Ya es verano y las ciudades del Sur antes de vaciarse toda la semana, ensayan vaciándose los domingos. Este es el testimonio gráfico de uno de esos momentos vacíos visto a través de las calles que articulan la ciudad y los edificios de las instituciones que estructuran una sociedad. El viaje se hace prácticamente intramuros, aunque empieza en el antiguo barrio extramuros de La Arrixaca:

LAS CALLES

Ver una calle vacía siempre evoca las escenas de final civilizatorio, de haber sufrido el estallido de la bomba N (neutrones), esa que mata sin destruir riqueza material. ¡Qué gran adelanto! Así los ejércitos sin alma entrarán, como dijo famosamente Arthur Rimbaud: «… a la aurora, armados de una ardiente paciencia, … en las espléndidas ciudades». Murcia tiene calles recibidas del medievo a las que la bomba N del tiempo dejó incólumes mientras se llevaba a sus transeuntes. Tiene otras abiertas a golpe de insensibilidad arrasando tejidos urbanos plenos de historia. Todas están vacías esta mañana, mientras «el músculo duerme y la ambición descansa». Porque todas las ciudades se construyen a base de músculo y ambición. Mientras se duerme se sueña. Todos hacemos trampas y para cerrar la mente la bañamos en la dulzura de un buen pensamiento que evite «… todas las locuras… su boca que besa borra la tristeza, calma la amargura«. La calles son pacientes y, desde hace poco, tienen ojos. Esferas cristalinas en los cruces que vigilan, protegen y amenazan al tiempo, como todo lo que tiene peso o sustancia. Otros contumaces testigos ya están preparados para el asalto espiritual (Jehovah’s Witnesses). De pié, casi firmes, silenciosos, sonrientes, esperan.

La calles troquelan el macizo cuerpo sólido de la ciudad. Sin calles no habría fachadas, sin fachadas no sabríamos nada de las intenciones de sus promotores, de sus deseos de exhibir gracia o desgracia. Por las calles la ciudad es de todos. Son los pasillos de esa inmensa casa que se ofrece a guarecernos de las inclemencias de nuestro desvalimiento. Por ellas nos comunicamos, nos visitamos y nos separamos. La etimología de calle (callis) evoca a nuestro pié, su talón (calx), cuyo nombre viene de la blanca cal del que todo hueso procede. De modo, que la calle pide ser recorrida a pié desde su nombre y si es posible, para el público decoro, con cal(zones) y la cal(lavera) en su sitio. La calle es también renombrada para recordar a los que hicieron algo por nosotros, desde la «A» de Abenarabi, el escritor murciano del siglo XII, a la «Z» de Zabalburu, notable burgués en el siglo XVIII que da nombre, también, a la sólida casa del Plano de San Francisco, pasando por la «P» de Puxmarina, lugar de residencia urbana de Rodrígo de Puxmarín, regidor y fundador de la pedanía de la Raya en 1548. Calles, calles que recorremos distraídos con nuestra «pesambre» a cuestas. Y, además de las calles cuyos fundamentos llegan al centro de la tierra, las que, antes que nada, pusieron tierra por encima del agua para evitar los peligros de las riadas y pasar la espléndido Barrio del Carmen.

 

LAS INSTITUCIONES

Las calles nos llevan entre acantilados edilicios de gran belleza o gran monotonía. Antes los edificios eran de una familia y ésta ponía su honor en manos del Arquitecto encargado de su diseño. Así casa Cerdá o Palacio de éste o aquél. Más tarde el promotor construyó para vender y «allá películas» o , «a quien Dios se la dé, San Pedro se la Bendiga». Por eso, en gran medida, la ciudades más hermosas suelen extraen su reputación de dos fuentes unicamente: la época de la burguesía dominante y, en todas las épocas, de las instituciones políticas, culturales religiosas o docentes. Murcia, afortunadamente, tiene buenos edificios con origen en esas dos fuentes y una tercera, que proviene del buen gusto de algunos promotores, cuyos nombres debían figurar en sus logros, que apostaron por la buena arquitectura y consiguieron que el cierre de mellas en la ciudad se llevara a cabo con dignidad, aunque estuvieran destinadan a la propiedad horizontal. El recorrido del extravagante autor de este artículo esta mañana le ha permitido constatar esa verdad con poco esfuerzo. Así pasamos cerca del poder con cierto escalofrío por la atmósfera que emana de sus imprescindibles salones; cerca del teatro donde se finge para decir la verdad; cerca de los edificios de Hacienda y Banco de España, donde se supone que reside la firmeza de nuestra espiritualidad (no hay alma sin cuerpo). Cerca del comercio, al que se ve desvalido sin compradores, pero donde residen los deseos, que no las necesidades. Cerca de la Universidad que convalece desde el siglo XII porque nunca terminamos de apreciar su valor. Cerca de donde se duerme y cerca de donde se sufre. Cerca, en definitiva, de los profesionales de la arquitectura y la edificación que ven con humildad, llena de paradójico orgullo, cómo ellos y su estirpe están detrás de cada piedra y de cada forma que materializa el espíritu de una ciudad.

 

INCLASIFICABLES

El resto es una estatua aquí cerca del suelo (Abderramán II) o en la cumbre de una cúpula (el ave Fénix). Un puente que se inclina ante la verticalidad de la palmera; una calle amable y entoldada que pide ser recorrida a sorbos de café; un parque hijo de la suerte de no haber estado disponible en los años setenta a la depredación inmobiliaria; una librería cuyos fondos verdaderos están en nuestras casas; un árbol gigantesco herido que pide clemencia a Santo Domingo; un trampantojo de río, tan bien urdido, que acuden a sus aguas los peces y a sus orillas los pescadores; un puente de hierro por su estructura y por su empeño en seguir con nosotros… En fin, incluso, un discreto lugar donde el único que no habla es el protagonista.

 

FINAL

Vuelvo a la Arrixaca, cerca del Museo de la Ciudad y el Huerto Cadenas, el jardín del Salitre y el parque de la Seda, espléndidos ejercicios de adorno tradicional de un espacio para el goce de todos. El paseo ha sido en bicicleta municipal. Una iniciativa extraordinaria que, aunque la inventaron los países que ahora no quieren emigrantes, la hemos implantado ahora nosotros en ciudades sureñas en las que todos brilla más y más tiempo.

RETRATO NEOCLÁSICO DEL PASEANTE

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