20 Jul 2012
Un encuentro casual esta mañana ha acabado con el símil del barco. Mi interlocutor estaba indignado con los funcionarios y su ira actual. Los desprecia por su incapacidad de ver que lo que se necesita, en este momento del país, es responsabilidad. Todos debemos arrimar el hombro. El barco se hunde y no de debe atender a otra cosa que a tapar la vía de agua. La cosa se complica cuando al mencionarle la prima de riesgo y la escasa «responsabilidad» de los inversores dice que a qué extrañarse. Nosotros haríamos lo mismo. Cuando se le dice que ninguna solución se puede hacer sin la gente, aunque sea la gente que va en el barco, se responde que la gente se mueve solo por el dinero. Cuando se le dice que la pretensión de atender sólo a la coyuntura es prescindir de información crucial para tomar buenas decisiones se acude de nuevo al barco. Cuando se le dice que la clase dirigente ha fracasado, se entiende que no expedientaran a funcionarios perezosos por ser sus compañeros. Una y otra vez se acude al argumento del barco y su urgencia. Pues bien, le digo agotado, creo que tienes razón. Cuando un barco se hunde sólo hay que atender a la vía de agua, pero creo que lo único que se está tapando con las medidas actuales es el desagüe del lavabo mientras entra agua por una enorme raja en el casco. La razón es que éste está compuesto de un material deleznable: codicia, horror al uso de la razón, falta de resolución para negarse al despilfarro, falta de coraje para parar la juerga irresponsable y actitud zombie o, definitivamente vengadora, de los dirigentes europeos, que miran entre horrorizados y divertidos el hundimiento de nuestro barco sin advertir que sus pies están atados por el cabo de popa.