EL LIBERALISMO COMO MALDICIÓN…
Este el título del primer capítulo del libro. Ese título sigue ironizando con la expresión «… el socialismo como salvación». Pues ni uno ni otro. De ninguna de estas ideologías llegará la solución a los problemas de la humanidad, pues de esto se trata ¿no?
Comienza Axel tratando de minar el concepto de igualdad por el equívoco que ve en hablar de ella cuando se quiere decir redistribución de riqueza y más concretamente de financiación del estado mediante impuestos para que corrija determinados desequilibrios producidos por el trajín del mercado. Rechaza el reproche moral por la riqueza y pone en duda que una sociedad completamente igualitaria sea más moral que la actual. Y se hace la pregunta clave:
«¿Es mejor éticamente una sociedad donde todos sean igualmente pobres a una sociedad donde todos sean desigualmente ricos y a nadie le falte nada?» «¿es superior una sociedad con mayor igualdad y menor calidad de vida que una con más desigualdad y mayor calidad de vida de la población?»
Si la respuesta es que se prefiere la igualdad de los pobres, se incurre en inmoralidad, sobre todo si cierta desigualdad es motor de riqueza. Antonio Escohotado ha contado muy bien, en su libro Los enemigos del comercio, el tapón que supuso para el progreso humano durante muchos siglos la repugnancia a cobrar intereses y el elogio ebonita a la pobreza. Pero el que pide igualdad no creo que la pida para la pobreza que sería estúpido, sino para la riqueza que es imposible. Argumenta con razón que el aliento igualitario sólo se exhibe en relación con la riqueza y, sobre todo, mientras el que protesta no la tiene. Las diferencias entre la gente, desde la herencia genética a la forma en que se asimilan las costumbres sociales son fuentes de individuación que se expresa en la forma en que nos posicionamos en la sociedad. No menos complicado es pretender igualdad en los resultados de nuestra actividad cuando partimos de posiciones tan diferentes desde el nacimiento y que se manifiesta hasta en las disputas entre hermanos por, digamos, el afecto de los padres. No es posible cercenar esta pulsión por la determinación particular de los individuos y, además, no es deseable por las ventajas que trae para el progreso de la sociedad en todos los ámbitos, desde el artístico al económico. En realidad, dice Axel, cuando advertimos desigualdades nuestro impulso sano no es cercenar la mejor, sino estimular al peor para que saque lo mejor de sí mismo. Pone el ejemplo de los colegios privados con altas prestaciones formativas a los que solamente pueden acudir los hijos de ricos.
Axel argumenta sobre el equívoco de la igualdad construyendo un «hombre de paja» al que luego vapulear. Quizá en su entorno se encuentre con socialistas añejos, pero somos muchos los que no reclamamos igualdad nivelante, sino la desaparición de desigualdades sangrantes por inútiles y disfuncionales socialmente. Por ejemplo el de los colegios de elite que crean circuitos cerrados donde un chico incompetente es forrado de lenguaje y apostura para simular ser competente mientras su potencial competencia intelectual se muere en colegios mediocres. Los colegios privados creo que son legítimos si aceptan a chicos o chicas con altos niveles potenciales aunque vengan de estratos sociales bajos. También me parece inadecuado que estos colegios reclamen subvenciones al Estado. El ejemplo de los colegios exclusivos es utilizado para mostrar lo irracional de nivelar por abajo y lo sensato de mejorar los colegios peores, dejando a los mejores funcionar. Olvida en sus razonamiento que los colegios peores sólo mejoran con recursos económicos y que los colegios mejores son consecuencia de la hipertrofia de la riqueza de los padres. También debe ser considerado que estos colegios con el marchamo de excelentes son generadores de elites endogámicas que colocan a sus vástagos con o sin méritos académicos. No son pocos los escándalos de universidades de prestigio mundial al respecto de cómo se favorece el progreso en función del dinero donado por el progenitor. En realidad la cuestión está mal planteada. En mi opinión debe haber colegios excelentes, medianos y de mantenimiento