…Viene de (II)

Dice Marcuse: «Para la lógica dialéctica, el ser es un proceso que evoluciona a través de contradicciones que determinan el contenido y el desarrollo de toda la realidad. La Lógica había elaborado la estructura intemporal de este proceso, pero la conexión intrínseca entre la Lógica y las otras partes del sistema y, sobre todo, las implicaciones del método dialéctico destruyen la idea misma de intemporalidad. La Lógica había mostrado que el verdadero ser es la idea, pero la idea se revela a sí misma en el ‘espacio’ como naturaleza y ‘en el tiempo’ como espíritu».

Así la negatividad del proceso de formación de espíritu se asocia al poder destructor del tiempo. (NOTA.- Para el comentarista del libro de Marcuse, el tiempo no es un fuerza capaz de destruir nada, pues lo que realmente existe es el cambio y la fuerza que hay buscar, con la ayuda de la ciencia, es la naturaleza del cambio en las sustancias). 

La historia como progreso es un concepto del siglo XVIII, lo que implica la intervención de la revolución como factor de ese progreso. Sólo el universal justifica la intervención, pues, mientras el particular se imponga a los intereses comunes, habrá un diferencial a salvar de un modo u otro. En el marco de ese «episteme» los acontecimientos son síntomas del despliegue de la razón hacia su plenitud. Momento en el que empezaría la verdadera historia de la humanidad. Esta visión implica la desaparición de lo existente previo. Justo en ese momento está la historiografía cuando Hegel teoriza sobre ella. Ya se ha llegado a la estación término. La lucha por la libertad ha perdido vigor en esta historia de la burguesía como clase activa, la clase que buscaba la libertad para ser propietaria. (NOTA.- Quizá la revolución más brusca que cabe esperar en el futuro es la que supone la robótica con unos propietarios de medios de producción sin empleados, que, probablemente, sea la explicación del feroz ataque que esta sufriendo la clase media en este momento, porque su aportación en forma de profesionales especializados pierde aparentemente importancia ante el avance de los automatismos). 

La Razón es el verdadero ser y su realización progresiva es el argumento de la Historia. En la historia el sujeto «baila encadenado» como dijo Nietzsche. Esta condicionado tanto biológicamente como espiritualmente, pero en la visión de Hegel, el ser humano es pensamiento y esto le permite: elevarse por encima de sus determinaciones particulares y convertir las cosas externas en un medio para su propio desarrollo. Dos universalidades (interna y externa) que configuran la historia. Aprehendemos su sentido con los conceptos generales como nación o Estado; sociedad civil o agraria; despotismo, democracia o monarquía; proletariado, clase media, nobleza. Los grandes nombres son la encarnación de estos universales. El hilo conductor es la búsqueda de la libertad y su correlato la propiedad, según Hegel. La primera mirada del hombre es sobre sus necesidades, pasiones e intereses pareciendo ésta la única fuerza motora de la historia. Pero persiguiendo estos fines, los hombres hacen progresar el espíritu, es decir avanzar la libertad. Es una historia parecida a la Marxista de la lucha del capitalista por mejorar tecnológicamente, mientras prescinde de obreros y baja su tasa de beneficio. Un argumento éste basado en que el beneficio sólo procede de la explotación del ser humano (directamente como fuerza de trabajo, pero no indirectamente como consumidor). De este modo acelera, sin proponérselo la crisis del sistema. Los retrocesos en el progreso que se manifiesta en la destrucción de civilizaciones completas son absorbidas como parte del progreso que precisa de la acción de la negatividad latente en la historia. El progreso hacia la libertad es consciente (la libertad es necesidad comprendida). Los sujetos humanos tienen que comprender lo que sucede o, al menos, han de contar con una interpretación. De esta forma se mitiga el carácter mecánico, natural que pueda subyacer al movimiento general. Cuando el hombre comprende el proceso lo acepta y lo convierte en ley histórica. Si la mayoría de los hombres hacen negocios y no historia, hay algunos que tiene las perspectiva general y su acción propulsa los cambios. Actores en los que los intereses particulares sirven al universal en curso de maduración.

Hegel llama Espíritu del Mundo al sujeto final de la Historia. Un espíritu que actúa a través de los individuos excepcionales y las instituciones. Todos los cambios históricos no fueron una libre labor de los hombres, sino el resultado necesario de fuerzas históricas objetivas. (NOTA.- Hay dos tipos de cambios: los producidos por invasiones de culturas diferentes con mayor potencial militar o los producidos por la tecnología con su correspondiente influencia en las estructuras económicas. Ambos factores de cambio impulsados por la mente: del conquistador o del científico. Hasta el momento al menos, el individuo finito no puede controlar la infinitud de circunstancias y actitudes del resto del mundo inmerso en la supervivencia de su persona o su capital. Aquellos que por su posición tienen mucha información están demasiado lejos de la trinchera histórica y sus movimientos tienen influencia, pero no han de ser necesariamente racionales. Todavía el mundo es contingente hacia adelante y sorprendente hacia atrás).

