Esto no es un tweet dirigido a Axel Kaiser, sino un discusión a partir de su libro La Tiranía de la Igualdad. Un texto largo que no he podido evitar por lo inspirador de su argumentación. Con él contribuyo a la lucha en el terreno de las ideas que propone al final de su libro.
Axel Kaiser Barents Von Hohenhagen
Director Ejecutivo de la Fundación para el Progreso. Abogado. Doktor der Philosophie por la Universidad de Heidelberg (Alemania). Columnista de los diarios Financiero y El Mercurio. Autor de «El Chile que viene» (2007), “La fatal ignorancia” (2009), “La miseria del intervencionismo” (2012) y “La Tiranía de la Igualdad» (2015),»El Engaño Populista» (2016), «El Papa y el capitalismo» (2018).
Escuchándole he comprobado que su actitud es ideológicamente pacífica. Su trabajo consiste en escribir y propagar las ideas del liberalismo clásico porque cree que es bueno. Un sistema que, como es conocido, pone la fe en el mercado y cree que el estado debe tener el tamaño mínimo evitando convertirse en protector benevolente de todas las necesidades y, por tanto, en un extractor de rentas por medio de impuestos asfixiantes. Sus referencias intelectuales son la escuela austríaca de economía desde Von Mises a Friedrich Hayek, pasando por Friedman y otros economistas de la escuela de Chicago. Su función es extender la idea de que el rico no debe padecer moralmente por su riqueza porque el capitalismo, con todos sus agentes tratando de conseguir la mayor porción de renta posible, es el mejor sistema para erradicar la pobreza, pues motiva a todos para producir en un afán diario por mejorar. Lo hace con eficacia porque puede dar respuesta en varios planos, aunque no tenga ni el aire de un docto académico, ni su lenguaje es agresivo, lo que lo hace más atractivo para los que le escuchan. Y digo los que le escuchan, porque su trabajo fundamental es la difusión de ideas liberales y lo hace con eficacia, no sólo publicando libros, sino mediante conferencias que se difunden por Internet. La fundación de la que es director ejecutivo está presidida e impulsada por el empresario chileno Nicolás Ibáñez. Siendo chileno menciona el progreso de su país desde los años setenta con orgullo, incluso mostrando el consenso sobre el carácter pionero de Chile a la hora de implantar el nuevo liberalismo tras la época del estado del bienestar que siguió a la segunda Guerra Mundial. Un avance chileno a manos de los llamados «chicago boys», aunque su posición pública con la dictadura sangrienta que lo hizo posible es ambigua . Un ambigüedad derivada del agradecimiento por el doble favor realizado por Pinochet al liberalismo: destruir físicamente al socialismo chileno y abrir las puertas al experimento de las doctrinas de la Escuela de Chicago inspirada en Hayek e impulsada por Friedman. Una ambigüedad que mancha la condición de liberales en la medida que este «término» en Europa fue bandera de la lucha burguesa contra el Antiguo Régimen y en Estados Unidos va asociada a las libertades civiles. ¿Corren por las venas del liberalismo moderno «gotas de sangre jacobina», como diría Machado? En España, por ejemplo, se dicen liberales partidos que simultáneamente se reconocen como conservadores (contrarios al liberalismo social) o partidos que tienen los rasgos de, paradójicamente, el llamado iliberalismo político con rasgos imperialistas (aunque sea de pacotilla) y xenófobos. ¿Será que olfatean en el liberalismo económico rasgos iliberales tras su éxito chileno o el monstruo chinesco? Quizá se trate de una tentación táctica para que, tras la tormenta autoritaria, emerjan todas las libertades, pero es, en todo caso, un juego peligroso. ¿El liberalismo que defiende Axel es sólo económico o es también cultural y político? Personalmente considero que las únicas islas de libertad humana (la que podemos disfrutar) se han dado en regímenes políticos que podemos llamar a boca llena liberales a pesar de todas las dificultades. Quizá Axel piense que la libertad económica trae todas las demás, pero hoy tenemos demasiados contraejemplos (Rusia, Hungría, China) de que esa idea puede quebrar. Cierto es que no hay tradición en esos países de otra cosa que satrapía. Ya veremos. Por otra parte, estoy suficientemente alejado de torpes y groseros experimentos como el cubano, venezolano u orteguiano para no tomarme ninguna molestia en defenderme de cualquier acusación al respecto. Lo que discuto en este artículo son los rasgos de inhumanidad que despiden algunas de sus argumentos mostrando, no ya falta de misericordia (pues eso es una cuestión para religiosos), sino falta de inteligencia a la hora de valorar al ser humano en toda su complejidad. Y este conocimiento es necesario si se quiere una sociedad civil pacífica y equilibrada, porque para imponer las propias ideas por la fuerza o parasitar la fuerza para propio beneficio