De referencia en referencia, he encontrado este interesante y reciente libro (2017) con un nuevo enfoque sobre la razón, que, por otra parte coincide en algunos aspectos con intuiciones previas. Pero, nunca había leído que alguien con tanta contundencia afirmara lo que aquí se dice sobre la razón. Los autores, Hugo Mercier es investigador de ciencia cognitiva en el Centro Nacional de Francia para la investigación científica  y Dan Sperber es un investigador de ciencia cognitiva y filosofía en la Universidad Europea Central en Hungría.

Estos autores parten de la idea generalizada de que la razón tiene como función una buena capacidad cognitiva y de que, la mayoría de la gente comete errores en su uso. Errores de sesgo y errores de pereza conceptual. Discuten estas opiniones porque ellos creen que la función de la razón es:

  1. Proporcionar herramientas para la clase de rica y versátil coordinación que requiere la cooperación humana.
  2. Hacer efectiva la comunicación mediante razonamientos y argumentaciones aún cuando nuestro interlocutor carezca de credibilidad.

Es decir, nuestros autores, en vez de buscar la función de la razón en aquellas tareas que hace con dificultad, se fija en las que hace con competencia y a ellas le atribuye la «razón de la razón». Durante nuestra formación como adultos competentes dependemos, en gran medida, de los otros, pues el conocimiento que adquirimos depende más de lo que los demás nos enseñan que de nuestra propia experiencia. En este proceso de comunicación se producen distorsiones, omisiones, errores de interpretación, etc. que involucra mecanismos de confianza mutua y competencia cognitiva. Confianza que cuando falta complica la comunicación y obliga a ser persuasivo, si somos nosotros los sospechosos, y a interpretar atentamente las palabras del otro si no confiamos en él.

El sesgo que incluímos en el uso de la razón tiene que ver con la necesidad profunda de «tener razón» una vez que ha tomado partido. Enfatizan la capacidad de la razón para encontrar argumentos a favor de las tesis de partida que, una vez adquiridas, quedan asociadas emocionalmente a quien las posee y se resiste a perderlas. Igualmente la razón es capaz de identificar los argumentos contrarios que le perjudican para eludirlos. Igualmente la razón trabaja para evitarle al individuo situaciones que a priori considera incómodas para él. Es el proceso de racionalización que busca argumentos para calmar la culpa, una vez que el acto ha sucedido. En las reuniones en las que los reunidos tienen opiniones distintas pero metas comunes es más fácil llegar a un acuerdo, aunque, si se expresan las razones de unos y otros, al principio se hace más complicado, porque ninguna de las partes quiere quedar desairada.

Cometemos errores de sesgo lo que conlleva ahorro de energía al usar nuestra razón individualmente, pero, sin embargo, somos muy buenos creando argumentos  para convencer y evaluar los argumentos de otros. Por eso los autores concluyen que la función de la razón no es cognitiva, sino argumentativa. Aunque participa, como módulo de inferencia que es, en la tarea cognitiva general del cerebro. En cuanto a los fallos los consideran necesarios, pues sin sesgo no habría convicción suficiente para llevara adelante las tareas, aunque sean posteriormente desmentidas por la realidad. Sin la pereza conceptual no habría medida en el consumo de energía, pues se dedicaría a cualquier propósito aunque no beneficiara la supervivencia del individuo.

Como ejemplo de nuestros sesgos pone el problema que ideó Peter Wason para dar cuenta del sentido del principio de falsación de Popper. Se trata de cuatro cartas boca arriba que permiten enunciar una teoría: «Siempre que haya una vocal en una cara habrá un número par en el reverso». La cuestión que se plantea es: ¿Si levantamos una sóla carta cuál o cuáles de ellas  permiten demostrar que la teoría es cierta o falsa?.

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Es habitual que los que buscan la solución digan que la carta «E» permite rechazar la teoría si en el reverso no hay un número par, pero pocos advierten que otra carta que puede dar el mismo resultado es la «7» y no la «4» como sugieren. Ésta última se da erróneamente porque no se lee debidamente la teoría que liga la vocal con un número par, pero no un número par con una vocal. Sin embargo el «7» sirve porque si no hay una vocal en su reverso queda rechazada la teoría. Por otra parte si tanto la «E» como la «7» confirma la ley, esta se puede dar por verdadera. Las cartas «K» y «4» no sirven al efecto buscado porque no hay ningún tipo de limitación para ellas en el enunciado de la teoría. Es el típico problema que se plantea cuando se quiere evaluar la atención lectora.

Es interesante comprobar el papel que la razón juega en relación con nuestras posiciones morales. Para algunos solamente está para justificar a posteriori nuestros actos: «leo el Playboy por los artículos«. Si alguien piensa que se puede cambiar la posición moral de alguien con argumentos, debe escuchara a Haidt que dice que eso equivale a que un perro, que muestra su alegría moviendo la cola, será feliz si lo obligamos a moverla. La cuestión moral es compleja. Los autores hacen referencia a la encuesta que Piaget hizo entre niños de nueve años a los que les preguntaba quién, entre John  o David había tenido una peor conducta, refiriéndose a que John había roto unas copas de cristal al atender la llamada de su madre que se las había dejado en una mesita detrás de la puerta por descuido y a que David habia roto también unos platos al subirse a un armario para alcanzar unos dulces que su madre había puesto, en teoría fuera de su alcance. Los niños respondieron mayoritariamente que John. Sin embargo, tras una sesión argumentativa, la mayoría cambiaba de opinión. Entre adultos es habitual la discusión política. Entendiendo por tal, los modos de resolver los problemas de la comunidad. Cuando ocurre entre candidatos están cerradas las puertas a la influencia mutua. Sin embargo, entre ciudadanos es otra cosa. Cuando se promueven los participantes acaban entendiendo mejor los problemas, con una opinión mejor articulada y comprendiendo el punto de vista de sus interlocutores. Los autores creen que los juicios morales están, generalmente, dominados por las emociones y las intuiciones con la razón, en el mejor de los casos, proporcionando la racionalización de las posiciones adoptadas y, en el peor, excusas para que el que razona tenga un comportamiento moral dudoso. La posición adoptada por los autores no es, sin embargo de pesimismo, sino que creen que, debido a que el que razona no sólo argumenta, sino que evalúa los argumentos de su interlocutor. Acto en el que identifica argumentos que lo influyen incluso en el ámbito moral.

Finalmente el libro concluye que:

  • La razón es para consumo social, porque es una adaptación biológica que el hipersocial nicho humano ha construido para sí mismo.
  • Somos buenos reconociendo los sesgos en los razonamientos de los otros, pero no en nuestros argumentos.
  • Los sesgos permiten mantener creencias para ordenar una determinada forma de vivir con otros con los que se comparten vivencias y creencias.
  • La pereza conceptual es necesaria para ser económicos identificando conocimiento que no tiene interés práctico para nosotros.
  • La razón no es sólo un mecanismo para fabricar argumentos, sino que también lo es para evaluar los argumentos ajenos.

Y, ahora, ¡a razonar! o, mejor, ¡a ser razonables!

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