La juez Carmen Rodríguez-Medel tiene por delante mucho trabajo. Porque, al haber aceptado juzgar en primera instancia el comportamiento político de un gobierno, atrae sobre la causa a todos los adversarios de ese gobierno. No es la primera vez que ocurre. Quizá el precedente más llamativo sea el del Yak-42, aquella tragedia de un contingente de militares españoles, embarcados en un avión defectuoso con una tripulación «defectuosa», cuyos restos fueron tratados indignamente. Al margen de las reclamaciones de los familiares, había unas acciones administrativas con consecuencias en el proceso de contratación del transporte, pero había, sobre todo, unas decisiones políticas con la intención de «tapar» con rapidez lo que para el gobierno de entonces era un asunto muy enojoso. Enojo que pasó por encima de los sentimientos de los familiares de las víctimas y su derecho a respeto. Es paradójico que el juez que cerrara la vía judicial para transformar responsabilidades políticas en responsabilidades penales fuera Fernando Grande Marlaska. De esta forma se frustró el deseo de los enemigos de aquel gobierno de ver a los políticos al cargo en el banquillo.Pues bien, ahora tenemos un caso parecido. Los enemigos del actual gobierno querrán ver al gobernador civil de Madrid condenado por no prohibir la manifestación feminista del día 8 de marzo de 2020, con el premio complementario de lanzar la sospecha sobre el presidente del gobierno. Viene por tanto, de nuevo, un proceso largo, salvo que la juez, mate en origen la pretensión de los querellantes. Un proceso en el que se intentará lo que se intentó entonces: traducir la acción política en acción penal. Todo esto tiene origen en que el reproche político ya se ha quedado en nada de puro repetirse. ¿Quién sufre con un reproche cansino repetido una y otra vez por alguien en nuestro oído? Se produce saturación y pérdida de eficacia. Esta trivialización del reproche político, que alcanza todo el volumen, sea cual sea la causa, hace que se busque la dureza del reproche de los jueces. Una especie de mixtificación de las decisiones de profesionales formados para otros menesteres. Así la pesada carga que debería repartirse socialmente tiene, por esta desviación, que ser soportada por unos pocos individuos, que nos miran sorprendidos por el abandono de las obligaciones que le son propias a los políticos.Quizá el problema tenga origen en que nuestros políticos llaman política a cualquier cosa. En concreto a «hacer lo que conviene» al grupo al cargo de cada gobierno, en vez de lo que conviene al país. PD.- Siento muchísimo que el movimiento feminista vaya a quedar comprometido por la falta de seso de la ministra de igualdad, cuyo entusiasmo por lucir su iniciativa legislativa de esa semana, confundiera el juicio de sus compañeros de gobierno.