Zizek tiene una gran habilidad para que cualquier acontecimiento político o social concreto pueda ser asociado a constantes de la existencia humana. Especialmente llamativo es el uso que hace los chistes y dichos, incluso para hablar de la negatividad de Hegel. Uno de ellos es que lo dos grandes inventos de ser humano son «las copas de antes y el cigarrillo de después«. A nadie se les escapa que se está refiriendo, el pillín, a las dosis moderadas de alcohol que llevan a una pareja a hacer el amor satisfactoriamente y, esto es más explícito, al cigarrillo post coito. Impregnado de ese buen humor titula a la primera parte de su libro «Las copas de antes».
Las apariencias
Todo filósofo que aspire a una visión explicativa de la totalidad necesita empezar por nuestra relación más inmediata, la que tenemos con el mundo que nos rodea. Muy a menudo esto es innecesario y, de hecho, no son pocos los filósofos que prescinden de ello para pasar directamente a reflexionar sobre el mundo humano y sus propias leyes. Pero hay otro tipo de filósofo que tendrá la sensación de que le falta una pieza, si no ha satisfecho, bien sabe él que provisionalmente y casi como terapia, su hambre faustica de cubrir todo el campo. A Zizek le debe pasar esto pues empieza abordando el mismo problema que, en el albor de la modernidad, se planteó Descartes, el filósofo que la creo con su desconfianza en los sentidos.
Pero Zizek no lo puede hacer directamente. Necesita acudir a ejemplos ejemplares de lo que le preocupa. En este caso lo hace encadenando tres posiciones:
- La de Wittgenstein: «De lo que no se puede hablar, hay que callar«
- La de Elie Wiesel: «No puede haber novela sobre el holocausto«
- La de Jorge Semprún: «El holocausto sólo puede ser representado por las artes»
La tautológica afirmación de Wittgenstein cobra sentido en el uso que quiere darle Zizek si la cambiamos por «De lo que no se debe hablar, hay que callar«. Expresado así, esta frase sería el lema de los políticamente correcto. Y desde luego para algunos como Adorno, reforzando la postura de Wiesel, no es decente hacer poesía después de Auschwitz. Sin embargo, Zizek cree que la postura de Semprún es la correcta. Lo obsceno sería presentar el horror sólo como documental, pues así se «neutraliza el impacto traumático de los acontecimientos«. Acude a Lacan para sentenciar que «la verdad posee la estructura de una ficción«. El cine snuff no puede ser disfrutado, pero sí las versiones cinematográficas de los crímenes más sádicos. Así somos: si estamos en modo ficción todo es soportable, en incluso entretenido; pero en modo realidad rechazamos lo mismo como insoportable porque sabemos que las víctimas y su sufrimiento son reales. Sólo podemos soportar la verdad en su forma artística, ficcional. Hace dos años en una cola del autobús que lleva de regreso a Salisbury desde el asentamiento de Stonehenge entablé conversación con una mujer rusa. Por hablar de algo, le mencioné a la poetisa Anna Ajmátova, tan admirada por Isaiah Berlin, lo que le sorprendió mucho, pero que la llevó a mencionar la anécdota que cita Zizek acerca de la confianza de Ajmátova para describir el sufrimiento de las madres de los represalidados por el stalinismo. Zizek sabe que las descripciones de Semprún y Ajmátova no van a ser realistas, sino la intimista que «extraen de la confusa realidad su propia forma interior…». Cuando alguien sufre un trauma su versión nos parece tanto más verosímil cuanto menos racional, ordenada y fría es. Se espera confusión, emotividad, incluso, incoherencia. Sospecharíamos de una versión clara, llena de detalles, coherente.
A estas alturas, tras varias citas contundentes de Chesterton y un análisis detallado de El Largo Viaje de Semprún, el lector se preguntará que qué está proponiendo Zizek, pues todavía no ha dado pistas. Aunque no podemos sustraernos a la reflexión sobre hasta qué punto se desordena la triada, memoria, presente, futuro imaginado cuando las circunstancias externas, provocadas por el maligno, rompen todo el orden previo en el que habíamos dispuesto nuestra vida. Un desorden que sólo puede ser restaurado si alguien nos escucha. Justo lo que temía Primo Levi, que su terrible experiencia no le acabara interesando a nadie, a pesar de su necesidad de comunicarla. El mismo tipo de desazón que experimentan rompedores estéticos como Joyce o Schöenberg. Por fin, aparece la intención de Zizek cuando dice:
«Hay más verdad en la apariencia que en lo que se esconde tras ella. Ahí reside la clave para entender a Platón: la Ideas no son la realidad oculta debajo de las apariencias; la Ideas no son más que la forma misma de la apariencia, esta forma como tal,
Y a partir de aquí despliega su capacidad de crear paradojas. Por ejemplo en vez de considerar al arte profundo y al kitsch superficial, cree, que al contrario, es éste último el que baja a manipular fuerzas libidinales, mientras que el arte se mantiene en superficie preservando a la obra de sus conexiones mas profundas de su contexto histórico. Qué de decir de su propuesta de que, cuando el arte postmoderno busca rasgar el velo de la ficción, en la que está colocado el espectador, con un acto de brutal realismo (por ejemplo degollar un pollo en el escenario), en realidad es un «escapes de los real«, evitando «la realidad de la ilusión misma». En estas maniobras subyace el truco jesuítico de estar pensando en un concepto distinto del que el lector puede tener en mente para sorprenderlo, aclarándolo poco después. Quizá se recuerde a aquel novicio que preguntó a su director espiritual si «podía fumar mientras rezaba» y recibió una enérgica reprimenda. La siguiente vez su pregunta fue otra: ¿padre, puede rezar mientras fumo?. Pero Zizek tiene un hilo argumental. Si antes se ha afirmado que la verdad tiene estructura de ficción, es coherente llamar a la atmósfera de ilusión de la ficción representada, la verdad, y considerar que una intromisión de lo óntico en la confortable ficción, es menos verdadera.
