Antes de que la memoria me gaste una mala pasada disipando el recuerdo preciso de la lectura del libro de Hayek La constitución de la Libertad, quiero ajustar cuentas con su pensamiento. Hayek no es un filósofo profesional y además tiene muy mala prensa en los ambientes que hemos dado en llamar progresistas. Pero, la libertad de pensamiento en un componente esencial de la libertad que Hayek defiende. Cuando uno se refugia en ese no lugar que es su propia mente a procesar lo que la experiencia o las lecturas le han traído al almacén memorístico, debe barajar de nuevo las creencias si quiere seguir vivo intelectualmente. Esta es la fase más atractiva para mí, pues tus patrones previos entran en conflicto con los nuevos afectando a los sentimientod de desagrado cuando lo nuevo parece vencer a lo antiguo, y de agrado cuando es lo antiguo, lo familiar, los que parece imponerse. Compadezco a los políticos profesionales que han de leerse cada mañana el argumentario que les envían del partido para saber «qué han de pensar» el resto del día, chascarrillo incluídos.
LA VISIÓN
Su concepto de libertad es el clásico, el de John Stuart Smith, el más elemental, el que te garantiza cotidianamente que puedes tomar decisiones, en el marco de tus circunstancias asumidas como naturales sin que nadie te estorbe. El que le permite a él decir que alguien que duerme bajo un puente puede sentirse más libre que un empresario o un soldado. Es un concepto que te autoriza a embriagarte, pero no a molestar a tu vecino. Su atractivo, en general, reside en su facilidad para ser captado por todo el mundo, para no ser negado. Pero para Hayek su fuerza reside en que incluye la libertad para emprender negocios limitando al máximo los obstáculos por parte del estado. Este aspecto de la libertad lo convierte para nuestro autor en la clave de la civilización pues el empresario desarrolla la inventiva humana, aunque sea buscando, exclusivamente su propio beneficio. Este lugar central que ocupa en su pensamiento la capacidad de emprender acciones, se refuerza con la idea de que el individuo es limitado, por lo que ni la gestación, ni la preservación del conocimiento necesario para el avance social reside en el individuo, sino que es un patrimonio común que a todos beneficia aunque no todos contribuyan.
A esto se añade que las instituciones no son resultado de un acto racional ni individual ni colectivo, sino el resultado de una mirada atenta de muchos durante largos periodos de tiempo en las que la experiencia proporciona los criterios que la razón utiliza para comenzar o modificar un artefacto institucional. Simétricamente la razón es constituída por la experiencia creando nuevos patrones mentales y modificando los anteriores como resultado de los efectos de las instituciones creadas o modificadas. Una relación reflexiva que modifica a la razón y a sus productos sociales. Estas características de la realidad dota de un atractivo misterio al futuro que es, más que desvelado, construído en armonía mutua entre la razón humana y la propia realidad a la que pertenece. Un proceso lleno de intensidad en el que la humanidad modifica tanto los métodos como los fines que persigue. Además, dado el carácter casi artesanal de las instituciones (desde el mercado al estado), uno de cuyos factores es el tiempo, hay que tener muy presente la tradición antes de producir conmociones basadas solamente en los sueños de la razón, que por haber comprendido a posteriori la naturaleza de las instituciones cree que puede destruirlas y construirlas ex novo.
Por su convicción de la existencia de este proceso creativo, Hayek, pone el énfasis en la libertad que asegura que ninguna idea va a quedar mutilada por prejuicios políticos conservadores o por carecer de recursos para su desarrollo. Hayek cree que la acumulación de dinero o riqueza, en las manos que se la ganen usando los mecanismos del mercado, es necesaria para seguir presionando sobre las posibilidades que se presenten. Por esta misma razón cree que el estado no debe retraer recursos de esta vanguardia de la humanidad que estaría constituída por los más inteligente u osados de los miembros de la comunidad.
