(IV) La tiranía de la igualdad. Axel Kaiser. Reseña (27)


… Viene de (III)

Dice Axel: «Según lo que propone la izquierda si usted quiere estar del lado de la libertad debe ser socialista, pues la libertad sólo se consigue con igualdad de condiciones materiales para todos…»

Conozco a pocos socialistas que defienda esto. En mi país la gran mayoría de las personas pertenecen a la clase media, que es el peso estabilizador de la sociedad. Y están en este tramo porque sus intereses los colocan ahí. No se envidia al que tiene más, aunque sí se está atento a la corrupción política, las ganancias inmerecidas de directivos que sin aportar ni arriesgar nada se conceden sueldos disparatados en consejos de administración que dominan con información sesgada, o con los actores de tráficos ilegítimos. Otra cosa son los propietarios que tienen derecho a conservar lo que tienen y a combatir políticamente por reducir su contribución al común. Afortunadamente, los propios jueces son clase media y están alerta al respecto. Otra cosa son los restos de ideologías sin reputación sostenidas por jóvenes despistados, que deben ser objeto de información más clara y eficiente. Aunque no ayuda el que los liberales se mezclen con los conservadores, resultando muy enérgicos para defender la libertad económica y muy débiles para defender la libertad de costumbres. En ese sentido, en mi país no hay verdaderos liberales que defiendan la libertad sólidamente. Aunque sí proliferan los voceros de una peligrosa coherencia en la aplicación del método del libre mercado sin considerar otros resultados que los de los balances de los negocios contradiciendo a Thomas Sowell.

Siguiendo con el Estado, dice Axel: «.… en el mercado el coste de las malas decisiones lo asume la persona que tomó la decisión, mientras que en el Estado lo asume el contribuyente, es decir, otras personas a las cuales el burócrata o político no responde«

Esta es una visión extraña de la opinión de un ciudadano estándar, que desconfía tanto de la codicia, como del funcionario o el político. No hay más que ver las encuestas de opinión en las que la la preocupación por corrupción está siempre en el podio. Además eso de que en el mercado el coste de las malas decisiones las asume la persona que las tomó es difícil de sostener salvo que se esté pensando de nuevo en el panadero. Donde una economía se juega su supervivencia las malas decisiones en el peor de los casos se resuelven con una salida suave y un retiro millonario. En las grandes corporaciones se tomas decisiones aventureras (Enron, Volkswagen, Caja Madrid, Parmalat, Standard and Poor’s…) con la misma desvergüenza que un ministro de economía como De Guindos de endeuda a un país sin mover una ceja. Los dioses nos libren de ejecutivos engominados, ministros engolados, políticos trasnochados (comunistas de chalet y monedero) y liberales fundamentalistas. Se necesita pasar a una lógica distinta.

Ya he argumentado que el poder de coacción del estado es para todos: tanto para los agentes propietarios de medios de producción, como para sus empleados. Se podría deducir de las palabras de Axel que propone eliminar el Estado, pero no creo que sea así. Pero sí reducirlo al tamaño justo para que emplee su capacidad de coacción sólo para defender a los propietarios y eso no es correcto, como no lo sería un estado hipertrofiado que expropiara los medios de producción privados y usara su poder de coacción a favor exclusivamente de los trabajadores. Ambas fórmulas ya las hemos probado y sabemos sus consecuencias: la violencia feroz. Así pasaríamos del Estado de Naturaleza de Hobbes al Estado de Civilización Parcial. Ambos letales.

Axel no ha terminado con el Estado y prosigue: «La reflexión anterior es fundamental para entender por qué el Estado, por regla general, funciona tan mal si se compara con los particulares.«

