Desde que me jubilé he leído cinco ensayos largos para actualizar mis intereses intelectuales con lo reflexionado por gente inteligente en estos años y he empezado a releer el Quijote por placer y por si hay alguna clave moderna útil en su insondable sabiduría. En los cinco ensayos he tenido noticia de la llamada a la ejemplaridad de Javier Gomá; la explotación de los conocimientos de neurología que hace Antonio Damasio hasta atreverse a proporcionar una teoría de la conciencia; de los serios intentos de los teóricos para encontrar alternativas políticas a los embates del neoliberalismo con sus propuestas sobre lo común; de las fundadas (en mi opinión) críticas de Steven Pinker a la ingenuidad de algunas posiciones sociales al olvidar la importancia e influencia de la naturaleza humana en nuestra conducta en cuestiones tan relevantes como la política, la moral, la violencia o la influencia de la paternidad y, por ahora, la aproximación a las teorías de la mente descritas por el profesor Priest para permanecer cerca de la discusiones centrales de nuestra época.
El interés está en saber cómo afrontan las mentes más esclarecidas las claves de los males que aquejan a la humanidad y de los mecanismos de autoengaño que se utilizan para irresponsablemente dar al balón patadas hacia adelante esperando que entre por la escuadra. En la actualidad, tras el período de calma de las posguerra europea que duró 50 años hasta la crisis de 2007, emergen de nuevo las que Sowell-Pinker llaman visiones trágicas e idealistas del ser humano. Hay que reconocer que la izquierda, seducida por el cómodo papel de distribuidora de los beneficios del sistema capitalista, no advirtió cómo los restos de su relato emancipador, proveniente del sustrato moral del socialismo, estaban siendo socavados astutamente por la inteligencia de los sostenedores de la visión trágica. Desde hace al menos 40 años el capitalismo ha construido su propia base teórica fuera de las universidades. Con la «mejor» intención ha construido toda una armazón cuyo resultado ha sido la generalización del egoísmo, sean cuales sean los beneficios del seducido. En ese tiempo la derecha política ha aprovechado el soporte teórico de los think tank financiados por los beneficios de los grandes negocios para su actual éxito político, mientras que la izquierda política no echó ni una mirada a las elaboraciones teóricas de los departamentos universitario, ni siquiera trató de corregir su extravíos cuando se produjeron. Todo se limitaba, como dijo Bill Clinton a gestionar la economía «¡estúpido!«. Esa ceguera producida por el brillo de los avances tecnológicos y sus beneficios ha socavado hasta tal punto las posibilidades de una sociedad más justa que los izquierdista han sido sorprendidos con las manos en la masa de los consejos de administración donde vivían en el paraíso artificial de ser casi ricos y, al tiempo, dormirse cada noche creyendo que eran luchadores por una humanidad mejor.
Hay que reconocer que la visión trágica de la vida, la que se resume en que el ser humano no tiene remedio y ¡sálvese quien pueda! es más fácil de difundir que la visión idealista y sus consecuencias de estar prestos para la cooperación, la renuncia al consumo irracional, el cuidado de la naturaleza y la abolición legal de los restos de bestialidad que permanecen activos en forma de tráfico de personas, explotación sexual, homofobia, machismo, racismo, xenofobia, producción y venta de armas, abandono de masas de seres humanos por no ser potenciales consumidores y, sobre todo, para una especie tan sensible a las perturbaciones cognitivas, el establecimiento paulatino de la mentira sofista una vez advertida la debilidad de la verdad para prevalecer.
