Siempre he tenido a Zubiri (1898-1983) en la recámara. Sólo sabía de él que era muy respetado, que había escrito una trilogía llamada Razón Sentiente y que algún día me tropezaría con él. Y así ha sido. Ha llegado con naturalidad en el punto en que he parado provisionalmente mi relectura de la Historia de la Filosofía de Frederick Copleston en Duns Scoto, justo antes de comenzar la disolución de todas las certezas escolásticas con William Ockham y lo que vino después. Una historia estudiada por deber durante la carrera y devorada con placer ahora. De Xavier Zubiri me llegaba el aroma de esos intelectuales duros en el concepto y blandos en sus actitudes políticas. Algo así como Pedro Laín Entralgo, Manuel García Morente, Julián Marías o el propio José Ortega y Gasset. Intelectuales católicos a los que su fe los expulsaba de toda relación con el marxismo o el socialismo, pero que no experimentaban suficiente incomodidad con el fascismo como para exiliarse. Algunos como Zubiri, empezaron siendo sacerdotes y otros, como García Morente lo fueron al final. Por eso, en ellos el ejercicio intelectual está, como en el medievo, tensionado por el dogma. Pero hay grados y grados de condicionamiento. En el caso de Zubiri la vocación filosófica es tan fuerte que se puede decir que Dios como concepto no la estorbó. Además Zubiri renunció a su cátedra en Barcelona para ganarse la vida con cursos privados (como Kojeve), para cuya autorización se le impuso la condición de que no podía aceptar mujeres en ellos. Por este gesto perdió contacto con el mundo académico, pero lo dotó de discípulos de gran nivel.

Zubiri es un filósofo clásico en el sentido de que se interesó por los problemas clásicos de la filosofía como la esencia, el tiempo o el conocimiento. Pero lo hizo en un momento de la historia en que los acontecimientos parecían llamar a otro tipo de reflexiones. En sus escritos principales no se tocan ni tangencialmente el horror de las guerras mundiales, ni la guerra civil, ni ninguno de los terribles problemas que la humanidad enfrentó en los años en los que él empezaba a delinear su filosofía. Él, al contrario que Ortega, nunca aterrizó en el devenir social y político. Se mantuvo al margen, quizá en la convicción de que el tiempo le perdonaría su frialdad si era capaz de hacer buena filosofía. Con España sangrando y Europa descuartizada, sus preocupación con la situación intelectual se reducía a estratos filosóficos profundos en su relación con la ciencia moderna y la verdad. En esa época muchos intelectuales también escribieron obras importantes en medio de la batalla universal. Karl Popper escribió La sociedad abierta y sus enemigos, Friedrich Hayek escribió Teoría pura del capital y Camino de servidumbre, Karl Polanyi su La gran transformación o Schumpeter su Capitalismo, socialismo y democracia. Seas como sea, el interés filosófico de Zubiri es innegable y que cada unos soporte su biografía.

Su primer libro realmente filosófico fue Sobre la esencia, un concepto para el que necesitó quinientas páginas de sutiles disquisiciones metafísicas con las que aclarar el concepto. En él está ya delineada su concepción de la realidad y su obra de madurez sobre la razón sentiente. Sobre la esencia se publicó en 1963, veintiún años después de su libro de ensayos Naturaleza, Historia, Dios. Es su primera obra sistemática y un homenaje indirecto a la escolástica por su forma. El libro va construyendo en sucesivas volutas espirales un concepto de esencia y, al tiempo, de realidad tras discusiones con la tradición desde Aristóteles a Heidegger, pasando por Descartes, Kant o Husserl.

Como el libro es denso y laberíntico hago un resumen que espero que sea significativo sobre su resultado en los concerniente a su razón de ser: la esencia.