No hay evidencia empírica de que el Estado funcione mal comparado con los particulares, salvo que se refiera a cómo se ve infiltrado por topos del capital para eliminar controles. En España fue ejemplar la «negligencia» del Banco de España y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores antes y durante la crisis, ignorando todos los indicadores de que la acumulación de deuda privada provocaría una explosiva deuda pública. Un episodio relevante, protagonizado precisamente por un gobierno socialista, fue el de tratar de mejorar los balances de los bancos transfiriendo tramposamente los depósitos de particulares a los bancos mediantes unos bonos llamados «preferentes» que se hicieron comprar a ciudadanos ignorantes de la patraña. Los jueces han medio resuelto el asunto, pero el agujero de la entidad privada más «afectada» por toda esta negligencia oficial y particular de un mercado financiero completamente demente a la caza de la comisión por hipotecas suscritas con insolventes, ha sido de 23.000 millones de euros, cubiertos por el estado finalmente. Tampoco son pocas las empresa incumplidoras en plazos y calidad. Aseguradoras más pendientes de pillar al asegurado tramposo que asistir al asegurado cumplidor con argumentos del tipo «esa enfermedad ya la tenía usted» o «la culpa de la corrosión de una lavadora es del usuario que utiliza agua«. Las bondades de las empresas privada son grandes, pero sus fallos clamoroso también. La sanidad pública española es asombrosamente buena, su sistema de transplantes de órganos ejemplar y todo ello a un costo inferior a de los experimentos privados llevados a cabo por determinadas empresas. En las clínicas privadas no hay colas, pero si el problema es grave se deriva a una entidad pública. Es decir, sin fanatismos de un lado ni de otro. El estado puede ser muy eficaz si no se ve contaminado por topos ambiciosos. Los escándalos más graves de corrupción pública han sido protagonizados por las administraciones liberales o, en todo caso, empatan con las administraciones socialistas. Es decir hay que estar alerta en «lo público» y «lo privado», Axel. La naturaleza humana es así.

Observa Axel que: «… al igualitarista lo que le importa en primer lugar no es que todos tengan mejor salud o educación, sino que todos tengan la misma. Es por eso que deben eliminar el mercado de la educación, pues si lo toleran —aun habiendo una mejora para todos, como muestra por lo demás la evidencia— no se cumple el estándar igualitario que buscan.

Axel, los igualitaristas de ese tipo son ya marginales. El mercado de la educación está bien si genera colegios donde la enseñanza es de alta calidad, pero siempre que tengan acceso a ellos todos los pobres que demuestren su talento en niveles previos, si no, bajo la capa de la libertad lo que habría en la creación de bucles endogámicos desde los que sólo los hijos de ricos se proyectarían hacia los puestos directivos más golosos con méritos o no. Si el liberalismo es sincero debes apoyar la máxima permeabilidad social para que todos ganemos con la gestión de los mejores. No todo es una cuestión de dinero. De esta forma se combinan de forma potente el anhelo de libertad (mande usted a su hijo al colegio caro, pero admita la competencia de un nacido en un hogar pobre que pueda tener más talento que su hijo). El ejemplo de Felicity Huffman es un ejemplo de la patología paterna. Si no, es lógico que los pobres usen su armas en el «mercado político» tratando de conseguir, a través del Estado, docencia de calidad gratuita. Si quieres preserva el mercado del colegio se debe combinar la libertad negativa de crearlo con la positiva de darle oportunidad a los estudiantes más esforzados e inteligentes, provengan del estrato social que provengan. Con mayor razón las universidades no pueden quedar sólo para que los «hijos de papá» de talento medio hagan orgías en las universidades privadas más caras. En concreto, qué sentido tiene que el único talento que pueda expresarse sea el de los nacidos en un hogar acomodado. Por qué perderse un talento nacido en un hogar al que le estén vedadas las mejores universidades. Por eso se debe dar la oportunidad de progreso a los talentos atados a la pobreza. Si no lo hace el mercado, Axel, lo hará el Estado. Yo prefiero la fórmula mixta de más abajo. Lo contrario es creer, más que creer, desear el privilegio no justificado. Con esta fórmula, hay mercado y hay optimización del talento. Por cierto que, en España al menos, los colegios privados no se limitan a soportar el peso de su aventura y piden ser «concertados», es decir, piden subvenciones. Creo que la caricatura del igualitarista se compensa con la del diferencialista, que acabo de inventarme. Estos serían aquellos que no aceptan, no ya la igualdad, sino ni siquiera las semejanzas.

Aceptado sin reservas que el sistema de libre mercado es el apropiado, nada impide verificar que si es dejado a su arbitrio produce lo que yo no llamaría desigualdades – lo que parece conducirnos a una discusión antigua – sino acumulaciones patológicas de renta y riqueza en pocas manos con resultados poco funcionales. ¿Para qué quiere el liberalismo inútiles como titulares de fortunas mareantes? Una perspectiva ésta que parece cercenar la libertad del individuo, cuando lo único que pretende es equilibrar los intereses de éste con los de las especie, lo que no parece descabellado cuando comprobamos que ninguna iniciativa particular, incluso destellos de genio o ingenio, puede llevarse a la práctica sin la contribución de todos, unos para producir y otros para consumir lo producido.

