Estoy leyendo al mismo tiempo este libro de Polanyi y uno del liberal Axel Kaiser como prueba de mi capacidad de resistir fuego por los dos flancos cognitivos. He acabado antes el de Polanyi, que es una especie de libro vaca para múltiples referencias a otros autores relacionados con la cuestión. Y la cuestión es la pareja indisoluble que forman el socialismo o lo social como yo prefiero decir a estas alturas y lo liberal. Es decir dos formas antagónicas de economía política que están condenadas a entenderse. Ya anticipo que el libro de Axel describe una opción descarnada de la economía como una máquina muy bien engrasada con un ruido de BMW de inyección que deja caer personas por su tubo de escape. El libro de Polanyi, por el contrario es una descripción del ascenso y caída (según él) del liberalismo más salvaje imperante en el siglo XIX y la llegada de un socialismo capaz de ejercer el poder, planificar la economía y, al tiempo, mantener la libertad jurídica y generalizar la libertad efectiva, aquella que Berlin llama positiva.

Polanyi escribe el libro en 1944 cuando aún no se conocen los horrores del estalinismo. Cuidadosamente describe las razones del liberalismo económico para poner a punto su maquinaria productiva con la consecuencia de ser frenado en sus pretensiones por la respuesta de la sociedad. Obviamente Polanyi no podía saber que el sistema que él daba por muerto iba a renacer tras treinta años de socialdemocracia triunfante y treinta más de porfía de los liberales por recuperar el terreno perdido hasta el momento actual en que de nuevo parece que están cerca de sus fines. Al menos hacen mucho ruido mediático y están aprovechando bien la debilidad de su contrario que, confiado durante muchas décadas, ha perdido nervio teórico y práctico en su acción política.

Polanyi dedica una buena parte del libro a describir la situación política y económica de Occidente en el siglo XIX, pero hace excursiones al siglo XVII y XVIII para presentar a los precursores del liberalismo y sus pretensiones. Así partiendo de un sistema basado en la explotación de la tierra (léase la naturaleza), describe como la lógica del sistema capitalista lleva a convertir en mercancía también al trabajo y al dinero. Para ello, en la precursora Inglaterra, una vez desatada la capacidad de transformar energía e instaladas las fábricas productoras de tejidos, la aristocracia se apodera de la tierra comunales y las cerca provocando el éxodo a las ciudades a trabajar en las fábricas. Una vez allí el trabajador desarraigado de su cultura tradicional es obligado a un régimen de salario regular con la alternativa del paro. Este salario se reduce al mínimo de subsistencia porque, como dice el cruel Joseph Townsend (1739-1816) pretendiendo ser científico:

El hambre domesticará a los animales más feroces, enseñará a los más perversos la decencia y la civilidad, la obediencia y la sujeción. En general, únicamente el hambre puede espolear y aguijonear a los pobres para obligarlos a trabajar…

Naturalmente Townsend era un vicario muy religioso que creía estar haciendo lo correcto, como se desprende de este descarnado razonamiento:

Las leyes, hay que reconocerlo, han dispuesto también que hay que obligarlos a trabajar. Pero la fuerza de la ley encuentra numerosos obstáculos, violencia y alboroto; … (mientras que) el hambre no es sólo un medio de presión pacífico, silencioso e incesante, sino también el móvil más natural para la asiduidad al trabajo.

Por eso Townsend y Bentham consideran que toda asistencia a los pobres debe ser abolida. Sin embargo no faltaban almas caritativas que trataban de prolongar los efectos las leyes para pobres del medievo aunque erraran en los enfoques. Así en 1794 se establece en Speenhamland un complemento a los salarios para alcanzar el nivel de subsistencia. Un método que rápidamente es absorbido por los patronos reduciendo los salarios proporcionalmente. Un método éste que todavía hoy es propuesto por algunos economistas a pesar de los antecedentes. Sólo las molestas leyes de salarios mínimos neutraliza los defectos de estas propuestas. Tampoco Edmund Burke (1629-1797) se queda corto en la búsqueda de justificaciones a la situación:

Cuando aparentamos mostrar piedad por esos pobres, por esas personas que deben trabajar – ya que de otro modo el mundo no podría subsistir-, nos burlamos de la condición humana.

