Santiago Bueno, fue un filósofo español que desarrolló gran parte de su actividad docente e intelectual en la Universidad de Oviedo y desde allí emitió sus principales mensajes. Siempre en un tono de cierta suficiencia intelectual basada, fundamentalmente, en la falta de claridad terminológica de sus oponente. En este sentido, es ejemplar el reproche que le hizo a Ignacio Sotelo cuando el escritor Fernando Sánchez Dragó los reunió para discutir sobre «las izquierdas», según expresión del propio Bueno. En un momento determinado Bueno habla del concepto de razón y reprocha a Sotelo no haber leído el glosario que Bueno introdujo al final del texto. Sotelo le contestó desdeñoso que «no leía libros con glosario» lo que indignó a Bueno, dado su amor por la precisión conceptual.
Su interés por la política se manifiesta en sus múltiples intervenciones en medios de comunicación y sus escritos. No creo ser injusto con él, si afirmo que tenía una especial aversión por el idealismo que combate activamente en libros como Zapatero y el pensamiento Alicia o éste mismo El mito de la izquierda. Lo hace desde sus posiciones filosóficas con rasgos escolásticos con las que construye un marco desde el que generar una taxonomía de las formas de ser «de izquierdas».
El libro de llama El mito de la izquierda de forma ambigua, porque no se refiere a que no exista un ente llamado «la izquierda», sino a que no hay una única izquierda sino muchas. De hecho, el libro se dedica a pormenorizar la taxonomía de izquierdas que crea con gran detalle. Curiosamente el libro acaba con otra tesis incipiente: la de que sólo hay una derecha. Tesis que suponemos que desarrollará en su libro posterior El mito de la derecha, que por desgracia no hemos podido conseguir porque está misteriosamente descatalogado y, hasta ahora, no ha sido posible encontrarlo en alguna biblioteca. Sea como sea, nos centramos en su libro sobre «las izquierdas».
RESEÑA
El ensayo empieza reprochando a quien habla de la izquierda como el propagador de un mito confuso y oscurantista. Confuso porque insistir en una sóla izquierda impide ver los matices que explican la existencia de muchas izquierdas; y oscurantistas porque, de este modo, se impide entender las diferencias con la derecha. Bueno rechaza la contraposición de mito y logo, pues considera que el mito es ya un logo, en la medida en que es ya una explicación de aquello a lo que se señala. El mito es una construcción lingüística y, por tanto, exclusivamente humana. Ejemplos de mitos oscuros serían los de la creación (Adán del barro o Eva de la costilla) o el de Babel. Ejemplo de mito ambiguo sería el de los tres anillos de Nathan el Sabio porque el mito por sí mismo no funda nada, sino que depende de la interpretación no mítica del lector. Por el contrario un mito luminoso y esclarecedor sería el mito de la caverna de Platón. Por eso, Bueno rechaza la alegría con la que algunos pretenden desmitificar sin antes haber establecido con claridad la naturaleza del mito que se pretende desmontar. Bueno distingue a las ideologías de los mitos. Considera a aquella como un conjunto de ideas que sirven a los fines e intereses de un grupo en contra de otro. Este carácter de interesadas no hace a las ideologías construcciones falsas necesariamente. En definitiva, Bueno se propone demostrar que creer en la izquierda como una sustancia de la que participan todas las versiones que él identifica es creer en un mito.