De nada le sirve al pobre el argumento de que está mejor que Luis XIV porque tiene un móvil, si se va a morir existiendo una medicina que lo impediría pero que no está a su alcance. Es una mutualización de la desgracia que no debe chocar a quien cree en los seguros. Seguros a los que la información genética va a llevar a rechazar a potenciales enfermos y obligando a que los afectados busquen soluciones por su cuenta.

La desigualdad, pues, a mi no me molesta. Pero obliga a la existencia de los impuestos para cubrir necesidades de salud, educación y asistencia en la incapacidad (que por nadie pase). Otra cosa muy diferente es el gasto público no justificado y, no digamos, la corrupción. Pero pretender reducir el gasto público actual de un 40 % del PIB a un 20 % creo que sería un desastre humanitario, pues no dejarían de hacerse infraestructuras de transporte, pongamos por caso, para que la vida comercial del país se mantuviese. Por otra parte, el gasto público no se pierde por un agujero, pues el estado no tiene ni empresas constructoras de carreteras y puertos, hospitales o universidades. La mayoría de las personas que trabajan para él no son funcionarios y cada vez habrá menos. Por otra parte, las grandes partidas del estado moderno son las que hacen salivar a los grandes grupos financieros y son las pensiones y la sanidad. Privatizar estas partidas es olvidar que el ser humano se adapta a su situación financiera y que raramente de joven se hacen previsiones para la vejez, por ejemplo. Si se hiciera no tardaríamos en tener millones de ancianos postrados por las calles. Añadamos que las generaciones actuales no podrán contar con una casa con la que ni siquiera gestionar una hipoteca inversa.

Además, incluso utilizando vales estatales para servirse de empresas asistenciales privadas, se puede evitar gravar con impuestos para financiarlos. Un sistema que veo interesante, por otra parte. Un reciente vídeo grabado en Estados Unidos mostraba en las televisiones a una anciana bajada de un taxi con la bata sanitaria en la puerta de un hospital proveniente de una clínica privada que había advertido que no tenía fondos para pagar las facturas. No me parece mal que la clínicas privadas no se hagan cargo de quien no puede pagar, pero me parece muy mal que sus gestores se opongan a un sistema sanitario público de calidad, porque eso grave sus beneficios empresariales. Aquí se pone de manifiesto la fibra de la que pueden estar hechos algunos defensores de la libertad. Este es claramente un reproche moral, pero ¿quién ha dicho que el ser humano no sea un ser moral? Lo curioso de la situación es que el mismo que defiende la aplicación salvaje (no es el caso de Axel) del sistema, cambiaría de posición en cuanto le fuera mal a él.

Es habitual decir que al pobre no hay que ayudarle con dinero, sino con oportunidades. Por la misma razón al rico no habría que premiar con dinero, sino con vida digna. Demasiada ingenuidad. Del mismo modo que es patológico querer cercenar el talento de alguien que lo posee para igualarlo con el que no lo tiene, es patológico llevar la máximo posible la ganancia por el uso de una habilidad económica sin tener en cuenta que 1) casi ninguna empresa moderna con éxito puede ser emprendida sin financiación ajena, que proviene del ahorro de otros y 2) que nada complejo (y hoy todo es complejo) puede ser emprendido sin el concurso de otros. Es decir, la discusión por la desigualdad debe ser sustituida por la discusión global, al nivel social, del uso de la riqueza generada. Cuando se habla de riqueza, parece que se hablara de joyas y yates. La razón es que la hipertrofiada acumulación de recursos en pocas manos genera una industria del lujo que confunde muchas mentes. Mi opinión no firme es que los recursos que exceden de determinado umbrales deberían ser reconducidos o las empresas para la investigación o al estado para cubrir necesidades sociales no cubiertas por el mercado, pero no como falla de éste (argumento de Krause), sino como falla de la especie, que prefiere el sufrimiento ajeno antes que violar el «proceso» de acumulación. Este argumento del proceso, utilizado para oponerlo al de los «resultados», invita a cambiar el proceso en mi opinión. Como el experimento comunista fue un fracaso manifiesto y criminal, se pueden explorar otros. Pero a mi me parece más razonable en el ínterin simplemente aplicar una fiscalidad proporcionada.