no se necesitan argumentos. También hay que decir que el liberalismo económico en una dictadura tiene que tener éxito seguro, porque nada estorba a sus recetas. Por eso China no quiere democracia aunque ha aprendido a amar a la economía de mercado, constituyendo así, quizá, el contraargumento más poderoso sobre la pretendida alianza entre economía de mercado y democracia. Una alianza con ejemplos históricos extraordinarios como los de el Reino Unido y Estados Unidos que, desgraciadamente, no es metafísica, sino contingente. Lo que le debe recordar a Axel que para que se dé es necesaria una voluntad decidida. Es decir, que el liberalismo, una vez pasadas las etapas históricas en las que, vencido el Antiguo Régimen, gobernó durante casi un siglo, debe, ahora, aprender a convivir con la conciencia surgida, quizá por sus abusos, quizá por las tendencias al delirio de la especie humana. Esto viene a cuento de que Axel reclama la tradición que comienza en Smith y transcurre por los veneros ideológicos de Malthus, Townsend, Burke, Martineau, etc. Una tradición en la que se decían cosas como ésta:
«Las leyes, hay que reconocerlo, han dispuesto también que hay que obligarlos a trabajar. Pero la fuerza de la ley encuentra numerosos obstáculos, violencia y alboroto; … (mientras que) el hambre no es sólo un medio de presión pacífico, silencioso e incesante, sino también el móvil más natural para la asiduidad al trabajo» .(Townsend, citado en La Gran Transformación de Karl Polanyi, pág. 211)
Por cierto que la cita la tomo de un autor (Polanyi) que también celebró con anticipación el triunfo del socialismo y que consideraba que el nazismo fue el primero en aprovechar la supuesta derrota de liberalismo del siglo XIX, seguida con éxito por el régimen soviético recién instalado en Rusia. Una muestra de la ingenuidad de algunos intelectuales que como famosamente hizo Sartre crean que el «hombre nuevo» surge en medio del dolor.
Parece claro que un discurso como el que presupone la cita de Townsend o su versión moderna no trae una sociedad pacífica y de ahí, quizá, la tentación liberal de imponer su frialdad antropológica por la fuerza, pero sin mancharse encabezando el mando de la correspondiente «Escuela de Mecánica de la Armada», esos lugares donde los peores instintos salen facilitados por la impunidad. Siempre en la esperanza de que pronto pueda recuperarse la democracia una vez «educado» el pueblo. Y esto no una presunción mía. El propio Axel en una conferencia en la Fundación Juan de Mariana en 2015 presentó unas declaraciones de Hayek (A partir del minuto 28:51) sobre el caso chileno, en las que decía:
«Yo diría que como instituciones a largo plazo, estoy totalmente en contra de las dictaduras. Pero una dictadura puede ser un sistema necesario para un periodo de transición. A veces es necesario tener, por un momento, una u otra forma de poder dictatorial«
Y añadía premonitoriamente (piensen en China) lo siguiente:
«… es posible para un dictador gobernar de manera liberal…«
¿Qué late aquí? el mismo espíritu de la «dictadura del proletariado» (periodo de «ajuste» hacia el comunismo). Es decir la ingenuidad de creer en un periodo «provisional» para crear al «hombre nuevo»: el comunista o el liberal. Late aquí también lo que llamo «síndrome del último vagón«: en un test se preguntaba si, dado que el último vagón es el responsable de la mayoría de los accidentes de los convoyes ferroviarios, ¿es una buena solución eliminar este vagón? Es evidente que los que, aún poseyendo una teoría plausible, quieren imponerla por la fuerza, padecen este síntoma. No saben que el ser humano, como ese último vagón, será sustituído por el siguiente en la cuerda que une perdurablemente, también misteriosamente, a las generaciones. También queda clara en esta cita que los liberales, cuando hablan de libertad, no hablan de otra libertad que la económica.
Espero que los «liberales» modernos y Axel con ellos tengan paciencia y consigan moderar la versión pura de sus puntos de vista, para aliarse con aquellos «sociales» que repudian todas las tentaciones totalitarias y colectivistas, con raíces en el liberalismo político también del siglo XIX no renuncian a una sociedad en la que sea compatible la imbatible eficacia de la economía de mercado con la imbatible obligación de respeto por los seres humanos marginados por un uso automático del sistema económico. No digamos la obligación de no masacrar a un generación buscando la pureza de pensamiento. Si se acepta que los seres humanos seguirán tozudos en sus posiciones, parece más adecuado el pacto que el enfrentamiento. Habría que Abandonar reproches mutuos de inmoralidad o injusticia; unos pensando en la injusticia de los impuestos y los otros por la injusticia de una desigualdad no justificada en los méritos «productivos» de los tenedores de la riqueza.
