Esteven Pinker lleva tiempo proclamando que hay razones para ser optimistas. Razones relativas a las guerras, la pena de muerte, la mortalidad infantil, el PIB per cápita, la esperanza de vida, la violencia civil, etc. Y en todos los indicadores encuentra razones para considerar que todo va mejor. No digamos quien vive acomodadamente, que disfruta de placeres inimaginables entre los mismos reyes de hace doscientos años: viajes cómodos, excitantes deportes en directo, comidas sofisticadas, amores embriagadores, residencias en localizaciones de privilegio, juguetes tecnológicos sofisticados, etc. De otra parte, hay una conciencia de pesadumbre porque «el ser humano no progresa», los políticos son un desastre, no hay liderazgo, por todas partes surgen tendencias a la división, al rechazo del otro, a la aporofobia u odio a la pobreza, al descaro político que se sincera cuando de perjudicar a minorías vulnerables se trata, agobiante presencia de malas noticias en los medios diarios de comunicación, etc.
¿En qué quedamos? Creo que cada época tiene sus pesimistas y sus optimistas. Por eso hay que trascender los estados de ánimo para analizar datos, pero no sólo los datos positivos, sino también los negativos, como la trata de personas, el tráfico de armas, el tráfico y consumo de drogas, el descaro de las trapacerías de los gobiernos que ya no las ocultan, el desprestigio de las instituciones, el desvelado del monstruo del machismo dominante y depredador sexual, la creciente desigualdad económica, la concentración de riqueza en pocas manos, el abandono de los proyectos humanitarios, la crueldad con las poblaciones civiles en las guerras. En este caso los datos los proporciona la ONG Oxfam-Intermón.
Hay que reconocer que Pinker tiene razón, incluso cuando dice que la carnicería de la II Guerra Mundial es relativamente inferior a las que se practicaban entre pueblos indígenas que, en ocasiones, llegaban al total exterminio del rival. También es observable cómo extensas zonas del planeta han utilizado los avances de Occidente en las herramientas económicas y, en ocasiones, las herramientas políticas de democracia y transparencia con el resultado magnífico de que millones de personas han salido de situaciones de hambrunas cíclicas hasta una cierta comodidad. Qué decir de los avances de la medicina o de la capacidad de aceptar socialmente modos de vida minoritarios pero igualmente respetables.
Hay que reconocer que Oxfam-Intermon tiene razón cuando denuncia la obscena concentración de riqueza en pocas manos. Riqueza que podría financiar proyectos que atacaran el corazón de los problemas más acuciantes relativos al hambre, la sequía o los refugiados. A nadie se les escapa que gran parte de esa riqueza está en papel, es decir, en forma de valores inmateriales con los que se financian proyectos imprescindibles, pero, que, no pocas veces, financian proyectos absolutamente frívolos o el gasto personal con trenes de vida absurdos. No ha sucedido nunca, pero nada impide que se creen empresas de ayuda a los necesitados que entraran en bolsa, donde sus acciones tendrían precios enormes porque dieran beneficios humanitarios. Los accionistas estarían satisfechos con las memorias que describieran las cifras de vidas salvadas y economías activadas entre los desheredados. Es obvio que cuando se pusieran las acciones a la venta se las quitarían de las manos. El cuadro de partida para una operación semejante de fantasía sería el siguiente:
Despiertos del sueño, hagamos otro tipo de ficción. El PIB español fue de un 1 billón de euros en 2014. De él, el 54 % fue a manos de personas. A las que se les restó en forma de impuestos el 17 % y en forma de pago de pensiones el 13 %. En total quedan en manos de los hogares el 24 %. Pero no de forma igualitaria, como se puede ver en el cuadro siguiente:
Un cuadro que es explícito respecto a la desigualdad en el interior de los países, que es obvio que no llega a la generalizada en el mundo, pero se puede ver que la media de la franja con menos ingresos se parece a la que resulta del cálculo que sigue.
Si esta estructura de reparto se aplicara al PIB mundial que es de 75 billones de dólares, equivalente a 60 billones de euros, resultarían unos ingresos anuales de 14 billones de euros para las personas. Teniendo en cuenta que según el informa Oxfam-Intermón, hay 4000 millones de adultos en el mundo, el PIB per cápita resultaría 3.500 euros (300 euros al mes), lo que se traduciría en una pobreza de ingresos generalizada. Esto explica que las élites, a la espera de crecimientos extraordinarios de la productividad, que probablemente traigan los robots, prefieran acumular bajo el argumento de que el reparto no resuelve el problema de todos, pero si la de ellos que tienen necesidades más sofisticadas. También es un argumento la necesidad de contar con grandes capitales para emprender la resolución de problemas graves de la estructura económica y humana mundial, pero es absurdo no considerar un proyecto de interés conseguir salvar de la miseria a la mayor parte de la irremplazable riqueza humana que hoy se pudre en pozos infames.
Oxfam dice que con 100.000 millones de euros se acaba con toda la pobreza extrema. Esto supone el 1 % (4x100x100.000/40.000.000) de la renta anuales de los hogares del mundo rico. Si estamos pagando el 0,7 %, y sólo en algunos países, evidentemente falta dinero para cubrir la necesidades mínimas.
En fin, optimista, pesimista. Creo que hay que ser las dos cosas para que el contraste dentro del alma de cada uno sea un motor de cambio personal cuando nos quejamos de los impuestos y político cuando votamos. La aventura humana tiene varios factores contradictorios, pero sobre todo dos: la tecnología que favorece que la población crezca por los avances médicos, pero que no ha alcanzado la capacidad productiva para dar una vida material digna a todos y la conciencia humana que se acongoja con el sufrimiento humano, pero que se adormece con la codicia con la misma facilidad. Creo que los grandes capitales deberían aplicarse, también, a los grandes problemas humanos. Si el mecanismo tiene que ser el mercado, hay que dotar a la mayor parte de la humanidad de los ingresos que les permita dirigir el interés empresarial hacia sus necesidades por la sencilla vía del consumo. Ahí está el reto, en cómo conseguir que los ingresos, que no son otra cosa que los títulos de propiedad anticipada de las producción del sistema industrial, estén más repartidos. Creo que pasa por la generalización de la actividad económica en áreas del mundo que no consiguen la acumulación de capital que le permita el arranque. En esas inversiones pendientes estaría la clave. Aunque creo que se camina en un sentido contrario cuando grandes potencias se están haciendo a precios baratos con la tierra y los recursos de los desheredados. Ellos verán, por qué están convirtiendo un problema de naciones pobres en otros de naciones ricas con los pobres dentro de casa. El panorama es dramático para las personas concretas e interesante para los observadores protegidos. Las grandes transformaciones tecnológicas que se esperan, ya veremos si se aplican a nuevos juegos virtuales o a la subsistencia de este ser que presume de espiritualidad y ejerce una voraz materialidad.
PD.- En este enlace de Gapminder hay interesantes gráficos interactivos que proporcionan dinámicamente información sobre la evolución del ser humano en distintos aspectos. Se acompaña de un vídeo explicativo del autor Hans Rosing: