Estoy leyendo desde hace un mes el libro estrella de Slavoj Zizek «Menos que nada. Hegel y la sombra del materialismo dialéctico». Este filósofo vivo parece representar a la inteligencia de izquierdas actual. Sus apariciones como conferenciante son numerosas y su producción literaria igualmente profusa. Me he centrado en este libro porque en él creo que están las claves de su pensamiento. El interés por él es simétrico al interés por Roger Scruton, un filósofo conservador , cuyas posiciones son totalmente opuestas a lo que representa Zizek.

El libro de Zizek es largo (mil páginas), abigarrado y complejo. Tiene un sorprendente prólogo dedicado implícitamente a la organización política Podemos. En él se cita al Mao de la Revolución Cultural y se hace una panegírico del Amo, citando, de algún modo a Lacan dirigiéndose a los estudiantes del Mayo del 68:

«Este es el modo en que funciona un auténtico Amo: no intenta adivinar lo que quiere la gente; simplemente obedece su propio deseo, de modo que es decisión del pueblo decidir si le seguirán.»

En la introducción empieza atacando a quien se cree las propuestas formales de las apariencias y, de esa forma, refuerza de lo que Lacan llamó «el Gran Otro», un nombre para el orden simbólico del lenguaje que se aproxima al significado del «Super Ego» de Freud, es decir del conjunto de normas del sentido común y el status quo que le indica al individuo lo que debe creer que debe hacer. Es un rechazo del sentido común, de lo que aparece ante nosotros y un elogio de un conocimiento esotérico que «ve mejor» lo que «hay detrás».

Zizek nos dice que este libro no es una guía para idiotas (el que no es influido por el Gran Otro que es el lenguaje), ni un manual universitario para tontos (los que creen que el Gran Otro es su propia espontaneidad), sino que es una guía de Hegel para imbéciles (el que desconfía del Gran Otro, pero no está fuera de su influencia). El imbécil es aquel que sabe que algo va mal y se ve obligado a renunciar pero musitando «eppur si muove«. En este libro, Zizek quiere provocarnos ya desde la introducción afirmando que la realidad no es un exceso sobre la nada, sino menos que nada, lo que en su opinión explica la necesidad de la ficción como complemento. Es lo que Freud llamaba pulsión. Ya en este punto tan temprano de su libro, Zizek da un salto mortal desde la filosofía a la física cuántica diciendo que la hipótesis del «campo de Higgs«, que dice que un sistema físico no coartado siempre adoptará un estado de mínima energía hasta llegar a un punto de energía nula. El campo de Higgs es «algo» que extraído del sistema, en vez de disminuir su energía, la aumenta, pero introducido en un sistema vacío, su energía descienda aún un poco más convirtiéndose en algo con energía negativa (menos que nada). Lo que equivale a decir, según Zizek, que es la versión física de «cómo algo aparece a partir de nada«.

El libro, nos anuncia que va a estar dedicado al análisis del pensamiento de «eso que se mueve» que se da en Hegel y que se repite en Lacan. Pero este libro no es un manual y Zizek lleva a cabo la misión anunciada con numerosos meandros por el antes y el después de estos autores. El resultado obliga al lector a un esfuerzo de concentración grande para evitar la dispersión y, en definitiva, la incomprensión del texto. Pero el autor no ceja en armar lo disperso y nos dice que el campo filosófico actual se organiza sobre dos ejes: el materialistas (naturalismo + historicismo)  y el espiritualista (neobudismo + finitud trascendental). Zizek se propone mostrar que en las cuatro posturas hay una ausencia, la de una fractura pretrascendental (pulsión freudiana) y que ésta fractura «designa el núcleo mismo de la subjetividad moderna«.

Pero Zizek no acaba la introducción una vez que ha expresado su propósito. Como va a ocurrir a lo largo de texto, la utiliza ya para afirmar algunas tesis. Una de ellas es que el Idealismo Alemán es un momento clave para la filosofía, que permite hacer una lectura plenamente filosófica de toda la tradición precedente y posterior. Cifra el período desde 1787 con la publicación de la Crítica de la Razón Pura y 1831, año de la muerte de Hegel. Kant descubre la fractura con las antinomias y Hegel la profundiza al reprochar a Kant que se conforme con considerar que las antinomias están en nuestra razón en vez de en la propia naturaleza de la realidad. Para Hegel todo lo que existe está atravesado por un desequilibrio que lo conducirá a su desaparición. Zizek acude a Badiou y sus condiciones filosóficas (Ciencia, Política, Arte y Amor) y coloca en cada una de ellas respectivamente a los cuatro grandes filósofos idealistas: Kant, Fichte, Schelling y Hegel (el llamado trenecillo filosófico). La filosofía alcanza en este período su territorio gracias a la propuesta de constitución trascendental de la realidad, dejando atrás su infancia de precursora de la ciencia natural. Es Kant quien abre la fractura entre lo óntico y lo ontológico. Es la diferencia entre la apariencia como error o la apariencia como fenómeno, que es lo que está a nuestro alcance conocer de la realidad. En la filosofía prekantiana el propósito era ir más allá de las falsas apariencias hasta el ser verdadero de las cosas (episteme de Parménides, ideas de Platón). Para Kant la apariencia es noble, no es engañosa, por lo que la tarea es conocer las condiciones de posibilidad de esa apariencia (génesis trascendental de los fenómenos). Y encuentra esas condiciones en nuestra sensibilidad y nuestros conceptos. Si, hasta Kant, la filosofía pretendía como metafísica explicar toda la realidad oculta al ser humano finito (nouménica), después de Kant la cuestión es otra. Para unos, Kant hace una pirueta para proteger a la religión y para otros abre la espita para la salida del liberalismo y el nihilismo al abrir la caja de la crítica a la confortable metafísica reinante. Kant ofrece el camino a afrontar el hecho de que la antinomias no son ilusiones, sino parte de la estructura de la relación entre el ser y la reflexión. Por eso al final de la crítica no obtenemos la Verdad que supere la visión ingenua anterior, sino la Verdad de la estricta inconsistencia de la realidad pensada que obliga a que no acabe la búsqueda. Para Kant el problema reside en nuestro conocimiento y para Hegel en la cosa misma. Sea como sea, Kant inauguró el estudio fecundo de la subjetividad humana.

