasionante, pero también cruel. Apasionante porque el ser humano es el mayor espectáculo del mundo, tanto en la individualidad radical que disfrutamos en nuestro entorno, como en la visión de conjunto que nos ofrecen todos los días el ir y venir de los bits y los bytes.  Pero también cruel porque, entre las torpezas de los utópicos que quieren las cosas aquí y ahora, además de sólo para los de su tribu, y las habilidades de los poderosos para ir a la tumba con el ataúd lleno de oro la gente sufre. Torpezas y habilidades para manipular todas las vidas, todos los días, provocando el naufragio físico y metafórico, húmedo y asfixiante de cientos de miles de titilantes llamas humanas.

… bip, bip, bip… es impresionante la capacidad telemática de retransmitir en lo que está ocurriendo en carne viva… golpes, empujones, un herido de bala de goma… contertulios animando a la gente a resistir para que la imagen de martirio de un pueblo sea más nítida. Declaraciones gubernamentales desde Moncloa hieráticas, sin empatía alguna; padres con niños a horcajadas en los hombros junto a la policía en plena acción con una irresponsabilidad estupefaciente… ¿era necesario golpear a la gente?

Ya mayor, luchando con la memoria y la capacidad cognitiva, leo sin descanso a clásicos y modernos, a cínicos y compasivos buscando una pista antes de que las sombras me cubran. Aunque muchas veces, cuando la fuerza de las cosas, la sinrazón y el hartazgo producen acontecimientos repugnantes emerge la luz de la vida deslumbrandote en forma del rostro de tu nieta. Ahora que los avances médicos nos permiten a la mayoría seguir vivos cuando tus hijos tienen hijos, descubrimos lo que estuvo vedado para generaciones enteras por la brevedad de la vida de antaño. Es el placer del contraste entre tu decadencia y su emergencia. Un contraste del que surge un sentimiento de cumplimiento del deber con la vida, como fondo energético de nuestra realidad más trivial; una sensación de haber tenido el privilegio de ser el continente de una fuerza invencible encarnada en nosotros. Una fuerza que es progresiva cuando apunta al beneficio del común, y es regresiva cuando busca la emergencia violenta de la individualidad personal o colectiva.

Tenía preparada una referencia musical impresionante de Arvo Pärt como símbolo de mi necesidad espiritual de paz, pero con el regalo de cumpleaños que me han hecho los políticos, lo dejo como un apéndice para que se disfrute cuando sea posible una situación más propicia.

… bip, bip, bip… en facebook se discute, en twitter también, en mi casa, en la del vecino… De repente, los grandes problemas sociales se disipan y estamos en la épica… y los españoles entendemos de épica. De hecho somos epicómanos. ¿Era necesario golpear a la gente?

APÉNDICE PARA CUANDO ESTEMOS DE BUEN ÁNIMO

Cartas de amor

Ya no se escriben cartas de amor. Ya no se escriben cartas. Ya no se escribe. Empiezo este texto sin estar seguro de que acabe siendo una carta. Hasta ahora había amado, pero nunca lo había expresado por escrito. Naturalmente esta carta no se escribe sobre papel y no podrá ser mojada con lágrimas como antaño. Tampoco es necesario que se la envíe en privado a la destinataria, pues muy poca gente, y normalmente de mi entorno más próximo, lee estos post. Lo que tiene sus ventajas, pues te puedes sentir global sin salir de tu parroquia.

Amor, decía amor. En efecto, pero ¿a qué me refiero con esta eterna palabra? pues, en mi caso, a un sentimiento complejo pero muy cargado de sentido tras tantos años de amar a la misma persona sin que cambie la intensidad media aunque cambie el color a lo largo del tiempo y los acontecimientos transcurridos. Hablo, por deformación profesional, de intensidad media porque han sido mucho los ciclos de fases altas y bajas como para no haberlo percibido. Oscilaciones que tienen una ventaja: la de tener en las peores fases la esperanza de que volverá el brillo luminoso de las fases perfectas.