Una vez que ha convertido en mercancía al ser humano y a la tierra, es decir, una vez creado un mercado para el hombre y la naturaleza, el naciente capitalismo, orientado fundamentalmente a la exportación, necesita crear también un mercado del dinero y para eso establece un patrón de referencia (el oro) al objeto de poder intercambiar mercancías con este respaldo. De esa forma fue posible el librecambismo y, con él, la internacionalización del comercio. El mecanismo permitía corregir los desequilibrios de la balanza comercial entre países con transferencias de oro entre ellos produciéndose en teoría un fenómeno de reequilibrio de precios, puen en los países emisores de oro bajaban los precios por falta de liquidez y en los países receptores del oro subían los precios por el exceso de liquidez. Un buen ejemplo de esto último era la inflación en la España del siglo XVI y XVII con las remesas de oro y plata proveniente de América. Por cierto una oportunidad que nuestro país perdió de avanzar, al derrochar todo esa riqueza en mantener la influencia del catolicismo en Europa frente al desafío luterano.

El patrón oro facilitó el comercio internacional pero ponía en peligro el llamado dinero crediticio, es decir, la capacidad de crédito en el interior de los países. A Polanyi le parece que la conversión del dinero en mercancía era un ficción como lo había sido considerar a la naturaleza o al ser humano igualmente como mercancías. Este problema que ponía en peligro a las empresas se mitigó con la creación de los Bancos Centrales, que se ocuparían de mitigar los problemas de deflación que podría generar la carencia de oro como respaldo del dinero circulante.

De esta forma, el liberalismo, una vez generalizado su concepto de mercancía a todos los elementos que contribuyen a la producción, creyó ver en el mecanismo económico la perfección de la laboriosidad humana. Un mecanismo que no había que tocar permitiendo su desenvolvimiento sin estorbos. Pero la sociedad reaccionó una vez que la revolución industrial la dejaba la margen. Por eso la mejora de las condiciones de los trabajadores se debía más a la reacción social espontánea ante la dureza del planteamiento de proceso espontáneo y libre de la economía capitalista. Así los movimiento ideológicos socialistas, los ideológicamente neutrales sindicatos y, sobre todo, la lucha por el voto que no se alcanza hasta el siglo XX con escasas excepciones. Una resistencia a donar el voto a las clases populares que hoy, de nuevo, empieza a ser barajada por los liberales que sospechan de la democracia cuando la población evoluciona hacia posiciones menos concurrentes con sus posiciones. No en vano el ejemplo de Chile con Pinochet les hace dudar de los defectos de cierto autoritarismo si se muestra proclive a una sociedad liberal en lo económico y sujeta en lo social y político. De esta forma se sigue la tradición que inauguraron figuras como Macaulay, Mises, Spencer o Sumner, que pensaban que una democracia generalizada ponía en peligro el capitalismo. Aunque confiaba en que la exigencias de los trabajadore nacionales fueran controlada por el conocimiento de que el comercio internacional ponía límites al hacer perder competitividad a las exportaciones. Este problema con el trabajo como mercancía se daba también en el ámbito del dinero, pues ya Bentham advirtió que la propiedad sufría con la inflación y con la deflación. En un caso porque el capital perdía capacidad adquisitiva y en el otro porque el interés del capital desciende.

El caso es que los defectos de la maquinaria del mercado dejada a su albur crearon las condiciones para dificultar las pretensiones liberales. Estos movimientos tendrían su fundamento, según Polanyi, en el hecho constatado por los antropólogos de la época, de que el hombre tienen intereses que preceden al del lucro y en la propia experiencia de sufrimiento en las factorías de la época, en las que se fuerza el establecimiento de medidas de seguridad, edad mínima para trabajar, etc… porque, como dice Polanyi:

La protección social es el complemento obligado de un mercado autorregulado.

