Este artículo sólo tiene el propósito de reunir de forma breve las ideas más potentes de los trabajos de Yuval Noah Harari, un historiador israelí que surgió con fuerza en 2011 en Israel y definitivamente en 2014 para el resto del mundo con la publicación en inglés de su libro Sapiens A Brief History of Mankind. En este libro, como en los sucesivos, proporciona unas ideas que, no por conocidas, dejan de tener cierto interés en la forma en que él las presenta. Estas ideas son:
- El homo sapiens, que no partía de una posición prevalente en el orden biológico, consiguió llegar a la cumbre de la pirámide animal.
- Esta prevalencia fue conseguida por una mutación que le proporcionó habilidades cognitivas que le daban ventaja sobre el resto de la cadena biológica.
- La ventaja cognitiva fundamental es la de poder pensar y hablar, no sólo del presente, sino del pasado y el futuro. Es decir, la capacidad de crear ficciones.
- Esta capacidad le permitía planificar con anticipación en base a la experiencia y, así, ganar las batallas por la supervivencia.
- Esta capacidad también le permitió superar la capacidad de los insectos de cooperar en gran número, pero de forma rígida e inamovible y superar la capacidad del resto de los animales, que podían agruparse de forma flexible (cambiando de cooperadores), pero en pequeño número y con conocimiento directo de sus congéneres excluyendo a los extraños.
- El sapiens consiguió con sus ficciones agrupar a miles de congéneres en torno a una sóla idea, pudiendo cambiar los individuos y mantener el argumento inmutable, generación tras generación, como ocurre con la idea de nación o la de religión.
- Las ficciones son abrazadas por grupos numerosos, pero no por la totalidad de la humanidad, con la excepción del dinero: una ficción basada en la confianza en la que se intercambian mercancías por monedas (que pueden ser falsas) o billetes que no tiene valor material equivalente.
- Las diferencias entre ficciones y las luchas a las que conducen han llegado hasta nuestros días en forma de disputas por los sistemas económicos, políticos o religiosos. De hecho, el ser humano es raro que pueda ser funcional sin una ficción de referencia, aunque sea la ficción de que no se cree ninguna de ellas.
Como se ve, la idea de ficción es equivalente a teoría y, si se quiere dar un sentido peyorativo, a la de ideología. Siempre se ha dicho que la superioridad del ser humano sobre el resto de la naturaleza procedía de su capacidad de teorizar. Cuando las teorías son sometidas a prueba experimental y salen incólumes hablamos de teorías científicas, y cuando no pueden ser sometidas a prueba experimental hablamos de dogmas, religiosos fundamentalmente.
Harari va más allá y piensa que el humanismo es una etapa de la humanidad en la se ha proyectado una idea tan potente de las capacidades del individuo que todo el período de la modernidad, que empieza en el Renacimiento hasta nuestros días, ha sido una fase en la que las ficciones y sus secuelas prácticas se han construído exclusivamente sobre la base del individuo. Así:
- La religión luterana, surgida en la misma época (siglo XVI) se basa en que sólo el individuo puede interpretar los textos sagrados y buscar su salvación sin jerarquía eclesiástica alguna.
- La democracia moderna se basa en el conocimiento del individuo al votar. No hay poder de sabios o prudentes que suplante a la voluntad popular.
- El sistema económico capitalista se basa en la idea de que «el cliente tiene la razón». Por eso se considera al precio en el mercado el mejor indicador de las preferencias individuales de los consumidores.
- El arte moderno se ha rendido a la evidencia de que no hay un patrón de belleza y casi ha renunciado a ésta para que sea el gusto personal el que esté detrás del juicio estético.
- La Universidad moderna persigue el objetivo de que el alumno «piense por sí mismo» y no siga consignas de supuestos centros esotéricos de sabiduría.
Sin embargo, de acuerdo a las más modernas teorías sobre la voluntad, cuando creemos estar tomando una decisión libre y conscientemente, en realidad estamos siendo conducidos por un cálculo de probabilidades realizado por «nuestro cuerpo» a tal velocidad que no la percibimos nada más que como un «sentimiento». El sentimiento de hacer ejercido la voluntad libre sería la cara fenomenológica de nuestros cálculos internos en base a algoritmos construidos con las experiencias previas registradas del comportamiento del mundo exterior y las capacidades propias de nuestro mundo interior (corporal y mental). Estos cálculos internos, y no percibidos, equivaldrían al papel que juegan las ondas luminosas. En un caso la actividad de nuestro cerebro se traduce en sentimientos de ejercicio de la voluntad y, en el otro, la ondas se nos aparecen a la conciencia como sonidos y colores.
