Un escalofrío recorre el espinazo de la sociedad española: la libertad de expresión está en peligro. Esta preocupación convive con otras más tangibles, como la desvalorización de las pensiones, la precariedad del empleo o su ausencia . Es decir, legítimas preocupaciones por la calidad de vida cuando se atisba la miseria, esa circunstancia que vuelve los rostros cetrinos y la ropa raída. Esa enfermedad social que se ve acompañada de depresión y aislamiento social. No digamos, si es seguida de la pérdida del hogar. Siempre que haya este tipo de desgracias generalizadas o ejemplares habrá mucha gente que se levantará indignada.

Sin embargo, la libertad de expresión pertenece a un tipo de valor que ocupa un lugar distinto en la escala axiológica. Es más frágil, por lo que necesita un esfuerzo adicional para su defensa. ¿Por qué hay que defenderla? Por su valor intrínseco, que es la comunicación a los demás de las ideas que tenemos. Unas veces son ideas banales y otras son geniales. Unas prenden enseguida y otras no, quizá por su complejidad o porque encuentran a la sociedad distraída en otras cosas. Pero sólo a través de la libre expansión de las ideas la sociedad mejora, tanto en el plano de las propuestas científicas, como en las sociales. Especialmente importante para la defensa de la libertad de expresión es la existencia de los medios de comunicación que, situados con más o menos sutileza en posiciones políticas identificables, contribuyen a mantener un debate incesante sobre el modelo de sociedad al que aspiramos. No digamos ya el mundo del arte, en el que la especial sensibilidad de los artistas genuinos y su capacidad para que los mensajes vayan entrañados con formas escritas, musicales, plásticas o dramáticas, resulta especialmente efectiva y gozosa al tiempo. Queda claro que la libertad de expresión no se refiere a nuestras conversaciones privadas, sino a cuando queremos que nuestro decir sea conocido por el mayor número de personas posible para influir en sus opiniones o conducta.

Los problemas con la libertad de expresión no se dan en las dictaduras, porque, simplemente, no existe. Es en las democracias, allí donde está recogida en el ordenamiento jurídico y es defendida formalmente por todos tipo de instancias oficiales y privadas. Es ahí donde puede haber tensiones como resultado de que alguien considere que lo expresado libremente se pueda considerar una ofensa o un escarnio. En una dictadura no se pueden expresar ideas políticas que no sean de adhesión al régimen. Tampoco se puede criticar acciones concretas, incluso de carácter práctico, si tienen como consecuencia el descrédito del régimen, que, obviamente, no se equivoca nunca. En fin, el mundo en general, y los españoles en particular, hicimos un máster en la cuestión durante cuarenta años y estamos, en estos días, repasando el temario.

En análisis más formal de la cuestión se puede decir que los problemas empiezan cuando la libertad de expresión se aproxima a los límites de otro derecho fundamental. Isaiah Berlin dejó dicho que los valores compiten entre sí. Es fácil poner ejemplos como el de justicia y amor; igualdad y libertad o, en este caso, libertad de expresión y derecho a no ser ofendido. La ofensa es una emoción subjetiva resultado de recibir una mención pública que es falsa o gratuitamente denigrante. También puede ser intersubjetiva, cuando por ejemplo se silba el himno nacional en Francia o se quema una bandera nacional en Estados Unidos. Como tal emoción subjetiva está sometida a discusión, pero supongo que a nadie le gustaría aparecer en un medio de comunicación o en una red social donde se dijera que somos, maltratadores,  pedófilos o ladrones, incluso aunque esto fuera  acompañado de unos acordes musicales. Estos ejemplos extremos no son los habituales siendo, como somos, ciudadanos sin resonancia pública. En general, los problemas llegan con las personas o instituciones públicas y con lo sentimientos compartidos por amplias capas sociales.

