Todo lo que es poderoso es ambivalente. Puede ser utilizado para el bien o para el mal. Las redes sociales son poderosas y, por tanto, ambiguas. Pueden y son utilizadas para la transmisión de los detritus mentales o los más elevados sentimientos. Se dice, con no sé qué fundamento, que en la tumba del Cardenal Richelieu figura esta frase: «Aquí yace el Cardenal Richelieu que hizo el bien y el mal. El bien lo hizo muy mal y el mal lo hizo muy bien«. Pues algo así se suele decir que les pasa a las redes sociales.

Ya se entiende y agradece que la redes hayan permitido que cualquiera pueda ver su pensamiento «impreso» con esa capacidad de las aplicaciones que se utilizan para presentar de forma limpia y pulida en nuestras brillantes pantallas auténtica basura mental. Ese pretendido humor negro de algunos o ese explícito odio de otros no hace otra cosa que canalizar lo que existe y no se expresaba públicamente.  La imagen que me inspiran esos comportamientos es una calle con aguas estancadas y contaminadas por la que merodean ratas y materia orgánica podrida aquí y allá.

Pero no creo que la consecuencia deba ser el rechazo aristocrático a las redes, pues la idea de «El malestar de la cultura» de Freud sobre el carácter represivo de los instintos por parte de la cultura, puede ser aprovechada para enfatizar la importancia de la ley y las instituciones para mantener en el sótano las pulsiones más nocivas para la civitas. Por eso, hay que reprimir con resolución y legalidad civilizada los mensajes de odio a cualquiera de los nuevos espacios creados a favor de las víctimas de todo tipo de depredación misógina, pedófila antisemita, racista u homofóbica.

Por otra parte el que todo el mundo escriba es un avance. Es cierto que se hace de una forma que preocupa por la falta de rigor gramatical o sintáctico y espero que esas fórmulas del tipo «xque» o «qtpsa» no acaben con las vocales. Cuando mi generación pugnaba por pasar de organismos casi inconscientes a seres humanos con las funciones biológicas aún muy presentes experimentaba estados de «lmao» = «Laughing My Ass Off” o en castellano «me parto el culo de risa» con fórmulas algebraicas tipo «2p2a+a2y+tyk2». Es decir, las redes son también vehículo del lenguaje de urinario, pancarta y chirigota. Antes eran las canciones populares las que con más o menos ingenio canalizaban las preocupaciones de la gente en forma de sátira o sentimientos románticos.

Pero las redes no son sólo un nuevo vehículo para viejas pulsiones, sino que son susceptibles de usos nuevos y efectos asombrosos. Entre los usos nuevos destaca el de generar abrumadoras cantidades de datos sobre las preferencias, actitudes y posiciones ideológicas de la población. Las preferencias son utilizadas para aumentar la eficacia de la publicidad comercial o la propaganda política. Dos usos cansinos y perversos respectivamente. Desde este punto de vista es inquietante que proliferen los congresos de neuromarketing, que son concentraciones de ávidos responsables de ventas de las empresas para conocer de boca de los neurocientíficos cómo explotar mejor el conocimiento del cerebro a la mayor salud de la cuenta de resultados. Pero el conocimiento de las actitudes y posiciones políticas de la gente puede tener un componente mucho más siniestro. Sobre todo si atendemos al interés de los Estados por conocer los flujos de las grandes compañías que gestionan esta Gran Conversación que los individuos, las familias y las instituciones sostienen. Una conversación incesante de la humanidad entera a medida que el cenit del sol recorre los hemisferios o los insomnes no dejas descansar a sus teléfonos móviles. Una conversación escuchada por la gran oreja de los servicios de «inteligencia» de los Estados y para nada bueno.

