La Guerra de los Mundos de George Wells se publicó en 1898, cuando España se deprimía por haber dejado de ser un imperio donde no se ponía el Sol para ser una nación en la que apenas salía, ensombrecido con tanto pesimismo. En esa novela se fijó culturalmente la idea de que los enemigos del planeta Tierra han de venir de fuera. Funesta idea que nos ha distraídos unas cuantas décadas, pues los enemigos, como suele ocurrir, estaban dentro. Supongo que fue la explosión de la Enola Gay sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 el primer acontecimiento que hizo que la humanidad tomara conciencia de que, además del Krakatoa, también ella podía alterar sustancialmente la vida del planeta. El ecologismo como tal tuvo su predecesor legítimo en la obra del naturalista Ernst Haeckel (1834-1919) que, además bautizó a la nueva disciplina con el nombre de eco (en griego, oikia=casa) logía (en griego, logos=ciencia). Es decir la ciencia de la casa (común). Siendo un movimiento relativamente marginal, ha resurgido como fuerza política en algunos países europeos y, desde luego, es el núcleo de mucho movimientos de voluntariado como Greenpeace, creada en 1971.
Hasta ahora ha sido un movimiento visto con curiosidad por el gran consumidor, en que la tecnología aplicada a la producción capitalista, ha convertido a unos dos mil millones de habitantes del planeta. Un movimiento de idealistas, adanistas que anhelaban prolongar el espíritu hippy surgido con la explosión de entusiasmo neo-comunista que fue mayo de 1968. Neo, por surgir medio siglo después de la revolución de Octubre del 1917 y comunista porque, ignorante aún de los crímenes producidos en el régimen estalinistas y por producir en China o Camboya, aspiraban a una bucólica vida en común pacífica y llena de amor impostado. La memoria es débil y la ignorancia fuerte, pues un siglo antes ya habían fracasado los intentos del socialismo utópico de Charles Fourier o Robert Owen.
Entre tanto, la corriente político-económica liberal había impuesto su programa en las constituciones y en el impulso industrial que cerró un capítulo en 1929. Tras la II Guerra Mundial, el liberalismo político moderó al socialismo triunfante y el socialismo moderó la desigualdad del liberalismo periclitante. Pero no pudo con el brillo y la seducción de su oferta de productos necesarios o superfluos que inundó el mundo occidental recién descubierto el poder explosivo del consumo interno. Un cuerno de la abundancia se derramó sobre unos países que lo disfrutaron para sí y para desestabilizar el magro mundo del consumo tras el llamado telón de acero, que separaba la abrumadora producción occidental de la pobreza oriental. Pero, tras el colapso soviético y la caída del caballo del extraño régimen comunista chino, Asia, desde Moscú a Yakarta, se ha sumado al consumo universal que se está comiendo el planeta por los piés. Se libra África por pobre y cochambrosa políticamente, pero todo llegará.
El mundo produce todos los años unos 80 billones de dólares de los que más o menos la mitad van al consumo, que dividido entre los 4000 millones de adultos del mundo tocamos a 10.000 dólares por cabeza todos los servicios públicos incluidos. Pero, como 400 millones de habitantes de los países avanzados obtenemos el 80 % de esa producción hay 3600 millones de adultos que potencialmente se pueden sumar al consumo con consecuencias impredecibles. Si con esta fracción de lo que podemos considerar la normalidad de entrar todos los días con una bolsa de plástico y varios recipientes en nuestra casa tras consumir unos litros de combustible, hay un «continente» de residuos en alta mar y se acumulan los residuos nucleares y los metales por toda la corteza terrestre, qué esperar si esto se convierte en el estándar de vida de una población diez veces mayor. Lo cierto es que, cuando creíamos haber llegado a la utopía de Moro, Campanella y Huxley al mismo tiempo, la realidad nos despierta ante el hecho incuestionable de que somos unos organismos cuyo cuidado natural produce residuos naturales, pero cuyo cuidado sofisticado produce residuos que se resisten a recuperar su estructura original en el humus de la tierra.
Siendo así las cosas, la comunidad científica un buen día, nos dijo que la emisión de dióxido de carbono producido por la combustión de aquellos fósiles que el pasado nos legó, está desequilibrando el saldo de este gas en la atmósfera, creando una capa que dificulta el equilibrio térmico del planeta y produciendo, en consecuencia, su calentamiento; lo que deriva en, además de contaminación insalubre en nuestras ciudades, catástrofes tan preocupante como la fusión del hielo de los polos del planeta.

Este gráfico, que expresa el intercambio en gigatoneladas de CO2 entre la Tierra y su atmósfera, nos debe prevenir de los argumentos tipo «más CO2 emite la naturaleza» o «el Amazonas lo están quemando los indígenas para obtener ayudas«. Voces que me sirven para inaugurar otra sección de este artículo: la de la lucha por utilizar algo tan grave como arma de las respectivas posiciones políticas.
Tal parece que la posición ideológica contamina – nunca mejor dicho – los argumentos de los contendientes en algo de esta relevancia. Hay dos grupos en contienda, pero no son homogéneos, pues están formados por una minoría política y económica, de una parte, y una mayoría de gente que, como estamos ocupados con nuestras cosas, prestamos una atención parcial a pensar en el asunto y una entrega total a las ideas que nos llegan de la minoría. Son pocos y débiles los que estudian la documentación para saber el estado de la cuestión y son pocos y fuertes los que, sabiendo lo que pasa, están dispuestos a decir la verdad.
