Resulta un poco descorazonador, a estas alturas de la experiencia humana, tener que soportar la pretensión de un gobernante de repetir el manido espectáculo de una deriva hacia la dictadura, disfrazada de democracia. Así se desacredita, tanto la democracia, como la dictadura. Éstas tuvieron su tiempo y, desgraciadamente, a la vista de determinadas sutilezas de los modernos libertarios, volverá a tenerlo de nuevo, revestida de tecnología y proclamas a la libertad. Pero la que se está gestando en Venezuela tiene el tufo de lo caricaturesco. Una dictadura pasada de moda, con todos los adornos obsoletos que tanto hemos sufrido en el pasado, tanto iberoamericanos, como asiáticos y españoles. De esta en concreto destaca, porque el idioma español lo permite, la facundia aburrida, doctrinaria, populachera, poligonera de un dirigente que es una caricatura de otra caricatura a la que no pudo salvar ni la avanzada medicina de esa anomalía caribeña que es Cuba a estas alturas. Maduro, ese dirigente, que parece un jubilado sin ganas de ponerse el traje por pereza y va siempre en chándal a ver las obras. Como cuentan los libros de etimología, «chándal» proviene de los mercaderes de ajos (marchands d’ail) del Marais parisino, que usaban para su negocio un traje cómodo y amplio. Pues, en efecto, del noble ajo se trata, un manjar que no ha podido desprenderse del aroma de grosería social que supone comerlo crudo, justo antes de una reunión social.

¡Qué paciencia la del pueblo venezolano!: soportar discursos vacíos, largos, narcisistas y diarios de los dirigentes, de antes y ahora. ¡Qué mala suerte!: que cuando tuvieron democracia fue corrupta hasta la descomposición vermicular, creando las condiciones para que se aceptara un régimen destinado a la torpeza económica y el vocerío ideológico dieciochesco. ¡Qué sufrimiento!: pues ahora, salvo descomposición del Mago de Hoz, queda un largo camino de farsa política y dolor real. ¡Qué bochorno!: cuando un país es dirigido por botarates crueles, como le pasó a tantos vecinos del sur y el centro. Botarates que llegan para quedarse vestidos con trajes ajenos apolillados, cuyo diseño no entienden y del que sacan soflamas insoportables.

La perplejidad de observador externo (un océano por medio) se hace estupefacción cuando comprueba que hay políticos en mi país que revolotean alrededor de un régimen como este: tan estéril intelectualmente y tan sospechoso políticamente. En fín, si no ser maduro suele ser un calificativo despectivo o, en todo caso de prevención para asumir tareas complicadas, está claro que Venezuela necesita ahora pasar por un periodo de inmadurez.

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