Pero ¿cuándo ha sido de otro modo?, la cuestión es cómo le sacamos el partido bueno a esta extraordinaria herramienta que la inteligencia del ser humano ha puesto a nuestra disposición. Una herramienta que ha inventado y, al mismo tiempo, ha democratizado una forma asombrosa de hacer que el lenguaje, primero, y el pensamiento, muy pronto, transforme el mundo. Naturalmente con un intermediario que es la informática que traslada las frases de ese lenguaje especializado de los códigos binarios hasta los mecanismos que mueven el mundo. Ese poder que ya se utiliza hoy en día haciendo posible consultas políticas a un gran número de personas en pocos segundos. También ser corresponsables anímicos de forma instantánea de lo que ocurre en cada momento con pequeñas dilaciones. Una forma nueva, global y potente de ser compasivo, de compartir la «algosfera«, neologismo de mi cosecha que significa rigurosamente «la esfera del dolor».

Es sabido que la información no puede viajar a una velocidad superior a la de las ondas electromagnéticas, lo que hace complicado viajar por el universo, hoy por hoy. Sin embargo, en nuestras distancias domésticas (el planeta tiene una circunferencia de unos 40000 km), estas ondas necesitan sólo una décima de segundo para ir de un extremo a otro de la esfera terrestre. No digamos de nuestro móvil al de nuestro acompañante cuando le enviamos una foto. En ese caso la onda sigue el absurdo itinerario de ir a un satélite situado a unos 700 km para rebotar e ir hacia el teléfono vecino, pero lo hace en cinco milésimas de segundo, que es bastante más de lo que necesitamos para levantar la mirada y hacerle alguna muda señal que signifique «ya te lo he mandado«.  De esa forma el tiempo ha sido comprimido como la aceituna en la almazara hasta ceder todo su jugo. No es fácil adaptarse a ese crecimiento enorme de información y sentimientos derivados  que se acumulan ahora en un segundo, no digamos en un día. Podemos ver la foto de nuestra nieta, mientras escuchamos noticias sobre el último disparate del Emperador de la Blanca Casa y escuchar el mismo vídeo de música simultáneamente con cinco millones de personas. El tiempo ha desaparecido, las cosas de apilan y nuestro cerebro cambia para adaptarse.

Personalmente tengo una relación muy satisfactoria con las redes. Estoy con cierta regularidad en Facebook, Twitter e Instagram. Me aparto de las aguas sucias mediante una cuidadosa selección de amigos y «amigos». Disfruto de las imágenes y vídeos que la sensibilidad de cada uno pone a mi disposición, aunque mi uso de las redes es más literario por mis tendencias naturales. Las tres redes responden a tres formas de comunicarse. Todas son antiguas como el mundo. Así los haikus por Twitter, las cartas por Facebook y las manos en las paredes de Altamira por Instagram. Es una pena que muchos al contar con una herramienta tan delicada para transmitir pensamientos la utilicen para golpear en la cabeza de los demás.

Twitter

Los 140 caracteres de Twitter tienen la virtud de invitarnos a utilizar los métodos de los clásicos del epigrama. Hubieran sido tuiteros famosos Gracián, Iriarte o el mismísimo Le Rochefoucauld. Iriarte dijo de la brevedad:

«A la abeja semejante,
para que cause placer,
el epigrama ha de ser
pequeño, dulce y punzante.»

Y también era reivindicativo:

«El señor don Juan de Robres,
con caridad sin igual,
hizo este santo hospital…
y también hizo los pobres.»

Tampoco fue manco (perdón) Cervantes cuando dijo: «Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.«

O la sutileza filosófica de Nietzsche, que pudo decir en Twitter: «Hay espíritus que enturbian sus aguas para hacerlas parecer profundas«

Facebook

Facebook, desde mi punto de vista es equivalente a las cartas, aunque éstas no podían ser compartidas con un golpe digital (del dedo). La longitud de una carta por una cara me parece un tamaño adecuado para Facebook. Permite presentar una idea o un conjunto de ideas de forma más completa que en Twitter.