Para Hegel los individuos son sacrificados y la idea triunfa, cuyos frutos recaen en las generaciones posteriores. Hegel llama a este fenómeno «astucia de la razón». Este «uso» instrumental del hombre contradice la posición de Kant, que considera a aquel digno en sí mismo. Finalmente el espíritu del mundo se encarna en el Estado. Las distintas formas que va tomando el estado a lo largo de la historia son descritas por Hegel para mostrar su evolución necesaria. La historia, para Hegel, es el proceso de autoconciencia de la libertad. Primero sólo hay un hombre libre: el déspota en Oriente. Después los ciudadanos de la polis en Grecia basan su libertad en la esclavitud de otros y, finalmente, los pueblos germánicos influidos por el cristianismo generalizan la libertad de todos los hombres (a falta de extender esta libertad a las mujeres). A este último estado lo llama monarquía porque, según él, hay constitución y ley universal. El avance histórico es hacia algo mejor, mientras que las mutaciones en la naturaleza son un ciclo repetitivo sin destino. (NOTA.- Esto lo dice Hegel y Aristóteles, que es evidente que no conocía y no tenían un sentido evolutivo de la naturaleza y diferenciando radicalmente al hombre de aquella). El ser humano se actualiza realizando las potencialidades, que desplazan a lo existente contemporáneo. La fuerza detrás de la inexorable marcha de la historia es el pensamiento que no es inofensivo sino una actividad «peligrosa» que, una vez conocida, se apodera de la acción individual y social cambiándolo todo. La actividad del pensamiento es negativa porque es destructiva de lo existente.

Según Hegel es Sócrates quien establece el principio de subjetividad que coloca al pensamiento al margen de cualquier otra fuerza externa a él. Sócrates «inventa» el concepto, la noción y la hace depositaria de una verdad que no debe ser atacada. Los conceptos universales se convirtieron en la forma de pensamiento de la filosofía y su despliegue está detrás de todos los desarrollos posteriores hasta llegar al concepto de Estado que protege el bien común y al individuo. Sócrates enseñó a los hombres a pensar y con ello lo dotó del instrumento definitivo para su libertad. Una libertad que presenta cuando comprende la noción y es impelido a su actualización. Es decir, es impelido a ejercer su libertad librándose de toda forma de organización que evite el despliegue de la razón implícita en la noción. En opinión de Hegel, la implementación de los conceptos como fundamento del Estado no se lleva a cabo hasta que llega el cristianismo. La secuencia es la siguiente:

  1. El sujeto libre surge sólo cuando el individuo ya no acepta el estado de cosas existentes y se enfrenta a él porque ha aprendido la noción de las cosas.
  2. Así se genera el pensamiento crítico
  3. Así se genera el principio de subjetividad que se aplica por primera vez tras la Reforma de Lutero.
  4. Con este principio no hay autoridad que se resista en nombre de una ley superior. La verdad no reside ni en el sacerdote, ni en el aristócrata. Ya sólo reside en el sujeto y su razón.

Marcuse cree que Hegel se equivoca cuando supone que una forma histórica nueva es una forma mejor, cuando vemos como las víctimas claman desde su horror. En esa ambigüedad dice:

«Lo que el Espíritu busca realmente es la realización de su noción; pero al hacerlo, oculta esta meta a su propia mirada, y se siente orgulloso y satisfecho de esta alienación con respecto a su propia esencia». 

El ser humano se abruma con la potencia de sus logros colectivos y olvida que la meta de todo eso es él mismo, su libre desarrollo, y se somete al dominio sin resistencia. La historia del hombre es la historia de un extrañamiento de su verdadero interés. Un ocultamiento que es un aspecto negativo que, sin embargo, contribuye el progreso hacia formas nuevas.

Tras la muerte de Hegel hay una fuerte reacción a su idealismo absoluto que lleva, por un lado, al marxismo como anti- filosofía de la praxis revolucionaria y, por otro lado, al positivismo de Comte, que niega el derecho del ser humano de alterar y reorganizar sus instituciones sociales de acuerdo a su voluntad racional. Así el espíritu revolucionario sería controlado porque la sociedad posee un orden natural inmutable, ante el cual ha de someterse la voluntad del hombre. Las condiciones de las clases «más bajas» debe mejorarse, pero sin trastornar las barreras de clase y sin perturbar el indispensable orden económico, que era justo lo que el marxismo estaba gestando como meta de la acción política. No es extraño, pues, que el conflicto haya durado en la forma que tomó entonces hasta 1989, cuando cae el muro de Berlín. El positivismo exige subordinar la imaginación a la observación. En Comte hay también una teoría del elitismo:

«¡Qué dulce es obedecer cuando se disfruta de la felicidad… de estar convenientemente eximido de la urgente responsabilidad de la dirección general de nuestra conducta, por sabios y valiosos dirigentes»