He leído en la Divina Comedia que se dice de Beatriz y me puedo apuntar a ello que:

«Yo era un esclavo / tú me has liberado / y me has puesto en la vía que me ayude / para alcanzar el término anhelado/ que tu magnificencia mi alma escude / de todo mal para que torne sana / cuando del cuerpo humano de desnude«

Tiernas e ingenuas palabras para quien no cree en el alma ni espera desnudarse del cuerpo, sino que, al contrario, espera descansar en el polvo enamorado de Quevedo. Pero ¡qué más da! así hablaba un amante en el siglo XVI y ahora diríamos con Salinas en el siglo XX:

«Eres tan antigua mía / te conozco tan de tiempo / que en tu amor cierro los ojos / y camino sin errar / a ciegas, sin pedir nada»

Los poetas no son más leídos porque a muchas personas nadie las ha dirigido hacia ese vasto continente de contenidas o explosivas emociones de las que servirse para encontrar la expresión adecuada. Incluso se experimenta un gran embarazo cuando de poesía se trata, como si fuera afición de gente débil. ¡Qué pena! cuanto ambrosía despreciada para la desgracia de los despreciadores.

Pues bien yo he tenido la suerte de resistir la tentación de todos los errores irreversibles que un esposo puede cometer y la lista es larga. Aunque no han sido pocos los errores reversibles (o al menos han sido piadosamente olvidados). El amor no es una cuestión racional. Lo racional es no tirarlo por el barranco. Es algo que concierne a todo tu cuerpo y toda tu mente. Cuando consigues que una de las personas entre los 4ooo millones de potenciales candidatas tropiece contigo un día ya ha tenido éxito casi toda tu vida (tan llena de fracasos). Si a mi edad todavía un acercamiento me estremece (de «trémulo», «trepidar», «temblar» en definitiva) es que todo va bien, que todo ha ido bien.

Décadas de contacto diario cruzando todas las trincheras, saltando todas las alambradas, gozando todos los goces crean unos vínculos entrelazados, orgánicos, inextricables, cruzados como cables dejados a su suerte, como raíces bien alimentadas de un gran árbol de sombra benigna. Si a eso añadimos que no esperamos trascender nuestra muerte, la emoción compartida se convierte en densa, profunda y tenaz sabiendo que un día nos separamos sin retorno, pero sabiendo que cada uno ha contribuido a que esta extraña propuesta que nos hace la naturaleza haya merecido la pena.

El amor prolongado de un verde terso al principio, sepia entre obligaciones y gualdo al final es siempre amor en todas sus versiones. Hoy es manifiesto que no todo el mundo acierta. Antes tampoco, pero ahora se advierte en las combinaciones vitales que unos y otras hacen a medida que, o bien se dan cuenta de que no han acertado, o bien no quieren acertar debido a  la promesa de una permanente excitación. Una actitud respetable pero que creo que traiciona algunos de los registros más sutiles de nuestra psique. Y luego está la soledad que corroe. Haber prolongado nuestro confort emocional tantos años es una mutua bendición.

He disfrutado el arrebol de tu cara y he tenido que cerrar los ojos ante el rielar de tu mirada. Si algo me pasara, me despediría con cursilería premeditada tirando de poesía para decir lo que Horacio a la nave que conducía a su amigo Virgilio por el mediterráneo:

«Navis, quae tibi creditum 
debes Vergilium; finibus Atticis
reddas incolumem precor
et serves animae dimidium meae»

Que en versión libérrima traduzco por:

«¡Vida!, que me debes a mi esposa confiada a tu custodia; te ruego que la conduzcas sana a los confines de Ática y guardes esa preciosa mitad de mi alma»

(A Asunción el día de su jubilación, uno de febrero de 2017)

Bienvenida Olivia, querida princesa.