Decir la izquierda tiene dificultades que sólo se soslayan en comparación con la derecha. Bueno sostiene que la derecha tiene prioridad sobre la izquierda en la medida que es una afirmación del ser, que la izquierda niega. Por eso, la izquierda se funda con el propio proceso crítico de racionalización en el siglo XVIII y toma cuerpo ideológico en el siglo XIX con las teorías socialistas ya utópica, ya «científicas». Considera que el origen de la derecha está fundado en el acto de apropiación del territorio que, una vez afirmado, se convierte en propiedad; derecho fundador de la derecha. Y es el Estado el que se apropia como imperio y el que administra la propiedad. El Estado es antes que nada un estado de propietarios. Esto explica que la izquierda teorice a partir de su posición respecto del Estado y su participación en los procesos de gestión de la explotación y protección de la propiedad. La derecha, pues, según Bueno es la posición originaria, aunque, en tanto que opción política, surge en el contraste con la acción negadora de la izquierda. Lo cual no impide que haya conflictos entre las derechas de distintos países por su vocación de apropiación de territorio. La acción negadora de la izquierda empieza por hacer bajar la soberanía de Dios a la Nación y continua por la familia y la herencia debido a que la izquierda se constituye, en el momento esencial de la Revolución Francesa, sobre el átomo social que es el individuo. En el caso de la familia, lo hace para resolver la contradicción de que haya sujetos (especialmente las mujeres) que no contribuyen a una república de trabajadores, y en el caso de la herencia como elemento cohesionador de la familia. Así la izquierda revolucionaria se encuentra ante la paradoja de que si trata de cambiarlo todo bruscamente afronta una tarea imposible y si se aviene al ritmo del cambio que la derecha mantiene, en base a la solución paulatina de problemas, cree traicionar sus principios. Bueno considera que la derecha sabe a dónde va y descubre muy lentamente el modo de llegar, mientras que la izquierda conoce el método revolucionario, pero no a qué distintos lugares se puede llegar. Lo primero, lleva a un única derecha y, lo segundo, a muchas izquierdas. Cuestión esta última que constituye el núcleo de libro.
La izquierdas toman como referencia a la razón. Esto les permite exigir cambios que respondan a razonamientos orientados por criterios de igualdad y libertad. Exige la libertad política contra la tiranía monárquica y aristocrática y lucha junto a su próximo explotador: el burgués a final del siglo XVIII. Contribuye a derrocar el antiguo régimen de explotación y a generar el nuevo. La gracia de Dios es sustituida por la gracia del pueblo, pero el control político y económico no se deja en su manos. Mientras que la razón científica hacía su eficaz labor subterránea, la razón política perfilaba los grandes males del siglo XX. Para los fascismos la nación es lo primero, pero seducen a la gente ofreciéndoles pureza racial. ¿Es el fascismo la degradación del liberalismo económico? En puridad no, pues el liberalismo odia la coacción, pero, sin embargo el miedo al comunismo, en tanto que propuesta política que expropia los medios de producción, lleva al liberal a reclamar gobiernos fuertes que hagan el trabajo sucio de eliminar el riesgo para el régimen económico; pero, de paso el fascista se ocupará, también, de eliminar al diferente. Con esta apuesta por la razón, resulta chocante la pretensión de pretendidos izquierdistas que profesan la religión y la llevan al plano político con la intención de que sea la revelación la fuente de verdad.
Bueno intuye que hay muchas izquierdas que no tienen en común otra cosa que oponerse a una derecha absoluta con raíces profundas en la experiencia humana de todos los tiempos. Distintas formas de afrontar una relación provocadora con el Estado, basada ingenuamente en el uso de la razón cuando, en opinión de Bueno, la confusión actual de las izquierdas parte, precisamente, de su confuso concepto de razón. Según Bueno la racionalización de los revolucionarios del siglo XVIII no se fundaba en el concepto de razón de los filósofos franceses contemporáneos, sino en el tipo de razón desplegada por la ciencia de ese siglo. Lo que puede discutirse, pues no cabe duda que la posición cartesiana de desconfianza ante la tradición (después de que cayera la cosmología se Ptolomeo) llevaba a fundar toda certeza en el magín del sujeto, suyo resultado es la Revolución. Pero, para Bueno razonar es totalizar, un proceso que tiene dos fases; una analítica y otra sintética. Este modelo, para el que proporciona numerosos ejemplos en las ciencias, es el que Bueno cree que constituye el sentido de razón que la izquierda lleva asociado a su fundación y trayectoria. Pero no poca influencia tuvo y tiene aún, la razón destructora, la razón impaciente, pues no se pueden olvidar las barbaridades que la Revolución llevó a cabo en nombre de la razón: desde las matanzas a los resistentes a las remoción de toda la nomenclatura tradicional que organiza la vida cotidiana, como es el nombre de los meses. Sin embargo, la semejanza con el proceso de racionalización científico es un interesante punto de vista que explica la labor que llevan a cabo los revolucionarios destruyendo todos las instituciones previas, basadas o no en la gracia de Dios, para pararse al final de proceso de análisis en el átomo social que sería el individuo. Un elemento atómico que sería el sujeto de todos los derechos. Lo que no deja de ser el fundamento de los despliegues liberales posteriores que quedaban camuflados en estas primeras fases de la revolución. Así, el individuo liberado por la izquierda de la opresión del antiguo régimen, se queda expuesto a los verdadero vencedores de la revolución: los liberales, los propietarios, que a partir de la disolución de las castas aristocráticas se encontraron con las manos libres para desplegar toda la capacidad de desarrollo que la conjunción de capital y ciencia podía propiciar. Esta disolución de las fronteras de las clases sociales hasta llegar al ciudadano es el modelo que conduce al Imperio napoleónico que trata de eliminar las fronteras entre naciones. Labor que se lleva a cabo desde un proceso, paradójicamente, fundador de la Nación de ciudadanos unidos por un concepto de autoestima adanista.
