… viene de (XV)

No sé si la primera parte del libro era una lectura de Hegel desde las posiciones de Lacan, pero la segunda parte sí que es explícitamente una lectura de Lacan desde la filosofía de Hegel. Lacan conoce a Hegel fundamentalmente por los cursos de Kojeve que, a su vez, tiene una determinada visión del filósofo. Lacan da muestras de interesarse por algo así como la cosa en-sí kantiana por su énfasis en lo Real como aquello que se resiste a ser simbolizado o imaginado y que, en la versión psicoanalítica, explica la distancia entre el sujeto y el objeto de su deseo. Una posición que parece discutir, si no deslegitimar la pretensión de Hegel de la autoconciencia que deviene Absoluto como sustancia y sujeto, la realidad de los racional, la autocancelación de la negatividad, la asunción en el concepto… Lacan usa el esquema hegeliano para situar al analista como el Absoluto porque, tanto éste como aquel, hacen su interpretación desde un futuro que aún no ha llegado desde el que juzgar el pasado «que será». Pero lo hace, en la segunda versión de Lacan, con exquisita neutralidad para que el problema se resuelva solo, o el contenido del análisis se destruya a sí mismo por sus incoherencias al faltarle un obstáculo externo. Es la posición hegeliana de dejar que «astucia de la razón» haga su trabajo sin nuestro estorbo.

La primera versión de Lacan era más ingenua e interventora en el proceso de curación, pues consideraba que ésta llegaba con comprensión simbólica de los síntomas. Es decir, la curación es la comprensión del problema (NOTA.- como la propuesta de «más Platón y menos Prozac» de Lou Marinoff). Ahora Lacan interpreta el lenguaje como el proceso de no pensar en la muerte, como una pantalla protectora de la salud mental. Por eso, el último Lacan propone la curación a través de la simbolización de los síntomas y el encuentro violento con lo real para, luego, «mejorar nuestra economía psíquica». Lacan señala al acto ético como el lugar del encuentro con la aterradora realidad. También advierte que hay que volver con rapidez a las apariencias de los simbólico e imaginario para proteger la psique. Por eso Lacan advierte sobre la responsabilidad del analista que puede «desestabilizar toda la economía del sujeto y traer una desintegración catastrófica de su mundo«. Una visión de la experiencia humana que es paralela con la descrita por Heidegger. Dado que la salud tiene que ver con el cuerpo y sus procesos de equilibrio y no con la Verdad, reclama la acción ética para que la felicidad sea su resultado natural. Zizek dice: «Cuida de los sonidos (significantes) y el sentido (significado) cuidará de sí mismo«. Es decir, Lacan propone afrontar la Verdad mirando de frente lo Real. Un planteamiento, el de Lacan, que recuerda la astucia de la Razón cuidando de la realidad si los individuos saben navegar en sus aguas. Es, en definitiva una llamada a la acción sub-yacente del sub-consciente, cuyo lugar había sido ocupado por la divinidad.

La prosopopeya significa según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española «Atribución a las cosas inanimadas o abstractas , de acciones y cualidades propias de los seres animados, o a los seres irracionales de las del ser humano«. Zizek transfiere este significado al caso en el que los seres humanos «son hablados» por el lenguaje, que es el medio que utiliza el gran Otro (la sociedad con sus normas y leyes). De modo que siempre que un ser humano hable con lenguaje estereotipado se estaría dando un caso de prosopopeya figurada.  Zizek ve en la mujer la lente que desvela el carácter prosopopéyico del discurso del varón. La socrática ironía que desvela las miserias del orador o del ateniense seguro de sus conceptos. Una situación que se semeja a la del analista que en silencio irónico representa la ausencia de contenido del discurso del paciente que traslada a la habitación el contenido del gran Otro en el que cree ingenuamente. En ese cimiento apoya el análisis de las dificultades del ser humano para gestionar la verdad y, por eso, su continua pirueta para situarse detrás de una máscara. Una mascara que muestra tanto la debilidad del que es hablado, como del que habla a través de él. Los propios sueños no hacen otra cosa que citar, pero mal. Siempre hay que citar, porque todo está ya escrito. Para Zizek, esta es la verdadera «astucia de la razón» de Hegel. Ese legado inmenso de reflexiones y dichos que se imponen a la creatividad individual. ¿Cómo cambiar entonces, si estamos atrapados en el lenguaje ya dicho? Sólo en un cambio tan radical que cambia hasta los criterios con los que vamos a juzgarlo. De esta forma hasta el fracaso se puede convertir en éxito para quien adopta estos nuevos criterios. (NOTA.- un buen ejemplo de juicio emitido desde criterios sobrepasados por lo juzgado es esta carta de rechazo a la pretensión de Einstein de ser profesor asociado en la Universidad de Berna. Ya había escrito el artículo que le valió el premio Nobel de física.) Esto es para Zizek la «negación de la negación» al que llama un cambio de perspectiva que convierte el fracaso en éxito.

