01 Nov 2011
La economía, los bancos, los inversores… son seres del subsuelo que han emergido después de siglos de permanencia en su lugar natural. Son seres necesarios para la vida, pero mientras estaban en el subsuelo (como las raíces). Al salir a la luz con sus ojos legañosos y sus costras en la piel lo han perturbado todo. Se han servido de habitantes de la superficie, los políticos. Una especie renegada. De repente todo se ha visto contaminado de su verde y repugnante efluvio. Ya no hay vida, hay economía. Una actividad del subsuelo que lo ha invadido todo. Una actividad cuyo nombre da cuenta de su naturaleza secundaria (la ley de la casa). Cuando lo secundario se rebela y ocupa el lugar de lo primario el universo se conmueve. La lava lo quema todo. Nada permanece en su sitio. Sólo hay aire viciado. Humos sulfurosos que ocupan todo el espacio. Terrible aquelarre de seres oscuros. Fin de la vida. Principio de lo monstruoso.
La versión cotidiana de todo esto es que ha desaparecido la política. La publicidad es angustiosa y omnipresente. Las voces que el poeta distinguía de los ecos, no se oyen. Centros oscuros por su maldad o su estupidez lo dirigen todo. No quieren compromisos personales como ocurría en las guerras. Nuestros hijos no pueden mirar hacia delante porque no se ve nada. No quieren hijos ni cónyuges. Nuestra civilización ha sido vendida por un plato de lentejas con lucecitas de colores de iphones e ipades. La esperanza sólo puede venir de una reacción de la gente que pase a defenderse controlando su enorme potencial económico de consumo (paradójicamente). Hay que evitar que todo acabe siendo economía. Que todos nos levantemos pensando en qué porquería vamos a venderle a los demás. Es necesario recuperar la razón como rectora. Un mundo en el que los individuos se dejan convertir en partículas movidas por fuerzas primarias como la codicia o la protección ante la muerte a toda costa es un mundo nuevo, desde luego, pero peor que aquel basado en la esperanza de la convivencia generosa.