Aquí resuena Descartes con su radical confianza en el Cogito, que duda de toda autoridad externa para fundar el conocimiento en el individuo y sus procesos mentales. Harari dice, que los poderosos algoritmos creados por la Inteligencia Artificial combinada con la acumulación de datos sobre todo tipo de acontecimientos humanos y comportamientos individuales, a través de las redes sociales y los dispositivos inteligentes a los que nos exponemos, van a acabar sustituyendo al ser humano en las decisiones políticas y económicas importantes. Algoritmos que se van realimentando continuamente, por lo que no sería necesaria la gente para tomar decisiones políticas en elecciones, ni para decidir qué productos tendrían éxito en el mercado. La consecuencia serían regímenes como la actual China, que ha decidido ir directamente a una tiranía, más que ilustrada, hiper informada, sin pasar por la democracia basada en las decisiones de los individuos. De esta forma, la visión de Descartes de los animales como autómatas, se trasladaría a los seres humanos, pues podríamos ser dirigidos desde fuera, sin que nuestros procesos mentales tuvieran relevancia; una especie de conductismo a la inversa. Esta es la razón por la que Hariri propone crear una nueva religión (otra ficción), dado que las tradicionales, animistas o del Libro, no tiene respuesta para esta situación. Propuesta que no sé si con intención humorística traslada al Silicon Valley.
El momento que vivimos es especialmente crítico porque, como se ha podido comprobar en los últimos referendos celebrados en el mundo, la gente tenemos cierta tendencia al nihilismo, a despeñarnos, cuando se nos pregunta en un ambiente intoxicado con el peor de los miedos: el que representan «los otros». Situación que se agrava por la brusca utilización de la mentira como instrumento de consecución del poder, lo que se agrava con las redes sociales y nuestra tendencia a aceptar todo lo que encaja en nuestros patrones previos. Sea como sea, siempre cabe la esperanza de que el ser humano, como ha ocurrido antes, se rebele cuando la distorsión de la vida y la verdad sea tan grosera que ni el más distraído puede evadir su responsabilidad.
DISCUSIÓN PARTICULAR
En su libro Hariri hace una original interpretación de la Constitución de los Estados Unidos que dice:
«Declaramos como evidentes las siguientes verdades: que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su creador con ciertos derechos inalienables, que entre ellos están la vida, la libertad y la persecución de la felicidad».
Los padres fundadores pensaban seriamente que si todos aceptan estos principios será posible la cooperación, la vida segura y pacífica en una sociedad próspera. En Babilonia, más de dos mil años antes, el Código de Hammurabi declaraba:
«Sabemos que los superiores, los comunes y los esclavos no son inherentemente de diferente clase de gente. Pero, si creemos que lo son, estaremos capacitados para crear una sociedad estable y próspera»
Entre los dos textos hay un diferencia: el antiguo cree pragmáticamente que es mejor imponer la desigualdad, mientras que el moderno se fija, a través de los derechos, restituir la igualdad. Uno instituye la desigualdad proponiendo fingir que no hay igualdad y el otro la persigue formalmente. Harari cree que, desde este punto de vista, los dos códigos están equivocados pues sus planteamiento sobre la igualdad sólo existen en la imaginación de los legisladores. Él cree que la igualdad es un mito, pues no existe fuera de la imaginación del ser humano. Un mito procedente de la religión cristiana, cuyo fundamento es la creación del alma por parte de Dios. Es decir, la igualdad no tiene cabida en el plano biológico, donde cada uno está dotado de un paquete genético diferencial y está sometido a diferentes influencias ambientales y mutaciones que cambian sus características. Diferencias que habilitan para la lucha por la supervivencia en un proceso carente de diseño y propósito. En consecuencia no hay nada parecido a los derechos en la biología y, además, las mutaciones modifican y, por tanto no es posible que los derechos sean «inalienables», es decir ser traspasados a otro titular. Tampoco hay nada parecido a lo que llamamos libertad, pues es otra creación de la imaginación humana. Harari llega a decir que no tiene sentido decir que un ser humano es libre en una democracia y no lo es en una dictadura. Finalmente considera otro producto de la imaginación a la felicidad, pues sólo el placer puede ser objetivamente medido. En resumen: la igualdad, los derechos, la libertad y la felicidad son mitos humano sin fundamento en la biología. Es decir, habría que decir provocativamente que el ser humano tiene que prescindir de la biología para construir su específico modo de vida, pues la igualdad, la libertad, los derechos y como epítome, la felicidad constituyen el corazón de esa vida. O, lo que es lo mismo, dejemos de fingir que creemos que estas cosas tienen fundamento natural y asumamos su condición de artificios que pueden desplomarse en cuanto la gente deje de creer en ellas. Este carácter convencional explicaría, según Hariri, la existencia de las fuerzas armadas que no tienen otro objetivo que mantener la ficción ante los marginales que las violan. Pues, si la falta de fe en ellas es generalizada, el cambio es inevitable. Harari no cree en el cinismo de la élites o de los portadores de las bayonetas; al contrario cree que, sin perjuicio de casos extremos, una sociedad sólo puede mantenerse si, tanto las élites como sus servidores y pueblo, creen mayoritariamente en los fundamentos del sistema que los rige. También reconoce que cambiar de opinión no es tan difícil como podría pensarse y que una mejor ficción puede suplantar a la que regía hasta un determinado momento.