cognitivo, pero no para quienes se lo puedan pagar, sino para aquellos chicos que demuestren su capacidad. Los colegios deben ser filtros del talento para que no se pierda ninguno, mientras que los jóvenes menos dotados deben ser educados conforme a su capacidad y esfuerzo. Es decir las diferencias debe establecerse de forma interclasista. Sin embargo, lo habitual es que, en un sistema de colegios privados, un niño inteligente quedará opacado si sus padres no tienen los recursos para pagarlo. Creo en las diferencias, y no en el parasitismo. En cuanto al totalitarismo en la educación es del todo rechazable. Ya antes que Rousseau, Platón en su «República» planteaba soluciones inaceptables para educar a la sociedad retirándolos de la custodia de sus padres. Pero de nuevo este es un ataque a un «hombre de paja» que muy pocos defienden. Los hijos deben ser educados en valores sociales y de respeto a los demás, por lo que no es aceptable que haya colegios privados donde se eduque en valores sectarios, racistas, elitistas y xenófobos. Mucho menos que, como ocurre en España pretendan hacerlo con subvenciones del estado en nombre de la libertad. Los padres no tiene derecho a encerrar a los hijos en sus propios bucles ideológicos, pero mucho menos tiene ese derecho el estado. Por eso la solución debe ser educar en el respeto y esperar que cada uno se sitúe mediante el conocimiento de la historia de los acontecimientos y las ideas donde considere oportuno. Adoctrinar es tan malo en el ámbito público y como en el privado.
Me parece muy oportuno hablar de diferencias personales para mostrar esa riqueza de nuestra naturaleza y para probar que el instinto natural es mejorar al que está peor antes que rebajar al que está mejor. Pero, siendo esto verdad, se confunden los planos al trasladar el ejemplo al ámbito económico. En efecto es razonable pensar que la diferencia infinita entre Pavarotti y yo no impliquen que a él le corten las cuerdas vocales, porque eso no mejoraría un ápice mi capacidad para el canto, además de cometer un crimen con él y hacernos perder su arte. Pero es perfectamente razonable estudiar cómo paliar la situación de aquellos que no tiene sitio en el cielo de la riqueza. Y digo paliar no nivelar.
Axel habla de sensiblería superficial que lleva a eliminar las diferencias en materia de salud y educación mediante la intervención del estado y, por tanto, eliminando el mercado e insiste en la idea ya abandonada de que no existe la «voluntad general» de Rousseau, sino un conglomerado de intereses y voluntades particulares que se expresan mejor en las elecciones al designar representantes (en el sentido de Schumpeter) y en el mercado libre.
No es razonable pensar que cargar fiscalmente los tramos hipertrofiados de la riqueza sea un crimen liberticida, pues hay sectores de la población que tienen necesidades objetivas que generan sufrimiento y deben ser paliados porque 1) ningún esfuerzo individual puede explicar por sí solo la creación de riqueza, lo que justificaría los impuestos, no porque sea ineficiente el proceso de fijar el precio al trabajo en el mercado, sino porque esa eficiencia necesaria retiene contribuciones no del trabajador, sino del ser humano; 2) ni con todo su esfuerzo desplegado esas personas sin acceso estadístico a la riqueza y que están en un bucle de limitaciones personales desde el lenguaje a la actitud pueden salir de su situación y 3) porque aunque superaran esas limitaciones no tendrían sitio, como grupo, en tramos más prósperos que ya están ocupados por otros conglomerados sociales. No es posible que todos seamos ricos, luego habrá que ocuparse de los que no tienen sitio en esos escasos espacios. Sacarlos de ese bucle hace necesarias políticas públicas que requieren recursos, además de que su condiciones vitales deben mantenerse mientras se las saca del atasco, lo que puede necesitar de varias generaciones. En ningún caso esos recursos extraídos de la acción fiscal no niveladora, sino amortiguadora de diferencias no justificadas, debe repartirse individualmente entre pobres, pues no resuelve nada, pero sí contribuyen a políticas de asistencia selectiva como el paro o colectivas como la sanidad.