Zubiri explora el concepto de esencia tras una larga investigación sobre la realidad. Nos dice que la realidad se presenta sin más explicaciones ante el ser humano, que siendo real él mismo, lo es de una manera peculiar: como estructura abierta a esa realidad. La realidad es «de suyo» y punto. A la realidad hay que aceptarla tal cual es; violentarla es inútil porque unos entes sustituirán a los caídos. Además la realidad actualizada (realizada) en entes es finita y tiene caducidad intrínseca. La realidad es trascendental, es decir, fundamento de todo lo demás, la realidad es actualizada en el ser de las cosas concretas, que llamamos entes. De estos entes, y de la misma realidad, en nuestra hambre fáustica, queremos saberlo todo y, para ello, en el pasado, se pensó que el punto de partida era la sustancia, como forma labrada por la naturaleza en la materia, que era portadora de accidentes (cualidades transitorias). En el plano lógico, se pensaba que para conocer la sustancia como sujeto de predicados (características) bastaba con una definición en términos de la pareja género-especie. También se creyó, en época de delirios, que la realidad era creada por la mente con sus conceptos, o que el concepto objetivo construido por la mente a partir de los datos de los sentidos contenía la realidad en toda su profundidad. Contra estas posturas, Zubiri sitúa a la realidad en un plano trascendental, fundacional cuya indeterminación es resuelta por la esencia que está (es) en la cosa real y permite la aprehensión formal de esa realidad dotando a la realidad de «talidad» (individualidad, idiosincrasia) y desvelando su estructura sustantiva como sistema unitario y constitutivo compuesto de notas o rasgos esenciales portadores de toda la realidad formal que el conocimiento epocal permite. Es un concepto humilde del modo y éxito de la aprehensión sensible que la inteligencia hace de las cosas. La realidad es el trascendental que se aplica a cualquier ente que constituye un cosmos como conjunto de entes dotados de individualidad (talidad) capaces, al tiempo, de relacionarse con otros entes (respectividad). Y también constituye un mundo como realidad antes de ser determinada en su plano trascendental. La esencia muestra la perfección, estabilidad y duración intrínseca de lo real que tiene origen en la riqueza de sus rasgos, la firmeza de su estructura y su radical estar siendo delante de nuestros ojos. La «esencia» de lo hecho por Zubiri en este libro consiste en haber trasladado la esencia a la cosa, desde los idealismos modernos, como hizo Aristóteles respecto de Platón, pero adaptando su estructura a las muchas formas de ser esencia que la ciencia moderna ha desvelado. La sustantividad de la realidad como el sistema de notas físicas de las cosas es captadas formalmente en la esencia. Y lo más provocador para acabar: «la existencia y la aptitud para existir son momentos de algo ya real«, es decir, la realidad y su esencia son anteriores a la existencia. Lo entiendo como que la realidad es un fondo del que los entes vienen a la existencia (y la abandonan). La esencia de la realidad late en el ente real y se formaliza en el concepto.

RESEÑA

Contra la fenomenología

Empieza discutiendo a Husserl su «técnica» epistemológica que resume en la construcción de una «conciencia-de» y, por tanto, intencional, ante el correlato con la realidad depurada, esencial, que se presenta como sentido, como lo que da sentido a la intención de la conciencia. Este sentido es irreductible a la realidad de hecho, de la que Husserl huye. Se produce, pues, un encuentro entre conciencia y sentido, como objeto ideal, un «eidos» dice Zubiri. La conciencia reduce la realidad y constituye un saber absoluto. De esta forma para Husserl la esencia es «una unidad eidética de sentido«. Husserl lleva a cabo un nuevo intento, fallido desde el punto de vista de Zubiri, de llegar al fondo de las cosas encontrando su esencia en la conciencia como refugio de toda contingencia como fundamento de su posibilidad. Como busca lo apodíctico se deja la realidad fuera. Se incluye así en la tradición del miedo a lo «efímero, lo fugitivo y contingente» que comienza en Parménides y llega por la vías cartesiana hasta él. Zubiri le rebate el método negando que ser «conciencia-de» sea «ser-intención-de», pues considera que la conciencia lo que hace es actualizar, «revivir» su objeto, que, a su vez, no es sentido para la conciencia, sino realidad palpitante inteligida y sentida. El sentido surge en la conciencia ante el objeto, pero no es su esencia, no es en lo que la esencia consiste. Empieza así, Zubiri, su ataque a toda versión idealista de la esencia, a la que él coloca, desde el principio en la cosa física misma. Tan es así, que la esencia regula el compartimiento de la cosa de la que es esencia, hasta el punto de que si es violentada físicamente, la cosa misma se violenta y se hace imposible su pervivencia. De esta forma la estructura de la realidad captada en la esencia protege a la cosa de ser pura contingencia, pues su negación requiere violar las leyes que la constituyen con los mismos medios reales. No es posible desatender los rasgos constitutivos de un ser mineral, vegetal o animal sin destruirlo. No es posible una esencia al margen de la real realidad. La esencia no tiene ser por sí misma, «La esencia no es ente, sino sólo un momento del ente único que es la cosa real«. La inteligencia, si capta la esencia de algo (de un árbol a la hormiga que lo transita o de un quasar a un átomo), está captando su realidad misma. Por eso, la esencia de algo es un momento de ese algo, tan íntimo que se puede decir que es esa misma realidad formalmente considerada. Pero la esencia es histórica pues el carácter insondable de la realidad pone a disposición del conocimiento su esencia construída costosamente con fragmentos. Husserl al pretender encontrar un esencia «para siempre» se quedó con las manos vacías.