Una carta que te envié ayer ha confundido a algunas personas que han creído que estaba escrita después de nacer tú. Ellos no saben que ya nos inspirabas antes de nacer y que por eso se pudo escribir mientras aún estabas calentita dentro de tu madre. Pero ayer 23 de diciembre a las 16:09 (según tu padre) naciste, niña que vivirás también en el siglo XXII. Todavía estamos bajo el impacto de ver tu cara sólo diez minutos después de asomar tu cabecita entre las piernas de tu mamá (lo que sólo vió tu papá). Es asombrosa la bondad de la institución que no sabemos si existirá dentro de unos años y que llamamos ahora sanidad pública. Lucharemos para que muchos niños como tú puedan disfrutar de un nacimiento en las mejores manos curativas en vez de dejados caer sobre un trozo de plástico en la estepa perdida del exilio forzado que provoca el corazón helado de algunos hombres, como descubrirás desolada antes o después. Pero tú lo harás recubierta del amor y el respeto por tu persona del que te van a rodear tus padres y el coro de mirones que formamos todos los demás. Coro que hará las cosas más raras para que tu nos prestes una atención que podamos exhibir como de cada uno y sólo de cada uno. Oirás hablar en un extraño idioma lleno de «bu, bu, bú» y «ka, ki, kú». Ni caso. Tu tienes que hablar bien, pero si me miras a mí un poco más, mejor.

Todos estamos embobados por la viveza con la que tus ojos nos buscaban, atenta a cada susurro, moviendo tu rostro ya perfecto aquí y allá. Mirando en azul sin pestañear a unos y otros preguntándote «¿Habré tenido suerte con mis parientes? ¿habré nacido en un buen sitio? «El mejor. respondimos todos sin abrir la boca«.  Tus orejitas bien pegadas para cortar el aire cuando te apetezca sin planear te servirán para escuchar palabras hermosas y saborearlas dándole empujones y caricias de la frente a la nuca, del parietal al occipital, de la A a la Z. Tu boquita, que sonríe incluso cerrada, hablará en siete idiomas y dirá cosas bonitas sin ofender a nadie. Tu naricita es maternal y tu aire general es galante a la espera de mutaciones futuras. Cada uno pensaba que tu sonrisa, princesa, era para él o ella. Pero tu estabas generosas y había para todos.

Sí, he dicho princesa, porque, descubrirás que ahora, afortunadamente, las princesas  son republicanas y abundan para que cada uno tenga la suya y no como antes que sólo unos tontos podía tener princesas. Ahora no, y tú eres la princesa del Futuro Joven. Reino de tus padres, los Reyes (lo que tiene sus ventajas). En ese reino habitan tus abuelos los marqueses de La Seda y El Carmen y tus tíos los condes de Turquía y Chamberí. Con los Reyes ya advertirás la suerte que has tenido cuando crezcas en palacio.

Tu carita fue lo primero que nos iluminó, pero tus manos quedaron para después que advertimos la finura de sus formas. Dedos largos de pianista, pintora y poetisa de la vida. Cada postura de tus manos, princesa, es un aleteo de mariposa que reposa después en tu manta. Ya ha nacido quien merezca tus caricias, pero mientras lo conoces deja alguna para los rostros que te han mirado por primera vez y cuyas formas guardarás sin saberlo en un rincón de tu memoria. Ríe, salta, aprende y mejora nuestras vidas. Disfruta del regalo que una mezcla de sabiduría y suerte te ha hecho haciéndote a ti como eres. No te quejes nunca cuando lo vayas abriendo poco a poco a medida que crezcas. Y cuando te sientas vencida, cuando te parezca que nada merece la pena, coge una mano, acaricia una piel, deja a la brisa rozar tu mejilla, cierra lo ojos (por precaución) y vuelve tu rostro al sol. Verás como la alegría vuelve sin necesidad de argumentos y que siempre habrá alguien a quien prestar atención que te la devolverá en forma de sentido para tu vida.

Bueno de todo esto ya hablaremos pues, como descubrirás, el marqués de La Seda, uno de tus dos abuelos, tiene mucho que contarte si no te aburres y echas a correr. Pero, si ocurre, disfrutaré viendo como corres, porque estoy seguro de que hasta huyendo de mis pesadas historietas serás elegante.