Axel, pone el ejemplo del fútbol como proceso con reglas en el que los deportistas actúan con plena libertad.
Esta es una discusión nuclear, pues el liberalismo reclama para sí el respeto de la ley (rule of Law) reprochando a los socialistas el fijarse únicamente en los resultados cuando no conviene. El contraejemplo sería el deporte en el que no cabe protestar si el resultado no me conviene. En efecto nadie discute las reglas de ese deporte y a nadie se le ocurre cambiar el resultado porque un equipo haya mostrado una enorme superioridad sobre el contrario, pero, entro otras cosas, porque sus reglas no dejan más pobreza que la de la derrota deportiva. Por cierto que quien se salta las reglas es expulsado, como deben serlo aquellos que buscan la riqueza no pagando horas extras, incumpliendo leyes de seguridad laboral o evadiendo impuestos. Amortiguar con impuestos las diferencias dolorosas (sensibleras en el lenguaje de Axel) forma parte del respeto a la ley, pues ningún impuesto se aplica sin estar incluido en ésta. No digo que el liberal no acepte impuestos, pero sospecho que sólo para mantener las estructuras que defiendan sus intereses. Intereses que también son los míos, pues creo en la propiedad privada y el respeto por los contratos, pero también, al contrario que ellos, en estructuras públicas paliativas de las consecuencias inevitables del mercado productivo y financiero. Es decir, mi postura no es poner trabas a la competencia, que de eso ya se ocupan los propios agentes del mercado en cuanto tienen oportunidad de actuar monopolísticamente (patentes, información privilegiada…).
Siguiendo con el símil deportivos es de interés saber que si en el fútbol un equipo con mucho dinero puede acaparar a todos los mejores jugadores, hay otras competiciones, como la NBA norteamericana, que con el objetivo de garantizarse una mejor competencia deportiva introduce mecanismos de fichaje que equilibra el poder económico de las franquicias. Es decir, las reglas sí, pero no cualquier regla y menos reglas que produzcan resultados indeseables socialmente. Ejemplo poco ejemplar aunque impecable desde el punto de vista del respeto de las reglas: recientemente he visto la serie «the loudest voice» en la que una familia de tres miembros vive en una casa de no menos de 2000 metros cuadrados. ¿Es resultado de la envidia considerar esto una frivolidad? Se puede no desearla y, al mismo tiempo, opinar que es un disparate? ¿Es igualitarista opinar así? ¿No sería mejor que esas cantidades desequilibrantes para cualquier individualidad permanecieran, no ya en las arcas del Estado, sino en las de las empresas que generan riqueza para posteriores inversiones, mejora en las condiciones de sus trabajadores o retribución de accionistas?
Habla Axel de la crítica que recibe el liberalismo en base a la falacia de que la economía es un sistema de suma cero.
Desde luego que no lo es. En realidad es un juego de generación y acumulación sin más límite que los recursos físicos. Pero es una creación colectiva de la ambición, la gestión, la inteligencia y el trabajo, que el sistema no reconoce en sus protocolos de funcionamiento. Y me parece bien, pero siempre que después haya mecanismos para que lo que sería un estorbo en la generación de riqueza, no lo sea en su disfrute. El hombre más rico del mundo puede aspirar a serlo aún más porque no compite con un médico o un ingeniero, sino con el segundo más rico. Así sentirá ser, como Adriano, un dios que puede llevar a cabo las operaciones más descabelladas. Unas filantrópicas, como Gates y, otras disparatadas, como Thiel. Comparto con Axel que, en el libre mercado, se despliegan los talentos con potencia y que el Estado no puede ser totalitario, sino que debe ocuparse con sumo cuidado de establecer políticas generales para el común disfrute (infraestructuras) y para que nadie carezca de sanidad, educación y asistencia.