LOS INCONVENIENTES
Esta visión cósmica lo lleva a tolerar las sombras que acompañan al proceso de concepción y producción de riqueza. Estas excrecencias serían:
- La desigualdad y sus consecuencias
- La existencia de élites
- El lujo disfrutados por éstas élites
- La existencia de la institución de la herencia que genera parásitos sociales
- La desigualdad económica por extrema que sea
- Las consecuencias de tal desigualdad en la educación, sanidad, paro y pensiones
- La relativización de la democracia como método de gobierno
- La minusvaloración de la cuestión medioambiental
Hayek considera que la desigualdad es una consecuencia del carácter principal de la presión sobre la realidad para que el proceso avance. Sin desigualdad no habría, en su opinión, capitanes del progreso, sino una general decadencia. Además considera que entre aquellos que optan por la búsqueda osada de novedades debe actuar la competencia como mecanismo de selección de los mejores. Por tanto, para él la desigualdad es, al tiempo, el motor y una consecuencia natural que no debe ser corregida, salvo en situaciones extremas. Por esto último, acepta mecanismos como la seguridad social, vivienda, el paro o las pensiones, pero siempre gestionados, no por el estado, sino por el sector privado con matices:
“En una sociedad industrializada resulta obvia la necesidad de una organización asistencial, en interés incluso de aquellas personas que han de ser protegidas contra los actos de desesperación de quienes carecen de lo indispensable”
Pero no puede evitar tener una opinión despectiva por el Estado de Bienestar, pues considera que es un pozo sin fondo:
“Sobre la especie humana se alza un inmenso y tutelar poder que asume la carga de asegurar las necesidades de la gente y cuidar de su destino y desenvolvimiento. El poder en cuestión es absoluto, minucioso, ordenado, previsor y bondadoso. Equivaldría al amor paterno si su misión fuera educar a los hombres en tanto alcanzan la edad adulta; pero, contrariamente, lo que pretende es mantenerlos en una infancia perpetua; es partidario de que el pueblo viva placenteramente a condición de que sólo piense en regocijarse”
Él considera que el individuo debe gestionar por sí mismo el aseguramiento de las incertidumbres de la vida y que el estado debe evitar cumplir sus misiones haciendo transferencias de riqueza mediante el sistema fiscal. Sistema que considera que debe ser proporcional y no progresivo. Con este criterio se pone de manifiesto que Hayek acepta la desigualdad entre las élites y el resto de ciudadanos, pero, sin embargo, le parece injusta la desigualdad entre miembros de las élites, como efecto de que las tasas de los impuestos progresivos desequilibran los ingresos a igualdad de servicio.
Más grave es que Hayek coloca a la democracia por detrás de sus fines. Si la democracia estorba a este proceso debe ser preterida. Por eso los seguidores ideológicos de Hayek se encontraron cómodos poniendo sus recetas económicas a prueba en el Chile de Pinochet. Por eso mismo la política que con más entusiasmo recibió las ideas de Hayek (Margaret Thatcher) cultivó la amistad con este dictador hasta su muerte, bien que también como agradecimiento a la ayuda recibida durante la guerra de las Malvinas, a pesar de era la Primera Ministra de la nación que creó la democracia moderna. Hay que añadir que, en realidad, la democracia que Hayek denosta es la del sufragio universal. Probablemente, la que surgió en el Reino Unido, la de los propietarios, le parece la adecuada. Por eso rechaza con tanta energía la posibilidad de que una mayoría de trabajadores por cuenta ajena puedan imponer a las minorías ricas condiciones políticas y fiscales inconvenientes para la conservación de sus patrimonios. Creo que Hayek lo hace, no por sometimiento al aura de la riqueza, sino por su convicción telúrica de que los ricos son una consecuencia secundaria del proceso primario de libre creación de riqueza que, si al principio es disfrutada por unos pocos, acaban disfrutando la mayoría.
Estos problemas de la cosmovisión de Hayek con la democracia los resuelve con el concepto de Estado de Derecho (Rule of Law), las leyes de alto rango que, si responden a los criterios de libertad de mercado, derecho a la propiedad privada y herencia, fundamentalmente, serían la fortaleza legal de su concepción del mundo. Un Estado de Derecho que cree que hay que proteger de la arbitrariedad de la jurisprudencia.