Bueno considera que la Nación nace en el proceso revolucionario y no es consecuencia de la existencia de un ser humano libre dotado de lenguaje y capaz de contratar con otros. No hay un género humano del que proclamar sus derechos antes de que exista la república que los define y acoge. La izquierda revolucionaria francesa inventa la Nación y con ella libera todos los lazos comunitarios dejando al ciudadano ante la frialdad del capitalismo. La libertad y la igualdad son proclamas vanas y la fraternidad una invitación a la lucha de clases. La atomización de la ciudadanía quedó oculta en la audacia de la destrucción de la aristocracia. Bueno le atribuye a la izquierda el mérito de la destrucción del Antiguo Régimen frente a la resistencia de la derecha monárquica, pero, a partir de ese momento se le acaba el fuelle porque se vuelve utópica en su pretensión de superar a la criatura que acababa de crear: la burguesía. Por eso le niega incluso su carácter de progresista, pues no considera progreso a los planteamientos irrealizables, lo que incluye la pretensión nihilista de la destrucción, no ya de un orden para sustituirlo por otro, sino la destrucción de todo orden. Niega Bueno que se pueda postular la dignidad de la izquierda como soporte de un indefinido bien genérico de la humanidad. Insiste en la necesidad de parametrizar ese progreso para que se pueda medir si realmente hay avances o retrocesos con sus políticas. También encuentra Bueno una falla en la pretensión de la izquierda de unir fraternalmente a sus seguidores más allá de las fronteras. Como pusieron de manifiesto los conflictos internacionales del siglo XX, los obreros franceses y alemanes estaban más cerca de sus connacionales burgueses que de sus correligionarios del otro lado de la trinchera.
Una vez establecida la existencia de varias izquierdas, se dedica a la búsqueda de un criterio para distinguir entre ellas. Y lo encuentra en la relación con el estado. De esta forma, encuentra la primera gran división entre izquierdas: definidas (aquellas en las que está clara la relación con el estado) e indefinidas (aquellas que son identificadas, pero que tiene escasa o nula relación con las funciones de un estado). Más bien son consideradas de izquierdas en la medida en que ejercer algún tipo de negación respecto de las posiciones más conservadoras. Es el caso de las corrientes de vanguardia en el arte que, por analogía de la oposición de la izquierda política a la derecha, desafían a los modos académicos de expresión artística. Lo que no siempre es verdad, pues no pocas veces, las posiciones de derechas asimilan, aunque sea tardíamente, las propuestas atrevidas del arte.