También defiende al liberalismo con la autoridad de Adam Smith como moralista. En efecto Smith ve bonhomía en el ser humano, sin dejar de ver su egoísmo en el trasiego diario, comercial o no. Y la solidaridad la ve como un sentimiento espontáneo al margen de la situación social en la que se exprese. Punto de vista que reafirma Friedman al afirmar que «… la mano invisible era más efectiva que la mano visible del Gobierno para movilizar, no sólo recursos materiales para fines propios inmediatos, sino también la simpatía para fines caritativos».
Francamente tengo mis dudas, estimado Axel, de que el mercado se ocupara de la pobreza extrema mediante la caridad sin la intervención del Estado. De hecho, incluso la Iglesia católica con su institución «Cáritas» se nutre del Estado en sus finanzas (al menos en España). Más bien, lo que ocurría sin intervención del estado, sería que se retiraría la mendicidad de las calles por poco atractiva, pero que se acumularía en algún trastero social. Es la aporofobia que nomina Adela Cortina, la catedrática de ética. Supongo que del mismo modo que deben rechazarse los dogmatismos de izquierdas, se pueden rechazar ciertas ideas no comprobadas empíricamente del mundo liberal. Por otra parte comparto la existencia de una ética formal del mercado muy a menudo violada por la ética material de los empresarios. Pero a vista de pájaro funciona por el respeto a las sanciones (carteles, OPAS, información privilegiada, monopolios, roturas de contratos) y la confianza en determinados pilares de la economía como es el dinero. Desde este punto de vista el mercado es doblemente milagroso, pues funciona, a grandes rasgos, sin ética y persiguiendo fines particulares. Es, parafraseando a Hegel, la astucia del mercado. Comparto con Smith que la honestidad es la mejor política… como con Adela Cortina que la ética es económicamente eficiente. Enron no es la excepción, sino el ejemplo de lo que ocurre cuando el comportamiento poco ético traspasa el umbral que lo convierte en estafa. Las luchas entre empresas son descarnadas y el uso de la corrupción de funcionarios para quedarse con contratas muy habitual. En España tenemos el ejemplo reciente del BBVA y los métodos empleados para librarse de un OPA de la empresa SACYR. En el mundo la existencia de paraísos fiscales promovidos por los estados sólo pueden tener origen en peticiones particulares de las grandes fortunas y su capacidad de influir en las políticas públicas. La city londinense es un ejemplo de negocios oscuros bien mezclados con negocios transparentes. No hay que ser ingenuo, Axel. Por eso insisto en el milagro, propiciado por la vigilancia estatal, de que la falta de honradez y el egoísmo produzca tanto bien. La explicación estriba en que el beneficio está en producir mercancías que interesen a las masas por lo que, sean cuales sean las motivaciones, el resultado es la prosperidad general. Pero con los medios de producción en manos del Estado tendríamos que el egoísmo y la falta de honradez se daría en los altos dignatarios que acumularían a estos defectos el de hipocresía, pues amasaría ilegítimamente riqueza, mientras proclaman las bondades de la austeridad generalizada. En definitiva la mano invisible produce riqueza y la mano visible palía los efectos del proceso de enriquecimiento.
