El título parece una macedonia de conceptos económicos y sociales sin relación entre sí (en la octava acepción del diccionario, macedonia es una ensalada de frutas). Pero sí, si tienen relación entre ellos. La manifestación de las mujeres el pasado día 8 ha traído la última pieza al puzzle de nuestras preocupaciones. Veamos:

  1. La igualdad de hombres y mujeres facilita la natalidad
  2. La inmigración trae a jóvenes de otros países
  3. La natalidad facilita la aportación de jóvenes a largo plazo al mercado de trabajo
  4. La inmigración facilita la aportación de jóvenes a corto plazo al mercado de trabajo
  5. Los jóvenes trabajando mejoran el crecimiento general y la recaudación de la fiscalidad
  6. La mejora de la fiscalidad sostiene las pensiones y los servicios públicos

Sin embargo, este optimista proceso se derrumba:

  1. Si la distribución del crecimiento disminuye la igualdad
  2. Si el sistema productivo se basa exclusivamente en servicios sin valor añadido

Una situación que llevará al resto de males:

  1. No educar a los jóvenes en tecnologías con futuro
  2. No educar a los jóvenes en disciplinas que aumente la cohesión de la sociedad
  3. No incorporar a los jóvenes al trabajo enviándolos al paro y el desaliento, mientras irracionalmente prolongamos la vida laboral de los mayores.
  4. Con los jóvenes en el paro las pensiones y los servicios públicos colapsan y
  5. El conjunto de la sociedad se altera comenzando los conflictos

¿Es esta secuencia correcta? Si lo es, ¿Por qué andan tan despistados los políticos?, ¿Por qué no proponen un plan constructivo e integrado a medio y largo plazo?. Un plan que requiere la participación de todos, ricos, pobres y aquellos que están en camino de ser pobres. El plan ha de tener dos columnas:

  1. Claridad y publicidad de las cuentas del Estado en forma de balance, así como los presupuestos y su liquidación
  2. Calidad y publicidad de la distribución de la renta del trabajo y el capital

Con la primera condición sabríamos el verdadero Estado de la Nación (ruina, saneamiento o riqueza) y con la segunda podríamos hace cooperar a todos en los planes generales, en vez de que cada grupo de interés tire de la manta para su rincón hasta rasgarla.

Soy consciente que los políticos trabajan a corto plazo y que, por tanto, están inhabilitados para planificar mirando al horizonte. Pero quizá cada uno de nosotros con la papeleta en la mano para votar y con nuestras voces para manifestarnos entre elecciones podamos enviarles un mensaje claro. Porque, el hecho es que, en estos momentos, después de haber rescatado a bancos y grandes empresas constructoras en cada una de las inversiones en infraestructuras (plataformas marinas, autopistas) que se han llevado a cabo con mentalidad megalómana, nadie está por rescatar a la gente.

Rescatar a la gente no quiere decir poner a sueldo desde el Estado a 40 millones de adultos, sino sanear el país económicamente y repartir lo que haya con justicia. ¿Puede este país funcionar sin sus empresarios?, no. Pero ¿Puede este país funcionar sin su gente?, tampoco. Entonces ¿por qué se da la malsana tendencia de los políticos a estar más del lado de unos que de otros?. Pues, probablemente, porque, en positivo, piensan que es su iniciativa la que pone en marcha negocios prósperos y, en negativo, esperan que los acojan en su jubilación del servicio público. Pero una comunidad del tamaño de la nuestra no puede funcionar si no se generaliza un estado mental de confianza en que todos cooperamos en el esfuerzo común. Esa sensación no se da si no se conocen las cifras de cómo se reparte tal esfuerzo. Porque esto aumenta la sospecha de que el reparto no es justo. Pero si, a eso, se añade que no se trabaja para que tengamos un sistema productivo basado en el conocimiento, que haga atractivos nuestros productos para el resto de mundo, sino que seguimos instalados en explotar solamente lo que la naturaleza nos ha dado (suelo y hospitalidad), nos quedaremos descolgados de un mundo que es, cada vez, más artificial. Si a esto añadimos que, de los dones de la naturaleza, sólo explotamos los aspectos más primitivos (agricultura y turismo) y dejamos de lado aquellos que, debidamente conocidos y transformados, representan la base de un desarrollo futuro, como es el aprovechamiento de generoso soleamiento de nuestra tierra para obtener energía, tenemos que concluir que estamos en manos incompetentes.