Napoleón le habría podido decir a Josefina por Facebook para que todo el mundo se enterara (como ocurre ahora) lo siguiente:

«No le amo, en absoluto; por el contrario, la detesto, usted es una sin importancia, desgarbada, tonta Cenicienta. Usted nunca me escribe; usted no ama a su propio marido; usted sabe qué placeres sus letras le dan, pero ¡aún así usted no le ha escrito seis líneas! . ¿Qué hace usted todo el dia, señora? ¿Cuál es el asunto tan importante que no le deja tiempo para escribir a su amante devoto? ¿Qué afecto sofoca y pone a un lado el amor, el amor tierno y constante amor que usted le prometió? ¿De qué clase maravillosa puede ser, qué nuevo amante reina sobre sus días, y evita darle cualquier atención a su marido? ¡Josephine, tenga cuidado! Una placentera noche, las puertas se abrirán de par en par y allí estaré. De hecho, estoy muy preocupado, mi amor, por no recibir ninguna noticia de usted; escríbame rápidamente sus páginas, paginas llenas de cosas agradables que llenarán mi corazón de las sensaciones más placenteras. Espero dentro de poco tiempo estrujarla entre mis brazos y cubrirla con un millón de besos debajo del ecuador

Obviamente este texto podría haberse enviado por correo electrónico para garantizar la privacidad, pero que le hablen de privacidad a Hillary Clinton o a cualquiera que esté en un procesos de divorcio con feroces abogados al servicio de los feroces cónyuges.

Instagram

En una ocasión, en el Museo de Historia del Arte de Viena me llevé una gran sorpresa, no menor que el porrazo que se llevó un turista ese mismo día en sus fantásticas escaleras por un tonto tropezón. La sorpresa fue una sala llena de retratos de la familia real española realizados por Velázquez. Eran extraordinarios retratos individuales de infantes e infantas (como diría Monedero). Pensando sobre ello llegué a la conclusión de que eran el equivalente a fotos de familia para que abuelos y tíos conocieran a los niños. No en vano Velázquez era el pintor de cámara de Felipe IV, habsburgo de pura cepa y los Habsburgo tenían la capital en Viena. Ese enorme privilegio no se da ahora ni para la monarquía. Un retrato real de Antonio López, por ejemplo, siempre llegaría tarde pero nuestras fotos, aunque no sean las de Dorothea Lange o Robert Capa, nos sirven en Instagram para que nuestros amigos vean a través de nuestros ojos.

Instagram ha democratizado la posibilidad de publicar nuestro punto de vista. Y cuando digo, punto de vista, me refiero exactamente a esto, no a la metáfora de nuestras posiciones ante la vida en general o la política. Obviamente, no se me escapa que son estas posiciones las que guían al ojo para decidir qué fotografiamos. El resultado es que conoces a la gente a través de su sensibilidad estética, de qué selecciona para subir a la plataforma. Así encontramos auto biógrafos que sólo ponen fotos propias, otros que sólo ponen juergas propias y otros que sólo pone objetos o paisajes. Todos respetables y todos expresando aquello que les parece que más va a gustar a sus amigos. Los vídeos han venido a completar las posibilidades expresivas y si son breves algunos son interesantes. El material suele ser original y de ahí su valor. En todo caso, aunque la he descubierto hace poco, encuentro esta red social muy potente en su muda expresividad. El carácter digital de todo este material lo asemeja a un gas que puede disiparse en cualquier momento por muchas precauciones de backup que uno tome. Creo que la fugacidad de estas redes son una lección de vida que sólo aprovecharemos si trascendemos la pulsión de permanencia y dejamos que nuestros píxeles vayan y vengan libres sin ninguna pretensión de que una imagen nuestra sea como la de un bisonte en las rocas milenarias de las cuevas prehistóricas. Si alguna merece la pena ya será fijada en la memoria a base de replicación millonaria.

Final

En un mundo sin analfabetos pero con todo el panel de emociones, incluida la muy potente de reconocimiento personal por los demás, es natural que estas autopistas hayan sido colapsadas por texto e imágenes maravillosas o banales, emocionantes o anodinas, sublimes o repugnantes. Es natural y con esta misma naturalidad debemos usarlas sin narcisismo y sin furia. Con educación y firmeza para que sean también herramienta de emancipación personal y social. Les doy la bienvenida que no necesitan y espero contribuir modestamente al uso humano de esas inmensas praderas que el despecho amoroso de Mark Zuckerberg, la perspicacia de Jack Dorsey o la atención que Kevin Systrom le prestó a su novia han hecho posible.

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