«… el Estado no puede imponernos por la fuerza la conducta solidaria

Supongo que el rechazo a la conducta solidaria se refiere tanto a cuidar de los individuos, como hacerlo con las empresas. En la última crisis el estado español pidió un rescate de hasta 70.000 millones de euros para tapar agujeros de la banca. Dinero del que se proclamó que sería devuelto íntegramente y que ahora hemos sabido que sólo se recuperarán unos 3.000 millones. En Estados Unidos, patria del liberalismo económico, tras dejar caer al banco Lehman Brothers se insufló hasta 700.000 millones de dólares para que no cayera ni un banco más, recuérdese el famoso bazooka del secretario del tesoro Paulson. En España se creó un «banco malo» (público naturalmente) para que se quedara con los activos tóxicos de los bancos supuestamente buenos. En fín, que el Estado es reclamado por tirios y troyanos. Estos días todo el Levante español está inundado y es el Estado el que está resolviendo los problemas de la gente. Hay mucha ingenuidad en esa frase que recuerda la de aquella musulmana francesa llamada Kenza Drider que declaraba: «Llevar el burka es mi libertad». Es un tipo de frase en la que el que la profiere niega en la segunda parte de la frase lo que afirma en la primera. La conducta solidaria no es nunca una imposición y el burka nunca proporciona la libertad. Pero creo que, en realidad, lo que quiere decir esta frase es que los ricos piensan que «serán solidarios si les da la real gana». Si no, ya está thebillionaireshop.com para gastar nuestro dinero.

¿Por qué el estado nos obliga a ser solidarios con los bancos y no puede serlo con los individuos? Pues porque hay acciones cuya activación no se pregunta, sino que se actúa conforme a la responsabilidad adquirida ¿Nos libramos de las dos coacciones o modulamos las crisis con el Estado su información y sus recursos? ¿Qué es más racional? ¿Guiarnos sólo por el impulso individual o usar la potencia de la acción concertada de la que, por cierto, tan buen ejemplo es la empresa? ¿Dejamos caer a los bancos y a las personas o jugamos ese juego al que nos impele la realidad entre el universal y el particular? ¿Por qué acudimos al auxilio del suicida? ¿Por qué se le da una segunda oportunidad a un empresario fracasado borrando los antecedentes de sus deudas? Porque unidos somos más fuertes. Creo que lo racional es usar la fuerza de la iniciativa particular y la de la acción concertada sin hipertrofiar fanaticamente una de las dos. Un estado mínimo (limitado a la defensa de la propiedad) está más cerca de llevarnos al planeta de los simios que a la prosperidad general (un día te contaré cómo surgió el poder de los simios para someter a los humanos). El Estado debe proteger la propiedad y la gente, faltaría más, pero eso es compatible con determinadas acciones comúnmente aceptadas como son los impuestos sin salir del Rule of Law. Postura compatible con el rechazo a toda corrupción e ineficiencia estatal y con el rechazo a las ineficiencias de grandes empresas monopolísticas y el rechazo, este moral sí, guste o no, a la exhibición obscena del lujo que la tecnología moderna hace posible.

Lo de que no se ocurre al estado obligar a ser fiel a la novia tiene gracia. Sin embargo, prohibimos ir desnudo por la calle porque nuestra cultura lo encuentra inadecuado. También en algunos países se prohíbe ir vestido en exceso (el burka). La sociedad no existirá (como decía Margaret Thatcher), pero hay que ver lo que se nota su presencia. Es como un elefante en medio de la plaza. El liberalismo debe enfocar bien su mirada para huir de su pretensión de que funcionemos como una máquina perfecta con el sonido suave de un BMW con un tubo escape por el que se lanzan seres humanos.

Es cierto que la compasión existe, pues si no el soldado no iría, con riesgo para su vida, a recoger al compañero herido en medio del tiroteo. Es cierto, también, que ese es un hecho espontáneo, que «no está impuesto por el estado». Pero es así por que reaccionamos al dolor en nuestras inmediaciones, pero somos más secos ante desgracias lejanas aunque sean masivas y esa es la posición «moral» del liberalismo. Siendo así, es lógico que encarguemos esa solidaridad al Estado del mismo modo que le encargamos la defensa nacional. No se nos ocurriría, en una sociedad moderna, esperar a que la gente se inmolara espontáneamente sin recursos bélicos ni adiestramiento proporcionales a los del agresor. Sería una matanza inútil. ¿Por qué ante una agresión esperamos la acción de la policía, pero ante la pobreza no esperamos la acción del Estado? ¿Para que Townsend crea que tenía razón?