Mi querida Olivia, mi querida princesa, sé bienvenida.

 

Inmortalidad

Hacía tiempo que lo sospechaba pero ahora estoy seguro: la inmortalidad es, mientras el egoísta Peter Thiel no lo remedie con su pretensión de ser inmortal físicamente, la prolongación de nuestro recuerdo en la memoria de los que nos suceden. Gente como Albert Einstein, Cervantes o la Madre Teresa son desde ese punto de vista inmortales absolutamente. Desgraciadamente lo son también gentuza como Hitler o Stalin, pero la memoria en eso no filtra con ningún patrón moral. El resto de nosotros, sólo lo seremos si somos capaces de interesar a nuestro entorno para que nos recuerden y, si es posible, de forma agradable. Esto implica, no sólo vivir vidas completas para nosotros, sino hacerlo también para los demás.

Hay dos ejes por los que uno puede prolongar su vida como persona no física: la vida personal y la vida profesional. A la primera podemos aspirar si somo capaces de que nuestra familia y nuestros amigos sigan diciendo «X, habría dicho o hecho esto o aquello en esta ocasión» o «¿Te acuerdas cuando dijo…? ¡cómo era!» y, el remate, «Cómo lo/la echo de menos«. En el caso de la vida profesional esta prolongación de la vida viene de la mano de la celebridad restringida y, no digamos, si se dejan escritos o actuaciones, que rebotan de una memoria a otra, del libro, a Internet, del Youtube al cineforum… Es la fama, ese ser alado que trompeta en mano difunde las virtudes del famoso por unos años.

Pues, a lo que iba, para los seres que vivimos las vidas buenas y no esos pobres que atrapados por la fama son tratados como guiñapos por representantes y publicistas. Esos juguetes rotos que lo sacrifican todo a ser recordados. Qué difícil es sobrevivir al halago y qué felicidad completa la de quién disfruta de celebridad  en un tipo de talento que le permite vivir vidas personales sin tener que anunciar un laxante, por ejemplo. No se si estoy equivocado pero tengo la impresión que un gran pianista puede hacerlo, pero para un deportista de élite es más complicado por esa enojosas necesidad de evadir impuestos que se imponen para pagarse vidas bastante anodinas a pesar de todo. Insisto, para los que vivimos vidas ordinarias la inmortalidad viene con nuestros familiares más jóvenes, los que van a vivir más que nosotros. Así el que no tiene hijos, ni amigos ni celebridad será olvidado de hecho un par de meses después de su muerte. El que tiene hijos y ha sido un padre o madre firme pero amorosa será recordada por haber educado y por haber perdonado. El que tiene nietos alcanza un poco más allá porque sus nietos, con los que no será necesario ni prudente usar la firmeza, hablarán de nosotros con deleite «Pues mi abuelo era muy rápido. Salía a las 3 del trabajo y a las 2 ya estaba en casa«, por ejemplo o «Mi abuela hacía un bizcocho que todavía echo de menos» o, para casos más puestos al día: «Mi abuelo me hacía unos espagueti fantásticos»  0 «Mi abuela fue directora gerente del La Observadora».  En todo caso, los nietos hablarán de nosotros y los harán bien si hemos procedido con prudencia. Obviamente es iluso esperar algo de los biznietos que sólo te recordarán como una pasa balbuciente en un rincón de la casa esperando que llegue la hora de que (los nietos) hablen bien de tí sin que tú estés presente. Estos razonamientos me llevan a estar convencido de que los últimos acontecimientos me han garantizado «vivir» hasta el año 2116 al menos.

Olivia, querida nieta

Ya sabrás que todo el mundo reconoce la rama de olivo como un símbolo de paz que una paloma lleva en el pico por el mundo buscando donde reposar. La paloma lleva siglos volando sin descanso pues aún no ha conseguido que haya un día con paz universal. Al igual que la luz de las farolas del Principito (ya lo leerás) se encienden y apagan sin cesar alrededor del mundo. Tu nacimiento hoy con millones de otros niños es de nuevo razón para la esperanza.