Pero esa jaula que es «hablar «por boca de ganso» a veces se abre en los lapsus que permiten saber lo que el lenguaje estereotipado oculta. somos recipientes cuyo contenido nos avergüenza, por lo que lo tapamos con cháchara que no puede ser discutida por el interlocutor sin caer en impertinencia. Estos lapsus serían la orientación para la cura en el marco de una conceptualización completa (hegeliano conocimiento Absoluto) de los síntomas por parte del paciente con la ayuda del analista. Pero tras una conceptualización completa acechan los síntomas que delatan su falsedad.

El todo siempre deja algo fuera que el esfuerzo dialéctico trata de captar. Un algo fuera como es la crueldad, el sufrimiento y el crimen, que no hay promesa futura que pueda justificar. Pero Zizek, una vez más, deja caer una justificación hegeliana para el terror en el nacimiento de la sociedad burguesa y la guerra necesaria para su mantenimiento. Una excrecencia de la legitimación historicista de Hegel en el proceso de asimilación de todas los avatares de la historia. Pero estos horrores son síntomas del fallo de la aparente perfección del universal, del Todo. Dice Zizek que un error es una no-verdad parcial, pero que un síntoma es una irrupción parcial de una verdad reprimida de la Totalidad, una verdad que contradice la totalidad. El síntoma no es la expresión del contenido oculto en el sujeto, sino que «viene del futuro», apunta a algo que sólo llega a ser a través de él.

La radicalidad de su concepto de síntoma trae la cita de Lacan de que «la mujer es un síntoma del hombre«, incurriendo en un disparate de género, lo que a Zizek, el hombre que va tocando narices (sobre todo la suya) le da igual. Esto permite, en una nueva pirueta de Zizek, decir que la «astucia de la razón» no es consecuencia de una fuerza secreta que subyace manipulando a los agentes individuales, sino agentes individuales siguiendo sus intereses cuya acción se organiza a posteriori. Para Heidegger la astucia de la razón se instala en el corazón del fracaso individual al no haber posibilidad alguna de alcanzar una totalidad plena de sentido para la propia vida. Es una posición corrosivamente pesimista que contrasta con la de Hegel, que sí cree que se puede suspender la negatividad integrándola en una narración con sentido. El sentido, para Heidegger es posponer la nada. Con Hegel hay esperanza de positividad, pero pasando por un fracaso previo. Pero, no es una transformación mental, no es una resignación «suceda lo que suceda» que acabará teniendo sentido, sino una verdadera transformación de la realidad en las distintas fases dialécticas. Hegel nos pide que cambiemos la perspectiva para ver la positividad de los negativo, pues el sentido sólo puede provenir de la aniquilación. (NOTA.- Es lo que haría un científico que ve en los residuos sustancias aprovechables. Ne le repele, ni el olor, ni la textura nauseabunda).

Así se pasa de que el obstáculo se convierta en un facilitador y la condición de imposibilidad en condición de posibilidad y la trascendencia en inmanencia y, finalmente, la inclusión del sujeto de enunciación en el contenido enunciado. Una mera distorsión de la cosa, se convierte en la cosa misma. Si, como Hegel predica la contradicción es el nombre de lo Real, éste es simultáneamente la cosa que no puede ser conocida y el obstáculo para ese conocimiento directo. En el marco psicoanalítico un acto violente produce un trauma que es un obstáculo para mirar directamente al acto. La brecha que separa al sujeto que conoce del objeto conocido es inherente al objeto mismo. Mi conocimiento de una cosa es parte del proceso interno a la cosa. Por eso, para Zizek, la pregunta no es «cómo se puede conocer«, sino «cómo puede ser que ese conocimiento esté dentro de la cosa como parte de la relación consigo misma«.