Propuesta tópica

Cualquier partido que quiera prosperar puede optar por dos líneas de acción:

  1. Exaltar las emociones del nacionalismo o del resentimiento, o
  2. Fijar metas productivas modernas y hacernos cómplices a todos de su logro y socios de su disfrute

En el primer caso, ya se sabe, voces fatuas que llevarán a gritos dolorosos. En el segundo un país socialmente comprometido en el trabajo y el disfrute de sus resultados. La elección es de ellos, pero también nuestra. El plan es sencillo:

  1. Cambiar la forma de la «pirámide» de población aumentando la natalidad a largo plazo y aceptando a jóvenes de otros países a corto.
  2. Cambiar el modelo productivo, pues qué sentido tiene aumentar la formación sofisticada y cara de jóvenes mientras se prolonga la edad laboral de los mayores, si no hay trabajo para todos.
  3. Repartir la riqueza y la pobreza.
  4. Mantener la fortaleza del Estado moderno. Sin Estado la divisa es el ¡sálvese quien pueda! y el conflicto social.

Para rematar, la deuda

Vivimos en unos tiempos en los que las deudas de los países parecen preocupar más que en otras épocas. Lo cierto es que un país no debe endeudarse para gastar, sino, en todo caso, para invertir. La población debemos tener una cierta capacidad de consumo en una escala que, en el nivel más bajo, garantice dignidad, salud, educación y pensión y, en el nivel más alto se evite la grosería del lujo. De este modo, se activa el premio al esfuerzo, pero no se impulsa la frivolidad. Ese reparto tiene que ser proporcional a los frutos del esfuerzo colectivo, sin dejarse tentar por el consumo financiado por dinero ajeno, pues, como puso de manifiesto la primera década del siglo XXI, es un camino que lleva a dos décadas de decadencia y a proporcionar un pretexto para el expolio. Una década en la que el dinero ajeno, en vez de emplearse en inversiones cuyos frutos estaríamos disfrutando ahora, se empleó en construir casas en la costa y en los lugares más inverosímiles siempre que fueran asociadas a un campo de golf.

La deuda hay que pagarla, si no estamos lastrados y le dejamos la púa a nuestros hijos. Por tanto, ni un euro de deuda pública para ostentación de políticos, pero es necesario un cambio radical en la fiscalidad tan ineficiente que tenemos y una mejor distribución del dinero público recaudado. No digamos en dureza con la corrupción. ¡Qué espectáculo fúnebre el de los políticos protegiendo hasta el último auto judicial a los suyos!.

Final

Nuestro país sufre una curiosa paradoja: los pobres son partidarios de la oferta y la demanda cuando les va bien (véase con qué naturalidad aceptan los sueldos de sus futbolistas) y los ricos no son partidarios de la oferta y la demanda, sino de las subvenciones, cuando les va mal (véase su alegría con los rescates con dinero público de empresas privadas). Por eso hay pobres que votan a la derecha y ricos que también. Por eso, el apoyo a la derecha tiene una estabilidad de la que carecen los partidos de la izquierda, que sufren altibajos notables. A nosotros nos da igual siempre que el partido o la coalición gobernante trabaje convencidos para que:

  1. El sistema productivos esté basado en el conocimiento
  2. La fiscalidad sea progresivamente enérgica
  3. Haya total transparencia y publicidad en el balance, los ingresos y gastos públicos (que lo sepan los partidos no es suficiente, pues se guardan la información para sus intrigas)
  4. La red de seguridad incluya sanidad, educación y pensiones convincentemente

Si los partidos políticos, sobre todo el del gobierno de turno, dijeran la verdad, probablemente se evitaría mucha de las protesta sociales que ha generado su opacidad, fintas oportunistas y falta de proyecto social basado en la información y el reparto del sufrimiento o el goce.

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