LAS IZQUIERDAS DEFINIDAS
La primera generación de izquierdas definidas es la llamada por Bueno «prístina = originaria». Es la que destruye en la Revolución Francesa los órganos medievales de «Nobles» y «Clero» para dejar al ciudadano individual como fundamento de la república y sujeto de derechos universales. Su eco resuena en los partidos de centro de las actuales democracias en tanto que laicos y republicanos en el marco del liberalismo económico. En España esta corriente original estaría representada por los «afrancesados» y su influencia en la resistencia a la restauración de los Borbones de la corona española. Curiosamente la Constitución liberal se redacta en Cádiz, mientras se resisten los bombardeos del ejército francés, al colisionar el bonapartismo imperialista con el nacionalismo de los liberales españoles. Es el liberalismo español una izquierda de segunda generación que se definían en sus tímidos avances frente a la reacción carlista y clerical. Un izquierdismo tibio por contraste que duró hasta los tiempos de la segunda república española, en que fueron arrollados por el ímpetu de las izquierdas socialistas y comunistas, que los consideraba izquierda burguesa Una situación en el espectro político que ha cambiado actualmente en que son considerados de derechas desde la posición de monopolio de la izquierda de las generaciones posteriores en la taxonomía de Bueno.
La tercera generación de izquierdas la sitúa Bueno en el anarquismo o libertarismo. Y lo hace a pesar de las declaraciones de los propios anarquistas. Bueno cree que si el criterio que permite establecer la condición de izquierda definida es su actitud ante el estado, la negación de todo estado es una forma de relacionarse con él. Añádase a esto el que la negación como fundamento de la acción es propia de la izquierda, que en el caso de los anarquista se da en grado máximo. Es un grito individualista que debería conectar con el libertarismo económico, pero no lo hace porque éstos rechazan al estado político, pero no al «estado» económico. Las palabras de Durruti «el individuo que vota anula la confianza en sí mismo, porque delega su personalidad en una segunda persona» pueden ser entendidas por un liberal que reclama absoluta libertad de acción sin intervención de intermediario alguno (para hacer sus negocios).
La socialdemocracia constituye, para Bueno, la cuarta generación de izquierdas. La considera de inspiración marxista pero con una fuerte tendencia a desprenderse de ese legado para conectar, en otro tiempo, con el establecimiento de un Estado capaz de armonizar el libre comercio con la distribución de la renta y la riqueza a base de buenos servicios públicos de educación, sanidad y pensiones. La disminución o destrucción del estado es vista, por tanto, por el socialismo como irracional y regresiva, aunque hace tiempo que renunciaron al avenimiento mecánico de una sociedad socialista en base a las premisas «científicas» del materialismo histórico. Por tanto renuncia a la paradoja de esperar la llegada de la parusía social, como resultado de una evolución mecánica del estado burgués, y el hecho de forzar esta meta mediante la violencia desestructurada u organizada (una guerra civil). Igualmente se modera la pretensión de fraternidad internacional entre estados ante el fracaso de la hermandad de clase en las guerras mundiales. Una paradoja que resurge de nuevo ante la globalización y sus consecuencias de unión necesaria y desunión por temor. Un tipo de izquierda a la que se reprocha correr el riesgo de confundirse con la derecha con la que no mantendría más diferencia que las de carácter técnico. Reproche que es simétrico, pues la derecha, en ese clima de convivencia pacífica, también se ve obligada a mantener estructuras sociales más propias de las pretensiones de la izquierda.
El comunismo es presentado por Bueno como la quinta generación de la izquierda. Una versión de la izquierda que paradójicamente rechaza ser una izquierda, mientras todo el universo político la considera el paradigma de la izquierda. Dado todo lo que se ha escrito sobre esta versión de la izquierda es ocioso repetirlo a aquí. En todo caso, es una izquierda estatalistas hasta el extremo de no dejar espacio alguno a la actividad privada. Una izquierda que en el caso soviético se emparejó con las derechas extremas en el uso del crimen como herramienta de gobierno. En un caso para acabar con adversarios y, en el otro, para acabar con «equivocados».
IZQUIERDAS INDEFINIDAS
Me parece una aportación del libro de Bueno la idea de las izquierdas indefinidas. Concepto con el que pone algo de orden en las reflexiones sobre qué pensar de algunas actitudes que, sin tener influencia directa en el ejercicio del poder, lo orbitan porque les resultan más o menos afines. Son grupos privados como escritores, sociales como clubes o públicos como los departamentos universitarios que se consideran de izquierdas o son considerados de izquierdas por lo que se posicionan enfrente de las políticas o acciones que consideran de derechas. Bueno encuentra en este mundo confuso tres tipos de izquierdas: la extravagante, la divagante y la fundamentalista que tiene un sentido mixto.