Está claro que la idea básica de Harari es que los conceptos que él clasifica como ficciones, son convencionales y, por tanto, sustituibles. Siendo esto verdad para los sistemas sociales históricamente concretos, no es verdad que los conceptos de igualdad, libertad, derechos y felicidad tengan ese mismo carácter. Muy al contrario, creo que estos conceptos y las «realidades» a las que señalan son la clave de todos los esfuerzos de imaginación y, por tanto, de todas las ficciones que el ser humano lleva a cabo. Las ficciones políticas y sociales van y vienen, pero todas orbitan alrededor de estos conceptos, tanto para su logro, como para su represión. Digo represión y no supresión, porque no pueden ser abolidos dado que constituyen la cara fenomenológica de fenómenos biológicos, si no físicos, que subyace. Sirva de símil la dualidad onda-color. La onda subyace como fenómeno objetivo y medible, pero el ser humano no puede evitar ver colores o escuchar sonidos. Ni ve ni escucha ondas. Y ni a Hariri se le ocurriría llamar a la onda realidad y a los colores ficción. La igualdad, la libertad, los derechos y, por supuesto la felicidad son los colores de la vida específicamente humana y el gran trabajo consiste en cómo armonizarlas si que se dañen mutuamente. etiv
Respecto de la igualdad, creo los que la combaten olvidan que la diferencias que exhibe el proceso evolutivo en los rasgos de los seres humano lo son como parte de una población entorno a cuya media se agrupan la mayoría de los sapiens. Es decir las diferencias para una especie determinada son variaciones en torno a un núcleo fuerte de igualdad biológica sustancial basado en el ADN. Otra cosa será cuando el sapiens evoluciones a otras especie estable en sus características, lo que está por ver, una vez que, parece que ha tomado el control de la evolución propia (con todos los riesgos que esto supone. Las variaciones permiten modular qué se entiende por igualdad, que no puede ser uniformidad, sino que el reconocimiento del núcleo común y, al tiempo de las diferencias individuales. La igualdad de base fundamenta los derechos sociales y políticos y las diferencias individuales fundamentan el mérito en función de la aportación a la sociedad. Méritos cuya recompensa liberales y socialistas discuten continuamente, pues es una cuestión crucial. Una solución de equilibrio es que los beneficios del esfuerzo social, una vez pagados los méritos, vayan a servicios y proyectos de interés general, en vez de a gastos suntuosos completamente inútiles. En cuanto a las diferencias (raciales o culturales o de género) que surgen en torno a valor medio de la combinación genética-ambiental, son origen de conflictos gravísimos que cederán, en su componente cainita, ante la herencia común del sapiens, pero se mantendrán, en su componente constructivo, en la medida que sean el soporte de la estructura psicológica de los individuos junto con la armonía de la formación del sujeto en el seno familiar. Del mismo modo que la diferencias biológica de sexos no impide la igualdad de géneros, las diferencias de rasgos en un mismo sexo, no avalan en trato discriminatorio. Pero, además, en ambos casos, hay una igualdad basal indiscutible en el corazón de la constitución genética de nuestra especie que nos diferencia de otras.
Respecto de la libertad, creo que también emerge en la conciencia humana apoyada en la muy biológica capacidad de los seres de la cadena evolutiva de aumentar las probabilidades de sobrevivir a medida que su cerebro era capaz de percibir más opciones y elegir entre ellas de forma competente. La libertad viene en el paquete biológico, aunque se nos aparece como un fenómeno mental, lo que puede hacernos creer que es una convención inducida por el mito predominante. Y sí, el hombre se siente más libre en una democracia que en una dictadura, aunque sea consciente de las limitaciones que cualquier sistema le impone.
