Feminismo en peligro


Algunas feministas están empezando a levantar el dedo denunciando que, al dejar que se confundan las reclamaciones por la igualdad y la defensa de las mujeres con las reivindicaciones LGTBl, ya nadie sabe el objetivo de su lucha. La ideología «Queer» (rarito, retorcido en inglés) es la más radical de las emergidas en la confusión postmodernista. Entiende al ser humano como una materia prima para cualquier preferencia sexual posterior, pues se considera al sexo una construcción social y a la mentalidad masculina o femenina un espejismo resultado del adoctrinamiento «patriarcal». De este modo, al nacer somos una pasta indefinida con la que se podría escoger arbitrariamente qué ser: hombre-mujer, mujer-hombre, hombre-hombre, mujer-mujer, hombres homosexuales, mujeres homosexuales o cualquier estado intermedio que se prefiera. En este marco no hay padres ni madres, sino «progenitores gestantes» y vientres de alquiler, mientras no llegan los úteros artificiales. En esa distopía unida a la eugenesia se podrían tener sociedades totalitarias sólo de hombres, sólo de mujeres o sólo… Así, la mujer lleva camino de desaparecer como tal en una sopa amorfa de preferencias sexuales. Pero también el homosexual y la lesbiana son invitados a reformularse su posición ante la supuesta y creativa libertad ofrecida por los/las Queer (aquí el doble morfema si está justificado). Dicho sea esto con todo el respeto a la minoría LGTBI que tienen todo el derecho a ser tratados/as como cualquier otro ciudadano en lo que tienen en común y en lo que tienen de diferentes, pero no tienen ninguno a hacer creer a los demás que su ambigüedad sexual, que es minoritaria, es la norma.Me parece que siempre que surge una idea original, alguien tendrá la tentación de llevarla a un extremo. Y esto ha ocurrido en este caso. Una vez ganadas batallas que desactivaban la preponderancia del varón heterosexual sobre las mujeres y contra todo aquel que no cumpliera con ese enfoque, algunos/as han encontrado inspirador generalizar su propia posición indefinida a toda la población. Son pocos, pero están dotados de poderosas armas verbales (heteropatriarcal, progenitor gestante, género) que entran como cuchillo en mantequilla en las débiles posiciones de los que aceptan cualquier cosa que les suene a nueva. Las más perjudicadas por esta debilidad son la mujeres, pues, precisamente cuando tienen la victoria al alcance de la mano, desaparece su suelo y están a punto de caer en la sopa común de la que pueden salir mujeres o cualquier otra cosa, como en las pesadillas de Lovecraft, como en el bar de la Guerra de las Galaxias, como en los cabarets berlineses de la república de Weimar, como en… la España de Irene Montero.