La opción extravagante estaría compuesta por actores situados en campos específicos como el arte, la ciencia, la religión o la filosofía. Actores que practicarían su especialidad tiñendola de izquierdismo. Así se hablaría de una física de izquierdas (Einstein o Planck). lo que resulta claramente extravagante. No aclara Bueno si considera que tan confusión procede de los propios físicos nombrados o de los que practican una física de «derechas». La única explicación a este disparate podría estar, muy cogida por los pelos, en el carácter especulativo de la física que practicaron en contraste con la física experimental que practicaban sus «oponentes». Es cierto que el régimen nazi rechazó por corrupto el arte abstracto y la ciencia «judía», lo que le daría una aroma trasgresor a uno y otra frente a la peor versión de la derecha que representaba el régimen nazi, pero ni el arte, ni la ciencia son de izquierdas o derechas, aunque el autor se considere simpatizante o militante de esta visión. Heisenberg era un físico teórico y Matisse un pintor trasgresor y no se consideraban de izquierdas precisamente. En el ámbito de la biología no hay creacionistas relevantes, pero todos los demás (los evolucionistas) se reparten entre las dos facciones. Si alguien considera que ser evolucionista es ser de izquierdas porque en el siglo XIX se opusieron a Darwin los más reaccionarios, incluida las iglesias anglicanas y católicas, debe saber que desde estas posiciones científicas se está poniendo en cuestión la más querida teoría de la izquierda: la plasticidad de la naturaleza humana. En el terreno religioso, Bueno considera una extravagancia que un religioso sea revolucionario en el sentido que lo fue, por ejemplo, Ernesto Cardenal. De una forma un tanto confusa, Bueno relaciona la extravagancia ideológica de izquierdas con el desborda miento del estado que suponen la Organizaciones No Gubernamentales en sus propósitos de ocuparse de los más desfavorecidos. No parecen gustarle e ironiza con la existencia de unos ficticios «aduaneros sin fronteras».
La opción divagante estaría formada por aquellos que comienzan su posicionamiento ideológico en alguna de las alternativas de izquierdas definidas y, oprimidos por los límites de la acción política, vagan hacia otras posiciones de carácter moral, filosófico o artístico. En esta divagación se caminaría desde posiciones definidas a otras de carácter vago, cultural o ético de una supuesta mayor altura moral, camino de una plataforma de izquierdas eterna e inatacable. Serían gente sin compromiso político efectivo, pero siempre dispuestos al juicio de los actos de otros.
Finalmente, la opción fundamentalista se refieren a una suerte de mezcla entre las dos anteriores que produciría una ideología difusa que afirmaría que la izquierda es siempre la misma. En consecuencia esta mismidad puede ser concretada en valores que deben ser transmitidos a la juventud y al pueblo en general. Supongo que aquí Bueno se está refiriendo a la pretensión de que la «educación para la ciudadanía» forme parte del curriculum obligatorio en la formación primaria y secundaria. Esta izquierda propone el multiculturalismo, la abolición de la pena de muerte, la eutanasia, el ecologismo y se posiciona como agnóstica aunque, ironiza, se interesa también por la vida extraterrestre. En resumen, cree que estas posiciones de izquierda indefinida se podrían consideran semejantes al neoplatonismo de la época helenística.
