viene de (II)

Presentadas las apariencias como tema, Zizek acude a Platón para afinar sus argumentos. De este filósofo Whitehead dijo que «Toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica», lo que puede dar una idea de su importancia. Si Parménides unificó pensamiento y realidad, Platón los separó. Las Ideas por una parte y la realidad, como mala copia, por otra. La sutura que Aristóteles llevó a cabo inmediatamente no cerró la cicatriz que ha seguido abierta durante siglos. Contra Platón han luchado los vitalistas (como Nietzsche; los empiristas (como Quine); los marxistas (como Lenin); los existencialistas (como Sartre); los liberales (como Popper) y Heidegger (como Heidegger); . Es decir, toda la filosofía desde mitad del siglo XIX hasta ahora.

¿Por qué, entonces, volver a Platón?, según Badiou, por la necesidad de reivindicar la verdad, frente al absoluto relativismo consecuencia de el predominio del lenguaje y la «nueva» física. La verdad entendida como refugio inmaterial para un paradójico materialismo, el dialéctico. Se reconoce la autonomía del orden inmaterial de la Verdad. Para ser plenamente materialista, dice Badiou, hay que reconocer la capacidad del ser humano de renunciar a su animalidad para poner su vida al servicio de una verdad trascendente (una causa). Lo que es lo mismo que reconocer la existencia de la libertad de escoger. El arte, dice, no es un procedimiento para producir placer, es un medium de la verdad. En definitiva, frente al relativismo postmoderno, la universalidad de verdades eternas. Creo que Badiou tiene la esperanza que nuestra multiplicidad de posturas puedan ser cosidas por arriba, por el lado universal y común en virtualidades intangibles por su influencia en el mundo tangible. Una situación que no debería sorprender si somos constituidos a partir de una misma estructura genética. A partir de ella el clinamen azaroso divide y separa, pero esa universalidad pugna por emerger de la profusa realidad aparente.

Platón empezó luchando contra la disolución sofista de Gorgias que aprovechó el carácter cerrado del sistema lingüístico para jugar indefinidamente con él en la sociedad ateniense pillada en su inocencia. Unas prácticas que, todavía, están vigentes en la vida pública. El filósofo necesitaba un anclaje para el vértigo sofista y lo encontró en la realidad metafísica de las Ideas. Un anclaje débil, pero que transformó el pensamiento. Un anclaje que, en mi opinión, no existe, pero que puede ser sustituido de forma legítimamente arbitraria por la ley de preservación física y psíquica de cada uno de los individuos de la especie (la humana) que la enuncia. Cualquier otros fundamento que se busque tendrá los pies de barro.

Esta es una fase del razonamiento de Zizek que lo conduce al diálogo platónico el Parménides. En el Parménides, Gorgias sugiere a Sócrates que «bárbaro» no funciona como concepto, nada más que como opuesto a «griego». Hegel y Lacan extrapolan la situación declarando que al dividir un género en especies, siempre tendrá que haber una clase que sea «todo los que no es esto y aquello» o, parafraseando a Borges, la clase de los que no están «incluidos en esta clasificación«.

