Zizek arranca la segunda gran división de su trabajo con una pregunta ¿Se puede ser hegeliano después de Hegel?. Como es habitual empieza estableciendo una posición que lo haría imposible para luego demolerla. Es decir, afirma que no se puede hacer música tonal pura después de Schoenberg o filosofía platónica después de Kant, pero inmediatamente dice que sí es posible volver a Hegel porque no hubo una auténtica ruptura posterior con el pensamiento de Schopenhauer, Kierkegaard o Marx. Por tanto se debe volver a atrás para reconstruir el camino. Estos pensadores llevaron a cabo su tarea actuando como si Hegel no hubiera existido. Se sirve de Gérard Lebrun como contrapunto para su tesis, quien afirma que los tiempos actuales están bajo el signo de Nietzsche. El primer argumento a desacreditar es el de la contradicción entre la finitud de todo y la pretensión de Hegel que su sistema no esté incluido en ese «todo». Hegel dijo: «Cuando uno habla, siempre se habita el universal«. que es la «castración» simbólica de Lacan, que es el precio que paga el individuo por pasar de un animal vital a un sujeto hablante alejado de las pasiones. Una especie de rendición preventiva del fracaso. De forma que la dialéctica sería un mero juego formal para ofrecer siempre una salida a la derrota. La derrota de aceptar que no hay otro «más allá» que el proceso inmanente de la autosuperación de cada forma, lo que, en palabras de Hegel, es la «negatividad absoluta». Así, el temor a la muerte es el temor al poder negativo de sí mismo. Algo así como que cada uno llevamos en nuestra ser, tanto el principio, como el desarrollo y desaparición. Por eso, no queda más solución que salir de la individualidad y aceptar la universalidad de la propia situación, la condición de pertenencia a una especie y a un mundo simbólico que describe una esencia general. Un estado de ánimo que hace superflua la tiranía por comprensión conceptual y, por tanto, permite lo que ha sido visto como liberación y es una disolución. El esclavo norteamericano es liberado cuando acepta ser trabajador explotado a sueldo. La tiranía se acaba cuando es superflua. Zizek ironiza con una visión de Hegel como curandero del exceso de negatividad que pone la pomada dialéctica para curar la herida que produce el ciclo infinito de nacimiento y muerte. Contra esa idea se levanta Zizek y dice que Hegel no es un «movilista» histórico, un banal evolucionista histórico al modo de Stalin: «La dialéctica de Hegel ‘no implica de ningún modo el reconocimiento de la fuerza irresistible del devenir, la epopeya de un flujo que se lleva todo consigo»
Para Zizek, Hegel no propugna el conflicto eterno entre lo viejo y lo nuevo, el pasado y el futuro, sino que está más interesado en la emergencia de la verdad de las posiciones en conflicto. Una verdad que supone el reconocimiento de nuestra finitud e inconsistencia, que no es consecuencia de los obstáculos que encontramos, si no que éstos son el efecto de nuestras limitaciones. La lucha contra un enemigo, es la lucha contra nuestra propia esencia. No hay autorrealización tras la victoria, sino ilusión que desaparecerá con el siguiente conflicto. Un sujeto en combate es derrotado a causa de su victoria. La derrota lleva a la verdad. Es la más opuesta visión de la lucha a la épica que quiere rehabilitar Nietzsche. El marxismo critica a la dialéctica de Hegel que su reconciliación se produce en la Idea sin intervenir en la vida real, por lo que se llevó a cabo la célebre inversión con la que Marx puso los pies de Hegel en el suelo. Se rechaza esta versión, porque el problema no reside en una falsa reconciliación por parte de Hegel, si no en el rechazo de toda conciliación. Hegel no propone un nueva interpretación que legitime la acción revolucionaria del marxismo. De hecho niega que la acción pueda reconciliar la realidad. Lo que propone, por tanto, no es cambiar la realidad, sino nuestra percepción de la misma. Hegel, al contrario que Fichte, no propone una lucha ético-práctica para superar los obstáculos externos o la propia naturaleza interior del sujeto, sino que éste cambie su postura respecto a la realidad, abandone su particularidad patológica y deje a la realidad ser tal como es. La consecuencia es que, cuanto menos trabaje para producir directamente lo que he de consumir uno mismo, mejor. Por eso es mejor opción la industria, que nos hace trabajar en abstracto sobre productos que pueden ir destinados a otros, a satisfacer los deseos de otros. Al igual que en la guerra, que el combate no está destinado a derrotar al enemigo, en la producción la verdad del trabajo no es derrotar a la naturaleza, sino transformar al hombre. Así el sujeto se educa, se universaliza y se aliena de sí mismo para interesarse por todos, educándose y derivando de la acción al pensamiento. Cuando uno trabaja, antes que transforma la realidad exterior, se transforma a sí mismo para percibir que la meta ya ha sido alcanzada. Lo que es compatible con que siga el imparable flujo que produce la acción de la negatividad. Pone el ejemplo de lo iluso del cristianismo que espera la reencarnación de Cristo, cuando ellos ya son la encarnación en el Espíritu Santo como comunidad. Para la dialéctica hegeliana es necesario escoger mal, para poder obtener una opción racional. Zizek juega, frívolo con el ejemplo de Terror en la Revolución Francesa, error inevitable, para pasar de la monarquía indiferente con las penurias de la gente al Estado Moderno. El Terror se ve como superfluo y destructivo después de haberlo aplicado. Este tipo de frases sobre el terror son las que ponen de los nervios a Roger Scruton.
