18 Nov 2011
Hernández bostezó y dejó que las lágrimas que siempre acompañaban este gesto le bañaran las mejillas. Hacía tiempo que no había llorado y le apetecía. Lloraba vicariamente por los seres humanos. Encontraba perverso que tanto conocimiento acumulado, tanta tecnología contribuyendo a la rapidez de la comunicación sólo había servido para sufrir más dolorosamente con la impotencia ante los errores cometidos. Todo estaba claro, tan claro como siempre, pero nunca tanta gente lo sabía y, sin embargo, no era posible rectificar. Con el pitido que acompaña a las bajadas de tensión se sentó en el banco y miró los titulares de la prensa en aquella fría mañana. En uno se podía leer a cinco columnas: ¡España con la boca abierta: Rubalcaba ha ganado!