Naces en Navidad que, para nosotros, es el tiempo de celebrar la paz. Tienes delante toda una vida para elegir tu destino. De tí dependerá elegir. Pero, además, todos a tu alrededor lo haremos posible con nuestra dedicación y amor. Tu padre Moisés, que no le teme a las aguas, tu madre Valentina, que no le teme a nada; tus abuelos María José y Francisco Javier, que te garantizan amor y poesía; tus abuelos Asunción y Antonio, que te garantizan amor y pesadez; tus tíos Bernardo y Carlos que te garantizan lo que les pidas.

Naces niña en tiempos en que, por fin, estamos aprendiendo, hombres y mujeres a apreciar la enorme suerte de que lo que no es varón sea tan maravilloso. Podrás ser pintora o futbolista, actriz o abogada, poetisa o camarera, arquitecta o albañil, astronauta o minera, sacerdotisa o cooperante, feliz o feliz.  Nada será gratis. Precisará de esfuerzo. También de la suerte, pero, sobre todo de tu esfuerzo inteligente. Lo que sea, sea para tu felicidad y la de la gente. Lo que hagas, hazlo bien y no mires para otro lado cuando se necesite tu apoyo inmediato o mediato. De caridad o política, de esperanza o consuelo.

Naces Olivia en medio de un montón de novatos que te miramos asombrados y vacilantes. Ninguno de nosotros ha tenido antes ni nieta ni sobrina. Pero no te preocupes que tu madre lo lee todo y tu padre lo resuelve todo. Tu belleza no debe extrañarte, pues bella es tu madre y tu padre no estorba. Tu resolución no debe extrañarte, pues resuelto es tu padre y tu madre no estorba. Tu bondad no debe extrañarte, pues buenos son tus padres y tus abuelos y tíos no estorban. Tu inteligencia no debe extrañarte, pues… Úsalo todo para hacer el mundo mejor.

Naces niñita para que tus abuelos cierren el círculo virtuoso de la vida. Si padres tembloroso fuimos, ahora somos abuelos expectantes con mirada atenta y experta. Observaremos como creces, como aprendes, como nos quieres y como nos dejarás cuando vueles alto, alto como la paloma con tu ramita de olivo diciendo «adiós, gracias abuelitos, voy a hacer lo que pueda«. En realidad seremos nosotros los que nos iremos cuando nuestro tiempo se acabe, pero tú, tú te quedarás para vivir, para ejercer, para ser madre y después abuela. Y ese día busca este papel dentro de una botella flotando en el Mar de Internet (ya sabrás). Busca también alguna foto nuestra y recuérdanos. Así viviremos en tí un poquito más, Olivia, querida nieta.

Trauma

 

Esta mañana he ido al traumatólogo (un hombre de unos sesenta años) para consultarle por unas molestias del cuello y para preguntarle por algunas dificultades en las rodillas. Molestias que estoy experimentando en los últimos meses, una vez que mi cuerpo se ha enterado de que me jubilado. También puede ser que cuando uno deja de pensar en los problemas profesionales el cerebro empieza a buscar en sus registros de qué preocuparse o, mejor aún, qué llevar ante el tribunal de la conciencia para que seamos conscientes de algo que antes nos pasaba desapercibido. Sea como sea, he ido con mis problema de cuello y rodilla a ponerme en manos de la ciencia. Una vez hecho el diagnóstico pregunto si es reversible y si cada vez mi cuello se pondrá mejor. El médico aprecia mi sentido del humor, pero me dice que no, que cada vez irá peor.

– Algo se podrá hacer. Le digo.

– No crea, llega un momento en que el desgaste de huesos, discos y ligamentos progresa hasta paralizarnos. «Qué tío más cenizo» pensé. Me va a dar el día. Ya me veía andando como el monstruo de Frankenstein.

