Ya Homero puso a su héroe Odiseo en trance de escoger entre dos males para aplicar la intuitiva doctrina del mal menor. Se trataba de un estrecho paso marítimo guardado por dos monstruos. Ulises escoge acercarse a Escila, lo que le costaría la vida de seis compañeros, para evitar a Caribdis que acabaría con la vida de todos. El que escoge un mal menor está ya mostrando su determinación pues se decide en vez de quedar paralizado por el miedo o la incapacidad de tomar una decisión. Por otra parte, en la tradición jurídica existe desde que tenemos noticia la doctrina del “Buen Padre de Familia”, ya bajo la forma de la prudencia y la templanza griegas, ya bajo la forma cristalina de nuestro Código Civil que, en sus artículos 1902 y 1903, expone la necesidad de la reparación del daño causado por acción u omisión. Esta doctrina explica que tal responsabilidad de reparación cesa cuando el causante del daño pruebe que empleó toda la diligencia de un “buen padre de familia” para prevenir el daño. Es evidente que aquí la precisión de la ley es sacrificada a la creencia universalmente admitida de que un padre de familia es el ejemplo paradigmático de toda prudencia en cualquier circunstancia. Nadie espera de un padre el abandono de su familia por antinatural. A estos dos referentes, enigmáticos aún para que el lector de este artículo vislumbre su propósito, hay que añadir para más embrollo que en estos tiempos los partidos de derecha moderada se autodenominan como “liberal-conservadores”, como es el caso del que gobierna la región de Murcia desde hace veinticinco años.

Todo esto viene a cuento de que ni el carácter conservador de los gobernantes de nuestra comunidad autónoma, ni la doctrina del buen padre de familia, ni la doctrina del mal menor es suficiente para que un joven dirigente político, que ha demostrado su habilidad para salir de las trampas de segunda mano que la oposición le puso recientemente, sea capaz de hacer frente al problema más grave que tendrá en todos los años de gobierno. ¿Y cual es ese problema? La muerte anunciada del Mar Menor, ese prodigio natural único en España y la laguna salada más extensa de Europa. Muy al contrario, es su condición de liberal económico la que parece librarle de cualquier otra referencia, como ocurría en las cavernas económicas del revivido laissez-faire del siglo XIX.

¡Señor López Miras!, ¿se da cuenta de que lleva camino de ingresar en el museo de la infamia para todos los murcianos, incluidos los que le votan? ¿No se da cuenta de que, si no pasa por encima de los obstáculos reales o ficticios que pueda encontrar en su camino para la misión central de su carrera política, será recordado como el gobernante que acabó con la joya natural de la Región de Murcia? Busque en sus recuerdos de estudiante del Código Civil, lea la Odisea o simplemente abra los ojos a la realidad que ni la negligencia que le atribuye al gobierno central va a paliar. Usted es el supuesto buen padre de familia en este drama ecológico; usted es el que tiene que escoger entre el Escila, ese mal menor que supone restringir proporcionalmente los cultivos agresores y el Caribdis, ese mal mayor de perder la laguna de nuestros recuerdos, de nuestra prosperidad y de nuestros desvaríos urbanísticos. ¿Cómo se puede tener la, digamos, desenvoltura, después de dos largas décadas de gestión sin estorbos de su propio partido, de buscar culpables fuera? Y si los hubiese, —he leído de todo sobre el reparto de competencias entre el gobierno regional y el central—, su condición de murciano y padre de la patria regional —seguro que así se habrá sentido alguna vez en sus sueños— ¿cómo le permite perder la oportunidad de dejar un legado de esta trascendencia? Nadie le va a disputar el mérito, si se salva, aunque intervenga la administración central, pero tampoco nadie podrá evitar el oprobio, si colapsa, aunque usted mismo se ponga a recoger fango con las manos.

Entiendo que su concepto de liberal económico lo empuje a abandonarse al viejo argumento de los puestos de trabajo en la actividad involucrada, pero por ese camino ¿por qué no aterrar el Mar Menor, como se hacía en otras albuferas sin suerte hace un siglo, y así tener más superficie de cultivo? Pero me cuesta más trabajo entender su actitud desde sus fundamentos conservadores. Salvo que su conservadurismo solo alcance a patrimonios económicos o costumbres supuestamente libertinas. Si su política tiene fundamentos intelectuales, más allá de la mera retención del poder y sus atributos, ¿cómo puede ignorar el abismo al que le conduce su parálisis? ¿No se da cuenta de que, si se consuma el desastre, sería responsable del Chernóbil murciano y se le puede hacer muy larga la prórroga que se ha auto concedido forzando el Estatuto de la Región?

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