Tras poner una zancadilla al marxismo por fundarse en la preexistencia del sujeto y a sus herederos de Frankfurt por no saber romper con la identidad que pretende desacreditar; tras derribar el materialismo dialéctico de Stalin por groseramente optimista; tras afirmar las posibilidades de la dialéctica hegeliana por apuntar a una radical contingencia que abre el «porvenir» a la libertad, no entendida como «necesidad comprendida», sino como facultad para gestionar la sorpresa permanente, Zizek se da un respiro para entrar en combate con las antinomias de Kant.
Después de unas páginas concluye que las antinomias kantianas «surgen en el momento en que confundimos fenómenos y noúmenos«. Es decir, confundir objetos de la experiencia con Cosas en-sí. Es sabido que Kant encuentra límites en nuestras relación cognitiva con el mundo, considerando que todo lo que puede ser objeto de experiencia en el marco del tiempo y el espacio puede ser conocido por los conceptos matrices de nuestro entendimiento y que, más allá, es la Razón la que entra en juego con su ley moral para tomar contacto directo con aquello a lo que el entendimiento no alcanza y que llama la «cosa en sí» o «noúmeno». Esta limitación se la atribuye al observador y no a la realidad. Justo al contrario que Hegel que sitúa esa carencia en la realidad misma.
Zizek menciona la opinión de Jameson que interpreta la Razón como una suerte de ideología que actúa en varios planos: uno histórico, como el patriarcado, que se diluye cuando desaparecen las condiciones y otro plano trascendental, a priori, que va asociado al lenguaje y, por ello, al gran Otro que conforma las actitudes de los individuos. El sujeto frente al objeto se sitúa cargado de prejuicios para la interpretación. Sin ellos nada se entiende. Con ellos todo se confunde. De ahí la necesidad de lo que Hegel llama «postular las presuposiciones». Presuposición que también influyen en el postular. Este postular genera la retroactividad que recupera la historia previa en vez de falsearla ideológicamente como etapa necesaria de la situación actual. De este modo Hegel evita la ilusión narrativa de un proceso continuo de crecimiento orgánico de la viejo hacia lo nuevo. La retroactividad de la postulación de las presuposiciones retotaliza el pasado y rompe la continuidad pretendida, tal y como entendió Foucault la historia con sus epistemes.
Zizek nos dice que Schelling concibe el nacimiento de la conciencia en un acto primordial que la saca del reino espectral del inconsciente. Pero para Zizek lo auténticamente inconsciente no es el reverso de la consciencia, sino el acto de combinar todas las pulsiones en la unidad del yo. Es la autopostulación. Un acto de autoafirmación que Schelling cree que es reprimido. Una negación de la voluntad que regresa al inconsciente una vez jugado su rol. Una negación que juega el papel con el enorme poder de la negatividad que ejerce la abstracción al elimina los rasgos no esenciales del objeto real. Un poder que ejerce el entendimiento y que lleva a Zizek a analizar la relación entre el entendimiento y la razón.
En su opinión, la razón no es más, sino menos que el entendimiento. Para Jameson, el entendimiento es una ideología, pero que es insuperable. Una ideología que nos lleva a cosificar la identidad y frena nuestra capacidad de aprehender el no-yo en todas sus formas espaciales y temporales tal y como es, al margen de nosotros. Zizek rechaza esta posición por históricamente superable. Pero aún es mas crítico con su diferenciación entre entendimiento y razón. Siendo el primero la facultad de fijación de diferencias, e identidades, que «reduce la riqueza de la realidad a un conjunto abstracto«, mientras que la razón reconstruye la complejidad de la realidad. Por eso, Zizek acude a Hegel para encontrar que el entendimiento es «la más grande y maravillosa de las potencias o, mejor dicho, la potencia absoluta«. De este modo sitúa al entendimiento en el vértice, siendo, por tanto, la razón menos que aquel. ¿»Cuánto» menos? ¿Qué hay que sustraer al entendimiento para «tener la razón»?, pues la ilusión constitutiva. Es decir, la falsa idea de que desgarrar la realidad con el concepto es negativo, en vez de productivo. La razón es el entendimiento en su aspecto productivo, en su radicalidad desgarradora no meramente mental, sino real. Zizek dice que, cuando se extrae de una obra literaria o cinematográfica su contexto de forma implícita o explícita se está aplicando la capacidad de abstracción a la realidad del producto artístico. Habitualmente el pretexto es ofrecer la obra en su pureza humana, eliminando todo rastro político. Por eso, a Zizek no le extraña que en el mismo momento en que nace la profundidad psicológica con San Agustín, se está extirpando del cristianismo los últimos rastros de su aplicación radical a la vida pública. Igual reproche cabe hacerle a las aplicaciones de la deconstrucción que hace Derrida de Rousseau o Hegel. Esta separación o ceguera voluntaria de los aspectos más espinosos de la realidad puede estar explicada en nuestra limitación de seres finitos o bien ser positivizada. Cuando aplicamos esta capacidad de selección a la creación de conceptos estamos usando nuestra capacidad de ver menos, de estar ciegos al resto de rasgos que consideramos sin interés. Es un «menos es más» aplicado positivamente como se hace en la arquitectura moderna o cuando «se habla de un libro que apenas se ha ojeado«. En definitiva, la incapacidad del entendimiento de ver la realidad en toda su complejidad es su mayor poder.
