Una de las ironías más potentes de la actualidad en Occidente es que, los que se ven como progresistas tienen que ir pensando en volverse conservadores para proteger los logros durante la fase de avances sociales, y los conservadores en volverse progresistas para crear un nuevo tipo de vida puesto que no les gustan la «tradiciones» creadas desde la mitad del siglo XX para acá. Así, de una parte, los que hasta ahora se han considerado progresistas debe prepararse para defender sus enormes logros, en vez de perder energías en inventarse «progresos» supuestos como que se retire de las librerías el cuento de Blancanieves porque el príncipe la besa sin permiso. Es decir, es necesario que se conserven los éxitos en materia de costumbres, sanidad, educación y pensiones públicas, tras largos años de lucha social.Por su parte el conservador, vistos los logros sociales evidentes y poderosos conseguidos con el estado social y las leyes establecidas en el mundo entero en materia sexual, económica, educativa y sanitaria, deben volverse «progresistas» para ir hacia otro tipo de sociedad más libertaria y «emocionante» en la que cada individuo se busque la vida y cargue con las consecuencias de sus decisiones. Un mundo progresista con lazaretos y arcas de Noé en los que almacenar a los perdedores de la lucha por la vida. Todo esto es una prueba de la relatividad de los calificativos políticos, como queríamos demostrar (c.q.d).

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