En mi opinión la libertad de expresión debe pinchar donde duele al poder para ser un tábano como Sócrates o Diógenes lo fueron para sus sociedades (con algo más de elegancia de la que algunos muestran ahora). La sátira es una forma potente de agitación pacífica. Se ha practicado históricamente con ingenio contra el poder y contra la religión:

Los misioneros salen al mundo a cristianizar a los salvajes — como si los salvajes no fueran ya suficientemente peligrosos.
Edward Abbey

«Filipo, que el mundo aclama/ Rey del infiel tan temido/ Despierta, que, por dormido,/ Nadie te teme ni te ama;/ Despierta, rey, que la fama/ Por todo el orbe pregona,/ Que es de león tu corona/ Y tu dormir de lirón;/ Mira que la adulación; Te llama, con fin siniestro,/ Padre nuestro.» (Francisco de Quevedo a Felipe IV)

Como se ve, en el siglo XVII ya se metían con algo más de talento con otro Felipe. Y la religión, tiene lo suyo, cuando un ateo se expresa. Por eso sorprende la ola de castigo que la irónicamente llamada Ley de Seguridad Ciudadana, que es una reacción alérgica del poder a la presión social durante la crisis, ha propiciado en manos de fiscales y jueces que la interpretan por donde quema.

Entre los casos que nos han puesto alerta con la deriva del actual gobierno y algunos jueces, en relación con el deterioro de la libertad de expresión, creo que hay tres paradigmáticos para una discusión sobre la libertad de expresión, su importancia y sus límites:

Fariña

El caso del libro «Fariña» es un clásico tan bien perfilado que parece mentira que una juez haya respetuosamente metido la pata de esa forma. Resulta que un señor condenado por blanqueo de dinero y, en primera instancia, por narcotráfico le molesta que se haga mención a tales circunstancias en el libro de Ignacio Carretero. La juez atiende la demanda y ¡secuestra el libro!. Es tan burdo el caso, que supongo que todo volverá a su sitio rápidamente, lo que no ocurriría en una dictadura. Por cierto que, al parecer, el libro le ha gustado al Presidente del Gobierno.

Fariña Rajoy
Carta de Mariano Rajoy al autor del libro
SIERRA arco
Exposición «Presos Políticos» de Santiago Sierra. ARCO 2018

El caso de la exposición de fotografías de Santiago Sierra es más escandaloso aún, porque involucra a administraciones públicas de la importancia de la Comunidad de Madrid, que votó a favor de la retirada de las fotografías en el Patronato de IFEMA, ganando la moción. Se trata aquí de la provocación del artista colocando fotografías de los independentistas encarcelados por el Tribunal Supremo, junto con otras, bajo el epígrafe de «presos políticos». Este es un caso típico de tocarle las narices al poder gubernamental y judicial, que para mucha gente incluyéndome a mí, está llevando la aplicación de la prisión provisional más allá de su naturaleza, entrando en el terrero pantanoso del castigo preventivo. No poco ha contribuido a ello la reiteración de los rechazos a la libertad condicional y la mención, en el último auto del juez, a la ideología del encarcelado. En fin una cuestión socialmente discutida que el artista aprovecha para cumplir con su misión de expresarse plásticamente.

Finalmente, el caso del rapero Valtonyc, merece un comentario más amplio, pues representa un caso límite que tiene, en mi opinión, más interés, desde el punto de vista de la compleja discusión sobre la libertad de expresión. Este joven lleva un cierto tiempo emitiendo mensajes a ritmo de rap del tipo:

«Jorge Campos merece una bomba de destrucción nuclear» o “le arrancaré la arteria y todo lo que haga falta”; ; «Bauzá debería morir en una cámara de gas, pero va?. Eso es poco, su casa, su farmacia, le prenderemos fuego»; «No soy ningún hipócrita, pero a veces me cuesta dejar a la gente en evidencia, creo que debe ser por eso de que soy una buena persona, pero por mí el Bauzá habría muerto ya de una bomba”;

“O que explote un bus del PP con nitroglicerina cargada”; “Cuando digo Gora ETA delante de ETA, delante de un Guardia Civil, por eso te encierran y no por ser un hijo de puta como Urdangarin”; “Quiero transmitir a los españoles un mensaje de esperanza, ETA es una gran nación”; “qué pena que no haya cerca gulags como Siberia”; «mi ansia aumenta cada vez que reprimen comunistas y vuelan mis ganas de entrar en la guerrilla, así que, que sigan que sigan y el próximo Paracuellos será en mi puta isla»«Matando a Carrero ETA estuvo genial, a la mierda la palabra, viva el amonal” o “Kale borroka en el Ministerio de Educación. Esto es amor: Goma 2 y Kalashnikov”.