Bueno da tres ejemplos de izquierdas indefinidas: la Revista de la Nueva Izquierda, el Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas y la deriva de estas posiciones hacia la ética con desprecio de la política. La primera propondría la huída hacia la mirada crítica exenta de compromiso político ante la desaparición del comunismo y la evolución de la socialdemocracia hacia el liberalismo; la segunda es una postura de supuestos intelectuales que, sin representar a nadie, asumen el papel de conductores en nombre de la razón, la cultura o el pensamiento. En ella se encuadran actores, artistas, escritores o profesores. Bueno los fustiga al considerar la futilidad de su pretensión de hacer valer la crítica al poder como una posición legítima, cuando es una posición mentalista e idealista. Bueno los considera extrañamente complacientes con el terrorismo y a sus firmantes tontos o descuidados. Finalmente Bueno se enreda en una trifulca contra el buenismo de la izquierda relacionado con las penas de cárcel o muerte. Considera que la izquierda abusa en su pretensión de atribuirse el abolicionismo de las ejecuciones cuando al menos tres de los tipos de izquierdas que él ha definido han sido claramente «ejecucionistas» (la URSS, China, el anarquismo). Por otra parte ironiza con la postura la política de reinserción social de la socialdemocracia sugiriendo que, al igual que ocurre con un enfermo, el preso debe ser sacado de la cárcel en cuanto esté «sano», es decir se haya «arrepentido» tras los «masajes» y terapias oportunos. Considera que el abolicionismo tiene origen en los juristas alemanes asustados por los crímenes nazis, pero que es un gesto romántico y agnóstico que se contradice con el argumento de la defensa propia (a la que nadie se opone). Bueno argumenta a favor de la pena de muerte, no por venganza, sino por la incoherencia que supone mantener vivo a un ser horrendo incompatible con la vida social y, curiosamente, incompatible también con el principio de libertad para matar o no con la que cuenta el criminal. Según él «hay que impedir» que un criminal se rehabilite porque ello implica que «si Dios no existe, todo está permitido».
Acaba el libro Bueno, que parece evidente que no simpatiza con «la» ni con «las» izquierdas, con un repaso de la situación actual en España y dice cosas interesantes, como la perplejidad que produce en estas facciones políticas la ecualización (neologismo de Bueno) o igualaciòn de las políticas posibles de izquierda y derecha en el marco democrático. Una perplejidad que lleva a la izquierda a buscar factores diferenciadores en cuestiones que se engloban en el concepto, erróneo para Bueno, de la Memoria Histórica. Una búsqueda artificial de la reconstrucción de la historia a partir del 14 de abril de 1931. Reconstrucción disfrazada de registro objetivo que olvida la rebelión de izquierdas de 1934 en Asturias y condena la rebelión de derechas de 1936 en Marruecos. Una estrategia que aglutina a la izquierda y provoca en la derecha reacciones puntuales de carácter tardofranquista que es aireada convenientemente. Si al principio decíamos que Bueno considera que se hace filosofía contra alguien, en la medida que este libro está escrito por un filósofo está escrito contra el género izquierda porque así se los pide, no la razón, si no su postura vital. Pero hay que reconocer que lo hace con instrumentos analíticos que desvelan interesantísimos matices que merecen ser estudiados e, incluso, aplicados, en las reflexiones que se hagan desde la izquierda misma.
La sexta generación de la izquierda está constituída para Bueno en la versión asiática del comunismo. Versión en la que ve diferencias con el socialismo democrático y el comunismo soviético en base a las condiciones sociales y políticas de partida. En el caso chino, eran unas condiciones muy diferentes por ser una sociedad agrícola y con fuerte rechazo a las culturas extranjeras (véase al guerra de los Boxer). Es una izquierda que hipertrofia el Estado hasta el punto de que, aún con el reconocimiento del fracaso de la planificación económica y la aceptación de la libre empresa, se ha mantenido mediante una dirección centralizada de la libertad económica. Lo que no es otra cosa que la garantía de la pervivencia de las élites comunistas en un estado con renovación cooptada, antes que con la participación democrática de los ciudadanos.