Contra Hegel

Combate también Zubiri con la idea de esencia como concepto formal que es capaz de construir la realidad, el ser. El principal representante de esta perspectiva es Hegel, después de Berkeley y malinterpretando la objetividad de Kant. Es sabida la postura de Hegel de que «todo el ser de la cosa real en cuanto real le está conferido por la concepción formal de la razón«, parafrasea Zubiri y que «ser es pensar«, dice Hegel. Un enfoque que entiende la finitud como un «todavía no», un no haber cumplido con el concepto en el que está todo lo que tiene que ser un ente. Hegel incurre en su especulación en el «repudio del ser», pues considera al ser, que todas las cosas comparten, la nada absoluta, la indiferencia de lo mostrenco, de lo que es compartido por todos. Es la negatividad absoluta que, habiendo captado el movimiento de lo real, lo repudia por fugitivo y traslada su interés a un supuesto final de los tiempos, a una parusía del concepto, provocando la pérdida de todo interés por la realidad mutante. Por eso los rasgos – las notas llama Zubiri – de la realidad son inesenciales para Hegel, que sitúa a la esencia más allá del ser y la convierte en pura negatividad, negación del ser. De esta forma la esencia, en tanto que notas de la realidad ante mí no es más que pura formalidad, pura apariencia. Las cosas existen como apariencias que ya estaban en el concepto como esencia. Este concepto de la esencia obliga a la existencia de una inteligencia infinita capaz de contener toda la realidad. Zubiri ataca esta pretensión atacando al mismo concepto esencial, al que considera contingente y disperso en muchas mentes – razones – distintas. El concepto de esencia de Hegel como «puro aparecer» es imposible, pues toda apariencia es relativa a la realidad desde la que aparece. Desde esta posición, Zubiri, critica el concepto de verdad ontológica de Hegel como conformidad entre concepto y cosa «al final», pues, en realidad lo que Hegel propone es la «conformación» de la cosa por el concepto. Y, esto, dice Zubiri, es imposible, pues son las cosas las que empujan al concepto más allá del ser y no al revés. No es la inteligencia la que configura a la cosa constituyendo así su verdad. De hecho, así la verdad no habría que buscarla fuera, sino en la misma razón, que luego se extrañaría conformando los entes. Por eso, para Zubiri, la verdad es una lucha paciente por reunir todas las notas de la realidad al alcance en el concepto, para luego encontrar su esencia discriminando en toda la riqueza de lo real lo realmente constitutivo. Una esencia que ya está estructurada en la cosa real.

Contra el racionalismo

Tras la contienda contra el concepto formal (Hegel), Zubiri emprende la lucha contra la esencia como concepto objetivo racionalista en Descartes, Leibniz y Kant. Una concepción del conocimiento como acceso a la re-presentación de la realidad tal y como es. Si Leibniz pensaba que así había acceso a la realidad, Kant creía que no era suficiente, pues el objeto construído por el entendimiento a partir de los datos de la sensibilidad no podía contener toda la plenitud de la realidad. Y, de ahí, su concepto de cosa en-sí como comodín de todo lo que no era accesible al conocimiento por la vía de la sensibilidad y su posterior tratamiento por el entendimiento. Considerar a la esencia como un concepto objetivo supone concebir la realidad como resultado de un diseño – de Dios o de los hombres – . Diseño en el que el concepto objetivo hace el papel de proyecto. El éxito de la cosas se «mide» en función del proyecto conceptual. El concepto objetivo supone la construcción de una idea «ideal» previa y llegando la existencia después a completar la realidad. El racionalismo identifica esencia y concepto objetivo, es decir mezcla la metafísica con la lógica. Al tiempo relega la causalidad a la condición de una herramienta auxiliar para que la idea o el concepto se realicen. Pero, dice Zubiri, «la función formal de la inteligencia no es concebir sino aprehender las cosas reales como reales… La verdad real no nos saca de las cosas para llevarnos hacia algo otro, hacia su concepto, sino que, por el contrario, consisten en tenernos y retenernos sumergidos formalmente en la cosa real como tal, sin salirnos de ella«. También discute la pretensión de que sólo la no contradicción entre las notas que componen el concepto objetivo garantiza la posibilidad de lo conceptuado. Una situación formal que la realidad resuelve con el mero expediente de ser. Si la cosa existe es que sus notas no se contradicen, aunque así lo parezca en el seno del concepto objetivo. Finalmente discrimina entre objetividad y objetualidad. Ésta última señala a la existencia de objetos, aunque sean ideales conforme a determinados criterios – por ejemplo, una figura geométrica, aún fractal -. Objetos que son «realidades» ideales o formales. Pero es muy distinto a la «objetividad» – el rasgo de lo contenido en un concepto – que depende, no de sí misma, sino de lo que se concibe de la cosas – reales u objetuales -. «Lo objetivamente concebido de una cosa es distinto de la cosa misma, no sólo cuando se trata de las cosas reales, sino también cuando se trata de cosas objetuales. Lo objetivo es tan carente de entidad que puedo formar conceptos objetivos de la privación, del no ser, etc.; es decir, lo objetivo no sólo no es objeto sino que ni es forzosamente positivo.» Se está refiriendo aquí Zubiri a lo objetivo en el sentido Kantiano de construcción del concepto por las categorías del entendimiento utilizando los datos que proporciona la sensibilidad.