Otro efecto de la ideología liberal extrema era la disolución del concepto de nación deslumbrados por la imagen de una maquinaria económica casi automática que superaría cualquier barrera nacional. Aunque para vencer resistencia y cobrar deudas no duda en usar las cañoneras. De este modo, se creía poder crear un sistema planetario con el respaldo del oro para las diferencias monetarias entre países.

El caso es que durante el siglo XIX y principio del XX el capitalismo se expande a todas las dimensiones materiales y humanas, generando, dialécticamente, la reacción social que Polanyi llama La Gran Transformación. Una transformación que Polanyi considera se encuentra en el socialismo que es capaz de trascender el mercado autorregulado «subordinándolo conscientemente a una sociedad democrática«.

Pero antes de esa transformación Polanyi analiza las razones del gran trauma que supuso el fascismo. Nuestro autor piensa que los inicios de la influencia de los partidos populares en los parlamentos despertaron temores por «intervenciones brutales» en la industria de la que dependía la subsistencia social. El fascismo tiene sus propios objetivos, pero se presenta como una solución de firmeza y clarificación cuando los contendientes, liberales (defensores de la economía autónoma) y socialistas (defensores de los intereses de la sociedad trabajadora de la época), llevan al país a una parálisis. Una situación que permite que pequeños grupos muy violentos se hagan con el poder para aplicar un programa propio. El fascismo lleva su enfoque más allá de los intereses reaccionarios de los conservadores y, desde luego, contra las posiciones socialistas a los que ven como rivales en la conquista de la voluntad popular. El programa fascista es imperialista, trascendiendo el nacionalismo que le ayuda a conseguir el poder desplazando a las masas de los problemas económicos a las emociones identitarias. En las dos guerras del siglo XX ninguna de las propuestas internacionalistas (comunismo, liberalismo) consiguieron impedir que la defensa de la patria ocupara un lugar preferente en el alma de cada combatiente. Así los trabajadores con supuestos intereses comunes, según la ideología socialista, se enfrentaron con fiereza a uno y otro lado de las trincheras.

Sean cuales sean los rasgos del fascismo (liderazgo fuerte, racismo, imperialismo), Polanyi establece una clara correlación entre la situación económica y la emergencia del fascismo. Así considera que en el período europeo de 1917-1923, los gobiernos llamaron a los fascistas para que le ayudaran a mantener el orden social y así restablecer la confianza en la economía. En el período 1924-1929, la recuperación de un aparente buen funcionamiento de la economía liberal, diluye el fascismo que prácticamente desaparece y, finalmente, a partir de 1930 la crisis económica mundial, lleva el fascismo al poder en prácticamente todo el mundo. En el primer período aparece el fascismo con un programa que reacciona ante la amenaza de adanismo por parte de las propuesta socialista: internacionalista, atea y haciendo tabla rasa de los mitos fundacionales de las naciones. Programa con el que inquietan a los conservadores y facilita el ascenso del fascismo. Un fascismo nacionalista, racista, con visión económica orgánica estatalista y totalitaria además del culto a la personalidad del líder, que se opone al capitalismo (por judío) y al socialismo (por internacionalista). Por eso Alemania corta todos los lazos con el sistema económico internacional con el acceso de Hitler al poder, pues consideraba que la economía mundial estaba en una crisis irrecuperable, además de que necesitaban dirigir todos los esfuerzos a la producción militar dada su condición de tercer imperio.