Aclaramos antes que no es lo mismo la simple contaminación que el Calentamiento Global, el Cambio Climático o la Emergencia Climática. La contaminación es insalubre, como mostró el ejemplo de la «niebla» londinense asociada «románticamente» a los estragos de Jack el destripador, pero durante mucho tiempo fue un asunto municipal sin más trascendencia. Pero, el Calentamiento Global alude al aumento de la temperatura de la superficie de la tierra y los mares como consecuencia del obstáculo que supone para la liberación de calor al espacio exterior el aumento de la concentración básicamente del gas dióxido de carbono proveniente de la combustión de combustibles fósiles en forma de derivados del petróleo y el carbón. El Cambio Climático es debido a que el Calentamiento modifica los procesos dinámicos que garantizan los ciclos climáticos produciendo nuevas formas de catástrofes como la subida de las aguas porque se derriten los polos helados. Finalmente, la Emergencia Climática, hace referencia al estado de opinión (y emoción) de los que piensan que es necesario iniciar con urgencia acciones que reduzcan el Calentamiento y su consecuencia en forma de Cambio del Climático. El Calentamiento Global lo discute ya poca gente, entre la que, desgraciadamente se encuentran gobernantes tan relevantes por su potencial influencia negativa en el control de la situación como Donald Trump o Jair Bolsonaro. Otro tipo de gobernante, conociendo la situación no niegan, pero otorgan por el interés de sus países, como los de Rusia, China o la India.
Es este estado de ánimo están masas crecientes de la población. Pero el espíritu conspiranoico no cesa y ve en todas las reuniones que se promueven para movilizar espíritus «verdes» la acción de los «poderes ocultos», como si los poderes necesitaran ocultarse para conseguir sus propósitos. Es una forma de pensar ventajista, pues si antes se saboteaban supuestamente soluciones como el motor de agua (está el agua como para tirarla), para que no sustituyeran a los motores de explosión, era una conspiración fordiana y si ahora se rechaza el motor de explosión para sustituirlo por el eléctrico, es una conspiración de la energéticas y así sucesivamente. La COP25 reunida en Madrid accidentalmente este diciembre es una conspiración política para que nos alarmemos y una conspiración de los vendedores de moquetas. El caso es que el si el consumo de 400 millones de personas ha producido el problema que ya nadie rechaza, si no es con un grosero cinismo, qué se puede esperar cuando la capacidad productiva fuera optimizada si se financiara.
La inteligencia empresarial del mundo sabe ya que debe cambiar el paradigma productivo, lo que tendría la ventaja adicional de bajar el petróleo a costes de saldo y dirigir la energía a problemas más importantes que ir a la moda; las compañías de aviación ya saben que el low cost tendrá que pasar a ser low fly; las empresas de ropa, muebles o electrodomésticos que tendrán que sustituir la obsolescencia por el gusto en conservar. Toda una revolución que tendrá que dirigir la capacidad productiva a otros focos humanamente más enriquecedores que el vértigo de la producción y sustitución rápida de productos para generar residuos masivos. Creo que seremos capaces. La humanidad tiene inteligencia a largo plazo, aunque no la tenga a corto plazo. Pero todavía el agobio debe llegar a masas despistadas como las brasileñas o las estadounidenses, y la democracia a masas aún sometidas, como las chinas, para que obliguen a sus dirigentes a cambiar el rumbo. Cambio que no va a evitar la locura de la competencia por influir geoestrategicamente en el mundo, ni va a acabar con el fanatismo religioso en algunas culturas, ni con los enfrentamientos identitarios más o menos justificados, ni…, pero al menos se respirará bien y no tendremos que vivir de verdad, las catástrofes que tantas veces el cine ha representado de forma cada vez más realista.
De modo que, amigos del planeta, hay que seguir porfiando para que los enemigos del planeta, si quieren, que aspiren en las chimeneas de sus hogueras y nos dejen a los demás luchando por la vida, sus frustraciones y logros como siempre, sin tener que estar preocupados además por si un día no puede uno levantarse ni siquiera malhumorado. Si estuviera en Madrid hoy día 6 de diciembre de 2019 iría a la manifestación sobre el clima, incluso aunque esté esa niña que debería estar en el colegio y anda por aquí porque sus mayores no están cumpliendo con su deber. Incluso aunque algunos se empeñen en negar lo evidente porque, antes que ellos, los «progres» se han adherido a esta causa, cuando debería ser de todos. Una actitud infantil que tiene su imagen especular en aquellos que rechazan a los «fachas» porque defiende el único sistema económico que ha acabado con la pobreza. Pero bueno, al fin y al cabo, a los que ahora les incomoda el ruido por la llamada Emergencia Climática, disfrutarán de sus logros con nosotros también, de la misma forma que se enfadaron por el matrimonio gay y ahora se casan ellos; se enfadaron por la constitución y ahora sólo es de ellos solos; se enfadaron por el aborto y resuelven sus errores domésticos abortando sin salir al extranjero; se enfadan cuando ven emigrantes y se lucran con su trabajo; se enfadan cuando se ponen restricciones al tráfico en una ciudad y ahora se quedan con el éxito. En fin, se ya les pasará el enfado, pues también son de los nuestros o, al menos, de los míos.