LA ESENCIA

Desacreditadas las versiones fenomenológicas (la esencia como sentido), idealista radical (la esencia como concepto generador del ser) y racionalista (la esencia como concepto objetivo), Zubiri empieza una larga travesía de cuatrocientas páginas para darnos su versión de la esencia. Comienza combatiendo con un titán – Aristóteles – que había impuesto su noción de esencia durante dos mil años. Este autor es tratado tras los filósofos modernos porque está más cerca, por realista, de la concepción de Zubiri, aún cuando su realismo pueda ser tachado de ingenuo. A la pregunta por el «qué» de una cosa, Aristóteles responde con una definición. De este modo estaría captando la esencia de la cosa como algo que reside en la cosa real como momento – aspecto – y que coincide con la definición. Definición que es el lógos ουσία, el logos de una sustancia. Es necesario decir que para Aristóteles sólo los seres naturales tienen propiamente esencia. Todavía hoy se piensa que un objeto artificial responde al sentido formal, hegeliano, del concepto, pues es en él en el que reside con anticipación lo que el objeto va a ser en su producción seriada o artesanal. Y ello es así, porque la esencia se predica del ser natural, que es también la sustancia por excelencia. Aristóteles llama sustancia a la combinación íntima de materia y forma que constituye en el plano lógico el sujeto de todo rasgo, esencial o accidental. Sólo a la sustancia le preguntamos por su «qué», por su esencia. Esencia que es «algo» de la sustancia, sólo una parte, porque ésta tiene rasgos esenciales y rasgos accidentales o inesenciales. Una primera posibilidad es que la esencia sea la forma, aquello que delimita a la materia indefinida diferenciándola de otras. Y aunque esto choca con el hecho de que tener materia es «esencial» para la sustancia real, se podría decir que en Aristóteles la esencia coincide con la forma. Lo que es inmediatamente discutido porque, en la misma forma, hay que distinguir entre los rasgos que colocan a la sustancia en una especie con otras sustancias y los que la individualizan. Y aquí reside la crítica de Zubiri, en el hecho de que la esencia sea el fundamento de la especiación; aquello que una sustancia tiene en común con otras semejantes, dada la concepción radicalmente individual del ente que tiene Zubiri. Concepción que limita la existencia de las especies a los entes naturales reservando para los entes artificiales el concepto de «clase» . Por eso, critica el concepto de sustancia como el contenido de la definición, pues la estructura de esta – género y especie – es el fundamento de la especiación o quiddidad, que es justamente de dónde Zubiri quiere rescatar a la esencia. La definición como logos, como vía de predicación de rasgos de las sustancias, es demasiado rígida para la complejidad estructural de la realidad. La filosofía se ha pasado siglos diciendo estérilmente que el ser humano es un «animal racional» cerrando el paso a una aproximación a la complejidad que la ciencia, en su lento caminar, ha puesto sobre la mesa del filósofo; qué decir de la esencia de un protón sin caer en el ridículo filosófico utilizando la misma herramienta esencialista del pasado. La estructura lógica de la definición no alcanza para cubrir la estructura de las cosas, que es un problema metafísico. No se puede seguir insistiendo, aunque sea inevitable en el discurso, en «sujetar» – convertir en sujeto – a estructuras complejas en su multiplicidad. Por eso, Zubiri, sustituye el término sustancialidad por «sustantividad» o «estructura radical de toda realidad». Este término está en la base de la teoría de la realidad de Zubiri. Con esto no quiere Zubiri despachar la subjetividad, sino, como momento de la realidad, dar prioridad a la sustantividad que refleja mejor las estructuras que la ciencia actual desvela. Zubiri acepta como «momento» de la cosa a la esencia específica (generadora de especie), puesto que la especie no está separada del individuo – al contrario de lo que pensaba Platón -; pero considera que ese avance de Aristóteles deja sin resolver el problema de «qué» es la estructura de la realidad.