En resumen, de las izquierdas definidas sólo queda en pié la originaria en los liberales políticos actuales y la vacilante socialdemocracia. La primera ha quedado desplazada hacia la derecha desde el momento en que la desaparición de la derecha contra la que surgió (la monarquía barroca) agota la capacidad de negación que caracteriza a la izquierda, mientras que, al tiempo, se ha consolidado el atomismo del ciudadano que postulaba en su origen, creando las condiciones para la nueva explotación. En cuanto a la socialdemocracia, se encuentra en un momento complejo, pues, si su mejor momento estuvo posibilitado por la hipertrofia del liberalismo económico, el alto grado de igualdad económica alcanzado en los países de Occidente, la ha hecho perder el filo de sus armas ideológicas. Sin embargo, en la actualidad le surgen nuevas oportunidades una vez que ha caducado el período de bonanza económica generalizado al llegar una nueva generación de explotadores apoyados en el argumento demográfico y tecnológico, y en el argumento económico del exceso de deuda. Deuda que compromete a las siguientes generaciones y exige, según sus voceros, altos grados de austeridad. Lo que representa una oportunidad para una nueva izquierda no utopista capaz de recrear el éxito de los años cuarenta del siglo XX. Un éxito que, ahora tiene que basarse en la generalización del bienestar esencial (educación, sanidad, pensiones), el goce virtual y las grandes inversiones públicas para afrontar los graves problemas de migración y medioambientales.
Los caminos de la derecha y las izquierdas se cruzan en las democracia en el punto llamado «centro», lo que es consecuencia de la necesidad de atender las pulsiones de los electores, pero pronto divergen si la derecha percibe que se toca su núcleo constitutivo, como es la propiedad y la familia con su correlato la herencia. Así la izquierda si asume estas suposiciones deja de ser revolucionaria y tiene que ocuparse de las cuestiones éticas. Tal parece que cuando la derecha se acantona en la libertad económica como mecanismo generador de propiedad, le deja a la izquierda las banderas de la libertad política y la llamada justicia social. Es decir cuando la derecha ve peligrar la propiedad se vuelve autoritaria, si no directamente totalitaria deslizándose hacia los mitos de la Dios, Patria y Rey. La convivencia se hace posible cuando ambas se centran, renunciando la derecha a la imposición de su régimen de distribución de la propiedad y la herencia siempre que la izquierda se limite a la administración de los aspectos sociales y éticos (formas de familia, aborto, eutanasia), por mucho que perturben a las facciones más extremas. La izquierda centrada, por su parte, renuncia a la revolución expropiadora inmediata, por mucho que perturbe a sus facciones extremistas. Así transvestidas ambas, cuando intercambian el poder mediante sofisticadas operaciones de seducción del elector, respetan los programas del adversario dentro de límites tolerables. Esto explica que la derecha pruebe a reducir el estado del bienestar, pero no se atreva a desmontarlo y la izquierda gaste con más prodigalidad, pero no se atreva a subvertir el sistema económico.
CONCLUSIONES PROPIAS
La mayoría de la gente que se considera de izquierdas no pasa de practicar la bonhomía con sus congéneres y recabar políticas compasivas con los menos favorecidos por las refriegas sociales. Se considera moralmente superior al sujeto de derechas porque éste pone su bienestar por delante de cualquier política social que pueda obligar la estado a recabar nuevos impuestos sobre la riqueza y las rentas. La persona de derechas dejan la justicia para un fantasmal reino más allá de la muerte y prometen corregirse en el confesionario porque la verdadera rendición de cuentas está lejos. La persona que se considera de izquierdas está resentida con la riqueza de otros y el que se considera de derechas está resentida con el gasto que no vaya acompañado de esfuerzo, incluso cuando la persona no ofrece su trabajo por ausencia de puestos laborales. La persona de izquierda odia la ociosidad del rico y la de derechas la ociosidad del pobre.
Si para diferenciar a la izquierda de la derecha se usa el criterio de actitud ante el cambio (eje mutacional), serían de derechas los conservadores y de izquierdas los progresistas, incluidos los liberales. Pero, si se usa como criterio la actitud ante la igualdad o la libertad económica (eje económico), serían de derechas conservadores y liberales y de izquierdas los colectivistas igualitarios. Si se usa como criterio la actitud ante la religión (eje teleológico), serían de derechas los conservadores que creen que creen en los dogmas religiosos, incluida la creación divina y la vida tras la muerte. Actitud que explica el porqué transfieren las compensaciones a un lejano juicio final, y serían de izquierdas los colectivistas y los liberales, que renuncian a la vida eterna, según prueban sus hechos: los unos exigiendo igualdad y justicia ya, y los otros invirtiendo grandes cantidades de dinero en soluciones para el envejecimiento además de ser ambos partidarios de la eutanasia y el aborto. Si se aplica el criterio de la actitud ante la razón (eje racional), serían de derechas los «irracionales», aquellos que no confían en el uso de la razón como fuerza transformadora inmediata, sino como resultado de largos procesos de ensayo y error; y serían de izquierdas aquellos cuya fe en la razón los impulsa a cambios rápidos, incluso traumáticos, de las estructuras sociales.