HOY EN DÍA
De forma más o menos explícita, la mayoría de las ideas de Hayek están presentes en las políticas de los gobiernos conservadores de Occidente y, ahora, también, de Oriente, donde la convivencia entre estas ideas y regímenes no democráticos es evidente. Hayek dió forma a todos los argumentos que hoy escuchamos en boca de economistas y políticos en el poder o en la oposición. Unos argumentos que en las bocas contemporáneas no tienen la solvencia que en los escritos de Hayek, pero que son igualmente eficaces. La socorrida cuestión de la pérdida de contenido y atractivo de las opciones políticas sociales o, vulgarmente llamadas de izquierdas, se debe a su contraste con las ideas de Hayek. Curiosamente hasta mitad del siglo XX las ideas predominantes eran las de la búsqueda de la mayor igualdad posible que se plasmaban en el llamado Estado del Bienestar, un estado de cosas contra el que los seguidores de Hayek han luchado denodadamente durante sesenta años hasta salirse con la suya. En estos años la riqueza generada, por la parte del sistema que funcionaba conforme a los criterios de Hayek, era redistribuida a través de la intervención del Estado en forma de servicios sociales públicos y gratuitos.
El logro de los actuales dirigentes del mundo es haber herido de muerte a este sistema, además de acabar con los mecanismos de seguridad que han exhibido estos años las relaciones del trabajo y el capital. Lo curioso es que, la democracia de la que sospechaba Hayek ha llevado al poder a los seguidores de sus ideas. La razón estriba en que es una ley sociológica que si el sistema aumenta la riqueza media, el individuo, cuando alcanza un umbral de riqueza relativa, se convierte en conservador apoyando a las opciones políticas que se oponían a sus progreso, y que a continuación, establecen políticas para destruir lo que les permitió alcanzar estos umbrales. Esta es la situación actual en Occidente, por los que es de esperar que la democracia, ahora, mueva el péndulo en el sentido contrario. Lo que ocurrirá siempre que los conservadores no activen las sospechas por la democracia y prefieran algún sistema alternativo que les permita mantener el status quo. A esta situación extrema se le llama, con más o menos rigor, la conversión de las élites al «fascismo». En el otro extremo habría una situación simétrica: si una vez alcanzado el umbral de irritación social por el éxito de las políticas liberales, el individuo se convierte en colectivista y apoyaría un régimen que sería denominado, igualmente con más o menos rigor, de carácter «comunista». El peligro en ambos casos es la desaparición de la democracia y con ella, a pesar del criterio de Hayek, los principales rasgos de la libertad que él mismo defiende. En estos años se ha llamado socialdemócrata a la opción intermedia que pretendido mantener el Estado de Bienestar financiándolo con los éxitos económicos del liberalismo económico que Hayek propugna. Una opción que no es que se haya vuelto ineficaz, sino que, en estos momentos no ha terminado de convencer a los electores de que es el momento de que el péndulo empiece a caer del lado social, una vez que las opciones liberal-conservadoras van camino de hacer desaparecer todo rastro de distribución de la riqueza en el ámbito privado a través de los ingresos y en el ámbito público a través de los servicios.
SÍNTESIS
Comparto la visión cósmica de Hayek de una humanidad surgida de la evolución de la naturaleza que está obligada a buscar soluciones incesantemente para responder fundamentalmente al reto del crecimiento de la población y el agotamiento de los recursos del planeta. Estas soluciones sólo pueden encontrarse en un sistema de libertad de pensamiento y de empresa, pero el reto es cómo distribuir los logros sin matar los estímulos y la competencia.