Hegel, en la versión Zizek, no transforma el mundo, sino la percepción de él que tenemos nosotros. Un gesto vacío según los reformadores sociales que vinieron después, especialmente Karl Marx. Hegel en su crónica de las transformaciones de las formas históricas está, precisamente, ofreciendo la crónica de las transformaciones, antes que nada, de la conciencia con sus naturales efectos sobre el entorno. Quizá, esta actitud pueda ser enlazada con su pronóstico de que cada forma social lleva el germen de su autodestrucción. Zizek propone «retornar de Marx a Hegel» para neutralizar la corrupción que el «movilismo» marxista introdujo interpretando mal a Hegel.
Para este regreso al pasado, Zizek recurre a T.S. Eliot como teórico de lo ya acontecido. Como breve resumen, el poeta nos dice que, si se tiene sentido histórico, se ve que con el presente vive simultáneamente toda la historia de la literatura, en un gesto que crea un ámbito intemporal que condiciona el presente dándole densidad y coordenadas. Esta influencia del pasado sobre el presente legitima la influencia del presente sobre el pasado. Una influencia inevitable del presente producida paradójicamente por la reflexión sobre el pasado. En palabras de Borges «Cada autor crea sus precursores«. Igualmente una revolución que pareciera imposible obliga a una nueva lectura del pasado a la búsqueda de los detalles que pasaron inadvertidos y que «la explican». Lo curioso de la situación es que determinados detalles «emergen» desde el presente. Aprovecha, Zizek, para enfatizar que un acto verdadero es, precisamente, aquel que obliga a buscar sus antecedentes. Pone ejemplos como el de la deconstrucción estructuralista que es un invento norteamericano surgido de la visión de la filosofía francesa de los años sesenta desde la perspectiva americana. Todo ello resultado de una mirada que ni los mismos intelectuales franceses reconocen. Se tiene la tendencia a creer que todos nuestros actos pertenecen a una cadena determinista natural y se vive como una opresión, cuando, sin embargo, el yo «oprimido» pertenece a esa misma realidad encadenada y por tanto sus transgresiones libres son tan naturales como las determinaciones. Eliminar «todas» las restricciones es eliminarnos a nosotros mismos. Pero hay esperanza: si el pasado nos determina, nosotros podemos escoger qué pasado nos va a determinar. Tanto en el presente cuando tomamos decisiones, como en el futuro al interpretar de nuevo el pasado. Incluso cuando tomamos decisiones hoy, lo hacemos seleccionando como experiencia parte del pasado. Es el principio de retroactividad de Hegel que impide que el conjunto de razones pasadas sea suficiente para condicionarnos, puesto que son activadas selectivamente.