Kant pensaba que nuestros problemas con la antinomias tenían su origen en la aplicación errónea de las categorías a un mundo ajeno a los fenómenos y con origen en las intuiciones de la sensibilidad. Pero, también pensaba que este error era un ilusión necesaria. Dado que Kant salva a la metafísica alejándola de los fenómenos, Zizek cree que el transito correcto a Hegel requiere salvar a Kant de sí mismo. Salvarlo de su apuesta conservadora por una realidad que no está al alcance del entendimiento. Una posición basada en la limitación del entendimiento para captar toda la realidad. Lo que obliga a establecer un concepto límite a la sensibilidad, a donde no llega lo que llamamos noúmeno, que no puede ser conocido por el entendimiento, aunque sí pensado como desconocido. De este modo, habría un mundo sensible y accesible directamente y un mundo inteligible accesible sólo por los conceptos pero para el que no se cuenta con objeto. Por eso, ya Hegel dejó dicho que «tras la cortina de los fenómenos solamente está lo que nosotros ponemos en él«.
No hay pues dos mundo positivamente hablando, sino uno, el de las apariencias, los fenómenos y otro construido a partir de su negación. No hay un mundo de entidades nouménicas que limiten los fenómenos desde fuera. Los fenómenos «son todo lo que hay«. En correlación con esto, el sujeto no es imperfecto, puesto que conoce toda la realidad que hay. Y es libre porque es la realidad y no él como conocedor la que es incompleta ontologicamente. Esto no descarta la existencia de leyes de la naturaleza y fenómenos no conocidos aún, pero que, en ningún caso, deben ser considerados nounénicos. Lo que no conocemos aún, no es el fundamento de un mundo inalcanzable.
Zizek reprocha a Kant que los problemas de limitación de nuestro conocimiento los resuelve con un ser con capacidad ilimitada (Dios), en vez de reconocer la estructura real de nuestro ser como la única posible. De ahí Laplace y su mente hipotética. Lo que llamamos limitaciones de nuestro conocimiento es la forma del mismo y por tanto no es una contingencia a superar con más datos como algunos científicos cognitivos pretenden. Por eso, Hegel propone que la totalidad incluya las posibilidades de quien la capta y rechaza una visión panorámica neutral. La parcialidad es estructural y el futuro contingente. En consecuencia, el análisis dialéctico es siempre del pasado. No es menos radical cuando afirma que, si Kant dibuja un panorama en el que la multiplicidad de sensaciones es conducida por el sujeto a la unidad del concepto, de la sustancia, Hegel, por el contrario, hace caer la sustancia hacia la finitud.
La lectura original de Hegel por parte de Zizek es aprovechada para ajustar cuentas con Daniel Lindquist que le había reprochado decir que Hegel consideraba al Terror de la Revolución Francesa como necesario. La postura de Zizek es que Hegel no propugna una sociedad orgánica y armoniosa, sino que el absoluto (el Estado) está en guerra consigo mismo y su expresión es el concepto del terror como un momento necesario en el despliegue de la libertad. Lindquist, por el contrario dice que Zizek está equivocado porque Hegel reivindica la sociedad armoniosa, aunque renunciara al modelo de la polis griega. Incluso, más allá, que propugna una sociedad moral, como retorno del absoluto a la unidad , por mucho que no la vea en su entorno. Finalmente, rechaza que Hegel considere el terror un momento necesario, sino un efecto patológico de la patológica pulsión por la aplicación del universal en la vida humana adoptando una forma utópica que pretende construir destruyendo todo lo anterior. Por su parte, Zizek responde que Hegel recibió con entusiasmo aquella expresión política del pensamiento filosófico que fue la Revolución Francesa, pero, no por ello dejó de hacer una crítica inmanente al acontecimiento y su desarrollo. Según Zizek para Hegel el terror es necesario, pero inmanente a esa revolución concreta. Sólo el terror abstracto crea la condiciones para la libertad concreta. Es decir, el resultado final como Estado Liberal (universal concreto) no sería posible sin que el Absoluto (universal abstracto) que ha de venir se involucre en abstracto en la lucha y se concrete en el terror.
Según Zizek el análisis dialéctico lleva a la conclusión de que sólo adoptar la solución equivocada crea las condiciones para la solución correcta, pues una vez aplicado el terror (universalidad abstracta, negatividad radical) es posible elegir la universalidad concreta de la democracia liberal. En esta dinámica cada momento (la monarquía, el terror, la democracia liberal) se afirman a sí mismas unilateralmente y en esa afirmación llevan su destrucción, pues tanto la monarquía como el terror acabaron desapareciendo. La universalidad absoluta está en conflicto autógeno, pues está en guerra con sus particulares al incluirse en la lucha al nivel concreto. Así en su lucha contra la Fe, la Ilustración está en conflicto consigo misma. El absoluto se genera en el conflicto de sus particulares. No está al margen, primero es idea y después es gobierno. Es decir el absoluto es resultado de sí mismo.