Smith denunciaba al estado como fuente de engaño al público por su capacidad de regular facilitando monopolios indeseables. Tenía la esperanza de que con un mercado completamente libre no se darían estos comportamientos. Dice Axel: «es precisamente porque los socialistas desconfían tanto del ser humano y de su capacidad para hacer el bien, incluso a sí mismo, que quiere amarrarlo con cadenas de hierro al poder del Estado y obligarlo por la fuerza a hacer el bien a otros y a protegerlo de sí mismo.«
Pues desgraciadamente se dan, señor Smith. Ojalá pudiera ver la estafa general de la célebre marca Volkswagen con las emisiones de gases en sus vehículos – supongo que desde el liberalismo no se reclamará también la libertad de contaminar-. Vea también el caso del espionaje industrial entre marcas para robarse ideas. No es raro tampoco el promotor inmobiliario que compra suelo rústico a precio barato y luego corrompe funcionarios para clasificar el suelo como urbano y multiplicar por mil el precio o las colusiones de subasteros para no competir en la subastas de bienes embargados, o la estrategia de obsolescencia programada de las firmas para garantizarse la reposición de productos que podrían durar muchos años más. Prácticas que son de los votantes del sistema liberal. Creo que la imagen es más la de un depredador al que se le van cayendo por el camino los restos de su cacería que la de un bondadoso y honesto tendero como el padre de Margaret Thatcher. Imagen que incluye a muchos consumidores que se irían sin pagar siempre que pudieran, a pesar de las protestas de Axel acerca de su honradez básica. Por eso es tan extraordinario que alguien devuelva una cartera con dinero encontrada sin testigos y cuando ocurre todas los medios de comunicación se hacen eco. Quiero decir que el mercado es el mejor gestor de nuestra deshonestidad. Y el estado es la cristalización de esa deshonestidad en su estructura poderosa. Por eso es santa Teresa de Calcuta, por eso es admirado Bill Gates o por eso honramos al héroe que pierde la vida, no por profesión, sino por altruismo ante un peligro presentado de repente ante él. La mayoría nos quedamos mirando y ellos dan el paso. Pero, insisto: «e pur si muove«, todo este barullo produce riqueza, quién lo puede negar. La izquierda coloca entre el egoísmo de la gente y los necesitados al Estado porque no confía en la caridad individual. Y no se debe confiar. El mercado simplemente ni se plantea la cuestión. La compasión y la honradez son un desideratum que se activa ante la presencia inmediata de un ser humano lacerado o ante la mirada social, pero que no funciona a cierta distancia o en soledad. Son ideas kantianas reguladoras cuya asunción es trabajosa y están siempre en peligro. Debemos ponerlas como objetivos y luchar contra la tendencia a no respetarlas. Creo que un estado totalitario no es la solución, a modo de una férula cruel. Es preferible un cuidado legal a distancia para paliar los defectos de la naturaleza humana.
Por otra parte, no es cierto que la izquierda dogmática le eche el Estado encima a los ciudadanos porque no confía ellos, sino porque creen tener el monopolio de la honradez, que muy diferente y que, por tanto, sólo desde esas ideas se puede construir al hombre nuevo. Mi posición es pesimista respecto del individuo y optimista respecto a las instituciones que puede convertir el barro del individuo en el oro social creando la atmósfera adecuada. El individuo piensa el ideal, construye la institución con otros y se somete críticamente a sus reglas. Y estas instituciones por nuestra trayectoria histórica son el mercado para producir y el Estado para cuidar del conjunto. Ni uno ni otro pueden monopolizar la acción, se necesitan mutuamente y sólo con su acción conjunta es posible una vida civilizada. Cada año nos inquietan noticias sobre residencias de ancianos gestionadas por empresas privadas en las que los residentes son abandonados a su suerte hasta que las inspecciones o los familiares lo denuncian. El mercado como la política no se rigen por la bondad, como nos desveló cruelmente Maquiavelo hace ya cinco siglos..
El liberalismo que defiende Axel no es una máquina demente. En efecto, Hayek dijo que «La argumentación liberal defiende el mejor uso posible de las fuerzas de la competencia como medio para coordinar los esfuerzos humanos, pero no es una argumentación a favor de dejar las cosas tal como están […] No niega, antes bien, afirma que si la competencia ha de actuar con ventaja requiere una estructura legal cuidadosamente pensada.»