El rescate de la esencia empieza superando una acepción superficial de la esencia como la totalidad de los rasgos que posee para, en un potente y sutil análisis, llegar a otra de la que obtenemos «sus notas esenciales»; su «unidad esencial» y su «relación con la realidad».

Zubiri considera las notas esenciales aquellas «infundadas o constitutivas de la sustantividad, el sistema de notas necesarias y suficientes para que una cosa posea todas sus demás notas constitucionales o el ámbito de las adventicias«. Aquí «infundadas» no quiere decir absurdas, sino que poseen el carácter trascendental, absoluto, de ser fundamento; y las ve como «sistema» porque las notas conforman una unidad estructural cerrada y autosuficiente de notas esenciales de la realidad física, dotando así a la esencia formalmente de carácter físico. Y ello porque la sustantividad es el sistema de notas físicas de las cosas captadas formalmente en la esencia.

En cuanto a la relación de la esencia con la realidad, Zubiri la analiza en tres relaciones con el logos, con la talidad y con las trascendentalidad.

Esencia y logos

Una vez que Zubiri renuncia a la idea de sustancia y a la idea de definición como logo predicativo, se ve obligado a crear nuevas herramientas, pues la lógica tradicional se ha centrado en un única forma de realidad compuesta de de cosas substantes (sustancias), por lo que ha correlacionado preferentemente el nombre del lenguaje con la sustancia de la realidad. Pues bien, aún con las flexiones de las declinaciones o bien con el uso de preposiciones, la cosa queda aislada como sustancia a pesar de las relaciones que estos recursos lingüísticos les superponen. Sin embargo, con la superposición de nombres que componen nombres complejos hay una posibilidad de expresar la unidad de las notas de la cosa en la cosa misma. Es la forma en el lenguaje de la unidad de sistema de la realidad. A esto llama Zubiri «estado constructo» permite la conceptualización de la estructura de la realidad como unidad de sistema. Esta es la nueva herramienta de Zubiri para relacionar el logo con la esencia: el logo nominal constructo. Queda claro pues que: «La esencia no puede conceptuarse ni en función de la sustancia o sujeto absoluto, ni en función de la definición, ni en función relacional (declinación o preposición), sino en función de la ‘constructividad’ intrínseca«. De esta forma se pone en evidencia la unidad de la esencia que da coherencia al sistema de notas o rasgos de la realidad. Así el lenguaje refleja la estructura esencial de la realidad.

Para Zubiri, esta estructura constructiva de la realidad tiene dos aspectos: la talidad y la trascendentalidad. Aborda primero la talidad: «La esencia es aquello que hace que lo real sea ‘tal’ como es. Si a la ciencia le corresponde establecer que es ese ‘tal’, a la metafísica corresponde conceptualizar la «talidad» misma«. Dado que la realidad es un constructo sus notas esenciales lo son, no por su contenido particular, sino por su pertenencia a la unidad esencial de la cosa. Pero su papel, en el orden de la talidad es contribuir a ella, que sólo se manifiesta en el estado constructo del sistema sustantivo, sistemático, de la realidad. Contribución que no hacen el resto de las notas adheridas a la cosa. De esta forma se constituye la realidad física de la esencia: aquello según lo cual la cosa es esto y no lo otro.