Tratando de dar nobleza a las apariencias, Zizek quiere pararse con calma ante Platón, en el que admira su lucha contra los «juegos de lenguaje autorreferenciales sofísticos» en su búsqueda de verdades sustanciales externas a él. En el diálogo El sofista trata de encontrar una tercer vía entre el Uno incondicional de Parménides y el juego de Gorgias con la multiplicidad del no-ser. Así, se hace la pregunta sobre cómo es posible hablar del no-ser. Para ello tiene que aceptar que el no-ser es una parte del ser, no su opuesto. Es decir, al negar el color de algo, en realidad estoy afirmando que es de otro color. Para Platón, el sofista atribuye predicados falsos a las entidades en una forma de ficción lingüística. Sin embargo, tanto, Bentham como Lacan, ven en determinadas ficciones lingüísticas (significante que no son nombres de cosas) una utilidad que se manifiesta en su capacidad de aparecer en oraciones significativas. Por ejemplo una ley que prohiba un determinado acto, dota de significado al término «obligación» que, aislado, no señala a nada tangible. Por eso, nos recuerda Zizek, Marx señala que el «fetichismo» de la mercancía sigue influyendo en las conciencias, incluso cuando ya se ha desvelado su carácter ilusorio. El ser humano disfruta con la ficción. El tiempo que transcurre desde que compra un cupón de lotería y el momento del sorteo le permite anticipar el disfrute y el reparto entre hijos del dinero que no ha ganado (ni ganará). Una ficción que lo tiene ocupado durante unos días produciendo efectos benéficos sobre su psique. Disfrute que devuelve después en forma de frustración, lo que compensa rápidamente comprando un nuevo cupón. Igual pasa con las leyes que son operativas porque la mayoría cree en ellas o finge creer en ellas. Esto desvela el poder de lo ficcional, es decir, la potencia del significante universal. La palabra «padre» es más real que el padre concreto que la porta. Así, Zizek acepta la propuesta de Miller de que el semblante, el significante, el discurso en definitiva, es una máscara de nada, del vacío. Una ley que se cumpliría para todo discurso menos para éste: «Todo discurso es una máscara de la nada». De modo que el discurso totalitario se autorrefuta. Es lo mismo que ocurre con frases como «Toda verdad es histórica» o «Todo es relativo«. Es una posición que niega el Todo. La cuestión es si, como propone la filosofía moderna, todo es apariencia (menos algo) o es mejor aceptar la inconsistencia nuclear de la realidad (aparente). ¿Hay que trasladar a la realidad la inconsistencia del lenguaje? «Todo es apariencia» no quiere decir, todo es falso, sino que «sólo existe lo aparente, lo que aparece».  Ello supondría que hay dos tipos de realidades: la que ya ha aparecido y lo que está por aparecer, que no es una realidad más profunda, sino aspectos fenoménicos de la realidad a la espera de aparecer provocadas por nosotros. Por eso podemos considerar a nuestro pensamiento y a la tecnología complementos a los sentidos, porque «hacen aparecer apariencias latentes». De este modo hay una verdad al alcance, que no es la de una realidad oculta desfigurada por nuestra percepción, sino la propia desfiguración de la perspectiva humana. A todo esto lo llamaba Lacan «vacilación de los semblantes». Zizek también ve en Hegel y sus figuras de conciencia (de la estoica a la romántica) una serie de semblantes, de máscaras vacilantes.

Zizek considera que Platón en El Parménides plantea por primera vez esta disociación entre el Uno (significante, máscara) y ser (realidad oculta) en ocho posibles relaciones entre ellos.

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Cuadro 1.- Tomado de la Edición de 1988 de la Biblioteca Clásica Gredos.

Cree el Zizek, en coherencia con lo que viene diciendo, que esta taxonomía agotadora de todas las posibilidades de relación entre lo Uno y el Ser, es una muestra de cómo el andar filosófico sustituye al origen y al destino como motivadores del movimiento. Es el machadiano «se hace camino al andar«.  Menciona al Hegel para insistir que la diferencia entre la lógica (cómo órgano del pensamiento y método de búsqueda) y la metafísica (como discurrir acerca de la cosa) se funden si «la lógica es ya la metafísica«. Así, considera el ejercicio del Parménides, no una preparación para una ontología propiamente dicha, sino la ontología misma. Interesante punto de vista, pues se propone que no hay un fracaso del lenguaje a la hora de captar esencias inefables, sino una realidad sutil compuesta de ideas y lenguaje que, mientras avanza en la conquista de sí misma, se distrae con la nostalgia de lo oculto. 

Zizek, que aquí está como pez en el agua, se pregunta ¿Y si la matriz de todas las relaciones posible entre el Uno y el Ser es también efectivamente la matriz de las relaciones ‘imposibles’ entre el significante y lo Real? La matriz es potencialmente la presentación de cuatro mundos posibles e incompatibles. La presentamos con las consecuencias para el Uno y los otros, según la versión de Zizek. El aparente desorden de la numeración es para no alterar la numeración del original.

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Cuadro 2.- Construído a partir del texto de Zizek

Zizek maneja con soltura la triada lacaniana de lo simbólico, lo imaginario y lo real, una muestra de lo cual es el juego, al modo de nudo borromeo, que se puede establecer de los tres niveles consigo mismos:

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Cuadro 3.- Construído a partir de http://cort.as/-32S2

Cuando de apariencias se trata no queda más remedio que llegar a estas sutilezas que permiten tratar con la ficción, la ilusión o lo virtual, que son satélites de las apariencias. En este caso Zizek considera necesario una distinción entre la ficción simbólica, la ilusión imaginaria y la apariencia de lo real. Estas propuestas permite glosar lo que hay en el cuadro 2 con uno de los niveles del cuadro 3. Así, la hipótesis 5 que dice que el Uno permite hacer proposiciones verdaderas acerca del no-ser es una ficción simbólica; mientras que el Uno disperso de la hipótesis 7 es una ilusión imaginaria y la hipótesis 8 que habla de el Uno que es una no-entidad sería lo real como imposible.