En ese momento, un ruido en la calle llama nuestra atención a través de la ventana que estaba en la espalda del doctor. Yo me levanto a mirar y el médico se vuelve a mirar también. Bueno, se vuelve es un decir: para poder ver algo giró el cuerpo entero manteniendo la posición de la cabeza. ¡No podía girar el cuello!. Completamente shock le hablé de mi rodilla por no irme corriendo.

– Mire tengo una protuberancia en el lateral de la rodilla izquierda.

– Eso será la cabeza de la tibia. Me dice.

– ¿No me la va a mirar?. Dije sorprendido

– No es necesario. Responde.

Al verme la cara que puse se mostró franco y me dice completamente hundido:

– No puedo levantarme».

Lleno de ternura le pregunté:

-Qué le pasa?

Entonces me remató diciendo con profunda tristeza

-Tengo el cuello y las rodillas hechas polvo.

La visita ha acabado de una forma un tanto chusca pues, una vez hermanados en el dolor, aceptó que le pusiera la rodilla encima de la mesa (con el resto del cuerpo, claro. Así pudo, sin torcer el cuello y sin levantarse, mirar y diagnosticar un quiste en el menisco. La postura era tan rara que pensé que ojalá no entrara nadie en ese momento. Pero lo que ocurrió fue me falló la otra pierna y me caí al suelo tirándole todo lo que tenía en la mesa, incluido su martillo de los reflejos. Afortunadamente no lo tiré a él porque habría tenido que levantarlo yo. Una vez recompuestos nos despedimos mientras él me decía:

-No se preocupe seguro que mejorará.

– Lo mismo le deseo. Dije yo.

Naturalmente me he ido pensando que los problemas de la edad sólo se resuelven el día que nada te duele. Ese día que, si te has portado bien, más gente viene a verte. Ya en la calle lo único que me preocupaba era cómo saldría este hombre de su consulta. Me consoló pensar que tenía una ventana detrás de su mesa y era un primer entresuelo.

Indignado con el profesor Ahmed

Ayer me encontré en el parabrisas del coche una nota que no había visto antes. Un trocito de papel blanco en el que el Profesor Ahmed, vidente y curandero por la universidad de la vida (supersticiosa) prometía trabajo serio, garantizado al 100 %. También destaca el folleto la notoriedad internacional y la experiencia del profesor. A lo que añadiría su capacidad de trabajo pues se ofrece de 9 a 21 horas, todos los días del año. Hasta aquí todo normal. Un currículo al que quizá le falta una cualidad que seguramente poseerá: la de tener coche propio y carnet de conducir clase B. Pero cuando se propone precisar sus habilidades entra en un detalle abrumador de las posibilidades de su ciencia: problemas de amor, salud, suerte, familia, mal de ojo… en realidad dice «quitar mal de ojo» para no ser confundido con quien los produce, que son los malos. Y sigue; brujería, enfermedades crónicas (resfriados abstenerse), impotencia sexual, vicios de droga y alcohol (que no debe ser una droga). Y remata con una sorprendente oferta para una limpieza total de la casa, espiritual y corporal. Lo de limpieza de la casa me confundió por un momento, pero luego comprendí que no se ofrece para quitar el polvo. El polvo lo dejará respetuosamente donde lo encuentre. Se trata de eliminar espíritus malignos (la hipoteca por ejemplo) y cosas así. El profesor remata sus capacidades hablando de una forma un tanto sospechosa de negocios nacionales e internacionales (comprar, vender, alquilar). No aclara qué es lo que limpia aquí (quizá el bolsillo del paciente). La guinda del pastel es que también puede ayudar con el juego, exámenes (como me entere que algún alumno mío ha aprobado con brujería cambio las actas) y, claro, deportes (adivinando la quiniela). Lo cierto que este amplia oferta de solución de problemas se podría haber resumido con un «sea cual sea su problema yo se lo soluciono todo». ¿Todo? No. Y de ahí mi indignación. ¿Cómo es posible que con sus amplios y tremendos poderes no se ofrezca para resolver el problema de la hucha de las pensiones? Seguro que la Ministra de Trabajo, que también cree en la brujería tendría una ayuda impagable y el profesor Ahmed podría convertirse en su asesor exclusivo.