La fortaleza de la visión de la derecha reside en un elemental sentido común que favorece su difusión entre los que pierden con la aplicación de sus doctrinas y, al tiempo, utiliza el conocimiento sofisticado de la ciencia, no para crear realidades sociales benéficas nuevas, sino para perpetuar la injusticia usando la tecnología para la explotación y el sometimiento. La debilidad de la visión de la izquierda es que le gusta desafiar el sentido común provocando el rechazo de lo que debían ser su soporte social. Así cuando conociendo el carácter conservador de la sociedad en relación con ciertos tabúes, exhibe conductas que sólo satisfacen a los correligionarios y producen el alejamiento de los que habrían de apoyarles. Al mismo tiempo sospecha de los avances de la ciencia en el conocimiento del ser humano y sus cadenas biológicas desaprovechando la posibilidad de avances bien fundados hacia una sociedad mejor.
Quizá, desde el punto de vista de los intereses de la derecha, la aportación más potente a la disputa social y política sea el redescubrimiento de la debilidad de la verdad que ya fue objeto de controversia en la Atenas de Protágoras con los sofistas. La visión trágica se siente segura en sus actuales éxitos económicos e ideológicos y está en condiciones de evitar cualquier revuelta contra esta situación al tener a su disposición legiones bien pagadas de jóvenes universitarios dispuestos a la lucha sofísta para socavar cualquier certeza.
Por su parte a la visión idealista no le queda nada más que la pulsión de una vida mejor, pero ni tiene legiones de mecánicos sociales, ni sabe cómo entrar en la lucha contra la sofistería. Se limita a escandalizarse. Por eso no es de extrañar que el último reducto de un aliento de justicia resida en los jueces. Pues ellos aún mantienen una referencia: la Ley. Por eso, la derecha aprovecha su éxito en la seducción de masas para cambiar la ley en lo sustantivo y en lo semántico. Véanse los cambios de «imputado», una denominación adecuada cuando los jueces no cometían la grosería de llevar poderosos al banquillo, a «investigado». También el sustraer del ámbito penal las sanciones al ejercicio del derecho de manifestación o legalizar las expulsiones «en caliente» de emigrantes. Una situación que hace incomprensible, sino irresponsable, la división de la izquierda que renunció cuando pudo al BOE, el medio realmente eficaz de cambio en un sociedad pacífica. La explicación está, obviamente, en el atractivo y comodidad de vivir en la urna de cristal vociferando.
Cuando las visiones se polarizan se ve con más claridad de qué se habla. La reconstrucción de un discurso idealista no platónico requiere de la aceptación de algunas cuestiones que hay que ir identificando en los próximos años. Creo que los departamentos de política y economía de las universidades interesados en contribuir a dotar a la izquierda de un relato nuevo deben encontrar el modo de procesar:
- Lo que de inmutable hay en la naturaleza humana manteniendo actualizado su conocimiento de los avances de la ciencia neurológica.
- Qué políticas neutralizarían eficazmente los aspectos negativos de tal naturaleza sin, obviamente, cambiarla, porque no está, ni probablemente es deseable que esté, a su alcance.
- identificar los tabúes sociales bien arraigados para evitar su desafío prematuro.
- Encontrar el modo de disolver el diletantismo de bajo nivel intelectual que alienta el ejercicio más primitivo del poder en contextos de izquierda.
- Desarrollar pragmáticas formas de proteger y gestionar lo común.
- Encontrar formas eficaces de relevo de figuras para evitar el culto a la personalidad sin que sufran los fines.
- Cómo cambiar la sociedad sin dar la espalda a la ley.
- Cómo conseguir una sociedad más justa con los recursos disponibles.
El olvido de las inercia de nuestra naturaleza lleva a las paradojas observadas cada día en la corrupción de incorruptibles, en el envanecimiento de los humildes, en la instrumentación del lenguaje a manos de los sinceros o en el despotismo de los demócratas. Hay mucha tarea y es urgente activar la inteligencia y la voluntad para parar la nociva oleada de irracionalidad que ha emergido en el año 2016 como punta del iceberg de lo que ha de llegar por el abandono de la inteligencia que la visión idealista ha perpetrado. El primer logro, desde luego, sería cambiar el contenido semántico peyorativo de la palabra «ideal» o proponer otra nueva.