Son todas frases sacadas de contexto porque  probablemente sean más inquietantes en él que fuera. Distingo aquí dos tipos de expresiones, aquellas en las que se desea la muerte a personas concretas y aquellas en las que se expresan, bien que de forma siniestras, ideas políticas radicales. El primer tipo de letras deben ser administradas por el que ha sido amenazado directamente, que tiene todo el derecho a buscar amparo legal. Personalmente me parece de una gran cobardía física y moral que el autor se esconda tras un supuesto arte tras hacer públicas tan inquietantes enormidades. Sobre el segundo tipo de letras, ¡Pobre chico!, le recomiendo la lectura de El vértigo de Eugenia Ginzburg sobre su desaparición de la vida hacía Siberia y su espeluznante experiencia en el infierno. Ya supongo que en la intimidad de los grupos antisistema y antifascistas (nombres románticos para métodos reaccionarios) estas expresiones serán populares.

Escuchándolas se puede uno explicar porque la extrema izquierda nos puede parecer una foto sepia; deseando la muerte o el Gulag nos trasladan a un mundo siniestro en el que el ansia de justicia social se corrompe hasta hacer palidecer los abusos manifiestos,  dignos de mejores enemigos, de determinadas clases sociales. Si no hemos aprendido la lección del siglo XX con sus campos y su dialéctica deletérea, estamos perdidos. Si ante la tomadura de pelo de la austeridad y los golpes de pecho en Davos, lo único que se nos ocurre es esto, hay poca esperanza. Todos nos indignamos: Urdangarín y otros, como Millet y Montull, son estafadores condenados, que son tratados con mimo por el poder. La hipocresía del poder en su trato con el fango de la corrupción eleva la temperatura corporal, pero creo que, en nuestra sociedad hay mecanismos potenciales y activados para que el Partido en el Poder tenga serios problemas con la corrupción, hasta el punto de que, probablemente, le cueste la existencia y acabe, como Convergencia en Cataluña, llamándose de otra forma. Pero si alguien ha pensado que, cuando pase el estruendo de los Kalashnikov y la Goma 2, resplandecerá la justicia, va listo. La justicia social exige una lucha algo más sutil. Ensuciar el derecho a la libertad de expresión con vivas a ETA, es un ejercicio de necrofilia política incomprensible a estas alturas. Guárdese ese supuesto valor para no corromperse uno mismo en cuanto haya oportunidad y déjese de señalar a personas concretas, que nunca va a faltar el demente que tenga la tentación de hacer realidad amenazas «artísticas» tan groseras.

Dicho todo esto, y al margen de que un ciudadano amenazado «metafóricamente» busque amparo en la ley,  creo que una sociedad democrática y madura puede soportar estos ataques irracionales a la cosa pública perfectamente, simplemente con el arma del desprecio. El escaso valor artístico de la música y las letras destinan estos exabruptos a ambientes underground. Sin embargo y dicho lo dicho, creo que un chico con esta necesidad de buscar aplausos entre los suyos siendo el más provocador, no debe ir, por ello, a la cárcel, pues haciéndolo nos mostramos como una sociedad oscura, temerosa y vengativa. Unos pocos años más de vida le mostrarán que hay mejores caminos para resolver los problemas que parecen preocuparle y, desde luego, si alguien hace con él lo que él ha hecho con Bauzá y Campos comprendería inmediatamente lo mezquino de sus versos. Por último no dejo de extrañarme por esa pulsión de muerte en boca de un joven.

En fin, la libertad de expresión, esa delicada flor de civilidad, está destinada a mejores causas, pero, no nos sorprendamos, también un stradivarius puede ser usado como martillo.

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