Y aquí es donde Polanyi sitúa su Gran Transformación, pues considera que la Alemania Nazi es el primer país en aprovechar el hundimiento de la economía de mercado. Y, para más preocupación (por mi parte) por la posición de Polanyi, éste considera que Rusia a partir de 1930 implanta el socialismo y se erige como representante privilegiado de un nuevo sistema que reemplazaría a la economía de mercado, culminando la gran transformación. Y remata:

El socialismo en un sólo país fue producto de la incapacidad de la economía de mercado para proporcionar un lazo de unión entre todos los países, y lo que apareció como la autarquía rusa no era sino la desaparición del internacionalismo capitalista. El fracaso del sistema internacional liberó las energías: los raíles habían sido colocados por la fuerza de las tendencias inherentes a una sociedad de mercado.

Y parece oportuna también esta cita:

Tras un siglo de «mejoras ciegas», el hombre restauró su «hábitat». Si no se quería dejar que el industrialismo pusiese en peligro a la especie humana, había que subordinarlo a las exigencias de la naturaleza del hombre.

Y el caso es que Polanyi piensa que la economía de mercado necesitó, paradójicamente, de la intervención del Estado para su implantación. Cita a Knight que dice que:

Ningún móvil específicamente humanos es económico

Y, ya animado, concluye:

La civilización industrial continuará existiendo cuando la experiencia utópica de un mercado autorregulado no sea más que un recuerdo.

Una civilización en la que ni el trabajo, ni la tierra, ni el dinero serán objeto de la economía de mercado. Una visión, está sí, ciertamente utópica que espera que, de la desintegración de la economía de mercado, resulten nuevas formas sociales en las que el mercado seguirá siendo la pauta para que se fijen los precios y el ámbito para que se disfrute la libertad del consumidor, sin que se pierdan los rasgos específicos de cada cultura. Un aspecto este último digno de una reflexión cuidadosa.

Polanyi antes de acabar hace unas reflexiones sobre la libertad. Considera que los propios medios destinado a posibilitar la libertad la obstaculizan y la destruyen. Cree que la reglamentación que extiende la libertad la restringe al mismo tiempo. Distingue entre libertades jurídicas y libertades efectivas. La primeras tiene que ver con los derechos y los segundos con la capacidad de elección. Ésta última la tienen garantizada las clases altas que puede disfrutar el ocio con seguridad, pero están poco interesadas en extenderla a otros niveles con una mejor distribución de la renta. Su cuenta es que un país tiene una cantidad determinada de libertad que puede ser concentrada en unos pocos o distribuida, sin que Polanyi sugiera la igualación. Por otra parte, considera que es necesario preservar algunas libertades como las de expresión e intelectuales aunque «se hunda» la economía del mercado autorregulado, como él diagnostica. Por eso espera que la libertad, y la paz que la haga posible, deben ser las metas de la nueva sociedad que «sustituya» a la que se retira. Exige el mantenimiento de la libertad de disentir, pero le preocupa que la burocracia de la nueva sociedad pueda atentar contra la libertad, por lo que sugiere la creación de leyes intocables al respecto que protejan la libertad de la inevitable concentración de poder que se generará en una sociedad en la que economía y política estén de nuevo unidas. Resulta muy ingenuo por su parte considerar que:

La quiebra de la economía de mercado puede suponer el comienzo de una nueva era de libertades sin precedentes. La libertad jurídica y la libertad efectiva pueden ser mayores y más amplias de lo que nunca han sido.

Aún reconociendo que en 1944 no se conocían los crímenes de Stalin, la historia de la humanidad es pródiga en ejemplos sobre las consecuencias de una alta concentración de poder, sea cual sea el pretexto. El mismo fascismo reinante en Europa y Asia mostraban los rasgos arbitrarios y beligerantes de estos regímenes. Su pretensión de conciliar libertad con una sociedad que restringe la espontaneidad de la actividad económica y pretende planificarla se ha demostrado imposible. Otra cosa muy distinta es una tensión civilizada para que las pretensiones de una economía autorregulada sin control sean reducidas para corregir sus disfunciones y para una mejor distribución de sus resultados, de modo que toda la sociedad sea cohesionada por un espíritu de cooperación no necesariamente igualitaria, como corresponde al hecho de que sus logros son consecuencia de la acción coordinada de muchos.

