02 Dic 2012
En el año primero de la era cristiana se percibía que la profecía estaba a punto de cumplirse. La aparición de un nazareno elocuente y osado con las autoridades políticas y religiosas fue la señal. Todavía se recuerda el impacto que produjo en la sociedad hebrea y, sobre todo, cómo influyó en el resto del mundo hasta hace relativamente poco. Desde hace unos años las clases poderosas que eran cumplidoras devotas de los consejos de vida dados por el mesías, han abandonado su seguimiento y han decidido «echar el carro por el pedregal» declarando la poca vergüenza como una forma legítima de vida. Esto viene a cuento de que estos son tiempos mesiánicos. Los partidos políticos que decían representar los intereses generales balbucean como alcohólicos cuando se les pregunta por sus cíclicas contradicciones entre lo que hacen cuando ejercen el poder y cuando lo ansían. Se han cumplido ya al menos dos ciclos poder-oposición en los dos partidos mayoritarios. Suficiente para que quede demostrado que su alianza con los intereses particulares son firmes y que su juego de retores es puro engaño profesional. El efecto de este desengaño se refleja en el patetismo de políticos como Rubalcaba o Rajoy, atrapados entre su decencia y su pasado. Pero el efecto principal es que este fraude electoral de la clase política ha creado un ambiente mesiánico, un clima de esperanza en que del seno de la clase media injuriada salga alguien con la palabra, la resolución y la limpieza de pasado necesaria. El movimiento 15-M parece la cantera. Lleno de jóvenes ilustrados y decepcionados debe vencer su pudor al protagonismo. Esta palabra significa «el primero en la lucha», por tanto no es sospechosa, ni ella ni quien la merezca. Ha llegado el momento de que con la herramienta democrática, el voto, se consiga que las mayorías perjudicadas por esta programada estafa global estén bien representadas en los dos momentos claves de la vida social: cuando se hacen las leyes y cuando se aplican.