… viene de (XVI)

Una vez escuché sobre la manía de la «precursitis» o defecto de buscar en el pasado detalles en autores menores, o no, que fueran precursores de obras mayores de autores de talento para reprocharles el plagio. Hubo una vez un programa de Radio Clásica que tenía una sección en la que se ejecutaban fragmentos que con más o menos fidelidad coincidían en su línea melódica con alguna gran obra, como por ejemplo la novena de Beethoven. Yo mismo creí haber encontrado en el segundo movimiento de la cuarta sinfonía de Mendelssohn el principio del popular pasodoble «Suspiros de España» que el gienense Antonio Álvarez compuso en Cartagena.

Seguimos con nuestro zizagueante autor en sus propuestas y fintas al lector. En esa onda de la precursitis, Zizek, habla de plagiar al futuro cuando en una novela de Guy de Maupassant se encuentra un episodio que tiene todos los detalles de la célebre escena del té y la magdalena de Marcel Proust treinta años antes. Zizek, como siempre hace, después de una afirmación tan dudosa, la pone entre paréntesis y la niega, porque no cree en la comunión mística entre espíritus de épocas distintas. Cuando ya te ha convencido vuelve a la fase positiva que supere a las dos anteriores y nos propone una cierta teleología en la que «el presente apunta hacia un futuro determinado con antelación».  De esta forma da un enfoque materialista a la cuestión. Razona con Molly Rothenberg que algunos acontecimientos tienen la virtud de destruir la red de criterios que los justificaba quedando «en el aire» para ser rechazados desde el mismo momento de su materialización. Pone el ejemplo de Julio César cuyo asesinato estaba justificado hasta, justamente su comisión. Dice Zizek, que una vez que entramos en el ámbito de los simbólico las cosas no sólo son, sino que han sido de algún modo, pues parte de su ser está tomado del futuro porque el futuro está ya latente en el presente, aunque sea percibido de forma confusa. Este préstamo del futuro sólo se advierte cuando se produce la repetición en el siguiente autor o actor que reproduce el anterior episodio. En hegeliano el texto de Maupassant es en-sí y se convierte en para-sí, cuando la leer a Proust cambiamos nuestra lectura de Maupassant. Hay tres momentos: aquel en el que Maupassant escribe, aquel en el que Proust repite y, finalmente, aquel en el que nosotros leemos a Maupassant a través de Proust. Este proceso cataloga al texto original con el lacaniano no-Todo, que lo abre al futuro para sus lagunas sean colmatadas. No son pocas las ocasiones en las que, tomada una decisión y ejecutado el acto nos arrepentimos inmediatamente pues la irreversibilidad de lo hecho hace flaquear a las razones que lo fundaron. Un ejemplo extremo es el de los suicidas en los que chocan con violencia la vida y las causas de la frustración, que suelen venir envueltas en el complejo paquete del lenguaje y los símbolos, como ocurre en el desamor. El orden simbólico muestra así su estructura compleja: no es una causa que intervenga desde un mundo fantasmal, pero sí es un efecto paradójico que retrospectivamente postula su presuposición, su propia causa. Es ejemplar el caso de Jack London que se atrevió a profetizar las circunstancias de su propia muerte (también lo hizo De Moivre) a mitad de su carrera (lo que puede ser una autoprofecía). Un hecho real en su contingencia no cambia por su interpretación, pero el mundo simbólico sí al completarse una narración con su emergencia, enfatizando la brecha entre lo real y lo simbólico. Brecha que se manifiesta en la impostura del papel social, que llega a su extremo cuando nos representamos a nosotros mismos repitiendo la imagen construida. O cuando al realizar un acto grave, no sólo descubrimos en plenitud lo que nos llevo a ejecutarlo en el marco de la ley (universalidad abstracta), sino que se crea una nueva norma (universalidad concreta) de la que el acto es un ejemplo máximo. Así el caso particular de la antigua ley, se convierte en el germen de la nueva. Daniel Dennett radicaliza la fuerza del significante con el ejemplo de Russell que afirma que no supo hasta qué punto amaba a determinada mujer hasta que se oyó decirlo a sí mismo. Dennett cree que esto no es una excepción, sino el mecanismo ordinario de generación de sentido. «La verdad es un efecto sorpresa desencadenado por su enunciación» (Gregor Moder).