Talidad y trascendentalidad

Una vez dilucidada la relación de la esencia con el logo, hemos conocido por qué la esencia es aquello según lo cual la cosa es tal cosa. Ahora procede conocer el porqué la esencia es aquello según lo cual la cosa es real, pues la realidad es superior a la talidad dado su carácter trascendental. Lo que entendemos como condición-de, soporte-de. Para clarificar la naturaleza de lo trascendental repasa Zubiri las posiciones principales de la filosofía clásica y moderna. Descartes sitúa el cimiento de las certezas en el yo. Lugar en el que realidad y el yo se constituye desde el principio como verdad. Un yo puro distinto del yo empírico de cada uno. Un yo que identifica al no-yo que representan las cosas a las que constituye como objeto y sale a por ellos trascendiéndose a sí mismo – es un yo trascendental-. Es la misma deducción del yo cognoscente de Kant o el yo consciente de Husserl. Así, Zubiri empieza a perfilar lo trascendental como opuesto a empírico. Un yo puro, no subjetivo, que configura a priori la objetividad del objeto. Un acto en el que la verdad se obtiene, no como conformidad del entendimiento con los objetos, sino como la capacidad del entendimiento de conformar el objeto según su propia estructura trascendental. Son las bases del idealismo trascendental que actúa sobre el caos de estímulos y constituye un objeto al que dota de objetividad. El yo empírico es la talidad del yo puro, pues el ser humano como realidad encuentra su talidad en sus acontecimientos y estados psíquicos y psicofísicos. Así el idealismo restando la talidad del yo empírico obtiene la pura realidad del yo trascendental. Queda claro que la trascendetalidad del yo puro se basa, por tanto, en su realidad. Marca así, Zubiri, la diferencia entre yoes. De una parte el yo empírico como un yo «tal» y el yo trascendental como un yo «real», constituyendo ambos la realidad del yo. Así, nos dice: «… nada puede ser objeto sin estar puesto por un yo, y recíprocamente, el yo puro, al enfrentarse con las cosas, hace de ellas objetos.»

Formalizando esta forma de proceder se obtiene, no ya la constitución de un objeto concreto, sino la de un objeto trascendente más allá de la experiencia. Tenemos aquí otra nota de lo trascendente como opuesto ahora a experiencia concreta. De esta forma el idealismo pone el acento en la trascendentalidad – con tendencia al idealismo -, frente a la posición medieval que ponía la trascendentalidad en el ente. Es interesante la opinión de Zubiri de que a la realidad «le es indiferente tener o no verdad«. Se refiere a que la realidad es «como es» y no necesita ser conforme a las concepciones de un yo. Corresponde al yo la ardua tarea de conformarse con la realidad. Pues tal y cómo actúa el yo, la realidad no le sale al encuentro. El yo así aislado construye un objeto arbitrario que no atiende a la realidad. En resumen, Zubiri, descubre en el idealismo que la trascendentalidad pertenece al orden de lo real; que el orden de lo real es anterior al orden de la verdad y que la realidad no es objetualidad (contenido de objeto), sino «sólo» realidad.

Ajustadas cuentas con el idealismo, acude Zubiri a una cita con la filosofía clásica a terminar de perfilar su concepto de la trascendentalidad de la esencia. Empieza por aclarar que es trascendental aquel rasgo de la realidad que afecta o se aplica a todo ser, sea cual sea su talidad (concreción en cosa, rasgo o diferencia). La filosofía clásica cree que la primera experiencia cognitiva tiene como contenido al ente, en tanto cosa considerada en su ser (su existencia). Distingue entre el ser en la mente, concebidos en ella, y el ser fuera de la mente, el que es por sí mismo, el ser sustantivo. Unos no tienen ser por sí mismos – en todo caso, lo tiene su soporte mental -. Pero en otros el ser es tan evidente que la cuestión es su existencia y su capacidad de producir efectos. Son los entes participativos. Pero no sólo conocemos entes que existen y, por tanto, capaces de intervenir en cadenas causales, sino que concebimos entes que podemos pensar como sujetos de acción, pero que todavía no existen. Son los entes aptitudinales. Tanto los participativos como los aptitudinales son entes nominales, porque pueden ser nombrados y aparecer como sujetos, actores reales o potenciales. En este sentido, esa capacidad de ser es la esencia, pues no son entes de razón puesto que existen o pueden existir. Añadamos que también las diferencias individuales (talidades, haecceitas) tiene ser aunque no sean ente. Esta coexistencia de seres permite decir que el ente nominal no es universal (no alcanza a todos los seres), pero sí es trascendental. Y esa trascendentalidad se expresa en los conceptos genéricos llamados trascendentales: ser, uno, ser un aglo, verdad, bondad. En efecto, el ente tiene ser, es cosa, tiene unidad (estructural), es un algo que, respecto de los demás entes, es un alma que conoce (verdad) y desea (bondad).