Pero hay que evitar la predestinación. Lo que nos sucede hoy no está escrito desde siempre, sino que siempre estamos en condiciones de alterar las tendencias que se puedan observar en el pasado con decisiones «avisadas». El perdón que borra el pecado, aumenta la libertad del presente al eliminar las consecuencias de los actos del pasado. Esta capacidad de remover los cimientos del pasado puede ser aplicada a la solución de un problema. Un problema es un universal del cual las soluciones son aplicaciones particulares. El momento dialéctico clave es cuando, en vez de seguir buscando nuevas soluciones, se modifica el problema. Las soluciones son siempre provisionales y los problemas (el estado, la democracia…) no. No son las soluciones las que son falsas o verdaderas, sino los problemas. Es una cuestión ontológica no epistemológica, pues es la realidad la que es problemática. Todas las cosas, desde una herramienta a una institución son una solución a un problema previo. En la biología el principio general (universal) se cumple en la lucha entre los particulares, pero en la historia ese principio universal es cuestionado cuando se dan las circunstancias históricas que producen una mutación social. Para Zizek es el momento de los héroes, aquellos que actúan de forma prelegal, pero teniendo como meta a la legalidad futura. Aunque cada individuo sólo pudiera tener dos opciones en cada momento decisivo, la suma compleja de todas las decisiones de muchas personas producen efectos dramáticamente diferentes y contingentes. No existe en Hegel «necesidad histórica» como en el marxismo práctico. El sentido de la historia se genera en su despliegue. César no cruzó el Rubicón por serlo, sino que fue César porque lo cruzó. Zizek resume diciendo que no hay una estructura conceptual atemporal, sino un despliegue temporal gradual. El estructuralismo llama «estructura sincrónica» a un momento histórico que incluye el presente y su propio pasado y futuro. Hegel lo llama «totalidad». La totalidad no sería consecuencia de un trascendental a priori, no existe antes de que se dé en cada presente. Pero esta perspectiva no permite predecir el futuro, porque «la lechuza alza el vuelo al atardecer». Es decir el pensamiento sigue al ser.
Para Lukács el conocimiento lleva a la conciencia, que es superior, pues compromete a la acción. Para Marx, Hegel deja la realidad como está, pero Hegel se defiende desde su obra, pues no afirma un objetivismo ingenuo que se resigne a que la conciencia queda atrapada en un proceso trascendente, pues ésta cambia la realidad. Pero no en un acto transparente en el que ella misma controla la acción y sus efectos. Una oscuridad que parece inhibir para cualquier iniciativa de cambio. Para Hegel el presente toma prestado del futuro algunos de sus rasgos a partir de las propias expectativas del sujeto. Para Zizek, el hecho de que un Acto (un Acontecimiento) cree sus propias condiciones de posibilidad no debe impedir su realización.
Si tuviéramos la visión completa de las consecuencias de nuestros actos podríamos afirmar que la libertad es necesidad conocida, pues actuaríamos libremente conforme a lo que es necesario hacer. Pero en ese caso seríamos aristotélicos en la propuesta de desarrollo de la potencialidad y no hegelianos. En ese enfoque se pierde «la radical retroactividad del sentido», la continua totalización retroactiva de nuestra experiencia y la apertura a la contingencia radical. Una postura que lleva al escepticismo, a la pérdida de nervio democrático en contraste con el vigor de los defensores de cualquier confesión religiosa. Para Zizek, Gérard Lebrun destaca la radical subversión de las metafísica tradicional que salva la forma mínima de ésta. Una forma mínima que consiste en que por mucho que la lechuza levante el vuelo cuando todo se ha consumado, hay una historia que contar, retroactiva y contigente pero que «reconstruye el sentido del proceso previo«. El propio Zizek duda de la operación cuando piensa en una narrativa de los terribles acontecimientos del siglo XX. Es curiosa la constatación de que Hegel, consciente de la polaridad que se genera en torno a cualquier asunto, tomara partido en las luchas de su tiempo. La hacía porque pensaba que «la universalidad verdadera es accesible sólo desde un punto de vista ‘parcial’ y comprometido«. Zizek defiende a Hegel frente al reproche de cierre hermético de un Todo de conceptos categoriales como generador de la reconciliación entre opuestos. Por el contrario, afirma que su dialéctica describe «el proceso abierto y contingente a través del cual este Todo se forma a sí mismo«. Se trata, en su opinión, de una confusión entre el Ser y el Devenir. Un devenir abierto que al actualizarse genera su necesidad retrospectivamente.
