Es una cantinela actual la de que las redes sociales hacen negocio con nuestros datos y nuestros deseos y tendencias. Negocio basado en la venta a terceros, empresas y partidos políticos, para su explotación como objetivos precisos a los que dirigir mercancías e ideologías. Siempre he sostenido contra corriente que me parece bien, pues así podremos pasar de estar sometidos a publicidad despistada que basa su efectividad en la repetición cansina de mensajes cada vez más sofisticados. También así podremos librarnos de las campañas electorales, pues los que tengamos nuestras posiciones claramente afirmadas durante toda la legislatura con comentarios en las redes sociales, seremos considerados inmunes a ese despliegue de energía mentirosa durante quince días, que son esas campañas.
No pierdo de vista lo del negocio, pero eso es lo que ha venido ocurriendo desde siempre a la escala que permitían los medios a disposición en cada época. Qué es el espionaje o qué son las encuestas, sino burdas aproximaciones al conocimiento de las opiniones para orientar la acciones. En un caso, al conocimiento de las intenciones de los adversarios y, en el otro, al conocimiento de las intenciones de los electores. Nuestros datos hace tiempo que andan por ahí en bases de datos de empresas expendedoras de tarjetas de crédito o de depósitos, como los bancos. Y hasta que los estados percibieron que determinados derechos de protección de datos eran violados sin consentimiento, no hubo leyes que regularan tal tráfico. Y cuando lo han hecho, los interesados han maniobrado para obtener tal consentimiento mediante abrumadores textos llenos de cláusulas que los consumidores firmamos con un «click» displicentemente.
Obviamente, las redes sociales con la escala alcanzada ha producido un cambio cualitativo, pero que, en mi opinión, es positivo. Ahora desde nuestro facebook, instagram o twitter estamos ya diciendo: «estos son mis gustos de consumo, estas son mis posiciones políticas, ahora haced el favor de adaptaros a ellas». De esta forma se socializa el «arjé», el mando que hasta ahora ha estado concentrado en pocas manos. Ahora los dirigentes de las empresas y los gobiernos tienen que mirar el «Ciudadanos News» todos los días para saber qué pensamos y actuar en consecuencia. En resumen, nosotros sí tomamos parte en el negocio de nuestros datos en forma, no sólo de servicio de intercomunicación, sino, también y sobre todo, de influencia colectiva. Influencia que todavía no es suficiente porque no todo el mundo está en las redes, ya sea por prejuicios o por un malentendido sobre en qué fundar una pretendida autonomía personal.
Una cosa muy distinta es que esta información esté mal repartida. En el caso del comercio tiene menos influencia porque se trata de un monopolio de información que será vendida al mejor postor, pero que, en cualquier momento puede ser atacado por una competencia que ofrezca servicios más atractivos. Los peligros se dan en el ámbito político, donde un mal reparto, vence el fiel de la balanza hacia una de las partes ideológicas. Por eso, en mi opinión, hay que legislar para que las empresas que concentrar los datos con relevancia política los repartan a todos los partidos políticos de modo que tomen sus posiciones debidamente informados. Lo que hizo Facebook vendiendo datos a Cambridge Analytica para su uso en la campaña de Trump es el ejemplo de mal uso que denuncio. Mal uso que no consiste en ceder los datos, sino en haberlo hecho solamente a una de las partes.
No olvido los peligros políticos de esta transparencia universal, pues en caso de régimen totalitario sabrán de antemano a qué casa visitar para detener opositores. Detención que no tendrá que ser física, pues bastará con cortar todos los vínculos digitales con el sistema para producir la muerte civil. Pero ¿es esa una opción peor que la grosera de antaño en la que las redadas eran masivas e indiscriminadas y los resultados la muerte física del enemigo? Llegado ese momento instalado uno en las clandestinidad, habría que convertirse en partisanos para destruir al tirano, quizá consiguiendo las claves de sus cuentas empezando a suplantarlo para destruir su reputación.
Las redes, en definitiva, son buenas, son inevitables y tenemos que optimizarlas para el bien común. Los mecanismos son la transparencia y la competencia. La primera para que no nos hurten los manejos políticos y la segunda para que no nos impongan ideas dementes en su atractiva coherencia. La prueba de que estas dos herramientas son poderosas es que todo poder, económico o político, trata de neutralizarlas. Véase, así, a los políticos demócratas ocultando sus patrimonios, a los afortunados ocultando sus rentas y a los liberales poniendo aranceles por doquier.
De todo esto saco una conclusión: si lo que está por llegar parece ser una amenaza para el núcleo de autonomía del ser humano, creo que, al contrario, será la forma de activarlo para pasar de una posición pasiva ante la publicidad a una activa ante la manipulación. Ahora, que el trabajo convencional, basado en las habilidades técnicas va a escasear porque la robótica, en su concepto más amplio, se hará cargo, es el momento de cultivar el pensamiento. Es el momento de desempolvar la filosofía, la sociología, la antropología… y sus historias honestas de búsqueda esforzada de la esquiva verdad.
La verdad tiene una nueva oportunidad, una vez comprobado el estado de postración al que la han llevado aquellos que, tomando el rábano por las hojas, han aprovechado la crítica post moderna para sus propios fines. La oportunidad es la de desvelar su auténtica naturaleza de espiritual, gaseosa en un principio y, finalmente, sólida tras sucesivas operaciones de enfriamiento que pasándola por el estado líquido la consoliden como patrimonio universal. Aquí «enfriamiento» es un metáfora de la eliminación de la fantasía de la explotación oligocrática de la verdad, para pasarla por sucesivas fases de intercomunicación en mutuo rozamiento con los hechos para una mutua adaptación revisable y comprobable por otros actores hasta la depuración fundada en la historia y la experimentación conocida. La verdad es hija de esfuerzo, no del interés coyuntural. Es un esperpento comprobar como jóvenes políticos danzan mientras lanzan bolas de medias verdades y mentiras enteras al aire. Se creen ingeniosamente eficaces para general regocijo sobre su ridícula ignorancia percibida por un público atónito, divertido, pero también trémulo por su irresponsabilidad.