Un jubilado delante en la cola

El lunes me presenté en el mostrador de una operadora de telefonía a la hora que abre el gran almacén en el que está alojada. Quería ir rápido pero sin perder la compostura. Las puertas se abrieron a mi paso, bajé las escaleras, tuve que esperar que un dependiente metiera un carrito en el ascensor (aquí se estableció mi destino). Seguí rápido. «No hay nadie» (pensé). Cruce los estantes de electrónica obsoletas (radios), me lancé hacia la zona de televisiones listas (smart), levanté la mirada con desasosiego y mis peores presagios se materializaron. Delante de mí había un jubilado. ¿Había dormido allí? Desanimado fingí no tener interés en la conversación, pero dos minutos después sabía que venía sin prisa a considerar todas las combinaciones y costes correspondientes de la oferta de televisión, telefonía y ADSL de la compañía. Ofertas, permanencias, cine, series, documentales, porno (yo entendí porno), pero seguramente era el cabreo y lo que dijo  fue «ponlo», es decir, inclúyelo. Una vez que me aseguré de que no había nada que hacer  subí a la planta de deportes y me compré un saco de dormir. El día siguiente yo sería el primero.

Psicología del jubilado (4)

Un breve artículo para reseñar que pasados veinte días y toda la compulsión por el orden de estas semanas, puedo observar que la nueva rutina, que carece de rutina, resulta estar compuesta de obligaciones autoimpuestas y placeres aceptados sin rechistar. Pasado un cierto tiempo, las obligaciones se lleva a cabo placenteramente y los placeres se convierten en obligaciones. La plasticidad del cerebro es extraordinaria. Tipos de obligaciones: buscar un fontanero, comprar alguna comida, pelearte con una compañía de seguros, renovar el DNI. Tipos de placeres: progresar con el inglés, leer a Javier Gomá, Leer a Colin Davies, Leer a Antonio Damasio, escuchar a Edward Elgar, Tony Bennet o Diane Krall, pasear, jugar al padel, charlar con mi mujer, charlar con amigos, ir al Romea o al Auditorio, ver una serie que no le guste a Pablo Iglesias y dormitar. Lo de viajar más adelante.

He optado por trabajar en las obligaciones un máximo de dos horas y cuando se acaban pasar a los placeres. Naturalmente, con el tiempo irá tomando su tiempo las consultas de los médicos y la rehabilitaciones hasta que ocupen todo el tiempo. En ese momento espero que no me pase como al estadístico De Moivre, que pudo predecir el día de su muerte estudiando la serie del incremento de tiempo empleado en dormir. Al llegar a las 24 horas se durmió del todo.

¿Qué hacer con los jubilados?

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¿Qué hacer con los jubilados?. Eso se preguntó un ministro japonés hace tres años y respondió «que se den prisa en morir». Y el caso es que no le veo buena cara al ministro (ver la foto). Para mí que va a dejar de ser una carga para el Estado antes que muchos de los ancianos japoneses. La pregunta parece antigua, pero es eterna (hoy en día tres años son el pasado, o al menos, eso nos quieren hacer creer lo que tienen juicios pendientes). La respuesta del ministro es el epítome de la mentalidad liberal grosera. ¡Qué estúpido!

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No me extraña que sea en Japón donde se plantee con esta crudeza la cuestión pues es la cuna de la Balada de Narayama, la película de Imamura de 1983. Una cinta multipremiada que recomiendo a todos los jubilados con entereza, en la que se cuenta una historia de supervivencia de una sociedad agrícola al límite de sus recursos. Una metáfora de nuestro actual mundo con una diferencia notable: la carencia de recursos de nuestra sociedad actual no se debe al carácter primitivo de la tecnología del pueblo que en la película nos representa a todos, sino al mal planteamiento del reparto. En la película a una nuera que roba unas patatas, el pueblo entero (fuenteovejuna) la entierran viva con toda su familia. Hoy el ladrón de patatas evade, blanquea, disfruta en la hamaca.

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