Por meritorio que sea un descubrimiento o el esfuerzo de un capitán de la ciencia o la empresa, el resultado de la acción es imposible sin contar con los logros de las generaciones anteriores y el esfuerzo de las presentes. Por tanto, manteniendo los mecanismos que Hayek identifica para impulsar con eficacia la creatividad, la riqueza alcanzada debe transformarse en una generalización del confort, salud, desempleo, educación, cuidados a la vejez y conservación medioambiental. Porque incluso en una sociedad robótica en la que los robots se ocupan de todo lo material y se fabrican y mantienen por otros robots, la humanidad será una suma de talento y esfuerzo colectivo.
Los mecanismos que impulsan el progreso son fundamentalmente los logros en las ciencias y la economía, pero los que mantienen a una sociedad cuerda son los logros en las ciencias políticas y humanas. Los logros materiales, además, necesitan de enormes recursos financieros que sólo pueden salir del excedente de riqueza de unos pocos o de los muchos según el sistema social en vigor.
El sistema concebido por Hayek, dejado a la mera espontaneidad de la codicia o la ambición, puede ser sumamente destructivo, por lo que se necesitan moduladores sociales que mantengan la paz social sin violencia. Es decir, Hayek tiene razón en su concepción dinámica de una sociedad relativamente desigual que premia el talento y la osadía en primer lugar y el esfuerzo en un segundo nivel, mientras crea y mantiene una red de seguridad social para los que no conectan con el sistema productivo o, por edad o falta de salud. Para ello es necesario que aquellos que aún están acogidos a formulaciones políticas del pasado del lado de los intereses de la mayoría cercanos al colectivismo desarrollen, primero, teorías desvinculadas de las ideologías de otro tiempo y, luego políticas que aseguren el dinamismo económico y, al tiempo, regulen la distribución de la riqueza y el destino de los capitales acumulados como excedentes, una vez satisfechas las necesidades sociales. El alto grado de eficiencia de la tecnología moderna favorece y hace posible que la humanidad aborde lacras que, hasta hace poco, eran inalcanzables.
Comparto con Hayek la importancia de modificar las instituciones que estén en la vanguardia social con sumo cuidado, sin saltos al vacío, en la consideración que son el resultado de cuidadosos y lentos progresos de muchas generaciones. Pero rechazo su fetichismo de la riqueza y sus titulares que tan mal ejemplo dan socialmente sin una contrapartida tan clara como él cree. Creo con el que la igualdad extrema elimina un factor fundamental para el estímulo, pero creo que deben establecerse umbrales de riqueza más allá de los cuales, grandes capitales son aplicados a una escandalosa industria del lujo o al ocio improductivo. No comprendo cómo se encuentra tan cómodo con este tipo de situaciones y tenga tantos problemas con las ayudas a sectores sociales verdaderamente necesitados. Sé que en el fondo sus argumentos son de orden económico, pues considera que hay que limitar los fondos destinados a satisfacer necesidades sin aceptar la condición mortal del ser humano, pero no debe olvidar que un mundo desacralizado, dónde el argumento del «valle de lágrimas» ya no convence, la dignidad de cada individuo cobra un carácter que no tiene en aquellos supuestos de creencia en otras vidas.
Viene a cuento considerar en este punto que despojar a los ricos de sus riquezas superfluas sólo tendría sentido para dirigir estos capitales a inversiones de interés general y nunca para un reparto generalizado, pues su efecto sería escaso dinerariamente y corto temporalmente. Ya que se disiparían capitales procedentes del ahorro de varias generaciones en muy poco tiempo sin ningún efecto benéfico desde el punto de vista social. El problema a resolver es cómo y quién toma las decisiones sobre el destino de esos capitales sin caer en los rudimentarios procedimientos que las políticas comunistas llevaron a cabo con un fracaso estrepitoso durante setenta años del siglo XX. Hoy en día la respuesta es que parte es dirigido «a ciegas» por los numerosos juegos del mercado financiero donde unos buscan ganar dinero y otros dinero para hacer cosas. Otra parte es gestionada por los gobiernos de grandes áreas económicas como la Unión Europea o Estados Unidos que lo dirigen en una dirección u otras según la ideología subyacente.