Zizek, tras aceptar vagamente que la verdad es una aspiración legítima y relativizarla a manos de Hegel, necesita limpiar el campo de mundos ilusorios y afronta el ataque a Dios y su justificación.
Compara la lujuria de la especie humana de contemplar sin daño el sufrimiento de otro ser humano y cita a Malebranche cuando habla del goce de Dios por el sufrimiento del hombre como su eco. Cita a Dostoyevsky: «Si Dios no existe, todo está permitido» y lo invierte: «Si Dios no existe, nada está permitido«, pues el hombre se erigiría en su propio vigilante, porque, al contrario del contrario, «Si Dios existe todo está permitido«, porque se le puede echar la culpa a él de lo que hagamos y siempre quedará la redención.
Sigue probando su método de inversiones paradójicas y poderosas: la duda de descartes se traduce en la certeza del cogito. La incertidumbre sobre el deseo de Dios se transforma en la certeza del amor (a Dios). Pero, no hay amor en la aceptación fatalista del destino. En el mundo moderno el sacrificio final carece de nobleza y ética. Quien se entrega a la Deidad libremente no puede quejarse de que, ésta, por omisión la acabe humillando, destrozando y crucificado. Lo trágico sin duda es la posición de Cristo que entrega su vida por una ficción. Pero el cristianismo sigue siendo trágico. Una ausencia de perdón en el último momento es garantía de condenación. En Kierkegaard Antígona, sabiendo lo que sabe de Edipo, no puede confesarlo y Abraham tampoco puede compartir su secreto de sacrificar a Isaac a ese Dios egocéntrico. Es como el «secreto oculto» del gobernante que «tiene» que cometer un crimen que necesita el Estado. Todos llevan hasta el final lo que creen es su deber. Es el empecinamiento en el cumplimiento del universal. Según Zizek es un acto monstruoso estetizado por la pureza de la intención. En la Antígona moderna (Sygne de Coûfontanine) no hay belleza, como en la muerte de Cristo. Un Cristo que en Rembrandt se sorprende de haber tenido éxito resucitando a Lázaro. Un Cristo abrumado por su condición sobrenatural. Un Cristo que quiere permanecer en la conciencia de la gente, porque quizá no cree en el más allá.
Para Lacan, el Espíritu Santo es la entrada del significante en el mundo, es el orden simbólico que suspende la experiencia vivida, el flujo libidinal, la riqueza de las emociones o, como dice Kant, lo patológico. El Espíritu Santo nos lleva más allá de la animalidad, pero crea las condiciones del Gran Otro a través del lenguaje. Un referente que lleva a la hipocresía, que es negativa, pero protege. La película Una mujer de mundo es un ejemplo de tacto, frente a la buena educación. Una entrada inoportuna en un baño en el que una mujer se ducha, si es resuelta con un «Pardon madame» es una prueba de buena educación, pero si lo es con un «Pardon, monsieur«, es una de una prueba de tacto en la que hay una excusa y, al tiempo, se protege a la sorprendida. Es el fingimiento que evita la vergüenza del otro.
¿Qué es el gran Otro?, pues el psicoanalista que te pregunta cuántas veces lo haces y te sientes obligado a hacerlo para responder satisfactoriamente. También la vecindad en la que delego mi obligación de llamar a la policía para evitar un crimen, la buena educación, el tacto… Los múltiples significados del Gran Otro se explica por lo que Hegel llamaba «el automovimiento del concepto». El histérico se enfada porque el Gran Otro disfrute con él (por ejemplo el Estado); el psicótico se sumerge en la humillación y el perverso se postula como instrumento del goce del Otro. El Gran Otro se transforma con el sujeto que lo sufre. Así se presenta en Dios, el líder y el dictador, pero también en el padre o el jefe. En la película de David Lean, Breve encuentro, el gran Otro se personaliza en la intrusión de una amiga ignorante que habla y habla, evitando el drama o la banalidad y permitiendo la separación con el climax adecuado de frustración. El Gran Otro es generador de chistes, nadie sabe de dónde vienen. El gran Otro es generador de costumbres y obligaciones sociales. El gran Otro es el «Espíritu Objetivo» en Hegel. Pero la inexistencia de Dios no convierte a Hegel en un nominalista, pues, aunque es verdad que no hay una entidad sustancial más allá de los individuos, hay algo más que es lo Real virtual que suplementa la realidad: «más que nada, pero menos que algo». Ese algo más que construye la religión. Pero considera que «la anécdota» de Cristo es sólo un ejemplo de un movimiento teológicamente más amplio, aunque sea el ejemplo de ejemplos. Alasdair MacIntyre dijo que si Kierkegaard no hubiera existido habría que inventarlo para arrojar luz sobre Hegel. La verdad del cristianismo está basada en un accidente histórico. Un accidente tan relevante que cuando muere, muere el Espíritu universal que se mantiene vivo con la actividad incesante de todos los individuos contigentes. Dios es negado por todos los fieles que niegan al Dios de otra religión mientras afirman el propio.
Con todo esto, parece que Zizek está ocupándose del cambio de la universalidad abstracta a la concreta. En el primer caso, el individuo no cuenta, en el segundo nos preguntamos cómo experimenta el individuo el sistema simbólico anónimo. Para que la universalidad abstracta se haga concreta, para sí, debe ser experimentada como un orden universal no-subjetivo por el sujeto.