Esta es una actitud razonable que enlaza con Adam Smith, pero que parece estar pensada solamente para evitar el daño a la competencia, pero que no trata de la desigualdad. Por otra parte, creo que Axel comete un error al poner los productos digitales como ejemplos de servicios gratuitos, pues cobra y en una muy especial mercancía: nuestra atención, como la libra de carne se Shylock. Sus servicios, altamente apreciados por mí, por cierto, son pagados con mi atención a la publicidad que me sirven, como ocurre en la televisión abierta. Un pago que les resulta muy, pero que muy beneficioso. Por eso, sus predecesores, los libros o el servicio de correos, no han sido nunca gratuitos debido a que no llevaban publicidad. Sumen a eso el pago en forma de perfiles individuales para el conocimiento de los objetivos comerciales de las empresas y los políticos de los partidos. Comentario éste que es compatible con el agradecimiento por su invención. Gracias a YouTube, por ejemplo puedo seguir a Axel o Ferguson en sus conferencias más recientes como si viajara con ellos a la sala en que las imparten. En cuanto a la Khan Academy, que, por cierto, fue precedida por el portal en español del profesor Juan Medina de la UPCT, es una iniciativa que verdaderamente transformará el mundo, pero es una herramienta servida en una plataforma (Internet) creada en el Estado. En cuanto a la mención de la generosidad humana descrita por Daniel Pink, no debe apuntársela el liberalismo, pues lo precede y su expresión es más natural en el despliegue del concepto de compasión que en el de competencia. Lo que no es óbice para reconocer que las aplicaciones digitales son resultado de inversiones capitalistas a ideas geniales y que, como toda la tecnología, es una herramienta de doble filo, que sirve para la explotación comercial y para la expresión de las más altas cotas de generosidad.
Dice Axel: «El socialista está de acuerdo en que se gaste todo en fiestas pero no en la educación para sus hijos.»
Francamente no conozco a ningún socialista que prefiera eso. Se debe estar refiriendo a que las fiestas las paga directamente y la educación indirectamente a través de los impuestos. Si es así, la frase podría ser tachada de demagógica, si no fuera porque no hay demos que la escuche. Pero está, así, llegando al núcleo de la discusión que es la libertad y sus usos.
Dice Axel que «La libertad se defiende por una cuestión de principios, porque es parte integral de la dignidad de una persona y no por sus resultados, los que afortunadamente además son beneficiosos.«
Sin embargo el liberalismo sólo habla de la libertad económica pues en otros ámbitos se encuentra incómodo dado que la libertad política podría llevar a la igualdad económica, como alerta Von Mises en su libro Socialismo dice: «Revela desconocimiento del carácter de las instituciones jurídicas el hecho de querer ampliar su extensión, tratar de obtener nuevas reivindicaciones, que debe uno esforzarse en realizar aunque los fines de la cooperación social tuvieran que sufrir por ello. En la forma que el liberalismo entiende la igualdad, es la igualdad ante la ley. Nunca ha pretendido otra. A los ojos del liberalismo es una crítica sin justificación censurar la insuficiencia de esta igualdad y pretender que la verdadera igualdad vaya mucho más lejos y englobe también la igualdad de los ingresos, fundada en una repartición igual de los bienes. Puede decirse a este respecto con Proudhon: la democracia es la envidia«.
El reproche de la envidia de los socialistas es muy socorrido, pero creo que es cierto hasta cierto punto, puesto que no puede impedir en sus seguidores e incluso líderes comportamientos compatibles con la envidia. La prueba está que algunos de ellos en cuanto ascienden a puestos políticos aceptan, en el mejor de los casos, pertenecer a consejos de administración de empresas poderosas sin méritos a la vista y, en el peor, simplemente comisiones de empresas que aspiran a conseguir contratas de los departamentos del Estado en los que tienen responsabilidad imitando el comportamiento de otros individuos de formaciones rivales. Pero esa discusión es tan inútil como la de acusar de codicia a los empresarios. No creo que la búsqueda de equilibrio entre los que queremos mantener el sistema productivo basado en el mercado (libertad) y los que queremos que el sistema cuide de los suyos (justicia). Introduzco en la discusión el término «justicia» que sé que molesta a los liberales más acérrimos cuando de reivindicaciones sociales se trata. No puede considerarse injustos los impuestos pero, al tiempo, considerar ilegítimo hablar de justicia social.