Si 2 y 3 son las opciones del sentido común, el misticismo, desde Plotino a Santa Teresa quedaría encuadrado con la hipótesis 1. Se trata del goce de lo inefable, el sentimiento oceánico de Freud. Es el Uno genuino del Parménides histórico, que descubrió el racionalismo extremo al creer que pensamiento y realidad son la misma cosa en el momento mágico de descubrir que «el ser es» y «no ser no es». Un ser único el de Parménides que resulta no tener ser, es decir, no existe. A continuación hay un excurso sexual absoluta incomprensible, pero que reta a quien no tenga otra cosa que hacer a enredarse tratando de extraer un gramo de significado. Durante varias páginas van y vienen los goces, falos y sexos llegando a conclusiones esotéricas.

Yo creo que aquí Zizek trata de imitar la jeroglífica jerga de su maestro Lacan, pero que está deseando salir de ella. Por eso, no es extraño que declare que el materialismo comienza pensando contra el lenguaje. Pero Zizek insiste en buscar un discurso que nos hable del último pliegue de la realidad, allí donde limita con la nada. Por eso busca ayuda en el juicio infinito de Kant que no se limita a negar un predicado, sino que afirma, asigna un no-predicado. Cuando Heráclito dice «todo fluye, nada permanece» puede entenderse la segunda parte como que «la nada» permanece, en vez de entenderlo como que «ninguna cosa» permanece. Demócrito utilizó una neologismo (den) procedente de la mutilación, sustracción de la palabra «meden» (nada). De este modo «den» sería lo que queda al sustraerle algo a la nada para obtener «menos que nada», el primer componente de la realidad. Parmenides y su escuela niegan el vacío y, como consecuencia el movimiento. Por el contrario, Demócrito y su escuela constatan el movimiento y, por tanto, la necesidad del vacío. Así queda establecido que la diferencia entre idealismo y materialismo no es la existencia o no de solamente materia, sino la existencia o no de la nada. El acto creativo, por tanto, no es añadir algo a la nada, sino restar algo a la nada. En resumen «La Nada es el vacío generativo del que emergen las «adas», entidades preontológicas primordialmente contraídas». De nuevo Zizek se sumerge en su leitmotiv y nos dice:

«En este nivel nada es más que ada, el negativo es más que positivo. Una vez entramos en la realidad ontológica plenamente constituída, sin embargo, la relación se invierte: algo es más que nada, en otras palabras, la nada es puramente negativa, una privación de algo. Este, quizá, es el modo en que podemos imaginar el grado cero de la creación: una línea roja divisoria corta la densa oscuridad del vacío, y en esta línea, un algo borroso aparece, el objeto causa de deseo – quizá, para algunos, el cuerpo desnudo de una mujer- ¿No proporciona esta imagen las coordenadas mínimas del eje sujeto-objeto, el eje auténticamente primordial del mal: la línea roja que atraviesa la oscuridad es el sujeto, y el cuerpo su objeto?

Se deduce (irónicamente) de que utilice «el cuerpo desnudo de una mujer» como protodeseo que, el creador de la primera ada, es un hombre con todo su deseo plenamente activo. Zizek concluye su paseo metafísico por el Parménides proponiendo una novena hipótesis: «Nada es«, lo que equivale a afirmar la nada como origen de todo.

RESUMEN

Zizek nos ha servido de guía en un viaje metafísico. Un camino con una meta (la nada), una metrópoli (Platón) y dos pueblos intermedios: Parménides y Demócrito. Refuerza la búsqueda de la intuición de una realidad aparente con orígenes homeopáticos. Sin olvidar que, aunque nos convenza, seguiremos manteniendo la amenaza de lo real terrorífico, que tan útil es para el arte en general y a la literatura en particular. Seguramente esa negrura amenazante no es más que el espectro de la pulsión de muerte. Entre tanto nos queda una dualidad de cuerpos aparentes y aquello de lo que hablamos, le pueda ser predicado el ser o no. Hablar de algo es darle existencia, con lo que volvemos de soslayo al pensar-ser de Parménides. No hay viajes al infinito, pues siempre se regresa de algún modo, pero se regresa cambiado. El paralítico ser de Parménides vive agitado en el lenguaje y convive con la multiplicidad infinita de la nada creadora. Una multiplicidad de unos (sustancias) que lo son provisionalmente, según todo parece probar.

Sigue en (IV)

 

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