Zizek reivindica para Hegel que su enfoque ontológico de la verdad se opone radicalmente al del conocimiento recluido en las condiciones trascendentales de su subjetividad. Es conocido el fracaso de la explicación de una palabra a través de paráfrasis y rodeos. Pero es un fracaso que rodea el lugar significativo que ocupa la palabra (el significante). Esta precisión del lugar, puede generar un conocimiento en el que el significante se convierte en parte del significado. Así la transformación dialéctica se muestra en toda su complejidad al transformarse el predicado mismo en sujeto. Así el sujeto anterior se muestra como ese giro en torno a la cópula: el sujeto se representa a sí mismo, fracasa y se convierte en el fracaso mismo. El sujeto es un enigma para sí mismo y debe suponerse a partir de las manifestaciones fenoménicas de la conciencia. La subjetividad, según Zizek, es justamente esa conversión del sujeto supuesto, en sujeto como suposición, es decir, la suposición como sujeto. La sustancia aparece en el sujeto, que es esa aparición. Y así, el universal es la inadecuación del particular consigo mismo o la esencia es la inadecuación de la apariencia consigo misma. El sujeto es su propia aparición reflejada en sí mismo.

Esta transformación como en la banda de Möbius indica que si se avanza demasiado en un sentido volvemos al punto de partida por el lado contrario. Hay un resto in-humano en la aproximación a la subjetividad que no da respuesta a la pregunta por el sentido. Por eso Zizek cree que la estrategia es el beso que ata la lengua callando el habla y dejando pasar solamente las sensaciones corporales. Es una especie de rendición del sentido. No es de extrañar que la aproximación del otro sea vista como una intrusión en el ámbito de nuestro yo. Para Zizek es inevitable escandalizarse por la existencia de cualquier otro que se presenta ante nosotros con la pretensión de ser un semejante. Pero la universalidad de la especie se impone a la pretensión de aislamiento del individuo autoconciente. Un universal que suma más que el conjunto de sus individuos. Unos individuos cuyas pulsiones le son extrañas como llamadas desde fuera de sí, pero pasadas por la cultura del gran Otro. La pulsión es una fuerza atascada en la consecución de su objeto que nunca termina de lograr. Un fracaso que precede a la reapropiación del objeto o su redención. La voluntad asume el fracaso de los métodos utilizados para lograr el objeto. Es querer el fracaso para ser el salvador de la situación. Una fantasía recurrente en las películas de clase B, en las que hay una atrocidad inicial que justifica la venganza posterior y el goce con la violencia. En la pulsión la demanda, la formalidad de lo que se pide, puede convertirse en el obstáculo al logro.

El idealismo y el materialismo se diferencias fundamental y paradójicamente en la negación por parte del primero de la superficialidad de la realidad. Para el idealismo siempre hay algo profundo que explorar. Es inútil sustancializar nuestra conciencia como hace la New Age, pues, probablemente la neurociencia acabe demostrando que «no hay nadie en casa«. Es inútil perseguir al arco iris esperando tocar su sustancialidad. Si se pone entre paréntesis (epoché) el nivel fenoménico de la conciencia y se limita a la realidad, la conciencia desaparece. Por eso, el inconsciente freudiano se define en los términos del juicio infinito kantiano como ser no consciente en vez del inconsciente material y neuronal que literalmente «no es consciente» al modo del juicio negativo. Unas diferencias que ponen de manifiesto la radical ambigüedad de los resultados de la tortura, pues el sujeto no está seguro de lo que sabe, ni de lo que ama u odia. El sujeto, al cabo, es lo que él considera que es, cuestión que está muy mediatizada por fuerzas fuera de él mismo.

RESUMEN

Todo este fragmento del libro, trata de lo que me atrevo a llamar «el conductismo de la conciencia», pues una vez que nos dicen que nuestra espontaneidad está dirigida por el gran Otro simbólico y las pulsiones, a cada uno no le queda más remedio que juzgar su propio yo por su «conducta». Ya Sócrates le hacía ver a Ión (el rapsoda) que su talento era cosa divina y no de su espontaneidad.

Sigue en (XVII)…

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