Nuestro pensador más reconocido, José Ortega y Gasset, no eludió la espinosa cuestión, pues dedicó reflexiones al asunto tan pronto como 1949, cuando la segunda ola feministas había apenas conquistado el voto (1931), poco antes de perderlo de nuevo junto con el resto de la población tras la Guerra Civil. En ese mismo año de 1949, Simone de Beauvoir había publicado su célebre libro «el segundo sexo». Libro que Ortega lee y critica por excesivamente biologizante.Pues bien, Ortega en su libro «El hombre y la gente» escrito tras los «feroces» y «atroces» acontecimientos que Europa acaba de experimentar. Apelativos que atribuye a un genérico universalismo con que elude la espinosa cuestión de que viajaba desde su residencia en Lisboa a la España franquista con regularidad hasta morir en 1955 en su casa de la calle Monte Esquinza. En ese libro, digo, define a la mujer como «confusa» e «inferior». Sin embargo, para sorpresa del lector, desde luego para mi sorpresa, dice a continuación:»Lo que llamamos ‘mujer’ no es un producto de la naturaleza, sino una invención de la historia, como lo es el arte», y remacha: «Mucho más fértil que estudiar a la mujer zoológicamente sería contemplarla como un género literario o una tradición artística». No es hasta 1963 que Robert Stollen establece con claridad la diferencia entre sexo y género, pero como se puede comprobar, Ortega en medio de sus prejuicios sobre las mujeres, suelta las perlas que acabo de citar. Es decir para él a la mujer se la entiende mejor desde categorías sociológicas o históricas que desde las diferencias biológicas. Esta modernidad de criterio es abrumadora. Pero, como suele ocurrir, en España esperamos a que otros «inventen» y acuñen los conceptos para empezar su desarrollo. Piénsese que el referente sobre psicología de esa época en España eran López Ibor y sus curas de homosexuales a base de lobotomías y electrochoques. En definitiva, que nuestro sabio más reconocido vió con claridad la relación compleja entre sexo y género y optó por una visión social de la mayoría de los problemas asociados al trato que se dispensaba a las mujeres en esa época. Lo que no le impedía ser pasto de la no menos histórica condición de machista igualmente superlativo al decir que lo que hacía a la mujer «deliciosa» para el varón era, precisamente, la condición de «inferior» a él. Una pena porque desde la intuición de género que tuvo Ortega el feminismo español podía haberse adelantado en la necesaria depuración de los rasgos diferenciales para separar el trigo esencial de la paja superficial humillante y prescindible.

Que un hombre se declare feminista me parece innecesario. Feministas han de ser las mujeres, pues no podemos ponernos ahora subrepticiamente pegados a ellas, como un Artur Mas que se hace independentista en un momento. No podemos apuntarnos a una lucha que ellas han librado solas. Debemos ser, en todo caso, igualitarios, pues nuestras compañeras lo son en lo realmente importantes: su condición de seres humanos que nos completamos mutuamente. Complemento que nace en el aprecio de lo que nos diferencia con la arrolladora fuerza atractora que la naturaleza especial que somos ha puesto en nosotros. Las victorias parciales son de ellas y, desde luego, debe serlo el dia de la victoria final, que será aquel en el que ya no se hable de esto del mismo modo que no hablamos de la esclavitud, salvo en un contexto académico. La mujeres se han reconocido como sujeto. Ahora hablan de ellas mismas como «nosotras» y eso es históricamente fundamental para conquistar lo que merecen. Si ahora el empujón sobrepasa algún umbral, habrá reflujo, habrá equilibrio final. Nos necesitamos. Evitemos aparecer como lastimosas víctimas de un feminismos agresivo. Dónde verbalmente haya excesos se denuncia y ya está, pero no nos deslicemos hacía una vergonzosa posición de «pobres hombres agredidos» después de siglos de desprecio en el arte, la ciencia, el trabajo y el hogar.Se ha deshecho gran parte de la niebla, pero cada día recibimos pruebas de que queda una camino en su lucha. Nuestro papel es ayudar silenciosamente y evadir las fotos. También tenemos que comprender que los excesos son como la quemazón de la lava que sale cuando la corteza del machismo se rompe o, mejor, para que se rompa. El grupo social que no haya exagerado una proclama, que tire la primera pancarta. Cuando jóvenes que no han sufrido agresiones gritan como si así hubiera ocurrido, lo hacen por las que tiene la boca sellada por la muerte; cuando nosotros nos indignamos por los excesos verbales deberíamos saber que nos situamos torpemente más cerca de lo que las agredieron que de ellas. Tenemos que sofocar en nuestro entorno ese sentimiento gutural de pertenencia a manadas primitivas que siguen oscuramente la llamada de sus genes, sin considerar que la cultura y la historia nos han modelado para el respeto con el sacrificio de mucha gente. Colectivamente tenemos que eludir todo reflejo de pérdida de un estatus que ya sospechábamos era una usurpación; que sabemos que no es el nuestro, que no es de ningún varón (ni siquiera del dandy). Tenemos que encontrar la posición media en la que no nos sentimos aludidos como hombres, pero tampocos acudimos a protegerlas en su lucha. Es su lucha, es su alegría, es nuestra alegría.

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