Dice Axel: «…ninguna persona, precisamente por ser libre —es decir, por ser considerada igual en materia moral y tener igual derecho que los demás a desarrollar su plan de vida como le parezca—, puede ser forzada, contra su voluntad, a satisfacer intereses o necesidades de otro.«

No entiendo, Axel, por qué insistes tanto en la idea de obligación y violación de la libertad de los individuos cuando el Estado socorre a alguien. Cuando el Estado interviene no está obligando a nadie a ser compasivo. Es forzar en exceso la condición de detentador del monopolio de la violencia por parte del estado. ¿No será mejor esas cuidadosas intervenciones que la grosería revolucionaria o fascista? Sería como quejarse de la intervención de los bomberos para salvar vidas en un incendio urbano o bosques en un incendio rural o, poniéndonos frívolos, para salvar un perro atrapado. ¿Por qué ser «obligado» a cuidar de otros o a cuidad bosques que no son míos?. Ya daré dinero voluntariamente para esos fines en el «cepillo» de los bomberos. Otra cosa es que moleste pagar impuestos en general, y para determinados fines en particular. Pero para fijar esos fines, está la deliberación social en la política. Creo que ese Estado en el que piensas no es viable. Me extraña esta postura, precisamente, cuando el liberalismo económico está convirtiéndose en la cultura general de las sociedades modernas. Ese socialismo contra el que combates está moribundo en el suelo, que por cierto es una buena metáfora del enrasamiento igualitario. Nadie persigue la igualdad plena, pues hasta en las capas más bajas económicamente hay estratos. Siempre habrá norte y sur en un trozo de imán. La igualdad no es un fin, sino un método para mantener la tensión entre dos polos igualmente nocivos: el egoísmo absoluto y el altruismo imposible que, de darse, generan violencia y parasitismo. La solidaridad a través del Estado no es violencia, sino la forma en que suplimos la falta de empatía para los problemas que están fuera de zona de reacción moral de cada individuo. Cuando los seres humanos están próximos la ayuda voluntaria es más probable por la empatía que emana en esa proximidad; cuando están lejos sólo la acción del Estado puede evitar la tragedia. La acción del Estado no debe ser para igualar, sino para remediar. Manténgase el disfrute de lo ganado aunque sea excesivo para preservar el espacio para el «aún más» por encima de las cabezas de esos seres tan especiales que tiran del cuerpo social y, a menudo tierna su vida por falta de límites; pero no se estorbe la acción solidaria y menos transformándola sólo con palabras en un acto de violencia sobre el propietario. Ideas que, por cierto, el mismo Axel considera bien apoyadas por la autoridad de Kant, Smith, Hayek o Friedman.

Dice, Axel: «A la izquierda, en general, la anima una idea hobbesiana de libertad, esto es, que el hombre es un lobo para el hombre y, por tanto, necesita un Leviatán, un Estado todopoderoso que lo discipline y ordene de modo que no se coma al vecino.»

Pues creo que es justamente al contrario, Según Sowell la visión de los liberales y conservadores es trágica: la naturaleza humana no se puede reformar. Así lo afirma Pinker cuando destroza, armado de la biología evolutiva, la pretensión de la izquierda de cambiar el mundo sin atender a la naturaleza humana. La izquierda que hipertrofia el Estado no es para que vigile el mal comportamiento de los individuos, sino que, por su fe en la capacidad transformadora de la educación, requiere de recursos para la formación de todos. Es la derecha, la que, por su visión trágica del ser humano, considera que basta con que los mejores, surgidos de la lucha despiadada, se ocupen de los asuntos para que todo vaya bien. ¡Menuda tergiversación de las cosas, Axel! Y no es que me fie de que, una vez con el poder, determinada izquierda no quiera un estado totalitario. Sufren del mismo mal de altura que aquellos de derechas que consideran que, puesto que el hombre no tiene remedio, lo disciplinaremos con la bota militar.

Incluso en los países liberales «de nacimiento», los estados tienen servicios sociales «a la fuerza», según tu tesis. La razón la sitúo en que se considera que curar a la gente enferma o asistir a los imposibilitados no es crear riqueza, sino tirar el dinero. La caridad personal no da para cubrir ese deber de humanidad. Aunque siempre se puede sustituir «curar» por «reparar» y ya habríamos escamoteado el deber de asistencia a personas para situarnos ante objetos. El orgullo de «apoyarse en sí mismo» no puede llegar al extremo de morir en una esquina despreciado como un «fracasado». No se puede, tampoco se debe, esperar a que la copa superior rebose hasta llegar a las copas inferiores en cascada si una sociedad tiene los recursos para evitarlo y su gente está distraída en sostenerse a sí misma.