Polanyi se resiste y acusa a los conservadores, que en su época se opusieron a toda reglamentación y planificación, de favorecer que fueran los fascistas los que utilizaran estos métodos y abolieran toda libertad. Tal parece que Polanyi no ve relación entre una economía planificada y el riesgo para las libertades. Por eso insiste que los liberales deben aceptar que la economía se someta a una política democrática que pueda evitar las desigualdades excesivas en las libertades efectivas (las de elección), sin considerar que las consecuencias sean la pérdida de todas las libertades. Es decir cree en un socialismo dirigista pero democrático. Una ecuación complicada, pues si se mantiene la democracia habrá alternancia en el poder de ideas muy distintas sobre cómo organizar el mundo económico creando graves disfunciones. En todo caso, le parece que la pretensión liberal había fracasado y que los liberales debían aceptar que la sociedad no puede quedar al margen del proceso económico hasta el extremo de aceptar regulaciones que eviten que las personas no sean dañadas. Para eso, dice Polanyi es necesario poder y coacción porque la libertad absoluta que proponen los liberales es una utopía dañina.

Por otra parte Polanyi reconoce que entre el fascismo y el socialismo se da la coincidencia del rechazo de la economía liberal porque reconocen la necesidad del ejercicio del poder en la sociedad, pero que se diferencias en que el socialismo considera innegociable el mantenimiento de la libertad. Una libertad restringida en su dimensión económica y sin coacción en su dimensión efectiva (elección). Este es sin duda una peligrosa posición pues no se conocen sociedades con estas características, pues cuando el poder se concentra la salida que parece natural es la fijación de fines forzadamente unánimes y concebidos por políticos que no pueden anticipar todas las complicaciones de una sociedad moderna. También considera que el carácter universal con el que el cristianismo revistió a todos los seres humanos es rechazado por el fascismo que se muestra claramente racista.

Polanyi considera que el conocimiento de la muerte dota al ser humano de la energía para eliminar toda injusticia y no renunciar a la libertad. Su último párrafo es significativo:

Mientras (el ser humano) se mantenga fiel a su ingente tarea de conseguir más libertad para todos, no existe razón para que el poder o la planificación se opongan al él y destruyan la libertad que está en vías de conseguirse por su mediación. Tal es el sentido de la libertad en una sociedad compleja: nos proporciona toda la certeza que necesitamos para vivir.

Es decir, Polanyi cree que ha llegado el momento (en su época) de que, del mismo modo que fueron sacrificadas muchas generaciones de trabajadores para que la maquinaria industrial se pusiera en marcha, ahora sean la clases altas a las que se agradezcan los servicios prestados para crear una sociedad más igualitaria.

Desde la altura de 2019, se puede comprobar que el ensayo socialista ortodoxo, el que ejercía el poder y planificaba que describe Polanyi, tanto en su versión dura (URSS) como en su versión débil (Occidente), acabaron su recorrido en los primeros años ochenta del siglo XX a pesar de que éstas últimas sí cumplieron con sus expectativas, como hasta el mismísimo Friedrich Hayek acabó admitiendo. Momento éste en el que los liberales volvieron a la carga hasta conseguir poderosos cambios en las reglas de juego para desembarazarse de la reglamentación que le impedía volver a conectar con los principios originarios. Logro que ha tenido como consecuencia una terrible crisis en el principio del siglo XXI que ha desequilibrado de nuevo la distribución de la renta y, con ella, la distribución de la libertad efectiva. Pero lo ha hecho con un poderoso paliativo: los dispositivos electrónicos y la industria del entretenimiento. Tal parece que la sociedad no encuentra el modo de tener una política híbrida y prefiere escorar el barco hasta hacer crujir todas las cuadernas, unas veces a babor (izquierda) y otras a estribor (derechas).

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