03 Jun 2012
Hernández miró y concluyó enseguida: no distingo el rojo del azul. Fue al óptico y al oftalmólogo, a rehabilitación y a darse masajes en los ojos, acupuntura, sofronizació y medicina alternativa. Miró los posos, abrió una gallina portuguesa. Nada, nada sirvió hasta que cayó en la cuenta que su problema era otro. Sus ojos no tenían un problema médico, sino metafórico. Sus ojos había somatizado lo que su cerebro padecía. Su cerebro tampoco distinguía, pero no entre el rojo y el azul, sino entre el discurso y la acción de la izquierda y la derecha. Al fin comprendió y dejó de preocupare por sus ojos. Comprendió que cuando de nuevo se establecieran diferencias entre la capacidad de compasión y la frialdad ante la desgracia ajena sus ojos volvería a lo suyo y la camiseta del Barça dejaría de parecerle toda azúl o toda grana, lo que curiosamente ocurría alternativamente cuando jugaba en casa o fuera.
Tranquilizado sobre sus ojos, pasó a pensar en su cerebro. ¿Por qué este órgano tan sutil no distinguía entre opciones políticas? entonces Hernández que, como cualquier delincuente, no quería ser culpable buscó la causa fuera de su cabeza. Se puso trascendente y pensó (con su cerebro) ¿Qué había ocurrido para que la patología social se convirtiera en patología cerebral?. Pues concluyó que hay una patología social objetiva independiente de mi. ¿Y cual es? Veamos los síntomas: los partidos dicen lo mismo y cuando no lo dicen es porque quiere meter el dedo en el ojo al otro, por fastidiarlo. Cuestión de escolares en el patio. Después se van a tomar un colacao junto y cada uno le devuelve al otro el dedo o el ojo, según quien ganara. Si este es el síntoma ¿Cuál es la causa? pues que viven en la misma urbanización, están en los mismos consejos de administración, visten los mismos trajes, cobran parecido, se saben los mismos trucos retóricos, se reconocen al olerse, intercambian invitaciones a fiestas familiares, viven muy bien y eso ablanda el alma. En definitiva son una casta. Una casta que se ha montado en la chepa de este país y no se baja y, cuando se les empuja, cae con cara de indignación agarrado con una mano a la indemnización y a su pensión millonaria con la otra. Estaban callados sobre lo que pasaba entre bastidores, mientras gritaban en el escenario su papel vicario. Una casta que nos ha tomado el pelo y ahora empiezan a denunciarse unos a otros. Una casta que amaga con irse, pero que se quedará porque el pueblo está atónito, pero entretenido con el iphone. ¡es tan bonito! ¡Mira no están robando! ¿a que es genial lo rápido que lo hemos sabido cuando ya era irreversible?