Por lo demás completamente de acuerdo en que el estado no sobrepase los límites de lo que podemos llamar su ámbito propio. Obviamente la nocividad, o no, de una actividad, debe establecerse en las leyes, pues la iniciativa privada ya se ve que puede quemar el bosque del mundo (el Amazonas) sin pestañear. Leyes que deben ser resultado de deliberación política tan dura como sea necesaria hasta llegar al consenso social. En cuanto a la organización de asociaciones privadas, tantas como surjan. Si son realmente eficaces, será fácil que el estado se desprenda del deber de financiar la caridad. Pero es más fácil que surjan asociaciones «del rifle» o de encapuchados incendiarios decepcionados con la benevolencia de los jueces, que asociaciones benefactoras. Aunque no niego que surjan, en España han sido ejemplares las que se han dedicado con voluntarios a recoger comida para paliar los efectos de la crisis de 2008. En la patria del liberalismo que aquí se propugna, lo que surgieron son clubes privados en los que no se admitían mujeres y en mi patria a sociedades gastronómicas igualmente misóginas. Sin embargo, comparto con Tocqueville la idea de que «un buen Gobierno ha consistido siempre en poner cada vez más a los ciudadanos en situación de prescindir de su ayuda…», pero sin perderle la cara al toro de las necesidades. En fin, comparto la idea que si el progreso hubiera dependido exclusivamente de los estados, estaríamos estancados, pero que la solución está en una vía intermedia, cuyas proporciones aún no hemos ajustado.

Vuelve Axel con un ejemplo «hombre de paja» inapropiado y simple, pues nadie discute las bondades de que el pan lo elabore un comerciante privado, ni nadie quiere quitarle al panadero lo suyo, ni dejar de pagarle su pan. No digamos ya la idea de que el «pan existe» y sólo hay que repartírselo. Ni el derecho social va a caer más bajo, ni los argumentos de Axel más arriba. Hay que remontar el vuelo de la discusión.

La preocupación de Axel por el panadero pone de manifiesto que en el fondo la discusión por los derechos sociales no es por la libertad sino por la elusión de impuestos. Nada coarta la libertad el cobro de impuestos si no son expoliadores (20-30 % a las clases medias; 50 % a las clases altas). Ningún estado europeo impide la filantropía. Simplemente ésta se ocupa de aquellos problemas que sus promotores advierten y no son todos, por lo que el estado tiene que estar al quite. En Estados Unidos las grandes fortunas pagan impuestos bajos y, en este momento, su posición en el World Giving Index es el 4º y bajando, con la particularidad de que no aparecen entre los diez primeros en la donación de dinero, siendo el 10º en el indicador de ayuda a extranjeros y el 8º en materia de voluntariado. En cuanto a los países europeos, no ocupan un lugar destacado, porque en ellos el Estado resuelve con eficacia y, sobre todo, de forma generalizada lo relativo a la ayuda a extranjeros y la asistencia que puedan necesitar grupos de gente vulnerable. Depender de la voluntad individual, que generalmente no tiene toda la información y se puede dirigir de forma sesgada a los problemas, no parece la mejor solución para el estado de la conciencia humana en nuestros días. La crítica a la acción del Estado, acompañada del reproche de «buenismo», tiene un fondo de preocupación por el nivel de impuestos que requiera una real asistencia a los que quedan detrás en el desarrollo económico de un país. Desgracia que, en estos países liberales, llega hasta a los que vuelven de los frentes de guerras incomprensibles dañados en su cuerpo y su mente. Quiero pensar que los liberales son sinceros cuando se resisten a esta solución y están pensando en que se frena el crecimiento de la nación por los recursos dedicados a quienes lo puedan necesitar, pero ninguna actividad frena el crecimiento, porque los servicios asistenciales como, pongamos el gasto en ocio es un componente del PIB de una nación. El ocio antaño era simplemente sentarse, ahora implica un equipamiento sofisticado y caro, que le pregunten a Nike o Asics. La diferencia estriba en que la asistencia no tiene «clientes» directos que puedan pagar los servicios y el ocio sí. En España se ha resuelto el asunto con una marca en la declaración de la renta que indica que destino del 0,7 % de tus impuestos a fines sociales. Es una cantidad notable que asciende a 500 millones de euros. Lo que sí parece una reacción liberal ante la expansión de los derechos sociales es la fórmula de estimular la demanda mediante cheques que se emplearían en los mismos servicios, pero prestados por la iniciativa privada.

Sigue en … (V)

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.