Respecto del ser, cree Zubiri que la filosofía clásica usa promiscuamente los términos ser, realidad y existencia. Para la escolástica la realidad es aquello que no recibe su ser del acto de la concepción, es extra animam. Por eso a lo que es intra animam lo considera irreal, pensado, quimérico. La realidad es también lo que produce efectos. Pero, para lo que persigue Zubiri, la realidad es la formalidad (abstracción) del acto de aprehensión (captación) intelectiva, por contraste a la sensibilidad que capta como estímulo. Dos formas de captación que pueden darse separados, pero cuando se dan simultáneamente constituyen la intelección sentiente, verdadero anticipo del núcleo de la filosofía de Zubiri que resume en: «El acto propio y formal de la inteligencia no es ‘concebir’, sino aprehender la cosa misma, pero no en su formalidad ‘estimúlica’, sino en us formalidad ‘real’«. El hambre de realidad del hombre sólo se satisface en la convergencia del sentir y el inteligir. Una dualidad formal que, luego, puede dar lugar a la conceptuación. Pues el puro sentir no es realidad, sino estimulación, a la que le falta la formalidad de realidad porque la cosa se hace presente como algo «de suyo«. Una expresión que Zubiri acuña para referirse a una condición que va más allá de la independencia respecto de la mente que observa. Un carácter de la cosa «ser de suyo» que sitúa ya en los presocráticos antes incluso de concebir la naturaleza como φύσις, lugar del que brota todo. Zubiri encuentra esta condición suística no sólo en la naturaleza, sino también en allí donde se encuentra la ‘personeidad‘. la condición suística concierne a la naturaleza, pero es anterior a ella y su fundamento. Es el momento constitucional del existir, pues cabe una forma de existencia no suística que llamamos apariencia, que es más que ilusión, más que ente de razón o lógico. La apariencia no es nada de esto y, sin embargo, no es realidad, pues su existencia debe apoyarse en aquello de lo que es apariencia. Pero nuestro mundo no es de apariencias porque los dos momentos de esencia y existencia se dan en la cosas «de suyo» para que tengamos formalmente la realidad, siendo la condición suística anterior a una y otra, así como la realidad misma «anterior a la existencia«. Paradójica expresión que sólo se entiende desde la existencia al menos de un yo que sea soporte de la realidad formal o esencia como connotación aptitudinal de la existencia. La realidad formalmente no es existir ni como actualización, ni como potencia, ni aptitudinalmente. Realidad es existencia y esencia indistintamente. La realidad no viene conferida ni por la estimulación, ni por el sentido o utilidad de la cosa, sino por su formal ser «de suyo». Una forma que le permite distinguirse del ser como momento de lo real, como una actualización de lo real al margen de la intelección. Una actualización ulterior, «posterior» a la realidad misma. Como actualización ulterior es reactualización. Eso es el ser. En ese «momento» la cosa, además de «de suyo», es. La realidad es ya real antes de ser y, por tanto, es el fundamento d éste. En cuanto la realidad es nos encontramos con el ente. Previamente, «lo real en cuanto real no es ente, sino simplemente realidad«. En resumen, Zubiri, distingue entre realidad, ser y ente y el acto de aprehensión de la realidad a través del ente es estimulativo si solamente concierne a las sentidos; es intelectivo si capta formalmente la realidad, una formalidad que es, antes que inteligida, sentida. No sólo podemos comprender la cosa, sino que la sentimos. Es la intelección sentiente.

La realidad tiene una estructura debido al carácter «respectivo» de las cosas. Es decir, a sus relaciones con otras. Relaciones que se establecen desde su talidad componiendo un «cosmos» (κόσμος) y desde la realidad componiendo un mundo. Un mundo que envuelve al «mundo» de Heidegger, que es «nuestro» mundo, un subconjunto del mundo de la respectividad de todas las cosas. El hombre pertenece ya al mundo, por lo que puede hacer suyo un mundo. Pero Zubiri insiste: «Mundanidad no es sino respectividad de lo real en tanto que realidad; no tiene nada que ver con el hombre«. El cosmos determina al mundo, lo define, lo concreta, lo determina. La talidad precisa de la posibilidad. Por eso Zubiri atribuye el carácter de trascendental complejo al mundo. Las cosas son «de suyo» por sí mismas tanto en los trascendentales simples (res y unum), como en los complejos (mundo, aliquid, verum bonum).