Si el Estado deja de cuidar «a los suyos» y los servicios sociales se pasan a empresas privadas, como éstas no admitirían resultados negativos, el resultado sería gente desatendida y de nuevo mendigos y enfermos por las calles o en sus casas. Este puede ser un buen momento para arreglar cuentas con el concepto de «resultados», que es bueno para la operativa de las empresas, pero que, al parecer, es malo para las consecuencias de la aplicación de las reglas del mercado. Nadie le diría a un empresario: «no mires el resultado, confórmate con haber hecho las cosas bien«. Muy al contrario, si el resultado es malo se le diría: «algo estás haciendo mal, revisa tus estrategias«. Del mismo modo se puede decir «juzga las reglas del mercado por sus resultados sobre las personas«. Lo contrario es ventajismo intelectual.
Dice Axel: «No es entonces, como cree la izquierda nuevamente en sintonía con cierta derecha conservadora, que el mercado deteriore la comunidad y la igualdad ciudadana que a ellos tanto les preocupa, sino al revés: la funda y desarrolla.»
Estoy de acuerdo, el mercado crea las condiciones en los que la espiritualidad humana puede reinar. En la miseria material sólo crece la miseria espiritual, pues no hay que confundir el milenarismo o el mesianismo como expresiones genuinas de la espiritualidad, que en sus mejores versiones es naturalista, realista, creativa y exploradora de las emociones heredadas de la lucha por la supervivencia de nuestra especie. Acabar con el mercado es asfixiar la vida. No reconocer el papel que ha jugado en el desarrollo pacífico de nuestro presente es simplemente misticismo de la peor especie, que sitúa a sus defensores cerca de los que odian su cuerpo porque creen, ingenuos que su alma es inmortal. Si los seres humanos, una vez alcanzada la prosperidad, no sabemos disfrutar de la situación no podemos culpar al barco que nos ha permitido el viaje, sino a nuestras propias limitaciones. Pero Axel, sin dogmatismos tenemos que institucionalizar sin polémicas la compasión, que otros prefieren llamar justicia. No se puede dejar a la dádiva condescendiente del cepillo eclesiástico. Es preferible el subsidio indirecto de servicios públicos en sanidad, educación y asistencia social, la distribución de bonos si se garantiza el acceso a entidades privadas de la máxima calidad y la renta básica para cuando el desempleo se generalice por la automatización. Todo ello sin perjuicio de que, en efecto, son tanto compasión (nada que avergonzarse) como justicia, porque si de una parte los que acumulan riqueza no pueden ser tachados de ladrones, los que no la alcanzan no pueden ser tachados de parásitos.
Por cierto que Axel es coherente con los postulados de Hayek al hablar de cierta derecha conservadora, pues éste añadió a su libro principal La constitución de la libertad un anexo denominado Por qué no soy conservador, donde establecía las diferencias entre liberalismo y conservadurismo, que acababan, tras el análisis de Hayek como conceptos antagónicos. Sin embargo es muy habitual la alianza política, cuando no la mezcla en un mismo partido de principios conservadores y liberales por razones que se pueden entender, pues los liberales económicos tienden a conservar lo que consiguen y los conservadores tienden a odiar el colectivismo porque viene acompañado un adanismo insoportable para los amantes de las tradiciones. De modo que se es liberal en la fase de adquisición y conservador en la de disfrute. Añádase a esto que en materia social (educación, religión, hábitos sociales) ambos, liberales y conservadores suelen coincidir en sus gustos, al menos, hasta que los liberales de izquierdas, que no lo son en lo económico, pero sí en materia de costumbres, consiguen cambiar las leyes a más permisivas. Momento en el que se apuntan a los nuevos usos al menos parte de ellos; aquellos afectados por sus condiciones diferenciales. Pero la convergencia de hecho, si no del pensamiento sí en la acción, entre el liberal y el conservador tiene su origen en el factor común: la propiedad. El propietario quiere conservar su propiedad y eso lo hace prudente ante determinados experimentos sociales. Si esa propiedad se extiende a tierras e inmuebles más allá de sus necesidades personales o familiares, su conservadurismo se extenderá también hacia la animosidad ante impuestos sobre el patrimonio y las sucesiones. Todos ellos reflejos naturales cuando se posee mucho o poco.