Respecto de la tesis de Bueno de que sólo hay una derecha, creo que se puede discutir, incluso siguiendo su propio criterio de relación con el estado, pues todas han gobernado con formas características y diferenciadoras de ejercicio del poder a lo largo de la historia. Así:
- Una derecha teocrática que basa todo su ideario en la legitimidad divina de la autoridad mundana. Esquema que afecta tanto al Rey como al Papa o los Ayatollah.
- Una derecha monárquica que, aún cuando se haya desprendido del carácter teológico de la autoridad, mantiene la primacía de los supuestamente mejores por herencia para la dirección de la nación y que se materializó históricamente en las principales naciones del mundo occidental con las monarquías constitucionales. Así, el Reino Unido de la reina Isabel II o la España de Felipe VI
- Una derecha supremacista y totalitaria que afirma la primacía de unas razas sobre otras y ejerce el terror como arma de poder. Así el nazismo alemán
- Una derecha economicistas que abomina del estado como planificador y cree que el mundo puede ser gobernado por grandes corporaciones y la audacia individual. Ha tomado forma en países como Estados Unidos y cuenta con la prevalencia de las grandes empresas tecnológicas actuales.
Derechas que tienen en común el carácter elitista, de gobierno de los «mejores» o «más preparados» frente a las masas. Derechas que no surgen sólo de la oposición a las izquierdas política nacida en el siglo XIX sino de fuentes independientes de legitimidad del poder como Dios, el Rey, la Raza y el Dinero. Focos todos ellos de ideología excluyentes que ven en los desarrollos de las izquierdas un peligro por su carácter laico, republicano y tanto racial como económicamente igualitario.
Bueno sabe, como sé yo, que el ser humano tiene una pulsión de libertad que lo liberó de la opresión en el siglo XVIII y una pulsión de igualdad que le permita hacer lo que ve que pueden hacer los demás, lo que tomó forma política a mediados del siglo XIX. La degradación de la libertad es permitir que, en su nombre ,la mayoría de la humanidad pase necesidades y la degradación de la igualdad es pretender que, en su nombre, cualquier beneficio se reparta sin atender ni al esfuerzo ni al talento. Del equilibrio entre ambas puede llegar el acuerdo y por mucho que Bueno prefiera no pensarlo hay una distribución de la población mundial casi mitad por mitad, como ocurre con el sexo, entre esas dos pulsiones; de modo que, en vez de convivir armoniosamente en cada uno de nosotros, lo hace con más o menos pureza en individuos aislados. La Evolución «sabrá» porqué; por qué creó dos sexos para la reproducción en vez de un sólo ser andrógino y por qué creó dos posiciones basales para la acción en vez de un ser moralmente equilibrado. A la pulsión patológica de libertad hoy la llamamos libertarismo y a la pulsión patológica de igualdad la llamamos comunismo. Los libertarios tuvieron su antecedente en los liberales que protagonizaron la Revolución Francesa liberando al hombre de las cadenas casi físicas y sus descendientes en los actuales neoliberales; con antelación las ansias de libertad se traducían en motines estériles (como en el caso de Espartaco). Los comunistas, por su parte, tuvieron sus antecedentes en los motines de campesinos (como en tiempos de Lutero) y sus descendientes en la socialdemocracia que transigió con la libertad económica, combatió la opresión política y generó el estado del bienestar. De la fusión de ambas corrientes depende nuestro futuro en tiempos en los que la energía del libertarismo y el desfallecimiento de la socialdemocracia nos conduce a entregar nuestro futuro a la lógica algorítmica de la Inteligencia Artificial sin mecanismo de control humanístico alguno.