Zizek está interesado en rastrear con atención el camino seguido por los cuatro idealistas alemanes que llevaron el pensamiento introspectivo a cotas máximas. Así destaca y anuncia el estudio de la profundidad de Fichte y la exploración prelógica de Schelling del Mal como «distorsión monstruosa del orden natural», en el que el individuo está sometido a la especie contribuyendo a la armonía de la totalidad de la naturaleza. Entonces un rayo rasgó el velo de la tranquilidad: aparece el ser humano acompañado del Mal inexistente hasta ese momento. Para Schelling «todo comienzo consiste en una ausencia; la potencia más profunda, que se ancla a todo, es el no-ser y su hambre de ser». Para Zizek, el Schelling intermedio y el Hegel maduro introdujeron una inaudita fractura en el fundamento mismo del ser para explicar el movimiento hacia la reflexión. Hölderlin considera la fractura entre ser y reflexión, entre sustancia y subjetividad como insuperable, constitutiva. No hay una vuelta atrás real, pero sí narrativa. Pero es una narración que al realizarla el sujeto, la realiza el propio ser sobre si mismo, puesto que es sujeto es parte del ser. De modo que la narración no es un camino indirecto, sino el sustituto de la pretensión de la intuición de ponernos en contacto directo con el ser. Hay otras dos soluciones al mismo problema: la de Schiller es el arte y la de Schlegel es la poesía. Hegel, por su parte, considera que la separación entre subjetividad y ser es, a la vez, el vínculo, pues la separación es inmanente al ser. Zizek en su navegar profuso se desliza hacia Gadamer para proporcionar una cuarta solución: la comprensión. «Ser es ser comprendido». La narración de Hölderlin está ya mediada por el lenguaje.

Tras este repaso (¡en la introducción!), Zizek concluye que Hegel es el más potente de los idealistas porque traslada cualquier fracaso epistemológico (de nuestro conocimiento) al ser mismo. Es decir nuestro fracaso es un fracaso ontológico. Paradójicamente, nuestro fracaso en alcanzar la verdad «es la verdad misma». Zizek considera que esta es el punto de partida de su libro. No quiere volver a Hegel, sino repetirlo en el sentido de Kierkegaard de repetición. Cree que Hegel y Lacan deben ser leídos de nuevo en su influencia mutua, descartando a Lyotard y Deleuze como «perversión capitalista» (sic). En el plano político, cree que el Amo se reproduce en los intentos de superación tanto de la dominación política, como de la sexual. Pone en boca de Kafka que «la revuelta no es una jaula en busca de un pájaro, sino un pájaro en busca de una jaula«. Menciona las posiciones de intelectuales respecto de la Revolución Cultural maoísta y de los Jemeres Rojos, como ejemplos de emancipación radical fracasada por producir su contrario, con la consecuencia de vuelta a la revolución interior de sus defensores. Espiritualización que Zizek rechaza para apoyarse en la empresa de Badiou: «un proyecto emancipatorio radical que pasa a través de Lacan».

RESUMEN

Así acaba la introducción del libro con un estructura muy parecida a la que se repite a lo largo del todo el texto. Es decir, truncamientos bruscos que hace pasar al lector de las más abstractas reflexiones a la realidad política, pasando por algún ejemplo chistoso, más o menos afortunado. Hay que acostumbrase pues para el resto del trabajo de Zizek. En esta introducción básicamente hemos visto que:

  1. Este es un libro para imbéciles. Aquellos que saben que están atrapados en el lenguaje, pero que desconfían de su neutralidad.
  2. La realidad es «menos que nada», por lo que es necesaria la ficción.
  3. La guía del libro es la lectura de Hegel a través de Lacan y viceversa.
  4. Paralelamente irán entrando en el escenario los otros tres grandes idealistas alemanes, además de otros actores secundarios.
  5. Los problemas epistemológicos del ser humano son problemas ontológicos de la realidad.
  6. Que la revolución no ha encontrado su método, pues los ensayos realizados traen otros amos distintos.

Sigue en (II)

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