Pero en estos procesos ¿hay un sujeto o no? Obviamente, a estas alturas de la discusión, un sujeto que se autopresenta y autorrefiere que está sometido a procesos de forclusión (ocultamiento de un significante incómodo), represión (sepultamiento de un significante insoportable), denegación (rechazo de un significante molesto), que se comprende a sí mismo, pero cuya seguridad es socavada por el proceso de escribir que aplaza su identidad acosado por rupturas, faltas, fracaso, en definitiva. En el contexto de la filosofía el sujeto es discutido por el estructuralismo asubjetivo. Zizek arranca con el origen de todo estructuralismo: la idea de Ferdinand de Saussure de que la identidad del significante reside en una serie de diferencias, por lo que es la serie de todas aquellas cosas que no es. Es la identidad diferencial. Toda presencia surge sólo en el contexto de la ausencia potencial. Hay, pues, una presencia de la ausencia. La diferencialidad es una característica esencia de la dialéctica a pesar del rechazo del marxismo que consideraba al estructuralismo no dialéctico, cristalizado y por tanto un peligro potencial para la revolución. El origen de este rechazo reside en la creencia de que el estructuralismo se funda en una lógica binaria (diferencial). Zizek se apresta a fundir esta lógica con la dialéctica. Antes recuerda que Lévi-Strauss cree que la capacidad de significación le tuvo que llegar al homínido de golpe no gradualmente. Dado que el campo de significante es finito y el de significados infinito es necesario una especie de significante puro no consciente pero presente en su ausencia que sutura la brecha entre el mundo y nuestra capacidad de simbolizarlo, es decir, de comprenderlo. Para compensar el exceso de sentido, un significante diferencial y flexible. (NOTA.- Esto explicaría que a donde no llega el cuerpo histórico de significantes llegue el significante Dios. La ciencia al rechazar este significante comodín, deja a la humanidad ante el vacío diferencial, que es cubierto por todos los oscurantismos pretendidamente explicativos). 

Para esa sutura se necesita un proceso de universalización (marcar a toda la cadena significante), su subjetivización (el sujeto lo incorpora a su cadena de significantes) y, finalmente, su temporización. Con estas armas es posible construir significantes con fragmentos que inventan su propio significado como es con el antisemitismo que se construye a base de todos los defectos observados en las distintos conglomerados sociales. Así el significante se incorpora a la serie de significados para darles unidad. En efecto a toda la serie de defectos se suma el significante «judío». De esta forma se explican las tautologías «Una rosa es… una rosa» que economiza la relación de características incluyendo el nombre. Ese poder unificador del nombre explica porque los nombres nuevos o los slogan aglutinan el desorden social. El significante Amo se apodera de la imaginación, suple las carencias y dota de convicción a la acción. Pero el desorden llegó porque se rompió el equilibrio de la pareja de significante y vacío, que es cubierto por la multiplicación de propuestas e iniciativas. Para evitarlo nada como la ambigüedad de los significantes. Por eso en las negociaciones los actores se presentan con propuestas enérgicamente formuladas como innegociables, pero que son mágicamente transformadas por la inclusión de una característica no evidente en la primera formulación. (NOTA.- En general la ambigüedad se basa en que el oyente suple las carencias de la formulación con su propia aportación a base de significantes que da por supuesto en el contexto. Cuando se desvela el resultado su sorpresa será mayúscula). 

El nombre de una cosa representa, no tanto a las características ya codificadas (simbolizadas) como a aquello indefinido que hace a una cosa diferente de otra, un «no sé qué» que no es captado, no es representado por el resto de significante y que nos lleva a decir «Tú eres tú» sin miedo a caer en la trivialidad. Pero esa presencia imponente de la carencia, de lo que falta para la plena asunción del significado, del mundo, necesita un significante y en Lacan es el falo. Esta falta permite todos los juegos políticos, los juegos de la ambigüedad que convierte a la política en el arte de «lo que me conviene» y los significantes no pueden impedirlo. Al final se impone el «no sé qué» que cada un experimenta como la verdad de la cosa. Una falla que permite argumentar a favor de cualquier particularismo como sería la Nación Gorda o la Nación Frígida. De algún modo la humanidad es una Nación Sorda, resultado de lo que Lacan llama «castración» simbólica, porque se impone el «nombre del padre» que obliga a la entrada en el mundo simbólico, el de ley. El falo es la pérdida y es el nombre de la pérdida. Un mundo de prohibiciones que evoca un mundo de prohibición de las prohibiciones. o sea, de libertad. Un mundo libre de dominación en el que se puedan establecer las reglas de dominación. Tenemos la capacidad de vivir en dominación y, al tiempo, ver la dominación desde fuera como si fuéramos libres. La castración simbólica está inscrita en el sistema y hay que ocultarla o como muro (fobia) o como velo (fetiche). Es fácil ver cómo los muros son pintados para convertirlo en fetiches del lado del constructor. En Cisjordania hay un muro pintado con el paisaje del otro lado pero eliminado el poblado palestino que realmente existe. Es una limpieza étnica químicamente pura.

Pero, Zizek está en la discusión ambigua del psicoanálisis entre el extremismo sexualista de Freud y la mitigación simbólica de Lacan. Posiciones que el Zizek más lúcido trata de presentar en su aspectos interesantes y sus aspectos más artificiales, como hablar de falo o castración para que el psicoanálisis quede como una disciplina respetable «que se ocupa de cómo los sujetos humanos sufrientes superan las ansiedades de la finitud«. Esto lleva a convertir la castración en limitación y al falo como su significante puro. Son formas que recuerdan al humano que ha de morir y que debe educarse para considerar las limitaciones que el narcisismo inicial debe sufrir para adaptarse a la realidad. Educación que está dirigida no a la naturaleza sino al exceso aportado por el optimismo de la especie.

