Resentimiento es «Tener sentimiento, pesar o enojo por algo» dice el diccionario de la lengua española. Cuando se usa en un contexto político se refiere a un estado de negrura espiritual complementario de la envidia que sería «Tristeza o pesar por el bien ajeno«, o sea, «Resentimiento por el bien ajeno». Pues bien, en la vida cotidiana hay muchas circunstancias en las que los seres humanos experimentan resentimiento por unas razones u otras. Pero hay dos con gran influencia social, política e, incluso, filosófica. Se trata del resentimiento económico que tiene dos caras: la de los pobres por la riqueza de los ricos y la de ricos por la ociosidad de los pobres. El primero está en el fundamento de la justicia social y la igualdad, en opinión de lo ideólogos de la derecha y el segundo es el fundamento de la destrucción del estado del bienestar, según los ideólogos de la izquierda. Como suele ocurrir en estos casos, se produce, en ambos casos la falacia de evidencia incompleta o de sesgo muestral.

Hay sistema sociales que favorecen que familias enteras tengan ingresos notables que les permiten vivir sin ninguna contribución a la comunidad exprimiendo la letra de las disposiciones legales sobre ayudas sociales. En el mundo hay unos 4.000 millones de pobres, la mayoría de ellos viviendo en países donde no hay sistemas sociales a los que estafar. Y en los países avanzados, por razones obvias es estadísticamente infrecuente, además de comunmente perseguido, la estafa social del pobre. También hay gente que engaña a las compañías de seguros fingiendo enfermedades o quienes provocan accidentes leves para cobrar indemnizaciones por lesiones igualmente fingidas. Estas conductas no fundamentan la idea de que toda ayuda social es una invitación a la holgazanería. Por lo que, cuando desde una posición política se trabaja para eliminar tales ayudas, en muchos casos lo que existe es un resentimiento profundo frente a la posibilidad, siquiera individual y sin representatividad estadística, de que se den casos de holgazanes profesionales. Como en este caso no se soporta la pretensión del pobre por medrar, estariamos hablando de aporofobia u odio al pobre. Quizá porque materializa la amenaza que más puede temer un rico o un acomodado: que le quiten lo que tiene y ser como ellos.

Hay ricos ociosos, cuya riqueza ha sido heredada, que viven de las rentas, sin ningún tipo de contribución inteligente ni esforzada tan siquiera al buen funcionamiento de una empresa o institución. En el mundo hay 30 millones de ricos cuyos hijos, si son pocos pueden vivir de las rentas, es decir unos 60 millones de holgazanes ricos potenciales. Por otra parte, está constatado que la riqueza mundial repartida entre todos los adultos paritariamente sería de 50.000 dólares. No la ganancia anual, sino la riqueza, es decir, la suma de los bienes con que se cuenta, tanto inmuebles como acciones o cantidades en efectivo. También está bien establecido que todos los proyectos que se emprendan hoy en día con el propósito de llevar a cabo mejoras sustantivas en los distintos campos de interés estratégico para la humanidad, como es la medicina, las infraestructuras, la alimentación o la educación requiere de inversiones muy potentes para las que no habría fondos de repartirse toda la riqueza por igual. Sin embargo, muy a menudo se reclama igualdad sin precisar qué se quiere decir con esto. Un posibilidad es que se reclame que no haya ningún tipo de diferencia en las ganancias, sea cual sea la contribución a la comunidad, olvidando la necesidad de estimular al ser humano para la aplicación de su talento y esfuerzo diferencial. Es este caso, esta posición estaría fundada en el resentimiento que no soporta el éxito económico de otros y exige la total igualdad. Como en este caso no se soporta el bien ajeno, estaríamos hablando de envidia.

Al menos lo países avanzados debería trabajar para eliminar los argumentos para el resentimiento, que, por otra parte, al ser un sentimiento subjetivo será difícil de erradicar. Para el resentimiento del pobre, la solución no es repartir el dinero de los ricos. En España convirtiendo a los ricos en clase media y repartiendo la diferencia entre los españoles que ganan menos de 12.000 euros al año, tocarían a 70 euros al mes por familia. No parece que esté aquí la solución. Pero sí en utilizar los 7.000 millones de euros en un programa social relevante del que se serviría los auténticamente necesitados. Pero, antes de crear un techo de hierro para la ambición, es mejor atacar  el fraude fiscal que aportaría una cantidad relevante, teniendo en cuenta que de aflorar esos capitales y sin amnistías benevolentes se contaría con una cantidad en torno a 90.000 millones, que serían recaudados de una sola vez y unos 3.000 millones  al año a partir de ese momento, una vez identificadas las fuentes de ingreso de los defraudadores. Todo esto contando con que el Estado cuesta un 25% del PIB anual por los servicios que presta, de los que se podrían depurar gastos suntuarios e instituciones obsoletas o inútiles.

En definitiva, el resentimiento del pobre al rico puede perder su fundamento con unas pocas operaciones legislativas como no desregular fiscalmente la herencia y no desanteder las verdaderas necesidad sociales. Por su parte, el resentimiento del rico al pobre, puede quedarse sin argumentos, si, primero, se permite cierta riqueza como estímulo que pague el mérito y, no sólo en la actividad empresarial, tan importante, sino, también, en la educativa y científica de cuyo éxito dependemos todos.

 

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