Zubiri dirime su posición diciendo que «La actualidad de lo real como momento del mundo no se identifica con la actualidad de lo real en sí mismo, pero presupone ésta y se apoya en ellala actualidad de lo real en el mundo es lo que formalmente es el ser.» y añade «Sólo porque es, es la cosa fenómeno«. Es decir la realidad es trascendental, es «anterior» al ser y en su aparición como ser puede ser inteligida como mundo, en tanto las cosas son respectivas (se relacionan) unas de otras .

Es evidente que Zubiri dedica en este libro más tiempo a la realidad que a la esencia, pero es natural porque «… esencia no es sólo lo que talifica lo real, sino también aquello según lo cual, y sólo según los cual, la cosa es algo real«- La esencia no tiene como función hacer posible la inclusión de la cosa en una especie, sino constituir ‘físicamente’ la cosa». Una función que para Zubiri significa que la esencia es absolutamente idéntica a la realidad, lo «de suyo». Una identidad real, pero no formal, porque, si no, no estaría justificado usar dos palabras distintas. La realidad se refiere al carácter de ser «de suyo» y la esencia al contenido de la cosa en su función trascendental, de basamento del ser.

Por eso, la esencia es anterior a la oposición esencia-existencia. Zubiri sostiene la tesis fuerte de que «la existencia y la aptitud para existir sean momentos de algo ya real«. Una realidad a cuya intimidad, a cuyo «de suyo» pertenece la mutabilidad que deviene en caducidad; la finitud en definitiva, lo que equivale a que son trascendentalmente limitadas. Lo que llama la atención de Zubiri es la caducidad intrínseca de las cosas antes que la producida por la «colisión» con otra cosa real que la destruye o toma su lugar. Es decir, le interesa la esencia de la cosa, incluso en su auto destrucción. Una caducidad intrínseca que acompaña a la aprehensión de la cosa en su esencia. Si para la escolástica la esencia pertenece al orden aptitudinal, como anticipo de la realidad, para Zubiri, es el núcleo de lo real. La cosa real es siempre la misma, mientras dura, pero no es siempre lo mismo. Tiene una estructura dimensional en su naturaleza trascendental, cuyos ejes son la riqueza de notas que perfecciona lo real, la solidez que lo dota de estabilidad y su estar siendo que es su duración. Una duración trascendental que incorpora todas las duraciones conceptuadas en la historia de la filosofía (Agustín, Bergson), que son modos de durar. La duración no es retener el ser o la realidad, sino ser «duradero» de suyo.

El de suyo zubiriano es el reconocimiento de la insondabilidad de lo real. Aquí Zubiri entronca con lo real en Lacan, la cosa en-sí de Kant o la materia ontológica general de Bueno. Para penetrar en el de suyo, Zubiri explora la aperturidad de la realidad llamada inteligencia, cuya esencia es abierta en sí misma. Los seres distintos del humano tienen la peculiar forma de apertura que Zubiri llama estimúlica, basada en el estímulo exclusivamente. Sin embargo el ser humano tiene como forma específica de aperturidad el ser persona, su forma de individualizarse radicalmente y adquirir responsabilidad al poseerse a sí misma. Es el ser humano un tipo de esencia intramundana (inmanente) abierta con una especial forma de apertura: la sentiente.

AL HILO

La fuerza de la realidad sobre el yo es tanta que éste acaba aceptando como evidente lo familiar. El aprendizaje es resultado de la repetición que construye el primer cimiento conceptual que acogerá paulatinamente a todos los demás a lo largo de una vida de experiencia o estudio por separado con posibilidades limitadas o de ambas a la vez con posibilidades ilimitadas. Lo familiar se compone de intelecto y emoción. El intelecto formaliza la realidad y la emoción, si es positiva el da al concepto la bienvenida como verdadero y si es negativa lo rechaza como falso. Todo nuevo concepto requiere de otros previos que forman la estructura en la que podrán encajar. El inicio de esa cadena está en la infancia olvidada en la que nuestra mente va construyendo con naturalidad una red de conceptos aceptados sin crítica como lo natural. Proceso intensamente aderezado de emociones creando unas fuertes conexiones entre conocimiento y emoción. Esa estructura cognitivo-emotiva basal nos acompaña toda la vida sirviendo de base al progreso posterior y, al tiempo, de lastre, tanto si las emociones asociadas fueron positivas, como si fueron negativas. Salir de la base hacia una comprensión integrada de la realidad requiere de un esfuerzo educativo poderoso que hace posible el progreso de la ciencia y la civilidad. Un proceso complejo porque en un momento determinado sale a la superficie de las conductas una bifurcación emotiva previa que orienta las creencias hacia el individuo o hacia la especie.

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