Las conferencias de Axel están construidas a favor del liberalismo usando el método de desmontar los argumentos de los que llama socialistas y derecha estatalista, fundamentalmente sobre la igualdad, el Estado y sus acciones distributivas.
Sus argumentos, que no son despreciables en absoluto, pueden producir un shock, si quien los escucha pertenece a esa parte de la humanidad que se pueda sentir compasiva sin reflexión, en contraste con esa otra mitad que se pueda sentir despiadada reflexivamente. En efecto, tal parece que, al margen de la situación económica de cada uno, los seres humanos no situamos desde el nacimiento en uno de los siguientes dos grupos:
- Grupo I.- Los que tienden a poner el énfasis en la igualdad social , rechazando una libertad que no vaya acompañada de los recursos que permitan ejercerla. Este grupo está formado por «idealistas» a despecho de su posición social, aunque abundan más entre las clases medias y baja e, incluso, podamos hablar de idealistas ricos. Este grupo juzga a los sistema sociales por sus resultados a despecho de lo racional que puedan ser los métodos empleados, según la tesis de Thomas Sowell.
- Grupo T.- Los que tienden a poner el énfasis en la libertad, rechazando la igualdad como freno al desarrollo económico de la sociedad. Este grupo está formado por «realistas», posición que no va necesariamente ligada a su posición social, aunque, en general se da entre las clases altas y, sin embargo, podamos encontrar realistas entre los pobres. Este grupo juzga a los sistemas sociales por sus métodos a despecho de cuales sean sus resultados, como Sowell nos indica.
En términos políticos estas posiciones se enriqueces sociológicamente con las posiciones acuñadas como nacionalistas, conservadoras o progresistas en distintas materias (aborto, sexualidad, eutanasia…) configurando los grupos sociales en toda su complejidad. Se pueden dar todas las combinaciones sin perjuicio de que algunas sean más probables que otras. Estas variables no son consideradas en este artículo.
El asunto tiene muchos matices cuya estructura voy a tratar de resumir:
EN EL PLANO PSICOLÓGICO
El ser humano tiene advierte la desigualdad existente en las dotes de sus congéneres y, ante ella, puede experimentar sentimientos positivos de admiración o compasión (según él esté situado respecto del otro), o bien negativos de envidia o repugnancia. Estos sentimientos pueden tener origen en diferencias materiales o espirituales. En el caso de las discusiones económicas se dan los cuatro sentimientos en los dos grupos definidos más arriba. En efecto se pueden dar idealistas que admiran o envidian a los que tienen más riqueza que ellos, pero también se pueden dar miembros del grupo realista que tengan compasión por los que tienen menos que ellos o que experimenten repugnancia hacia los pobres (aporofobia). Igualmente se puede dar entre los realistas los sentimientos de envidia o admiración hacia los que tienen más o menos que ellos. También es importante reseñar que hay temperamentos conformistas que, una vez superado un determinado umbral de satisfacción de necesidades no aspira a más. Del mismo modo que hay quien sólo se encuentra bien en el juego comercial con sus rasgos de lucha sin cuartel.
EN EL PLANO SOCIOLÓGICO
Aceptada la existencia de los dos grupos definidos más arriba, está por dirimir si el caso de que se den más realistas entre los ricos se debe a su posición social o a que los realistas están más predispuestos a la luchar por los escasos puestos sociales asociados a la riqueza y el gusto por la competencia y sus avatares. Por otra parte, el que se den más idealistas entre las clases medias y bajas se puede explicar por reacción a su posición económica o porque su posición se deba a su tendencia a no competir, a dejarse guiar o al gusto por el estudio y el goce intelectual. Ni todo el mundo está dispuesto al juego económico, ni todo el mundo está dispuesto a una «aburrida» vida académica o profesional. Aunque hay que considerar aspectos como riqueza, pobreza, mérito, riesgo, ahorro, austeridad, pasividad, conformidad, rebeldía o diletantismo para explicar las posiciones de cada uno. También es importante tener en cuenta el hecho de que no hay sitio para todos en el emporio de la riqueza, pero sí hay mucho sitio en los puestos bajos; que no basta con el esfuerzo para tener éxito económico y que la satisfacción con la propia vida no depende siempre de la riqueza, una vez superado determinado umbral de ingresos relativos; como se puede comprobar viendo que hay ricos que viven vidas desgraciadas y mesones (clase media) que viven excelentemente.
