Cuando uno se adentra en una plataforma moderna a través de Internet necesita una cierta guía ante la profusión de la oferta. Generalmente, salvo que tenga uno una recomendación, se busca entre los géneros que se ofrecen en un índice. La primera opción es «cine» o «serie». Es decir se nos pide que decidamos si queremos un ritmo «alegro» o «andante». En el cine todo tiene que estar muy bien urdido para que en 90 minutos todo encaje en unas horas (Estación Termini) o en varios años (Leyendas de Pasión). En las series la duración real es tan enorme en comparación con el cine que, en tiempos ficticios cortos, la trama no puede dejar escapar ni un detalle y, en tiempos largos, da tiempo a saborear los matices de las actitudes de los personajes que se pueden permitir largos soliloquios o miradas al horizonte. La series enseñan la virtud de la paciencia para paladear las interpretaciones.
Después de haber elegido entre cine o serie, hay que elegir el género, que siendo una elección aparentemente fácil, el buen aficionado sabe que caben muchas combinaciones entre ellos, pues el terror puede estar trufado de humor y la ciencia ficción de situaciones más que realistas. De hecho hay géneros mixtos como el melodrama o el drama bélico (raro sería que en una guerra no haya dramatismo). Pero nos orientan con los géneros habituales que son en su mestizaje: Drama, Comedia, Suspense, Acción, Catástrofes, Bélicas, Ciencia ficción, Western, Terror, Románticas, Religiosas e Históricas.
Una vez elegido el género, se le ofrece a uno numerosos producciones que de forma directa o tangencial tocan el tema. Aquí la ayuda viene del título que no siempre es certero, bien por una mala traducción o por falta de de capacidad de síntesis de la productora. Pulsado el botón de «play» se repantiga uno con la mala conciencia de que ya no es como antes, que raramente se salía uno de la sala por no poder soportar la película. Ahora dos toques en la pantalla o en el mando y empieza uno frívolamente a cambiar de título olvidando los enormes esfuerzos creativos (a veces) y económicos (siempre) que hay detrás de eso que con tanta ligereza despreciamos. Así el paladar se nos satura y pocas cosas nos satisfacen. Somos ya como romanos en el siglo III d.C ahítos y listos para ser arrollados por los bárbaros. También es un indicador si huímos del guiones densos como el de Ida para preferir la ligereza de las cabriolas de Misión Imposible. Obviamente cada estado de ánimo tiene su género, pero no podemos excusarnos si ante una película dramática la propia plataforma nos dice que «la coincidencia es del 5%». Es decir, que estamos más interesados en el cine de efectos especiales que en el de reflexión. Al fin y al cabo ya reflexionan por nosotros los «tanques de pensamiento».
Lo interesante de los géneros es que nos hablan del espectro en el que se mueve nuestras acciones y pasiones: nos interesa cómo vivían nuestros antepasados, amamos románticamente un tiempo y después no vamos de cabeza al drama, vamos a la guerra, nos reímos, nos burlamos, queremos y odiamos el miedo en una combinación inexplicable; disfrutamos de la violencia y de las catástrofes si las cuchilladas no nos dejan marca o si el fuego ni siquiera nos chamusca un pelo; nos gusta la incertidumbre y su desvelamiento, las aventuras en las praderas o en el espacio; sentimos morbo por las vidas ejemplares y nos regocijamos con las travesuras de los sinverguenzas, cuando el roto económico no afecta a nuestra cuenta; nos elevamos en fervor patriótico o sentimos el coraje del héroe capaz de exponer su vida o su felicidad por amor. Bailamos y cantamos en silencio en los musicales, ese género no mencionado en el que la ficción es doble pues los personajes también fingen vidas triviales para explotar en cualquier momento en danza y canciones fantásticas.
Esta paleta de sensaciones que la ficción nos ofrece, ahora en forma visual, da en la clave de la cultura: es decir, su capacidad de que vivamos miles de vidas con todos sus matices de miseria y valor para, si somos inteligentes, tomar buena nota y no cometer los errores que les hicieron merecer ser personajes de ficción. Lo dicho es extensible, obviamente a la literatura, el teatro, la ópera y, modestamente, a las letras de las canciones, tantas veces verdaderos guiones condensados en unas pocas estrofas. La cultura es una oportunidad de aprender sin acabar mal como Otelo, Anna Karenina o Douglas Stamper; al tiempo que se puede encontrar el camino de la bravura humana como June Offred, Forrest Gump, Oskar Schindler o Rick Blaine.
Como este artículo ha tomado la extensión de una serie, si has llegado hasta aquí, como premio no te desvelaré el final de House of Card.
¡¡Caramba!! Vaya de novedoso el tema de esta entrada, sobre todo para mi que ando en el mundo de la televisión aunque no sea comparable con lo de las plataformas. Cada párrafo es una muestra etnográfica de nosotros los consumidores de entretenimiento audiovisual. Gracias la enseñanza. @Zavala_Ra
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