Familiarizado con la inversión sorprendente acude a Deleuze para encontrarse con una inversión de alto calado: nada menos que entre las Ideas de Platón y sus imitaciones materiales. Esa inversión tiene como consecuencia una nueva dualidad: la de los cuerpos y la del sentido, ese evanescente ser inexistente por su carencia de corporeidad. Una dualidad que llama la «verdad materialista«. Zizek cree que la revolución de Platón (diferenciando entre cuerpos e ideas) llevó a cabo un cambio radical que ni el mismo comprendió. Pero subsiste la potencia de que una idea pueda emerger universal a través de todo el acontecer histórico. Pone el ejemplo de la idea de libertad de la revolución fallida de Egipto, donde esta idea se imponía a las diferencias étnicas, geográficas e históricas con la fuerza de lo necesario. Platón acertó en la fractura, pero se equivocó, según Zizek, al darle mayor valor ontológico a la idea que a los cuerpos. No comprendió el carácter virtual, inmaterial, insustancial de las ideas. Una virtualidad muy real, por otra parte, por su influencia en los acontecimientos tangibles. La idea aparece como un forma que sirve de meta inalcanzable pero modeladora de la realidad, como sugería Kant. Concluye que todo lo que hay es la realidad material espacio-temporal, siendo las ideas un «puro aparecer». Como Hanna Arendt niega la existencia de una realidad más allá de las apariencias, para preguntarse cómo emergen las apariencias en la realidad (una pregunta llena de trampas). Las ideas no están más allá de las apariencias. Están presentes en su ligereza ontológica. Lo suprasensible es fenómeno en cuanto fenómeno. Zizek trata de evitar el peligro de que «todo sea apariencia«. La apariencia no será nada, pero es lo que existe, es el ser de la esencia. Si entendemos por esencia el contenido del concepto, es decir, el conjunto de rasgos que definen a algo, no se constituye sino como apariencia. Pero la apariencia misma se constituye sobre un fondo vacío que es negado para constituir el ser cono nada de una nada. Un leguaje escurridizo que produciría «calambres mentales» a Wittgenstein y la repulsa del mismísimo Einstein que rechazó ayudar a Jaspers, que quiso huir de Alemania por tener una esposa judía, debido a su incomprensible, para él, lenguaje filosófico. Pero, lo que se quiere decir es que el ser está constituido por las ideas que construimos partiendo de lo único que podemos conocer, que es la esencia a partir de la apariencia, de los fenómenos. Nuestro cuerpo tropieza y encuentra resistencia en otros cuerpos, pero, sobre todo, envuelve a todos los cuerpos, incluido el nuestro, en una intangible atmósfera tejida en apariencia, pero «muy real». Si a eso añadimos que nuestra pesquisas sobre la naturaleza de la realidad corporal va disolviendo su corporeidad en nuevas esencias, se constituye una realidad evanescente, cuya eficacia, nos permite pisar en el vacío sin miedo a caer. Un vacío que da respuesta a la pregunta de Heidegger (¿por qué hay algo y no más bien nada?) con un «solamente hay Nada». Colocado ahí, Zizek puede afirmar que el clinamen (la desviación espontánea de átomos sugerida por Demócrito) es la sustancia misma del átomo que se desvía. No hay una realidad corporal (el átomo) que se desvía, sino una desviación que es percibida como acción de algo. En la física relativista, el fotón no tiene más masa que la que deviene de su aceleración. No hay realidad grosera, sino acción y su percepción como apariencia. La apariencia como una red virtual tejida por nuestro cerebro y que cubre a toda lo real dotándolo, precisamente, de realidad.
RESUMEN
ZIzek nos prepara en este fragmento para ir modificando nuestra mente desde la certeza inocente de que existe una realidad «ahí fuera», que conocemos directamente, sin mediación, con nuestros sentidos, a una realidad evanescente con tantos huecos que nuestra mente puede penetrar en ella hasta el fondo y palparla con símbolos y tecnología (que no es otra cosa que la materialización de nuestros símbolos). Un realidad aparente, porque no puede no aparecerse a quien la observa constituido por el mismo tejido y porque no tiene envés que el desarrollo y paciencia del pensamiento no pueda llegar a desvelar.