Comte, al contrario que Descartes, ya no saca la certidumbre del pensamiento, sino de la observación de la realidad exterior. Comte mina la idea de revolución y propone un cambio gradual de acuerdo a leyes perennes. Para él hay una continuidad entre los estados precedentes, actuales y siguientes. El cambio tiene que ser ordenado. El progreso es intelectual y debe eliminarse toda agitación política estéril. Las instituciones han de cambiar gradualmente de acuerdo a lo que los conocimientos científicos proponen. En las instituciones hay verdad porque prestaron un servicio durante un tiempo y hay falsedad en la medida que deben ser sustituidas. Comte acepta el relativismo de su posición, que le permite hacer justicia a las posiciones filosóficas históricas y al tiempo movilizar el cambio social sin desorden. De esta forma desarrolla una nueva versión de la tolerancia respecto a su empleo en el siglo XVIII, momento en el que el concepto es usado para luchar contra la intolerancia del clero y el absolutismo. Comte advierte que su filosofía positiva tiene los pies de barro si no consigue incorporar en ella al proletariado. Empieza negando que la acumulación de riqueza intensifica la pobreza. Tesis que le parece «siniestra e inmoral». Pero advierte que si no cuenta con el proletariado no es posible la necesaria disciplina industrial y que el liberalismo no provee ningún mecanismo de atemperamiento. Pero su solución es autoritaria y paternalista: educación y disciplina para la «mano de obra». No puede permitirse la eliminación de la jerarquía social dada las diferentes responsabilidades entre propietarios y obreros. Las reclamaciones justificadas de los obreros son también deberes para éstos. Considera al ejército como una institución clave en el mantenimiento del orden social positivo. Comte considera que la organización social no puede, como en Hegel, quedar reducida a las fronteras nacionales, pues la Humanidad es el ser supremo. En definitiva la filosofía positiva tiene un nombre muy adecuado pues es la filosofía afirmativa de los hechos, mientras que la filosofía negativa de Hegel es la filosofía del cambio y, por tanto, la del espíritu crítico que considera que lo hecho es negado, destruido por la noción, la esencia.

Al final de su libro, Marcuse le dedica unas páginas al mal uso que el fascismo y el nazismo hicieron de Hegel. En el caso italiano la necesidad de superar el atraso de la burguesía italiana para convertirla en una potencia mundial e imperialista hacía necesario un sistema que creara en la gente común el entusiasmo que permitiera generar un estado totalitario que llevara a cabo la transformación sin oposición. Para eso Hegel venía bien, en tanto que proporcionaba el lenguaje de la prevalencia del universal sobre lo particular. El caso alemán es justamente el contrario. La burguesía triunfante de la competencia había constituido grandes grupos industriales a los que les estorbaba el movimiento sindical y la ideología socialista. Por eso tenían que rechazar a Hegel que era defensor del Estado, pero en compatibilidad manifiesta con los derechos individuales. Ese liberalismo de Hegel era un estorbo del que se libraron pronto para adoptar un particular «la raza» como argumento de su acción.

En el epílogo, Marcuse se muestra pesimista:

«Hoy el Espíritu parece tener un función diferente: ayuda a los poderes existentes a organizar, administrar y pronosticar y la liquidar ‘el poder de la negatividad’. La Razón se ha identificado con la realidad: lo que es actual es razonable, aunque lo razonable no ha hecho aún actual».

Para Marx, el único obstáculo a que la producción industrial trajera la libertad era la forma actual de capitalismo que, en su potente capacidad de producción, había creado contradictoriamente las condiciones para la llegada del socialismo o, lo que es mismo, el disfrute generalizado del esfuerzo del hombre. Pero pronto, tanto el proceso de consecución, como la estabilización del sistema administrador de la prosperidad industrial, adquirió las mismas formas siniestras de cualquier dictadura «clásica». Es paradójico que cuando murió Engels en 1895, las condiciones de los trabajadores eran mejores que las anunciadas como necesarias por Marx en El Capital. (NOTA.- ¿Qué diría de las condiciones actuales en las que el éxito productivo ha sido tal que el sistema ha sentido la necesidad de bajar los sueldos ante el descenso brusco de los precios introducido por grandes corporaciones que han basado su éxito en una tasa de beneficio cercana a cero? El dueño de Amazon dijo «tu beneficio es mi oportunidad» dirigiéndose a sus competidores e inventando el low-cost).

El avance tecnológico ha beneficiado a las masas, pero ha hecho necesario instrumentos de manipulación más poderosos y que llegaban con la propia tecnología. Las barricadas se van a los museos de la revolución y ésta se ve desacreditada por el fracaso de la Unión Soviética. (NOTA.-El positivismo triunfa y llega de nuevo un período de motines estériles en lo relativo a los aspectos sociales (mayo del 68), mientras que se blindan los mecanismos económicos que sólo cambian por su propia y paradójica dinámica de perpetuación. La desaparición del contrincante comunista aumenta la soberbia del sistema que considera que ha llegado el momento de desmontar el Estado de Bienestar, que sólo se instaló para desacreditar al opositor y de eliminar a las clases medias que fueron mimadas por su aportación de conocimiento pero que van progresivamente siendo sustituidas por la Inteligencia Artificial. El dinero al dinero, la riqueza a la riqueza)

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