La castración simbólica no es sólo ser objeto de limitaciones por la ley, sino el mismo hecho de adoptar un papel convencional que abre una brecha entre el yo que me siento y el rol social soportado. Brecha que es tanto más abierta cuanto más alta sea la responsabilidad aceptada. En este sentido el falo sería una insignia, una máscara. El falo es el símbolo de una pérdida, pues aunque se posea el pene, su poder es escaso en el plano simbólico. La brecha entre el significante y el objeto es la separación, la percepción del carácter estrictamente convencional del vínculo entre ambos. Pero no todos los significantes tienen el mismo rango. En toda estructura hay una falta que es cubierta por un significante reflexivo (el significante de la falta de significante o significante Amo) que se ocupa, precisamente de la falta de significante. Si la falta es el sujeto, el significante reflexivo representa al sujeto.

En la química del siglo XVIII la carencia de conocimiento del sujeto era cubierta por el significante reflexivo llamado «flogisto». Dios es el supremo significante reflexivo, el que sustituye a todo lo que «falta» en el sujeto para cubrir todo el campo cognitivo y emocional. Es el borgiano «perros incluidos en esta clasificación», que, por cierto, Zizek yerra en la cita. Igual lógica hay en el lacaniano object a, que funciona como un objeto de deseo que cubre una falta objetual percibida que escapa del orden simbólico. Es el objeto de los objetos, un objeto virtual que constituye mi deseo. Es cómo un generador abstracto del deseo, que lo mantiene latente a la espera de un objeto concreto. Es un objeto ex-timo en contraste con lo in-timo. La relación de object a y significante Amo se articula del siguiente modo: el object a resulta de dos carencias 1) en el orden simbólico, cuando no tenemos significante para una experiencia real (cuando experimentamos algo para lo que no tenemos palabras y 2) en el orden real, cuando no tenemos objeto real para un significante comodín como es el significante Amo (cuando tenemos la palabra Dios, pero no su experiencia).

De esta forma se construye la alienación porque parece que el Otro/Amo posee aquello de lo que carece el sujeto. En la separación el sujeto descubre que el Otro tampoco tiene lo que le falta. Por eso, cualquier constitución de un sujeto es seguida del sustituto de la pérdida de significación real. La relación entre al significante Amo y el object a es ambigua, pues pueden intercambiar sus papeles de significante y significado. El significante Amo «cae» en el significado cuando se incorpora a la «clasificación» de particulares (Dios como mito) y el object a se hace significante cuando cubre la falta de significante y sustituye a la realidad ausente. El carácter virtual del object a se manifiesta en el límite de la división del uno, cuando ya sólo queda el uno y la nada, que es significada por él. En ese fondo de la realidad, el Uno y la Nada no son complementarios (no dan una realidad mayor que uno, pues la nada resta paradójicamente del Uno). Es el grado cero de negatividad. Hegel no puede captar esto porque no capta la falta en el sujeto simultáneamente con la falta en el objeto. No capta la diferencia pura (sin diferencia) que se apoya en la nada del object a. De esta forma se articula el cambio entre el lugar en la estructura y percepción del objeto. El ejemplo máximo es el «efecto pedestal» que el urinario de Duchamp puso de manifiesto. Una ruptura paralela a la que supone la sexualidad desplazada respecto de la procreación, que deviene sexualidad propiamente dicha.

En estas Zizek confronta en Lévi-Strauss el formalismo con el estructuralismo, afirmando que, en éste, no se distingue entre forma y contenido, mientras que en aquel hay objetos que «son» sólo su forma. De este modo el cambio de lugar en una estructura es posible hasta que interviene un elemento que cambia toda la estructura. Ese elemento especial permite establecer que la diferencia entre un elemento y su posición dentro de la estructura es una diferencia pura que es la condición de la diferenciación simbólica, la que hace posible el discurso.

RESUMEN

En este fragmento Zizek nos trae interesantes reflexiones a partir de su dúo favorito Lacan-Hegel. De nuevo aparece la dialéctica aplicada, en este caso, a la relación pasado futuro, tanto en el ámbito simbólico, como en el real. La tesis es que lo presente contiene el pasado del futuro. Ya somos el pasado de los que nos han de suceder y el futuro de lo que nos está sucediendo. Toda la discusión repite la mecánica dialéctica de la afirmación, la problematización y la resolución del complejo de la relación entre las dos primeras fases. Hasta el extremo de que se afirma que sólo al decir algo comprendemos su radical significado. Pues aunque digamos algo por su simetría formal, hemos construido un significado que nos puede superar. Después movimientos circulares en torno a la separación entre los simbólico y lo real y los problemas que esa brecha crea en nuestra percepción de los cambios.

Sigue en (XVIII)…

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