Dice Axel que «… el término «neoliberalismo» es una etiqueta con una carga emocional negativa que muchos suelen aplicar a aquellos que defienden la libertad individual y un Estado limitado.«
Es cierto que así es, a pesar de su origen en la tercera vía de Rüstow. Pero eso tiene difícil arreglo, pues cuando un término se carga semánticamente es complicado recuperar la situación original. Añádase que los liberales actuales rechazan el término «neoliberal» por su origen en la socialdemocracia y porque reivindican su condición de herederos del más genuino liberalismo económico del siglo XVIII y XIX. Creo que hace mal y que no podrán librarse del término del mismo modo que el «Neoclasicismo» en arquitectura no podía pretender pasar por el Clasicismo griego. El tiempo transcurrido ha cambiado cosas que hace inevitable la condición de «neos». Aunque sólo sea el conocimiento de las consecuencias de una economía de mercado sin bridas.
Dice Axel que «En su ataque antiliberal y defensa del Estado benefactor se suele argumentar que el Nobel de Economía Friedrich Hayek se equivocó al afirmar que el camino del Estado del Bienestar podía llevar al totalitarismo.«
Pero lo cierto es que el propio Hayek reconoce que los estados del bienestar desarrollados en los países nórdicos no condujeron al socialismo tal y como él concibe este régimen. Además el reproche a la república de Weimar de ser el origen del nazismo es muy injusto e incorrecto. Fueron las condiciones del armisticio de la Gran Guerra las que arruinaron el estado alemán y crearon las condiciones populistas para que Hitler llegara al poder. Lo que podía haber sido resuelto de otro modo, de no haber aparecido una figura diabólica que unió a las dificultades económicas el antisemitismo, el odio al arte corrupto y la supremacía racial nada menos. Un cóctel al que la población alemana no supo decir que no. Además la quiebra de un estado por exceso de deuda no tiene porqué traer el fascismo. En España el aumento monstruos de la deuda pública por el colapso de la actividad económica como consecuencia de la crisis de 2008, trajo con toda naturalidad un gobierno liberal-conservador que apretó el cinturón del sistema y equilibró la situación de nuevo. Ahora gobiernan los socialistas como natural reacción a aquella austeridad que vino acompañada de aumento de las rentas para los más ricos produciendo escándalo en la población, que exploró una fórmula populista con Podemos. Unos socialistas que se cuidan mucho de no verse mezclados con Podemos para no inquietar a los inversores potenciales. En cuanto a la deuda, agujero por el que se pueden ir todas las utopías, debe ser controlada y nadie mejor que los socialistas para convencer a la población de ciertos ajustes relacionados con lo que se puede y lo que no se puede gastar, pues los liberal – conservadores (así se llaman a sí mismos) son vistos como el enemigo del estado del bienestar y no pocas veces se comportan como tales.
En este sentido, la «solución» Chilena a la quiebra del estado por las políticas de Allende fue criminal. Allende podía ser un incompetente como gestor, pero si tuvo la tentación de implantar una dictadura, su revocación debería haber desembocado en una restauración inmediata de la democracia y no en una baño ominoso de sangre (¿40.000 chilenos?). La posterior asunción del ideario liberal por parte del gobierno de Pinochet ensombrece al liberalismo. Pinochet y los criminales que lo apoyaron son los responsables del golpe de estado y la posterior cruel dictadura. Los Chicago boys deberían haberse negado a colaborar sin la vuelta a la democracia. Estados Unidos y el señor Kissinger se mancharon de sangre en nombre del liberalismo, no se olvide. Este sapo tiene que tragárselo el liberalismo y quedará para su historia. Esta sospecha de que el liberalismo necesita una «dictadura del liberaliado» debería ser explícitamente eliminada del ideario liberal para la batalla intelectual que aún no se ha librado.