Respecto de la felicidad, creo que tiene soporte en la biología y es el fenómeno que resume el estado general de cuerpo y la mente cuando las aspiraciones, igualmente con fundamento biológico, de placer, seguridad física y psicológica, reputación y dominio sobre la realidad material próxima son satisfechas. La felicidad no es una construcción de la imaginación humana, es una reacción del cuerpo que involucra a hormonas generadoras de estados de calma o excitación y todo el sistema nervioso conductor del estado de salud de los órganos. Obviamente, contribuye a la felicidad humana que las ficciones asumidas por el sujeto tengan grados de verosimilitud.
Respecto de los derechos, creo, son la expresión simbólica de los tres conceptos naturales anteriores. Por eso se sitúa a medio camino de lo natural y lo ficcional. Por tanto, si el hombre es sustancialmente igual y recibe impulsos naturales para ser libre, es perfectamente natural que la especie sapiens lo objetive en forma simbólica para señalar a las ficciones sociales y políticas el camino a seguir.
La igualdad y la libertad, así como la felicidad, son emisiones naturales complejas que reverberan en la conciencia, donde producen efectos contradictorios por sí mismas y por su entrelazamiento. Por ejemplo: la igualdad se expresa como exigencia de reconocimiento en un plan de igualdad por los otros, lo que inmediatamente puede llevar a su contrario, la diferenciación respecto de los otros, lo que lleva a la desigualdad. En ambos casos sus versiones patológicas llevan, respectivamente, a la exigencia de igualdad dónde se requiere el mérito o a la exigencia de diferenciación donde es obligada la igualdad. En todas las situaciones que provoca la igualdad está implicada la libertad, que no puede ejercerse donde predomina la uniformidad, pero que puede sacrificar la igualdad debida cuando se exacerba como un atributo individual sin límites. La felicidad, como deudora de la igualdad y la libertad es resultado de la conjunción de las versiones positivas de ambas. Es decir, recibir reconocimiento de los demás en forma respeto y medios para la vida, sentir la libertad para la creación sin exigencia de recompensa desproporcionada, además de experimentar la salud orgánica y psíquica posible.
Es decir, creo que se debe extraer del paquete de ficciones a estos cuatro conceptos, porque responden a una realidad que llamaremos más que biológica, que lo es, natural. Porque lo que le ocurre al hombre es tan natural como lo que sea específico del ámbito biológico. Y así dejar el concepto de mito o ficción para las construcciones socio-políticas de mayor complejidad que el hombre crea para, precisamente, conseguir una armoniosa relación entre estos tres objetivos y su articulación para su logro. Ficciones éstas que están sometidas al desgaste de su capacidad de lograr la satisfacción de la tríada de objetivos vitales que la naturaleza exige (igualdad, libertad, felicidad). Por supuesto que, si el sapiens evoluciona a otra especie o es sustituida, desaparecerá con él este núcleo de rasgos esenciales, aunque sospecho de cierta tozudez en su naturaleza que llevaría su fundamento más atrás en la evolución, pero eso sería un abuso categorial.
Estos cuatro conceptos que Harari incluye en el paquete de las ficciones no pueden, por otra parte, acabar muriendo en la playa de los fenómenos físicos o biológicos, sino adquiriendo realmente el estatuto de realidades de nuestro cerebro que dotan a nuestra mente de su verdadero poder y a la vida de significado armonizando nuestro auto conocimiento con el conocimiento de los demás. En definitiva, la igualdad, la libertad y la felicidad son la cara fenomenológica de mandatos naturales de cooperación, vida creativa y placer, que son tan reales como sus compañeras de baile vital. El mayor peligro para ellos proviene de la anunciada generación de multitudes «inútiles» como consecuencia del desarrollo de la Inteligencia Artificial aplicada a la robótica. Una inutilidad peligrosa para el desarrollo de la igualdad y la libertad generalizada, pues, de una parte la producción necesitará consumidores y, de otra, la producción de bienes no es la única actividad necesaria para la humanidad pues, mientras no llegue la «amortalidad», los servicios y cuidados serán fundamentales. La cuestión crucial será cómo transferir la riqueza ordenadamente, sin violar el principio derivado de la igualdad, ni matar la ambición creativa.
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