Pero el proceso no es fácil. Hay que distorsionar un concepto hasta convertirlo en una distorsión en sí. Pone el ejemplo Wagner y su interpretación del mandamiento «no desearás a la mujer del prójimo» dado que eso es adulterio. Wagner dice que el adulterio no es copular fuera del hogar, sino hacerlo con una esposa que no se ama. El concepto de adulterio es distorsionado buscando dentro de él su contradicción al relacionarlo no con la ley, sino con el amor. Igual ocurre con el concepto de propiedad que se convierte en manos de Proudhon en un robo, cuando se relaciona con la propiedad de los demás. De modo que mientras todos no tengan satisfechas sus necesidades, cualquier exceso es un latrocinio. La propiedad es negada como robo y a continuación afirmada como propiedad común. Es un ejercicio típico de negación de la negación con el que se viene de la propiedad (privada) y se acaba en la propiedad (común) pasando por el robo que es la negación del primer tipo de propiedad. Zizek cree que esta dinámica dialéctica es el elemento más transgresor llegando a conclusiones tan provocadoras como que la ley es una subespecie del crimen o que la propiedad es una subespecie del robo. Acaba aplicando esta distorsión al concepto de ecología como respeto de un supuesto orden natural y proponiendo que la violación de la naturaleza es suponer la existencia de ese orden. En definitiva, según Zizek, el viaje de la negación hacia la negación de la negación, es el viaje desde la dimensión objetiva a la subjetiva. En la negación directa el sujeto observa y en la negación de la negación el sujeto se involucra. La dialéctica no garantiza el final feliz. La dialéctica hegeliana no responde al modelo «síntesis de opuestos«. Pues la oposición de polos oculta el hecho de que uno de los polos ya es la unidad de los dos, sin necesidad de un tercer elemento que los una. No hay tercero entre ley y crimen, dice Zizek, la ley es una forma de crimen. No hay mediación entre propiedad y robo, la propiedad es una forma de robo. En esa lucha entre opuestos destaca el individualismo liberal y el fundamentalismo comunitarista, cuyo conflicto es resuelto, no como un equilibrio entre ambos, sino como búsqueda en el interior mismo del concepto originario (en este caso el individualismo) que puede llevar a alguna forma antagonista. Aquí el fundamentalismo jugaría el papel del terror en la revolución francesa.
Aquí encuentra Zizek, sus diferencias con el budismo que, en su pretensión de negar el carácter sustancial de la realidad encuentra el vacío y borra la diferencia entre el bien y el mal. Si, como hace el budismo, se aisla una cosa de sus relaciones con otras e intentamos aprehenderlas como es en sí-misma, obtenemos el vacío. Por eso, en el Nirvana hemos asumido que no hay ni bien ni mal, ni vida ni muerte, ni nada ni algo. Esta es la libertad prometida. Con esta propuesta hasta Hegel resulta poco radical, pues acepta el ser antes que la nada y la negatividad está contenida en el movimiento del espíritu. Hay, todavía algo, una «astucia de la razón» que señala una fuerza sustancial subyacente. Un algo que es menos que nada y que, sin embargo, fundamenta la realidad positiva que procede de una negatividad autorrelacionada. Algo así como el bien entendido como el mal autonegado o la realidad como la nada autonegada.
RESUMEN
Zizek va perfilando su visión de Hegel: el futuro es contingente, virtual, las posiciones particulares son inevitables para juzgar; los juicios son siempre retrospectivos; cuando el pensamiento actúa desgarrando a la sustancia, no lo hace metafóricamente sino realmente; las limitaciones que Kant identifica en el sujeto cognoscente son «defectos de la realidad»; la dialéctica no es un mecanismo que concluye en un absoluto teleológico, sino que el absoluto está en el conflicto entre su momentos particulares; entre los opuestos encontrados uno prevalece porque incluye la totalidad. Y, por supuesto, sigue desconcertando con sus paradojas. Stalin fue «demasiado» moral, Kant no se atrevió a quitar sustancia a la cosa en sí, para salvar la metafísica, etc.
Con estas armas dialécticas, Zizek siembra el terror con sus opiniones sobre el terror. Sólo que usa un ejemplo, el de la Revolución Francesa, que, leído a posteriori, encuentra su encaje para explicar la enorme transformación que supuso la destrucción de la monarquía precedente. Sin embargo, hoy en día el terror se sigue aplicando cuando un estado cree que lo necesita y no precisamente para progresar como comunidad. Siria es un buen ejemplo. No está claro el desarrollo «dialéctico» que parece conducir al restablecimiento del terror de la tiranía que vence al terror del fundamentalismo, posponiendo sine die el amanecer del estado liberal doscientos años después. Dialéctica del terror que se encierra en sí misma. Algo de esto percibimos en el hecho de que las civilizaciones sólo han cambiado cuando han agotado el catálogo de errores que pueden cometer. Ni siquiera nuestra civilización, que ha prescindido de la lectura mágica del porvenir y la ha sustituido por la prospectiva basada en datos, es capaz de corregir el rumbo sin probar la hiel de la derrota.