¿Qué es lo que no muere de las ficciones más queridas, el espíritu que no puede ser aniquilado?. ¿Cómo se puede extraer una modelo distinto, materialista, de vida comunitaria a partir de la experiencia cristiana?. El fracaso del estalinismo fue, a pesar de su exhibición de materialismo verbal, que seguía siendo idealista, pues su organización en forma de partido se mostraba como un Gran Otro histórico. Hay vida virtual tras la muerte, el espíritu resiste la muerte corporal. Hegel no concibe el object a (objeto de deseo) de Lacan, por eso no ve, como Spinoza, ese exceso que pervive en el ser humano. Este exceso de inmortalidad. La religión cristiana consiguió la fidelidad entorno al Acontecimiento que es Cristo que rompió con las vidas banales de los fieles.
¿No renuncia Cristo a toda trascendencia cuando dice que «Donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré«?. ¿Con la muerte de Dios desaparece el Gran Otro? Sin el Gran Otro, sin el Padre, el sujeto deviene en la psicosis. Después de la creación Dios se retira y la ley prevalece. En el judaísmo, Dios muere en-sí y en el cristianismo para-sí mismo. Cuando Dios se da cuenta que no existe, colapsa. «Dios es una ficción, pero para que muera la ficción (que estructura la realidad), una parte de lo real debe ser destruida» Ese es el papel de Cristo. El gran Otro, como orden virtual, como ficción simbólica, es efectivo en su misma inexistencia. Por eso no se pueden destruir desvelando su carácter ficticio (desde fuera), como hacen lo ateos ingenuos (Richard Dawkins). Debe ser destruido desde dentro. Es decir, Dios mismo debe ser forzado a proclamar su propia inexistencia, debe dejar de creer en sí mismo. Si destruimos la ficción desde fuera, reduciéndola a la realidad, continúa funcionando en la realidad. La resistencia de lo virtual a desaparecer reside en que cada uno teme ser relegado a sujeto sin objetivos, sin nombre, sin destino. Se identifica a Dios con una realidad profunda más allá del orden simbólico del lenguaje, pero Dios es nada. Una nada cuyo representante es el objeto de deseo (object a), el foco del amor. Como dice Simone Weil «donde nada hay, lee que te quiero«. Cuando un caótico periodo de gestación culmina en la erupción explosiva de una nueva Forma que reorganiza todo el campo, este nuevo orden es en sí mismo contingente, resultado de un acto subjetivo decidido sin fundamento.
El idealismo alemán conceptualizó al sujeto conforme a dos características opuestas:
- El sujeto es el poder de la actividad sintética que unifica los objetos
- El sujeto es el poder de la negatividad que fractura, separa mediante la abstracción lo que está unido orgánicamente.
Ambas actúan de forma paradójica: la síntesis separando y la diferenciación uniendo. La actividad de unir es sintética, en el sentido de artificial, convencional. Un ejemplo es la unidad de una nación, que se consigue desechando a los disidentes. En el cristianismo la separación de Dios es el origen de la unidad con éste, por nostalgia. Zizek insiste en las paradojas: un acto radical de Bien, debe mostrarse primero como malo, como algo que perturba las costumbres tradicionales. Y dijo que el terror es inevitable. Dialécticamente hay que empezar escogiendo el Mal que abrirá el espacio para el Bien. Cristo trae el Bien, enfrentando a los hermanos con hermanos… es decir, poniendo el «mal» por delante. ¿Y qué ocurre en otra gran religión? Al budismo le falta la historicidad del ser. En Heidegger el Ser necesita al Dasein para expresarse. En el Budismo el ser es el vacío y no necesita al hombre.
La ausencia de Dios es la libertad, no porque Dios esté demasiado lejos, sino porque está muy cerca (en nosotros) tras su desaparición. Se reprocha a Hegel que convirtió una religión de amor en una verdad especulativa abstracta, pero, el amor es cosa de dos. Ni se forma una unidad con el otros, ni hay un tercero que sirva de referencia. Por eso es tan frágil. Zizek cree que el amor no necesita a Dios y en la medida que el cristianismo habla del amor de Dios es que es una religión profundamente atea. La frase de Cristo sobre su presencia entre los hombres es una confirmación de la muerte de Dios. Hegel es el filósofo cristiano por definición porque dice que la relación entre opuestos es de amor. No hay ningún tercero que una y reconcilie los opuestos en liza.
RESUMEN
De forma sincopada, Zizek nos dice que Dios se fue y que nuestra psicología debe encontrar el modo de sustituir su función reguladora. Necesita configurar un ateísmo consistente. A ratos Zizek se escapa. Creo que su brillante desorden es consecuencia de que le da pereza volver atrás a repasar lo escrito. Deja que que su prosa se inunde y, a veces, se encharque de anécdotas que no siempre vienen a cuento. Pero parece necesitar cubrir todo el campo con las abstracciones como prueba de su potencia universalizante. La vida son ejemplo de los universales. Sea como sea, en este fragmento se percibe que, tras la muerte de Dios, algo permanece, algo que no puede morir y que tiene que ver con el amor.