La virtualidad, es un hecho no previsto en un conjunto de posibles, una emergencia contingente no prevista. Algo así como si, al tirar un dado legal de seis caras saliera un 7, número no incluido en las posibilidades a priori. Esto es lo que caracteriza a la virtualidad. Esto es la versión más radical del materialismo. Así el tiempo sería «el espacio» en el que surge lo nuevo, fuera de las posibilidades inscritas en cualquier matriz atemporal. Se viola así el principio de razón suficiente y la idea de la presencia de una entidad trascendente. La naturaleza es no-Toda (no está cerrada, completa): «no está cubierta por ningún orden o poder externo que la regule. De este modo el milagro es un concepto materialista (aquello que surge sin ser resultado de una cadena causal preexistente)«. Sólo porque la aparición de lo nuevo es radicalmente contingente e impredecible, sólo porque no hay ningún progreso inherente es necesario establecer retrospectivamente las condiciones (que no las razones suficientes) en lo anterior para la realidad de lo posterior. Zizek afirma, una vez más, que esta carencia de la naturaleza es ontológica, no solamente epistemológica. El problema no está en nuestra cabeza, sino en la realidad misma. No es que carezcamos de la capacidad de comprender, sino, al contrario que hemos comprendido la carencia de la realidad (Quentin Meillassoux). Zizek, en principio, sitúa a Hegel del lado de la potencialidad, pues es el filósofo que propone el desarrollo desde el en-sí al para-sí, en el que las cosas devienen «lo que ya son«. Pero enseguida lo desmiente afirmando que Hegel es el filósofo de la virtualidad, pues la dialéctica es del sujeto y el sujeto es la nada autorrelacionada. De él surge ex-nihilo cada nueva figura. Cada paso dialéctico que surge emerge y crea su necesidad.
RESUMEN
En esta fragmento, Zizek ha trabajado pacientemente para conducirnos a una visión autógena de la naturaleza y nos pone en el umbral de la reflexión sobre la anticipación de Hegel a tal visión del mundo.
De la lectura de estas páginas se ha derivado estas ideas:
- La democracia popular llegará cuando los datos de las redes sociales estén a disposición de todos los partidos políticos.
- La renuncia a la privacidad no tiene premio distinto del poder que otorga.
- El hombre será siempre derrotado si considera su enemigo a otro hombre.
- Hay que advertir que la meta del pensamiento y de la acción es conocerse, que el premio está en el presente. Como esa madre que siempre se decepcionará si espera que sus desvelos con su hijo tengan premio en lo que éste será. Nunca tendrá una gratificación mayor que la que le proporcione cada abrazo y cada beso mientras está a su cuidado.
- Eliot y el pasado sitúa en el frágil software de la memoria el universo de los sucedido para mantenerlo continuamente presente.
- La libertad es una cuestión de grados. No hay una libertad absoluta o la predeterminación más cerrada, sino más o menos libertad en función de la capacidad de un determinado ser de «seguir su muchos destinos posibles».
- El sentido aparece tras los hechos. Porque el sentido es una estructura explicativa para la episteme de cada cohorte.
- Parafraseando a Zizek diríamos que no hay una estructura conceptual atemporal, sino un despliegue gradual. Observarán que he eliminado «temporal» pues «despliegue» ya implica cambio y, por tanto, tiempo. Un despliegue que cobra sentido en el marco de la estructura mental contemporánea con una determinada fase de ese despliegue.
- La acción no es consecuencia del desarrollo del concepto, sino que el concepto surge en el desarrollo de la acción. Sin embargo, en la producción artificial, el artefacto responde al concepto, pero a un concepto surgido de una acción previa y modificado en la propia producción porque no es un fin, sino un medio en la cadena de perfeccionamiento. Su empleo desvelará su insuficiencia.
- Hay que admitir que la vuelta a Hegel que propone Zizek es, en realidad, la acusación de fracaso para todos los sucesores de Hegel que, malinterpretándolo, postularon teorías «científicas» que eran capaces de generar una acción que le doblaría el brazo a la historia conduciéndola por senderos deseados y deseables.
- No es de extrañar que Zizek sea atraído por el vértigo de que «alguien» lleve a cabo un Acto, tremendo si es posible, que lo cambie todo, para luego ser justificado. Porque si contingente es el resultado de tal Acto, necesaria es la generación del relato que lo justifique.
- La humanidad prefiere consumar una tendencia errónea que corregir el rumbo en base a presupuestos racionales.
- El futuro «tira» del presente a través de los proyectos.