EN EL PLANO ECONÓMICO – POLÍTICO
Me refiero aquí al tipo de instituciones que den respuesta a los retos que supone las complejidad de los procesos sociales. La principal de ellas es el Estado. Los idealistas suelen preferir un Estado protector que se ocupe fundamentalmente de dotar a todos de sanidad, educación y protección ante la incapacidad y de aquellas infraestructuras de uso común como vías de transporte, defensa o limpieza de ciudades. Los realistas suelen creen que todas esas necesidades pueden ser proporcionadas por las empresas privadas y el estado sólo debe ocuparse de que los contratos y la propiedad se respeten protegiéndolos de incumplimientos, expolios a ataques exteriores. De esta forma los impuestos se reducen al máximo para que toda la liquidez anime el juego de la competencia económica.
EN EL PLANO MORAL
Llamamos plano moral a aquel en el que hay una valoración del comportamiento de unos y otros con los consiguientes parabienes o reproches mutuos. Los idealistas suelen reprochar a los realistas ricos que son despiadados con los pobres pues prefieren pagar menos impuestos aunque sirvieran para proteger a los pobres, sin que este ahorro les sirva para otra cosa que para una inmoral vida frívola. También les reprochan que ante cualquier inquietud social reclaman al fascismo para que los proteja. Los realistas ricos suelen reprochar a los idealistas que sus pretensiones de igualdad son, en el mejor de los casos, un lastre para el crecimiento económico que traería prosperidad para todos, además de ser la antesala de regímenes oprobiosos porque tras los fracasos económicos llega la dictadura para simular los errores de las elites estatales parásitas. Los realistas defienden que la riqueza no es reprochable si ha sido ganada en buena lid comercial y los idealistas que la pobreza no es tolerable y que tiene origen en la riqueza de unos pocos.
Aclaro desde el principio que lo ejemplos negativos de la Unión Soviética y regímenes tan reprobables como Venezuela o Cuba y, no digamos, el acartonado e insoportable régimen norcoreano, que con sus políticas muestran los defectos estructurales de la pretensión de acabar con la desigualdad matando toda iniciativa, tienen el defecto de que desvían la atención sobre el núcleo de la discusión e, incluso, de la naturaleza de los que discuten. La discusión la quiero mantener, no entre socialistas con aroma añejo del centralismo férreo y la uniformización social de un pasado al que no se quiere regresar por oprobioso y criminal, sino entre quienes creen que la libertad de comercio y los sistemas sofisticados de financiación son el mejor medio conocido de producir riqueza y transformar las limitaciones que impone la naturaleza en un reto para una vida digna para todos los seres humanos.
DISCUSIÓN CON AXEL (perdón por la confianza, pero es tan joven…).
En el pórtico de este libro se cita a Tocqueville (libremente):
«Hay en el corazón humano un gusto depravado por la igualdad que lleva a los débiles a querer rebajar a los fuertes a su nivel y que conduce a los hombres a preferir la igualdad en la servidumbre a la desigualdad en la libertad«
Utilizando ese esquema se puede decir (igualmente)»Hay en el corazón humano un gusto depravado por la codicia que lleva a los fuertes a querer rebajar a los débiles por debajo de su nivel y que conduce a algunos hombres a preferir la riqueza (propia) con libertad (exclusiva) junto con la pobreza (ajena) con servidumbre (común)«
La codicia y la envidia, dos «virtudes» humanas que se neutralizan: La primera, desde su negrura, impulsa a los individuos, siempre más allá y, la otra, desde su negrura, modera los resultados de la acción coordinada. ¿Qué tal si luchamos contra las dos al tiempo? La libertad y la igualdad también combaten: la primera, desde su luminosidad, permite que el ser humano llene sus pulmones de aire y, la segunda, desde su luminosidad, permite que el ser humano socave la altanería aristocrática (los burgueses revelados contra el Antiguo Régimen gritaban las dos al mismo tiempo).
Hace falta una fenomenología de la codicia, la envidia, la libertad y la igualdad porque ahí nos la jugamos. Tan utópico es un mundo socialista como liberalista. Tenemos que encontrar un híbrido social-liberal o liberal-social que evite las aberraciones de sus núcleos teóricos y prácticos. El triunfo completo (imposible) de cualquiera de las dos opciones sería una calamidad que daría lugar a la gestación del siguiente movimiento del péndulo. Ni el liberalismo ni el socialismo conocen la naturaleza humana en toda su complejidad. Uno aspira a un mundo atomizado y el otro a un mundo bloqueado. Los dos buscan coartadas morales, pero se les escapan. Ninguno es racional salvo que se entienda por racionalidad obligar a aceptar un mundo violentado por sus respectivas ideologías. Ni el ser humano aspira a ser de hielo, ni a una ñoña solidaridad impostada. Los valores de libertad e igualdad deben compartir el espacio axiológico para alcanzar toda la libertad compatible con la solidaridad y tanta igualdad como permita la libertad. No existe la libertad ni la igualdad absolutas, pero ambas deben ser perseguidas evitando sus lados siniestros: la aporofobia y el totalitarismo.